Capítulo 12
22 de octubre de 2025, 10:37
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Capítulo 12
Diciembre de 2001
EDWARD
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—Quiero contártelo ahora… antes de que pierda el valor —la voz de Bella—siempre un susurro— sonaba más firme de lo habitual.
No era la primera vez que deseaba poder leer su mente, pero su rostro era una roca. Su mentón se alzaba con desafío, aunque sus ojos oscuros estaban muy abiertos por el miedo mientras sus dedos recorrían la cicatriz sobre su hermosa piel. Quería saber todo lo que ella quisiera contarme, pero me preocupaba lo que esto podría hacerle. Carlisle había dicho que, cuando Bella finalmente empujara el muro que había construido a su alrededor, se rompería en mil pedazos, y aunque esa posibilidad me aterraba, sabía que haría cualquier cosa que ella me pidiera, incluso si significaba ayudarla a abrir esa herida emocional. Si eso le permitía sanar, entonces no podía oponerme.
Me levanté del suelo frente a ella, incapaz de contenerme de inclinarme para besar su sien.
—Tienes toda mi atención, dulzura. El espacio es tuyo —le dije.
Bella se giró, metió los pies debajo de sus piernas y apoyó un hombro contra el respaldo del sofá. Imité su postura, sabiendo que tal vez esto sería lo más difícil que escucharía en mi vida, pero al mirar a la chica frente a mí, comprendí que atravesaría el fuego por ella.
Su mirada estaba fija en su pulsera de dijes cuando empezó a hablar, y aunque usaba su casi habitual susurro, pude oírlo todo: su voz, su corazón latiendo con fuerza, sus movimientos inquietos, su respiración pesada. Me costaba no envolverla entre mis brazos y decirle que no tenía que hacer esto.
—M-Mi papá… era juez —empezó, lanzándome una mirada—. Pero antes de eso, fue abogado. Una vez me dijo que casi se convirtió en policía, pero la idea asustó tanto a la abuela Swan que optó por ir a la facultad de derecho. —Sonrió un poco, recostando la cabeza contra el sofá—. Era mi mejor amigo. Hacíamos todo juntos. —Volvió a mirar su pulsera—. Fue la abuela Swan quien me enseñó piano, y eso lo hacía feliz porque decía que no tenía ni una nota musical en el cuerpo.
Sonreí. Podía imaginar que Charlie Swan había sido un muy buen tipo, y habría apostado que adoraba el suelo que Bella pisaba. Y no podía culparlo en lo más mínimo, porque yo también lo hacía. En silencio, le juré que cuidaría de ella mientras viviéramos, sin importar cómo eligiéramos vivir.
—Pero él me enseñó todo lo demás —dijo, volviendo a mirarme—. Pescar, leer, cocinar… usar armas.
Esa última palabra quedó flotando en el aire por un momento, y esperé a que continuara, sin darme cuenta de que había dejado de respirar.
—Él… tenía estos planes, estas reglas para emergencias, ¿sabes? Había procedimientos para casi todo: si me perdía en algún lugar, si el auto de mamá se dañaba, si mis amigas querían hacer algo y no era seguro, o si alguien entraba a la casa. —Las lágrimas le llenaron los ojos, pero las ignoró—. Nos decía a mamá y a mí que nada podía pasarles a sus chicas. Nada. Que incluso si él no estaba con nosotras, teníamos que mantenernos a salvo.
Oh, sí… Me agradaba Charlie Swan. Mucho.
—Lo arruiné —apenas susurró, pero las lágrimas rodaron sin control por su hermoso rostro—. Esa noche, Edward… lo arruiné. Debería haber hecho las cosas de otra manera, pero no lo hice. Debería haber…
Su respiración se volvió entrecortada y dura, y no pude más. La atraje hacia mí y la acomodé de lado sobre mi regazo.
—Tómate un minuto, Bella —le susurré al oído—. Podemos detenernos…
—No —replicó, sacudiendo la cabeza—. Por favor, solo… necesito hacerlo…
—Está bien —la tranquilicé, acariciando su rostro y secándole las lágrimas—, pero necesito que respires, dulzura. Estoy contigo, pase lo que pase.
Asintió con fuerza, luchando por tomar algunas respiraciones profundas.
—¿Sería más fácil si empiezas desde el principio? —le pregunté.
—Tal vez —murmuró, perdiéndose un poco—. Algo debió pasar unos meses antes… de esa noche —murmuró, mirándome—. Mi papá estaba más…
—¿Vigilante? —sugerí, intentando cualquier cosa para ayudarla a continuar.
—Sí —suspiró, asintiendo levemente—. Estaba tan enojado. No conmigo. Jamás. Pero con el trabajo, incluso con mi mamá, parecía tan irritable.
Fruncí el ceño ante eso, preguntándome qué demonios habría descubierto Charlie que lo había puesto al borde del colapso. Yo sabía que había cambiado todo a nombre de Bella, aunque no estaba seguro de si ella lo sabía en ese momento.
—No paraba de recordarme dónde estaba su arma, en el escritorio de la biblioteca, y todos los códigos de la alarma. Me dijo que no caminara al colegio, que él me llevaría y me recogería… o que Chelsea lo haría, pero que yo no debía caminar. —Giró la cabeza hacia el fuego, como si se perdiera en él por un momento.
