Capítulo 19
22 de octubre de 2025, 10:37
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Capítulo 19
Enero de 2002
EDWARD
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Ver a Leah de pie en el umbral de su puerta resultaba inquietante.
—Entren, mis amores. Tenemos que hablar —dijo mientras abría más la puerta para nosotros, y sus ojos oscuros se fijaban en los míos, aunque sus pensamientos estaban centrados en el té que tenía hirviendo en la estufa.
—Leah —la saludé, besando su mejilla—. ¿Recuerdas a Bella?
Su rostro se iluminó notablemente al mencionar a mi chica.
—Estoy vieja, Edward, no senil —resopló, rodando los ojos mientras me apartaba con un ademán—. Aunque, si sigues tardándote tanto en venir a verme, puede que empiece a olvidarte a propósito.
Soltando una risa, me hice a un lado para dejarla saludar a Bella, quien estaba bastante divertida con nuestra interacción. Lo mostraba en sus dulces ojos oscuros al mirarnos de uno al otro, pero Leah caminó hasta ella y le tomó el rostro entre las manos.
—Madre mía —murmuró la anciana con asombro—. No eres lo que esperaba. Eres mucho más hermosa de lo que imaginé. Mi abuela estaría orgullosa de lo cerca que estuvo con su predicción.
Bella sonrió, sus mejillas se tiñeron de rojo, pero no dijo nada. Sabía que era algo habitual cuando se trataba de personas que no conocía. Había asuntos de confianza de por medio, aunque estaba bastante seguro de que mi chica simplemente era tímida en ciertas situaciones. No me molestaba en lo absoluto.
—Bella, amor, la verdad, el pasado… está bien liberarte dentro de esta casa. Incluso la verdad sobre nosotros, ¿de acuerdo? —le dije, besándole un costado de la cabeza.
Bella me miró y asintió, con una pequeña sonrisa en los labios.
Leah sonrió dulcemente, asintiendo también.
—Pasen, pasen —entonó, señalando la mesa—. Bella, ¿te gustaría una taza de té?
—Por favor —susurró ella mientras yo le apartaba una silla, pero Leah no la escuchó.
—Sí, Leah —dije yo, un poco más alto, tomando asiento junto a Bella—. Gracias.
Leah miró por encima del hombro, preguntándose si Bella había hablado o si simplemente no la había oído, pero cuando Bella le dio las gracias al recibir la taza humeante, lo hizo lo bastante fuerte para que Leah la escuchara, lo cual provocó una sonrisa en la anciana.
Mis ojos recorrieron los objetos sobre la mesa. Parecía que Leah estaba buscando en el futuro. La bola de cristal ocupaba el lugar central entre las cartas del tarot y una taza vacía. La anciana realmente estaba decidida a ver algo.
—Leah —llamé, señalando la mesa cuando finalmente se sentó con nosotros—. ¿Qué viste?
—Muchas cosas, pero ya llegaremos a eso —suspiró, sonriéndonos—. Déjenme mirarlos primero.
Solté una risa baja, mirando a Bella. Verlo en la mente de Leah era realmente asombroso. Ella veía cómo nos mirábamos, cómo nos movíamos casi en sincronía… cosas en las que yo jamás me había fijado. Leah echó un vistazo a su bola de cristal, sonriendo. Me mantuve en silencio, dejándola tomar la iniciativa.
—Me recuerdan a Carlisle y Esme —comentó, levantando la vista—. Dos almas entrelazadas, conectadas como debe ser. Sin más secretos, sin más esconderse. Eso me hace feliz, Edward.
Sonriendo, tomé la mano de Bella y la besé.
—A mí también.
—Ya lo veo —dijo, dando golpecitos con un dedo sobre la bola de cristal frente a ella, guiñándole un ojo a Bella—. Tienen un largo camino por recorrer, eso sí. —Recogió sus cartas y comenzó a barajarlas con su forma específica y metódica. Luego miró a Bella—. ¿Puedo, cielo?
Mi chica sonrió y asintió con los ojos bien abiertos, mordiéndose el labio inferior. Estaba nerviosa, pero podía ver que poco a poco se sentía más cómoda con la anciana gitana.
Leah señaló su té.
—Bebe, bebe… También voy a leerte eso.
—Algo que no puede hacer conmigo, amor… ni con Carlisle, para el caso —dije con una risa ligera.
—Seguro —me replicó Bella, burlona—. Dieta especial y todo eso —añadió, sorbiendo el té cálido y fragante, provocando que Leah soltara una risita como niña.
Leah colocó las cartas sobre la mesa, tarareando para sí mientras las disponía. Echó un vistazo a la bola de cristal, frunciendo el ceño. En su mente, lo vi todo, lo que me hizo apretar la mano de Bella y llevarla a mis labios. Aun así, esperé, con la esperanza de que Leah explicara exactamente lo que significaba todo eso.
Me incliné hacia adelante, mirando las cartas. La primera era la carta de la Fuerza, lo cual no me sorprendía tratándose de Bella. La carta siguiente era Justicia, y eso me puso nervioso, pero las dos últimas cayeron igual que las mías… solo que al revés. Amor, luego Muerte.
—Leah… —gemí apenas.
—¿Podrías esperar, impaciente? —refunfuñó Leah—. Aún no termino. Y ya estás sacando conclusiones otra vez, mi dulce niño. Por favor, cálmate. —Rodó los ojos hacia Bella—. Siempre tiene tanta prisa. Estas cosas toman su tiempo.
Bella soltó una risita, mirándome, y luego se inclinó para besarme la mejilla. Ese simple gesto me calmó hasta lo más profundo, y solté un suspiro largo.
—Ella es tan buena para él —pensó Leah—. Nadie podía calmarlo así antes, ni siquiera Esme.
Sonriendo de lado, la ignoré. Leah nunca había sido muy fan de mi habilidad para leer la mente. Siempre traté de respetarlo lo más que pudiera. Lo había sabido desde que era muy joven, y podía aprovecharla cuando lo necesitaba, pero con los años comenzó a sentirse invadida. Y sí, era invasivo, pero no podía evitarlo.
Leah estudió su bola de cristal. Una vez más, en su mente aparecieron unos ojos inmortales de color rojo, así como unas grandes alas blancas. Mi boca se abrió ante la imagen tan impactante en los pensamientos de Leah, y me hice una nota mental para dibujarla. El rostro de Bella ahora aparecía en la visión, donde antes no había identidad. Estaba envuelta a mi alrededor desde un costado, con unas enormes alas envolviéndome en un abrazo tan lleno de amor que resultaba casi erótico, especialmente considerando que no había ni una sola prenda de ropa sobre nosotros. Pero lo más notable eran los ojos de Bella: ya no eran ese cálido y dulce chocolate. Eran dorados, inmortales y penetrantes. Eran deslumbrantes.
—Oh —jadeé, con las cejas lanzándose hacia lo alto de mi frente, lo que hizo que Leah resoplara divertida.
