Capítulo 13
22 de octubre de 2025, 10:37
.
Capítulo 13
Diciembre de 2001
BELLA
.
El traqueteo del tren era reconfortante. Una mirada por la ventana me hizo sonreír. Estaba nevando. Una capa ligera de blanco cubría todo, aunque el cielo era de un gris pálido.
Mis dedos jugaban con el corazón de cristal de mi pulsera mientras observaba el bosque pasar volando, solo para mirar a Alice al otro lado de la mesa. Nos separaríamos en Penn Station. Ella tomaría otro tren hacia Mississippi, y yo seguiría rumbo a Boston, donde Chelsea pasaría a recogerme. Ya me había enviado un mensaje.
No le había contado a Alice nada de lo que había pasado en el ala este. Me sentía un poco culpable por eso, pero ella parecía simplemente satisfecha con que yo estuviera bien.
Estaba más que bien. Estaba prácticamente flotando.
Después de pasar casi todo el domingo con Edward, luego de que todos los secretos salieran a la luz, todo tenía mucho más sentido. Pero aún más importante, el alivio de finalmente contarle a alguien -alguien que realmente se preocupaba- lo que había ocurrido la noche en que murió mi papá, me hacía sentir más ligera, como si ya no tuviera que cargar con ese peso. Soltarlo todo me hacía sentir casi eufórica, aunque también un poco mareada. Era como si hubiera estado envenenada por dentro, y Edward me hubiera ayudado a deshacerme de ello.
Sin embargo, seguía en silencio cuando no estaba con él, pero ahora me preguntaba si eso era solo por costumbre, o si alguna vez confiaría en alguien más que no fuera él.
Pensar en Edward me hizo sonreír. Había algunas cosas de las que estaba absolutamente segura. Él era, en efecto, un vampiro de ciento veintidós años que había nacido en la casa que ahora era mi escuela. Había esperado cien años por mí -su alma gemela- por lo que él había dicho que era la mejor parte de una predicción que le habían dado hacía mucho tiempo. Era rápido, fuerte, y viviría para siempre. Y a pesar de todas esas diferencias, seguía siendo mi Edward. Era dulce y amable y hermoso -por dentro y por fuera, aunque no le gustara admitirlo- y yo estaba completamente enamorada de él.
Bajé la mirada al nuevo diario azul que descansaba sobre la mesa frente a mí, sonriendo de lado. Lo había encontrado sobre mi mesa de noche -junto con una perfecta rosa color rosa- esa misma mañana, justo antes de salir del castillo para las vacaciones de Navidad. No lo había visto en todo el lunes, nuestro último día de clases, pero habíamos intercambiado mensajes. Aunque lo que había dentro del nuevo diario era lo que más me hacía sonreír.
Mi hermosa Bella:
Quiero hacer esto bien esta vez, dulzura. No deseo otra cosa que ser honesto en estas páginas. Ya no hay secretos entre nosotros, y sé que extrañas escribir en tu diario. También sé que te he dejado con cosas en qué pensar, cosas que quizás prefieras expresar aquí en lugar de hacerlo verbalmente.
Dicho eso, estoy muy orgulloso de ti. Y sé que no fue fácil contarme algo que llevabas tanto tiempo guardando, así que quiero darte las gracias por confiar en mí. Soy muy consciente de que probablemente fue lo más difícil que has hecho en tu vida.
Dulzura, quiero que te sientas libre de preguntarme lo que sea, ya sea aquí en el diario, en persona o incluso por mensaje. No hay nada de mí que esté fuera de tu alcance. Siempre te diré la verdad. De hecho, no tienes idea de lo difícil que fue para mí mantenerme dividido en dos personas después de la forma equivocada en que manejé las cosas al principio. Ya no quiero eso, Bella. Solo quiero honestidad y verdad entre nosotros.
Sé que te he dado mucho en qué pensar -decisiones que no son fáciles de tomar- durante estas vacaciones. Mis años son largos y mi experiencia es vasta, pero no voy a fingir que lo sé todo. No lo sé. No puedo imaginar lo difícil que es. En algunos aspectos, somos muy parecidos, pero en otros, tan distintos. Debes saber que jamás te obligaré a tomar una decisión respecto a esta vida, a estar conmigo. Ahora ya lo sabes todo, y eres tan inteligente, Bella. Te amo, más que a mi propia vida, y escucharte decir esas palabras de vuelta fue más de lo que alguna vez esperé, pero también sé que los cambios que tendrás que hacer no serán fáciles. Bajo ningún motivo te presionaré: respetaré la decisión que tomes.
Pase lo que pase, me encantaría tener el honor de verte en Año Nuevo. Sin presiones, no tienes que decidir nada, porque antes que nada fuimos amigos, y te voy a extrañar muchísimo. Sé que también extrañas a tu familia, que has estado un poco nostálgica, así que espero que disfrutes la Navidad, amor. No me atrevería a entrometerme en eso, a pesar de que estaré cerca, pero realmente me encantaría verte.
Tienes mi número, pero me gustaría que me prometas una sola cosa, mi dulce niña. Prométeme que si necesitas algo, no importa cuán insignificante te parezca, me llamarás o me escribirás. Incluso si solo necesitas hablar, si tienes una pesadilla o lo que sea… por favor, llámame. Nunca estoy lejos de ti.
Bella, te dejo este cuaderno. Dije en serio que podemos empezar de nuevo. No puedo disculparme lo suficiente por haberte engañado, ni agradecerte bastante por darme la oportunidad de contártelo todo. Me pareció justo que esta vez sea yo quien comience.
Mis disculpas por haberme colado en tu habitación, pero me temo que no tenía alternativa, ya que debía irme antes de que saliera el sol. No podré despedirme antes de que partas a casa. Necesitaba cazar, además de ocuparme de algunos asuntos en New York antes de dirigirme a Boston. Odié que tuviera que ser así, y te lo explicaré todo con detalle cuando -o si- te vea, pero necesitaba dejarlo listo antes de irme para poder estar disponible en caso de que me necesites.
De nada por tu regalo de Navidad. Al dártelo, me di cuenta de lo simbólico que se había vuelto. Ahora me tienes en corazón, cuerpo y alma. Me has dicho más de una vez que temes que me canse, y entiendo que sientas que otros se han rendido contigo, pero te prometo, mi Bella, que no voy a irme a ninguna parte. No puedo hablar por los demás, ni lo intentaré, pero tú eres mi vida ahora.
