ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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1
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Capítulo 27

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. Capítulo 27 Junio de 2002 BELLA . Mis ojos devoraban a Edward mientras caminaba de un lado a otro en la sala de su casa. Estaba tenso, eso era evidente. Lo llevaba sobre los hombros como una carga pesada, y se notaba en cada tirón de su cabello, en cada palabra siseada por el teléfono, en cada mirada aguda que me lanzaba. Incluso el brillo ocasional de su piel por la luz del sol que entraba en la habitación lo hacía ver peligroso: hermoso, pero mortal al mismo tiempo. El mes de mayo había terminado, pero más importante aún, mi fin de semana estaba por acabarse. Era sábado, y el lunes por la mañana tenía que presentarme en la estación de policía del centro para ser interrogada. Sin Edward colándose en mi cuarto por las noches, sabía que mis pesadillas habrían estado en su punto más alto. Tal como estaban las cosas, ahora los problemas eran mis sueños. Más de una vez él me había obligado a mirarlo, a verlo, porque estaba dejando que mi imaginación se desbocara. —Puedes hacerlo, ¿sabes? —murmuró Jacob desde el otro lado de la mesa de la cocina—. Hablo de contarle a los detectives lo que viste. Asentí, tomando una respiración profunda y soltándola lentamente. —Lo sé. Es solo que... algo se siente raro. Leah puso un plato frente a mí y luego a su hijo. Había insistido en hacernos el almuerzo en lugar de pedir pizza. Para tener la edad que tenía, seguía siendo increíblemente activa… y brava. Se sentó en la cabecera de la mesa, a mi derecha, tras servirse su propio plato, y observó a Edward con una mirada aguda pero amorosa. —Está preocupado. Es comprensible, pero aun así… —Me sonrió—. No esperaba menos. Él es tu otra mitad, así que si los papeles estuvieran invertidos, la que estaría caminando de un lado a otro serías tú. Solté una risita y asentí. —Cierto —coincidí, aunque ya estaba preocupada por él. Ver el odio puro en el rostro de Edward -todo dirigido a Phil- cuando fue a recogerme hace dos noches había sido aterrador. No podía imaginar lo que mi padrastro había estado pensando, y Edward no me lo quiso decir. Dijo que no se sentía cómodo diciéndolo en voz alta frente a mí. Lo único que quiso contarme fue que Phil estaba asustado de lo que yo pudiera decirles a los detectives. No podía imaginar por qué, simplemente porque no sabía mucho más de lo que ellos ya sabían. Phil había trabajado hasta más tarde al día siguiente, así que no lo vi realmente. Cuando el sol salió brillante y cálido esta mañana, desperté con una nota sobre mi almohada en la que Edward me pedía que fuera a su casa. Bajé las escaleras y encontré que mi padrastro ya se había ido. Jacob me acompañó a pie una vez que crucé la primera esquina. —Bueno, está hablando con Carlisle ahora —dijo Jacob en voz baja—, lo que significa que tendrás apoyo el lunes. Carlisle está conduciendo desde Masen, y Jasper ya está en un avión. Lo recogeré en un par de horas. Asentí para que supiera que lo había escuchado y me concentré en mi comida. Leah era una cocinera increíble. No solo preparaba platos gitanos, también podía hacer prácticamente cualquier cosa: pastas, salsas, estofado… Y eso era justo lo que tenía frente a mí, con salsa, papas y zanahorias. —¿Y Esme? —pregunté a Jacob. —Irá a Alaska para estar con Alice —respondió con la boca llena, lo que le ganó una mirada fulminante de su madre. Solté una risita cuando él simplemente le sonrió y se encogió de hombros—. Creo que hablarás con ellas mañana —continuó luego de tragar—. Ya sabes, tu habitual llamada dominical. Eso me hizo sonreír. No podía esperar para hablar con Alice. Quería ponerme al día con ella, pero también saber qué había visto últimamente. —La extrañas —comentó Leah, y cuando asentí, me dio una palmadita en la mano—. El tiempo volará, cariño. La verás pronto, me imagino. Fruncí la nariz, no muy convencida, simplemente porque Edward me había dicho que tomaría tiempo para que Alice pudiera acercarse a mí. Seguí comiendo mientras Edward hacía algunas llamadas más. Pude escuchar que una era con Carlisle y la otra sonaba como con un abogado o algo así, pero fue rápido y directo cuando habló. Casi