—Nada mal, ¿eh? —preguntó, aún riéndose de mí.
—No, eso es… Dios, eso es simplemente… —Las palabras me fallaron, y solo pude sacudir la cabeza y pasarme las manos por el cabello de lo mucho que deseaba eso. Jamás apresuraría nada, pero ver esa imagen casi me hizo gruñir en voz alta.
—Bueno, eso explica su carta de la Muerte, cariño —pensó Leah hacia mí, con un brillo pícaro en los ojos—. Y probablemente también una de las tuyas. ¿Está bien si hablamos de esto con ella?
—Por supuesto —dije, asintiendo.
Bella nos miró a ambos, preguntando:
—¿Qué? ¿Es malo?
—No, dulzura —la aseguré, besándole los dedos—. Leah te lo explicará.
Leah le sonrió con calidez, sorbiendo su té.
—Cielo, ¿Edward te ha contado sobre la predicción original de mi abuela?
—Sí, señora —respondió con honestidad—. Ella vio a sus padres, su transformación… y a mí.
Leah sonrió con orgullo, haciéndome soltar una risa baja.
—Exactamente —asintió, señalando la carta de la Muerte—. Esta carta, en el fondo, puede significar la muerte real… o, como en el caso de Edward, su transformación en inmortal. Me cuesta precisar su significado, pero la bola de cristal puede aclararlo. Uso más de una fuente para acceder al futuro. ¿Terminaste tu té?
Bella asintió, entregándole la taza.
Leah giró los posos unas cuantas veces, frunciendo el ceño al mirar dentro, pero luego la dejó a un lado. Sus pensamientos comenzaban a sumar todo.
—Bien. —Suspiró, sonriendo y apoyando los codos en la mesa—. Ustedes dos… —Soltó una risita, negando con la cabeza—. Veo una vida muy larga entre ustedes. Hay fuerza, de la cual tienes en abundancia, Bella —señaló esa carta—, pero también hay justicia en tu futuro. Habrá retribución, pero la obtendrán… juntos. Eso es importante. —Empujó la carta del Amor hacia Bella—. Juntos, ustedes dos son… irrompibles.
Los ojos de Bella se agrandaron.
—He… he tenido sueños así. Era yo, pero no. Edward estaba ahí, pero también los…
—Los hombres que te hicieron daño —completó Leah por ella, asintiendo cuando Bella también lo hizo—. Sí, puedo imaginar que conectarte con tu alma gemela cambiaría todo. El miedo ya no es necesario, y ya no luchas sola. Esas cosas son importantes. Debes creer en ello.
—Lo hago —afirmó Bella, mirándome—. Completamente.
Le besé la frente, tarareando con aprobación, aunque deseé que fueran sus labios. Quería dejarlos marcados de tanto besarla, con hambre, luego de cómo había resultado esta lectura. Aunque sabía por los pensamientos de Leah que aún no había terminado.
Leah se irguió, su rostro volviéndose un poco más serio.
—Los veo a los dos iguales, no de inmediato, pero sí juntos como uno solo. Veo que todas tus deudas del pasado están saldadas, Bella. —Miró los posos de té en el fondo de la taza—. Pero también veo… pérdida. No permanente, pero pérdida al fin. No puedo decir si es muerte o simplemente que alguien se aleja por un tiempo. No creo que sea Edward, aunque lo he visto viajando un poco en lecturas anteriores. Esto es una ausencia. Edward es una presencia constante. —Volvió a tocar la carta del amor.
Los hombros de Bella se encogieron un poco, y giré de inmediato para mirarla con incredulidad.
—¿Pensaste que…?
—¡No! —me interrumpió de inmediato—. Es solo… un miedo, Edward. Siempre está ahí. Especialmente cuando te vas del castillo.
Le tomé el rostro entre las manos.
—Siempre volveré a ti. Nunca lo dudes. ¿De acuerdo? —Le rogué, soltando un suspiro de alivio cuando asintió con fuerza.
Leah se rio de nosotros, pero sonrió cuando la miramos. Bella se apoyó en mí, soltando una risa nerviosa.
—Leah —dije, rodeando los hombros de mi chica con un brazo—. ¿Los ojos rojos… esta vez puedes ver a quién pertenecen?
Bella se tensó bajo mi tacto, pero seguí observando a Leah, acariciando su brazo para calmarla.
—No, no puedo. Lo siento, Edward.
Fruncí el ceño, negando con la cabeza. Esa visión era la que más me preocupaba. No estaba seguro de a quién pertenecían esos ojos rojos. En mi mente, barajaba posibilidades: James, Bella, incluso los míos. Esta última opción me aterraba. No podía imaginarme perdiendo el control hasta ese punto. Llevaba décadas y décadas luchando contra mis instintos. Me había acostumbrado a lo que era, a cómo vivía.
—Ahora —dijo Leah, recogiendo sus cartas y apilándolas a un lado—. La razón por la que los vi venir es porque estaba leyendo el futuro de Jacob. —Me sonrió, las arrugas acentuando las comisuras de sus ojos—. Soy su madre. No es demasiado mayor como para que yo no lo vigile. —Pero su sonrisa se desvaneció rápidamente—. Veo conflicto en su futuro. Veo una cacería… y una pelea. Edward, creo que tu visitante misterioso puede volver.
Asentí, asumiendo que ese era el caso.
—Lo vigilaré, Leah. Tienes mi palabra.
—Bueno, asegúrate de vigilarlos a todos, ¿Mmm?
—Haré lo mejor que pueda —le prometí, poniéndome de pie. Me incliné para besarle la mejilla.
—Gracias, Leah —dijo Bella, poniéndose también de pie y extendiendo la mano para estrechar la de la anciana.
Leah tenía otros planes; atrajo a Bella hacia un abrazo maternal, lo que provocó una dulce sonrisa en mi chica.
—Eres… muy bienvenida, Bella. Y puedes venir a verme cuando quieras, incluso sin el señor Impaciente —soltó, guiñándome un ojo.
—Leah, por ahora, preferiría que Bella no viniera sola —intervine con cautela, encogiéndome de hombros.
Ella se detuvo un segundo, pero luego asintió.
—Tal vez tengas razón. —Volvió a mirar a Bella—. Bueno, la invitación sigue en pie.
Bella sonrió.
—Gracias.
Salimos de la cabaña justo cuando la tarde comenzaba a desvanecerse. El sol se hundía lentamente detrás de las nubes gruesas. Entrelazando mis dedos con los de Bella, la guie hacia la entrada subterránea.
—¿Qué viste? —preguntó Bella—. Te veías… sorprendido.
Sonriendo, la miré.
—Te lo voy a dibujar, dulzura. Fue… hermoso.
Bella soltó una risita, poniéndose de puntillas para besarme.
—Entonces no puedo esperar.
