ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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1
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Capítulo 14

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. Capítulo 14 Diciembre de 2001 EDWARD . —¿Bella? —susurré contra el costado de su cabeza. Cuando murmuró algo ininteligible, sonreí en su cabello—. No es que me esté quejando, pero… ¿cuánto tiempo puedo quedarme contigo? Ella soltó una risita, apartando la cabeza de mi hombro y mirando alrededor de la habitación del hotel. —Puedo quedarme hasta la hora de mi toque de queda —declaró. Sonriendo de lado, ladeé la cabeza. —¿Y ese es…? —Las once —suspiró, bajando la mirada hacia sus manos—. No quiero irme todavía. —Está bien, bueno… por desgracia, estoy atrapado aquí hasta que se ponga el sol, dulzura —le dije, señalando hacia la ventana. —Lo imaginé —murmuró, con una pequeña sonrisa—. En parte me alegra. Al menos estabas aquí. Le besé la nariz. —Si me hubieras llamado, habría venido a ti desde cualquier lugar… incluso si no hubiera estado aquí. Asintió y sonrió, deslizándose de mi regazo y paseando por la habitación. Finalmente se quitó el abrigo y lo dejó sobre la cama antes de volverse hacia mí. —¿Has estado encerrado aquí? —No completamente —dije entre risas, señalando la computadora—, pero he trabajado un poco también. —Suena… aburrido —bromeó, arrugando la nariz de forma adorable. Reí, sentándome al borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas. —Desafortunadamente, mi alumna favorita de piano estaba ocupada, así que tuve que entretenerme por mi cuenta. Fui recompensado con la sonrisa más dulce, pero ella señaló hacia el escritorio. —¿Y todo eso qué es? Me puse de pie y caminé hacia ella. —Parte es material de la escuela: nómina, facturación, presupuestos. Otra parte es… Mi voz se apagó porque no estaba seguro de si ella querría saber exactamente cuánto había estado investigando el informe policial. —Mi caso. —Sí —susurré, nervioso. Ella se giró hacia mí, llevándose una mano a la frente para apartarme el cabello. —¿Me lo vas a contar? Suspiré, tragando con dificultad. —Dulzura, es posible que descubramos algo que quizá no quieras saber —dije con cautela, evaluando su reacción, sobre todo porque mis teorías empezaban a acercarse demasiado a casa ahora que había visto esas fotos del investigador privado. —Tú crees que hay alguna conexión —aventuró, y empezaron a aparecer lágrimas en sus ojos—. ¿Esto… tiene que ver con mi fondo fiduciario? Mis cejas se alzaron. —¿Sabes sobre eso? —pregunté, pero ella asintió. —Sí, escuché a todos discutiendo sobre dinero más de una vez. Mamá y Phil trataron de impugnar el testamento de mi papá —dijo encogiéndose de hombros—. Fue después de que él se mudara. Nunca lo pensé mucho, pero… —No lo sé, dulzura. El dinero puede hacer que la gente haga cosas terribles, pero puede que no tenga nada que ver con tus padres. Podría simplemente tratarse de alguien que buscaba venganza contra tu padre por su trabajo. Créeme, he intentado verlo desde todos los ángulos. Incluso le pedí su opinión a Carlisle. El entrecejo de Bella se frunció, pero se sentó en la cama, cruzando las piernas debajo de ella. —¿Qué dijo? Rodé la silla del escritorio y me senté, acercándome más a ella. —Consiguió el expediente policial… y el informe de la autopsia —gruñí, pasándome las manos por el cabello—. Jesús, Bella… ¿estás segura de que quieres escuchar todo esto? —Para —susurró, tirando de mis manos—. Vas a arrancártelo todo. Resoplé, alzando la vista hacia ella. —Sería bastante difícil. —No me importa —replicó—. Me gusta tu cabello, así que déjalo donde está. Sonreí, pero me incliné más cerca de ella. —Necesito saber que estás bien con este tema, dulzura. Necesito saber si se vuelve demasiado para ti. Ella tomó mis manos y entrelazó nuestros dedos. —Prometo decirte si lo es —aseguró, y cuando asentí, repitió su pregunta—. ¿Qué dijo el Dr. Cullen? Le besé el dorso de la mano. —Nada que no supiera ya, o que tú no confirmaras cuando me contaste tu historia —respondí evasivamente, pero cedí cuando me lanzó una mirada exasperada—. Está bien, está bien. Por lo que podemos deducir de la evidencia, dos hombres entraron a tu casa poco después de la medianoche. Parece que fueron directo a la habitación de tu padre. Sin embargo, tu papá luchó con todo —expliqué, sonriendo con tristeza cuando ella asintió en señal de confirmación—. Tú entraste en medio de todo, y ellos te atacaron. Bajaron, donde se llevaron varios aparatos electrónicos, algunas joyas que estaban sobre el mostrador de la cocina, y algo de plata y cristal. Dijiste que llevaban máscaras, así que debieron usar guantes también, porque no se identificaron huellas… —Y no hubo testigos. Mis vecinos no estaban en casa. —Sí —susurré, observando su dulce rostro para asegurarme de que seguía bien, lo cual parecía ser el caso. Respiré hondo, soltándolo lentamente, porque aquí era donde las cosas se volvían… complicadas—. Investigamos los casos de tu padre, especialmente los más graves o violentos, y solo hubo un nombre que levantó sospechas. —¿Quién? —preguntó. —Phil