Capítulo 30
22 de octubre de 2025, 10:37
Traducción autorizada al español del fanfic Masen Manor, escrito por drotuno. Sin fines de lucro. Personajes de Stephenie Meyer.
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Capítulo 30
Junio de 2002
BELLA
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—Amor… vas a hacer exactamente lo que Alice te diga, y nada más, sin importar lo que oigas. A prueba de balas, ¿recuerdas? Ya casi termina…
Lo miré por un segundo, observando cómo mi dulce y tierno Edward, que había estado bromeando y besándome, de repente perdía toda su humanidad. Estaba rígido, furioso y con los ojos negros. Sus movimientos pasaron de ser gráciles y suaves a calculadores y ajenos. Era totalmente inmortal, en cada centímetro el vampiro que realmente era, y no me ocultaba nada. Nada podía detenerlo; lo veía en el apretón de su mandíbula, en la dilatación de sus fosas nasales, incluso en la vena que se le marcó en la frente. Era una máquina de matar, y Phil no tenía idea de lo que se le venía encima.
Asentí al mismo tiempo que me llevaba su teléfono al oído.
—¿Alice?
La voz de Alice era aguda, autoritaria.
—Bella, vas a correr por el pasillo hasta la caja eléctrica y vas a cortar la energía. Luego vas a desactivar la alarma. Cuando termines, ve directo al cuarto de tu mamá y baja la escalera del ático. ¡Corre!
Edward desapareció en un parpadeo, y Alice me llamó por mi nombre para hacerme reaccionar. Hice todo lo posible por no sentir una pizca de déjà vu, pero el miedo me golpeó con fuerza mientras salía corriendo de mi habitación hacia el final del pasillo. Abrí la caja de los interruptores.
—Todos, Bella. ¡Apágalos todos! —indicó Alice suavemente.
Aplanando la mano contra la primera fila, empujé todos los interruptores hacia la izquierda con un clic fuerte. Hice lo mismo con la segunda fila, y la casa quedó a oscuras. El panel de alarma en la pared comenzó a pitar y lo desactivé.
—Dormitorio principal, nena… usa la luz del teléfono para ver —me indicó Alice.
Reuniendo valor, empujé la puerta del dormitorio de mi madre, respirando con dificultad. Odiaba esa habitación. Rara vez entraba, no solo porque también había sido de Phil, sino porque, a pesar de la alfombra nueva y la pintura fresca en las paredes, aún podía recordar dónde había estado cada gota de sangre la noche que mataron a mi papá.
Me paralicé, cerrando los ojos con fuerza ante la oleada de recuerdos: hombres enmascarados, cuchillos afilados, risas malvadas. Me golpearon tan fuerte que perdí el ritmo de la respiración.
—Bella, escucha mi voz. No puedes detenerte. Necesitas esconderte. Por favor, confía en mí en esto. El ático, cariño —su voz era un canto suave, reconfortante.
Asentí, aunque no podía verme, y caminé hacia la esquina del cuarto, mirando hacia arriba. La puerta del ático tenía una cuerda delgada que colgaba, y subí a la cama para alcanzarla. El panel tenía bisagras con resorte, y la escalera se desplegó sobre la alfombra sin hacer ruido.
—Ahora, sube y jala la escalera detrás de ti —me indicó.
Hice lo que me dijo, escuchando atentamente la casa, pero no oí nada hasta que el sonido de un vidrio rompiéndose me hizo reaccionar de golpe. Rápidamente doblé la escalera y cerré el panel, quedando sellada en la oscuridad y el cálido olor rancio del ático.
—Lo va a matar —susurré, recostándome contra una caja y abrazando mis rodillas.
—Sí —la voz de Alice era tan suave como la mía—. Tiene que pasar, Bella. Por varias razones.
Me sobresalté al escuchar algunos golpes en el piso de abajo y un quejido ahogado, pero Alice siguió hablando, probablemente para distraerme.
—Las decisiones alrededor de ti llevaron a varios escenarios diferentes, y ninguno era bueno. Incluso si Edward te tuviera con él las veinticuatro horas del día, Phil iría tras Chelsea y tu mamá. Si Edward te transforma, eso destruiría a tu madre. Necesitas más tiempo. No te conviertes en una de nosotros todavía.
—Sin embargo, cada vez que Edward toma la decisión de matar a Phil, tú encuentras paz, sigues adelante. Y Edward necesita el alivio de saber que estás a salvo de ese hombre. Además, Edward no puede detenerse. Su odio, su necesidad de venganza por lo que Phil te hizo, por intentar matarte, es demasiado grande, así que tiene que hacerlo. Ni siquiera sabe que lo necesita. Fue el único secreto que pude guardar de todos, Bella —Alice suspiró profundamente—. A pesar de que todos querían justicia, que arrestaran a Phil, Edward y yo éramos los únicos que sabíamos que matarlo era la única opción.
—Los otros dos hombres no importan; al final reciben lo suyo. Pero Phil… Su único interés era el dinero, y desde que empezaste a mejorar, se le ha ido un poco la cabeza. Vi indicios de eso cuando Edward estuvo aquí en Alaska, pero no comprendí todo hasta que ustedes estuvieron juntos en Boston. Y cuando intentó matarte… Bella, ese hombre tiene que morir.
Escuché más golpes y ruidos sordos, pero solo Phil gritaba. Edward permanecía en silencio. Me incliné hacia el panel del ático, pero solo escuchaba el zumbido en mis oídos. El crujido del sexto escalón me arrancó un sollozo, porque surgió de la nada. Volé hacia la caja contra la que me había recostado, casi olvidando que aún tenía el teléfono en la oreja. El gruñido bajo de Edward solo empeoró todo.