~oOo~
Febrero de 2002
El chasquido de mis dientes y el golpe de mi frente contra la pared de azulejos retumbaron en mi baño. Cerré los ojos con fuerza mientras mi mano se envolvía en torno a mí.
No tomaría mucho. Nunca lo hacía. Estaba completamente al límite todo el tiempo, al parecer. El impulso de reclamar a mi compañera, de hacerla mía, se volvía insoportable de resistir. Si alguna vez pensé que la atracción hacia Bella era fuerte cuando entró por primera vez al castillo, entonces había sido un verdadero idiota. Era calidez, pasión y consuelo, todo envuelto en sonrisas, besos y risitas secretas. Me había obsesionado con encontrar los puntos que provocaban los sonidos más sexys… y aun así, mantener algún tipo de límite.
Era demasiado —para mí, y también para Bella. A veces nos perdíamos en besos, en caricias, haciendo que el mundo a nuestro alrededor se volviera irrelevante. Era entonces cuando captaba los pensamientos de alguien, oía a un estudiante fuera, o incluso sentía que el corazón de Bella se aceleraba demasiado, y tenía que alejarme.
La deseaba hasta el borde de la locura.
Aun así, tenía que esperar. No era el momento. Había demasiadas variables implicadas, y me parecía terriblemente inapropiado devorar a mi alma gemela, al amor de mi vida, sobre el sofá de cuero de mi sala. Muchas cosas en esa imagen no me cuadraban.
Aunque mi erección palpitó solo de pensar en ella tendida sobre el cuero oscuro. Sacudí la cabeza ante mis pensamientos desviados y errantes, pero, Dios… se veía increíble la última vez que estuvo ahí. Día de San Valentín. Se había escabullido del dormitorio a mitad de la noche, usando el pasadizo secreto que yo le había enseñado. Cabello castaño extendido sobre cuero cálido de color marrón. Marrón sobre marrón sobre marrón. Sus ojos me miraban con hambre y amor, una combinación embriagadora.
Mi gemido, la presión de mi mano, y el recuerdo de esos labios rojos como rubí arrastrando su lengua por ellos solo para saborearme más, hicieron que mis ojos se pusieran en blanco y mi respiración se entrecortara. Había estado tan, tan tentadora, con el aroma de su deseo impregnando cada rincón de mi espacio. Quería devorarlo, bañarme en él, y saber que lo había provocado yo hacía que el llamado a marcarla fuera aún más fuerte.
Aquella noche fue la primera vez que la toqué, aunque por encima de su ropa. Mis hermanos lo habrían llamado «segunda base», pero para mí, significaba todo. Mi boca se abrió mientras mi mano se movía más rápido, apretando con más fuerza. Sus pezones estaban duros y tensos, presionados contra mi pecho. Ella misma había colocado mi mano sobre ellos. Era la primera vez que tocaba así a una mujer. Eran suaves, llenos en mi mano, y tan íntimos, tan excitantes, que casi me vine ahí mismo dentro de mis vaqueros. Pero fue su gemido suave y dulce lo que alimentaría mis fantasías por años, estaba seguro. Saber que era la primera vez para los dos me volvía prácticamente salvaje de deseo posesivo.
—Mía —gruñí con voz baja y prolongada justo cuando mi semen brotó fuera de mí.
Luces estallaron detrás de mis ojos mientras intentaba recomponerme. Me quedé apoyado contra la pared, jadeando aunque no lo necesitara. Sentía las piernas débiles, pero dejé que el agua caliente cayera sobre mi cabeza y bajara por mi espalda para volver a la realidad.
Me froté la nuca, preparándome para el resto del día. Era fin de semana, pero no podía ir a Hunter's Lake, lo que significaba que las chicas tampoco podían ir, algo que me generaba cierta culpa, aunque fuera por su seguridad. Sin embargo, el sol estaba afuera y brillaría intensamente la mayor parte del día, lo que significaba que tendría una jornada de actividades bajo techo.
El sonido de mi puerta y la televisión encendiéndose me hicieron pensar que uno de mis hermanos estaba afuera, pero sonreí al reconocer el bum-bum-bum de mi latido favorito retumbando en mis oídos. Apagué el agua, tomé una toalla y la pasé con fuerza por mi cabello mojado y el cuerpo. Me puse los pantalones rápidamente.
Al salir del baño, se me encogió el pecho ante la belleza que estaba apoyada en mi ventana, mirando el mundo afuera. Pero fue su sonrisa dulce y feliz lo que completó la imagen. Llevaba unos vaqueros que le quedaban pecaminosamente bien y una camiseta térmica marrón oscuro que hacía juego con sus ojos.
—Necesito mejores cerraduras —la provoqué, sonriendo cuando soltó una risita. Era algo que decíamos cuando uno aparecía sin anunciarse.
Ver cómo sus ojos oscuros me recorrían, desde mis jeans hasta mi pecho desnudo, fue muy satisfactorio. Antes de Bella, nunca me había importado cómo me veían las mujeres: podía oír sus pensamientos absurdos, ver sus fantasías tan vívidas en sus mentes. Siempre me había hecho sentir incómodo… pero Bella era distinta. Quería oír sus pensamientos, sus fantasías, aunque me estuvieran vedadas. La ironía no se me escapaba.
Tomé mi camisa, que estaba sobre el respaldo de la silla del escritorio.
—No es que me queje, amor, pero… ¿por qué estás aquí? Pensé que tú y Alice…
Bella se despegó de la ventana y caminó hacia mí.
—Me han descartado —dijo con una risita, alcanzando el cuello de mi camisa justo cuando me la estaba poniendo—. De alguna manera, Jasper reclutó a Alice para ayudar a pintar uno de los salones de clase.
Soltando una carcajada, asentí.
—Sí, parece que ahora no puede evitarlo. Aunque lamento que te hayan dejado atrás.
Desde que tuvo a Alice en detención, Jasper no pudo resistirse a ella. Puso tanto a ella como a Jessica a trabajar en el invernadero, pero solo podía concentrarse en la furia de Jessica, lo que hizo que su don empático se abriera completamente a Alice. Empezaron a hablar… y el resto fue historia.
—Yo no lo lamento —respondió Bella con una sonrisa, sujetando los lados de mi camisa aún desabrochada—. Prefiero esconderme aquí contigo.
Sus dedos cálidos rozaron mi piel, y supe que mis ojos se oscurecieron al sentirlo. Era como electricidad y calor lamiendo mi carne, haciendo que mi cuerpo reaccionara al instante, a pesar de mis actividades en la ducha. Moviéndose despacio, la mano de Bella se aplanó sobre mi pecho, sus ojos alternando entre lo que hacía y mi rostro. Una caricia apenas perceptible recorrió mi clavícula, bajó por el vello de mi pecho y subió por mi cuello hasta hundirse en mi cabello. Me acercó a ella, queriendo un beso, que le concedí sin dudar.