Te amo.
E.
Sonriendo al ver la información del hotel que había dejado para mí al final, cerré el cuaderno.
Si algo podía decir de esa nota, era que era la mejor que me había escrito. Era todo lo que el Fantasma de Masen no había sido y todo el corazón de Edward, ahí, sobre el papel, con su hermosa caligrafía. Había dejado la decisión en mis manos. Por completo. Y aunque sabía, sin lugar a dudas, que lo amaba, también sabía que había mucho que pensar. Tenía razón: todo debía cambiar, pero su verdadera naturaleza tendría que seguir siendo un secreto, estar oculta. Lo llamaba interpretar un papel, y me encantaba que confiara en mí con la verdad. Tenía que mostrarse como una persona ante el mundo humano que lo rodeaba, y lo entendía. También comprendía que, para estar con él, yo tendría que aprender a interpretar un papel también, y que no sería fácil. Tendría que mentirles a mi familia y amigos para protegerlo a él… a él y a su familia.
Si el doctor y la señora Cullen estaban preocupados, no lo demostraron. Habían estado en la estación, despidiéndonos a todos. Me habían saludado con la mano y sonrisas, y cuando empecé a disculparme por quitarles a Edward en Navidad, el Dr. Cullen simplemente se había reído entre dientes, me había apretado el hombro y me dijo que Edward estaba haciendo lo mejor para él, que no me disculpara.
Cuando el bosque comenzó a dar paso a la ciudad, alcé la vista hacia Alice. Por más que deseaba compartir todo, sabía que no podía. Al menos no de inmediato. Esta era una decisión que debía tomar yo sola, una realidad que debía aceptar, y aunque confiaba en ella, necesitaba hacerlo por mi cuenta. Sin embargo, sabía que Alice estaba enamorada de Jasper, y Edward me había dicho que Jasper sentía lo mismo, solo que parecía resistirse, mientras que Edward había cedido. Me dijo que era difícil resistirse al llamado de un alma gemela, y que él ya no quería luchar más. Pero también admitió que no entendía cómo Jasper había aguantado tanto. Edward explicó que mantenerse lejos de mí, no ser honesto, no poder expresar lo que sentía había empezado a volverse doloroso, que Jasper tenía la pequeña ventaja de poder manipular las emociones de Alice. No estaba segura de cómo me sentía con respecto a eso, pero Edward me prometió que hablaría con él.
Realmente no tenía idea de cómo podríamos tener una relación Edward y yo, pero supongo que eso formaba parte del panorama completo. Casi no me importaba si teníamos que mantener nuestro amor en secreto, al menos por un tiempo. Sin embargo, lo único que sí sabía era que lo amaba, que confiaba en él, y que, por primera vez en mi vida, le había contado a alguien la historia de la noche en que mi padre murió.
Lo que no esperaba eran los sentimientos que vinieron al liberar esa historia tan horrible. Me sentía un poco expuesta, increíblemente vulnerable, un tanto vacía y emocionalmente desgastada, pero también comencé a notar huecos en mi relato… o tal vez momentos faltantes en mi memoria. Quería saber qué había puesto tan tenso a mi padre meses antes de que nos asaltaran. ¿Por qué estaba tan enojado? ¿Sabía que alguien vendría? ¿Pasó algo en su trabajo que lo asustó? Nunca lo había pensado antes, aunque llevaba tanto tiempo encerrada en mi propia mente que no era sorprendente.
El problema era… que no sabía a quién podía preguntarle. Cualquier mención de mi papá o de esa noche ponía nerviosa y molesta a mi mamá. Phil no había estado presente en esa época. La única persona en la que podía pensar era Chelsea, y no sabía qué tanto podría decirme.
—¿Estás bien? —preguntó Alice, sacándome de mis pensamientos.
Asentí, sonriéndole. Alcé las cejas al darme cuenta de lo rápido que había pasado el trayecto hasta Penn Station. Fruncí el ceño, mirándola.
—No te preocupes. Parecía que estabas tomando decisiones —afirmó, señalándose la sien con un gesto sabio—. Te dejé tranquila. Yo… espero que encuentres algunas respuestas, Bella —dijo mientras recogía sus cosas—. ¿Me escribes? ¿Un mensaje, un correo?
Me levanté al mismo tiempo que ella, y nos abrazamos.
—Feliz Navidad, Alice —le susurré al oído.
Sonrió y se apartó.
—Igualmente. Me cuentas qué te regalan.
Me reí por lo bajo.
—Como si no fueras a verlo.
—Cierto —respondió con una carcajada y un movimiento de mano al alejarse del tren—. Pero ¡igual me lo puedes contar! —gritó antes de desaparecer.
oOo
Cuando el tren llegó a Boston, ya me había quedado dormida un par de veces, pero nunca profundamente. Tenía demasiado miedo de tener una pesadilla, lo cual habría sido vergonzoso si despertaba gritando.
Solo había traído una maleta, pensando que podía usar la ropa que había dejado en casa, así que no tuve que esperar por nada. Encontré a Chelsea junto al estante de revistas, tal como había dicho, y corrí hacia ella.
—¡Mi niña preciosa! —exclamó, abrazándome con fuerza y balanceándome de un lado a otro—. Cielos, Bella… Creo que estás más bonita.
Solté una risita y puse los ojos en blanco, alejándome un poco para dejar que me examinara. Me sostuvo la cara entre las manos, sonriendo con calidez mientras me miraba de arriba abajo.
Entrecerró los ojos al fijarse en mi rostro.
—Hmm, hay algo diferente en ti. Estás prácticamente brillando. Esa escuela te sienta bien. Debe gustarte.
Asentí y le sonreí ampliamente.
—Eso es muy bueno, cariño. Leí tu boletín. Vas de primera en tu clase —explicó, sonriendo cuando me encogí de hombros—. Vamos, niña tonta. Vamos a casa. Preparé tus favoritos para esta noche.
Me llevó hasta su auto, guardando mi maleta en la cajuela. Cuando me senté, mi celular vibró en el bolsillo. Al sacarlo, no pude evitar sonreír al ver el mensaje de Edward, y respondí de inmediato.
E – Solo quería asegurarme de que llegaras bien a Boston, Bella.
