Capítulo 33
22 de octubre de 2025, 10:37
Traducción autorizada al español del fanfic Masen Manor, escrito por drotuno. Sin fines de lucro. Personajes de Stephenie Meyer..
Capítulo 33
Septiembre de 2002
BELLA
.
—¡Feliz cumpleaños, Bella!
Apenas podía verla a través de mis lágrimas, pero podía sentir sus brazos rodeándome. Se sentía diferente. Se sentía… como Edward. Por un breve segundo, sentí celos, pero lo dejé pasar. Después de escuchar todo sobre las dificultades de Alice, sabía que aún no estaba lista para eso, pero aún así… Ella podía estar con su pareja sin preocupaciones, era indestructible, y me estaba… apretando demasiado.
—Alice —jadeé.
—Ay, mierda —murmuró, soltándome casi demasiado rápido. Di un traspié hacia atrás, pero fui atrapada por mi par de brazos favoritos.
—¿Estás bien? —preguntó Edward, con preocupación en su aterciopelada voz.
—No, sí… Estoy bien —le aseguré, girándome hacia Alice, que tenía una expresión devastada—. Alice, de verdad, estoy bien.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había más personas observándonos de las que esperaba. Carlisle y Esme estaban junto a Leah y Jacob. Jasper abrazaba a Alice, susurrándole al oído. Reconocí a Carmen y Eleazar, a quienes había conocido en la fiesta de Año Nuevo en Boston el año pasado. Había un hombre alto con los brazos alrededor de una mujer bellísima, y también había otras dos mujeres igual de hermosas paradas una junto a la otra. Una era rubia, y la otra rubia fresa. Esta última parecía a punto de saltar fuera de su propia piel. Pero todos y cada uno de ellos -exceptuando a Leah y Jacob- tenían los ojos dorados brillantes.
Ignorando al grupo por el momento, volví a mirar a Alice y le sonreí.
—Otra vez… pero no tan fuerte.
Alice chilló de emoción, moviéndose tan rápido que provocó risas a nuestro alrededor, y me abrazó de nuevo. Su voz era suave, justo en mi oído, cuando me susurró cuánto me había extrañado, cuánto lamentaba haber tardado tanto, y que tenía un regalo de cumpleaños para mí.
—Vaya, Alice… —resopló Jasper—. Bella apenas puede procesar todo eso. Rayos, yo apenas puedo…
Reí, alejándome un poco para mirarla.
—Entonces no te conoce. Siempre has hablado así.
Alice sonrió de oreja a oreja, pero asintió, mirando por encima de mi hombro.
—Estoy bien. No estoy respirando mucho, Edward.
Me giré hacia él, temerosa de que terminara todo demasiado pronto, pero sonreí al ver la ternura preocupada frunciendo su entrecejo.
—Gracias…
Él sonrió, negando con la cabeza.
—No me agradezcas a mí. Fue idea de Alice… y a su esfuerzo lo que la trajo hasta aquí.
Luego me giró suavemente hacia el grupo de personas que no conocía.
—Y fueron ellos quienes la trajeron. Son nuestros primos de Alaska. Bella, me gustaría que conocieras a Kate y Garrett —dijo, señalando a la pareja al costado, y les hice un gesto con la mano—. Ya conoces a Carmen y Eleazar. Y ellas son Irina y Tanya.
Kate y Garrett me saludaron con la mano, pero Carmen se acercó a abrazarme.
—Es bueno verte de nuevo, Bella. Feliz cumpleaños.
—Gracias —respondí en voz baja, y me di cuenta de que realmente no había hablado con ella en Año Nuevo, y su rostro se iluminó al escucharme esta vez.
Irina sonrió suavemente, estrechando mi mano.
—Es un gusto conocerte por fin, Bella. Hemos oído mucho sobre ti.
Mis mejillas se sonrojaron mientras miraba de reojo a Edward y al resto de su familia.
—Ay no… no, no, no… Fue todo Edward. No se calla —soltó Tanya, guiñándole un ojo cuando él gruñó por lo bajo, pero luego me jaló hacia ella—. Bella por aquí, Bella por allá —canturreó, sonriendo cuando todos se rieron, incluyéndome—. Es un honor conocerte —añadió finalmente, con sinceridad—. He querido conocer al hermoso cisne de Edward desde hace mucho. Asegúrate de que se porte bien. Si no lo hace, me llamas a mí.