sonaba autoritario y brusco, pero cuando terminó, se sentó junto a mí, dejando un beso fuerte en la parte superior de mi cabeza y una mano en mi cuello. —Tenemos que hablar de mañana, dulzura —dijo con suavidad, pero miraba a todos en la mesa. Cuando lo miré, se lo notaba nervioso, casi enojado, pero respiró profundo y exhaló lentamente—. Será otro día soleado como este, y diría que podrías venir aquí durante el día, pero Carlisle quiere que Jasper y yo salgamos a cazar antes del lunes. Quiere que estemos alerta y bajo control para poder ayudarte en la estación de policía. —Está bien —susurré con el ceño fruncido. —Jake se quedará contigo, te vigilará mientras yo no esté, pero estaré de regreso en tu habitación al anochecer. Cuando dijo eso, el rostro de Jacob se volvió serio, y asintió hacia Edward. —Sí, claro, hombre —dijo en voz alta, aunque parecía que también se comunicaban en silencio. Edward lo observó detenidamente. —Preferiría que te mantuvieras oculto, a menos que pase algo. En ese caso, me importa un carajo lo que tengas que hacer para llegar a ella. Jacob sonrió como si le hubieran regalado un millón de dólares, y Leah y yo nos reímos. —No es gracioso —gruñó Edward, negando con la cabeza. Se levantó demasiado rápido, empujando la silla varios centímetros hacia atrás. Tambaleó un poco, pero no cayó. —Edward, nadie está diciendo que sea gracioso —intentó calmarlo Leah, pero no funcionó. Me miró a mí y luego a su hijo—. Iré contigo al aeropuerto. Podemos pasar por unas cosas en el camino de regreso. Jacob asintió, le echó una mirada rápida a Edward y luego se levantó para ayudar a su madre. Recogí los platos; los lavaría antes de que Edward me llevara de regreso a casa. Sin siquiera mirar, Edward le lanzó las llaves a Jacob, quien las atrapó al vuelo. Cuando la puerta se cerró tras ellos, caminé hacia la sala. Mis ojos recorrieron a Edward mientras permanecía casi inmóvil frente a la ventana, salvo por la lenta apertura y cierre de sus puños. Observé la habitación, que era hermosa, como sacada de una revista. Podía notar que algunos muebles eran antiguos, pero otros eran nuevos. No había muchas cosas personales, sin embargo. La casa no era como el ala este de Masen Manor; esa habitación tenía décadas de pertenencias de Edward, recuerdos y vida larga por todos lados. Sin embargo, esta casa sí reflejaba su personalidad: ordenada, con un toque de antigüedad. Mis ojos se posaron en el piano. Pasé un dedo por su superficie negra y brillante, con ganas de tocarlo. No había tenido la oportunidad aún. Encima de la tapa cerrada estaba el cuaderno de cuero que le había regalado en Navidad. Lo abrí y ladeé la cabeza al ver la partitura que tenía dentro. Había compuesto algo, y parecía reciente. —Aún no está terminada —dijo suavemente desde la ventana. Cuando lo miré, vi que se había volteado y ahora me observaba—. Lo siento… —Señaló hacia la cocina—. Solamente estoy… —Preocupado —terminé por él con un asentimiento mientras hojeaba la partitura. Quería escucharla, pero no pregunté—. No quisimos molestarte, Edward. —Lo sé —suspiró, haciendo un gesto con la mano en el aire—. Solo están tratando de sobrellevarlo lo mejor que pueden. Lo entiendo. Asentí y me senté en el piano, levantando la tapa. El instrumento estaba impecable, perfecto. Sonreí un poco y dejé que mis dedos rozaran suavemente las teclas de marfil y luego las negras. Cuando hablé, mis ojos seguían fijos en el piano. —No estoy preocupada, Edward… al menos no por el lunes. Tú estarás allí, y ya he contado la historia antes, así que esto será más fácil. Yo… yo quería intentar decirlo, no escribirlo. Eso me pone nerviosa, pero… —Me encogí de hombros, pensando que si fallaba, simplemente se los escribiría, pero realmente quería intentarlo—. Sinceramente, no creo que nada de lo que diga ayude. Él se sentó a mi lado en la banca, de lado, para poder rodearme con sus brazos. —Ayudará más de lo que crees, amor. Tener tu testimonio de lo que pasó esa noche será realmente útil para ellos, incluso si ya saben la versión general. Podrías darles un detalle que no conocían, algo que les ayude a conectar las piezas. Al girarme para mirarlo, asentí, porque cuando él decía esas cosas, yo las creía. Él me hacía querer creerlas. —Entonces… ¿qué es lo que te pone nerviosa, Bella? —preguntó