B – Acabo de llegar. Estoy con Chelsea ahora.
E – Bien. Diviértete. Estaré en la ciudad mañana, dulzura. Llámame si me necesitas.
B – Lo haré. Lo prometo. Te amo… te extraño.
E – Yo también te amo, mi Bella.
Tuve que morderme el labio para controlar a mi pequeño ejército de mariposas armadas hasta los dientes en el estómago. Me pregunté si siempre se alborotarían así cuando Edward me dijera que me amaba. Esperaba que sí.
—Hmm, tal vez no es la escuela, sino alguien en ella lo que te tiene tan sonriente y resplandeciente —bromeó Chelsea desde el asiento del conductor mientras se incorporaba a la calle.
Sentí cómo se me encendía el rostro y me encogí de hombros, luego asentí.
—Tal vez —dije al fin en voz baja.
Chelsea soltó una carcajada, fuerte y alegre.
—Bien por ti, cariño. ¿Vas a contarme sobre ese chico o qué?
Negué con la cabeza y susurré:
—Todavía no. Y por favor, no le digas nada a mamá. No estoy…
Chelsea me miró, su rostro jovial poniéndose serio de inmediato.
—Está bien, Bella. No hay problema.
Cambió de tema rápido, contándome todas las noticias y chismes recientes: qué estaban haciendo los vecinos, quiénes se estaban divorciando y cómo su hijo la estaba rompiendo en la universidad. Cuando entramos en mi calle, me sorprendió ver los autos de mamá y Phil estacionados frente al garaje.
Chelsea soltó una risa.
—Tuve que amenazarlos a los dos, no solo para que dejaran el día libre, sino para que me dejaran a mí el honor de recogerte. Te extrañé, Bella.
Sonriendo, me incliné y le di un beso en la mejilla.
—Yo también.
Entré a la casa y la encontré ya decorada para Navidad. Sentí una pequeña punzada por habérmelo perdido, ya que normalmente lo hacíamos después de Acción de Gracias, pero el lugar se veía increíble.
—Quería esperarte, pero tu mamá insistió en que decoráramos con el resto del vecindario —explicó Chelsea una vez estuvimos dentro, aunque su sarcasmo era más que evidente—. Como si me importara un carajo lo que haga la vieja de la esquina.
Solté una risita y suspiré. Algunas cosas nunca cambiaban. Chelsea, a pesar de que su sueldo dependía de hacer lo que mi madre decía, realmente no tenía paciencia para «mantener las apariencias».
Escuché la voz de mi mamá.
—¿Bella, eres tú?
Me giré sobre mis talones, sonriendo al verla. La había extrañado. Corrí hacia ella y la abracé, saludando con la mano a Phil, que se apoyaba contra la pared. Sonreía mientras nos observaba.
—Bienvenida a casa, Bells —dijo.
Sentí un leve tic en el ojo al oír el apodo que solo mi papá solía usar, pero al sonreír para saludarlo, me di cuenta de que nunca le había dicho que no me gustaba que me llamara así.
Mamá me sostuvo el rostro entre las manos, sonriéndome.
—Dios, Bella, estás aún más hermosa. Lo siento mucho por lo de Acción de Gracias. Quise avisarte antes, pero no supimos si iríamos hasta unas semanas antes.
Sonriendo, la detuve posando mis dedos sobre sus labios.
—Está bien. Me divertí.
La sala entera se quedó en silencio. Mi mamá inhaló con fuerza al oírme hablar en voz alta por primera vez desde mucho antes del último verano. Chelsea sonrió como el gato de Cheshire, pero simplemente pasó junto a nosotras camino a la cocina. Mi mamá parecía a punto de llorar, pero los ojos de Phil se entrecerraron al mirarme. Lo ignoré todo, recogí mi maleta y señalé las escaleras.
—Sí, claro. Ve a dejar tus cosas en tu cuarto, Bella —dijo mamá, regalándome una sonrisa temblorosa—. Arréglate un poco. Comeremos cuando estés lista.
Asentí y subí las escaleras. Evité la sexta, simplemente porque odiaba el sonido que hacía. No solo crujía fuerte, sino que era un sonido que siempre aparecía en mis pesadillas. Ya la evitaba antes, y probablemente lo haría siempre.
Mi cuarto estaba exactamente igual. Intacto, salvo que parecía que Chelsea había cambiado las sábanas y quitado el polvo. Al mirar alrededor, tuve que sonreír al notar cuán diferente era mi habitación comparada con el dormitorio que compartía con Alice. En la escuela, todo era madera oscura, cortinas rojo oscuro y alfombras gruesas. Mi cuarto en casa tenía muebles blancos, pensados para una niña, con rosas y lilas por todas partes, y alfombra color beige claro. De pronto, extrañé tanto el castillo que me dolió el pecho.
Con una respiración profunda, dejé mis cosas, fui al baño a refrescarme y bajé nuevamente. La cena estuvo tranquila. De hecho, la casa se mantuvo así de silenciosa durante los días siguientes. Phil trabajaba durante el día, y a veces mi mamá, Chelsea y yo salíamos de compras o a almorzar.
Edward me había escrito cuando llegó a su hotel, y de vez en cuando me mandaba mensajes dulces que decían simplemente «Te amo» o «Te extraño», pero por lo demás, me daba espacio. Parte de mí lo agradecía, pero otra parte lo necesitaba a un nivel que no comprendía. Me descubrí temblando por las ganas de llamarlo, pero no lo hacía. Aguantaba porque no siempre eran los momentos más apropiados. No estaba lista para compartirlo con mi familia, y tampoco estaba lista para que supieran que había una persona con la que sí podía hablar.
No fue sino hasta la noche antes de Nochebuena que cedí. Me desperté sudando, temblando por una pesadilla. La casa estaba completamente en silencio, salvo por el tic-tac del reloj en mi pared. Rebusqué entre las sábanas, me senté y me froté la cara, hasta que al final tomé el celular. Consideré enviarle un mensaje, pero terminé marcando. Contestó antes del segundo timbre.
—¿Bella?
—Hola —suspiré, dejándome caer nuevamente sobre la almohada al oír la voz aterciopelada que tanto había necesitado.
—Dulzura, ¿qué pasa?
Tragué saliva con nerviosismo y volví a suspirar.
—Una pesadilla.