Dwyer. Tu papá presidió un caso en el que él fue testigo de carácter. Ella palideció, pero asintió. —Recuerdo que Phil habló de eso. Era testigo… algo de béisbol, esteroides. ¿Mi papá era el juez? —Sí, señora —le besé de nuevo la mano—. Bella, ¿qué más recuerdas? —Ya te conté todo sobre... —Lo sé, amor, pero lo que quiero decir es… —fruncí el ceño, acariciándole el rostro—. Parece que no eran precisamente cuidadosos al hablar de ciertas cosas frente a ti. ¿Hay algo que haya ocurrido antes, durante o después de esa noche que te parezca extraño? ¿Algo que alguien haya dicho? ¿Tal vez algo que Phil haya dicho? —¡No! Nunca —negó con la cabeza—. Phil apenas me dirige la palabra, excepto cuando ocasionalmente impone algo. —¿Como qué? Su frente se arrugó. —Querían adelantarme un grado en mi antigua escuela, pero él dijo que no. Eso fue una cosa. Casi no me deja ir a Masen. Dijo que no estaba lista. Asentí, frotándome la mandíbula. Eso ciertamente era algo para tener en cuenta, pero quería saber si recordaba algo más. —Está bien… ¿qué hay de olores familiares esa noche, o voces? Entrecerró los ojos hacia mí. —Tú leíste eso, FM. Soltando una carcajada, le di un suave beso. —Sí, lo sé. La Navidad pasada… ataque de pánico. ¿Quién era? Nunca mencionaste nombres. —Alec… Alec Brown. Solía trabajar con Phil, pero siguen siendo amigos —murmuró, mirando hacia otro lado—. De hecho, estuvo en mi casa el otro día… Necesitaba ver su rostro, así que levanté la mano, le tomé la barbilla y la giré suavemente para que me mirara. —Te incomoda —deduje. Vaciló por un segundo. —No… es solo que… su voz, es grave, como… —Uno de tus atacantes —terminé por ella, y asintió con renuencia. Solté sus manos y rodé la silla a través del pequeño espacio para agarrar el informe del investigador privado sobre Phil. Toqué la hoja, viendo el nombre de Alec Brown como uno de los que no aparecían en ningún informe policial. El otro era Felix Sumner. —Interesante… —murmuré para mí mismo, dejando los papeles de nuevo a un lado. Rodé de vuelta hasta Bella, que me observaba con atención. —Dulzura, voy a hacerte unas cuantas preguntas más, y dependiendo de tus respuestas, voy a pedirte uno o dos favores. Sus labios se curvaron levemente. —Está bien —dijo, alargando la palabra con un tono casi divertido. —¿Todavía quieres que investigue esto por ti, Bella? Lo digo en serio. Dime la palabra y lo dejo, pero me preocupa lo que podamos descubrir —dije con total honestidad. —¿Más que si esos hombres siguen ahí afuera? —replicó, con las manos jugueteando un poco en su regazo. —No —respondí, negando con la cabeza—. Lo decía en serio, amor. Nadie volverá a tocarte. —Edward, no puedes estar conmigo veinticuatro siete. —Cómo no —gruñí, negando con la cabeza—. He estado más cerca de lo que crees todo este tiempo que has estado en casa. Esperaba que se enojara, pero otra vez me sorprendió con una risita. —¿Estás acosando mi casa? —Tal vez —sonreí, pero me incliné para besarla, rozando su nariz con la mía—. Te dije que no puedo evitarlo —susurré sin separarme de ella—. ¿Quieres que lo haga? —Sí, pero… tengo miedo, Edward. —¿Qué es lo que te da miedo? —No puedo… perderte. Siento que apenas te encontré y yo… La detuve con un beso. —No me vas a perder. Se inclinó hacia mí, agarrando mi cuello y mi rostro. —¿Juras que… eres a prueba de balas, de cuchillos…? Sonreí. —A prueba de humanos. Lo juro, dulzura. —Claro… técnicamente en la cima de la cadena alimenticia. Entendido —murmuró, asintiendo un poco—. Está bien. Solté una risita, pero asentí. —De acuerdo. Siguiente pregunta… ¿Confías en mí? Levanté la mano para explicarme antes de que pudiera responder. —Puede que no pueda contarte todo, Bella. No siempre… juego limpio. Pero tu seguridad y tu inocencia van primero. —No, no… Lo entiendo —respondió—. Confío en ti. Suspiré aliviado al oír su respuesta; tenía el presentimiento de que iba a necesitar aprender un poco de autocontrol si decidía enfrentarme a uno o a los dos tipos. —Última pregunta —dije, levantando un dedo—. Cuando regresemos a clases, ¿podrías por favor dejar esto de lado, enfocarte en tus estudios y dejarme a mí preocuparme por esto? Tenemos tiempo. Nada de esto se va a ir a ningún lado. —Sí —respondió con un bufido, pero luego miró su pulsera—. ¿Y nosotros? Todo mi ser se derritió ante esa pregunta, y la atraje hacia mí. —Soy tuyo, Bella. Nada puede cambiar eso. Solo tenemos que tener cuidado con lo que otros puedan ver. Solo por ahora. Su sonrisa era un poco tímida, un poco secreta… y absolutamente sexi. —Por ahora. —Esa es mi chica —la elogié—. Ahora… favores, por favor. Ella agitó la mano para que siguiera, rodando un poco los ojos, pero pregunté: —¿Podemos dejar todo esto a un lado por ahora? Pido servicio a la habitación, vemos una película o algo, y me haces el enorme honor de dejarme llevarte a casa en unas horas. Mi recompensa fue su sonrisa. Grande, feliz, hermosa. Soltó una dulce risita y asintió. —Sí. ¿Algo más? —Sí —respondí, mi rostro poniéndose serio—. Quiero conocer a tus padres, Bella, porque tengo toda la intención de sacarte el día pasado mañana, y deberían saberlo. Sus