con suavidad, apartando mi cabello del rostro. —Que no sirva de nada —respondí en voz baja—. Que nunca logren relacionarlo con Phil, y eso lo deje libre para seguir creyendo que ha engañado a todos… sobre todo a mi madre. —Abrí la boca, la cerré, y luego lo miré a los ojos cálidos color miel—. Todas las veces que pensé que mi mamá me ignoraba o… o estaba demasiado ocupada para mí, era él. —Fruncí el ceño con rabia y negué con la cabeza—. Él sabe lo fácil que es distraerla, así que lo aprovecha. Si le cuento a los detectives todo lo que sé, y él queda implicado, ¿entonces qué pasará con mi mamá? Me giré completamente hacia él, jugueteando con los botones de su camisa. —Mi papá pudo haber estado enojado con mi mamá por engañarlo, pero no habría querido que algo malo le pasara. Habría querido que ella me cuidara. Pero luego pienso en cómo dejó todo preparado, y básicamente nos puso un blanco encima al poner todo a mi nombre. Edward me tomó el rostro entre las manos, obligándome a mirarlo a los ojos. —Creo que lo hizo para asegurarse de que nadie les quitara nada, Bella… a ninguna de las dos. Charlie sabía con quién lo había engañado tu madre, y que Phil ya estaba tramando algo en su contra. Poner el dinero a tu nombre garantizaba que tu madre no se dejara engañar, lo que bien podría haberlas dejado a ambas sin nada. Por lo que pudimos ver, cambió todo muy rápido, pero cubrió cada detalle. En mi opinión, el mayor error fue dejar a tu madre como beneficiaria de tu fideicomiso. Eso todavía la ponía en el medio, seguía haciéndote un blanco, pero Phil probablemente no creyó que sobrevivirías al asalto. Se inclinó para besar mi frente con suavidad, susurrando contra mi piel: —Pero sí sobreviviste, y eso lo asusta muchísimo… También está subestimando quién está de tu lado. Cree que tu novio es solo otro mimado niño rico, pero tampoco entiende por qué le doy miedo. No sabe qué vas a decirle a la policía el lunes, porque nunca ha escuchado tu versión. Tu falta de habla lo tranquilizaba, Bella, le daba la oportunidad de reforzar ese comportamiento en lugar de ayudarte a sanar. Se alejó un poco para mirarme a los ojos, y su expresión era feroz, sus ojos oscuros. —Lo que él realmente no entiende es que hay más personas buscando justicia por lo que ha hecho que personas ayudándolo. Tu lista de aliados crece cada día, amor, y todos están listos para intervenir por ti, ya sea para protegerte o para eliminar la amenaza por completo. Incliné la cabeza para que pudiera besarme los labios, y él susurró: —Dicho eso, mi única preocupación eres tú, y por extensión, tu madre y Chelsea, porque sé que te dolería profundamente si algo les pasara. Sé que quieres hablar con los detectives, pero si crees por un segundo que vas a entrar en pánico, entonces quiero que escribas lo que pasó. Ellos lo esperan, y no tienes que demostrarle nada a nadie. Asentí, besándolo de nuevo. —¿Y mañana? —pregunté, volviendo al motivo por el que se había alterado. Sonrió un poco. —Mañana… Jasper y yo tendremos que viajar un poco para cazar, pero estaremos al alcance de una llamada. Si pasa algo sospechoso, si te sientes incómoda o amenazada por cualquier cosa o persona, debes llamar a Jacob. Él te estará vigilando desde el momento en que me vaya, que será antes de que salga el sol. Si tu madre y Chelsea salen, debes ir con ellas. No quiero que estés sola en esa casa… por ningún motivo. ¿De acuerdo? Fruncí la nariz, pero asentí. —¿No puedo venir aquí con Jake y Leah? Él soltó una risa baja. —Sí, absolutamente. De hecho, lo preferiría, pero no puedo robarte todos los días, amor. —Sí, lo sé… las apariencias —bromeé, chillando y retorciéndome cuando me hizo cosquillas. Mi cabeza cayó hacia atrás entre risas, y Edward me alzó sobre su regazo, dejando un beso en mi cuello. Sentí su aliento en mi piel, sus labios rozando mi cicatriz, lo que casi me hizo arder por dentro. Cuando me aparté, sus ojos estaban fijos en ella, con calidez. —¿Te molesta? —pregunté en voz baja. Negó con la cabeza. —No. —¿Desaparecería si yo fuera como tú? —pregunté, sin saber de dónde salió la pregunta, pero sus ojos se encontraron con los míos al instante. —No lo sé —respondió con sinceridad, encogiéndose de hombros y pasando un dedo por el puente de su nariz—. Mi nariz no se enderezó. Se rompió cuando tenía