—Lo siento —respondió suavemente—. No es real, amor. Te lo prometo, nadie volverá a tocarte jamás.
—Siempre dices eso…
—Porque lo digo en serio —replicó con una risa sexi, aunque nerviosa, y casi podía imaginarlo pasándose los dedos largos por el cabello—. No… No sé cómo explicarlo, Bella, pero es la razón por la que estoy aquí en Boston. No puedo evitar protegerte. Es… ¿Cómo lo digo sin asustarte?
—¿Instinto? —sugerí, sonriendo cuando él soltó una risita.
—Bueno, parece que no te asusta. Sí, exactamente, amor. Instinto —confirmó—. Bella, mantenerte a salvo se ha convertido en mi prioridad número uno. Sé que suena… intenso, pero no puedo evitarlo. Comenzó casi en el mismo momento en que entraste al castillo.
No pude evitar sonreír un poco ante eso. Me había contado sobre su lucha, sobre cómo no estaba preparado para mí.
—¿Edward?
—¿Sí, dulzura?
—Gracias por el diario… y por la rosa —le dije, sentándome y sacando el cuaderno azul de mi mesa de noche. Había arrancado un pétalo y lo había prensado en la parte inferior de su entrada antes de salir del colegio.
—No hay de qué —dijo, y su voz bajó un poco de tono—. Lamento no haber podido despedirme. Quería, de verdad. Quería viajar contigo en el tren, pero necesitaba ver al abogado en New York primero.
—Está bien.
—Bien —suspiró aliviado, y tuve que sonreír, porque a pesar de todo lo que habíamos confesado en el ala este, a pesar de todo lo que había visto en su larga vida, había una parte de Edward que estaba tan nerviosa como yo, y eso me encantaba.
—¿Edward?
Soltó una risa baja.
—¿Sí, dulzura?
—Te amo.
—Dios, Bella… Yo también te amo.
—Y quiero verte en Año Nuevo.
Jadeó.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Estás segura? Bella, no quería presionarte. Sé que dije que te daría tiempo…
—Sí, estoy segura —respondí, riendo un poco.
Quería decirle que no necesitaba tiempo, que tres días lejos de él ya era demasiado, aunque en la escuela podíamos pasar ese mismo tiempo o más sin vernos. Había algo reconfortante en saber que al menos estaba en el mismo edificio que yo, pero aquí, en casa, era diferente. Estaba a solo unas cuadras -realmente a un corto trayecto en taxi- y aun así sentía que estaba fuera de mi alcance.
Quería decirle que lo necesitaba, no tiempo. Que había dicho la verdad cuando estábamos en su habitación, que él me hacía sentir como yo misma, como si fuera real otra vez. Durante años después de la muerte de mi padre, después de que me recuperé, me sentí superficial, frágil, como una sombra dentro de mi propia casa. Y desde que volví, ese sentimiento había regresado. En Masen Manor, cuando estaba con Edward, me sentía completa.
—Entonces ahí estaré, amor —prometió—. Pasaré por ti. Déjame a mí todo, incluso qué decirles a tus padres, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Confío en ti —le dije.
—Lo sé, y no tienes idea de lo que eso significa para mí —murmuró suavemente, aunque sonó increíblemente sexy en mi oído, hasta que lo arruiné con un enorme bostezo, lo que hizo que soltara una risita.
—Duerme un poco, Bella. Nos veremos pronto…
—Si no es antes —lo interrumpí, esperando en el fondo que fuera antes de una semana.
—Absolutamente —suspiró con una dulce risa—. Feliz Navidad, Bella.
—Feliz Navidad, Edward.
oOo
Estaba sentada frente al piano, con partituras esparcidas por toda la parte superior de mi piano de cola. Tenía una melodía en la cabeza que no lograba encajar del todo. Había estado escribiendo, tocando, probando y borrando durante toda la mañana. Estuve a punto de llamar a Edward para que me ayudara, pero me lo pensé mejor. Mi madre tenía a un par de vecinas en la cocina, charlando animadamente.
La Navidad había ido y venido, y ahora estaba contando los días para ver a Edward en Año Nuevo. Había sido una celebración extraña. Celebramos con Chelsea en Nochebuena, y Phil invitó a algunos compañeros de trabajo a cenar el día de Navidad. Los tres hombres me pusieron nerviosa, así que me mantuve en silencio. Apenas terminamos de comer, escapé a mi habitación y pasé el resto de la noche texteando con Alice, quien ya había visto que mi madre me había regalado un portátil nuevo. Me alegré de que no fuera una repetición del año anterior; entonces, tuve un ataque de pánico porque uno de sus amigos me resultó escalofriantemente familiar. Por suerte, ese mismo tipo no habló mucho esta vez, así que logré salir del comedor rápido.
Una nota desafinada rompió el aire y fruncí la nariz, levantándome para borrar lo que había escrito, pero al intentar corregirlo, la punta del lápiz se rompió. Solté un suspiro profundo y eché un vistazo alrededor de la biblioteca buscando otro lápiz, pero no vi ninguno. Caminé hasta el viejo escritorio de mi padre y me senté en su silla. No pude evitar sonreír al percibir el olor a cuero viejo y a su colonia, que subía desde la tapicería. En lugar de ponerme triste, me hizo recordar cuando me sentaba en su regazo mientras me contaba con qué clase de tipos malos lidiaba esa semana.
Abrí el cajón del medio, buscando algún lápiz de repuesto o un sacapuntas, solo para evitar tener que subir las escaleras. Revisé el cajón de la derecha y luego el de la izquierda. Estaba a punto de rendirme cuando miré de nuevo en el izquierdo. Aparté cinta adhesiva, clips y post-its, hasta que me detuve al notar algo extraño en el fondo de madera del cajón. Parecía suelto, o descolocado de alguna manera.
Eché un vistazo hacia la puerta de la biblioteca y escuché cómo las mujeres en la cocina reían con fuerza. Volví al cajón, retirando con cuidado y en silencio los objetos que había dentro. Encontré un abrecartas en el cajón del medio y lo usé para hacer palanca en el fondo suelto. Pero no solo estaba suelto… era un fondo falso. Debajo había un sobre manila con el nombre de mi papá escrito en el exterior. Noté que había sido enviado a su oficina, no a nuestra casa.
