ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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1
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Capítulo 32

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Traducción autorizada al español del fanfic Masen Manor, escrito por drotuno. Sin fines de lucro. Personajes de Stephenie Meyer. . Capítulo 32 Agosto de 2002 BELLA . Esme y yo encontramos un par de asientos vacíos hacia la mitad del tren. Al sentarme, no pude evitar sonreír al sentir la familiaridad que me envolvía. Fue con Esme con quien viajé por primera vez a Masen Manor. Entonces, estaba asustada, nerviosa y completamente en silencio. Había pasado mucho en un año. Abrí mi mochila mientras Esme hablaba por celular con Carlisle, y no pude evitar sonreír. Justo al lado del cuaderno azul -ahora completamente lleno- donde Edward y yo habíamos escrito, había uno nuevo. Saqué el cuaderno rojo impecable, conteniendo la risa -y el rubor- al ver que Edward ya lo había empezado. Amor mío: Es un nuevo año escolar; el último para ti. Quería que comenzáramos bien. Hay cosas sobre nosotros que nunca, nunca quiero que cambien ni se olviden. Este cuaderno… estas notas entre nosotros son importantes para mí. Siempre nos han dado la oportunidad de decir cosas que no siempre podemos expresar en voz alta. A pesar de tu recién descubierta -y hermosa- voz, sé que aún valoras tu silencio, tu calma interior. Y eso lo entiendo por completo, Bella. De verdad. Mucho ha cambiado desde la última vez que hiciste este viaje en tren con Esme. Ya no eres la chica asustada de hace un año. Siempre fuiste lo más fuerte que he conocido, pero ahora creo que lo sabes. Lo sientes. Me lo has dicho más de una vez: que conmigo puedes ser tú misma, que te ayudé a sanar, pero no creo haber hecho mucho. Odio llevarme ese crédito, porque pienso que todo ya estaba dentro de ti. Solo tuve la suerte de tomarte la mano mientras lo descubrías. Quiero que sepas que, decidas lo que decidas con respecto a hablar en clase o no, será completamente tu elección, pero te apoyaré sin importar qué. El último año ya es bastante difícil sin añadirle más presión, pero te prometí que te ayudaría, y lo dije en serio. Quiero que enfrentes este año con todo, que lo vivas, que absorbas cada minuto. Es un año importante, lleno de decisiones, aprendizajes y grandes pasos. Ya hablamos del futuro, de la universidad, de nosotros. Nos enfrentamos cara a cara con tu pasado y lo vencimos. Mi dulce niña, ahora estás a salvo de hombres con máscaras y cuchillos. Nadie volverá a tocarte así. Lo juro con mi vida. Sin embargo, mi mayor miedo es ser yo quien te haga daño. Nunca sería intencional, nunca con malicia o enojo, sino simplemente por perderme en mi amor por ti. Bella, no tienes idea de cuánto deseo poder explicarlo todo. Eres lo único que he esperado toda mi vida, y me destruiría si algo que hiciera o dijera te hiriera. No soy tonto. No soy tan arrogante como para pensar que podremos esperar para siempre. Todo mi ser te anhela, y sé que tú también lo sientes. Lo veo en tus ojos cálidos, lo oigo en tu voz, en los latidos de tu corazón, lo siento en tus besos, en tu toque. Va creciendo poco a poco, como una chispa que enciende un incendio forestal, y necesito que seas tú quien marque el ritmo, porque a veces, todo me sobrepasa. Te amo, te necesito demasiado. Y en esos momentos, necesito tu voz más que nunca. Necesito saber qué te asusta, qué es demasiado; necesito escucharte decir que estás bien. Por último, quiero darte las gracias, mi dulce niña. Gracias por el año más increíble, por tu amistad primero, y luego por amarme. Gracias por cada sonrisa, risa y beso que me diste. Cada vez que me tomaste la mano, que me dijiste que me amabas, que me abrazaste… Esos momentos significan todo para mí. Durante mucho tiempo, fuiste el fantasma que pensé que nunca aparecería. Eras esa perfección inalcanzable que tardó tanto en llegar. Ojalá hubiera sabido lo maravilloso que sería todo cuando Giselle predijo mi futuro. Habría hecho que esperarte fuera más fácil. Pero también… ¿lo valoraría tanto como lo hago ahora? No tengo esa respuesta. Solo sé que ya no soy el mismo hombre que conoció Giselle hace más de cien años. Soy mejor contigo a mi lado. Y también por eso, necesito darte las gracias, aunque honestamente no creo que las palabras sean suficientes. Sin importar lo que traiga este nuevo año, ten por seguro que estaré a tu lado en cada paso. Sé que algunas cosas deben seguir siendo un secreto, que el FM debe seguir rondando los pasillos en la sombra la mayoría del tiempo, pero desde el momento en que bajes del tren, el mundo entero puede saber que estamos juntos, que tú eres mía y yo soy tuyo. Sin más fingimientos, mi amor. Sin más tutor/alumna, sin más esconderse. Que sepan la verdad: te