como… quince, creo. Me caí de un caballo. Siguió torcida después del cambio. Sonriendo, me mordí el labio inferior y levanté la mano para pasar suavemente un dedo por su nariz, que arrugó de manera adorable. —Me gusta… tal como está. Es distinguida y te da carácter. De otro modo, simplemente serías… demasiado perfecto. Edward bajó la mirada y luego la apartó, solo para soltar una risa suave. —Estoy lejos de ser perfecto, Bella. —¿Quién no lo está? —pregunté, sonriendo cuando volvió a mirarme—. Eres perfecto para mí. —Ese sentimiento es mutuo, amor —suspiró, besándome con fuerza y luego volviéndome a sentar en la banca—. Ahora… sé que estás muriéndote por tocar… —Oh, no, señor Cullen —lo reprendí, apartándome de él con una risa. Me levanté de la banca, riéndome de su expresión curiosa y tan linda—. Ya no eres mi tutor. Toca para mí. Su carcajada fue sonora, pero giró una pierna larga sobre la banca para quedar frente a las teclas. La diversión en su rostro era hermosa de ver, especialmente después de la mañana que había tenido al teléfono. —Sí, señora —dijo todavía riendo suavemente mientras empezaba a tocar. Se dejó llevar por los clásicos -algunos que me sabía, otros nuevos para mí- mientras yo lavaba los platos del almuerzo en la cocina. Cuando terminé, ya había pasado a canciones contemporáneas. Parecía que a Edward le gustaba desafiarse con artistas complicados. Lo que noté fue que evitó la canción que habíamos terminado juntos y no tocó la de su madre, tampoco. Cuando me acerqué a él, me atrajo entre sus piernas y el piano, sentándome a horcajadas sobre su regazo, con la espalda contra su pecho. Sus brazos fuertes como el acero se envolvieron a mi alrededor, y Edward escondió el rostro en mi cuello, inhalando profundamente antes de hablar. —Jamás pensé que volvería a disfrutar tocar —dijo en voz baja, su aliento cálido sobre mi piel—. Había olvidado lo… relajante que es. Sonreí, girando el rostro hacia él. —¿Cuánto tiempo había pasado antes de que decidieras enseñarme? Soltó una risa suave, negando con la cabeza. —¿Aparte de una canción aquí y allá? Mmm… ¿veinte años? —preguntó, como si no pudiera creerlo. Mis cejas se alzaron. —No puedo imaginar pasar tanto tiempo sin tocar. Él sonrió, besó mi mejilla y colocó los dedos sobre las teclas. —Una ventaja es que no he olvidado nada —dijo con una risa baja, haciendo rodar los dedos sobre las teclas con un toque de gracia para tocar las escalas—. La desventaja es que ya casi nada representa un reto. Con oído perfecto y memoria perfecta, ya no hay un verdadero proceso de aprendizaje. —¿Lo extrañas? —pregunté, pero sus ojos se oscurecieron mientras negaba en silencio con la cabeza. —No —susurró suavemente—. Tú me devolviste todo eso. Fruncí el ceño, pero le di un beso en la mejilla. —Subirme al escenario del auditorio en esa primera clase… —Sonrió, negando de nuevo con la cabeza—. Estaba muerto de miedo. Sabía lo que eras para mí, lo sentí incluso antes de decir una sola palabra, pero también conocía tus limitaciones en ese momento. Nunca quise hacerte daño, solo quería… ayudarte. —Lo hiciste, Edward —murmuré, mirando hacia sus manos aún sobre las teclas. Las mangas de su camisa estaban remangadas hasta los codos, y los músculos de sus antebrazos se movían de forma erótica con cada movimiento—. Yo no lo entendía en ese entonces, pero tú sí. —Me devolviste mi vocación original, amor —explicó contra mi hombro, abrazándome de nuevo—. Había olvidado cuánto quería enseñar música cuando era humano. Mi padre lo detestaba. Mi madre lo alentaba. Lo intenté una o dos veces a lo largo de mi vida, pero simplemente… no era tan gratificante. —Cuando volví a mirarlo, sonrió con dulzura—. Me hiciste recordar lo que se sentía exigirme de verdad, y verte triunfar fue una sensación increíble. Tanto que empecé a componer otra vez —dijo, señalando la partitura sobre el piano—. Mira… —Puso los dedos sobre las teclas—. Tú inspiraste esta. Mi corazón dio un vuelco con el sonido que creó. Pude oírnos en cada nota. Era nuestro inicio -titubeante y suave. Era nuestra temprana amistad -sólida e inquebrantable. Y era su amor por mí -fluido y hermoso. Era nuestra danza alrededor del otro, nuestras risas y juegos, y era tan esperanzador. Terminó de forma abrupta, pero él se rio. —Todavía no está terminada… pero nosotros tampoco. Solté una risita y me puse de pie, quedando entre sus piernas. Sus manos se aferraron a mis caderas mientras me miraba con una expresión casi inocente, algo parecida a los nervios. —Es hermosa. Me encanta —le dije, pasando los dedos por su cabello, el mismo que se había desordenado durante todas sus llamadas telefónicas—. Tal vez esta vez, yo te ayude a terminarla. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero asintió lentamente. —Es tuya. Puedes usarla el próximo año para tu recital. —Tal vez… si la terminamos. Levantó una ceja, sus ojos fueron de la partitura a mí y de regreso, y me reí ante su manera silenciosa de pedirme que empezáramos ahora. —¿Ahora? —¿Por qué no? Me encogí de hombros, alcanzando las páginas para mí, pero me burlé, recordando cómo había empezado conmigo. —Necesitaré saber qué significa, qué te inspiró, hacia dónde crees que va, Edward —declaré con altivez, pero solté un chillido entre risas cuando de pronto me alzó y me dejó caer en el sofá, haciendo que las hojas revolotearan por el suelo. Edward intentó poner una expresión severa en su rostro mientras me sujetaba suavemente, pero falló miserablemente… y de forma adorable. Apoyando su frente contra la mía, respondió: —Tú, Bella. Solo tú. Principio, medio y siempre. Eres tú. Sonriendo, encogí los hombros. —Puedo trabajar con eso. Pero necesito conocer la canción tan bien como tú. Y recuerda, son las emociones que estás sintiendo… —Le piqué el pecho, encantada de que ahora los papeles se hubieran invertido un poco. Soltó una risa profunda. —Te amo, y gracias, dulzura. —¿Gracias por qué? —Por distraerme —respondió con seriedad—. A veces yo… —Lo sé. Y está bien —lo interrumpí, besándole los labios—. Pero nada está cambiando justo ahora, así que no dejemos que eso arruine el día. Solo quiero tocar contigo, ignorar todo lo que está afuera… solo por ahora. ¿Sí? Su sonrisa se desvaneció un poco, pero sus ojos eran de ese cálido y dulce color miel que tanto amaba. Asintió, me besó los labios y me ayudó a levantarme del sofá. —Suena perfecto, Bella. ~oOo~ Me desperté a la mañana siguiente con un día muy soleado y el diario azul sobre la almohada. Sonreí al abrirlo con los ojos aún entrecerrados por el sueño. Mi dulzura: Quiero darte las gracias por ayer, por sacarme de mi propia cabeza. A veces me envuelvo tanto en todo que olvido lo que tengo justo frente a mí. Eres la mejor distracción, aunque debería ser yo quien te distraiga a ti de lo que se viene, pero supongo que así funcionaremos siempre, mi amor. Juntos… como un equipo. Por favor, recuerda llamar a Jacob si necesitas cualquier cosa. Ya está cuidándote, manteniéndote a salvo. Está en mi auto, estacionado frente al parque. Mi casa siempre está abierta para ti, si prefieres esperarme allá. Lo entendería perfectamente. Volveré esta noche. Y mañana, lo enfrentaremos juntos, con Carlisle y Jasper. No estás sola en esto; lo juro por mi vida, Bella. Te amo más que a nada. Siempre, Edward Sonreí, apartando las cobijas y caminando hacia la ventana. Desde allí podía ver el auto negro brillante de Edward. Las ventanas estaban polarizadas, así que no podía ver a Jake, pero confiaba en que estaba ahí. Una mirada al reloj me reveló que había dormido casi hasta el mediodía, y mi estómago me lo recordó segundos después. Aun así, me tomé mi tiempo para ducharme y vestirme. La nota de Edward me convenció de que era mejor esperarlo en su casa que pasar todo el día en la mía. Cuando regresé a mi habitación, mi celular vibró con varias notificaciones. Abrí los ojos de par en par al ver muchos mensajes de texto y llamadas perdidas. El más reciente era de Alice: A: ¡Sal de la casa! ¡Ahora! A: ¡Tienes que irte! Las llamadas perdidas eran de Jacob, y justo cuando me disponía a devolverle la llamada, el teléfono sonó de nuevo. —¿Jacob? —Tienes que irte, Bella —dijo con urgencia—. Ya. Por favor, confía en mí. Tu madre y Chelsea acaban de salir apresuradas, Phil sigue en casa y… —¿Y qué, Jake? —Y… —suspiró, frustrado—. Bella, Alec Brown acaba de entrar a tu casa… estacionó a la vuelta de la esquina. Por favor, por favor… solo baja y sal. Estoy justo afuera. Mi corazón se detuvo por un segundo, solo para comenzar de nuevo con una fuerza descomunal. —Está bien… dame un segundo. No puedo salir corriendo de mi