Sonriendo, asentí. Me agradaba… algo que no me esperaba. Era impactante, como todos ellos, pero también divertida, sarcástica… y muy auténtica. Podía imaginar perfectamente que era coqueta y seductora cuando quería serlo, lo cual debió volcarse sobre Edward, quien era dulce, amable y apuesto. También podía imaginar que los hombres no le decían que no muy seguido… pero que Edward sí lo había hecho. Repetidamente. Sus comentarios punzantes el uno al otro simplemente eran parte de su dinámica.
Mirándola a los ojos, le dije:
—No creo que tenga que hacerlo, pero gracias.
La risa de Edward fue profunda y cargada de orgullo, y dejó un beso pesado en la parte trasera de mi cabeza.
—Hora del cumpleaños, dulzura.
Alzando la vista hacia él, sonreí, aunque fruncí el ceño al ver la expresión en su rostro. Era intensa, pero amorosa y dulce. Sus ojos eran miel derretida, y presionó un beso en mi frente cuando asentí.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —le pregunté a Alice, pero fue la voz de Leah la que resonó.
—El suficiente para celebrar. Ahora… déjenme ver a mi niña —dijo, abriendo los brazos para mí.
Caminé hasta sus brazos, inhalando el aroma especiado y dulce que se aferraba a su ropa. Había estado cocinando y probablemente horneando, porque había un olor a azúcar y vainilla en ella. Me sostuvo y luego me tomó el rostro entre las manos.
—Hice todos tus platos favoritos. Y en lugar de pastel, te preparé ese cobbler de durazno que tanto te gusta. Solo asegúrate de soplar la vela antes de que el pozo sin fondo se le lance encima —me dijo, dándole una palmada en el hombro a Jacob.
—¿Pozo sin fondo? Muy graciosa, má —refunfuñó él, despeinándome el cabello—. Vamos, Bella. Lo montamos todo en el patio trasero.
Edward entrelazó nuestros dedos y me guio hacia la parte trasera de la cabaña. Mi boca se abrió al verlo. De un árbol a otro, y desde la cabaña de Leah hasta el muro de ladrillos de los terrenos de Masen, colgaban luces blancas, cruzadas sobre nuestras cabezas. En el centro, entre varias sillas y unas pocas mesas, había una fogata ya encendida y cálida. Por último, varios faroles iluminaban todo con un brillo ámbar y dorado. Y ni siquiera había oscurecido todavía.
—Es… —Miré hacia Edward, que esperaba pacientemente a que encontrara las palabras—. Las luces… son como en Año Nuevo…
Sonrió, acariciando mi rostro para rozar mis labios con los suyos.
—Así es, señorita. Me alegra que te guste.
—Es hermoso —susurré, contemplando cada rincón.
—Estoy casi segura de que los chicos casi se rompen el cuello tratando de montar todo esto —dijo Esme detrás de mí. Cuando me giré a mirarla, sonrió—. Feliz cumpleaños, cariño. Ven… tienes regalos. El de tu madre llegó esta mañana.
Mis cejas se alzaron ante eso, pero no dije nada. Mi cumpleaños del año pasado era un tema delicado, pero había sido Phil quien se encargó de enviar mi regalo. Mi madre se había disculpado una y otra vez cuando el tema salió durante el verano. Su enojo hacia él había resurgido, más feo que antes, pero Chelsea cambió de tema rápidamente.
Alice me alejó de Edward y de Esme con una risita.
—Uno de mis regalos no es para ahora, pero este sí —susurró, como si los demás no pudieran oírla de todos modos—. Así que ábrelo primero.
Hice lo que me pidió, riéndome al ver que era una foto enmarcada de nosotras dos riendo en la biblioteca el año pasado. Recordaba que Rosalie la había tomado, pero me había olvidado por completo. El regalo de mi madre eran dos entradas para la sinfónica en New York, y no podía esperar para ir con Edward. Chelsea me había enviado un montón de cosas útiles: una mochila nueva para la escuela, más partituras en blanco con mi nombre impreso en la parte superior y un par de jeans nuevos, de mis favoritos. Irina y Tanya me regalaron tratamientos de spa, ambas diciendo que extrañaban consentirse, así que tenía que ir por ellas. Carmen y Kate me dieron un vale para pasajes aéreos a Alaska, para usarlos cuando quisiera. Jacob me hizo un lobo tallado en madera para mi pulsera de dijes, el cual me coloqué justo al lado del dije del sol de Leah… el que me había salvado la vida. El último regalo era otro de Edward.
—Ya me diste algo —le dije con un puchero, lo que solo logró que sonriera más.