mejillas se encendieron con un rubor, pero no estaba seguro de si era por nervios. Parecía más bien enojo, pero asintió. —Está bien —susurró, ladeando la cabeza—. ¿Tienes una historia? Sonriendo, solté una risita. —Sí. Y jamás adivinarías quién me ayudó con ella. —¿Quién? Me reí un poco más fuerte. —Esme. Cuando Bella rió, no pude evitar unirme a ella. —Esa mujer puede ser bastante taimada, así que no te dejes engañar por el acto de directora. —Lo imagino —dijo entre risas—. ¿Me lo vas a contar? —Por supuesto —le prometí, pero señalé la mesita de noche—. Comida primero, luego historia. Vamos, dulzura. ~oOo~ —¿Estás seguro de que esto va a funcionar? —preguntó Bella, jugueteando con su gorro de lana mientras yo me ponía la chaqueta de cuero. —Seguro —le prometí, quitándole el gorro de las manos y colocándoselo en la cabeza. Me incliné y presioné un beso en su frente—. No todos son tan observadores como tú… y Alice, claro. Bella rió, pero se encogió de hombros. —Dicho eso, la mayoría acepta las mentiras que les damos —le dije, ajustándole la bufanda y luego esperé a que se pusiera los guantes—. Tú eres diferente, Bella, pero la mayoría de los humanos nos evita. En el fondo sienten que somos peligrosos, así que tienden a mantenerse alejados. Cuando les damos alguna explicación falsa sobre algo, simplemente la aceptan para no tener que pensar en ello. —¿Soy diferente? —preguntó, tomando el brazo que le ofrecí mientras yo recogía la billetera, las llaves y la tarjeta del hotel. Me detuve en la puerta, abriendo y cerrando la boca, tratando de encontrar una forma de evitar la conversación sobre el vínculo de compañeros. Era intensa, y ella ya había enfrentado demasiado. La miré y pregunté: —¿Te doy miedo, Bella? Cuando negó con la cabeza, hice otra pregunta. —¿Te molesta mi piel fría, el color extraño de mis ojos o la rapidez con la que me muevo? —No, por supuesto que no —respondió, sonando ofendida—. Tus ojos me parecen hermosos. Y nunca siento el frío, solo el cosquilleo cálido cuando me tocas. Sonriendo, la besé otra vez. —Giselle pudo haber previsto tu llegada, dulzura, pero también dijo que estarías hecha para mí. Eres diferente porque… —Pertenecemos —terminó por mí en un susurro, con una sonrisa dulce—. Juntos, quiero decir. Mi corazón inmóvil quiso salirse del pecho cuando simplemente… lo entendió. Y el hecho de que no solo no le molestara, sino que además pareciera hacerla increíblemente feliz, me desarmó. —Sí —susurré contra la coronilla de su cabeza. Cómo pensé alguna vez que podría haberle ocultado la verdad a Bella cuando llegó por primera vez a la escuela, estaba más allá de mi comprensión. Ella lo había cambiado todo en mí, pero a cambio, ella hablaba. No paraba de hablar conmigo. Tal vez seguía callada frente a los demás, pero conmigo estaba completamente cómoda riendo, bromeando, hablando. Y al mirar hacia atrás, a esos primeros días en los que corría por los pasillos del castillo como una rata, me sentí como un idiota. Me dolió el pecho al elevar un agradecimiento silencioso a Giselle… donde fuera que estuviera. —Vamos, dulzura. Vamos a llevarte a casa. —Sí, ya lo he evitado suficiente, ¿verdad? La guié por el pasillo del hotel y entramos al ascensor. —Tienes todo el derecho de estar enojada, Bella. Nadie puede culparte. Tal vez habría sido más fácil si Charlie no hubiera sabido nada. —Sí —susurró. La guié hasta el garaje del hotel y le abrí la puerta de mi auto para que subiera. —Bonito —dijo, sonriéndome cuando me acomodé tras el volante—. ¿Qué es? Soltando una risita, encendí el motor. —Un Audi, pero deberías ver el otro —le dije en tono secreto, guiñándole un ojo, lo que hizo que sonriera y pusiera los ojos en blanco. Bella permaneció en silencio todo el trayecto hasta su calle. Cuando nos acercábamos, me miró de reojo y dijo: —De verdad estás acechando mi casa. Soltando una carcajada, negué con la cabeza mientras estacionaba en paralelo junto a su entrada. —No es acecho, Bella. Es protección. Además, no me ayuda el hecho de que no puedo olvidar nada, así que una vez vi tu dirección, quedó grabada para siempre. —Toqué mi sien para que lo entendiera—. En mi defensa, nunca me quedé mucho tiempo. Solo lo suficiente para oír tu respiración y el latido de tu corazón, y luego me iba. Todos dormían. Ella sonrió con picardía mientras yo abría su puerta. —¿Dónde? Sonriendo, me incliné y señalé el árbol junto a su ventana. —Ahí. —Hmm —hizo, alzando los ojos hacia mí—. La próxima vez… no te vayas. Y no te quedes colgado en un árbol como un murciélago. Entrecerré los ojos con fingida ofensa. —Eso fue una indirecta para vampiros, ¿verdad? Ella soltó una risita, pero luego me abrazó. —Gracias por hoy, Edward. —Te amo —respondí simplemente, apoyando la cabeza en su hombro y robándole un beso en la mejilla. —Yo también te amo. —¿Lista? —susurré. Negó con la cabeza, pero pude ver cómo levantaba las barreras a su alrededor. Hacía tanto que no las ponía frente a mí, que fue impactante presenciarlo. Sus cálidos ojos se volvieron oscuros, enojados. Sus hombros se tensaron con una especie de determinación, pero fue la mirada fulminante que le dirigió