casa sin más. Él gruñó. —Lo sé, pero me sentiría mucho mejor si ya no estuvieras ahí. Edward me mataría si supiera que dejé que te quedaras mientras ese bastardo está adentro. Y ni hablar de que estás sola con Phil. Respiré profundo, recogiendo mis llaves y la billetera. —¿Deberíamos llamarlo? —¿A Edward? —chilló Jacob—. Lo haré, pero no hasta que estés lejos. Oh, me va a matar… —su voz se desvaneció, como si temblara solo de pensarlo. —No, no lo hará —le aseguré—. No es tu culpa. Solo que… —tomé aire de nuevo, intentando calmarme—. Jake, tengo que hacerlo de forma casual. Si corro, sabrán que sé algo. —No, no, tienes razón. Caminé hasta la ventana y lo vi paseándose por el parque, al otro lado de la calle. Se veía enojado y preocupado, muy distinto a su actitud habitual. Cruzamos miradas, y lo vi exhalar aliviado. —Mantén tu teléfono encendido. Quiero escucharlo todo hasta que salgas por esa maldita puerta. ¿Sí? —Sí —respondí con un asentimiento, dándome la vuelta hacia la puerta. El diario llamó mi atención, y lo escondí bajo el colchón. A estas alturas, ya casi estaba lleno, y no solo contenía cosas muy personales entre Edward y yo, sino también secretos que ninguna persona debía leer. Guardé el teléfono en el bolsillo delantero del jean, asegurándome de no colgar a Jacob. Bajé las escaleras con cuidado, evitando el sexto escalón como siempre. Traté de enfocarme en mi rutina habitual, intentando calmarme. Ver a Alec Brown siempre me ponía los nervios de punta. Su voz me había perseguido en pesadillas durante años, causándome pánico, simplemente porque se parecía tanto a la del hombre que intentó matarme. Pero ahora, sabiendo que era realmente él, el miedo me hacía temblar. Me detuve al final de la escalera, apoyándome en la pared. Avancé en silencio por el pasillo hasta la puerta de la cocina. Escuché voces masculinas, pero eran bajas y casi susurradas. Alec se rio, y el sonido me provocó escalofríos, haciéndome respirar agitadamente. Mis ojos fueron de la puerta de la cocina al vestíbulo. Era un momento de luchar o huir, y yo solo quería salir de esa casa. Moviéndome lo más despacio y silenciosamente posible, pasé frente a la puerta de la cocina, pero me congelé al escuchar mi nombre. —¡Bells! Ven acá —llamó Phil. Tragué saliva con nerviosismo, mirando con anhelo la puerta principal. Si salía corriendo, Phil sabría que algo pasaba. Tal vez incluso haría algo desesperado. La presencia de Jacob cerca, y el pensamiento en Edward, me dieron el valor para ahogar el pánico. Tenía que confiar en ellos, y también en mí, para salir de esto como si fuera un día cualquiera. Con un último esfuerzo para controlar mis nervios, decidí entrar, ver qué quería y salir con alguna excusa. Solo tomaría algo de comer, le diría a Phil que salía… y me largaría de esa casa. Al abrir la puerta, la conversación se detuvo de inmediato, y sentí sus ojos clavados en mí mientras iba directo al refrigerador. Me temblaba un poco la mano al tomar la leche. —Buenos días, Bells —dijo Phil detrás de mí, sonriendo cuando negué con la cabeza—. Oh, perdón… Bella. La chica ya es toda una mujer, Alec. —Mmm, sí que lo es —murmuró Alec, apoyado en el mesón. Y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para alcanzar un vaso del gabinete sin salir corriendo. Sentía la piel erizada al estar en la misma habitación que ellos dos, pero fue peor notar cómo Alec me miraba… como un depredador observando a su presa. Se metió la mano en el bolsillo delantero, pero solo me lanzó una sonrisa arrogante. Cuando me volví al refrigerador para guardar la leche tras servirme un vaso, sentí una quemazón contra la muñeca. Fruncí el ceño, frotándome la piel. El dije redondo que Leah me había regalado estaba ardiendo. Caminé hasta otro gabinete para tomar un paquete de Pop-Tarts. Algo rápido para comer antes de salir. —Bella, tu madre y Chelsea tuvieron que salir esta mañana. Al parecer, Tim tuvo algún tipo de accidente, así que Renée la llevó… Me giré para mirarlo, preguntándome qué le había pasado al hijo de Chelsea, pero mis ojos pasaron rápidamente por el rostro sonriente de Alec. La piel de mi muñeca ardía como fuego, y la froté antes de tomar mi vaso de leche. Apoyándome en la encimera contraria, asentí. —Así que… vas a tener que quedarte aquí —declaró con firmeza. Ya estaba