Saqué el sobre grande y, asegurándome de que no hubiera nada más debajo, dejé caer nuevamente el fondo falso en su lugar. Me temblaban las manos mientras observaba el nombre de mi papá. Siempre había sido honesto y abierto, así que no estaba del todo segura de querer ver qué había escondido… pero no pude detenerme.
Eché un vistazo dentro y vi solo un montón de papeles, así que los saqué y los puse sobre el escritorio. Había una carta encima, del despacho de investigaciones privadas de Harry Clearwater.
Apreciado Sr. Charles Swan:
Acá encontrará las pruebas que solicitó. Sus sospechas eran correctas, como podrá ver en las pruebas fotográficas que le envío. Todas las imágenes están marcadas con fecha y hora para su conveniencia.
Además de entrevistar a compañeros de trabajo, vecinos y amigos del hombre en cuestión, también hice una verificación de antecedentes, la cual también adjunto. Sin embargo, podrá ver que Phil Dwyer se encuentra con su esposa varias veces a la semana, principalmente durante el día.
En cuanto a Chelsea Redding, puede estar tranquilo sabiendo que no se observó ninguna actividad sospechosa. Ella sigue una rutina bastante estricta, su situación financiera es un poco ajustada -aunque eso es de esperarse, ya que gran parte de su salario se destina a la matrícula universitaria de un tal Timothy Reddin-, y rara vez se desvía de sus breves trayectos para recoger a Isabella y llevarla a casa desde la escuela.
Si podemos ayudarle en el futuro, por favor hágamelo saber.
Atentamente,
Harry Clearwater
Mi corazón se detuvo por completo. Aparté la carta a un lado y empecé a revisar las fotos. Al principio eran algunas de Chelsea haciendo su rutina diaria, y en algunas salía yo. Pero fue más adelante en el montón de fotografías que las lágrimas empezaron a llenarme los ojos.
Phil y mi madre aparecían captados fuera del trabajo de él, afuera de un hotel, en su auto, incluso en el parque no muy lejos de su oficina. Y no era tanto que hubieran sido fotografiados besándose, abrazándose o mirándose con ternura… Eran las malditas fechas. Todo mi cuerpo empezó a temblar al ver que esas imágenes habían sido tomadas varios meses antes de la muerte de mi papá.
Ahora entendía por qué mi padre estaba tan enojado antes de morir.
Un movimiento en la puerta hizo que alzara la vista de golpe. Ver a mi madre no hizo más que hacerme perder el control. Levanté una de las fotos de ella y Phil en el auto, con el labio temblando de pura rabia.
—Chelsea hizo ese pastel de chocolate que tanto te gus…
—Le fuiste infiel —escupí entre dientes, intentando controlar el volumen. No era momento para que el pánico se apoderara de mí por hablar demasiado alto—. ¿Engañaste a papá? ¿Le fuiste infiel?
Mi madre se quedó paralizada, como un venado cegado por las luces. Su boca se abría y cerraba, como un pez en una pecera, y tuvo el descaro de negar con la cabeza.
—¿No? —repliqué, avanzando hacia ella con el montón de fotos en la mano. Con cada una que deslizaba hacia atrás en el montón, ella se estremecía. Me imaginaba que ser sorprendida en plena acción debía de ser un poco… impactante. Por la expresión de espanto en su rostro, podía ver que no tenía idea de que papá lo supiera—. ¿Cuánto tiempo? —le pregunté, clavando los ojos en ella.
—B-Bella… —tartamudeó, mirándome a los ojos.
Pude imaginar lo que pasaba por su cabeza. No les había dicho más de diez palabras en un año, pero ahora estaba ahí, enfrentándola por esto. Alcé las cejas con impaciencia, esperando una respuesta.
—U-Unos seis meses antes de que Charlie muriera —murmuró. Cuando me di la vuelta para volver al escritorio, empezó a balbucear—. N-No sabíamos cómo decírtelo, Bella. Lo escondimos y lo sentimos, pero…
Lanzándole una mirada fulminante, negué con la cabeza y volví a meter todo en el sobre manila. Las manos me temblaban, y estaba a punto de que se me doblaran las rodillas, pero tenía que salir de esa casa. Tenía que alejarme de ella, o haría o diría algo de lo que me arrepentiría… o algo que me llevaría directo a una crisis.
Agarré el sobre y me dirigí a la puerta.
—¡Bella, no podíamos decírtelo! —se justificó, agarrando la manga de mi suéter—. ¡No estabas… bien! Todo te alteraba…
Apretando los dientes, solté con desprecio:
—Tampoco es que te hayas esforzado mucho, ¿cierto?
Deslizándome a su lado, subí corriendo las escaleras y entré a mi habitación. Cerré la puerta de un portazo y fui directo al clóset. Me estaba poniendo el abrigo cuando alguien golpeó suavemente la puerta. Le lancé una mirada fulminante a Chelsea cuando asomó la cabeza.
—Cariño, ¿qué pasa? Escuché unos…
Se calló en seco cuando levanté un dedo para que no hablara.
Caminé hasta la cama y agarré el sobre. —¿Tú sabías? —le pregunté simplemente.
Sacó el fajo de papeles hasta la mitad, sólo necesitó ver la primera foto y la fecha estampada en ella. Su expresión preocupada se transformó al instante en algo parecido a la furia.
Negó lentamente con la cabeza. —No, querida, no lo sabía. Lo sospechaba, pero jamás creí que ella le haría eso a Charlie —dijo, y su rostro era abierto, honesto, y con un leve matiz de sorpresa cuando me devolvió el sobre. Ladeó la cabeza al mirarme—. ¿A dónde vas, Bella?
—Afuera.
Asintió, y tomó mi gorro de lana de la mano. Alisó mi cabello con suavidad, me lo acomodó sobre la cabeza y luego me envolvió mejor la bufanda. Finalmente, me tomó el rostro entre las manos, alzándome un poco para besarme la mejilla.
—Tienes a alguien con quien hablar —dedujo. No fue una pregunta. Cuando asentí, una pequeña sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca—. Bien. Pero recuerda tu hora de llegada… y abrígate.
Desvié la mirada ante el sonido de alguien subiendo las escaleras, pero Chelsea suspiró hondo, como si tratara de encontrar su propia paciencia. Ambas nos relajamos al oír la puerta del dormitorio de mi madre cerrarse con un clic.
