ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
En progreso
1
Tamaño:
planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
Etiquetas:
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 25

Ajustes de texto
Nota de la autora: Voy a responder una sola pregunta aquí y luego los dejo continuar. Sí, es totalmente normal en Estados Unidos que un estudiante de último año cumpla 18 años. Bella comenzará su último año de preparatoria en agosto y cumplirá 18 en septiembre. Personalmente, yo cumplí años tarde en el año, justo antes de graduarme. Así que… sí, completamente normal. :) . Capítulo 25 Abril de 2002 EDWARD . Fruncí el ceño mientras hojeaba el pequeño cuaderno de bocetos que había llevado al avión. Había dibujado el rostro de mi Bella más veces desde que despegamos de lo que jamás había hecho en una sola sesión: Bella tocando en su recital, sus dulces lágrimas de felicidad al verme; la hermosa imagen de ella durmiendo en paz junto a mí, con sus gloriosos hombros desnudos; y finalmente, la visión de ella en mi cama, abrazando una almohada. Esa última fue la que más me dolió. Fue lo último que vi de ella. Me observó mientras me vestía, recogía mis cosas, y apenas me dejó marcharme. Aunque había sido el fin de semana más sensacional de toda mi existencia, me destrozó tener que alejarme de ella. Otra vez. Hicieron falta varios besos, más lágrimas de las que pude atrapar, y una avalancha de promesas para lograr desprenderme de su abrazo. Para cuando caí en el asiento del auto de Jacob, tenía tantas emociones corriéndome por dentro que sentí ganas de vomitar. Me dio espacio mental mientras conducía, pero me juró que cuidaría de mi chica. De hecho, planeaba tomar el tren con ella -y con Leah, por cierto- el día en que Bella regresara a casa. Le agradecí, aunque me salió en un tono algo amargo, lo cual solo logró que Jacob me sonriera y siguiera manejando. Sabía que no debía presionar, simplemente porque entendía lo difícil que era para todos nosotros estar separados y lo que el cambio de Alice significaba para la familia. Y sinceramente, nos veía a todos como su familia. Apoyé la frente contra la ventanilla del avión mientras Alaska se acercaba. Mis ojos recorrieron las nubes, el cielo nocturno y la vasta extensión de tierra más allá de mi visión inmortal. Era un mosaico de distintos paisajes, y fruncí el ceño, sabiendo que con cada segundo que pasaba, me alejaba más y más de donde realmente quería estar. —Hora de guardar la bandeja —escuché desde el pasillo. Al mirar hacia arriba, la azafata me sonrió—. Linda chica. Tienes talento. —Ella lo tiene. —Suspiré, sonriendo al dibujo a lápiz que tenía frente a mí en la bandeja—. Gracias. Negué con la cabeza, pensando que, como humano, apenas podía dibujar monigotes. La capacidad de recordar y plasmar en papel vino con mi transformación en esta vida. Eso, junto con mi velocidad, eran ventajas inesperadas. —Puedo llevarme esto —dijo, su mente llena de pensamientos sobre mi apariencia. Me encontraba atractivo, y eso la intimidaba. Le pasé el vaso con hielo derretido en un líquido color ámbar, deseando por primera vez en cien años poder emborracharme, cualquier cosa que aliviara el dolor de estar lejos de Bella. La azafata volvió a mirarme, preguntándose si debía preguntar si esa chica era mi novia, pero prefirió no hacerlo cuando volví mi atención a la ventanilla, descartándola por completo. No quería darle pie a nada. Sus pensamientos eran superficiales, aunque teñidos de baja autoestima; alguien le había roto el corazón en algún momento. Por más triste que fuera eso, no me importaba. Finalmente se encendió la luz del cinturón de seguridad, y sentí el lento descenso del avión. Anchorage ya se acercaba. Cuando el piloto anunció el clima y la hora, me incorporé un poco. Tenía que sacudirme el mal humor en el que me había hundido desde que dejé Masen Manor. Le había prometido a Bella que no pagaría mi tristeza con los demás. Le juré que, si me sentía así, la llamaría, o al menos… le escribiría. Palpé el bolsillo delantero de mi camisa, asegurándome de tener la otra promesa que le hice: una carta para entregarle a Alice. El avión aterrizó, y pasaron varios minutos antes de que pudiéramos bajar. Me eché el bolso al hombro, asintiendo una sola vez a la azafata al pasar. Sonreí cuando vi que Jasper me estaba esperando. —Pensé que era mejor venir a buscarte. Tanya estaba considerando dejarte caminar —bromeó con su sonrisa lenta y perezosa. —Seguro que sí —solté una carcajada, negando con la cabeza—. Gracias, de todos modos. —Ajá —murmuró, dándome una palmada en el hombro mientras me guiaba hacia el auto—. Preguntaría cómo te fue en casa, pero… —Entrecerró los ojos y se rio un poco—. Estás soltando un montón de porquería. Sonriendo, le hice un gesto de desdén. Su mente me decía exactamente lo que estaba proyectando: determinación, resolución, un poco de deseo… y dolor. Las dos últimas venían de la mano, asumía él en ese momento, y yo simplemente asentí. Llegamos al auto, lo encendió, pero no salió de inmediato del estacionamiento. —Gracias… por regresar. Alice vio que dudaste un par de veces. No te habríamos culpado si no lo hacías, pero igual… gracias. No puedo… Solo sé que no es fácil, hermano. Lo siento. Respiré hondo y lo solté despacio antes de asentir. —Tú lo harías por