negando con la cabeza antes de que terminara de hablar, llevándome la mano a la oreja para indicarle que podían llamarme. —No, hoy no. Puedes ver a tu noviecito del fondo fiduciario más tarde. Creo que ya lo has visto bastante. Seguramente puedes pasar un día sin él —replicó Phil, recostándose en la silla de la cocina. Su expresión me desafiaba a discutir, y sabía que estaba provocándome. Quería oírme hablar, pero no le daría el gusto, y menos con Alec presente. Nunca había hablado delante de él, y no iba a empezar ahora. Bebí varios tragos grandes de leche para obligarme a guardar silencio. Phil miró a Alec. —Tienes que ver al chico con el que anda. Más bonito que la mayoría de las mujeres, te lo juro. Pero hay algo raro en él, aunque está forrado en dinero. Entrecerré los ojos hacia él, el odio prácticamente saliéndome por los poros. Me mordí la lengua para no explotar. Sabía que si abría la boca, el pánico iba a salir. Todo estaba saliendo a la superficie con Alec aún mirándome fijamente, con el sonido de su voz presente. Para contener las ganas de defender a Edward, lo cual ya era algo instintivo, bebí más leche y abrí el paquete de Pop-Tarts. Hice una mueca cuando la piel me volvió a arder, pero solo sacudí la mano, aunque no sirvió de nada. Señalé mi teléfono y la puerta principal, dejé el vaso sobre la encimera y me metí el último pedazo del desayuno en la boca. —Te digo, Bella. Te vas a quedar aquí —dijo Phil con calma, casi con una risa en la voz—. Además, tenemos que hablar sobre mañana… Dejé el vaso vacío donde estaba y tiré la basura, y llegué apenas a la puerta de la cocina cuando mi visión se volvió borrosa. Miré el vaso vacío, luego a Alec y, finalmente, a Phil. Ambos me observaban con atención. Mi corazón se aceleró, y todo empezó a sentirse mal, torcido y fuera de lugar. Un mareo me envolvió, y traté de sostenerme antes de que mis rodillas golpearan el suelo de baldosa con un ruido sordo. Fue doloroso, pero no tanto como la sensación ardiente en la piel de mi muñeca. Por un momento, pensé que podía oler carne quemada. —Adiós a la salida… —la voz de Alec resonó detrás de mí. Esa frase, junto con su risa, era tan familiar que todo mi cuerpo se estremeció. Luché contra la visión borrosa, estirando la mano hacia los cuchillos sobre el mesón, pero varias cosas cayeron al suelo con gran estruendo. —Parece que se tomó las pastillas de su mamá. Qué lástima… una amenaza para ella misma… y para los demás —susurró Phil cerca de mí, pero sin tocarme. Caí de rodillas, vomitando. Devolví todo lo que acababa de comer, pero los sonidos y las imágenes seguían borrosos, lejos de mi alcance mental. Lo único que podía sentir con claridad eran las baldosas frías bajo mis manos y el ardor del dije de Leah. Las zapatillas de Phil aparecieron junto a mí, y se agachó. —Qué pena que intentaras matarte, Bells. ¿Oíste eso? Te voy a llamar como se me dé la gana. —N-No… —jadeé, empujándolo, pero solo consiguió que se riera más fuerte. —Dale unos segundos más… —instruyó Alec. Volví a vomitar, aunque ya no tenía nada en el estómago. Me iban a dejar morir o, como mínimo, desmayarme. Estaba a punto de colapsar cuando escuché las sirenas. —¡¿Quién carajos…?! —gruñó Alec, corriendo a la ventana, solo para volver corriendo a la cocina—. ¡Alguien llamó a la policía! —¡Lárgate! ¡Sal de aquí! —ordenó Phil, levantándome la cara bruscamente por la barbilla—. Ella no va a decir nada. Nunca lo ha hecho. ¡Vete! Yo me encargo. Estará muerta antes de que lleguen. Suicidio… —echó un vistazo por encima del hombro hasta que se escuchó la puerta trasera cerrarse de golpe. Negaba con la cabeza. —¡No! ¡Lo hiciste tú! —sollozaba, temblando de pies a cabeza. Clavé la mirada en mi padrastro—. Él va a matarte —susurré, sonriendo al pensar en el hermoso rostro de Edward. Por un segundo, el miedo cruzó su rostro, pero se tornó en furia cuando se escucharon golpes en la puerta principal. Me dejó caer con fuerza sobre el suelo de baldosas, y apenas pude evitar que mi cabeza se estrellara contra la superficie fría. Phil salió de la cocina, y cerré los ojos con fuerza, tratando de recuperar la visión, pero solo se nubló más. Las voces eran fuertes, pero no entendía nada, estaban distorsionadas. Las radios sonaban, los pies corrían a mi alrededor, y finalmente alguien me tocó