—Ve, Bella. Yo me encargo de ellos —ordenó, entregándome el sobre y mi billetera, y empujándome fuera de mi cuarto.
Bajé las escaleras a toda velocidad y crucé el vestíbulo, abriendo la puerta principal de un tirón. El frío me golpeó como una pared de ladrillo, pero casi salí corriendo desde el primer paso sobre la acera. Necesitaba a Edward. Necesitaba verlo o me derrumbaría. O tal vez lo necesitaba precisamente para poder derrumbarme. No estaba segura.
Al llegar a la esquina, levanté la mano para detener un taxi y susurré el nombre del hotel. El trayecto no tomó ni diez minutos, y lancé unos billetes al conductor antes de bajarme. Nada me golpeó del todo hasta que estuve sola en el ascensor. De pronto, me dolía el pecho, las manos me temblaban y las lágrimas corrían sin control por mi rostro. Apenas podía respirar, mucho menos ver, mientras me tambaleaba por el pasillo hasta el fondo.
Toqué la puerta de la habitación 1056, el sonido amortiguado por los guantes y por lo mucho que me temblaban las manos. La puerta se abrió antes de que terminara de golpear, revelando lo único que necesitaba más que el aire.
—Cristo, Bella —susurró Edward, estirando los brazos hacia mí—. ¿Qué pasó?
De inmediato, me envolvieron unos brazos tan fuertes como el acero, justo antes de que me desplomara en el suelo. Apenas registré el sonido de la puerta cerrándose tras de mí cuando todo se desmoronó.
oOo
EDWARD
—No, Jasper —gruñí al teléfono, negando con la cabeza mientras caminaba de un lado a otro—. Seguí a Phil durante dos días completos antes de que se fuera por Navidad. Simplemente va al trabajo y luego a casa. Una vez almorzó con unos compañeros, pero parecía algo de la oficina, una celebración navideña o algo así.
—¿Y la mamá? —preguntó.
—Ha estado en casa con Bella —suspiré, mirando por la ventana del hotel. La nieve por fin se había detenido y había salido el sol. Estaba atrapado adentro hasta esta noche—. No hay nada que ver ahí.
—Hermano, ¿y ese tipo del que leíste en su diario? El que dijiste que la hizo entrar en pánico la Navidad pasada.
—Mmm, sí, definitivamente quiero ver a ese tipo —mascullé con desprecio—. Mi suposición es que la mente de Bella intentaba advertirle algo, pero… no lo sé, Jasper —solté un suspiro profundo, pasándome las manos por el cabello y echando un vistazo a la computadora que había estado usando no solo para seguir las finanzas de la escuela, sino también para buscar más información sobre la situación de Bella—. Nos estamos perdiendo de algo importante...
Mi voz se desvaneció porque escuché el timbre del ascensor al fondo del pasillo. Y no fue siquiera el sonido del elevador lo que captó mi atención, sino la ausencia de pensamientos cuando unos pasos se apresuraron por el pasillo. Inhalé profundamente, y mi corazón inmóvil se ensanchó: flores, fruta, Bella.
—Jasper, tengo que colgar —murmuré, finalizando la llamada antes de que pudiera decir algo.
Lancé el teléfono a la cama y corrí hacia la puerta. Ella tocó suavemente dos veces, pero abrí antes de que diera el tercer golpe. No estaba seguro de qué esperaba, pero no era a esta chica rota y hermosa que prácticamente se desplomó al entrar.
—Cristo, Bella —solté, levantándola en brazos estilo nupcial—. ¿Qué pasó?
Ella solo respondió con los sollozos más desgarradores, enterrando el rostro en mi cuello mientras cerraba la puerta del cuarto de una patada. La llevé hasta el sofá de la suite, sentándome con ella aún en mi regazo. La mecí lentamente, abrazándola con toda la fuerza que me pareció prudente, porque parecía que no podía acercarse lo suficiente. Le hice un rápido repaso mental, asegurándome de que no estuviera herida, pero lo único distinto era el gran sobre manila que tenía en la mano.
Tiré de él con cuidado hasta liberarlo de sus dedos enguantados. Vi el nombre de su padre en la etiqueta, pero lo dejé a un lado. Ella era más importante en ese momento, aunque estaba casi seguro de que su reacción era consecuencia de lo que había en ese paquete.
—Bella, dulzura… respira por mí —la calmé, quitándole el gorro de lana y pasando mi mano por su cabeza y por su espalda—. No puedo ayudarte si no sé qué pasa…
—Lo sé… Lo siento —sollozó con hipo.
—No lo sientas —murmuré, alzando la vista hacia su rostro dulce cuando se apartó un poco—. ¿Qué pasó, dulzura?
Todo su cuerpo temblaba, pero su rostro era pura rabia, enojo… y algo que debía decir que era traición, mientras se quitaba los guantes y la bufanda con movimientos bruscos y los dejaba a un lado. Le limpié las lágrimas con los dedos, sintiéndome completo por primera vez en días. Habíamos estado separados demasiado tiempo, pero yo había hecho mi mejor esfuerzo por darle espacio, por dejar que tomara su decisión.
—Estaba en el escritorio de mi papá… él había escondido eso —dijo, señalando el sobre, pero sus fosas nasales se ensancharon y apretó los labios en una línea tensa—. ¡Lo engañaron! ¡Mi mamá y Phil… f-f-f… le fueron infieles a mi papá!
Quise sonreír por el casi improperio que soltó, pero no lo hice. En su lugar, comprendí de pronto por qué Charlie Swan pudo haber perdido completamente el control meses antes de su muerte.
—Y mi papá lo sabía, Edward —susurró, con más lágrimas deslizándose por su hermoso rostro—. Debió de dolerle tanto.
—Y estaba furioso, seguro —asentí, extendiendo la mano hacia el paquete—. ¿Puedo, Bella? —le pregunté, y ella asintió.
Se deslizó lentamente de mi regazo, y aunque odié perder su contacto, al menos se quedó bastante cerca, apoyando la mejilla contra mi brazo.
Saqué todo del sobre y lo coloqué sobre mi regazo. Fruncí el ceño al leer que Charlie no solo había investigado a su esposa, sino también a la ama de llaves. Me alivió que Chelsea hubiera salido limpia -habría destrozado a Bella-, pero al parecer él sospechaba lo suficiente de su esposa como para haberla hecho seguir.