—Mi mamá salió esa noche —dijo en el susurro más suave hasta ahora, aún perdida en las llamas—. Papá y yo vimos una película en la sala antes de que él subiera. —Me miró con dolor, un sollozo estallando en su voz—. No activé la alarma, Edward. Mi mamá… siempre olvidaba los códigos, y si llegaba tarde, despertaba a toda la casa. Pensé que estaba haciendo un favor a todos…
—Shh —susurré contra su sien—. Está bien, dulzura.
—Pero… pero… —Me aferró la camisa, su rostro completamente aterrorizado—. ¡Eso fue lo que los dejó entrar!
Pensé que volvería a entrar en pánico por el tono en que alzó la voz, pero pareció abrirse alguna compuerta dentro de ella. Comenzó a hablar sin parar. Todo lo que pude hacer fue abrazarla con fuerza, su cuerpo temblando como si fuera a desmoronarse en mil pedazos.
—Yo… yo estaba dormida, y escuché que se rompía un vidrio abajo, pero creí que estaba soñando —dijo de golpe—. Me… me senté en la cama, escuchando. ¡Pensé que era mi imaginación! ¡Te juro que no sabía! Y entonces escuché el sexto escalón… siempre cruje cuando lo pisas… y me congelé. Esperé. Al principio pensé que era mi mamá, pero ella siempre se asomaba a verme. Cuando los pasos pasaron de largo por mi puerta, no me moví. No fue sino hasta que oí a mi papá gritar y un golpe fuerte… que corrí de mi cuarto al de mis padres.
Las manos de Bella se cerraron con fuerza en su regazo, su respiración era entrecortada y superficial, y cuando cerró los ojos, más lágrimas —de las que yo podía secar— le resbalaron por las mejillas.
—Los vi… eran dos —susurró, tragando con dificultad—. Estaban peleando con mi papá.
Alcé la mano y acaricié uno de sus puños suavemente hasta que se aflojó. Entrelazó sus dedos con los míos con la fuerza más feroz que pudo reunir.
—Vestían de negro, con pasamontañas… como en una serie cliché de televisión —dijo, dejando escapar una leve risa entrecortada, pero la contuvo—. Mi papá me vio, me gritó que corriera, que gritara, que me fuera de allí, pero no fui lo suficientemente rápida. Debería haber activado la alarma, debería haber bajado a buscar el arma… pero no lo hice. Todo lo que pude hacer fue gritarle. Y antes de que pudiera moverme, uno de los tipos me agarró al mismo tiempo… al mismo tiempo… que le cortaban la garganta. —Su cabeza se giró hacia mí—. Se rieron de mí… cuando lo hicieron —susurró, llevándose una mano temblorosa a la cicatriz—. Podía oír el cuchillo, pero se rieron, dijeron: "tanto por gritar".
Un gruñido profundo, bajo y feroz surgió de lo más hondo de mí, pero por suerte, Bella no lo escuchó. Mi determinación por encontrar a esos hombres se triplicó. Iban a pagar por lo que habían hecho. No me importaba qué clase de venganza se suponía que buscaban contra Charlie Swan; no había razón alguna para desquitarse con una niña de trece años. Ninguna. Y yo los encontraría, y pagarían de la misma forma en que Charlie y Bella habían pagado. Incluso más, simplemente porque ni Charlie ni Bella habían hecho nada malo. Había intentado encontrar alguna mancha en su historial, pero Charlie Swan estaba completamente limpio. Esos hombres habían vivido en libertad durante demasiado tiempo, y sus días estaban contados.
—Cuando nos dejaron… —tragó saliva con dificultad, apretando mi mano con más fuerza de la que habría esperado—. Yo… yo… traté de arrastrarme hacia mi papá. No podía hacer ningún ruido, pero los escuchaba abajo, rompiendo cosas… robando, creo. Todavía se reían.
—Pero mi papá… estaba tan quieto. No lo entendía. Si yo me movía, ¿por qué él no? —preguntó retóricamente—. Traté de llegar al teléfono, pero no… no creo que lo haya logrado. Todo como que se volvió negro… —su voz se apagó lentamente.
Le aparté el cabello detrás de la oreja para poder verle el rostro y esperé con paciencia. Su corazón seguía latiendo demasiado rápido para mi gusto, pero parecía tener el control.
—Desperté en el hospital, intentando gritar, pero ya era demasiado tarde —hizo una mueca, bajando la vista—. Intenté… intenté quitarme los puntos, así que me inmovilizaron, me sedaron… al menos hasta que sané. —Se llevó la mano a la cicatriz, luego la cubrió con la palma.
Negando con la cabeza, tomé con suavidad su mano y la aparté. Me incliné y besé con reverencia aquella línea retorcida y elevada sobre su garganta. No me importaba cómo se veía, no me importaba nada excepto que esa cicatriz representaba el hecho de que ella estaba aquí, ahora, conmigo. Aunque ella no lo creyera —y juré que haría que lo entendiera—, era la criatura más fuerte que había conocido.
—No lo hagas —suplicó, girando la cabeza—. Es horrible.
—Es hermosa —repliqué, sosteniéndole la mirada incrédula—. Estás aquí gracias a ella.