mí. —En un maldito segundo. Y te juro que algún día te devolveré el favor —prometió, y en su mente vi que lo decía en serio, que había hablado con Alice sobre sus visiones del futuro de Bella. —Lo recordaré —le dije. Aunque no pude evitar molestarlo un poco—. En serio, podrías pagarme bajándole el volumen a todo ese deseo que desbordas… Se echó a reír mientras sacaba el auto del estacionamiento. —Sí… ya veremos. ~oOo~ Mayo de 2002 Las risitas de dos chicas resonaban entre los árboles. Una caminaba de un lado a otro con impaciencia y la otra viajaba a través del altavoz de mi celular. Era domingo -faltaban dos domingos para mi vuelo a Boston- y acabábamos de terminar una cacería. Desde mi regreso a Denali, había hecho todo lo posible por mantenerme positivo, a pesar del dolor, la angustia y el instinto puro de correr de vuelta hacia Bella. Sin embargo, los domingos eran el mejor día de la semana. Cazábamos cerca de la torre de señal más cercana, pero lo bastante lejos de cualquier humano, solo para permitir que Bella y Alice hablaran. Cuando ellas terminaban, me dejaban mi turno para conversar con Bella. La primera llamada entre ambas había sido tanto buena como mala. Seguimos el consejo de Esme y usamos el altavoz; Alice habló sin parar durante casi media hora, soltando todas las disculpas que necesitaba sacar de su sistema. Bella, por su parte, le pidió perdón por no haber podido decirle la verdad sobre lo que éramos, que había querido hacerlo, pero no era su secreto para contar. Alice lo entendía, pero Bella terminó llorando, lo que a su vez alteró a Alice. Sin embargo, me di cuenta de que cada llamada obligaba a Bella a hablar. No tenía otra opción. Según Esme, apenas decía diez palabras en toda la semana, pero durante las llamadas con Alice y conmigo, hablaba sin parar desde mis habitaciones en el ala este. Así que se convirtió en una rutina semanal. —¡Alice, basta! —suplicó Bella entre carcajadas al otro lado de la línea, y me hizo sonreír. —¿Qué? Solo digo que… verlos cazar es sexi —se defendió Alice en su tono acelerado de siempre—. Deberías ver a Jasper; es como una gacela… todo ágil y elegante. Oh, espera, no deberías ver a Jasper. Pero… ¡Edward! Él caza como un… un… gran felino… Sofocando una risa, negué con la cabeza y me senté al pie de un árbol, junto a Jasper y frente a Tanya e Irina. Intentábamos no escuchar, pero con nuestros sentidos agudizados y teniendo que quedarnos cerca por si algún humano se acercaba demasiado a Alice, era inevitable. Las risas volvieron a sonar. —Dios, extrañaba ese sonido —murmuré, sin hablarle a nadie en particular, pero todos me miraron, y Jasper asintió con una sonrisa a mi lado. —¿La risa de Bella? —preguntó Irina con una media sonrisa, jugueteando con una brizna de pasto entre los dedos. Era tan hermosa como Tanya, aunque no tan sarcástica ni bromista. De todas las hermanas Denali, ella era la más tranquila, más serena. Le había alegrado saber que había encontrado a mi compañera, que la antigua predicción finalmente se había cumplido. —No, ambas… eso —aclaré, señalando la alegre conversación—. Cuando Bella llegó, era más callada que una iglesia vacía, y Alice había sido… marginada por sus compañeros, gracias a dos pequeños… —Imbéciles —aportó Jasper con un gruñido, frunciendo el ceño con fiereza. Aún no había perdonado del todo a Newton y Stanley por su «broma» a Alice, que inició la cadena de eventos que llevó a su transformación. La amaba como su igual, pero odiaba que hubiera sido contra su voluntad. Le costaba aceptarlo. Jasper, igual que yo con Bella, le habría dado a Alice todo el tiempo del mundo para decidir, pero ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer la verdad sobre nosotros… o sobre él mismo. Le arrebataron esa elección. —Esa sirve —dije con una risa—. En fin, las dos… hicieron clic. Alice se volvió instantáneamente protectora con Bella, quien aceptó su sexto sentido sin pestañear. Bella no tenía que hablar en voz alta; Alice podía leerle la expresión facial como si fuera un libro, aunque asumo que sus visiones ayudaban. Se necesitaban. Estas últimas semanas han sido difíciles para ellas. Jasper asintió en acuerdo junto a mí, sin decir nada. Adoraba a Bella, especialmente ahora, considerando lo mucho que ella luchó con él por Alice. Respetaba su lealtad, entendía sus miedos y seguía asombrado por su fortaleza. La quería como a una hermana, y mataría por ella. Solo tenía que pedírselo… especialmente si se trataba de su padrastro. —¿Con quién habló Bella primero? —preguntó Tanya, sacándome de los pensamientos de Jasper. —Con Esme —respondimos Jasper y yo al mismo tiempo, con sonrisas y risas compartidas. —Oh, por supuesto. —Se rio Tanya. —Eso fue antes de que siquiera viniera a la escuela —expliqué—. Fue durante el proceso de entrevistas en su casa. Bella dijo que Esme la hizo sentirse cómoda. Tanya e Irina asintieron, ambas con sonrisas comprensivas. Esme era muy fácil de tratar para cualquiera. Para ellas tenía todo el sentido que Bella se sintiera así. —¿Qué vas a hacer con el imbécil de su padrastro? —gruñó Tanya, inclinándose un poco hacia adelante. Desde que me ayudó en Boston aquella noche, había querido saber cómo avanzaba la situación de Bella. Volvió a ofrecerme su ayuda si la necesitaba, pero lo que realmente quería era conocer a mi