Sabía a menta y simplemente… a Bella, y no pude evitar levantarla y sentarla en la esquina de mi escritorio. Perdimos un poco el control. Sus piernas largas y fuertes se enroscaron alrededor de mis muslos, sus dedos se hundieron en mi cabello y me arañaron la espalda bajo la camisa, y mi gruñido bajo nos hizo vibrar a ambos.
—Jesús… —jadeé, separándome y apoyando mi frente contra la suya—. Bella… —Su risita me hizo sonreír y besarle la punta de la nariz—. Dulzura, tengo trabajo de la escuela que hacer, pero después de eso… soy todo tuyo.
Sonrió como si le hubiera entregado las llaves del maldito reino.
—Sí, está bien. Me haré a un lado. ¿Quieres que vuelva más tarde?
—¡No! —gruñí dramáticamente contra su cuello, sonriendo contra su piel cuando se retorció en mis brazos—. Quédate, amor. Por favor. Hazme compañía. Solo tengo que pagar unas cuentas. No me tomará mucho.
Asintió con una sonrisa y me empujó suavemente para empezar a abotonarme la camisa. Fue un momento tan doméstico que no pude evitar inclinarme para dejarle un beso largo y profundo en la frente, susurrándole un agradecimiento.
—Oh, eso fue por mí, Edward —rio, rodando los ojos—. No habrías hecho ningún trabajo.
Guiñándole un ojo, sonreí y me senté en el escritorio, feliz de que Bella se quedara sentada en el borde. Ignorando los archivos escolares y los papeles, tomó mi cuaderno de dibujo. Le encantaba la visión que había visto en la mente de Leah. Dijo que la había dibujado con una belleza digna de los ángeles pintados en los techos de las iglesias. Donde yo creía que la posición en la que estábamos podría ofenderla, había sucedido todo lo contrario: le pareció sexi y llena de amor. Le encantaba verse protegiéndome. Me ofrecí a dársela, o incluso a hacer otra, pero se negó, diciéndome que la guardara, que la conservara solo para nosotros. Sin embargo, me prometí a mí mismo dibujar una versión en nuestro diario la próxima vez que lo intercambiáramos, aunque eso se había ralentizado bastante.
Bella permaneció en silencio mientras yo revisaba cifras, cuentas, e intentaba con todas mis fuerzas no alcanzarla para tocarla. La observé mientras se deslizaba con gracia desde el escritorio. Pasó sus dedos por mi cabello y dejó un beso en mi sien antes de alejarse. Verla tan cómoda en mis aposentos me daba una sensación de hogar, de pertenencia. Lo que antes consideraba mi escondite, ahora era mi refugio, especialmente cuando ella estaba allí.
Se acurrucó en mi sofá, ocupando apenas espacio, y comenzó a pasar canales en la televisión. Volví a perderme en los números, nóminas y contabilidad, hasta que el noticiero captó mis oídos.
«…El cuerpo de la mujer desaparecida en New York fue identificado ayer. Sharon Dees, de veintidós años, fue encontrada a unos dieciséis kilómetros de su casa, tras haber desaparecido hace veinte días. Las autoridades anunciaron que su cuerpo fue mutilado por lo que suponen fue un oso. Sin embargo, otro residente del norte del estado ha desaparecido. Buck Taylor, de cuarenta y nueve años y residente del pequeño pueblo de Woodland, ha hecho que las autoridades se pregunten si algo más podría estar ocurriendo…»
—Woodland —murmuré, levantándome del escritorio—. Eso está a solo cincuenta y seis kilómetros de aquí. Y los osos no dejarían… —Mi voz se apagó al ver el mapa del estado en mi mente. No había osos en esa zona… yo los había cazado.
Bella me miró desde el sofá, sus ojos afilados fijos en los míos.
—¿No crees que fue un oso?
Negué con la cabeza, sacando mi celular del bolsillo, pero antes de poder llamar a Carlisle, él ya se acercaba a mi puerta, sus pensamientos anunciando su presencia.
—Pasa —dije, haciendo que Bella frunciera el ceño, pero luego sonrió al ver entrar a mi padre.
—Bella —la saludó, dejando un beso en la coronilla.
—Hola, Carlisle.
Le sonrió, dándole no solo una revisión mental de médico, sino también una mirada paternal. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció rápido al encontrarse con mi mirada.
—Creo que tenemos un problema —dijo, señalando la televisión que Bella ahora había silenciado—. Eso parece…
—Un vampiro de cacería. Sí, lo veo —suspiré, sentándome junto a Bella—. Podemos ampliar la búsqueda. Puedo ir con Jasper y Jacob, tal vez intentar captar su mente. Si podemos acercarnos a donde desaparecieron las víctimas, quizás podamos captar su rastro.
—Mmm —hizo Carlisle, sentándose en el borde de mi silla—. Sí, estoy de acuerdo. Debería ir con ustedes…
Ya estaba negando con la cabeza antes de que pronunciara ese último pensamiento en voz alta.
—No. Tú y Esme deben quedarse aquí, proteger el castillo.
Ambos miramos a Bella, y la mente de Carlisle se dirigió a Alice, quien se había vuelto igual de importante, aunque secretamente. Las dos chicas debían estar protegidas. No había otra opción. Por mucho que toda la escuela necesitara seguridad, nada podía pasarle a Alice o a Bella. Jasper y yo no lo soportaríamos.
Carlisle hizo una mueca, pero finalmente asintió en acuerdo.
—Quizás tienes razón. —Me miró, dándome una instrucción silenciosa que no podía ignorar—. Enséñale cómo llegar desde su dormitorio hasta nuestros aposentos a través de los pasadizos ocultos. Tiene que saber cómo mantenerse a salvo, incluso si tú no estás aquí. Si alguien o algo logra entrar al castillo, podrá ocultarse o encontrarnos.
—Sí señor —respondí con una sola inclinación de cabeza.
Lo que no dijo fue que Bella estaba cubierta con el aroma de un inmortal. Mi aroma. Sería un blanco desde el momento en que estuviera al alcance. Si mi chica fuera inmortal, sería una advertencia para los de mi especie: estaba marcada, tomada. Pero su humanidad con el olor de un vampiro encima gritaba presa.
—Um… chicos, me están asustando un poco —susurró Bella apenas.
—Mis disculpas, Bella —dijo Carlisle, sintiéndose reprendido.
—Las mías también, dulzura —dije, sonriéndole—. Algunos hábitos son difíciles de romper.
Ella sonrió un poco, pero se desvaneció cuando nos miró a ambos.
—¿Ustedes creen…? ¿Creen que es tu amigo? ¿James?
Hice una mueca, negando con la cabeza.
—No lo sé. En realidad, dulzura, no importa quién sea. Tenemos que encontrarlo y hacer que se vaya o…
—Eliminarlo. De lo contrario, atraerá demasiada atención —terminó Carlisle por mí, poniéndose de pie—. Perdón por interrumpir. Avísame cuáles son tus planes, hijo.