amo. Siempre. Edward Sentí los ojos de Esme sobre mí mientras me secaba las lágrimas, lágrimas buenas. Sonriendo, miré en su dirección y dije: —A veces me mata con lo dulce que es. Ella rio con suavidad. —Es un buen chico. Siempre lo ha sido… incluso cuando él pensaba que no. El tono de su voz llevaba la devoción y el amor de una madre. Era el amor incondicional hecho persona. Conocía su historia, la pérdida de su hijo, y me pregunté si Edward había llenado ese espacio en su corazón. Si no lo llenaba por completo, apostaría a que estaba muy cerca. —Ha sido maravilloso para Carlisle y para mí verlos a ustedes dos. —Una sonrisa melancólica apareció en su rostro mientras jugueteaba con su celular sobre la mesa—. Ya te lo dije antes, no solía creer mucho en esas predicciones, Bella. Solo… Carlisle sí creía, simplemente porque había visto algunas hacerse realidad, pero yo tenía miedo por Edward. Lo vi querer que fueran ciertas con tanta fuerza, pero los años pesan. —Soltó una risa suave, negando con la cabeza—. No ayudaba que fuera tan condenadamente dulce y leal y amable, además de guapo, así que las mujeres, humanas y no humanas, se sentían atraídas a él como moscas a la miel. Solté una risita y asentí. —Eh… Esme, todavía pasa eso. Su risa fue ligera y dulce, como la de Alice y yo cuando tramábamos algo. —Créeme, lo entiendo —dijo entre carcajadas—. Carlisle es igual. —Tomó mi mano, sus dedos acariciando mis dijes—. Pero Edward era diferente. Quería creer que tú llegarías, pero donde algunos hombres habrían aprovechado cómo lo veían las mujeres, él no lo hizo. —Leer sus pensamientos lo frenaba mucho, me dijo —agregué con una mueca. Ella asintió, arrugando la nariz. —No quiero imaginar lo que ha escuchado o visto. Pobrecito, solía responder a mis preguntas antes de que las hiciera. Me volvía loca hasta que entendí lo horrible que debía ser. —Ambas asentimos cuando el tren comenzó a alejarse de la estación, pero ella continuó—. Ya que estamos en el tema… Con su incapacidad para leer tu mente, sé que se preocupa por ustedes dos. Edward siempre se ha preocupado demasiado, le da mil vueltas a las cosas más simples, pero he intentado tranquilizarlo diciéndole que lo está haciendo bien. —¿Cuánto se preocupa? —pregunté, frunciendo el ceño. Esme miró a su alrededor, pero nadie nos prestaba atención. —La relación de ustedes no es normal, Bella. Nunca lo será. Pero es perfecta y firme. Para ti… como humana, puede ser abrumadora, pero… —Suspiró, apretando mi mano con suavidad—. Lo que quiero decir es… No dejes que te frustre, querida. No dejes que le dé tantas vueltas a las cosas que termine ignorando su corazón. Puede convencerse a sí mismo de cualquier cosa. No lo dejes. Sonriendo, suspiré, pero fruncí el ceño un poco. —¿Hablas de nuestra relación? ¿O de mi humanidad? Se rio. —De ambas. De todo. Solo que… —Se tocó la sien—. Siempre ha tenido ventaja, cariño, así que no saber lo que piensas le causa pánico. Me reí, recostándome un poco. —Sí, a veces lo odia. Pero una vez me habló de lo que somos, que estamos… unidos. Almas gemelas. Me dijo que entendía cómo era, ya sabes, para ti y Carlisle. Dijo que podemos tener fe el uno en el otro. Siempre. —¿Eso te incomoda? Eres joven, Bella. Las chicas de tu edad se preocupan por citas, bailes y… —No. Para nada. —Le sonreí, pero luego miré por la ventana mientras la ciudad pasaba volando. Coloqué una mano sobre mi pecho—. Lo puedo sentir. Especialmente cuando él está cerca. Está allí desde nuestra primera clase de piano. Él es… mi hogar. —La miré, sonriendo al ver que tendría lágrimas si pudiera—. Se sintió correcto… desde la primera vez que me estrechó la mano. Todo en mí encajó. Conocerlo me hizo entender que ya no estaba sola. Fruncí el ceño, jugando con el dije en forma de corazón que Edward me dio en Navidad. Mis pensamientos se centraron en él, y supe que tenía que estar sintiéndolo, lo cual me hizo sonreír. —No soy… normal. He visto cosas que espero nadie más vea jamás, así que no puedo compararme con ellas —dije, señalando a unas chicas que reían al fondo del vagón—. Simplemente no puedo. —Me encogí de hombros—. Pero Edward… él es mi normal. Esme guardó silencio un momento, pero finalmente asintió. —Lo que me lleva a otro punto, querida. Yo… eh… —Parecía nerviosa, pero mantuvo mi mirada—. Estás en último año, y por más que me encantaría nombrarte capitana de dormitorio, decidí que sería demasiado para ti. Espero que lo entiendas… Solté una carcajada, negando con la cabeza. —No, está bien. No puedo decirles a mis compañeras que se queden en sus habitaciones por la noche cuando yo estoy usando los pasadizos para colarme en el ala este. Sonrió, pero asintió. —Tienes un punto, Bella. ¿Y qué les digo a tus profesores? Lo pensé, mirando el cuaderno rojo nuevo que Edward me había dado. —Diles que… lo