chica. Necesitaba ver con sus propios ojos a la mujer que me había cambiado por completo. Mis fosas nasales se ensancharon al escuchar el nombre de Phil. —No lo sé —suspiré, negando con la cabeza—. Odio la idea de que esté en la misma ciudad que ese hombre, ni hablar de la misma maldita casa, pero no tengo más opción que enviarla de regreso con su madre. Con la policía reabriendo el caso y el cumpleaños número dieciocho de Bella acercándose, Phil podría hacer algo desesperado. Estaba desesperado la última vez que leí su mente. Se sorprendió al ver cuánto había cambiado en menos de un año. Hablaba, aunque poco frente a él, tenía calificaciones excelentes… y me tenía a mí —agregué con una sonrisa maliciosa que hizo reír a las chicas—. Lo último lo pone nervioso. —No me extraña —coincidió Irina, negando con la cabeza—. Si está sola, únicamente con su familia, él puede manipular la situación. Por lo que nos has contado, parece que planeó todo desde el principio. Imagino que el hecho de que Bella sobreviviera esa noche arruinó sus planes. No solo debió esperar a ver si viviría, sino también si sería «normal». Si está engañando a la madre, tendría que actuar como el amante preocupado, hacerse pasar por apoyo. Todos los ojos estarían en Bella, así que no podía terminar lo que esos dos monstruos empezaron. —Exactamente —asentí—. Me va a interesar mucho leer su mente cuando Bella finalmente le cuente su versión de los hechos a la policía. Jasper gruñó, lanzándome una mirada. —El hecho de que lleve a su amigo a esa maldita casa… Creo que la está poniendo a prueba, Edward. Tendría que estar ahí para estar seguro, pero te juro que es como si la provocara con él. No es de extrañar que se sienta incómoda… o que entre en pánico. —Ni me hagas empezar —solté entre dientes, girándome hacia las chicas—. El hermano de Demetri… Alec Brown. —Ah, Demetri… Me pregunto cómo se sintió a la mañana siguiente —musitó Tanya, sonriendo ante mi risa—. Apuesto a que no recuerda nada. —No, seguramente no. Jenks ha tenido a un hombre siguiéndolo desde esa noche —les dije, y luego me volví a Jasper—. Y ya descubrimos el olor a aceite que Bella dijo que creyó percibir esa noche. El padre de los hermanos Brown es dueño de un taller mecánico. Tanto Demetri como Alec trabajan allí. —Déjame adivinar… No es solo un taller mecánico —dedujo Jasper. Negué con la cabeza. —No, los Brown están metidos hasta el cuello en actividades ilegales. Lo que quiero saber es qué le debe Phil, porque no estaría tan desesperado por el dinero de no ser así. ¿Salió mal lo de los esteroides? ¿O hay algo más? —¿Sabes quién podría saberlo, Edward? —intervino Tanya, levantando un dedo—. La chica con la que está Alec. Si hablas con ella, podrías conseguir respuestas, pero tienes que hacerlo con cuidado… y lejos de los hermanos. Dijiste que siempre ves a la misma chica con un ojo morado, ¿no? —preguntó, tocándose la sien—. Apuesto a que es la novia de Alec. —Puede que tengas razón. —Suspiré, dejando caer la cabeza contra el tronco del árbol—. No puedo acercarme a Alec todavía. Con la policía haciendo preguntas otra vez, Jenks y Clearwater me dicen que Alec y Phil están evitando que los vean juntos. Sabré más cuando llegue a Boston. Jasper asintió. —Y Jake va contigo, ¿cierto? —preguntó, y cuando asentí, gruñó, satisfecho de que tendría ayuda. Sabía que necesitaría cazar de vez en cuando, salir a hacer preguntas, así que quería asegurarse de que Bella estuviera protegida cuando yo no pudiera estar con ella—. Aunque el lado negativo es que Jake no puede leer mentes. —Es cierto, pero no tengo opción —dije, girando la cabeza en dirección a Alice. Estaba teniendo una visión de un grupo de adolescentes que venían de excursión en esta dirección—. Alice… —la advertí. —Lo sé, lo sé. —Suspiró con resignación, caminando hacia nosotros—. Te hablo pronto, Bella. Aquí está Edward… Me pasó el teléfono justo cuando todos se levantaban. Mientras se alejaban rápidamente del área, caminé con calma hacia lo más profundo del bosque, pero permanecí cerca de la torre de señal. No podía decir que me molestara. No veía la hora de perderme en una larga conversación con mi chica. Encontrando un nuevo lugar para sentarme, sonreí. —Hola, hermosa. Te extraño… ~oOo~ BELLA —Yo también te extraño —suspiré, dejándome caer en el sofá. Los domingos se habían convertido rápidamente en mi día favorito. Hablar con Alice y con Edward hacía que la separación no fuera tan terrible. No era lo ideal. Extrañaba a Edward hasta el punto de dolerme, y aunque no tenía sus brazos, sí tenía su voz. —Deberías recibir algo por correo mañana, dulzura —me dijo. —¿Sí? —pregunté, sonriendo aún más al pensar que tendría de vuelta nuestro cuaderno—. Dios, amo a FedEx —proclamé, lo que lo hizo reír—. ¿Cómo estuvo tu semana? —Primero tú, Bella —suplicó—. Necesito oír tu voz. Riéndome, negué con la cabeza. —Es la escuela, Edward. No hay mucho que contar. —Intenta. —Eh… está bien… Pensé un momento. Mis semanas eran aburridas y se arrastraban lentamente. No sabía qué era peor: desear que llegara el domingo para poder hablar con él y con Alice, o desear que terminara el año escolar para poder correr a sus brazos. Cualquiera de esos deseos hacía que el tiempo pasara más lento. —Ya están preparando la graduación. Emmett y Rose están emocionados. Ambos