al sobre manila lo que me rompió el corazón. La realización de que no todo lo que conocía era verdad debió de ser difícil de aceptar, y parecía que se avecinaban aún más verdades. No estaba seguro de cuánto más podría soportar. Colocando una mano en la parte baja de su espalda, la guié hasta el porche de su casa. Bella comenzó a insertar la llave, pero de pronto la puerta se abrió de golpe. Una mujer que parecía una versión mayor de Bella la miró furiosa desde la entrada. —¿Tienes idea de lo preocupada que he estado? Te vas, pasas todo el día fuera… Isabella… —Su voz se apagó al verme, pero sus pensamientos y palabras coincidían. Estaba completamente devastada por el hecho de que Bella hubiera descubierto su infidelidad, pero aún más preocupada de que Bella simplemente se hubiera marchado. Lo que la había descolocado por completo era que su hija, tan enfadada, le había dicho más palabras justo antes de irse que en todo un año. Me pareció especialmente interesante que no le hubiera contado a su esposo por qué Bella estaba enojada. Todo eso se disipó al verme. La curiosidad tomó el control mientras evaluaba mi ropa, mi aspecto y mi posible edad. Luego quiso saber exactamente cómo conocía yo a su hija. Sonriendo, extendí mi mano enguantada. —Hola, soy Edward Cullen. Usted debe de ser la madre de Bella, Renee. Es un gusto conocerla. —Sí… —respondió en voz baja, con la mirada yendo de Bella a mí. —Me temo que es culpa mía que llegara tarde —dije con suavidad—. Me escribió muy alterada, así que la invité a comer algo. Nos pusimos a hablar y se nos pasó la hora. —¿Hablar? —repitió Renee lentamente, entrecerrando los ojos. No me creía del todo, pero no tuvo oportunidad de preguntar más porque dos personas aparecieron detrás de ella. A ambos los reconocí por los recuerdos de Esme. Phil era un hombre más bien grande, no gordo, pero con mucha presencia. Su expresión era una mezcla de sorpresa y sospecha al verme. La otra persona era Chelsea, y sus pensamientos eran cálidos, amables y algo divertidos, porque me encontraba atractivo. Inmediatamente supo que era alguien importante para Bella, debido a algunas conversaciones que habían tenido. Ella fue la primera en romper la tensión. —Bueno, entremos antes de que nos congelemos —dijo con amabilidad, haciéndonos una seña para que pasáramos—. Vamos, les tomo los abrigos, Bella y… —Edward —le dije. —Mucho gusto, Edward —dijo, lanzándole a Phil y Renee una mirada divertida antes de señalar al primero—. Este es Phil Dwyer, el padrastro de Bella. —Señor —saludé con una sonrisa, y le ofrecí la mano. Me dieron ganas de reír por la fuerza extra que creyó estar usando, pero lo dejé pasar. —Gracias por traer a nuestra Bella a casa —dijo, y para cualquiera en la sala sonó agradecido, pero en su mente estaba extremadamente receloso, porque Bella no traía amigos a casa desde hacía años, y nunca un chico. —Oh, no fue ningún problema, señor —respondí con cortesía. Sus pensamientos eran confusos, no particularmente fáciles de leer, quizá porque no lograba enfocarse en una línea de pensamiento clara. Estaba por todas partes. La mente de Chelsea era la más fácil de escuchar, solo porque veía más de lo que decía. Con un apretón en el hombro de Bella, dijo: —Pasen a la cocina. Les preparo un chocolate caliente. Bella y yo le entregamos nuestros abrigos y la seguimos hasta la cocina. Renee y Phil vinieron detrás, en silencio. Le ofrecí una silla a Bella para que se sentara, algo que no pasó desapercibido para ninguna de las mujeres. Les pareció anticuado, pero extraordinariamente cortés. Me senté junto a Bella, sonriendo a sus padres cuando se acomodaron frente a nosotros. —Entonces… Edward —comenzó Renee, esforzándose por ignorar el sobre manila que Bella tenía en las manos—. ¿Cómo conociste a Bella? —Cullen —intervino Chelsea con una sonrisa hacia mí mientras comenzaba a preparar el chocolate caliente que había prometido—. ¿Tienes algún parentesco con la mujer de la escuela de Bella? Sonriendo, asentí, dándole una mirada rápida a Bella, pero también una mirada de evaluación. Ella no estaba mirando a sus padres, sino a Chelsea y luego a mí. Tenía la sensación de que, si Phil y Renee no estuvieran en la habitación, probablemente habría hablado en voz alta. —En realidad, sí, señora —respondí con un asentimiento—. Esme es mi tía. Ella y mi tío Carlisle tuvieron la amabilidad de hacerse cargo de mí tras la muerte de mis padres. Vivo en Hunter's Lake. Ahí fue donde conocí a Bella —dije, señalando a mi chica. Ella sonreía con aire travieso, pero se mantuvo en silencio. —Oh, pobre —murmuró Chelsea, frunciendo el ceño al pensar en que había perdido a mis padres, pero notando también lo que probablemente había unido a Bella y a mí. —¿Cuántos años tienes, Edward? —preguntó Phil, entornando los ojos hacia mí—. ¿Estás en la misma clase que Bella? —No, señor —respondí—. Acabo de cumplir diecinueve. Terminé la escuela, pero estoy tomando un año sabático antes de considerar la universidad. Estoy ayudando a mi tía y a mi tío en la escuela con algunas cosas mientras se libera mi fondo fiduciario. Cosas menores aquí y allá. Soy bueno con