—Los escuché, ¿sabes? —susurró, bajando la mirada hacia nuestras manos entrelazadas—. Fingí estar dormida, pero los doctores y mi mamá hablaron en mi habitación del hospital. No importaba lo que yo hubiera hecho… Nadie me habría oído. Nuestros vecinos no estaban, así que gritar no habría servido de nada, y Chelsea estaba de viaje, visitando a su hijo. Habría sido inútil. Dijeron que no entendían por qué no hice algo… Incluso mi mamá me acusó de—
—Ay, dulzura… Ellos no estaban ahí, no vivieron lo que tú viviste. Todos tienen una solución cuando están fuera del escenario —la consolé, aunque no sirvió de mucho. Tal vez eso explicaba su miedo a hablar. Quizás ni siquiera era miedo, sino que Bella simplemente no veía sentido en decir nada; no le había servido esa noche, así que ¿por qué iba a servirle después?
Más lágrimas cayeron, y luego un sollozo.
—Shh, Bella —suspiré contra su sien.
—Lo dijeron sin decirlo… —apenas logró susurrar, pero su mirada se alzó bruscamente desde su regazo, sus ojos vidriosos y perdidos en la distancia—. ¡Fue mi culpa que muriera! ¡Debí haber sido yo…! ¿Por qué él y no yo? ¡Yo fui quien arruinó todo! —Su mano libre se clavó en su pecho, pero se desmoronó por completo en mi regazo.
No tenía una respuesta para ella, pero no parecía necesitarla. Lo único que salió de ella fueron lágrimas calientes, saladas y sollozos pesados. La abracé por completo, rogando internamente que mi piel fría no le molestara, pero su rostro se hundió en mi cuello mientras parecía liberar todo lo tóxico que llevaba dentro. Se aferró a mí con desesperación, y pude sentir sus lágrimas empapar mi camisa, sentir el pánico, el miedo, la tristeza desbordándose desde lo más profundo de ella.
Comencé a hablar, aunque no sabía si podía oírme a través del dolor. Necesitaba saber que no era su culpa.
—Bella, no hiciste nada malo —susurré, besando la cima de su cabeza—. Nada en absoluto. Reaccionaste como habría reaccionado cualquiera. Dulzura, apuesto a que si lo piensas bien, probablemente creíste que era tu madre quien regresaba a casa —volví a besar su cabeza—. Nada de lo que pasó esa noche fue tu culpa. Hiciste lo mejor que pudiste, y estoy seguro de que tu papá estaría orgulloso de ti, sin importar nada.
—¡Tú no lo sabes! —murmuró contra mi cuello.
Sonreí un poco, pasándole la mano por el cabello, aliviado de que me discutiera en vez de cerrarse por completo.
—Si era tan insistente con tu seguridad como me has contado, entonces sé que estaría orgulloso de que salieras adelante, Bella. Es un hecho.
—Lo extraño tanto… —lloró.
—Lo sé, dulzura, y lo siento muchísimo —susurré, cerrando los ojos contra el ardor de unas lágrimas que no podía derramar. Se me partía el corazón por ella—. Pero nunca, jamás quiero que pienses que debiste haber sido tú esa noche, Bella, porque si hubiera sido así, jamás habría tenido la oportunidad más increíble de conocerte, y eso… me duele.
Su cabeza se alzó desde mi hombro, y a pesar de los ojos hinchados, enrojecidos y las mejillas bañadas en lágrimas, era lo más hermoso que había visto en mi vida.
Alzando la mano, le sequé las lágrimas, le acomodé el cabello y le sostuve el rostro entre las manos.
—Lo digo en serio. No sé por qué nos pasó lo que nos pasó, Bella. Cómo logramos llegar hasta aquí, jamás lo entenderé ni sabré a quién agradecerle, pero… de algún modo, lo hicimos.
—Te amo, Edward —dijo, apenas más fuerte que un susurro, pero no alcanzó su tono habitual.
Fue lo más hermoso que había escuchado en toda mi existencia.
—Yo también te amo, Bella.
Se inclinó hacia mí, pero guié su cabeza hacia abajo, besándole la frente. Sabía lo que quería, y yo también lo quería, más que nada, pero teníamos que hablar antes de que sucediera. No era el momento. No quería que nuestro primer beso quedara ligado a un recuerdo tan desgarrador como la historia del asesinato de su padre.
Vi su decepción, pero no iba a ceder.
—¿Estás bien?
Asintió, apoyando de nuevo la cabeza sobre mi hombro.
—Sí. Solo me siento… vacía.
—Es comprensible, dulzura —dije, envolviéndola con mis brazos. Su ritmo cardíaco se calmó, su respiración se volvió pareja y sus manos empezaron a moverse suavemente contra mi cuello. Sonreí, porque se sentía lo bastante segura como para quedarse dormida conmigo. Me deslicé más profundamente en el cojín.
Cayó en un sueño profundo, completamente rendida. Sabía que no podía estar cómoda conmigo. Mi piel era demasiado dura, demasiado fría, así que cuando la sentí temblar una vez, la moví con cuidado hasta el sofá, la cubrí con una manta y avivé el fuego.
No quería dejarla, pero necesitaba ver a Carlisle, y sabía que ella necesitaría algo de beber cuando despertara.
—Edward… —murmuró en sueños, y no pude evitar arrodillarme a su lado. Su mano se cerró con fuerza sobre mi camisa.
Con una sonrisa leve por su fuerza, le solté los dedos con cuidado y susurré:
—Shh. Ya estás a salvo, dulzura. Duerme en paz.