fueron aceptados en Dartmouth, así que están en las nubes. Ah, y el señor Harris me pidió que toque en la ceremonia —le conté. —¿Sí? ¿Qué? ¿Durante la entrada? —Sí, y también después de que reciban sus diplomas. Solo se gradúan doce, así que será algo corto. —Lamento perderme eso, amor —suspiró, y sonaba sinceramente apenado. —Yo no. Estuviste en la más importante. Esta es pan comido. Cuando toque ahí, sabré que solo faltan días para verte, Edward. Pero igual haré que Esme lo grabe en video para ti. Se rio. —Perfecto. Me encanta verte tocar. Lo extraño. Sonriendo, asentí, aunque no podía verme. —Bueno, personalmente, esperaba poder tocar ese piano en tu casa. —Todo lo que quieras, mi amor —dijo, y su voz adoptó un tono más grave. Era dulce y sexi, y no estaba segura de que él se diera cuenta siquiera. Esa voz atravesaba el teléfono y se enredaba a mi alrededor como su toque. Me hacía desear cosas que no podía tener mientras él estuviera tan lejos, y ni siquiera era justo decirlas en voz alta. Me temblaban las manos al luchar contra eso, porque decirlo solo haría que Edward se sintiera mal, y él odiaba estar lejos de mí. —Emm… —gemí, cerrando los ojos con fuerza—. Tengo todos mis exámenes esta semana —solté, solo para cambiar de tema—. Creo que estoy bien, pero Esme dice que el próximo año será más difícil. —El último año siempre lo es —coincidió—. Yo te ayudaré. Además, el próximo año comenzarás a aplicar a universidades. Fruncí el ceño con esa afirmación. —Sobre eso… Eh… ¿qué pasará con nosotros cuando entre a la universidad? Su risa fue nerviosa y suave, y probablemente estaba agarrándose el cabello. —Yo… probablemente te seguiré, Bella. No sé cómo hacer otra cosa. No importa dónde elijas estudiar. Mi sonrisa fue tonta, exagerada… pero ridículamente feliz. —¿Estás bien con eso? —preguntó con cautela. —Pfft, sí. Aunque… no sé cómo funcionaría. —Funcionará como queramos que funcione, Bella. Dependiendo de dónde vayas, podríamos tomar clases juntos, o yo podría trabajar desde casa para la escuela. Yo… no importa, ningún detalle importa. Tú y yo decidiremos lo que mejor nos funcione, pero… prefiero hablar de esto cara a cara. No por teléfono cuando estoy a miles de kilómetros de ti. Y nunca se sabe lo que pueda pasar en el próximo año, Bella, así que… Por mucho que quiera planearlo todo, prefiero esperar. Este verano que se avecina pesa mucho sobre mí, así que hasta que pueda llevarte de regreso a Masen, no puedo pensar con claridad. ¿Entiendes? —¿Estás muy preocupado? —Sí. Tal vez lo estoy sobreanalizando, o tal vez solo soy paranoico cuando se trata de ti, pero… no puedo permitir que algo te pase. Ya has pasado por demasiado, pero ahora… eres mía… mi responsabilidad, mi futuro, y mi alma. No permitiré que alguien te dañe otra vez. No mientras yo siga caminando sobre esta tierra. No puedo explicar con palabras lo que significa… todo esto que ha cambiado. Está completamente fuera de mi control. Lo siento si es intenso o da miedo, Bella… —Edward —lo interrumpí—. Basta. Lo entiendo. O al menos… lo intento. Y está lejos de dar miedo. Ya he sentido miedo. Tú no me haces sentir así. Suspiró, pero noté una pequeña risa en su aliento. —Lo sé, solo que… nunca quiero que te sientas asfixiada. Quiero que vivas tu vida como tú quieras. Digo esto porque, si realmente estás hablando en serio sobre estar conmigo… siempre… entonces quiero que vivas. Que realmente vivas. Que vayas a la universidad, viajes, asistas a fiestas universitarias ruidosas y llenas de borrachos… Se rio cuando solté una carcajada. —Que veas lo que quieras ver, amor. Nunca te detendré, y estaré ahí contigo, si eso es lo que deseas. —Edward… basta. —No, espera, dulzura. Escúchame, ¿sí? Ver cómo le arrebataron las decisiones a Alice tan bruscamente ha sido duro. Ella siempre tendrá dieciocho. Podrá ir a la universidad eventualmente, pero veo todo lo se que está perdiendo. Todo lo que ustedes dos podrían haber hecho juntas ya no existe, se desvaneció. Si tener hijos es algo que tú deseas, yo me haría a un lado… Encontraríamos la forma. No sería conmigo, pero… Su desvarío desgarrador me estaba matando. —Edward, ¡basta! —supliqué, con los ojos llenos de lágrimas—. Solo detente, por favor. Cuando dejó de hablar, tomé una respiración profunda y temblorosa. —¿Qué es todo esto? —le pregunté, pero se quedó callado un momento—. T-Tú me explicaste que podía tener fe en nosotros… en ser tu compañera. Si eso es así, entonces estas preocupaciones que me estás lanzando de repente no tienen fundamento. Suspiró, y sonó aliviado. —Estar lejos de ti es difícil. Nunca volveremos a hacer esto. Solté una risa mezclada con un sollozo. —Estoy de acuerdo con eso —respondí de inmediato—. Pero escúchame bien, Edward Cullen… Dijiste que fui hecha para ti, y yo siento que eso es realmente cierto, así que, si es así, ¿qué te dice eso? —Que probablemente debería callarme y estar agradecido. Mi risa fue fuerte y resonó por toda el ala este, pero lo mejor fue la profunda, sexi y cálida risa que me acompañó desde el otro lado de la línea. Mis músculos se relajaron con ese sonido. —Me interesa la universidad, Edward, pero hijos… —me encogí de hombros, aunque él no pudiera verlo—. No lo sé. No era una niña de muñecas. Prefería tocar el piano o ir a pescar con mi papá. Tal vez tuve una, dos muñecas