los números, así que me ponen a trabajar en el área de contabilidad más que en ningún otro lado. Mis ojos se centraron en Phil cuando escuchó las palabras fondo fiduciario, y obtuve todas las respuestas que necesitaba. Para un extraño —y para Chelsea también— la forma en que Phil miraba a Bella era casi inquietante, depredadora. Pero no la veía con deseo sexual. La veía como una fuente de ingresos, una cuenta bancaria con piernas. Ganaba un sueldo decente escribiendo artículos deportivos en línea, pero sabía que la mayoría de su comodidad económica venía del cheque mensual que recibía su esposa. Y todo eso acabaría cuando Bella cumpliera dieciocho en unos nueve meses. Cuando Bella se convirtiera en adulta legal, sería una de las mujeres más ricas de Boston, y a mi chica eso no le importaba en lo más mínimo, lo que hacía que la reacción de Phil me pareciera un tanto irónica. Lo que no era gracioso era que él simplemente había estado esperando su momento, listo para intervenir en nombre de su salud mental. Bajo la mesa, apreté los puños, pero controlé mi temperamento. —Qué amable de tu parte —dijo Renee, trayéndome de vuelta a la conversación— ayudar a tu tía y a tu tío. —Es lo mínimo que puedo hacer. Han estado ahí para mí más veces de las que puedo contar —respondí con honestidad—. Y por eso estoy en Boston —continué antes de que nadie pudiera hacer la pregunta—. Otro favor para la tía Esme. —Solté una risita, negando con la cabeza—. Ella y mi tío están renovando un departamento no muy lejos de aquí, así que estoy supervisando los últimos detalles por ella. Ya saben, la revisión final y todo eso. Chelsea puso una taza humeante frente a mí y luego otra frente a Bella, diciendo: —Entonces me alegra que Bella tenga un amigo del colegio cerca. —A mí también —asentí, sonriéndole a Bella—. Estaba volviéndome loco solo. Bella soltó una risita, negando un poco con la cabeza. Llevó la taza a sus labios, probando la bebida caliente. Chelsea pudo ver de inmediato la atracción. Y le encantó. Pensó que hacíamos una pareja dulce y hermosa. A Renee le parecieron perfectos mis modales, pero también le gustó la forma en que miraba a Bella. Sin embargo, ambas querían saber cuánto hablaba Bella conmigo. Phil, por su parte, notó el cambio en Bella, su risa despreocupada y la forma en que me miraba. No le gustó en absoluto, y ya me odiaba, pero no dijo nada. —Oh, eso me recuerda —exclamé, volviéndome hacia Bella—. ¿Aún puedes el 31 de diciembre? Esme me dio entradas para una fiesta en el centro —dije con naturalidad—. Por favor, no me hagas ir solo. Bella sonrió, pero sorprendió a todos al decir: —Sí. —Nochevieja… —titubeó Renee—. Es un poco tarde, Bella. Llevé la mano al pecho y prometí: —Les aseguro que la tendré en casa apenas pasadas las doce. —No lo sé. No estoy seguro de que estés lista para salir con alguien, Bells —intervino Phil, y tuve que resistirme a golpearlo en la cara, no porque no le cayera bien —eso me tenía sin cuidado— sino por el gesto de desprecio y el estremecimiento de Bella al oír ese apodo. Me puso los pelos de punta. No tuve que decir una palabra. Ambas mujeres salieron en defensa de Bella, y no podría haber salido mejor. —Oh, basta, Phil —dijo Renee con una risita y poniendo los ojos en blanco—. Tiene diecisiete, sin duda es lo suficientemente mayor. Y ya era hora. —Creo que una fiesta suena mucho más divertida que ver caer la bola por televisión —añadió Chelsea, guiñándole un ojo a Bella. Levantó las manos en señal de rendición, pero no estaba buscando una pelea. Lo que lo molestaba era que, si Bella estaba saliendo con alguien, significaba que estaba mejorando. Si estaba mejorando, entonces sus posibilidades de pelear por el fondo fiduciario de Bella se desvanecían poco a poco. Ese pensamiento lo hizo levantarse, forzar una sonrisa y agitar la mano con falsedad. —Bien, veo que estoy en minoría aquí —soltó una pequeña risa—. Edward, gracias de nuevo por traer a Bella a casa. Sonreí, aunque por dentro estaba ardiendo de rabia. No sabía —porque no vi pasar ese pensamiento por su mente— si él había estado involucrado en el ataque a Bella y Charlie, pero podía ver con absoluta claridad que tenía los ojos puestos en el dinero de Bella. Eso no iba a pasar. No lo permitiría, no porque a Bella le importara, sino porque él no se merecía ni un centavo de ella. Seguiría los deseos de Charlie Swan hasta el final si era necesario. —Cuando quiera, señor. —Una vez que salió de la habitación, me giré hacia Bella—. Debería irme. ¿Me escribes luego? Ella asintió, pero se levantó, y la seguí hasta la puerta principal. La abrió, estremeciéndose por el frío, pero me sonrió. —Gracias —susurró, pero luego entornó los ojos—. ¿Estás bien? —Mmhm —hice, inclinándome para besarle la frente, sabiendo que tendría que contarle lo que había escuchado, pero no ahí, donde podían interrumpirnos en cualquier momento—. Sí, dulzura. Paso por ti alrededor de las siete, ¿sí? Abrígate bien. Ella rió y asintió de nuevo, luego soltó un pequeño jadeo y me tomó del brazo. —Espera —susurró, levantando un dedo. Corrió hacia el árbol de Navidad donde quedaba un último regalo. Lo tomó