Le dejé un beso en la cabeza, pero le escribí una nota rápida diciéndole que regresaría enseguida, por si despertaba mientras estaba fuera. Corrí por el pasadizo oculto. No sabía qué planes tenían Carlisle y Esme para el día, o siquiera si estaban en casa, pero prácticamente me derrumbé en su sala.
—¿Hijo? —dijo Esme, levantando la vista de una pila de papeles extendida sobre la mesa del comedor.
—Bella lo sabe —murmuré, dirigiéndome directo a la cocina.
—¿Todo? —preguntó Carlisle, saliendo de su habitación.
—Sí —respondí, sacando lo que pude encontrar, hasta que sentí la mano de Esme sobre la mía—. ¿Qué? Lo siento, estoy saqueando…
Ella soltó una risa suave.
—Basta. Déjame ayudarte.
Sonreí de lado cuando me empujó y me apartó a codazos para tomar el control de la cocina. Me apoyé contra el mesón, pasándome una mano por el cabello mientras giraba hacia Carlisle, cuyos pensamientos eran una mezcla de orgullo y curiosidad.
—¿Ella…?
—Descifró todo —le dije, contándole rápidamente cómo había ocurrido, de qué habíamos hablado y cuál había sido la reacción de Bella. Incluso les conté que me habló todo el tiempo, que se desmoronó en mis brazos y todo lo que explicó sobre la noche en que murió su padre. Finalmente, les dije que se había quedado dormida llorando y que ahora mismo estaba en mi sofá.
—Ay, Dios… —suspiró Esme, apoyando ambas manos a los lados de un sándwich que estaba preparando para mi chica—. Con razón no habla… La pobre quedó traumatizada.
—Sí —fruncí el ceño, mirando mis manos, para luego volverme hacia Carlisle—. Voy a encontrarlos. A los hombres que le hicieron esto. No estoy bromeando, y no me importa cuánto tiempo me tome.
Su sonrisa en respuesta fue casi maliciosa, una que no le había visto en décadas. La última vez había sido por culpa de un chico que molestaba a Jacob cuando era pequeño. Se burlaba constantemente de su herencia gitana, hasta que Jake le soltó un puñetazo. La madre del mocoso había llamado a Carlisle, pero él se encargó de todo, básicamente diciéndole que su hijo debía estar encerrado, porque se comportaba como un animal.
Solo que esta vez, la sonrisa era peor. Más oscura, más profunda… más intensa. Carlisle no era un hombre vengativo. Nunca había usado su fuerza ni su inmortalidad para otra cosa que no fuera ayudar a quienes lo necesitaban. Por eso se había hecho médico. Pero Carlisle odiaba la maldad que los humanos eran capaces de infligirse entre sí, y usualmente se comportaba como mediador. No esta vez. Su mente estaba centrada en quién y qué era Bella… específicamente para mí. No sabía cómo íbamos a arreglarnos ella y yo, y no le importaba; eso era asunto nuestro. Pero ya se había encariñado con ella. La consideraba parte de la familia, aunque ella no lo supiera. Mataría por ella igual que por cualquiera de nosotros. Y, con lo que le había pasado, quería justicia.
—¿Cuál es tu plan, hijo? —preguntó en voz alta, aunque ya sabía que yo había estado siguiendo su línea de pensamiento.
Negué con la cabeza, suspirando.
—No lo sé. —Lo miré directo a los ojos—. Pero quiero leer las mentes de su madre y su padrastro. Quiero entrar en esa casa…
—Toma —dijo Esme con suavidad, entregándome un plato envuelto y una bolsa con varias bebidas frías.
—Gracias —susurré, besándole la mejilla.
—Ajá —ella murmuró—. Ahora dime… ¿todavía piensas seguir a Bella hasta Boston durante las vacaciones?
—Lo había considerado, pero no sé cómo va a reaccionar —admití, encogiéndome de hombros.
—Solo sé honesto, hijo —dijo Carlisle, apoyando una mano sobre mi hombro—. Ahora que sabe lo que eres, simplemente explícale que no puedes estar lejos de ella por mucho tiempo.
Hice una mueca.
—No estoy seguro de que lo del vínculo de apareamiento no sea la gota que rebose el vaso.
Esme soltó una risita como una colegiala.
—Estará bien. Ella también lo siente, cariño. Confía en mí.
—Está bien —murmuré, levantando la bolsa con comida—. Necesito…
—Ve —me animó, girándome y empujándome suavemente hacia la puerta del pasadizo—. Y dile que puede venir a nosotros cuando necesite lo que sea.
Me acerqué al picaporte, pero me detuve, girándome hacia ellos.
—Ella… dijo que me ama.
Carlisle sonrió, pero Esme, que notó mi nerviosismo, se acercó a mí.
Me tomó el rostro entre las manos.
—Lo resolverás. No hace tanto tiempo, ella habría tenido la edad justa para que la cortejaras. Lo sabes. La sociedad cambió, y está bien. Pregúntale, hijo. Es una chica muy inteligente… obviamente, porque te ama.
Solté una risita sarcástica por lo generosa que era Esme, negando con la cabeza.
—Está bien…
Ella me dio una palmada en el brazo.
—Basta. Te hablo en serio. Solo háblalo con ella. Cuéntale cuáles son tus miedos… No va a tener diecisiete para siempre.
Me reí.