—Shh, shh, shh, Bella —me calmó Alice—. Está bien. No estás sola. No esta vez. Pero tienes que guardar silencio, y sin importar lo que oigas, no puedes salir del ático hasta que yo te lo diga.
—No tiene que hacer esto, Alice —alcancé a decir entre lágrimas, pero ella me oyó de todos modos—. Ha intentado tanto…
—Sí tiene que hacerlo. Y lo va a hacer. Necesita ese cierre con tu pasado tanto como tú… —su voz se desvaneció por un segundo—. Bella, espera, necesito ver… No te muevas de donde estás.
Un rugido grave y retumbante atravesó el techo desde abajo. No venía del cuarto de mi madre, pero estaba cerca.
—Bella, necesito que te arrastres lejos del panel del ático hacia la rejilla de ventilación. Jasper va a mandar a Jacob para sacarte, pero diles a los dos que no te saquen de la casa. No puedes dejar a Edward. Tú… y solo tú debes estar allí cuando todo termine. ¿Entiendes?
—Sí —susurré, mirando alrededor hasta ver el rayo de luz que se colaba por la rejilla unos metros más adelante. Justo cuando la alcancé, unos dedos se deslizaron dentro y la arrancaron.
—Ven acá, Bella —me apuró Jacob, y cuando salí gateando, me dejó sobre el techo—. Voy a sacarte de aquí. A estas alturas ya no se puede detener a Edward.
—No me voy a ir sin él —lloré, negando con la cabeza—. Alice dijo que tenía que quedarme.
—Bella, él está… —Jacob suspiró, haciendo una mueca por algo que yo no podía oír—. Está completamente fuera de sí, sediento de sangre. He visto a Jasper así, pero nunca a Edward. No sé cuándo va a salir de ese estado. Por favor, ven conmigo. No sé de qué es capaz ahora. Ni siquiera Jasper puede hacerlo entrar en razón.
Negué con la cabeza.
—Bájame, pero no me voy a ir. Él no me dejaría a mí.
Le entregué el teléfono, y él se lo llevó al oído.
—Alice… lo sé… pero… —Sus hombros se hundieron, pero asintió y, tras guardar el teléfono en el bolsillo, me tendió la mano—. Por lo menos déjame bajarte de este maldito techo.
Jacob me guio por el techo hacia la parte trasera de la casa. Me dejó en el borde y saltó con facilidad al pasto. Era lo suficientemente alto como para que yo pudiera deslizarme parcialmente, y me sostuvo de la cintura para ayudarme a bajar por completo.
Jasper salió corriendo de la casa, pero sus ojos estaban negros, los ojos de un depredador cuando me vio. En un parpadeo, Jacob ya no era el hombre alto y bronceado, sino un torbellino de pelaje y dientes mientras se interponía entre Jasper y yo. El pelo se le erizó y su gruñido fue bajo, pero agudo, una advertencia clara.
—¡Estoy bien, Jake! —espetó Jasper, llevándose las manos al cabello con un gesto inquietantemente familiar—. ¡Todos necesitamos calmarnos, por el amor de Dios! No puedo detenerlo. Él está…
Me dirigí a la puerta, pero la enorme cabeza peluda de Jacob me detuvo con un sonido áspero. No supe si fue un gruñido o un resoplido, pero negó con la cabeza antes de empujarme suavemente hacia atrás. Se oyó un grito fuerte desde el piso de arriba. Los tres alzamos la vista… y todo quedó en completo silencio.
El teléfono de Jasper sonó, y él contestó sin siquiera mirar.
—Alice… —Inspiró profundamente y soltó el aire, dejando caer la cabeza y cerrando los ojos—. Está bien. Lo haré. Lo prometo. No, no… lo entiendo, cariño. ¿Estás segura? Es que… lo que siento venir de él… —Suspiró otra vez y asintió, levantando la cabeza hacia Jacob—. Déjala ir.
Rodeé el cuerpo de Jacob rápidamente, pero me detuve frente a Jasper, quien puso una mano en mi hombro.
—Alice dice que solo tú puedes llegar a él, pero Bella… necesitas… Estaré justo detrás de ti, ¿sí?
Asentí, soltando un sollozo, porque eso significaba que mi Edward se había desmoronado por completo.
Ya estaba dentro de la casa antes de que alguien pudiera cambiar de opinión.
~oOo~
EDWARD
Una mirada por la ventana me dijo que tenía unos segundos de sobra para salvar a los oficiales en la puerta principal. Alice había dicho que no lo lograrían, pero eran buenos hombres, con la mente puesta en su trabajo y en sus familias en casa. No tenía sentido permitir que algo les pasara cuando habían arriesgado sus vidas para mantener a salvo la casa de los Swan.
Una última mirada al patio trasero, y vi que Phil se desplazaba pegado a la cerca. Me moví en un abrir y cerrar de ojos, en silencio, saliendo por la puerta lateral. Al acercarme por detrás a los dos oficiales, que se preguntaban por qué se habían apagado las luces, me preparé. Usando todo mi autocontrol para contener mi fuerza, los dejé inconscientes, arrastrándolos rápidamente a la sombra junto al costado de la casa. Despertarían con una terrible jaqueca, pero al menos despertarían. Alice había visto un futuro en el que no sobrevivían. El único que moriría esta noche sería el hombre que subía lentamente los escalones del porche trasero.
Su mente estaba llena de odio y esperanza. Había visto el auto de Chelsea en la entrada, así que asumía que la casa estaba llena con las tres mujeres, y pensaba matarlas a todas. Sus pensamientos giraban en torno a cada mentira, cada manipulación, y a todo lo que no había logrado. Había conseguido engañar a Renée, y creía que con todo lo que le había dicho e impuesto a Bella -asustarla, presionarla para que fuera alguien que no era, ignorarla por completo-, ella ya se habría quebrado. Mis fosas nasales se abrieron ante la rabia que me recorría. También había planeado matar a los policías de la entrada, pero quería entrar a la casa primero.