y volvió corriendo hacia mí. —Bella, tú… Te dije que no necesitaba nada —le susurré al recibir el paquete ancho y delgado. Estaba envuelto en papel brillante azul y plateado, pero su gesto silencioso y sus dulces ojos oscuros me impulsaron a arrancar el papel de inmediato. El olor a cuero nuevo me golpeó primero. Era una carpeta negra, pero lo que me hizo sonreír fue la placa dorada con mis iniciales grabadas al pie: EAMC —Mira —susurró, abriendo la carpeta y señalando el papel dentro, que era una partitura personalizada—. Ahora puedes reescribir la canción de tu mamá. O escribir una nueva. Me quedé sin palabras por un momento, pero también muy consciente de que estábamos del otro lado de la pared de la cocina. Quería besarla hasta dejarla sin aliento. Me incliné hacia ella y besé su frente en su lugar. —Gracias, dulzura. Es preciosa. Ella sonrió, pero miró por encima del hombro al escuchar agua corriendo en la cocina. Luego volvió a mirarme. —No aceches, Edward. Si tienes que entrar, entra a escondidas. Le guiñé un ojo, girando mis llaves entre los dedos. —Ya veremos, amor. ~oOo~ Me recosté contra el árbol frente a la casa de Bella, escuchando mientras la casa se mantenía bastante silenciosa. Me había ido hacía apenas una hora, pero volví simplemente para escuchar. La casa había estado tensa durante los últimos minutos que llevaba de pie allí en las sombras. Renee había intentado repetidas veces que Bella hablara, sobre cualquier cosa —yo, la próxima cita, pero especialmente, sobre la aventura con Phil antes de la muerte de Charlie. Bella, sin embargo, se había cerrado por completo en cuanto salí de la casa. Nadie lograba sacarle palabra. Phil estaba paseando por la biblioteca con un vaso de cristal —que había rellenado varias veces desde que regresé— en la mano. Las acciones eran tan similares a las de mi propio padre que no pude evitar preocuparme. Phil no parecía un hombre violento, pero no confiaba en él. Y si bien Bella podía no admitirlo aún, no lo confiaba más de lo que podía lanzarlo… pensamiento que me hizo sonreír. Solo tenía que decir la palabra; yo lo lanzaría tan lejos como quisiera. Miré el reloj luego de que todos, excepto Phil, se fueran a dormir. No me movería de ese lugar en las sombras hasta saber que Bella podía estar protegida. Pero también tenía cosas que hacer antes de que saliera el sol. Me moví un poco, empezando a ponerme inquieto. Parte de mí quería escalar la casa, colarme por la ventana de Bella y envolverla con mis brazos mientras dormía. La otra parte necesitaba cazar, no para alimentarme, sino para buscar respuestas a preguntas muy feas. Para calmarme, para centrarme, cerré los ojos y sonreí. Incluso desde donde estaba parado, el corazón de Bella me llamaba. No podía olerla, pero sí oía claramente el tum-tum-tum de su corazón, a pesar del vecindario lleno de humanos. Pasaron otros veintisiete minutos, lo que me permitió concentrarme en la tarea que intentaría más tarde. El crujido de una rama, el sonido de pasos sobre la nieve me pusieron en alerta, pero supe que fue a propósito. Jacob podía moverse con tanto sigilo como un vampiro cuando quería, pero sonreí al percibir su aroma acercarse, así que me giré para enfrentarlo. —Gracias por esto —suspiré sinceramente. —No sé por qué lo pides. Sabes que siempre estoy dentro —dijo con una sonrisa tranquila que se extendió por su rostro mientras observaba la casa frente al parque—. Entonces… ¿cuál es el problema, Edward? Estaba alto y firme a mi lado, su calor irradiando hacia mí mientras miraba la casa. —Necesito que ella esté segura, Jake. Por favor —le rogué—. Eso es todo lo que te pido. ¿Ves al hombre ahí abajo? —¿El padrastro, cierto? ¿Crees que está tramando algo? —Sí, Phil… Y no sé si tuvo algo que ver con la noche en que atacaron a Bella, aunque pienso averiguarlo, pero definitivamente está tramando algo con respecto a su fondo fiduciario —le dije. Jacob frunció el ceño, girando la cabeza bruscamente para mirarme. —¿Y cómo demonios planea lograr esa mierda? Sonriendo con amargura, fulminé con la mirada al hombre en cuestión a través de las ventanas mientras servía otra o dos pulgadas de ese líquido color caramelo en su vaso. —Contaba con los… problemas de Bella. Pensaba que Masen Academy no funcionaría, que ella fracasaría y seguiría en silencio. También contaba con que se mantendría sola. Sabía que no tenía amigos en su antigua escuela. Si seguía sufriendo, seguía callada y no había nadie que la respaldara, podía hacer que la hospitalizaran. —Me giré por completo para encarar a Jacob—. Hay una cláusula en los documentos del fondo fiduciario que dice que si Bella queda incapacitada de alguna manera, sus tutores pueden tomar control de su dinero. —Pero no se trata del dinero. —¡Claro que no se trata del dinero! —solté con rabia—. Es el principio de la maldita cosa. Su padre quería que ella lo tuviera, y por Dios, voy a asegurarme de que lo obtenga… aunque sea solo para mantenerlo alejado de ese hombre. —Señalé al otro lado de la calle. —¿Entonces por qué el pánico ahora? —preguntó Jacob, mirando a Phil con desprecio. Reí sin humor. —Ahora Bella tiene novio, le