—Bueno, te voy a dar más. Será mejor que te acostumbres, Bella…
Solté una risita, asintiendo y haciéndole señas para que se alejara.
—Está bien, está bien… lo tengo claro: a aguantarse se dijo.
—Exactamente —resopló, guiñándome un ojo, aunque luego miró a Jasper brevemente y negó con la cabeza.
La caja era plana, pero estaba envuelta cuidadosamente en papel de seda. Cuando lo aparté, solté un jadeo, negando con la cabeza. Había tomado mi canción, la que había empezado para mi papá hacía tanto tiempo, y no solo la había registrado y hecho imprimir de forma profesional, sino que también le había puesto nombre.
Swan's Song.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al verla, porque sabía que no la había nombrado por mí, sino por mi papá. Era la canción de Charlie… completa, entera y terminada.
—Ay, demonios —murmuró Edward, acercándose a mí—. Amor, no quise ponerte triste…
Negué rápidamente con la cabeza.
—No, es… perfecto.
Aún no podía mirarlo a los ojos, y con la mano temblorosa, tomé lo último que había dentro: un estuche de CD.
Los dedos largos de Edward envolvieron los míos, pero su voz fue suave en mi oído.
—Dulzura, hice esto para ayudarte con las solicitudes de ingreso a la universidad este año, no para hacerte daño. —Alzó nuestras manos juntas, con el estuche—. Este… esto eres tú tocándola. Así tendrás varias muestras de tu talento y esfuerzo.
Me deshice en sus brazos, sollozando un poco contra su pecho.
—Gracias.
Sus labios fríos besaron mi frente y luego mi mejilla, pero su voz fue suave y reverente en mi oído.
—Yo solo la copilé, amor mío. Todo eso es tuyo, Bella. Si Charlie pudiera verte, estaría muy orgulloso… aunque habría perdido la apuesta contigo.
Sollozando y riendo al mismo tiempo, asentí, abrazando a Edward con más fuerza.
—¿Qué apuesta? —escuché preguntar a Alice con una risita.
Me separé un poco, limpiándome la cara, pero Edward fue más gentil y lo hizo mejor.
—Mmm… mi papá dijo que si componía mi propia canción, él me compraría mi primer auto.
Edward soltó una carcajada, besando mis labios.
—¡Tenías doce! Y apostaría a que de todos modos te lo habría comprado.
Asentí, sonriendo.
—Es verdad, pero… fue algo muy importante cuando lo dijo.
—Edward, no te va a dejar —le advirtió Alice entre risas.
Entrecerré los ojos, mirándolos a los dos, y negué con la cabeza.
—Edward Cullen, ¡ni se te ocurra! Puedo comprar mi propio auto. Es solo que nunca lo he necesitado.
Él sonrió con malicia, alzando una ceja peligrosamente sexy.
—Aguántate, dulzura —me dijo, solo moviendo los labios, mientras retrocedía poco a poco, lo que me hizo reír. Luego me apuntó con el dedo.
—Algún día lo vas a necesitar…
—Ajá —musité, rodando los ojos—, pero no ahora.
La aparición de Leah con un plato en las manos captó toda nuestra atención. Jacob iba detrás de ella con más bandejas. Sonreí al ver las velas con forma de un uno y un ocho en medio del cobbler de durazno que olía delicioso. Jacob las encendió, y todos empezaron a bromear con lo de pedir deseos y soplar las velas.
Soplé con fuerza, sonriendo cuando se apagaron, y reí cuando Jacob agarró una cuchara. La música sonaba suave mientras Leah comía con Jacob y conmigo. Los demás charlaban entre ellos, pero Edward permanecía cerca de mí. Sus dedos jugueteaban con mi cabello, con la piel en la parte trasera de mi cuello, aunque también se mantenía atento a las conversaciones a nuestro alrededor.
Alice y yo hablábamos sin parar. Me contó cómo era Alaska y algunas de las visiones que había tenido últimamente, pero solo una me hizo estremecer.
—Vas a terminar como la oradora principal de la generación, Bella —dijo, frunciendo la nariz—. No estaba segura de si querías saberlo, pero… —Desvió la mirada hacia Edward, luego volvió a mí—. Pensé que necesitabas saberlo, sobre todo porque implica dar un discurso.
El corazón me dio un vuelco y se me cayó la mandíbula.
—No, no… —Miré a Esme y luego a Edward, pero Alice me tomó la mano, sonriendo con dulzura.
—Bella, cálmate. Solo para que sepas… das el discurso.
—No entiendo cómo —murmuré para mí misma, pero miré a Esme—. ¿Tengo que hacerlo?