intentaré, pero… Levantó una mano. —No digas más. Es suficiente para mí. —Me apretó la mano una vez más—. Bienvenida a tu último año, Bella. ~oOo~ Septiembre de 2002 Edward y Esme tenían razón. El último año era mucho más ocupado, mucho más difícil, y apenas íbamos en la segunda semana de clases. La mayoría de mis profesores eran los mismos del año anterior, así que no les sorprendía cuando permanecía callada en clase. Había respondido algunas preguntas una que otra vez -para sorpresa de mis compañeros-, pero aún no me sentía lo suficientemente cómoda como para dar exposiciones orales al frente del salón. Por eso, mis profesores seguían permitiéndome hacer trabajos adicionales para compensarlo. Al mirar alrededor de la biblioteca, observé rostros nuevos. Algunos se veían tan jóvenes, pero otros estaban tan nerviosos como me había sentido yo en mi primera semana. Tyler, que ahora era el capitán del dormitorio de los chicos, parecía haber crecido un par de centímetros durante el verano. Noté que seguía con Lauren, y era evidente que él sacaba lo mejor de ella. La capitana del dormitorio de las chicas estaba sentada con ellos. Audrey. No sabía mucho sobre ella. Era callada, de cabello rojizo y pecas sobre la nariz. Parecía dulce, pero solía mantenerse al margen. Todo se sentía extraño sin Rose y Emmett alrededor, y aún más sin Alice. Haberla «perdido» la primavera pasada seguía sintiéndose irreal, sobre todo porque hablábamos por teléfono todo el tiempo. Los domingos seguían siendo nuestros días de llamada. Una mirada al reloj me hizo fruncir el ceño, pero empecé a guardar mis cosas, incluyendo el nuevo cuaderno rojo en el que había estado escribiendo. Angela alzó la vista de su libro, parpadeando tras sus gruesos lentes. —Piano —suspiré, arrugando la nariz, pero sonreí cuando ella soltó una risita. —Bueno, el señor Harris no está precisamente en la misma liga que tu guapo tutor del año pasado —comentó con puro sarcasmo. —Eh, no —reí, negando con la cabeza, aunque sentí el calor subiendo a mis mejillas—. Pero es que nadie lo está. Angela sonrió. —¿Cómo está Edward? —Está bien —respondí en voz baja, sonriéndole. Era la única amiga con la que realmente hablaba ahora—. Está ocupado, pero vendrá para mi cumpleaños… y probablemente para Acción de Gracias. Ella volvió a sonreír y asintió. Fue la primera persona en la escuela que preguntó por Edward y a quien le conté que estábamos juntos. No pareció sorprenderse, y ahora ya era un chisme viejo entre los rumores del campus. Con la foto enmarcada de los dos en mi mesa de noche del dormitorio, ya no era un secreto. El secreto era que él estaba justo arriba, en el ala este… y lo más probable era que estuviera paseándose por sus habitaciones ante la idea de que alguien más me estuviera enseñando piano. Le hice un gesto de despedida a Angela y salí de la biblioteca rumbo al auditorio, con la mochila al hombro. El señor Harris ya estaba allí, terminando la clase con otro estudiante. Luke era de primer año, pequeño, con grandes ojos azules y cabello rizado color arena. Era un chiquillo nervioso, pero por lo que alcanzaba a escuchar, tocaba bien el piano. Ya lo había visto en los pasillos; se había hecho amigo de Brady y Eric. El señor Harris dio por terminada la clase, y Luke me sonrió al salir. —Ah, Bella… —dijo el señor Harris, sonriéndome—. Sé que en realidad no estoy enseñándote, pero quería ver en qué nivel estabas este año. Hablé con Edward hace un par de días, y revisamos algunas cosas. Me dijo que están trabajando en una nueva composición… algo que comenzaron juntos durante el verano, ¿correcto? Asentí, sentándome al piano y dejando mi mochila en el suelo. —Sí, pero aún no está terminada. Su sorpresa al escuchar mi voz fue casi cómica, pero la disimuló con rapidez. —E- está bien. Bueno, solo quería ver en qué andabas, y que volvieras a verme justo antes de Acción de Gracias. Le entregué la partitura, pero toqué de memoria. Me hizo sonreír, simplemente porque era tan… nosotros. Era juguetona y ligera, y se fundía en algo sensual y dulce. Aún no estaba terminada. Edward y yo no habíamos trabajado mucho en ella hacia el final de mi descanso de verano. Le faltaba algo, algo que aún debía trabajar, pero era hermosa y divertida. Me gustaba tocarla porque era muy diferente de la que había trabajado el año pasado. No era emocional ni desgarradora. No era pesada. El señor Harris caminaba mientras tocaba, pero se volvió hacia mí cuando terminé. —Es buena, Bella. Muy buena. ¿Crees que podrás terminarla para final de año? Asentí con una pequeña sonrisa. No podía decirle que mi compañero de composición estaba desesperado por ayudarme, ni explicar que ese mismo compañero había instalado un piano electrónico de última tecnología en el piso de arriba para poder trabajar juntos. —Muy bien, entonces —dijo en voz baja, sonriendo levemente—. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. Asentí mientras recogía mis cosas, y él me devolvió la partitura, llena de garabatos que Edward y yo habíamos hecho en los bordes. Miré hacia el armario de disfraces, preguntándome cuán vigilado estaría el señor Harris por un segundo, pero salí del auditorio sin mirar atrás. Tenía que pasar por mi dormitorio, así que avancé por los pasillos. Subí al tercer piso, saludando con la mano a algunos compañeros, y cerré la puerta tras de mí con seguro. Caminé directo al clóset, entrando por la puerta oculta al fondo. El pasadizo secreto resonaba con cada paso, y no pude evitar soltar una risita al ver la figura alta y delgada esperándome recostada contra su viejo piano roto cuando llegué al ala este. —Déjame adivinar… Necesitas mejores cerraduras en tu lado embrujado del castillo —lo provoqué. Su risa fue profunda y sensual. —No. No lo creo. —Me tomó el rostro entre las manos y me besó rápidamente—. ¿Cómo te fue? Fruncí el ceño y me encogí de hombros, entrelazando nuestros dedos mientras subíamos hacia su habitación. —Se sintió como… ser infiel. Soltó una carcajada. —Para nada, Bella. —No, en serio —reí—. Me alegra que solo me vaya a revisar un par de veces por semestre. —Me encogí de hombros—. Él está bien, pero simplemente no eres… tú. La sonrisa de Edward fue dulce y tímida, pero me besó la frente antes de abrir la puerta. Ahora su espacio tenía una mezcla de los dos. Aún tenía mi habitación en el dormitorio, todavía debía aparentar que dormía allí cada noche, pero en realidad dormía en su ala, en la cama que Esme había puesto. Mis libros, mi computadora, mi ropa estaban casi todos ahí, incluyendo mis cosas del baño. Le había preguntado varias veces si debía mantener mis cosas en mi cuarto, pero él decía que le encantaba, que adoraba cómo lo rodeaba mi olor cuando yo estaba en clase. Dejé mis cosas en el suelo y me dejé caer en una esquina del sofá. Edward se sentó conmigo. Al mirarlo, tuve que hacer una doble toma antes de arrastrarme hasta su regazo. Tomándolo del rostro entre mis manos, lo estudié, sonriendo cuando él rio suavemente. —Hoy cazaste. —Sí —susurró, con los ojos brillando de amor, dulzura y picardía. Pero lo que me llamó la atención fue el color de sus ojos. Hermoso dorado cálido como la miel. Ese tono que tanto me gustaba. Estaban brillantes, felices y llenos de orgullo. Sus larguísimas pestañas oscuras los enmarcaban, al igual que las cejas espesas que se fruncieron un poco ante mi mirada fija. —Han vuelto —susurré con asombro, con los ojos llenos de lágrimas ante tanto amor reflejado en los suyos—. Dios, había olvidado lo hermosos que eran. Él sonrió un poco y me besó dulcemente. —Gracias, amor mío. —¿Eso significa que…? Me besó otra vez, y esta vez fue profundo, de esos que te roban el aliento. Su lengua reclamó mi boca, y ambos gemimos. Su ronroneo se volvió un gruñido grave cuando metí mis manos en su cabello, sujetándolo con fuerza y sin dejarlo ir. Al separarnos, rozó mis labios con los suyos, luego mi nariz. —Significa que la sangre humana ya salió de mi cuerpo —dijo, pero su sonrisa torcida y sexi hizo que pusiera los ojos en blanco. —Está bien, sabelotodo —resoplé, intentando levantarme de su regazo, pero sus brazos me apretaron y su risa nos sacudió a ambos. Me encontré atrapada contra el cuero suave del sofá, con un vampiro muy divertido inclinándose sobre mí. —Significa… que ya no usaré más lentes de contacto. —Su sonrisa era tonta y adorable. Me reí, echando la cabeza hacia atrás. Ambos sabíamos lo que significaba. Lo significaba todo, pero también sabía que él seguía preocupado. Lo rodeé por completo con mis brazos cuando apoyó su oído sobre mi corazón. Mis dedos recorrieron su cabello y bajaron por su espalda. Y sonreí contra su cabeza cuando volvió a ronronear suavemente. —Estoy orgullosa de ti —dije en voz baja, encontrándome con su mirada cuando se apartó un poco para mirarme—. Carlisle dice que es ridículamente difícil hacer lo que tú hiciste. Edward frunció el ceño, apoyando sus codos a cada lado de mi cabeza, pero sus dedos jugueteaban con mi cabello. —Lo que hice fue… un medio para un fin, amor. No importaba cómo Alice y yo lo miráramos, ese hombre tenía que morir. Y yo… yo lo odiaba, Bella. Era… demasiado familiar, insensible. El hecho de que intentara asustarte a propósito, de que intentara matarte… —Se interrumpió, negando con la cabeza—. No podía dejar que se saliera con la suya. Estuvo malditamente cerca demasiadas veces. Le aparté el cabello de la frente, pasando mis dedos por su rostro, pero me mantuve en silencio. —Me dejé llevar por el momento —admitió Edward, encogiéndose de un hombro—. Dejé que mis instintos me dominaran. No… no me gustó, pero no podía detenerme. Usé cada parte de ellos contra él: mi velocidad, mi