va increíble en la escuela y, según él, se ve mejor que en años. Su plan se está yendo al demonio. Jake soltó una risa baja. —¿No le caíste bien, eh? —No, para nada. Aunque a la mamá y a la ama de llaves les encanté. —Sonreí al recordar la risa suave de Jacob—. Solo… asegúrate de que se quede dormido o se vaya a la cama. Pero tiene que mantenerse lejos de esa habitación allá arriba —le indiqué, apuntando a la ventana de la esquina del segundo piso—. No creo que intente nada con su esposa y la ama de llaves en la casa, pero de todas formas no confío en él. —Sí, sí —respondió, retrocediendo hacia las sombras—. ¿Adónde vas? —Voy a hacerle unas preguntas a un par de sujetos —dije con una sonrisa maliciosa. —No mates a nadie. Mi mamá se va a enojar —bromeó—. Tienes suerte de que ella lo vio venir y me mandó. Me dijo que te dijera que las cartas de la muerte no son para esta noche. Gruñendo en voz baja, asentí. —Justo. Él cambió lentamente, con sigilo, a su forma de lobo, acomodándose sobre sus patas traseras entre los arbustos. Si alguien lo veía, podría escapar hacia el parque, y dejar a quien lo viera pensando que solo era un perro callejero muy grande. ¡Ey, Edward! pensó Jake para mí, inclinando su enorme cabeza. ¿Quieres que lo siga si se va por la mañana? —Sí, sería útil. Manténme informado —le dije, avanzando hacia la acera—. Y gracias de nuevo. —Lo que sea, Edward. Lo sabes. Le hice un gesto con la mano sobre el hombro mientras giraba por la esquina a paso humano. Me había cambiado de ropa, así que a primera vista parecía un corredor —uno mal vestido, todo de negro. Aproximadamente media hora después, el vecindario había pasado de extremadamente adinerado a todo lo contrario. Llamé a Jenks en el camino de regreso al hotel desde la casa de Bella. Me prometió que contactaría al investigador privado, Harry Clearwater, por mí, pero también se tomó un momento para buscar algo de información sobre los dos hombres: Alec Brown y Felix Sumner. Sumner vivía más cerca y había pasado un tiempo en la cárcel por robo menor y algunos cargos menores por drogas. Hasta donde Jenks podía ver, Sumner no tenía conexión con Phil, pero sí muchas con Alec Brown. Felix Sumner sería mi primera parada. Me detuve unas casas antes de la que necesitaba y me subí la capucha de la sudadera. Escaneé mis alrededores con la mirada, viendo que el barrio obrero deteriorado estaba bastante tranquilo, salvo por una pareja discutiendo cuatro casas más abajo, un televisor a todo volumen en la casa vecina, y varios perros ladrando. Lo último era por mi presencia, aunque los humanos no lo sabían. Me deslicé entre dos casas, saltando cercas bajas de alambre. Asusté a un pitbull grande que estaba encadenado a un árbol, pero aterricé en silencio en el patio de Sumner. No se encendió ninguna luz, la nieve amortiguaba mis pasos aún más, y abrí la puerta trasera sin hacer casi ningún ruido. Sonriendo, no podría haber imaginado un escenario mejor que el que tenía frente a mí. Felix Sumner estaba desmayado en su sofá, botellas de cerveza cubriendo su maltrecha mesa de centro. Apestaba a sudor, aceite de motor, marihuana y cerveza. Estaba completamente ebrio. Revisé su casa por unos minutos, asegurándome de que estuviera solo. El lugar era un asco, sucio, y apenas había comida en el refrigerador. Aspirando una vez para prepararme, entré de nuevo con cuidado al salón. Miré a mi alrededor una vez más y finalmente me agaché, lo tomé por la camiseta… y lo lancé al otro lado del cuarto. Chocó contra la pared soltando un bufido y una sarta de maldiciones, luego se incorporó tambaleante hasta quedar de rodillas. —No te muevas —ordené en voz baja, jugueteando con el cuchillo que encontré sobre la mesa de centro. No lo necesitaba, pero él no lo sabía—. La próxima vez que te lance, será desde un auto en movimiento en plena autopista. —¿Q-Quién carajos eres tú? —preguntó con el habla un poco arrastrada. Su mente daba vueltas, tratando de adivinar a quién habría enfadado, a quién le debía dinero y si acaso era el hermano de alguna chica que estaba buscándolo. Metí la mano dentro del bolsillo frontal de mi sudadera y saqué un fajo de billetes de cien dólares. —Soy alguien que va a hacerte unas preguntas. Puede que te convenga responder con la verdad. Créeme, sabré si mientes. Si me mientes, nadie te encontrará en esta casa durante días… pero encontrarán partes de ti en cada habitación. Se dejó caer contra la pared, aún algo ebrio, ahora también agotado y claramente asustado. —¿Qué quieres saber, imbécil? —¿Qué sabes de Phil Dwyer? —pregunté, dejando un billete sobre la mesa de centro. Internamente, sonreí al ver cómo sus ojos seguían el movimiento. —No lo conozco. —Hmm, eso no es del todo cierto, ¿o sí? —respondí, alargando la mano hacia el billete para retirarlo. —¡Espera! ¡Conozco al tipo, ¿ok?! Escritor de deportes. Vive en un barrio de ricos. Dejé el billete en su sitio y saqué otro. —¿Cómo lo conoces? —Un amigo… lo conoce. Trabajaba con él. —Alec Brown. —Sí, sí… ese mismo —dijo, y sus ojos brillaron cuando agregué el segundo billete—. Alec me compra la hierba. Le gusta la hidroponía cara, la