—¡Nunca! —dijo ella con una sonrisa amable—. Si ella tiene razón, la decisión será completamente tuya.
Cuando el sol comenzó a ponerse, Garrett, Kate, Carmen y Eleazar se despidieron, diciendo que regresaban a Alaska, lo cual hizo que frunciera el ceño y mirara a Alice.
Sin embargo, Carlisle se puso de pie una vez que ellos se fueron, con una pequeña sonrisa.
—Lo cual nos lleva a tu regalo de cumpleaños de parte de Esme y mío —dijo, con un tono algo demasiado formal, aunque tanto él como Edward solían hacer eso—. Alice no regresará a Alaska, Bella. Ahora bien… no puede quedarse aquí, por razones obvias, pero como esta noche ha manejado todo tan bien, creo que ya es hora de acercarla un poco más.
—¡No! —chillé—. ¿En serio? ¿Dónde? ¿Qué tan cerca? —le pregunté a Alice, pero ella estaba tan sorprendida como yo.
—Canadá. Hay una cabaña lo suficientemente alejada de los humanos, pero lo bastante cerca para que puedan verse —respondió Carlisle, con un gesto hacia la persona más callada de mi fiesta—. Jasper incluso podría volver a trabajar aquí si así lo desea.
Jasper sonrió de lado, asintiendo una sola vez, pero pude notar que estaba esforzándose por mantenernos a todos en un mismo estado emocional.
Alice y yo nos levantamos de nuestras sillas en un instante. Ella llegó antes que yo hasta Carlisle, prácticamente arrollándolo.
—¡Alice, no lo rompas! —reí, tironeando de su camisa para poder abrazarlo también—. Gracias —susurré, mirándolo cuando me sostuvo el rostro con las manos.
—De nada, para ambas —suspiró, aunque su sonrisa se desvaneció un poco—. Odié separarlas, así que esta es nuestra forma de compensarlo. La cabaña es un regalo de nuestra parte para Jasper y Alice, pero la cercanía… es para ustedes.
Alice corrió hacia Jasper, y se perdieron en una conversación muy íntima, muy dulce. Cuando miré a Carlisle, noté que lucía nervioso.
—¿Qué pasa?
—Bella, ¿podemos hablar… dentro? En privado —me pidió. Asentí, y él me guio hacia el interior, tirando de una silla en la mesa de Leah. Tomó asiento frente a mí, entrelazando las manos sobre la mesa y fijando la vista en ellas por un segundo antes de volverla a mí—. Yo… No quiero molestarte, y has avanzado muchísimo… Pero este tema es delicado, y preferiría tratarlo a solas.
Fruncí el ceño, mirándolo con curiosidad.
—¿Hice…?
—No, no has hecho nada malo, Bella. De hecho, todo lo contrario. Tú eres la luz en la vida de mi hijo. Le diste… todo, solo con existir, Bella. Le diste a Jasper a su compañera. Tú y Alice son las incorporaciones más bienvenidas que mi familia ha tenido. Y yo… quería darte las gracias.
No supe qué decir. Afuera, podía oír la voz de Edward, sonaba feliz, profunda, y sexi al mismo tiempo, mientras discutía con Jasper, Jacob y una tercera voz que parecía la de Tanya, aunque no pude distinguir de qué hablaban.
—Bella, como tu médico y como tu amigo, quiero ofrecerte un regalo más, pero… no quiero que te ofendas —dijo con una sonrisa cuando ladeé la cabeza—. Finalmente, respiró hondo antes de continuar—. Edward me contó que ustedes dos… eventualmente… planean tu transformación.
—Eventualmente —repetí—. Aún no estoy…
—No, no, no… está bien. Tienes tiempo, y es una decisión que sin duda debes meditar con calma. Sin embargo, me dijo que preguntaste por tu cambio… y por tu cicatriz.
—Oh —susurré, llevando los dedos al instante hacia la piel elevada en mi cuello—. Fue más curiosidad que otra cosa.
—Lo entiendo. Y espero que sepas que puedes acudir a nosotros con cualquier otra curiosidad en el futuro —dijo con una sonrisa cuando yo asentí—. Dicho eso, creo que Edward te comentó que no estaba seguro de si el cambio borraría eso.
—Bueno, dijo que algunos defectos no desaparecen…
Carlisle soltó un bufido, rodando los ojos.
—¿Su nariz, cierto?
—¡Oye, no tiene gracia! —se oyó desde afuera, lo que me hizo reír. Asentí.