fuerza, mi sentido de la venganza, mi necesidad de protegerte. Todo eso. Y al hacerlo, me asusté a mí mismo, Bella. No… no podía parar. Nunca quise que me vieras así, y no quiero volver a perder el control de esa manera, sobre todo si eso pudiera lastimarte. Puse las manos a ambos lados de su hermoso rostro y besé sus labios. —No lo harás. Nunca lo has hecho, y antes de que empieces a discutir conmigo, piensa bien, Edward. Recuerda cómo te volvía loco el año pasado… cómo te frustraba al punto de la locura. Piensa en lo molesto y enojado que te pusiste cuando descubrí exactamente quién eras, lo que eras… y que eras el FM. Ni una sola vez, ni siquiera cuando intentaste detenerme para que no saliera del auditorio, tuve miedo de ti. La forma en que eres conmigo, la manera en que me tratas, es diferente a como tratas a cualquier otra persona en este planeta. —Me encogí de hombros, sonriéndole—. Y sabes que es verdad. —Bella, esos mismos instintos siguen aquí —replicó, señalando con un dedo largo y elegante entre nosotros—. Podría perder el control otra vez… tan fácilmente. —¿Eso es lo que te da miedo? ¿Cuándo nosotros finalmente…? —Sí —susurró contra mis labios, cerrando los ojos con fuerza—. Ya es lo suficientemente intenso entre dos humanos… o entre dos inmortales. Yo podría… Bella, hubo un momento, en tu casa, en el que ni siquiera recordaba mi propio nombre. ¿Y si…? No terminó la frase, pero no hacía falta. Sabía lo que quería decir, aunque lo interrumpí con otro beso. —¿Sabes qué, Edward? —dije, acariciándole otra vez el cabello con suavidad—. ¿Por qué no le preguntas a Leah… o a Alice, incluso? Volvamos a lo que has aprendido a usar para apoyarte. Que te revisen. Alice sería mejor; solo tienes que tomar la decisión. Leah ya te dijo que las cosas salen bien. Él rio en voz baja. —¿Una segunda opinión, dulzura? Me encogí de hombros y lo empujé con suavidad hasta que se sentó sobre sus rodillas, dándome espacio para incorporarme. —Te amo, y tengo fe en ti, pero tú no la tienes en ti mismo. En lo personal, creo que esos instintos no son los mismos. Uno fue un mecanismo de defensa, pero entre los dos, creo que significa que serás exactamente lo que necesitas ser, Edward. Sus ojos se entrecerraron mientras me observaba. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró de inmediato cuando me puse de pie y me alejé. —Has estado hablando con Carlisle. Sonriendo, respondí simplemente: —Tal vez. En realidad había hablado con Carlisle y con Esme, pero no importaba. Ambos me habían dicho que tuviera paciencia con Edward, y estaba haciendo todo lo posible. Él estiró una mano y me atrajo hasta quedar de pie entre sus piernas. Su mirada era curiosa, dulce y con un dejo de inocencia; una mezcla sexi y embriagadora en él. —¿Qué te dijo? Sonriendo, puse una mano en su pecho. —Que tienes que confiar en esto… —dije, señalando su corazón—. No en esto —añadí, tocando su sien. Empecé a alejarme, pero me detuvo. —¿A dónde vas? Reí, señalando mi mochila. —Tengo una cantidad absurda de tarea, Edward. Y luego tengo que hacer acto de presencia en el comedor. Frunció el ceño, pero empezó a jugar con los dijes de mi pulsera. —Está bien, pero deberías saber… Te llegó correo hoy. Bueno, en realidad me llegó a mí. Bella, ¿estás segura de esto? Sonreí. —¿Hicieron lo que les pedí? Cuando asintió, lo besé. —Entonces sí. Fírmalo y mándalo de vuelta, Edward. Asintió, finalmente soltándome para que pudiera tomar mis cosas. Sentí su mirada en mí mientras caminaba hacia la cama. Me senté, saqué mis libros para terminar dos tareas antes de la cena. Cuando lo miré, estaba sacando papeles de un sobre manila. ~oOo~ EDWARD Estudié los papeles en mis manos, negando con la cabeza. El cumpleaños número dieciocho de Bella estaba a tan solo unos días. Oficialmente heredaría millones al llegar la medianoche, pero los documentos que tenía en mis manos lo cambiaban todo respecto a lo que Charlie Swan había planeado originalmente. Por un breve momento, me pregunté qué pensaría él sobre los cambios que ella había hecho. Según las páginas, Bella había creado generosas cuentas bancarias tanto para Chelsea como para Renee. Ninguna tendría que preocuparse por el dinero nunca más, y eso apenas hacía mella en lo que aún quedaba. Sin embargo, el cambio más grande era que Bella estaba liberando al contador que Charlie había contratado originalmente. Ya no era necesario. Había contratado a uno nuevo. A mí. Los documentos legales en mis manos ponían hasta el último centavo que recibiría en mi firma contable -la falsa que había creado para ocultar mi conexión con la Academia Masen. Bella me estaba entregando su vida para que la cuidara. Cuando cuestioné esa decisión por primera vez, ella simplemente sonrió, me besó y me despeinó el cabello con cariño. Dijo que confiaba en mí más que en nadie, y