buena. —¿Dónde puedo encontrarlo? —pregunté, levantando otro billete. —Eh… justo lo vi. Necesitaba una bolsa, dijo que se iba de la ciudad. —¿Qué sabes realmente de Alec Brown? —pregunté, entrecerrando los ojos bajo la sombra de la capucha. —Es un cabrón. Mal genio. Pero también es una nena chillona. Hace todo lo que Dwyer le dice. Vienen de lejos… algo sobre el béisbol. Brown tenía conexión con esteroides. —Ah, claro que sí —murmuré para mí mismo, dejando el billete sobre la mesa—. ¿Qué sabes de Charlie Swan? El tipo palideció y empezó a negar con la cabeza. Su mente se disparó por todos lados, y alcancé a captar imágenes fugaces. —¡Nada, hombre! ¡No sé nada! Agarré una botella de cerveza, rompí el fondo contra el borde de la mesa de centro y en un instante ya estaba detrás de él. Me moví tan rápido que no tuvo tiempo de verme, mucho menos de defenderse, cuando los picos afilados del vidrio marrón apuntaban ahora a su garganta. —Eso… fue una mentira —gruñí muy cerca de su oído—. ¿Quieres replantearte esa respuesta, Felix? —Me van a matar, me van a matar… —repetía sin cesar, ahora empapado en sudor frío. —Yo te voy a matar, pero si me respondes con la verdad, tendrás suficiente dinero para esconderte donde quieras. Tal vez hasta para empezar de nuevo… quizá conseguirle a tu madre un lugar mejor… ¿Sigue en el hogar de ancianos Shady Pines? ¡Repiensa bien la maldita pregunta, Sumner! —bramé, deslizando el vidrio a lo largo de su cuello, igual que la cicatriz de Bella. El dulce aroma de la sangre flotó en el aire cuando le hice un leve corte, y tuve que contener mi instinto de acabar con ese asqueroso gusano. Tragué el veneno mientras me ardía la garganta, sabiendo que mis ojos se habían oscurecido por la sed. —Está bien, está bien, está bien… —suplicó, cerrando los ojos y temblando bajo mi agarre. Si lo sujetaba con más fuerza, le rompería el cuello. —Swan era juez. Brown necesitaba que aceptara un soborno o que se hiciera a un lado. No hizo ninguna de las dos cosas. Por lo que escuché, al viejo no se le asustaba tan fácil, ¿sabes? —Sigue. —Muchos tipos fueron a dar a la cárcel por una red de drogas en el béisbol. No era que se estuvieran metiendo esteroides para agrandarse, era que los conseguían en la calle. Alec se cabreó cuando varios de sus amigos terminaron presos. E-escuché un rumor de que iban a deshacerse del viejo. No sé… yo no estuve ahí. Estaba en la cárcel del condado por allanamiento —balbuceó. Asentí apenas, aflojando un poco mi agarre para pensar un segundo. Lo empujé lejos de mí y me senté de nuevo en el sofá, sacando varios billetes de cien y levantándolos en el aire. —Mira, hermano, soy solo un maldito dealer de poca monta. ¡No sé nada de toda esta mierda! —suplicó, aunque su mente moría por ver mi rostro. —Lo sé —le dije—. Y vas a mantenerte ignorante. Suelta una palabra de esta conversación a Brown antes de que lo encuentre, y volveré, te haré pedazos y luego me iré directo a Shady Pines a hacerle lo mismo a tu madre. —Mierda, mierda… no, hermano… no lo hagas. ¡Ella nunca le hizo daño a nadie! —Entonces responde unas cuantas preguntas más, y te duplico lo que ya ganaste —dije, agitando el dinero. Cuando asintió al mismo tiempo que se frotaba la cara, seguí adelante—. ¿Cuándo regresa Brown a Boston? —En un par de semanas. Se fue a Florida con su novia. —Bien. ¿Y a quién habría contratado para hacer su trabajo sucio? —le pregunté, jugando otra vez con la botella rota. —¡Demonios, no sé…! Eh, tal vez a su hermano. ¿Demetri? ¡Los dos están bien jodidos! —dijo Felix. En su mente aparecieron un par de peleas en bares por chicas, junto con la imagen de una muchacha con un ojo morado. —Buena información —dije en voz baja, asintiendo apenas. Me agaché, recogí todo el dinero y lo levanté—. Aquí hay mil quinientos. Lárgate de la ciudad. Llévate a tu madre, o no. Me da igual, pero si Brown se entera de esta conversación antes de que lo encuentre, te aseguro que te voy a rastrear, y te voy a borrar del mapa. ¿Estamos claros? Asintió, encogiéndose un poco cuando le lancé el dinero. Me puse de pie y me dirigí a la puerta por donde había entrado, pero él gritó: —¡Ah, carajo… ¿quién demonios eres tú?! Me detuve, dándole la espalda. ¿Quién demonios era yo? El rostro dulce y hermoso de mi chica apareció en mi mente, y sonreí, sabiendo que yo era suyo. Eso era todo lo que realmente importaba, pero todo lo que estaba a punto de hacer era por ella. Todo. Ya fuera matar a Dwyer o a Brown, o simplemente entregarlos a las autoridades. Aún no estaba seguro de cuál sería. Mi inocente, dulce chica necesitaba justicia. Pero, más que nada, mi Bella necesitaba sentirse segura. Le di una última mirada por encima del hombro y le dije: —No soy nadie. Soy un fantasma. Toma las decisiones correctas, Felix… o volveré. Y te prometo que no me verás venir. Nota de la autora: El interrogatorio de Edward fue algo que visualicé HACE MUCHO tiempo, incluso antes de comenzar a escribir esto. Y ahora saben en dónde se para Phil. Renee… bueno, oirán más de ella. Y de Chelsea. Lo próximo es la víspera de Año Nuevo. ;)
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