—No puedo prometer que ciertas cosas se borren con nuestro veneno, Bella. Sin embargo, puedo ofrecerte la posibilidad de ver a uno de los mejores cirujanos plásticos de New York. Es colega mío, y…
Sonreí, extendiendo la mano para cubrir las suyas, que estaban nerviosas.
—Gracias, pero… no lo sé. Es, mmm… una parte tan mía que, honestamente, ya ni lo pienso. Sé que impacta a la gente, pero no a quienes realmente importan —le dije, encogiéndome de hombros—. Si alguien debiera sentirse incómodo con ella, sería Edward, pero me ha dicho mil veces que es una muestra de lo fuerte que fui… o que soy. Algo con lo que todavía estoy aprendiendo a vivir, la verdad. Así que…
—No por ahora —terminó por mí Carlisle, dándome una palmadita en la mano.
—No, no por ahora. Agradezco la oferta, pero…
Carlisle se puso de pie, pero se inclinó para besar mi mejilla.
—Si cambias de opinión, la oferta sigue en pie, Bella. ¿Está bien?
Cuando regresamos al patio trasero, mis ojos recorrieron los rostros divertidos de todos, excepto el de mi Edward, que parecía bastante malhumorado en ese momento. Les lanzó miradas fulminantes a todos antes de que su expresión se derritiera en la dulce que sabía que era solo para mí: ojos cálidos, una sonrisa torcida y sexy, y una ligera inclinación de cabeza.
Me atrajo entre sus piernas mientras estaba sentado en una de las sillas reclinables de Leah.
—Bella, ¿segura?
Sonreí y asentí.
—Por ahora. Es solo que… —me encogí de hombros—. Estoy acostumbrada. Honestamente, olvido que está ahí.
Edward sonrió, pero giró la cabeza hacia Tanya, quien me devolvió la sonrisa.
—No todo el mundo se siente tan cómodo con sus defectos como tú, Bella, y eso ya dice mucho, considerando por lo que has pasado —dijo, observando mi cicatriz por un momento, para luego mirarme a los ojos—. Puedo entender cómo eso alejaría a la gente que no importa.
—Ajá —asentí, sin decir nada más.
Era increíble lo que un poco de piel torcida y decolorada podía provocar. Las amigas de mi madre solían fruncir el ceño al verla, ofreciéndome los contactos de sus propios cirujanos plásticos para «corregirla». La gente la llamaba fea, aterradora, pero quienes realmente entendían… nunca le daban importancia. Una parte de mí sabía que me escudaba en ella, que la usaba como excusa para no hablar. La otra parte sabía que era la manifestación física de mi supervivencia, una prueba de que había atravesado el infierno. Y luego estaba la única persona que le estaba dando un beso.
Sonriéndole a Edward, le aparté el cabello de la frente.
—Tal vez debería quitármela. Lo pensaré, ¿sí?
—Pero no por mí —declaró con firmeza, negando con la cabeza—. Con o sin cicatriz, para mí no hace diferencia. Esa decisión es solo tuya, dulzura.
Asentí justo cuando Alice soltó una carcajada desde detrás de mí. Leah tenía una sonrisa divertida mientras colocaba cartas del tarot, una tras otra.
—Oh, por Dios, sí… Necesito ver esto —exclamó Tanya con una risita, sentándose en la mesa.
Edward rio, negando con la cabeza, pero yo lo tomé de la mano para arrastrarlo conmigo hasta allí.
—Excelente —dijo Alice, rodeándome con los brazos desde atrás cuando me senté—. Usaremos a Bella. Lista, en sus marcas… ¡ya!
—¿Usarme para qué? —pregunté con una risita.
—Ya verás, linda —respondió Leah, dándole a Alice una mirada significativa. Levantó la baraja para mezclarla como siempre.
Antes de colocar las cartas, Alice soltó:
—Amor, Estrella, Mundo, Muerte.
Leah puso las cuatro cartas sobre la mesa con una sonrisa.
—Sabes, Edward dijo que tenernos en la misma habitación sería… interesante.
Todos reímos con ella, pero añadió:
—Bien… oh, gran vidente, ¿qué significan?
Alice sonrió con picardía, pero Edward se removió un poco a mi lado.
—La Muerte es su transformación… eso es obvio, porque ya la vi. Amor es… bueno, duh. Y la carta de la Estrella significa esperanza e inspiración, lo que según veo implica que Bella terminará su nueva canción. La del Mundo significa…
Su voz se apagó, pero lanzó una mirada a Edward, que tenía los dedos enredados en su cabello.