que si yo era su futuro, entonces tenía sentido que me encargara de ese aspecto. Bella estaba planeando a futuro… muy a futuro. Estaba pensando en más de una vida por delante, y no pude evitar tragar saliva ante lo cómoda y decidida que era. Y con una última mirada hacia mi hermosa chica, que trabajaba en silencio en su tarea, finalmente tomé una pluma y escribí mi nombre en la línea correspondiente. Me quedé observando mi firma unos segundos, sabiendo que algún día le pediría que tomara ese mismo apellido. Fruncí el ceño, preguntándome cuál usaríamos: ¿Masen o Cullen? Me encogí de hombros, pensando que no importaba. Lo único que importaba era que ella diría que sí, y yo lo sabía, pero había otras cosas que necesitaban resolverse antes. Me puse de pie y volví a meter los papeles en el sobre. Caminé hacia Bella, inclinándome para dejar un beso en la parte superior de su cabeza. —Voy a donde Esme para que lo certifique, amor. Regresaré después de que cenes, ¿sí? —Sonreí cuando su dulce rostro se alzó desde los libros. —Te amo —dijo ella, sonriendo. Tomé el camino secreto hacia la oficina de Esme. Estaba trabajando en su escritorio cuando entré en la habitación. Su sonrisa fue dulce y paciente cuando levantó la vista de un montón de papeles. —Edward —me saludó—. ¿Cómo le fue con Harris? Solté una risa mientras me sentaba en la silla frente a su escritorio. —Bella dijo que se sentía como si me estuviera engañando. Ella rio suavemente. —Bueno, tú fuiste el mejor maestro que pudo tener. Harris es… —Estará bien —respondí con una sonrisa, levantando la mano—. Solo está supervisando su progreso. Yo seguiré trabajando con ella… tras bambalinas. Asintió, aún con una pequeña sonrisa. —Entonces… ¿en qué puedo ayudarte? Le tendí el sobre. —Necesito que esto sea certificado, por favor. —Ah, lo hizo —murmuró para sí, sacando el contrato. Abrió un cajón y sacó su sello—. Esta fue la decisión más inteligente, hijo. ¿Lo sabes, verdad? Tienes cara de escepticismo. Asentí, pero dejé escapar un suspiro profundo. —Lo sé, pero es que… —Hace que todo se sienta más real, lo sé —dijo con sabiduría—. Bella es muy inteligente, Edward. Tiene muy claro qué tipo de relación tienen, y no se está tomando nada a la ligera. Incliné la cabeza mientras me mostraba la conversación que tuvo con Bella durante el viaje en tren. La forma en que ella hablaba de sí misma, cómo se describía como alguien que no era «normal», pero que yo la hacía sentirse completa, entera… eso me apretó el pecho. No tenía deseo alguno de ser como otras chicas, chicas de su edad. Simplemente no estaba en ella. Había vivido demasiado en muy poco tiempo, y eso la había hecho distinta. Pertenecerme la hacía distinta, pero de una forma que la hacía feliz. Podía verlo en su rostro dulce y hermoso mientras hablaba con Esme. Los pensamientos de Esme se detuvieron, y fruncí el ceño. —Hay cosas que no son para ti, querido Edward. Las charlas de chicas deben quedarse entre… chicas. Reí, levantando las manos en señal de rendición, pero tomé el contrato cuando me lo devolvió. —Gracias. —Cuando quieras —canturreó con una sonrisa—. Ahora que estás aquí… ¿Cómo va esa sorpresa de cumpleaños? Gemí, apoyando los codos sobre las rodillas y mirando el sobre sin realmente verlo. —Va… —resoplé, negando con la cabeza—. Bueno, va en camino. Pronto tendré una mejor idea. Más vale que Alice tenga razón, porque si no… —No digas más. Solo dime cuándo y dónde —me interrumpió. —En la cabaña de Leah. Mañana después de clases —dije, poniéndome de pie—. Yo llevo a Bella. —Tu padre y yo no nos lo perderíamos por nada. ~oOo~ Vi el reloj marcar la medianoche, y mis ojos se desviaron hacia la chica dormida que cumplía años. En ese momento, oficialmente, ya tenía dieciocho años… y yo seguía teniendo veintidós. Sonreí al recordar lo que me dijo el día que finalmente escuchó la versión más básica y cruda de la verdad. No siempre tendré diecisiete. Tú, en cambio, siempre tendrás veintidós. Inclinándome hacia ella, susurré con suavidad sobre su cabello: —Feliz cumpleaños, mi amor. No se movió en lo más mínimo. Su dulce rostro dormido estaba girado hacia mí, mientras dormía boca abajo. Se había destapado, y una pierna larga y suave asomaba fuera de las cobijas. Me costaba no estirarme para tocarla. Sus pesadillas prácticamente habían desaparecido desde que volvimos a Masen Manor. No sabía si era por mi presencia constante o por el hecho de que todas las amenazas contra ella se habían ido. Pero podía decir que soñaba. El leve movimiento de sus dedos y pies, el ritmo constante de su corazón y las respiraciones profundas que llegaban hasta mi rostro mientras me deslizaba de nuevo bajo las cobijas me decían que estaba viviendo en otra dimensión. El pensamiento me llenó de orgullo. Ya no había lágrimas ni gritos ni sudor. Había visto suficiente