—Sí… eso mismo fue lo que me dijo.
Esme sonrió.
—¿Ves?
Asentí, besándole la mejilla otra vez.
—Sí, señora.
Corrí de regreso al ala este, entrando en la habitación en silencio por si aún estaba dormida, y así era. Dejé el sándwich y las bebidas a un lado, arrodillándome junto a ella. Sus ojos seguían un poco hinchados y sus pestañas todavía húmedas, lo que me hizo pensar que había llorado incluso dormida. Con ese pensamiento, aparté con suavidad un mechón de cabello de su rostro, trazando con el dedo una línea por su mejilla. Mis ojos se posaron en la cicatriz de su cuello.
Sus ojos marrón oscuro parpadearon al abrirse, y le sonreí, aunque se sintió forzada, simplemente por todo lo que había salido a la luz en esa habitación. Honestidad cruda, brutal y dolorosa había estallado entre los dos, y ahora que se había calmado, me preguntaba dónde estábamos parados. Me preparé para lo que fuera.
Ella alzó una mano, rozando con un dedo debajo de mi ojo.
—Tienes las pestañas más largas… Son tan bonitas; me das envidia.
Sonriendo, tomé su mano y besé su palma.
—Gracias. —Cuando se incorporó un poco, le dije—: Te traje algo para comer, dulzura. Supuse que el comedor no era una opción.
Ella hizo una mueca, asintiendo levemente y tomando el plato que le entregué.
—¿Tú lo hiciste?
—Esme. Me echó de su cocina —le dije, sonriendo cuando ella soltó una risita suave.
—¿Te fuiste?
—No por mucho, lo prometo. Solo… sabía que tendrías sed.
—Gracias —suspiró, abriendo una botella de agua. Bebió casi la mitad antes de dejarla a un lado—. Soñé… y tú estabas en el sueño. Me hablaste. ¿Lo has hecho antes?
—Sí —admití en un susurro—. Cuando dejé el diario en tu habitación, estabas soñando. Fue tan…
Ella hizo una mueca, agitándome la mano para que siguiera.
—Te hablé, esperando que ayudara.
Su asentimiento fue leve.
—Mis sueños son… recuerdos —empezó con suavidad, mirando su sándwich—. Aquella noche… la noche en que dejaste el diario… el sueño cambió por completo. Tú… me salvaste.
Mis cejas se alzaron, pero ella asintió.
—Sí, en lugar de que terminara con los hombres riéndose, tú… hiciste algo con ellos —concluyó—. Fue el mejor sueño hasta ahora. Sabía que eras tú. Tú —dijo, señalándome—. No el FM.
Fruncí el ceño.
—Créeme, Bella… si supiera quiénes fueron, haría algo al respecto.
—Ojalá —suspiró, negando con la cabeza.
No respondí a eso, aunque lo guardé para más adelante. Saber que esos hombres aún la atemorizaban de esa manera solo reforzaba mi decisión de encontrarlos.
Comió su sándwich en silencio mientras yo me sentaba en el suelo a su lado. Terminó el agua y abrió el refresco. Eso me hizo sentir mejor, porque sabía que necesitaba el azúcar después del pánico que había sufrido. Puso el plato desechable vacío sobre la mesa de centro, y me sonrió.
—Dale las gracias a la Sra. C de mi parte, por favor —dijo.
—Lo haré, pero también me pidió que te dijera que estás invitada a acudir a ellos si necesitas algo —le conté, girando un poco hacia ella y apoyando el codo en el cojín del sofá.
—¿Les contaste?
—Sí —asentí, curioso por lo que pasaba por su mente.
—Um… ¿tienes…? —Sus mejillas se sonrojaron un poco, y solté una risa.
—Por allá, dulzura —dije, señalando el baño al otro extremo del cuarto.
Me quedé donde estaba, recostado contra el sofá y mirando el fuego, mientras ella se levantaba rápidamente. Apagué mi oído para no escuchar lo que hacía allí, perdiéndome en todo lo que había sucedido en esa habitación. Mis pensamientos se desviaron al hecho de que en menos de treinta y seis horas, ella estaría en un tren de regreso a Boston.
Cuando Bella regresó, no volvió a sentarse. En su lugar, tomó el diario púrpura, hojeándolo en silencio. Se había lavado la cara, se había recogido el cabello en una coleta larga y dulce, y lucía un poco mejor que antes.
Sin decir una palabra, caminó hacia la chimenea y lo arrojó al fuego.
—¿Estás segura, Bella? —le pregunté, alzando la vista desde el suelo y abriendo los brazos hacia ella.
—Estoy segura de ti —afirmó con firmeza, arrodillándose entre mis piernas y abrazándome—. Sonabas tan asustado de que supiera la verdad.
—Lo estaba —suspiré contra su cabello—. Estaba seguro de que ibas a huir de mí.
Ella rió suavemente, sentándose sobre sus talones entre mis piernas.
—Sí, claro… Porque eres este monstruo horrendo, Edward.
Sonriendo, negué con la cabeza.
—No me refería a eso, dulzura.
—Lo sé —respondió, alzando la mano para apartarme el cabello de la frente. Disfruté el contacto mientras parecía buscar las palabras adecuadas, hasta que finalmente susurró—: No puedo explicarlo, pero contigo me siento… segura, cómoda. Alice dice que solo hablo con personas en quienes confío, y supongo que es cierto. Pero tú… tú eres diferente. Contigo me siento como… yo otra vez.