Jasper resopló, mirando primero a mí, luego a Edward, y después de nuevo a mí.
—Esto… —señaló entre su compañera y el mío—. Esto es nuevo y jodidamente molesto. Apenas necesitan hablar para entenderse. Edward toma decisiones y luego lee el resultado en la mente de Alice. Todos los demás estamos jodidamente perdidos.
Solté una risa y le di un codazo a Alice.
—Ya basta, o comparte con el resto de nosotros.
Observé la carta del Mundo y luego a Edward, que tenía los ojos oscuros y estaba inquieto. Esa carta significaba realización o logro. Leah había supuesto que hablaba de nuestro apareamiento.
—¿Saben qué? No quiero saber —resoplé, sacudiendo la cabeza, porque algo de eso me parecía demasiado íntimo para decirlo delante de todos. En cambio, miré a Leah—. Veo que las cartas de Fuerza y Justicia ya no están.
Sonrió.
—Las cosas cambian constantemente en el futuro. Aunque… tu justicia quedó en el pasado. Tu fuerza siempre va contigo.
—Pero esos dos bastardos todavía están vivos —añadió Tanya, frunciendo el ceño al ver las cartas que Leah volvía a barajar.
—Eso no siempre será así —afirmó Edward con tono sombrío, levantándose de la mesa mientras lanzaba una mirada filosa a Alice.
Ella sonrió como una villana.
—Su futuro es… confuso. Las decisiones que los rodean cambian todos los días mientras están en prisión.
—Bueno, siempre podemos esperar que uno o los dos terminen apuñalados por un sándwich de mortadela algún día —canturreó Tanya alegremente, lo que me hizo reír porque su cara adoptó una expresión falsamente melancólica.
—De acuerdo —dijo Jasper suavemente, jalando a Alice al tiempo que se ponía de pie—. Puedo sentir tu sed, Alice. Deja de resistirte.
La cabeza de Edward se alzó desde donde se había alejado un poco de la mesa.
—Alice —advirtió, casi con un gruñido bajo.
Me acerqué a él, apoyando las manos sobre su pecho.
—Hey —lo llamé suavemente, logrando que me mirara—. ¿Estás bien? Algo te está molestando muchísimo.
Sus hombros se hundieron, pero negó con la cabeza.
—No, amor. Solo que… —sonrió un poco, tomando mi rostro entre sus manos.
—Monitorear la mente de un montón de vampiros alrededor de su novia humana no debe ser tarea fácil, Bella —bromeó Tanya, y él le dedicó una sonrisa de lado.
—Sí, básicamente —admitió, pero su sonrisa no le llegó a los ojos cuando se inclinó a besarme—. Déjame llevarte de regreso al castillo y dejaré el auto.
—Está bien —acepté, girándome para recoger mis cosas, pero Alice ya estaba allí con todos mis regalos empacados, incluyendo el que me había dicho que aún no abriera. Solo lo señaló, guiñándome un ojo.
—¿Cuándo volveré a verte? —le pregunté.
—Pronto —prometió, abrazándome, y esta vez, fue más cuidadosa—. Cuanto más lo haga, más fácil será, y tú eres la única humana que quiero ver, así que…
Solté una risita suave y asentí.
—Sí, sí… Nosotros, los humildes humanos —bromeé con ella—. Aun así, llámame el domingo y cuéntame cómo es el nuevo lugar.
Sus ojos se desviaron hacia Edward, pero solo sonrió y me abrazó de nuevo. Después, me abrazaron Tanya e Irina, y por último, le agradecí a Leah por la comida y la fiesta, dándole un beso en la mejilla.
Edward estaba callado mientras me conducía hacia su Mustang, abriéndome la puerta para que subiera. El camino de regreso fue igual de silencioso, pero cuando se detuvo frente a Masen Manor, me giré para mirarlo.
—¿Estás molesto conmigo?
Su cabeza se alzó de inmediato.
—¿Qué? No, amor —dijo, saliendo del auto y rodeándolo para ofrecerme la mano y ayudarme a bajar. Una vez cerró la puerta, me encontré atrapada entre él y el auto.
—Lo siento, Bella. Tengo la mente en mil cosas esta noche. Tuve que vigilar a todos…
Sonriendo, rodeé su cuello con los brazos.
—Bueno, estoy entera, así que ya puedes relajarte.
Soltó una risa suave, pero se inclinó para besarme. Me vi completamente envuelta por él, con sus manos enredadas en mi cabello, un brazo en mi cintura y sus labios fríos sobre los míos, besándome hasta que sentí que iba a arder ahí mismo, frente a mi escuela.