Mis ojos se alzaron al techo cuando escuché los pasos de Bella corriendo por el pasillo hacia la habitación de su madre. Nunca quise que estuviera cerca de este hombre otra vez. Quería que estuviera lejos, oculta, cuando hiciera lo que estaba a punto de hacer.
El estruendo del vidrio rompiéndose en la puerta trasera hizo que el corazón de Bella se acelerara, y eso me hizo sonreír. Sabía que había dejado a mi chica en buenas manos con Alice. Ambos la amábamos, así que su supervivencia era la prioridad número uno para Alice y para mí. La venganza era un deseo compartido entre nosotros, y solo nosotros dos lo habíamos planeado.
El sudor y el aliento con alcohol de Phil llenaron el aire. Pensaba en la alarma, que no había sonado. También se preguntaba por qué no había luz, pero esperaba poder usar eso a su favor. Tropezaba por el comedor, ignorando cuán cerca estaba de mí. Revisó con cuidado la puerta principal, sonriendo al ver que no había guardias allí.
Creía que había ganado, y el valor líquido solo lo impulsaba más. Creía tener la ventaja, que había esperado lo suficiente para que todos bajaran la guardia. Al parecer, había pasado por aquí más temprano y vio que todos estaban en casa. Asumía que seguía siendo así.
Estaba muy equivocado.
Oculto en las sombras de la biblioteca, lo dejé pasar rumbo a las escaleras. El bastardo subía paso a paso, pero pisó el sexto escalón a propósito, soltando una risita maniaca. Fue ese momento, ese acto deliberado de malicia y sadismo, lo que me hizo perder el control por completo.
Sabía lo que ese sonido le hacía a Bella, que con solo la idea podía entrar en pánico, incluso despertarse en plena noche. Lo había probado una y otra vez, y mi pobre y dulce chica jamás lo supo. Nunca supo que él alimentaba sus miedos, los avivaba hasta que se convirtieran en algo que ella creyera que era culpa suya. Y escuchar ese miedo golpeando en mi cabeza desde su escondite en el ático, oler el salado de sus lágrimas, oír a Alice suplicarle que se calmara, que guardara silencio…
Vi rojo; inhalé profundamente, dejando que el olor de su sangre incendiara mi garganta mientras mi gruñido empezaba a formarse. Mi hábito de autocontrol de más de un siglo se desvaneció como una máscara, y dejé que mi instinto tomara el control. La necesidad de vengar a mi compañera, de protegerla, de matar por ella… era lo único que podía ver, sentir… saborear. Apenas recordaba mi propio nombre cuando salí de la biblioteca hacia el pie de las escaleras.
Mis manos se cerraron en puños mientras él subía al segundo piso. Usando mi velocidad y mi capacidad para moverme sin ruido, corrí junto a él, empujándolo hasta dejarlo tirado en el rellano.
—¿De verdad creíste que te dejaría tocarla otra vez? ¿Tocar a alguna de ellas? —pregunté, con una voz cargada de tanto odio que Phil no la reconoció al principio. Pero su sorpresa al ser tocado hizo que la adrenalina se mezclara con el olor de su sangre. Era tan dulce que me relamí los labios.
Empujé la puerta del cuarto de Bella al pasar, haciéndole creer que había alguien dentro. Se incorporó, sacando el arma de su cintura. Entrecerré los ojos al verla, y sonreí al darme cuenta de qué había pasado con el arma de Charlie después de que lo mataron.
El aroma de mi chica impregnaba su habitación. Era ella, era yo… éramos nosotros. Solo avivó aún más mi sed de sangre.
Phil no podía verme mientras miraba con odio hacia su cuarto. Cuando se dio cuenta de que no estaba allí, su enojo fue inmediato, pero seguía asustado.
—¡Sal, cobarde! —gritó, levantando el arma—. ¿Quién carajos eres?
Antes de que pudiera darse cuenta, el arma ya no estaba en su mano, doblada y retorcida hasta quedar como un pedazo inútil de metal, y su cuello estaba en mis manos. Lo lancé como si fuera un muñeco de trapo, sacándolo del cuarto de Bella hacia el pasillo. No quería que su asqueroso hedor contaminara el aroma perfecto que habíamos creado, ese que le pertenecía a la única persona en el mundo que de verdad me importaba.
El miedo de Phil se disparó, y retrocedió empujándose con las piernas hasta que su espalda chocó con el marco de la puerta del cuarto que alguna vez compartió con Renée. Otra punzada de odio me atravesó, solo de pensar en cómo había usado a la madre de Bella. ¿Cómo podía un hombre hacerle eso a una mujer? Era algo que no podía comprender.
Salí lentamente del cuarto mientras él balbuceaba e intentaba ponerse de pie. Un reflejo de la farola de la calle iluminó mi rostro, y él frunció el ceño.
—Maldito mocoso —espetó, pero por primera vez entendió que yo no era normal, que había una razón detrás de la inquietud que le provocaba—. Y-yo estoy desarmado —tartamudeó, logrando por fin levantarse usando el marco de la puerta.
Me reí, bajo y malicioso, lo justo para alterarlo aún más.
—Yo también —me burlé, cruzando el pasillo en un parpadeo.
Sujetando su camisa, lo giré para que mirara hacia su antiguo dormitorio, doblándole el brazo detrás de la espalda. El hombro emitió un chasquido húmedo mientras él gritaba. Los huesos de su antebrazo empezaron a crujir bajo mi agarre, así que aflojé un poco, porque necesitaba que me escuchara.