—Esta noche, probablemente. Hablaré con Jake y Jasper.
—Se lo haré saber a Esme —dijo, sonriéndole a Bella—. Me alegra verte, querida. Es todo tuyo de nuevo.
Su risita fue, sin duda, el mejor sonido, y Carlisle estuvo de acuerdo mentalmente antes de dejarnos solos.
Tomé el control remoto de la mano de Bella, lo dejé sobre la mesa de centro y la atraje hacia mí sujetándola del pie. Su chillido fue adorable y agudo, lo que me hizo reír.
—¿Terminaste, señor Cullen? —preguntó, mirándome con una sonrisa mientras me tomaba el rostro con ambas manos.
—Sí —susurré, dejando un beso en sus labios—. Soy todo tuyo, hermosa…
Ella me sonrió, mordiéndose el labio inferior. Suspiré, lleno de deseo y satisfacción, pero también de pesar. Por mucho que quisiera perderme en ella, ahogarme en sus besos, Carlisle tenía razón. Tenía que enseñarle más sobre los pasadizos secretos.
—Entonces… ¿qué vamos a hacer? —preguntó.
Dejé caer la cabeza sobre su hombro, pero giré para besarle el cuello.
—Carlisle me pidió que te enseñara cómo moverte por el castillo a través de los pasadizos ocultos. Es por tu seguridad, amor.
Bella asintió, y vi cómo una sombra cruzaba por sus ojos. Me di cuenta de cuánto se parecería eso a cuando su padre le enseñó sus propias reglas para mantenerse a salvo. Hice una mueca, besándole los labios.
—Lo siento. De verdad lo siento, pero tienes que entender lo importante que es que estés protegida, Bella. No quiero recordarte… —Me eché hacia atrás sobre los talones, y ella se incorporó conmigo. Aparté su cabello de la cara, deleitándome con su belleza—. Me mataría, literalmente. No puedo…
—Shh —me tranquilizó, colocando dos dedos sobre mis labios—. Lo entiendo, Edward. Solo enséñame.
Solté un suspiro aliviado, sonriendo a mi valiente chica. A pesar de todo lo que había vivido, nunca dejaba de asombrarme cómo simplemente seguía adelante. Lo que habría destruido a alguien más débil, a Bella la volvía decidida y fuerte, y ni siquiera era consciente de ello. No era la primera vez que me preguntaba cómo sería como inmortal. No solo su belleza se intensificaría hasta parecer una diosa, sino que sería poderosa y brillante.
Me puse de pie, ofreciéndole la mano.
—Muy bien, amor mío. Vamos a ser fantasmas…
Ella rio, negando con la cabeza, pero tomó mi mano sin dudar.
~oOo~
Marzo de 2002
BELLA
—Por favor, por favor, por favor díganme que esos dos se van a casa en las vacaciones de primavera —suplicó Angela Weber desde la mesa junto a la mía y la de Alice en la biblioteca—. Porque yo me tengo que quedar. Mis papás van a asistir a una conferencia en Denver… algo del IRS ( ) o de contabilidad.
Su mirada suplicante cayó sobre Alice, pero fue Rose quien tuvo que ocultar su risa tras la mano, bajo la mirada de halcón de la bibliotecaria. Todas miramos hacia Mike y Jessica, que estaban acosando a los pobres Brady y Eric para que se levantaran de las sillas frente a la chimenea.
La mirada de Alice era afilada y furiosa cuando respondió:
—No. Hay algún evento político importante en D.C. al que sus padres tienen que asistir, y ellos optaron por quedarse aquí. Querían ir a Florida, pero como están en tantos problemas aquí, se los negaron. —Se giró para mirarnos—. Ya era hora, la verdad, aunque probablemente sea demasiado tarde. Esos pendejos ya están demasiado mimados y podridos para que se les pueda arreglar ahora. Solo van a crecer y convertirse en imbéciles adultos cuando terminen la universidad.
Rose y yo nos sonreímos, conteniendo la risa.
—¿Te los imaginas? —bufó Angela, rodando los ojos detrás de sus gafas bastante gruesas—. Imagínate tener que trabajar para esos dos en el futuro. Mike es una demanda por acoso sexual esperando a ocurrir. Jessica va a…
—Acostarse con quien sea para escalar —susurramos Rose y yo al mismo tiempo, lo que provocó que toda la mesa estallara en carcajadas, mucho más fuertes de lo permitido en la biblioteca.
La señora Graham suspiró con cansancio, dejando caer un libro con fuerza sobre el mostrador frente a ella. Rara vez le causábamos problemas, así que simplemente se llevó un dedo a los labios para que nos calláramos.
—Perdón, señora Graham —susurró Rose, haciéndonos una mueca mientras se volvía a girar—. Nos va a matar.
—Ups —alcancé a decir en voz muy baja, regresando a mi trabajo de historia.
El pequeño grupo volvió a enfocarse. Teníamos varios proyectos grandes por entregar y más de un examen por rendir antes del fin de semana. Todo se sentía casi abrumador, pero todas esperábamos con ansias las vacaciones de la próxima semana. Algunos estudiantes se irían a casa, mientras que una buena parte nos quedaríamos en la escuela.
Mi mamá había enviado un correo unos días antes, ofreciéndome llevarme a casa. Rechacé su oferta, diciéndole que necesitaba quedarme a estudiar, que volvería en verano. Ella y Chelsea se sintieron decepcionadas, pero lo entendieron. Aún no estaba lista para enfrentarme a Phil y a todo lo que Edward y su familia habían descubierto sobre él, especialmente sola, porque también sabía que Edward tenía que quedarse aquí vigilando al vampiro que parecía estar cazando en el norte del estado de New York. De hecho, la mera mención del tema había puesto a Edward casi en pánico, tratando de idear cómo seguirme hasta Boston y cazar a ese vampiro rebelde. Tuve que prácticamente sentarme sobre él para hacerle entender que yo me quedaba, lo cual no fue tarea fácil, considerando lo fuerte que era.
Ese pensamiento me hizo mirar al otro lado de la mesa, hacia Alice. Ahora estaba oficialmente en las nubes por Jasper. Una vez que él le permitió sentir sus propias emociones libremente, fue como si una ola gigante la arrasara. No estaba segura de qué sabía ella o qué había deducido sobre él, pero hablaban cada vez más. A ojos del público, parecía un coqueteo inofensivo. Y considerando que Alice ya tenía dieciocho años, a nadie le sorprendía.
Sin embargo, ambos eran personas extremadamente reservadas. Alice casi nunca me contaba nada, y Edward me dijo que Jasper estaba protegiendo sus pensamientos a su alrededor. Ambos comprendíamos la necesidad de privacidad y también de secreto, aunque eso no nos impidiera molestarlos de vez en cuando.
Una vez terminé mis apuntes de historia, guardé mis cosas y le di un codazo a Alice.
—Me muero de hambre.