Edward desaceleró el beso, una sonrisa curvando sus labios.
—Alguien nos está mirando…
Sonriendo, eché un vistazo por encima de su hombro y vi algunas siluetas en las ventanas de la fachada de la escuela.
Solté un suspiro, encontrándome de nuevo con su mirada.
—¿Cuánto te vas a demorar?
—No mucho. Solo lo suficiente para guardar el auto y correr de regreso —explicó, dejando una serie de besos en mis labios mientras exhalaba sobre mi rostro.
Recogí mis regalos, sonriéndole mientras caminaba hacia la puerta.
—Gracias, Edward… por todo…
Por primera vez en lo que parecían horas, su sonrisa fue genuina, torcida y dulce; le arrugó los ojos.
—De nada, mi amor. Feliz cumpleaños.
Me giré hacia la puerta.
—Apúrate.
Él se deslizó dentro del auto, alzando la mirada hacia mí.
—Sí, señora.
~oOo~
EDWARD
Conduje mi auto mucho más rápido de lo que probablemente debería. Toda la noche había sido maravillosa y aterradora y exasperante al mismo tiempo. Tuve que monitorear cada mente alrededor de mi chica hasta que pensé que perdería la cabeza, pero cuanto más la observaba, más Jasper podía sentir todo lo que salía de mí: cada emoción, desde amor y adoración, hasta deseo y necesidad. Era un infierno en la tierra, especialmente cuando Alice podía ver cada decisión que tomaba.
El motor del Mustang rugió mientras cruzaba Hunter's Lake rumbo a las afueras del pueblo. Lo guardé en una bodega junto con algunas otras cosas que no usaba siempre. Ingresé mi código, estacioné el auto dentro de mi unidad y salí a paso humano, simplemente porque sabía que el lugar tenía cámaras de seguridad. Una vez estuve lo suficientemente lejos y a salvo entre las sombras del bosque, eché a correr. El alto muro de ladrillo de Masen Manor se alzaba frente a mí, y lo escalé sin siquiera frenar.
Tomé el pasadizo oculto que empezaba en el extremo norte de los terrenos, serpenteando por el castillo hasta el ala este. Una profunda inhalación me dijo que Bella se había duchado, pero mis oídos captaron que estaba tocando el teclado electrónico que había puesto en mi habitación. Sonriendo, entré por la puerta… y me detuve en seco con lo que vi frente a mí.
El cabello de Bella estaba recogido en un moño desordenado sobre la cabeza, con los rizos sueltos todavía húmedos por la ducha, pero lo que llevaba puesto me estaba matando. Una bata color crema, casi demasiado delgada, y nada más. Pude oír los acordes del piano, a pesar de los audífonos que tenía puestos, pero no reconocía la canción que tocaba. Estaba a punto de preguntarle cuando su dulce voz empezó a cantar suavemente.
How long will I love you?As long as stars are above youAnd longer if I canHow long will I need you?
As long as the seasons need toFollow their plan
Mientras tocaba, la tela de esa bata sedosa se deslizó por su hombro, dejando al descubierto una piel suave y cremosa. Cerré los ojos, apretando un puñado de mi cabello mientras ella cantaba suavemente sobre amor y para siempre. No ayudaba que estuviera usando mis propias palabras sobre las estrellas en su canción.
Abrí los ojos de nuevo, absorbiendo cada centímetro de ella. Podía marcharme, irme, regresar cuando estuviera vestida para dormir, pero de algún modo, supe que no podría hacerlo. Mi resolución se desintegró en cuanto se quitó los audífonos y giró lo suficiente como para verme. Fue la sonrisa en su rostro lo que hizo añicos todo mi autocontrol. Se resquebrajó como vidrio, una telaraña de grietas que se derrumbó con una simple, dulce sonrisa. Esa sonrisa era mía. Era feliz y sana y confiada. Era todo lo bueno del mundo, y completamente distinta a la sonrisa que me había ofrecido casi un año atrás cuando la conocí. Al ver esa sonrisa que era solo para mí, ni siquiera recordaba por qué estaba peleando contra esto.
—Hola —susurró, aún sonriendo mientras caminaba hacia ella para sentarme a horcajadas en la banca, colocándola entre mis piernas—. Pensé en algo mientras estaba tomando la ducha.