—Dios, amor, eso es todo lo que quiero. ¿Lo sabes, verdad? Que simplemente seas… tú.
Asintiendo, jugó con el rizo rebelde de mi frente.
—Y lo que escribí para ti lo decía en serio… He visto monstruos, Edward. Tú no eres uno de ellos.
—Lo soy, Bella, solo que no contigo —repliqué, haciendo una mueca—. No soy… Hay tantas cosas en mí que te van a causar dolor, problemas, sacrificios. Nunca quiero que te arrepientas de nada. Ven acá —le dije, girándola para que su espalda quedara contra mi pecho y se sentara entre mis piernas. Rodeándola con los brazos, apoyé la barbilla en su hombro—. No hay días soleados… al menos en público. No puedo darte hijos, dulzura. Y si decides estar conmigo… para siempre… hay algunos años de sed y rabia, sin mencionar lo dolorosa que es la transformación. Son tres días de puro… ardor. —Besé su hombro por encima del suéter, frunciendo el ceño cuando su corazón se aceleró—. Pero, Bella, debes entender que haré lo que tú me digas, porque… te pertenezco. No puedo cambiar eso.
Su sonrisa fue algo tonta, y me miró de reojo.
—¿En serio? ¿Puedo quedarme contigo?
—Sí —reí, soltándola cuando se giró hacia mí, pero la risa se apagó cuando incliné su rostro hacia el mío—. Lo digo en serio, pero todo lo demás también es cierto. No es una vida fácil.
—¿Me la contarías? —preguntó con voz suave, jugando con mis dedos.
—Lo que quieras —susurré.
Sonrió, y fue una sonrisa secreta y completamente adorable.
—Entonces… leer la mente… ¿Eso lo pueden hacer todos?
—No, solo yo. Aunque Jasper puede sentir y manipular emociones. Es un talento bastante poderoso. Algunos de nosotros pasamos por la transformación con sentidos extra o dones. Carlisle no está seguro de si viene de nuestras vidas humanas o si lo transmite quien nos transforma. Por ejemplo, si Alice fuera transformada, podría convertirse en una psíquica aún más fuerte.
Frunció la nariz ante eso, pero asintió.
—¿Y a mí no puedes oírme?
—No… por más que lo desee.
—Hmm. ¿Por qué será? —musitó, casi para sí misma.
Solté una carcajada.
—Bueno, si algún día lo descubres, amor mío, compártelo conmigo.
Sonrió.
—Hecho.
Ella me hizo al menos cincuenta preguntas sobre mí, sobre mi vida -tanto humana como inmortal-, pero se quedó congelada por un momento, con las mejillas teñidas de rosa.
—¿Qué pasa? —le pregunté, inclinando la cabeza.
—Es solo que… has vivido tanto tiempo. Dijiste que esperaste por mí, pero… ¿hubo alguien…?
Le besé la mejilla y susurré:
—No. Nunca. Te esperé a ti, Bella. Y ni siquiera fue por deber; simplemente nunca me sentí… conectado con nadie como para siquiera intentarlo.
—¿Entonces… con nadie?
—No, señorita —negué con la cabeza—. Hay otros que comparten nuestra dieta, otra familia, por así decirlo. Carlisle se refiere a ellos como primos. Viven en Alaska. Una de ellas, Tanya, lo intentó, pero ni siquiera lo consideré. Es una buena amiga, pero no… Además, ¡sus pensamientos! ¡Ugh!
Rio, dejando caer la cabeza hacia atrás, y yo presioné un beso entre risas contra su garganta.
—Podría hacerte la misma pregunta, dulzura —le susurré.
Rodó los ojos hacia mí.
—Soy un bicho raro, ¿recuerdas? Nadie se molestó conmigo. Una vez, un chico me invitó a un baile escolar, pero… —Soltó una risita sin humor, negando con la cabeza—. Ni siquiera pude responderle.
—Odio que pienses eso de ti misma —murmuré, frunciendo el ceño—. No eres un bicho raro, Bella.
—Lo soy para la gente que no intenta entenderme —afirmó con sabiduría—. Y está bien, porque he descubierto que aquí… —señaló el suelo— me han aceptado mucho mejor que en el lugar del que vengo.
—Bien. Me alegra —dije con sinceridad.
Nos quedamos en silencio un momento, pero fue un silencio cómodo y tranquilo. El único sonido en la habitación era el crujido del fuego. Bella jugaba sin cesar con mis dedos, apoyando su hombro contra mi pecho.
—¿Puedo preguntarte algo? —susurró, alzando la vista hacia mí. Al asentir yo, dijo—: No quieres que Leah me lea las cartas…
Hice una mueca, negando con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, ella aclaró:
—Es solo que… noté tu reacción cuando lo ofreció. No tenía nada que ver con la distancia, ¿cierto?
Suspiré, entrelazando nuestros dedos.
—Sí y no, Bella. Es muy precisa, créeme. No dejes que su edad te engañe. Tiene una mente aguda y una lengua igual de afilada. Ha sido así desde niña.
Bella sonrió, soltando una leve risita, pero esperó mi explicación.