Sonrió y asintió, cerrando su libro de francés. Saludamos a Rose y Angela antes de emprender el camino de regreso por el castillo hacia nuestro dormitorio. Al pasar por la escalinata que conducía al tercer piso, me dolió el corazón por ver a Edward, aunque sabía que lo vería en nuestra clase del viernes.
Había estado entrando y saliendo del castillo las últimas dos semanas. No han vuelto a desaparecer más personas inocentes, pero cuando Jacob y Edward encontraron el lugar donde Buck Taylor había sido visto por última vez, confirmaron que había sido el mismo vampiro que se había acercado al castillo en enero. Edward y su familia estaban cada vez más frustrados por no poder atraparlo.
Solté mi mochila sobre la cama, sonriendo al ver un cuaderno azul brillante que descansaba sobre mi almohada. Asomando por la parte superior, había una margarita blanca perfecta, algo que Edward seguramente le había robado a Jasper del invernadero. Rápidamente, para que Alice no lo viera, presioné la flor dentro de mi colección de Shakespeare y abrí el cuaderno que poco a poco se iba llenando con nuestras cartas.
Mi dulce niña:
Mi corazón está siempre contigo. Solo necesitaba decirte eso. Sé que hemos estado ocupados, pero quería que supieras que te amo. Siempre.
Sé que quedarte en el castillo los fines de semana es difícil, amor, pero quiero darte las gracias por hacerlo. No puedo explicarte lo que significa para mí. Necesito que estés a salvo, incluso si parece exagerado. Te prometo que no siempre será así, y te juro que voy a compensártelo.
Mi esperanza para el futuro es poder presumirte, llevarte a cualquier lugar, como en nuestra noche de Año Nuevo. Odio esconderme. Odio tener que mantenerte en secreto. Sé que por ahora debe ser así, para mantener las apariencias, pero incluso yo me canso de las mentiras y el engaño que vienen con esta vida. Solo quiero amarte, abiertamente, nada más, por el resto de nuestros días. Fuiste un regalo que me prometieron durante mucho tiempo, y ahora que te tengo, ocultarte se siente como un pecado. Se siente mal.
Estaré entrando y saliendo del castillo los próximos días, pero volveré a tiempo para nuestra sesión del viernes. Si me necesitas, llámame. Ya conoces el pasadizo oculto hacia los aposentos de Carlisle y Esme. Ve allí si necesitas cualquier cosa, dulzura. Lo digo en serio. Te aman, Bella, así que, por favor, ve con ellos si lo necesitas. Promételo.
Nos vemos pronto… si no es antes.
Con todo mi amor,
E
Cerré el cuaderno azul y lo guardé en mi mochila. Al levantar la vista, vi a Alice salir del baño. Se apoyó contra el marco de la puerta, con una expresión mucho más seria de lo habitual en ella. Normalmente era tan alegre y despreocupada…
—Siento… una extraña sensación de que todo está a punto de cambiar —murmuró, frunciendo el ceño mientras me miraba.
—¿No puedes ver nada? —le pregunté, levantándome de la cama.
Ya negaba con la cabeza antes de que terminara la pregunta.
—Algunas cosas, sí. Pero hay tantos huecos borrosos en mis visiones que no puedo entender nada.
Fruncí el ceño, pensando que tal vez Jasper estaba interfiriendo con sus visiones. Ella no podía verlo a él ni al resto de ellos. Mantener ese secreto era imperativo, pero no era fácil.
—Creo que… creo —dijo, levantando un dedo—. Creo que Jasper está en mi futuro, pero… no lo sé. No es claro. Ojalá lo fuera. Haría todo más fácil. Últimamente ha sido tan amable… —Su voz se fue apagando—. He estado pensando en las cartas del tarot de Leah, intentando forzar una visión, pero cada vez, todo se vuelve negro.
—Entonces no lo fuerces —sugerí—. Solo deja que venga a ti.
—Lo intento. —Suspiró, sonriendo un poco—. Pero hay cosas que no tienen sentido. Me veo a mí misma en Hunter's Lake… —Cuando abrí los ojos con sorpresa y negué con la cabeza, levantó la mano—. Lo sé, lo prometí. A ti… y a Jasper. Prometí quedarme aquí. Pero no importa qué decisión tome, me sigo viendo yendo hacia allá.
Aunque me alegraba que Jasper la hubiera hecho quedarse, no me gustaba lo que estaba viendo. Alice solía ser de las que fluían con la vida, así que verla ansiosa y frustrada era algo que me inquietaba.
—¡Bah, al demonio! —dijo por fin, sonriendo de nuevo—. Vamos a comer. Lo que venga, lo enfrentaremos después.
No estaba del todo convencida de que estuviera bien, pero dejé que me guiara fuera del cuarto, dándole una mirada de reojo mientras caminábamos por los pasillos. Me detuvo en el descanso de una de las escaleras, mirando a su alrededor.
Cuando se aseguró de que no había nadie cerca, susurró:
—Sé que no puedes contarme nada. Lo veo. —Se señaló la sien—. Solo dime una cosa. Ellos… son distintos, ¿verdad? Edward y Jasper. Como… algo especial.
Quise abrazarla, así que lo hice, sonriendo. Asentí, diciendo lo único que podía decir.
—Son… increíblemente especiales, Alice.
~oOo~
—Sabes que yo solo venía por un libro…
Mi respiración se detuvo por un instante, al igual que todo pensamiento consciente.
—Mmm —fue todo lo que murmuró contra el punto detrás de mi oreja que hacía que se me pusieran los ojos en blanco.
Mi boca se abrió, mis dedos se aferraron a la parte trasera de su camiseta como si fuera un salvavidas, y todo mi cuerpo se arqueó buscando acercarse más. Necesitaba… quería… no sabía qué necesitaba, pero cada fibra de mi ser lo buscaba.
Sus labios fríos dejaron un rastro de fuego por mi cuello, a lo largo de mi cicatriz, y finalmente por mi mandíbula, hasta encontrar mi boca con una mezcla de ternura y hambre. Pero fue el gemido largo, profundo y lento que escapó de Edward lo que hizo que mi estómago se contrajera aún más. Era un sonido honesto y necesitado, mucho más allá de los ronroneos y gruñidos a los que ya me había acostumbrado. Esto era distinto. Era un sonido urgente, uno que me esforzaba por provocar en él una y otra vez. Su aliento se derramó sobre mi mejilla, y mis dedos se enredaron en su cabello mientras nuestras lenguas se entrelazaban, danzando, saboreando, reclamando.
—Bella —dijo apenas audible, apoyando su frente contra la mía, pero manteniendo los labios lo suficientemente cerca como para rozar los míos. Todavía lo sentía en mi lengua, el sabor más dulce—. Solo necesitaba…
Sonriendo, pasé los dedos por su cabello.
—Yo también. Ha sido una semana muy larga viéndote solo unos minutos aquí y allá. Y cancelaste nuestra clase.