—Imagina, Phil —gruñí cerca de su oído mientras él forcejeaba inútilmente—. Imagina a una niña de trece años, asustada. Todo lo que quería era ver a su papá, y lo que encontró fueron tus dos asesinos a sueldo. Como si eso no fuera suficiente… no, no, no… —chasqueé la lengua junto a su oído, sujetándole el cuello y obligándolo a dar un par de pasos—. Tus dos sabandijas lo convirtieron en un juego.
Ambos oímos los golpes en el ático, y vi en la mente de Jacob cómo sacaba a Bella a salvo. Me mordí el labio inferior al pensar en alguien más tocándola, pero sabía que él solo pensaba en mí. No estaba seguro de lo que era capaz en ese momento. Giré la cabeza hacia el pasillo cuando la mente de Jasper se conectó con la mía. Estaba esforzándose al máximo por calmarme, pero yo ya estaba demasiado lejos.
—¡Vete, Jasper! —gruñí lo bastante bajo para que Phil solo escuchara un sonido, no palabras.
—Edward, no puedes… no vale la pena… —suplicó la mente de Jasper, pero podía ver que mi sed de sangre anulaba cualquier cosa que intentara transmitirme. Retrocedió ante la fuerza de eso, y su propia sed le quemó la garganta. Salió por la puerta trasera para despejarse.
Tiré de la cabeza de Phil hacia atrás, obligándolo a exponer el cuello.
—Estaba tan asustada… tan asustada como tú lo estás… ahora mismo. Su padre solo quería protegerla, le dijo que gritara, y murió intentándolo, pero ella no pudo gritar, porque no puedes hacer un solo sonido cuando te han cortado la garganta —le expliqué lentamente, como si tuviera una deficiencia mental—. De hecho —canturreé con falsa alegría, colocando mi uña en su cuello—, veamos si tú puedes hacerlo mejor que ella…
Mi uña perforó su piel, y con un corte lento y deliberado, abrí su carne. El dulce aroma de la sangre llenó el aire como un canto de sirena. Mi garganta ardía, mi gruñido solo hizo que su corazón latiera más fuerte, y me lamí los labios.
—Grita, Phil… Vamos, hazlo.
Lo solté, girándolo para que me mirara. Sujetaba su cuello, abriendo y cerrando la boca mientras la sangre empapaba la parte superior de su camisa.
—¿Qué? ¿No te oigo? ¿Dijiste algo? —pregunté, acercándome. Cuando trató de retroceder, lo agarré por el frente de la camisa, acercando su rostro al mío—. ¿Debería reírme de ti como ellos se rieron de ella? ¿Dejar que te desangres en este piso como ella?
Llevó la mano a su garganta, cubriéndose los dedos de ese rojo espeso y delicioso. No lo había cortado tan profundamente como a Bella, pero el olor de su sangre era una neblina en la habitación… y en mis sentidos. Incliné más su cabeza, abriendo un poco más la herida.
—Suplica por tu muerte. Ella lo hizo. Dime que lo termine, y lo haré.
Mentiras. Todo era mentira. Solo quería que su miedo alcanzara su punto máximo antes de acabar con él.
Su mente giraba, aún llena de odio, de venganza. Jamás aprendería, sin importar el castigo que recibiera. Sin embargo, mientras se concentraba en mi rostro, sus últimos pensamientos eran confusos: una mezcla de miedo y furia, una plegaria por la muerte… y una pregunta sobre qué era yo.
Sonriendo, dije:
—No soy nadie, Phil. Un fantasma. Su fantasma.
Mis dientes se hundieron en su cuello, y mis ojos se pusieron en blanco al sentir el dulce, espeso y cálido néctar que golpeó el fondo de mi garganta. Ronroneé ante la sensación de estar finalmente saciado por completo, por segunda vez en cien años. No existía nada más allá de cada succión, cada bombeo que su corazón enviaba hacia mí. Cuando su cuerpo ya no pudo darme más, lo solté, dejándolo caer al suelo con un golpe sordo y sin vida que resonó en la habitación al desplomarse en un montón.
Respiraba con dificultad, mi cuerpo temblaba, y me dejé caer de rodillas junto a él, dejando escapar un largo y profundo gruñido. Cien años de control arrojados por la ventana, pero había una parte de mí que no lo lamentaba. El demonio dentro de mí lo había disfrutado todo: la fuerza que la sangre humana me había inyectado, el dulce sabor que aún tenía en los labios, y la certeza de que mi compañera estaba a salvo.
Los hermanos Brown no representaban ninguna amenaza. No eran lo suficientemente listos ni valientes para acercarse al blanco que se les había pagado por eliminar. Para ellos no era algo personal, pero para Phil sí lo era en todos los sentidos. Y sin importar cómo Alice intentara suavizarlo, sus visiones solo le habían mostrado que su muerte era la única forma de mantener a Bella a salvo… y, en consecuencia, también a Renée y a Chelsea.
Miré el cuerpo sin vida de Phil, negando con la cabeza. El aroma de Bella y los latidos de su corazón se acercaban, y parpadeé ante el ardor en mis ojos por lágrimas que no podía derramar. De pronto, sentí vergüenza. Había dejado que ese desgraciado sacara lo peor de mí, que me manipulara hasta soltar al demonio que tanto me había esforzado por contener. Y sabía que, si me levantaba y me miraba al espejo, mis ojos serían tan rojos como rubíes.
Gimiendo, me dejé caer hacia adelante, permitiendo que mi frente golpeara el suelo. Ojos rubí. Leah los había predicho desde el primer día de Bella en la escuela. Habían sido constantes en cada visión desde entonces, y habían sido mis propios ojos todo el tiempo.
—¡Edward! —escuché su dulce voz llamarme, y me incorporé de golpe.