Tenía todo el caso en mis manos. Las primeras fotos eran de Chelsea recogiendo a una Bella de trece años en la escuela, pero negué lentamente con la cabeza al ver la evidencia condenatoria de la traición de Renee. Cada foto tenía fecha y hora, y eran de varios meses antes del robo. La mayoría eran durante el día, pero había una en un bar por la noche. Dejé las fotos a un lado y tomé un informe de antecedentes de Phil Dwyer. No tenía nada que no hubiera visto antes, salvo algunos nombres de amigos que eran nuevos para mí. Por lo demás, el mismo callejón sin salida respecto a la muerte de Charlie. Ese pensamiento me hizo dejar todo a un lado y volverme hacia la dulce y sollozante chica a mi lado.
Me giré un poco, tomándole el rostro entre las manos.
—Aparte de todo eso, ¿qué fue lo que te hizo venir hasta aquí?
Ella tragó saliva, nerviosa.
—¡Le grité a mi mamá! —dijo.
—Oh —suspiré, frunciendo el ceño, pero me incliné a besarle la frente—. ¿Te dio pánico?
Negó con la cabeza, mirando hacia sus manos entre las nuestras. Jugaba con su pulsera, especialmente con el corazón que le había dado.
—No —respondió, molesta—. Estaba demasiado furiosa para entrar en pánico.
Sonreí brevemente, porque era demasiado adorable, incluso estando molesta.
—Se nota —murmuré.
Su boca se curvó en una fugaz sonrisa, pero se inclinó hacia mí. La abracé con fuerza.
—Solo necesitaba alejarme de ella —murmuró contra mi pecho—. No puedo creer que le haya hecho eso a papá. Simplemente no puedo.
Le besé la coronilla.
—¿Y cómo reaccionó, dulzura? ¿Cuando la enfrentaste?
Bella se apartó un poco.
—Oh, intentó mentir, pero… le mostré las pruebas, ¿sabes? Y entonces… me echó la culpa a mí, por estar…
—Incapacitada —completé.
Bufó, rodando los ojos hacia mí.
—Lo dijiste con suavidad. Dijo que yo reaccionaba mal a todo, así que lo ocultaron —de pronto, su postura se desplomó en señal de derrota—. Tal vez sí lo hacía —negó lentamente con la cabeza—. Dios… ¿qué tan mal estaba?
Le tomé el rostro entre las manos.
—Isabella, estabas en shock, de duelo y traumatizada, sin mencionar que habías resultado gravemente herida. Nadie debería culparte por cómo reaccionaste. Y si lo hacen, ese es su problema. ¿Lo entiendes?
Suspiró y luego asintió.
—¿Cómo haces eso?
—¿Hacer qué?
—Hacer que todo esté bien.
Reí, volviéndola a abrazar.
—Es mi nuevo trabajo. Y me gusta mucho.
Se acurrucó en el hueco de mi cuello, inhalando profundamente, pero pude sentir su sonrisa contra mi piel.
—Te extrañé.
—Yo también, amor mío.
La abracé unos momentos en silencio, hasta que volvió a apartarse y me miró con el ceño fruncido y la nariz ligeramente arrugada.
—Maldición, olvidé tu regalo de Navidad.
Solté una carcajada, negando con la cabeza.
—Sobreviviré, te lo aseguro.
Desvió la mirada hacia el montón de fotos, frunciendo el ceño.
—Probablemente eso fue lo que hizo que mi papá se pusiera tan furioso antes de morir —murmuró, más para sí misma que para mí.
Oh, si tan solo pudiera entrar en su mente… pero sabía leer su hermoso rostro bastante bien. Las ruedas estaban girando, los hechos aún no cuadraban del todo, y las preguntas le daban vueltas en la cabeza. Pero también había miedo. Prácticamente podía sentirlo. Casi no quería saber la verdad.
—Tal vez —dije con cautela, pero ella me miró fijamente.
Entrecerró los ojos.
—Tú sabes algo…
Negué con la cabeza.
—No, Bella, no lo sé. Debo confesarte que he investigado… —hice una mueca—. He estado averiguando lo que pasó esa noche, pero no he encontrado nada.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque te amo, y me habías dicho —bueno, a FM realmente— que aún te daban miedo esos hombres, que volvieran. Solo… quería saber. Quería ver si podía ayudar. Sé que lo clasificaron como un caso archivado, pero pensé que tal vez, con otra perspectiva, con algunos contactos no tan legales y con el hecho de que puedo leer mentes… tal vez conseguiría respuestas. No he llegado muy lejos, y no era mi intención entrometerme, pero… no podía dejar que siguieras con miedo, dulzura. No puedo evitarlo —balbuceé, preparándome para su posible enojo.
Ella negó con la cabeza, y por un instante, creí que estaría furiosa conmigo por haber actuado a sus espaldas. Jasper casi había apostado que se enojaría por ser entrometido, pero su boca quedó entreabierta. Frunció un poco el ceño, pero luego alzó las manos, colocándolas a ambos lados de mi rostro.
Y de pronto, sus labios estaban sobre los míos, y me congelé por la sorpresa. Le sujeté la cintura con las manos, empujándola apenas. Como no reaccioné de inmediato, se detuvo, apartando la mirada con las mejillas encendidas.
—Lo siento…
—Tienes que advertirle a un vampiro, Bella —bromeé, sonriendo cuando ella bufó y volvió a mirarme—. Te moviste demasiado rápido —susurré a modo de explicación, inclinándome y apoyando mi frente contra la suya—. ¿Esto significa que…?
—No necesito pensarlo, Edward —dijo en voz baja, su respiración acelerada y su corazón retumbando como si quisiera salirse de su pecho—. Nadie ha cuidado de mí como tú. A nadie le ha importado siquiera seguir con la investigación, mucho menos preguntar por el caso archivado. Tú… No me importa lo que cueste, o si tenemos que escondernos… Por primera vez desde que murió mi papá, me siento segura, amada y protegida. Estoy hablando, Edward, y ni siquiera sé cómo lo logras.
Mis dedos se deslizaron en su cabello, y mi pulgar acarició sus labios. Solo esa leve tentación bastó para que un gruñido empezara a crecer dentro de mí.