Me sonrió, con sus pestañas largas y oscuras levantándose para revelar unos ojos aún más oscuros. Acababa de cazar, así que sabía que esa oscuridad no era por hambre… al menos, no por sangre.
—Lo sé, dulzura. Lo siento por eso. Como no tienes clases en toda la semana, te lo compensaré, lo prometo.
—Lo estás haciendo muy bien ahora mismo —respondí con una risita.
Su risa profunda y sexi nos hizo vibrar a ambos mientras permanecíamos entrelazados en su sofá.
—Bella… el libro. Concéntrate…
Soltando una carcajada, lo besé con fuerza, empujándolo suavemente para poder sentarme. Parecía que le dolía separarse, hasta que entendí exactamente qué le dolía.
—Oh —exhalé, haciendo una mueca y besándole los labios otra vez—. Lo siento.
—Yo no —respondió con una risa baja, aunque desvió la mirada por un momento y bajó la vista al suelo. Había aprendido que ese gesto significaba que estaba un poco avergonzado. De haber podido, habría estado sonrojado, estaba segura—. Te amo. Eres hermosa y se siente… increíble. No estoy seguro de que eso sea algo por lo que deba disculparme.
Me ardieron las mejillas ante ese dulce cumplido.
—Gracias, pero… no puede ser tan…
—Está bien, amor —dijo sonriendo, poniéndose de pie cuando yo lo hice—. Definitivamente no va a matarme.
Solté una risita ante su broma de vampiros y asentí, dándome la vuelta para revisar su estantería. Había visto algunos títulos unos días atrás que quería tomar prestados. Edward me había dicho que lo suyo era mío, así que pensaba tomarle la palabra. Mientras alzaba la vista hacia lo que parecían interminables repisas, unos brazos fuertes se envolvieron alrededor de mi cintura por detrás, y sonreí por encima del hombro.
—Toma lo que quieras, amor. ¿Es para la escuela o por gusto? —preguntó, rozando mi mejilla con su nariz.
—Solo algo para leer antes de dormir —le dije, alcanzando unos libros—. Estos me sirven.
Me sonrió y me besó la mejilla.
—Entonces… adelante…
Su voz se desvaneció, el ceño fruncido en su rostro cuando giró rápidamente hacia la puerta. Cruzó la habitación y la abrió antes de que pudiera darme cuenta de que ya no estaba a mi lado, pero Jasper entró como si lo persiguieran los mismos fuegos del infierno.
—¿Dónde está Alice? —me preguntó.
—Estaba… en nuestra habitación cuando salí —le dije, señalando hacia la puerta.
—¡Pues ya no está! —prácticamente gritó Jasper, lo que hizo que Edward gruñera en respuesta.
—Cuidado con tu tono, hermano —le advirtió con voz grave.
—Okay, okay —intervine para calmarlos a ambos—. Le dije que iba a la biblioteca, pero como no encontré nada, vine aquí. Probablemente fue a buscarme. Solo eso.
—No creo… no creo que esté en el castillo —susurró Jasper, mirando a Edward, pero al mismo tiempo se llevó una mano al pecho.
—Oh —dijimos Edward y yo al mismo tiempo.
Edward reaccionó de inmediato, sacando su celular del bolsillo. Marcó un número y se lo llevó al oído.
—Jacob, ¿manejaste tú la van esta mañana? —preguntó, escuchando la respuesta—. ¿Alice iba en ella? —Pareció relajarse un poco, pero cuando las aletas de la nariz de Jasper se ensancharon, Edward negó lentamente con la cabeza—. Hazme un favor, Jake. No le quites los ojos de encima. No la pierdas de vista.
Miré por la ventana, frunciendo el ceño. Hoy habría sido un buen día para que todos fuéramos a Hunter's Lake. Las nubes de tormenta se acercaban; el sol brillaba a intervalos sobre el patio.
—Tal vez pensó que estaba bien —dije cuando Edward guardó su celular. Ambos chicos me miraron—. Quiero decir, no es tonta, chicos. Puede que se haya dado cuenta de que nos quedamos aquí los fines de semana soleados. La lluvia acercándose pudo haberle parecido una señal de que podía ir.
—¿No te habría dicho algo, dulzura? —preguntó Edward.
Abrí la boca… y la cerré.
—Usualmente sí. Como dije, puede que haya intentado encontrarme en la biblioteca, pero… no me vio.
Jasper gruñó bajo, apoyándose contra la pared.
—Necesito ir tras ella…
—No puedes, Jasper —dijo Edward, señalando la ventana—. No puedes arriesgarte hasta que la tormenta esté completamente sobre nosotros.
Los ojos de Jasper eran fuego negro cuando miró a su hermano, pero no discutió. Sabía que Edward tenía razón.
—Hey —suspiré, colocándome entre ellos, pero mirando a Jasper—. ¿Te sentirías mejor si la llamo a su celular? —Cuando asintió con gratitud, agregué—: Entonces necesito el mío, está en mi habitación. Vamos… tomemos el camino de atrás.
Edward soltó una risita, guiñándome un ojo.
—Te he malacostumbrado a estos pasadizos.
—Ajá —le sonreí, apoyándome en su beso en la sien.
Los chicos me siguieron en silencio, probablemente odiando mi paso humano lento, pero ninguno se quejó. Me asomé desde el clóset a mi habitación, viéndola completamente vacía. Me aseguré de que la puerta estuviera cerrada con seguro antes de hacerles una seña para que entraran. Tomé mi celular y marqué el número de Alice, pero solté un quejido al oírlo sonar sobre su cama, al otro lado del cuarto.
—Maldición —murmuré, dejando caer mi teléfono—. Ella nunca deja eso en ningún lado.
Edward fue hasta mi ventana para mirar al cielo.
—Jasper, tendrás que esperar como una hora —le indicó—. O puedes esperar a que Jacob regrese con la van a las tres.
Jasper parecía a punto de salirse de su propia piel del puro nerviosismo, pero no dijo nada, solo asintió.
Miré alrededor del dormitorio, buscando una nota o algo, pero no encontré nada. Alcé la vista hacia Edward.
—Ella dijo… hace unos días que sentía que algo iba a cambiar. Dijo que se veía a sí misma yendo a Hunter's Lake, aunque sabía que no debía ir.
—¿Qué significa eso, dulzura? —preguntó Edward, arrodillándose frente a mí cuando me senté en el borde de la cama de Alice.
—No lo sé —susurré, sintiéndome de pronto nerviosa, ansiosa, pero luego miré a Jasper. Él estaba proyectando eso en toda la habitación.
—No puede evitarlo, amor —me explicó Edward con voz suave, esbozando una pequeña sonrisa triste. Cuando asentí, se puso de pie y dejó un beso en la coronilla—. Bella, por favor espera aquí a Alice. No salgas del castillo. Te lo ruego.
—No lo haré. Lo prometo —afirmé, frunciendo el ceño cuando Edward apoyó una mano en el hombro de Jasper.