para darme la vuelta. Luché, pensando que era Phil, pero una voz calmada me habló al oído. —Tranquila, niña —susurró—. Tal vez no me recuerdes… Me llamo Harry. Fui amigo de tu papá. Solo… aguanta un poco, ¿sí? Intenté verle la cara, pero estaba borrosa. Vi que tenía la piel más oscura, como Jacob. Sus ojos parecían amables, su cabello era gris, pero veía estrellitas por todos lados. —Edward —susurré, aferrándome a la manga de su camisa. —Ya lo llamaron, Bella. Tu amigo de afuera lo llamó —dijo en voz baja, junto a mi oído—. También a tu mamá. Tragué con dificultad y asentí. Giré la cabeza al escuchar voces elevadas, pero todo parecía un sueño. —¡Está enferma! —reclamó Phil—. Bajó atontada. Necesita ayuda. Hemos intentado de todo, pero no habla desde hace años, está deprimida y retraída, y esto fue la gota que colmó el vaso. Harry suspiró. —Nadie se está tragando esa mierda —murmuró entre dientes, negando con la cabeza y mirándome—. Edward tenía razón. Este tipo es un imbécil —miró alrededor de la cocina y gritó por encima del hombro—. ¡Oficial! Embale ese vaso sobre la encimera y tome huellas en la mesa y el mesón. No creo que el señor Dwyer estuviera solo esta mañana… Escuché ruedas rodar por el suelo y luego un revuelo en la puerta de la cocina, pero las náuseas y el mareo me vencieron, y volví a vomitar. —¡Vamos! —gritó alguien. Volví a tener arcadas, mi mundo girando hacia la oscuridad. Sentí que me movían, que me tocaban y empujaban, pero no veía nada por unos minutos, y mis brazos no respondían. Cuando mi cabeza se despejó un poco, abrí los ojos y vi que ya no estaba en el piso de la cocina. Estaba en una camilla, amarrada, rodeada de equipos médicos y metal. —Tranquila, estás en una ambulancia —dijo una voz femenina con calma. Sonrió cuando la miré—. ¿Puedes decirme tu nombre? Negué con la cabeza, buscando a tientas en mi bolsillo y luchando con ella al no poder alcanzar lo que quería. —Ey, ey, ey… déjame ayudarte —dijo con dulzura. Sacó la tarjeta de Carlisle, la volteó y me miró, asintiendo—. Bien, le daré esto al personal de urgencias cuando lleguemos. Señaló con un movimiento de cabeza hacia atrás. Sentí que la ambulancia se detenía, y la puerta trasera se abrió de golpe. El primer rostro que vi fue el de Jacob, pálido, furioso y haciendo todo lo posible por mantenerse tranquilo. Su cuerpo temblaba. Los paramédicos bajaron la camilla a la acera, y él estuvo a mi lado al instante. —Mírame —susurró, tomando mi rostro entre sus manos—. Edward ya viene, Bella. Te lo prometo. Y también Carlisle. De hecho, ya debería estar aquí. ¿Sí? ¿Lo entiendes? —preguntó, y yo traté de asentir, pero las lágrimas llenaron mis ojos—. Tu mamá… también está aquí. Llamé al 911 en cuanto pude, y tuve suerte de que Harry estuviera siguiendo a Phil. Va a contarles todo… —Negó con la cabeza—. Debería haberte sacado por la ventana. Lo siento. No debí… No pensé… —Hay que ingresarla ya. Tendremos que hacerle un lavado de estómago —ordenó alguien. La camilla fue empujada hacia el hospital y varias personas comenzaron a hablarme a la vez. —Tienes que decirnos qué tomaste. —¿Eres alérgica a algo? —Necesitamos hacerle análisis de sangre. Me empujaron a una sala y comenzaron a moverse frenéticamente a mi alrededor. Me pincharon y examinaron, y empecé a entrar en pánico porque todo estaba torcido, extraño. Volví a sentirme mal, pero no tenía control sobre mi cuerpo. Una mano fría y familiar se posó en mi frente, pero fue la voz lo que me hizo calmarme. —Bella, soy Carlisle —susurró en mi oído, y rompí en llanto. Unos brazos fuertes de acero me envolvieron, y aunque no eran los de Edward, mis emociones se desbordaron por completo. —Shh, Bella, vamos a ayudarte —me calmó poniéndome su sobre la frente—. ¿Te dieron algo? Intenté asentir, y tal vez funcionó, porque sus siguientes palabras fueron dirigidas al equipo médico. —Necesitamos análisis de sangre, lavado gástrico e iniciar suero intravenoso —ordenó con un tono imposible de ignorar—. Quiero los resultados de la toxicológica como si fueran para ayer. Priorícenlo. Se inclinó hacia mi oído. —Te tengo, cariño. Edward ya viene. Por primera vez desde que me desperté esa mañana, sentí que podía relajarme. Cerré los ojos, dejándome llevar por la oscuridad.
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