—¡No! —gruñí, levantando la mano cuando apareció en la puerta, pero ya era demasiado tarde.
Su aguda inhalación me dijo que ya lo había visto. Su corazón mantenía un ritmo constante -más pesado de lo habitual, pero no fuera de control-. Aun así, no pude levantar la vista para mirarla.
—Hermano, déjame sacar la basura. —Los pensamientos de Jasper eran cálidos y comprensivos, y asentí—. Y no te tiene miedo. Solo está preocupada. Te necesita, Edward. Alice dice que tienes que dejar que Bella te cuide.
Le lancé una mirada de reojo, pero mantuve la vista baja y no dije nada.
—Edward, mírame —ordenó Bella en voz baja, y por puro instinto, fue casi imposible ignorarla.
—No puedo…
Ella entró por completo a la habitación, su corazón acelerándose un poco más, pero Jasper se movió rápidamente a su alrededor y levantó a Phil. Lo hizo con tanta facilidad y rapidez que probablemente Bella ni siquiera alcanzó a ver lo que en realidad le había hecho.
Bella se paró frente a mí mientras yo seguía de rodillas en el suelo. Tenía la vista fija en su estómago, pero cerré los ojos cuando sus dedos se deslizaron por mi cabello.
—¿Era la única manera? —susurró.
Asentí, apoyando la frente contra su torso. Sus brazos se enredaron alrededor de mi cabeza, y aspiré profundamente el aroma que tanto necesitaba. Flores, fruta y yo. Aromas que calmaban hasta mi alma. Pero tenía miedo de tocarla con la fuerza extra que aún recorría mis venas, miedo de mirarla por temor a que se asustara de lo que viera. La última vez que había visto ojos rojos había sido con Alice, que estaba fuera de control, casi salvaje.
Manos cálidas y suaves me tomaron el rostro entre las palmas, obligándome a levantar la vista, pero cerré los ojos.
—Edward… —dijo, con un tono casi de advertencia—. Edward, si me amas, entonces vas a abrir los ojos y vas a mirarme.
Era una amenaza dulce, adorable viniendo de ella, pero casi injusta… aunque hice lo que me pidió. Me estremecí cuando un jadeo escapó de sus labios.
~oOo~
BELLA
Edward apartó la mirada de inmediato ante mi reacción, pero lo detuve. O, mejor dicho, él me permitió detenerlo. Podía sentir el temblor, la fuerza que vibraba justo debajo de la superficie de su piel fría y dura. Estaba nervioso, asustado.
—¿Iba a matarme?
—A las tres —respondió suavemente, alzando sus manos temblorosas hasta mi cintura. Me atrajo con cuidado hacia su regazo, pero le costaba mirarme a los ojos—. Lo siento… No debí… Pude haber…
—Shhh —lo callé—. Me salvaste. ¿Qué me has dicho desde el principio?
Se encogió de hombros, con una expresión completamente perdida ante lo que le estaba preguntando. Me había dicho un millón de cosas. Me había prometido el mundo. Sonreí ante su terquedad, pero deslicé mis dedos sobre su ceja, bajando por su mandíbula afilada hasta su mentón, y levanté su rostro para que me volviera a mirar.
—Dijiste que nunca volvería a tocarme. Y no lo hizo.
—Sí lo hizo. Estuvo a punto de matarte —replicó, un gruñido volvió ásperas sus palabras—. ¡Otra vez!
—Pero esta vez no lo hizo. —Estudié su rostro, pero solo vi a mi Edward, el hermoso hombre que amaba, a pesar del rojo en sus ojos—. ¿Era la única forma? —volví a preguntar… esta vez con énfasis.
—Sí. —Tragó saliva con nerviosismo y asintió—. No podía permitirlo. Y él… sus pensamientos… Bella, él habría… —Edward suspiró profundamente, dejando caer la frente sobre mi hombro—. Disfrutaba tanto asustarte, Bella. Yo… perdí el control. Dejé de pensar…
—Entonces no creo que hayas hecho nada malo.
Esa respuesta lo hizo incorporarse de golpe y, finalmente, mirarme verdaderamente a los ojos.
—Dulzura, ¡maté a un hombre!
—Me defendiste —afirmé con firmeza—. Salvaste a Chelsea y a mi mamá de él… La cosa no habría terminado diferente si hubieran sido los policías. Probablemente lo habrían matado también, Edward, con la forma en que irrumpió. —Fruncí el ceño al ver que quería seguir discutiendo, así que terminé por colocar mis dedos sobre sus labios—. Gracias.
Edward no dijo nada por un momento, su rostro inexpresivo mientras sujetaba los lados de mi cara con ambas manos, acercando su frente a la mía.
—No me agradezcas, amor mío. Fue algo feo, egoísta.
—Y según lo que dijo Jasper, no podías evitarlo, así que… —Suspiré profundamente—. Edward… tú sabes que amo cada parte de ti. Incluso estos —susurré, acariciando con un dedo justo debajo de sus ojos rojos—. Tú has amado cada parte de mí, incluso cuando no podías demostrarlo, incluso cuando yo no podía decirlo en voz alta. No es diferente.
Un jadeo áspero escapó de él, uno que ya había aprendido a reconocer como el sonido de su llanto. Me vi envuelta en brazos fuertes y susurros contra mi cuello que no pude entender del todo. Alcancé a captar palabras de amor y disculpas, algunas promesas de siempre, y sentí besos intensos justo debajo de mi oreja.
Lo empujé suavemente hacia atrás, sonriéndole antes de rozar sus labios con los míos. Mis ojos se sintieron atraídos por el tono intenso de los suyos. Ya extrañaba el cálido color miel, pero su amor seguía ahí, presente en la forma en que me miraba, con ese toque de miedo de que no fuera real.