Los ojos castaños de Bella se encontraron con los míos, y mi pecho dolía de ganas de oír las palabras que ya podía ver escritas en su rostro.
—Te amo, y… y… quiero que me beses.
El gemido que solté fue inevitable. Cerré los ojos porque jamás había escuchado algo tan perfecto.
Me incliné hasta que nuestros labios quedaron apenas tocándose, y susurré:
—Despacio, dulzura. Tengo que tener cuidado. Podría hacerte daño.
—Tú… nunca podrías hacerme daño —replicó ella.
—Entonces hazlo por mí —dije con una media sonrisa.
Ella no dijo nada, pero contuvo el aliento. Rozaba sus labios con los míos una y otra vez, poniéndome a prueba: mi fuerza, su reacción. No estaba del todo seguro de cuál era la mejor parte de besarla: la intensidad de sentirme por fin conectado con mi alma gemela, el dulce gemido que escapó de Bella, o el sabor mismo de ella. Su sangre retumbaba en mis oídos al inclinar su cabeza apenas un poco, pero no me atraía de la manera habitual en que la sangre humana lo haría. No, lo que me atraía era simplemente… besarla.
Con un lento y cauteloso roce de mi lengua por su labio inferior, ambos cruzamos una especie de línea invisible. Dedos ágiles y decididos se entrelazaron en mi cabello, sujetándome cerca, pidiéndome más.
Hacía mucho que no besaba a una mujer, pero esto era completamente distinto. La última vez, yo era humano, y esa mujer había sido inmortal. Yo había sido la presa de Maria, así que no hubo emociones, salvo un ego embriagado y, al final, miedo. Esto, en cambio, era cada emoción posible. No importaba que mi último beso hubiera sido hace un siglo, ni que no tuviera más experiencia que esa; lo único que importaba era lo correcto que se sentía todo.
Bella y yo nos movimos al mismo tiempo. Me recosté en el sofá justo cuando ella se acomodaba sobre mí. Nuestras lenguas se encontraron mientras Bella se cernía encima de mí. Y aunque me encantaba verla tomar el control, bajé el ritmo del beso. Mantuve mis afilados dientes lejos de su piel, succionando primero su labio superior y luego el inferior, para finalmente separarme. No necesitaba aire, pero respiraba con dificultad de todos modos, mientras su frente se apoyaba en la mía.
—Bien… ahora lo entiendo —susurró, sonriendo cuando abrí los ojos, curioso—. Un beso sí cambia las cosas.
Solté una risa suave y le di un beso casto y rápido en los labios.
—Sin duda, dulzura.
Ella soltó una risita, y sonaba libre, feliz, y me sentí como un rey al saber que yo era quien la había hecho reír así.
—¿Edward?
—¿Hmm? —murmuré, acariciando su mejilla con los dedos. Intentaba acomodarme un poco para que mi evidente erección no la asustara, pero ella parecía ajena a ello, lo cual era en realidad algo bueno, porque sabía que ninguno de los dos estaba listo para enfrentar esa situación todavía. Nos quedaba un largo camino por recorrer, no porque Bella fuera demasiado joven -la edad ya era un concepto inútil para mí- sino porque emocionalmente aún no estaba lista. Ni yo tampoco, si era honesto conmigo mismo. Lo mejor era saber que teníamos tiempo. Mucho tiempo.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó, frunciendo la nariz cuando la miré interrogante—. ¿Cómo… seguimos?
Sonreí apenas.
—Hacemos lo que queramos, dulzura. Así de simple. Desafortunadamente, vamos a vivir dos verdades separadas: la real, y la que queremos que los demás vean —me encogí de hombros—. ¿Estás lista para eso?
Ella asintió antes de que terminara la frase.
—Sí —dijo apenas en voz baja—. Sé lo que eres, Edward, pero lo que importa es quién eres para mí.
Le di otro beso en los labios.
—Gracias, Bella.
Ella sonrió y asintió, pero su preciosa sonrisa se desvaneció rápidamente al mirar el montón de fotografías.
—¿Y eso?
—Tu mamá… no es perfecta, Bella —le dije con suavidad—. Y las relaciones humanas pueden ser… complicadas. —Me llevé un dedo a la sien para hacerle entender que lo decía por lo que había visto a lo largo de los años—. Los humanos son imperfectos y cometen muchos errores, pero ella y Phil siguen juntos, así que quizá simplemente se enamoraron en el momento equivocado.
Bella frunció la nariz.
—¿Cómo pudo hacerle eso a mi papá? —se quejó, sacudiendo la cabeza.
—Eso es algo que solo ella puede responder —dije, tocando con delicadeza la cicatriz que marcaba su bonita piel—. Pero esto… Tú tienes que decirme qué quieres, dulzura. Si quieres mi ayuda, la tienes. Haré todo lo que esté a mi alcance para averiguar quién te hizo esto —prometí, rindiéndole tributo una vez más a esa cicatriz—. Pero si no quieres, lo dejamos ir y seguimos con nuestras vidas.
Sonrió por algo que dije, y cuando la miré confundido, simplemente repitió:
—Nuestras vidas.
Le devolví la sonrisa.
—Así es, mi señora.
—Me gusta cómo suena eso —dijo, besándome, aunque recordó moverse con lentitud. Cuando se separó, volvió a ponerse seria—. Está bien, adelante, pero… ¿me prometes que tendrás cuidado?
La besé otra vez, incapaz de detenerme ahora que habíamos cruzado esa línea, pero asentí con lentitud.
—Lo prometo. Pero nadie podrá alejarme de ti, Bella.
Lo que no dije en voz alta fue que ni siquiera unos cobardes enmascarados me asustaban, y rogaba con todo lo que tenía que se atrevieran a intentarlo.
Mientras Bella se acurrucaba contra mí, me resultaba imposible borrar la sonrisa del rostro.
Nota de la autora (traducida): ¡Se besaron! ¡Han estado MURIÉNDOSE por eso! Jajaja. Y otra pieza encaja en su lugar. Renee y Phil fueron descubiertos engañando antes de que Charlie muriera. Ni siquiera Renee sabía que ya los habían descubierto. ;) Y Edward confesó que había estado investigando el caso de Bella. Sé que algunos estaban preocupados por ese secreto. Sé que todos están ansiosos porque Edward entre a esa maldita casa. LOL. Pronto… lo prometo.