de eso para durar otro siglo. La necesidad de tocarla, de reclamarla, de besar cada centímetro de su piel era abrumadora. Cuanto más la miraba, más la deseaba. Y cuanto más la tocaba -una caricia para apartar su cabello, un roce leve sobre su labio inferior, o una caricia tímida a lo largo de su muñeca donde descansaba su pulsera de dijes- más lo necesitaba. Para poder resistirme, salí de la cama sin hacer ruido, sonriendo cuando se movió conmigo, casi como un imán. Sus brazos se estiraron, buscando y tanteando, pero se conformaron inconscientemente con mi almohada. La abrazó y enterró el rostro en ella. Me acerqué a la ventana, buscando en el cielo la estrella que siempre vigilaba. Mi lucha interna comenzaba a desvanecerse. Lo sabía, podía sentir el llamado hacia mi compañera, al punto de ser casi doloroso. Pero mis miedos hicieron que apoyara la frente contra el vidrio con un leve golpe sordo. Era más que el miedo a lastimarla, más que perder el control… Era lo que verdaderamente significaba unirse a ella. Estaríamos unidos para siempre, más aún de lo que ya lo estábamos. Sería físico y emocional. Sería una sensación abrumadora, y a pesar de saber que ella era mía, también sabía que eso lo cambiaría todo entre nosotros. No habría marcha atrás, y yo jamás la dejaría ir. Lo mismo pasaría con ella. Todas sus decisiones desaparecerían como humo… aunque mi niña no quería otras opciones. Solo me quería a mí. Sin levantar la cabeza del vidrio, giré para mirarla dormir. Si mi corazón pudiera latir, estaría saliéndose del pecho. ¿Había estado esperando su cumpleaños todo este tiempo? ¿O simplemente ya no podía resistir estar lejos de ella? Mi celular vibró sobre el escritorio, y lo tomé de inmediato. Sonreí, pero también solté un suspiro de alivio al leer el mensaje. A – Estarás bien, Edward. Deja de preocuparte. Pero DESPUÉS de su fiesta de cumpleaños. ;) Bella tenía razón; necesitaba una segunda opinión, y esa llegó envuelta en las visiones de Alice. Si alguien se acercaba a querer a Bella tanto como yo, era Alice. Y sabía sin lugar a dudas que nunca dejaría que yo le hiciera daño. Le respondí rápidamente para agradecerle, preparándome para lo que restaba del día. Me mantuve ocupado mientras Bella dormía, pero cuando amaneció, regresé a la cama, esta vez con su regalo en las manos. Mi niña descartó de inmediato la almohada, acurrucándose sobre mi pecho, y sonreí cuando sus ojos marrones y soñolientos se abrieron. —Ah, la princesa cumpleañera —canturreé, besando su frente y riendo cuando resopló y puso los ojos en blanco. Se estiró con pereza contra mí, y me costó no envolverla entre mis brazos y besarla hasta que se quedara sin aliento. Bostezó, se levantó tambaleándose y fue al baño medio dormida. Cuando regresó, lucía más despierta, con la cara recién lavada, el cabello recogido y los dientes cepillados. —Ven acá, dulzura —le pedí, dando palmaditas al espacio entre mis piernas mientras me recostaba contra el cabecero—. Pienso consentirte todo el día, Bella, así que más te vale… ¿cómo fue que me dijiste una vez? Ah, sí: resígnate, corazón. Su risa fue música para mis oídos, pero obedeció y se acomodó justo donde le había indicado. —¡Esa no fui yo! ¡Fue Esme! —dijo aún riendo, recostándose contra mi pecho. Rodeándola con un brazo, incliné la cabeza para besar su mejilla al mismo tiempo que colocaba una bolsita rosa brillante en sus manos. Sacó el papel de seda y encontró una pequeña caja de terciopelo en su interior. Apoyé el mentón en su hombro mientras la abría. Alcé la mano para señalarla. —Es otro dije para tu pulsera. Quería… algo como un anillo de promesa, pero… esto me pareció perfecto. Estuve a punto de volverme loco buscando qué darte. Pensé en algo relacionado con la música, pero esto… —empecé a divagar, nervioso. Su dulce chillido y la sonrisa radiante fueron mi recompensa. El dije era un pequeño colgante con nuestras piedras de nacimiento «alejandrita y zafiro». —Ayúdame —pidió emocionada, extendiéndome la muñeca y el dije al mismo tiempo—. ¡Me encanta, Edward! Gracias. Me besó hasta que olvidé lo que estaba haciendo, pero se rio cuando me empujó la caja con el dije otra vez. Una vez que lo coloqué en su pulsera, junto al corazón que le había dado en Navidad, el de mi madre, besé la parte interna de su muñeca y la miré a los ojos. —Esta es mi promesa para ti, Bella —dije con solemnidad, tragando con nerviosismo—. Tú eres mi pasado, mi presente y mi futuro. Eres todo para mí, amor. Esto… esto es mi voto de que algún día estaremos unidos en todos los sentidos, humano e inmortal. Quiero… quiero darte todo, dulzura. Y no puedo esperar para descubrir cada paso contigo: universidad, matrimonio, inmortalidad. Siempre. Todo. Nosotros. Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas cálidas, pero su sonrisa me dijo que eran lágrimas buenas, felices. Tocó el nuevo dije con un dedo, y luego me miró. —Siempre —dijo con una risita entre lágrimas, besándome con suavidad. Sonreí, dándole una ligera palmada en la pierna desnuda. —Hora de clases, mi amor —le dije—. Cuando termines, encuéntrame al frente. Tengo más sorpresas para ti. Gimió, pero asintió. —Pues gracias, Edward… Eso solo hará que el día se arrastre de lentitud. Reí y le hice cosquillas hasta que se retorció y se bajó de la cama. —Sobrevivirás, te lo aseguro. La mantuve vigilada a lo largo del día a través de las mentes de sus compañeros y profesores, mientras yo realizaba llamadas para organizar su sorpresa. La única persona con la que realmente habló fue Angela Weber, quien no dejaba de suspirar por el dije que le había regalado. También fue la única que caminó con ella hasta la entrada del colegio al final de la jornada. La tarde estaba nublada, con el otoño acercándose rápidamente, pero eso me permitió salir de día… y recogerla en un auto que nunca había visto: mi Mustang convertible clásico. Su sonrisa burlona fue impagable cuando lo vio, pero corrió a mis brazos en cuanto cruzó la puerta del edificio. —Así que este es el Batimóvil que me has escondido tan cuidadosamente —dijo riendo—. Ay Dios… mi papá te habría odiado por esto. Quería uno, pero mi mamá se lo negó mil veces. Me reí, besando sus labios. —Me odiaría aún más si supiera que lo compré nuevo, recién salido del concesionario. —¡Ay! —gruñó, negando con la cabeza mientras yo ni siquiera me molestaba en abrir la puerta; simplemente la levanté y la senté en el asiento del copiloto—. Ah, sí, seguramente. Soltando una carcajada, la besé sabiendo que algunos de sus compañeros nos observaban. —Cinturón, cumpleañera. Rodeé el auto, me subí al asiento del conductor y arranqué. —Ni lo preguntes, Bella. Ya verás. No es un trayecto largo, lo prometo. Ella se rio, pero asintió, abrochándose el cinturón mientras salía por la larga entrada de Masen. No estaba bromeando. El recorrido fue corto, pero quería consentirla ese día. Tomé el camino privado hacia la cabaña de Leah, que se adentraba en el bosque fuera de los muros del castillo. Cuando detuve el auto y lo apagué, la mirada de Bella se encontró con la mía. —Tengo una sorpresa para ti, pero… necesito que hagas lo que te diga, ¿sí? Es importante que lo hagamos a mi manera —le pedí, en un tono lo suficientemente alto como para que lo escuchara mi familia, que nos esperaba justo dentro del portón de metal, especialmente una persona cuya mente estaba nerviosa pero preparada. —Está bien —susurró ella, frunciendo el ceño. Su fe en mí era ridícula y aterradora, pero se lo agradecí con un beso. Bajé del auto sin abrir la puerta. Revisé las mentes que nos aguardaban, luego ayudé a Bella a bajar y la rodeé con un brazo. El portón, que Jacob había reparado, estaba abierto. Y en cuanto entramos, escuché cómo se le escapaba el aliento. Mirándola hacia abajo, le susurré: —Feliz cumpleaños, Bella. Luego puse las manos sobre sus hombros para que se quedara quieta. —Ay, Dios… ¡Alice! —susurró, la voz cargada de emoción. La aludida dio un paso al frente, sus visiones arremolinándose en su mente, pero en todas el resultado era el mismo: todo salía bien. Se había esforzado muchísimo para llegar a ese punto. Deseaba con todo su corazón ver a Bella, y sus ojos dorados eran prueba de ello. Tanya e Irina, incluso Carlisle, la habían puesto a prueba una y otra vez, llevándola cada vez más cerca de humanos hasta que logró controlarse por completo. Más rápido que cualquier inmortal que conociéramos. Bella se apartó de mi alcance -aunque parecía saber que no debía dar un paso más- y, con una ceja levantada hacia Alice, quien asintió de inmediato, la dejé ir. Mi familia se acercó, al igual que Jasper y yo, solo para mantenernos atentos, pero Alice y Bella finalmente estaban cara a cara después de casi seis meses. Alice la abrazó con cautela, conteniendo la respiración por si acaso, pero luego se apartó con una sonrisa. —¡Feliz cumpleaños, Bella! Nota de la autora: Edward ya casi está listo. ;) Son inteligentes, así que seguro ya se imaginan lo que se viene. Y sí, veremos a Alice… y más. Este es el último cliffhanger de la historia, aunque bueno… es uno bonito. Algunas inquietudes que puede hayan por ahí: 1. ¿Por qué no investigaron a Renée?Sí la investigaron. Lo dice el informe policial original que Carlisle revisó en el Capítulo 9, al mismo tiempo que leía el informe de la autopsia con Edward. Su coartada fue verificada, incluidos recibos y tiquetes de parqueadero. 2. ¿Por qué no obligaron a Bella a dar su testimonio?No se puede obligar a un testigo a hablar o escribir, incluso si es por su propio bien. Muchos casos de violación no se denuncian precisamente por esa razón.
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