—Volverán a cambiar —susurró con remordimiento, y sus largas y hermosas pestañas se alzaron para mirarme con esos ojos rojos penetrantes.
Solté una risita, ya lo sabía, pero parecía tener la necesidad de explicarlo.
—¿Cuánto tiempo?
Encogió un hombro.
—Un mes o dos.
—Está bien —concedí, con una sonrisita burlona.
Escuché el sonido de los chicos abajo, pero fue Jasper quien se asomó a la habitación. Pareció comunicarse en silencio con Edward, quien le respondió con un asentimiento.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
Edward suspiró y besó mi mejilla.
—Tenemos que… limpiar.
Arrugué la nariz y me giré para mirar alrededor del cuarto de mi madre. No había nada fuera de lugar. De hecho, ni siquiera había una gota de sangre de Phil.
—No ese tipo de limpieza, Bella —murmuró Edward, sonando avergonzado—. Tenemos que hacerlo desaparecer. Dejar todo cerrado como si nunca hubiéramos estado aquí. Para salvar a los dos oficiales en la puerta, tuve que dejarlos inconscientes, así que…
—Entonces… no van a estar inconscientes por mucho tiempo —deduje, asintiendo cuando él lo hizo. Me puse de pie desde su regazo, presionando sus hombros para que se quedara donde estaba—. Entonces… son dos vidas más que salvaste esta noche —le dije, alzando una ceja.
Jasper soltó una carcajada desde algún punto del pasillo, pero Edward finalmente esbozó una sonrisa, abriendo y cerrando la boca un par de veces antes de decir:
—Y-yo creo que sí, Bella.
—Bien. Recuérdalo —le pedí, besando su frente—. Y Leah tenía razón, Edward.
Frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza.
—¿Sobre qué, amor?
—¿Los ojos rubí? —pregunté, y él asintió mientras yo besaba cada uno—. Están llenos de amor.
Edward sonrió, negó con la cabeza y miró al suelo antes de volver a mirarme.
—No siempre serán de este color… pero siempre te mirarán así.
Solté una risita, tomándole el rostro entre las manos.
—Más te vale.
~oOo~
Julio de 2002
Gimiendo por el sol que entraba a raudales por la ventana del dormitorio de Edward, me giré y hundí la cara en su lado de la cama. Olía a él, aunque ya no estaba allí. Ruidos suaves llegaban desde la planta baja, junto con el aroma de tocino y algo dulce. A pesar del gruñido de mi estómago por lo que Leah estuviera preparando en la cocina, no quería levantarme. Estaba feliz justo donde estaba. Sabía que hoy era un día importante, pero estaba demasiado cómoda.
Chelsea y mi madre regresaban de New Hampshire en la tarde, y Leah y Jacob se preparaban para volver a Masen Manor. Carlisle y Esme ya habían venido dos veces desde junio, y Jasper se había marchado unos días después de que Phil tomara la desafortunada decisión de irrumpir en mi casa. Edward era el único que se quedaba en Boston por el resto de mis vacaciones de verano. Aunque, ahora… las cosas podían volver a la normalidad. Solo tenía que descubrir qué era exactamente la normalidad.
Escuché que la puerta del dormitorio se abría y se cerraba otra vez, y seguí abrazada a la almohada de Edward, pero la fuente pura de su aroma empezó a rodearme. Labios fríos recorrieron mi omóplato encendiendo fuego a su paso, manos hermosas se apoyaron a cada lado de mi cabeza, y la risa de Edward fue profunda y sensual.
—Finges —me susurró al oído con suavidad—. Sé cuándo estás despierta, dulzura.
Solté una risita e intenté cubrirme con las cobijas, pero solté un chillido cuando él me las quitó de un tirón.
—Edward —me quejé, golpeándolo con una almohada—. Oído injusto… y velocidad de relámpago… —murmuré, rodando sobre mi espalda en la jaula de sus brazos.
Sus ojos eran ámbar, casi naranja quemado ahora, acercándose lentamente a su color dorado habitual, pero seguían enmarcados por sus largas pestañas y estaban llenos de alegría en ese momento mientras se cernía sobre mí. Era totalmente injusto que pudiera hacer que una simple camiseta blanca y vaquero se vieran tan bien. Me quejaría de que yo parecía un desastre, pero la forma en que se lamía los labios me decía que él no veía el cabello alborotado ni las marcas de las sábanas en mi piel.
Apoyado sobre una mano, empujó mi camiseta sin mangas y presionó un beso suave sobre mi estómago.
—Escuché tu estómago desde abajo, Bella —rio, mirándome mientras su lengua jugueteaba con mi ombligo.
—Sobreviviré. Leah no me ha dejado morir de hambre desde que estoy aquí —le dije, sonriendo cuando se acomodó sobre mí, con la barbilla donde antes había estado su lengua y sus brazos rodeándome. Pasé los dedos por su cabello. Aún estaba húmedo de una ducha reciente—. Saliste de caza.
Sonrió.
—Sí. No fui muy lejos. Fue más rápido correr una vez salí de la ciudad.
Había algo distinto en él, una ligereza. Había temido que la destrucción de Phil lo hubiera cambiado, que lo hiciera cambiar su dieta —era algo que preocupaba mucho a Carlisle cuando él y Esme aparecieron al día siguiente—, pero nos juró a todos que volvería exactamente a su forma de cazar de siempre. El haber eliminado a Phil le permitió relajarse, más aún cuando por fin encontraron y arrestaron a los hermanos Brown, quienes ahora estaban presos sin derecho a fianza.