—Leah ve cosas que pueden ser aterradoras… y a veces, malinterpretadas —expliqué, ladeando la cabeza hacia ella—. Puede ver o ha predicho muertes, pero no puede decir si es una muerte como la mía… o el final de la vida de alguien. Quiere leerte porque has sido esta… leyenda que no estábamos seguros de que se haría realidad. No tienes que verla si no quieres, Bella.
Bella gruñó, negando con la cabeza.
—Leyenda —bufó—. Así que Jacob Black es su hijo.
—Sí —respondí, dudando en si debía revelarle lo que era o no.
—Ella parece demasiado mayor…
—Él es mayor de lo que aparenta —dije, mirando un segundo hacia el fuego, pero luego regresé la mirada a ella—. No es uno de nosotros, pero creemos que es inmortal. Parece que dejó de envejecer a los veinticinco años. —Cuando sus cejas se alzaron, cedí. Jacob tendría que perdonarme, aunque conociéndolo, no le importaría—. Los Black están malditos desde hace mucho, mucho tiempo. Antes de mí. La historia familiar de Giselle es extraña. Las mujeres llevan un gen que hace que los hombres de su línea sanguínea se conviertan en cambiaformas. Durante generaciones, si nacía un niño, lo destruían. Cuando Leah tuvo a Jacob, ya era mayor, pero no pudo soportar la idea de dañarlo, así que Carlisle y yo juramos protegerlo.
—Eso es horrible —susurró Bella, frunciendo el ceño al mirarme—. Lo de matar… ¿por qué?
—Jacob se transforma en un lobo, uno malditamente grande, de hecho. Puede hacerlo desde que cumplió trece años. Carlisle cree que se activa en la pubertad. Pero hace mucho, les tenían miedo, así que mataban a los chicos antes de que pudieran transformarse. Las chicas no cambian. Por eso Giselle tuvo una hija, y su hija tuvo a Leah, pero Leah no pudo matar a Jacob; lo amaba.
—¿Y cuántos años tiene Jacob?
—Cincuenta y dos —respondí con una sonrisa.
—¡Guau!… Nunca lo adivinaría.
Riéndome, dije:
—Buenos genes, supongo. Pero en serio, toda la línea de sangre vive muchos años, incluso las mujeres. Leah tiene noventa y dos. Giselle y Sue vivieron casi hasta los cien.
—¿Y los padres? —preguntó ella.
—Parece que no importa —le respondí, encogiéndome de hombros—. Ninguno de los padres estuvo presente; no se quedaron.
—Oh —suspiró, frunciendo el ceño por eso, pero luego me sonrió dulcemente—. Entonces fue un lindo gesto de parte tuya y de Carlisle el haberse «quedado».
Sonriendo, besé su sien, enternecido por su naturaleza tan compasiva.
El teléfono de Bella vibró, y ella lo sacó del bolsillo.
—Es Alice. Solo está revisando cómo estoy.
Asentí y le sonreí mientras respondía rápidamente. Luego dejó el teléfono sobre mi mesa, observándolo por un momento.
—Tengo que empacar esta noche —suspiró, frunciendo el ceño, y esa expresión me preocupó.
—¿No estás contenta de volver a casa? Es Navidad.
—Sí y no —murmuró, con la mirada en nuestras manos entrelazadas—. Estoy muy cómoda aquí… Te voy a extrañar.
—Eso no tiene por qué suceder, dulzura —le dije, levantándole el rostro con suavidad—. Siempre puedes llamarme o escribirme.
Alargué la mano, tomé su teléfono y programé mi número.
—Listo —dije, devolviéndoselo con una sonrisa.
—Gracias —respondió en voz baja, mirándome—. Pero no es lo mismo. Te voy a extrañar.
Solté una risa suave y la abracé.
—Yo también te voy a extrañar, dulzura. Si te sirve de consuelo… estaba considerando seguirte. Es… parte de mi naturaleza. No puedo estar lejos de ti por mucho tiempo.
—¡¿En serio?! —exclamó, dándose la vuelta para mirarme de frente—. ¿Lo dices en serio?
Sonriendo y pensando que Esme tenía razón, asentí.
—¿Estarías bien con eso?
—¡Sí! —chilló, aunque de inmediato frunció el ceño—. Pero es Navidad. ¿No deberías estar con tu familia?
—Créeme, ellos lo entienden, especialmente Carlisle y Esme —le dije—. Ya he pasado suficientes fiestas con ellos, y probablemente los volvería locos de todos modos.
—¿Cuándo te veré? ¿Y qué les decimos a mi mamá? —preguntó.
Acariciándole el rostro, respondí:
—Nunca estaré lejos de ti, amor. Solo tienes que llamarme o escribirme, y ahí estaré. En cuanto a tu mamá… ¿no sabe que tienes un tutor de piano?
Bella resopló, rodando los ojos.
—No. Apenas si recuerda el nombre de esta escuela.
Fruncí el ceño por eso.
—¿No pregunta?
—No.
—Mmm —murmuré, pensando en el siguiente paso—. Bueno, lo resolveremos. Si no te sientes cómoda mintiendo…
—No hablo, Edward —me interrumpió—. No les he dicho ni una sola palabra en meses. Confío en ti. Eres tú a quien debemos mantener en secreto… así que lo que tú decidas…
Sonriendo, apoyé mi frente contra la suya, aunque lo que había dicho parecía tener un significado más profundo. Si confiaba en mí, especialmente lo suficiente como para hablar en voz alta, ¿entonces no confiaba en su propia madre? No iba a preguntarle eso todavía, pero aumentó mis ganas de escuchar sus pensamientos.