Parecían comunicarse en silencio, pero finalmente, Edward dijo:
—Está bien. Nos mantendremos cerca de la línea de árboles hasta que se cubra el cielo, Jasper.
Edward volvió hacia mí, me besó en los labios y susurró:
—Te amo.
—Yo también. Cuídate —le respondí, y él me regaló su sonrisa ladeada, mi favorita, antes de guiñarme un ojo.
—Siempre.
Desaparecieron por la parte trasera de mi clóset, y la puerta oculta se cerró con un golpe seco. Caminé de un lado a otro por la habitación y volví a mirar el celular de Alice, viendo que tenía una llamada perdida de su abuela. Me dejé caer en mi cama, fulminando con la mirada al reloj. Un par de horas. Quería creer que regresaría en solo un par de horas, pero en el fondo, mi instinto me decía que algo estaba muy mal. Y no tenía nada que ver con los efectos residuales del don de Jasper.
Tomé uno de los libros que había tomado prestado de Edward y lo abrí por la primera página. La mejor forma de hacer que el tiempo pasara volando era leer, así que lo hice. Me perdí en otro mundo.
El trueno rugió de forma amenazante, haciendo que me incorporara de golpe. Tenía que haberme quedado dormida en algún momento. Una mirada al reloj me indicó que la van desde Hunter's Lake ya debía haber regresado, así que salí al pasillo. Rose estaba al final, cerca de su habitación, y caminé hacia ella.
—¿Dónde están todos? —le pregunté en voz baja, mirando a mi alrededor.
—Regresamos hace unos diez minutos, pero la van tuvo que volver al pueblo. Un par de personas no aparecieron para el regreso —explicó, señalando su ropa, salpicada de gotas de lluvia grandes y gruesas—. Jacob estaba furioso. Regresó a buscarlos.
—¿Quién? —pregunté, tomándole la muñeca—. ¿Quién no regresó?
—Alice fue una. Los otros fueron Mike, Jessica y ese chico de primer año… Brady, creo.
El corazón se me hundió mientras regresaba a mi habitación, pero la rabia me invadió cuando Jessica apareció por la esquina. Sus ojos esquivos, su ropa prácticamente empapada y los zapatos cubiertos de barro me lo dijeron todo. Miré detrás de ella, buscando a Alice… y no había nadie.
Jessica se burló, empujando mi hombro al pasar junto a nosotras.
—Quizá la próxima vez, la loca se quede callada sobre los asuntos de otros. Si no tienes cuidado, te pasará lo mismo, bicho raro.
Entrecerré los ojos, pero cerré la puerta de mi habitación con fuerza y tomé mi celular. Marqué el número de Edward, pero fue directo al buzón de voz. Incapaz de quedarme quieta, corrí al clóset, tomando el pasadizo secreto hacia los aposentos de los padres de Edward. Antes de llegar al final, la puerta se abrió revelando a Esme.
—Bella, ¿qué pasa?
—Alice —jadeé, sentándome cuando me guió hasta una de las sillas del comedor—. ¿La encontraron? Edward y Jasper… ¿la encontraron?
—No, aún la están buscando, dulzura, pero tuvieron un problema.
—¿Qué problema? —chillé.
Lucía nerviosa, pero se sentó a mi lado.
—Iban a vigilarla, pero se desviaron. El vampiro cuyo rastro hemos estado siguiendo… se toparon con él camino a Hunter's Lake.
—Pero… Alice, creo que alguien le hizo algo —le dije—. Jessica me amenazó. Sus… sus zapatos… estaban llenos de barro. Esme, ¡tienes que decirles!
Las aletas de la nariz de Esme se abrieron, el ceño se le frunció, pero asintió con seriedad. Ambas miramos hacia la puerta cuando alguien golpeó con fuerza.
Emmett estaba parado allí, sujetando a Mike Newton de un lado de la camiseta, mientras Jacob lo sostenía del otro. Este último parecía a punto de sacudirlo hasta matarlo.
—¡Díselo! ¡Fuiste el último que la vio! —soltó Jacob.
Fue entonces cuando vi la ropa de Mike… y sus zapatos. Estaba en el mismo estado que Jessica: empapado y cubierto de barro.
Mike murmuró algo por lo bajo, gimiendo y quejándose cuando los dos chicos lo sujetaron aún más fuerte.
—De acuerdo… Alice Brandon se resbaló por el terraplén del lago detrás del pueblo —dijo, quejándose de nuevo y encorvándose casi por completo cuando Jake apretó más—. Cuando no volvió a salir, Jessica se fue, pero yo escuché a Brandon gritar desde abajo. Fui a buscarla, pero ya no estaba. No pude verla.
Se me cayó la mandíbula al piso y miré a Esme, cuyo temperamento apenas estaba contenido. Se volvió hacia Emmett.
—Mételo en mi oficina. Y mete a Jessica Stanley con él. No los pierdas de vista —ordenó, y luego se volvió hacia Jacob—. Ve con los chicos. ¡Ahora! Usa los medios que sean necesarios.
—Sí, señora —dijo con el ceño fruncido—. Esos pequeños imbéciles se metieron con Alice cuando yo estaba ocupado con ese chico Brady. Carlisle está en el pueblo revisando su brazo.
—Yo me ocuparé de esos dos, pero te necesito con Jasper y Edward —espetó, y cerró la puerta de golpe antes de girarse para tomar el teléfono—. Carlisle, tenemos un problema.
Intenté llamar de nuevo al celular de Edward, y esta vez contestó, aunque sin el típico saludo.
—Ya lo sé, amor —gruñó, con el sonido del viento rugiendo de fondo—. Quédate con Esme, y te mantendremos informada.
Con eso, cortó la llamada, pero me encontré con la mirada furiosa y preocupada de Esme. Ella sabía algo que yo no.
—¿Qué dijo Carlisle? —pregunté en un susurro.
Negó con la cabeza, sentándose al borde del sofá.
—Hay dos —dijo en voz baja, con la boca entreabierta—. ¿Y uno? Uno estuvo por toda la zona de Hunter's Lake. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Alguien… estaba cazando.
Me dejé caer a su lado, acurrucándome contra ella cuando me rodeó con un brazo, y susurré lo único que pude decir.
—Alice…
~oOo~
El Servicio de Impuestos Internos (en inglés: Internal Revenue Service; sigla: IRS), también Servicio Interno de Rentas, es la instancia federal del Gobierno de los Estados Unidos encargada de la recaudación fiscal y del cumplimiento de las leyes tributarias.
Nota de autora: ¿Y ustedes pensaban que el cliffhanger anterior fue malo? ;) La lectura de Leah fue buena y mala. Más buena que mala. Y ahora Alice está desaparecida… aunque la mayoría de ustedes cumplió su deseo: Jasper la dejó entrar, así que esto fue una montaña rusa. Bueno, mantengan las manos dentro del vehículo… esto todavía no se detiene.