No importaba que Alec y Demetri hubieran delatado a Phil. Igual fueron acusados de asesinato e intento de asesinato. Y dos días después de que los arrestaran en Florida, el cuerpo de Phil apareció flotando en la bahía, lo que encubrió la pérdida de sangre y dio la impresión de que sus negocios ilegales finalmente lo habían alcanzado. Sin evidencia ni huellas, el caso se enfrió, pero a nadie le importó. Jasper y Jacob habían preparado todo para que pareciera que Phil había irrumpido en mi casa cuando no había nadie, dejó fuera de combate a los dos guardias, y huyó al encontrar el lugar vacío.
Una mano suave apartó mi cabello del rostro.
—¿A dónde te fuiste, Bella? —preguntó Edward, en parte en tono de burla, pero con genuina curiosidad.
Solté una risa ligera y me encogí de hombros, solo para estirarme en un largo y necesario desperezo. Los ojos de Edward me recorrieron por completo, y negó lentamente con la cabeza.
—Te voy a extrañar en mi cama —murmuró, deslizándose por mi cuerpo hasta presionar sus labios contra los míos.
—¿Te refieres a la cama en la que nunca se ha dormido? —dije entre risas—. Aparte de mí, claro.
Su sonrisa fue ladeada y dulce.
—Claro.
—Bueno, ¿no dijiste algo de que no ibas a dormir en los dormitorios cuando volviera a clases? —le pregunté, rodeando su cuello con los brazos—. ¿O solo estabas bromeando?
Negó lentamente otra vez, y esta vez, sus ojos se oscurecieron hasta volverse negros.
—No, de verdad quiero que estés ahí.
La forma en que dijo eso encendió todo dentro de mí. Las mariposas en mi estómago no solo se pusieron la armadura, sino que entraron directamente en combate. Lo dijo como si tuviera más de un significado, más allá de solo dónde iba a dormir.
—Edward —susurré, rindiéndome finalmente y capturando sus labios con los míos.
Había sido difícil detenernos las últimas semanas que estuve quedándome en su brownstone. Las primeras noches después de lo de Phil, mis pesadillas habían sido atroces, y Edward me sostuvo durante todas. Una noche, lo supliqué, y casi perdimos el control. Fue la primera vez que lo toqué íntimamente, y verlo perder un poco de su severo control fue algo que me dejó sin aliento. Sin embargo, con la sangre humana aún en su sistema, su fuerza había aumentado ligeramente, lo que causó algunos moretones inofensivos aquella noche. Después de eso, Edward nos frenó, diciendo que necesitaba tiempo para que su dieta lo llevara de vuelta a la normalidad. Casi no podía consolarse al ver dos pequeños moretones: uno en mi muslo y otro en mi brazo. Ya se habían desvanecido, pero él no quería correr más riesgos, aunque a veces no podíamos evitar las sesiones de besos intensos.
Mis dedos se deslizaron bajo su camiseta mientras su mano acariciaba mi muslo, levantando mi pierna alrededor de su cintura.
—Dios, Bella… estás tan cálida cuando recién despiertas —gimió en mi oído, pero sonrió contra él cuando mi estómago habló, y se detuvo, riéndose hasta hacernos temblar a los dos.
Gemí, dejando caer la cabeza sobre la almohada.
—Bájate de mí, fastidioso.
Trató de fingir estar herido, pero falló adorablamente, deslizándose por el borde de la cama.
—Desayuna, amor, y luego Leah quiere vernos.
Arrugué la nariz, pero asentí. Leah nos había rogado que la dejáramos hacernos una lectura, pero yo lo había rechazado una y otra vez… o quizás había estado postergándolo. No estaba segura de estar lista para lo que tuviera que decirnos, pero como se marchaba hoy de Boston, ya no había más tiempo.
Me levanté, me froté la cara y me dirigí al baño, pero Edward me detuvo.
—Pase lo que pase, Bella, lo enfrentaremos —dijo con firmeza, y la mirada oscura y sensual desapareció, reemplazada por una honestidad seria—. Además, Alice también está observando.
Sonreí y asentí. Era verdad. Alice se había convertido en una parte fundamental de la familia, y no importaba que estuviera en Alaska. Llamaba con frecuencia, y noté que todos habían empezado a apoyarse en sus visiones, especialmente después de cómo me había mantenido a salvo la noche que Phil irrumpió en mi casa.
Lo besé, le susurré que lo amaba y me dirigí al baño. Sonreí y negué con la cabeza detrás de la puerta cerrada cuando lo escuché murmurar algo sobre no poder oír el agua y la piel desnuda, y que me vería abajo.
Cuando por fin me duché y vestí, entré a la cocina y vi a Edward sentado con Leah y Jacob en la mesa. Él era el único que no comía, por supuesto, pero nunca se quejaba, aunque sabía que el olor de la comida humana a veces le resultaba repulsivo, algunos alimentos más que otros. Los lácteos estaban en lo más alto de su lista de los más odiados.
Comí en silencio, escuchando a Jacob y Edward hablar de cosas que había que hacer en Masen antes del inicio del próximo año escolar. Leah también estaba callada, sirviéndole más comida a su hijo y leyendo las hojas de té. Lo que vio en ellas la hizo sonreír, pero no dijo nada, ni siquiera cuando Edward se detuvo a la mitad de una frase para reírse de ella, aunque mantuvo su secreto entre los dos.
Jacob recogió la mesa y limpió la cocina, dejándonos solos para la lectura. Cuando quedamos los tres, Leah sonrió, empujando hacia adelante las cartas del tarot.
Frunció el ceño, pero tarareó la canción más reciente en la que Edward y yo habíamos estado trabajando. Eso hizo sonreír a Edward. Cortó la baraja, la barajó con su estilo habitual y empezó a colocar las cartas. Leyó a Edward primero, colocándolas una por una. Esta vez, eran distintas.