en toda mi vida. No me imagino teniendo hijos. —Podrías cambiar de opinión, Bella. —Podría. O podría seguir exactamente igual. Confío en que podré hablarlo contigo, Edward. La medicina moderna es algo fantástico. Solo pregúntale a Carlisle. No necesito que te hagas a un lado por nada. Si decido tener un bebé, puedo tenerlo sin tocar a un hombre humano. El gruñido que rugió por el teléfono fue fuerte y agudo, pero seguí hablando. —Pero te amo. Y a menos que puedan ser parcialmente tuyos, entonces… no. No me lo imagino, Edward. Simplemente no lo veo. —Sí, nunca más voy a dejarte sola. Claramente me hace idiota —murmuró con frustración, lo que me hizo reír. —Yo también te amo, Edward. Y lo siento. No quise hacerte sentir mal. Es solo que ver cómo Alice lo está manejando… Ella no lo lamenta, pero me preocupa que eso cambie. —Lo dudo. Alice es bastante adaptable. Puede soportar golpes muy duros. —Lo estoy viendo, amor. Y por supuesto que siempre podrás venir a mí —me dijo con una voz más suave, algo nerviosa—. No quise insinuar… —¿Edward? —¿Mmm? —Cállate y sé agradecido. Se rio. —Sí, señora. ~oOo~ El tren se llenaba poco a poco, los pasillos eran un caos de ruido y conversaciones. Mis manos apenas podían quedarse quietas, porque sabía que al final de ese largo viaje en tren, por fin volvería a ver a Edward después de cuatro larguísimas semanas. Me había llamado desde el aeropuerto en Anchorage justo antes de que saliera del ala este con mis últimas cosas. Estaba adorablemente dulce y prácticamente tropezando con sus palabras al decirme que me vería muy pronto. No iba a llegar a tiempo para encontrarme en la estación, pero me juró que me vería pronto. Miré por la ventana, negando con la cabeza ante el pobre empleado de la estación que intentaba mantener organizados y tranquilos a todos los estudiantes y parte del personal de la Masen Academy, para que subiéramos al tren en un tiempo razonable. No estaba funcionando. Todos estaban demasiado emocionados, listos para las vacaciones de verano. Y para la pequeña clase de último año, era el último viaje en tren que harían. No podía imaginar lo que se sentiría eso. Mis ojos se desviaron más allá del techo de la estación hasta captar apenas la silueta de una de las torres de Masen Manor a lo lejos. El gran y oscuro castillo se sentía más como hogar que Boston ahora. Incluso sin las excitables predicciones de Alice, sabía que siempre estaría conectada a ese lugar. Venir aquí, este año escolar, me había cambiado para siempre. Edward me había cambiado para siempre. Aparte de todo lo que pasó con Alice, no estoy segura de que cambiaría algo sobre haber venido. Aunque mi mejor amiga se estaba adaptando a su nueva vida como solo Alice podía hacerlo: con una risa, una sonrisa y una actitud de «Bah, que se joda todo». En una de nuestras conversaciones de domingo, me confesó que aunque estaba triste de no poder volver a ver a su familia -especialmente a la abuela Mary-, sabía que, eventualmente, nunca habría regresado a Mississippi. Le habría gustado despedirse, pero sabía que no podía, así que lo aceptó. Dijo que estar lejos de mí era lo más difícil. Al mirar el cuaderno frente a mí, sonreí un poco y solté un suspiro. Y luego estaba Edward… mi fantasma de Masen personal. Era hermoso, dulce, protector, y a pesar de lo difícil que fue nuestro comienzo, no podía imaginar nada distinto. Me ayudó a reencontrarme conmigo misma sin hacer mucho más que tener una paciencia infinita y una sonrisa torcida solo para mí. Releí su última entrada en nuestro cuaderno, que había recibido justo antes de la ceremonia de graduación, preparándome para escribirle de vuelta durante el viaje a Boston. Mi hermosa Bella: Cuando tengas este cuaderno de vuelta, estarás empacando para dejar el castillo. Algo de eso me duele un poco. No tienes idea de lo perfecta que te veías en mi habitación, como si siempre hubieras debido estar ahí. Demonios, tal vez sí. Tal vez la predicción de Giselle te colocó ahí en mi mente, y nunca te fuiste. No puedo esperar para verte. Esta última semana ha sido la más larga de todas, lo juro. Mi corazón y mi mente han estado puestos solamente en ti. No podía concentrarme en nada, por más que lo intentara, lo que casi termina en desastre más de una vez. Casi acerco demasiado a Alice a unas personas acampando. En ese momento supe que necesitaba volver contigo, aunque fuera solo por mi propia cordura. Puedo irme tranquilo sabiendo que Alice está en un buen camino. Está decidida a seguir la dieta correcta, y quiere llegar al punto en que pueda verte. Esas dos cosas parecen guiarla más que nada. Todavía le falta mucho para tener control. Sus estados de ánimo cambian rápidamente y aún se distrae con los humanos con facilidad, aunque lucha contra ello en cada paso. Usa sus visiones para recordarse quiénes son, que son personas con familias y amigos. Eso le funciona. Es muy similar a mi lectura mental. Ella quería que te dijera que estará cuidándonos mientras estemos en Boston. Amor mío, si aprendí algo durante nuestro tiempo separados, es que te necesito. Antes de ti, simplemente habría seguido con mi existencia, sin vivir realmente. Observaba a las parejas unidas sin entender cuán importante e intrincado era todo eso. Ponía los ojos en blanco ante las declaraciones de amor y preocupación. Pero