—Lo pensaré, Bella. Te lo prometo —le aseguré—. Me temo que no puedo ocultar lo que siento por ti, así que llegar como tu tutor puede no ser buena idea.
—O podrías hacerlo… pero no como un chico de veintidós.
Mis cejas se alzaron, pero tenía un punto. Podía vestirme como un chico de dieciocho años tomándose un año sabático antes de ir a la universidad. Pero simplemente dije:
—Ya veremos.
Frunciendo el ceño, solté un suspiro profundo, negando con la cabeza.
—¿Ves, dulzura?… a esto me refería. No es fácil mentir, engañar y tú sigues siendo humana, con padres que considerar, una vida que vivir…
—¡No me importa! —replicó con fuerza, negando con la cabeza—. ¿Acaso no todas las relaciones implican sacrificios y compromisos?
Solté una carcajada repentina.
—Sí, aunque normalmente no se trata de vida o muerte, Bella. Son cosas como a dónde salir en una cita, o quién es amante de los perros versus los gatos. O qué estación de radio se escucha en el auto. No si hay que mentirle a tus padres sobre el hecho de que tu novio tiene ciento veintidós años y su dieta se basa principalmente en venado y alce.
Bella estalló en carcajadas, y debo admitir que reí con ella. Era el sonido más dulce del mundo.
—Solo que… no está bien, dulzura —añadí, aún sonriendo mientras ella seguía riendo.
Ella se encogió de hombros.
—Solo sé cómo me haces sentir, Edward. Todo lo demás es… —Se quedó en silencio, pero entendí lo que intentaba decir, aunque su ceja se alzó—. ¿Novio?
Me encogí de hombros.
—Esa palabra me parece poca cosa, pero… es tan válida como cualquier otra, supongo. Eres mucho más que eso, Bella.
Se inclinó hacia mí, pero la detuve.
—No puedo besarte, dulzura…
—¿No puedes? ¿O no quieres? —preguntó, con las mejillas ruborizadas en el tono de rosa más dulce.
—Puedo. Y quiero. Muchísimo.
Se quedó callada, mirándome con algo de dolor en los ojos.
—Pero…
—Pero no voy a hacerlo… todavía.
Empezó a alejarse, pero la sostuve cerca.
—Bella, escúchame. Hoy hablamos de muchas cosas en esta habitación. Salieron muchas verdades, pero lo más importante es que tú has avanzado muchísimo. Quiero que tomes estas vacaciones de Navidad para pensar en todo.
—¿Y crees que un beso cambiará algo? —replicó.
—Sé que lo hará —susurré, deseándolo más que cualquier otra cosa en mi vida—. Dulzura, tienes que entender que… todo en nosotros atrae: el olor, la voz, la apariencia. La… la noche en que me convirtieron, Maria fue como un imán… fue como si me hubiera puesto bajo un hechizo cuando me besó. Pudo haber hecho conmigo lo que quisiera, y lo hizo. Yo te deseo… de verdad, pero quiero que pienses en lo que eso significa. Por favor. Esto… esto es importante para mí.
—¿Mi… sangre te molesta?
—No, amor. Solo quiero que estés segura… de todo.
Pareció pensarlo un momento, pero asintió.
—Está bien —concedió finalmente, aunque parecía adorablamente frustrada por ello, así que decidí distraerla.
—Tengo algo para ti —le dije, sonriendo un poco—. Tu regalo de Navidad.
—Yo no te he…
—No necesito nada, solo a ti… pero quería que tuvieras esto —le dije, levantándome del suelo y caminando hacia el escritorio. Abrí el cajón central, saqué un pequeño regalo envuelto y regresé con ella. Me senté en el sofá, palmeé el cojín a mi lado y se lo tendí—. Solo… bueno, ya verás.
Sonreí cuando empezó a romper el papel con cuidado y abrió la pequeña caja de terciopelo.
—Quería agregar algo a tu pulsera.
Ella dejó escapar un suave jadeo, sacando el dije. Era un corazón, que brillaba bajo la luz del fuego. Lo tomé de sus manos y lo sujeté junto al piano, solo para besarle la muñeca después.
—Era de mi madre —le susurré contra la piel—. Quiero que lo tengas tú.
Supongo que era simbólico a estas alturas. Ella sabía todo sobre mí -lo que era, lo que implicaría estar conmigo-, así que le estaba entregando mi corazón para que lo cuidara, y aun así me miraba con esos ojos dulces y amorosos, llenos de lágrimas.
—Nada de lágrimas —le rogué—. Ya hubo demasiadas por hoy, dulzura.
Ella asintió, secándoselas.
—Me encanta. Es hermoso. Gracias.
Su celular vibró sobre mi mesa, y ella suspiró y sonrió al mismo tiempo.
—Alice, seguro. Prometí que empacaríamos juntas y luego cenaríamos.
—Ve, Bella —le dije, besándole la coronilla—. Nos vemos durante tus vacaciones…
Ella sonrió, terminando mi frase.
—…si no es antes.
Nota de la autora (traducida): Así que Edward va a seguir a Bella hasta su casa… ¿De verdad pensaron que no lo haría? ;) Salieron muchas verdades a la luz, y aún quedan otras por discutir. Pero fue un gran avance para Bella.