—Hmm —murmuró, con una pequeña sonrisa en las comisuras—. Bueno, bueno…
Los ojos de Edward pasaban de las cartas a su rostro y de regreso.
—¿En serio?
Solté una risita y puse los ojos en blanco, simplemente porque su paciencia solía desaparecer por completo cuando ella le leía. Usaba su lectura mental para intentar anticiparse antes de que ella hablara. Se calló cuando ella lo fulminó con la mirada.
—Te lo juro, Edward —suspiró Leah, negando con la cabeza, pero me guiñó un ojo—. Ahora tú.
Repitió el mismo proceso, finalmente recostándose un poco en la silla. Golpeó suavemente la bola de cristal, sonriéndome con picardía.
—Muchos cambios —dijo en voz baja—. Esto se mantiene, una constante. —Empujó la carta del Amor hacia nosotros con una sonrisa—. Pero esto también… para ambos, así que creo que se trata de la eventual transformación de Bella. Empezaste con tres hace casi un año, pero ya solo queda una. —Deslizó hacia adelante la carta de la Muerte junto a la primera—. Son cartas compartidas por ustedes dos… y parecen estar entrelazadas. —Volvió a tocar la bola de cristal, mirando entre nosotros.
Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Bella, todavía tienes Fuerza y Justicia, lo cual es comprensible ahora que esos dos hombres están en la cárcel. Además, has estado trabajando en hablar más en público, así que… sí, Fuerza te queda perfecta.
Me incliné hacia el beso de Edward en mi sien, y él entrelazó nuestros dedos.
—Edward, tú tienes algunos cambios —dijo con tono serio. Empujó hacia adelante una carta que nunca había visto—. Carro… es control, fuerza de voluntad, una forma de fortaleza. Te mantienes fiel a tu dieta, a pesar del desliz, pero creo que tu vidente ya te lo ha dicho.
Edward rio.
—Sí, Alice ha estado observando por mí… y por ella también. Quiere ver a Bella tan pronto como sus visiones le digan que es seguro.
Leah le sonrió con cariño.
—No veo ningún problema, pero puede que ella vea más que yo. —Empujó otra carta nueva al frente—. La carta del Mundo —dijo, pero sus ojos se fijaron en Edward, quien tragó con nerviosismo.
—Finalización —susurró él, mirando la carta por un momento—. Logro.
—Ajá —asintió Leah—. Combinada con la carta del Amor… los veo como uno solo.
Los ojos de Edward se oscurecieron un poco al mirarme, y comprendí lo que Leah nos estaba diciendo. Aunque éramos almas gemelas, aunque yo era la mitad eterna de Edward, no estábamos realmente unidos hasta que fuéramos uno… hasta que hiciéramos el amor. Esa era la razón detrás de la atracción constante entre nosotros y el calor que estallaba cada vez que nos tocábamos. Sin embargo, desde que lo conocí, el momento nunca había sido el adecuado, y ninguno de los dos había estado listo. Pero cada vez estábamos más cerca.
Sentí mi corazón acelerarse y mis mejillas arder, pero Edward colocó sus manos suavemente a ambos lados de mi rostro.
—No hay prisa, amor mío. Nunca. Sin presión —susurró, asegurándose de que lo mirara a los ojos.
—Por supuesto que no —bufó Leah—. A pesar de todo esto —resopló, haciendo un gesto hacia las cartas, las hojas de té y la bola de cristal—, sabrán cuándo es el momento. Son jóvenes… Sí, tú también, Edward. En esto, también lo eres.
Él sonrió y bajó la mirada por un segundo.
—Supongo que es verdad.
—Confía en mí, lo sabrán —afirmó ella, dándole una palmadita en la mano antes de ponerse de pie—. Ahora, vengan a darme un abrazo —dijo justo cuando Jacob bajaba las escaleras, cargado con su equipaje—. Los veré en un mes.
—Sí, señora —dijo Edward, besando su mejilla antes de subir con Jacob a buscar más cosas.
—Bella —dijo Leah, abrazándome con fuerza y luego tomando mi rostro entre sus manos—. Sé lo que quieres, pero aún no es el momento —susurró enigmáticamente—. Crees que eres la débil rodeada de inmortales, pero en realidad, tú eres su fuerza. —Cuando hice una mueca, me abrazó otra vez—. También eres la fuerza de tu madre, cariño. Te necesita… Necesita a su niña un poco más de tiempo, especialmente ahora. Aún no sabe cómo estar sola. ¿Lo entiendes?
Inspiré hondo y solté el aire despacio, pero asentí. Alice me había dicho prácticamente lo mismo, que aún no era tiempo de convertirme como ellos. No todavía. También me había dicho que hacerlo demasiado pronto podría levantar demasiadas preguntas.
—Lo entiendo —le dije.
—Bien —dijo, besando mi mejilla antes de mirarme a los ojos de nuevo—. Y tú eres su fuerza, Bella. Tú lo haces ser el hombre que siempre quiso ser, que siempre necesitó ser. Mi abuela le dijo en su primera predicción que se convertiría en alguien diferente. Yo solía pensar que se refería a su transformación en inmortal, pero estaba equivocada. Se refería a quien estaba destinado a ser contigo.
Sonriendo ante eso, le besé la mejilla.
—Gracias, Leah.
—No hay nada que agradecer —respondió con una risa—. Nos vemos en casa.
Mi corazón se agitó ante esa palabra. Casa. Y me di cuenta de que Masen Manor se había convertido en donde realmente pertenecía. Era donde había aprendido a ser yo otra vez, donde había conocido lo mejor que me había pasado, y mientras los brazos fuertes como acero de Edward me envolvían por detrás, le sonreí a Leah.
—Sí, nos vemos en unas semanas.