ahora lo entiendo. Entiendo lo que es estar completamente conectado a alguien, que todo lo que diga, haga o piense tenga que ver con esa persona. Y sé cuán reconfortante es entregarte mi corazón sabiendo que lo vas a proteger, atesorar, amar. Dios, Bella, sé que me quejé de la lujuria que Jasper proyecta, pero no son los sentimientos lo que me molesta; es tener esos sentimientos sin ti cerca. Saber que, si voy a ti, me recibirías con los brazos abiertos. Estar lejos de eso fue demasiado. Fue muy difícil. No sé qué planean hacer Jasper y Alice, pero sé con certeza que no puedo volver a estar tan lejos de ti por tanto tiempo. Nunca más. Los ayudaré en todo lo que pueda en el futuro, pero no si eso me aleja de ti. Cuando lleguemos a Boston, quiero envolverte en mis brazos y no soltarte nunca. Quiero salir contigo, presumirte, besarte hasta que te conviertas en esa dulce, sonrojada y risueña niña en mis brazos que vivo por ver. Quiero conocer los lugares de los que me has hablado, como esa tienda de música que tanto te gusta, tu antigua escuela, y tus lugares favoritos para comer. Y por las noches, mi amor, quiero tenerte entre mis brazos, tocarte. Siento que me volveré loco si no puedo volver a tocarte, verte deshacerte entre mis brazos. Probablemente no debería escribir estas cosas, pero son la verdad. Tendré que ir despacio la primera vez que te vea, dulzura. Te he extrañado demasiado, así que tenlo presente. Nunca quiero hacerte daño. Que tengas una excelente última semana de clases, Bella, y un viaje seguro de regreso a casa. Te veré pronto. Todo mi amor. Siempre.Edward Había una leve desesperación en su tono, pero sus hermosas palabras igual me hicieron sonreír. La desesperación la entendía; coincidía con la mía. Por más que Esme, Carlisle y Jacob habían intentado hacerme compañía durante la ausencia de Edward, era a él a quien realmente necesitaba. Mis pesadillas habían sido horribles, casi al punto de odiar dormir, y el dolor en el pecho nunca desaparecía del todo, excepto cuando hablaba con él por teléfono. Pasé la página para contestarle, cuando una voz familiar llamó mi atención. —No, dije que quería sentarme con Bella —bufó Leah, rodando los ojos hacia su hijo, que lucía resignado. —Está bien, pero Ed dijo que no la asustaras con tus predicciones —le advirtió, guiñándome un ojo a escondidas detrás de su espalda. Sollozando entre risas, di unos golpecitos sobre la mesa frente a mí. —¿Tú crees que soy despiadada, Jacob Black? —preguntó Leah, deslizándose por el asiento hasta quedar frente a mí—. Él cree que soy una bruja malvada. Jacob resopló. —A veces me pregunto… —Cuando chasquee la lengua para reprenderlo, solo me sonrió con aire despreocupado y se encogió de hombros—. Técnicamente, sí se le considera una bruja, Bella. Rodé los ojos mientras sonreía ante la risa divertida de Leah, pero entonces ella me tomó la mano. —Tengo algo para ti —me dijo, jugueteando con mi pulsera de dijes. Se llevó la mano al pequeño saquito de cuero que colgaba de su cuello y vació el contenido sobre la mesa. Vi piedras, monedas metálicas y algo peludo que solo podía ser una pata de conejo. Tomó una de las monedas y la enganchó a mi pulsera, todo el tiempo tarareando para sí misma. Retiré la mano para examinarla. Era redonda, con un diseño muy parecido a un sol, pero alrededor tenía diferentes símbolos o runas. Era de plata y preciosa, del tamaño de una moneda de cinco centavos. —Gracias —susurré, y ella sonrió, guardando el saquito de nuevo en su cuello. —Es para la suerte —dijo con expresión seria. Dio unos golpecitos sobre el dije con el dedo y asintió una vez—. Es para repeler a quienes te quieran hacer daño, a los que tramen cosas malas contra ti. Lo rechazará o lo devolverá hacia ellos. —Estoy bastante segura de que Edward ya se encargará de devolverlo como se debe —murmuró Jacob, guiñándome de nuevo cuando solté una risa suave. —Sí, bueno, una ayudita no le viene mal —replicó ella con una sonrisa ladina—. Edward cuida de demasiada gente, así que pensé que podía usar una mano extra. Le sonreí y le agradecí de nuevo. Su amor por Edward se notaba en todo su rostro arrugado. Brillaba en sus ojos negros, y por un instante, vi a la joven que Edward me había descrito tantas veces, la que alguna vez fue de lengua afilada e inteligente. El silbato del tren sonó justo cuando dos figuras altas avanzaban por el pasillo. Me hice a un lado para que Emmett y Rose pudieran sentarse con nosotras. —Ahí estás. Pensé que te quedarías —bromeó Rose, con una sonrisa ladeada. Cuando solté una risita y negué con la cabeza, me entregó un pedazo de papel—. Mi información de contacto —dijo en voz baja—. Si necesitas hablar o si quieres asistir a alguna de las reuniones del grupo, solo llámame. No nos iremos de Nueva York hasta agosto. Bajé la mirada al papel. Había escrito su dirección de correo electrónico y su número de teléfono, pero también los días y horarios en que se reunía el grupo de sobrevivientes de crímenes violentos. Al que ella solía asistir quedaba en Brooklyn, aunque a veces iba a uno en Nueva Jersey si estaba visitando a Emmett. Cuando la miré de nuevo, le sonreí. Emmett me guiñó un ojo con su clásica sonrisa de hoyuelos. El rostro de Rose estaba inexpresivo, pero sabía que luchaba con sus emociones. —Te voy a extrañar —le susurré, frunciendo el ceño—. Mucha suerte en Dartmouth —les dije a ambos. La fachada de Rose se quebró y me abrazó. Fuerte. —Igualmente. Y ni se te ocurra dejar de hablar. Demuéstrale al mundo que no pueden… —…callar a una perra de las buenas —terminé por ella entre una risita y un sollozo, lo que la hizo reír conmigo. —¡Eso es lo que digo! —aplaudió Emmett, asintiendo con orgullo. Se volvió hacia Leah—. Sáquese las cartas, señora B. Vamos a ver cómo se viene esto. ¿Se puede jugar «Go Fish» con esas cartas mágicas? —preguntó solo para hacerla reír. El tren comenzó a moverse, alejándose lentamente de la estación, mientras Leah sacaba sus cartas y comenzaba a barajarla. Durante todo el trayecto hasta Penn Station, fue leyendo en tono de juego las fortunas de Rose y Emmett. Les salió una carta de amor, lo cual no fue sorpresa, pero también les salieron las de fuerza, prosperidad y fertilidad. Eso hizo sonreír a Rose de oreja a oreja, especialmente porque quería tener hijos más que nada en el mundo. Me alegró ver que en ningún momento apareció la carta de la muerte. Unas cuantas lágrimas se derramaron cuando el tren llegó a Manhattan. Abracé a Rose una vez más. La iba a extrañar, sobre todo en el colegio el año siguiente. Sin Alice y sin ella, no sabía qué haría. El trayecto de Manhattan a Boston fue tranquilo. Leah dormitó mientras Jacob leía un libro, así que escribí en mi cuaderno de vuelta para Edward. Cuando por fin llegamos, Jacob me detuvo, su rostro era una máscara de determinación. —Edward me pidió que te dijera que estará contigo tan pronto como su avión aterrice. En cuanto deje a mi mamá instalada en su casa, estaré cerca. Si necesitas algo, llámame. Tienes mi número, ¿cierto? Asentí. No sabía cómo agradecerle por desarraigarse no solo él, sino también a Leah, solo por mí. Edward estaba convencido de que Phil intentaría algo, aunque apostaría a que no sería la primera noche. Me dejaría a cargo de Chelsea y mi madre. Jacob sonrió. —No me agradezcas. Edward tiene razón; se te nota todo en la cara —dijo riendo—. Solo… cuídate las espaldas, incluso cuando sepas que estamos cerca. ¿Sí? —Está bien. —Bien —gruñó, girándose para ayudar a su madre a levantarse—. Nos vemos, Bella. Fue Chelsea quien vino a recogerme de nuevo. Como era mitad de semana, sabía que Phil estaría trabajando. Sin embargo, me sorprendió ver a mi madre con ella cuando por fin logré abrirme paso entre la multitud hasta el puesto de periódicos de siempre. Corrí hacia ambas, y fue mi madre quien me alcanzó primero. —Bella —suspiró aliviada, una sonrisa radiante iluminando su rostro cuando me tomó la cara entre las manos. Frunció un poco el ceño al notar la piel oscura debajo de mis ojos. Sus pulgares la acariciaron suavemente—. Cariño, ¿no has estado durmiendo? Asentí. —Exámenes finales y pesadillas —susurré, arrugando la nariz, pero cualquiera diría que había gritado mi respuesta, porque los ojos de mi mamá se llenaron de lágrimas. —Bueno —resopló—. Ya es verano, nena. Puedes dormir todo lo que quieras. Sonriendo, asentí, girándome para abrazar a Chelsea, que nos observaba con orgullo. —¡Qué gusto verte, niña linda! —exclamó, besándome la mejilla—. ¿Y ese galán tuyo? Asentí, sonriendo con picardía a ambas. —Lo van a ver. —¿Oh? —preguntó mamá mientras cargábamos mis cosas por la estación—. ¿Está en Boston este verano? —Sí —suspiré feliz, sonrojándome cuando ambas se rieron como adolescentes. Pensé en Edward durante todo el trayecto en coche. Cada vez que miraba la hora, sabía que aún estaba en el aire. En realidad, no lo esperaba hasta después del atardecer, simplemente por lo brillante del día, aunque lentamente se veían nubes acercándose. Una vez en casa, Chelsea vació mis maletas para lavar cada prenda que poseía, lo cual hizo mucho más ligero mi baúl para subirlo por las escaleras. Como siempre, evité el sexto escalón, pero prácticamente me derrumbé en mi habitación. Me senté al borde de la cama, intentando readaptarme a mi hogar, pero me sentía fuera de lugar, como si ya no perteneciera allí. Por un momento, me pregunté si era parte de extrañar a Edward, de haber estado demasiado tiempo lejos… o si era algo más. Guardé mis cosas, dejando la mayoría del material escolar dentro del baúl y lo guardé en el clóset. Me refresqué un poco, terminé mi carta de respuesta a Edward, dejé la ventana sin seguro por si acaso, y bajé de nuevo. Me sorprendió ver que Phil aún no estaba en casa. Al llegar a la cocina, Chelsea me sonrió por encima del hombro desde la estufa. —¿Te ayudo? —ofrecí. —Sí, claro. Puedes poner la mesa, niña linda. Tu padrastro no cenará con nosotras. Está trabajando hasta tarde —me dijo, y luché por ocultar mi sonrisa ante su gesto de fastidio, aunque algo oscuro se asomó en su expresión. Fuimos solo las tres a la mesa, pero mi madre se detuvo un momento antes de tomar el tenedor. —Bella, hay algo que debes saber —dijo con cautela, respirando hondo. Cuando me miró a los ojos, parecía prepararse para lo peor—. Han reabierto el caso de tu padre. Unos detectives están revisándolo otra vez. Se me alzaron las cejas, no porque la noticia me sorprendiera -Edward ya me había contado sobre los detectives de casos sin resolver-, sino por el hecho de que mi madre estuviera compartiendo esa información conmigo. —Es solo que… no quería que te sorprendieras cuando vinieran a verte. Yo sé que tú… sé que te cuesta —balbuceó, pero volvió a mirarme cuando coloqué mi mano sobre la suya—. No quiero molestarte, pero creo que… —pareció armarse de valor y asintió una vez—. Creo que es algo bueno. —Yo también —susurré. Eso dejó en silencio a ambas mujeres, pero Chelsea sonrió con orgullo. —Así se habla, niña. —Quizá tenga que… —empecé, pero me encogí de hombros. —Dijeron que puedes contarles todo como te sientas más cómoda. No son insensibles, y saben de los intentos anteriores —comentó mamá—. Así que puedes escribirlo si lo necesitas. —Está bien —asentí. —¿De verdad? —verificó, y cuando asentí mientras tomaba un bocado de mi cena, se limpió las lágrimas—. Bien, los llamaré en un día o dos… o tres, para decirles que estás lista. Un ruido fuerte nos sobresaltó, pero al mirar, vimos a Phil recogiendo su maletín, que claramente había dejado caer. Su rostro no mostraba emoción alguna, pero mis ojos se entrecerraron al verlo adoptar una máscara. Una gran sonrisa apareció en su cara, y pasó detrás de mí, dejando un beso en mi cabeza. —Bells, qué bueno verte —dijo, sentándose al lado de mi madre. Abrí la boca, pero la cerré enseguida. Una sensación de calma y seguridad me invadió. Sonreí. Sabía que Edward estaba cerca, si no es que ya en mi cuarto. —Es Bella —lo corregí por primera vez en la vida, negando con la cabeza—. No soy Bells. No para ti. Chelsea se levantó de la mesa rápidamente para servirle un plato, pero se notaba que estaba mordiéndose la mejilla por dentro mientras lo colocaba frente a él. Phil me lanzó una mirada asesina, y su rostro palideció, pero de nuevo, la máscara volvió a cubrirlo. —Está bien, Bella. Supongo que ya eres toda una adulta ahora que el próximo año serás senior. Mi madre y Chelsea se aferraron a ese tema y no pararon. La conversación se convirtió en un zumbido de fondo mientras terminaba mi cena. Cuando estuve llena, me levanté haciendo un gesto para avisarles que subiría a mi cuarto. No subí las escaleras… prácticamente las volé, tropezando con el sexto escalón. Quería saber si mi corazón tenía razón. Quería saber si de verdad podía sentirlo cuando estaba cerca. Empujé la puerta de mi habitación y sonreí al ver lo que me esperaba en la cama. Cerré la puerta tras de mí y giré la cerradura. No recordaba que mi vieja cama de infancia hubiera lucido tan acogedora. Rodeado de blanco y morado, me esperaba la imagen que tanto había necesitado ver durante semanas. Su sonrisa era tan torcida y dulce como siempre, y en sus manos tenía nuestro diario mientras se recostaba contra el cabecero. Se veía despeinado y perfecto, con el cabello apuntando en todas direcciones. Vestía vaqueros oscuros, un suéter negro y una camiseta blanca que se asomaba por el cuello. Tenía las piernas cruzadas en los tobillos, y parecía casi demasiado largo para mi cama, todo brazos y piernas. —Necesito mejores cerraduras —le dije, sonriendo cuando se rio. —Eso no me detendría, amor —respondió enseguida, bajando los pies al suelo. Me balanceé sobre mis pies, intentando contenerme para no lanzarme sobre él, cubrirlo de besos y enroscarme a su cuerpo. —No lo reprimas, Bella. —Pero dijiste que… —Olvídalo —gruñó, abriendo los brazos—. Olvida todo lo que dije. Solo déjame abrazarte. Un sollozo estalló en mí mientras cruzaba la habitación volando para caer en sus brazos. Me aferré a su cuello, respirando hondo su aroma, que tanto amaba. Mezclado con sándalo y el olor limpio del jabón, había un leve rastro del encierro del avión. Mis manos se aferraron a su suéter con fuerza mientras la emoción me sobrepasaba. —Déjalo salir, amor —me susurró, girándonos hasta quedar de costado, cara a cara, en medio de mi cama—. Está bien. Créeme, si pudiera llorar, estaría igual que tú. He extrañado esta hermosa carita tanto —susurró mientras me llenaba de besos dulces en la frente, las mejillas y los labios. Tomé su rostro con ambas manos y lo observé. Era tan perfecto y se veía tan feliz, con esos cálidos ojos color miel, que sonreí entre lágrimas. Era simplemente… hermoso. Y de repente, la sensación de no encajar en casa desapareció por completo. Todo encajó en su lugar porque Edward estaba ahí… conmigo. —Dios, cuánto te extrañé —suspiré, besándole los labios. Me envolvió con un brazo fuerte por la cintura, atrayéndome tan cerca como se atrevía, aunque podía sentirlo temblar. Apoyando su frente contra la mía, cerró los ojos. —Nunca volveré a dejarte así —prometió. Solté una risa suave y apenas tuve que girar el rostro para volver a besarlo. —Me parece perfecto. Su expresión se volvió sombría por un instante mientras giraba ligeramente, evidentemente escuchando algo abajo. Cuando volvió a mirarme, dijo: —Tenemos que hablar de lo que pasó allá abajo. —Mmm —asentí suavemente—. Está furioso. —Lo está. También tiene miedo. —¿Va a hacer algo esta noche? —pregunté, acercándome más y entrelazando mis piernas con las de Edward. —No. —Entonces puede esperar —afirmé, sonriendo al escuchar el gruñido que hizo vibrar la cama. Edward sonrió de lado y me besó. —Sí, amor mío… puede esperar. Nota de la autora: Uy… Bella ha encontrado algo de… valentía. ;) Bien, ya está en casa, pero Edward también está allí. Imagino que algunos estaban preocupados de que no llegara a tiempo.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)