—Es hermosa, amor —le respondí en voz baja, sin poder evitar besarle ese hombro desnudo y terso. Deslicé mi nariz por su cuello, inhalando el dulce y limpio aroma de su piel mientras verificaba mi autocontrol, mi fuerza, y al demonio que vivía dentro de mí. Nada de eso importaba—. Tócala otra vez —supliqué en voz baja.
Su risa hizo que yo también sonriera.
—No está terminada.
—No me importa.
Sus dedos acariciaron las teclas una vez más, y apoyé mi frente en su sien, observando cómo tocaba con facilidad, con una confianza que solo venía del verdadero talento. Su tarareo era suave y ligero, murmurando nuevamente palabras de amor eterno, de estrellas en el cielo, de océanos y arena, y de estaciones que nunca terminaban. Cerré los ojos… solo para volver a abrirlos. Sabía que estaban negros y encendidos cuando mi mirada subió por sus brazos hasta contemplarla por completo. Esa bata de seda era aún más suave de lo que había imaginado… y tan reveladora como temía.
Cuando Bella falló una nota, le acaricié la mejilla con la nariz.
—Bella…
—¿Mmm? —murmuró feliz, encontrándose con mi mirada mientras su mano subía para arreglar la bata caída de su hombro, pero mi mano detuvo la suya, entrelazando nuestros dedos—. ¿Edward? —susurró, con el ceño fruncido por la preocupación, pero me incliné para besar su frente—. ¿Estás bien? Tus ojos…
Negué con la cabeza como respuesta, apenas si podía encontrar las palabras para hablar. Estaba sintiendo todo al mismo tiempo, y sabía que, si Jasper hubiera estado en algún lugar cerca, eso lo habría alejado de inmediato.
Abrí la boca y luego la cerré de golpe, haciendo chasquear mis dientes, mientras estudiaba su rostro. Ella esperaba pacientemente a que le respondiera, pero mientras tanto, no podía dejar de tocarla, de besar ese dulce hombro desnudo, o de inhalar su aroma. La necesidad de tenerla me ardía por dentro, y era mucho más dolorosa que el cambio que había sufrido al volverme inmortal. Me hacía desearla, me hacía temblar con el impulso de reclamarla por completo. Pero temía que decirlo en voz alta la asustara.
Tragué saliva con nerviosismo y rocé sus labios con un beso.
—¿Cuál fue tu deseo, Bella? —pregunté—. Cuando soplaste las velas esta noche, ¿qué pediste?
Su sonrisa era reservada, sexi y totalmente adorable.
—Si te lo digo, no se cumplirá.
No pude evitar sonreír también, porque no tenía idea de lo que yo estaría dispuesto a darle.
—Sí se cumplirá —susurré, llevando nuestras manos a mis labios para besar sus dedos y luego el interior de su muñeca—. ¿Es que aún no sabes que te daría cualquier cosa?
Su risa fue suave y dulce, y me tomó el rostro con una mano libre, inclinando un poco la cabeza.
—Ya me has dado bastante, Edward —me reprendió en tono juguetón, rozando sus labios con los míos, lo cual solo avivó aún más el fuego que ya me consumía por dentro—. Me has dado tanto que no pedí nada.
Mis ojos recorrieron su rostro, alternando entre sus cálidos ojos marrones y sus labios, y no vi más que honestidad absoluta mirándome con paciencia. Todos los instintos dentro de mí encajaron en su lugar. Todos. Y ella tenía razón; se sentían completamente distintos a los que habían destruido a Phil para protegerla. Estos instintos estaban centrados solo en ella, en su corazón latiendo, en su sonrisa, en sus pupilas dilatadas, y en el dulce y salado aroma y sabor de su piel.
—Edward, estás temblando —señaló preocupada, apretando mi mano y llevándola a mi frente para apartarme el cabello.
—Es que yo… no puedo… —negué con la cabeza para aclarar mis pensamientos, intentando formar frases simples, pero parecía casi imposible—. Me cuesta mucho…
Algo en su expresión cambió; un tipo de comprensión cruzó por su hermoso rostro. Pero en lugar de asustarse, una calidez se apoderó de sus rasgos.
—Podemos esperar…
—Dios, ya no quiero esperar más —gruñí casi, soltando su mano y deshaciendo el nudo de su cabello—. No puedo. Es imposible, Bella. Esperé hasta que me hablaste, hasta que supiste lo que era, hasta que decidiste estar conmigo. Esperamos todo lo que pasó en Boston, y luego con mi dieta… No puedo seguir esperando.
Su sonrisa era suave y dulce, pero su respiración y su corazón iban en aumento.
—Pero estás temblando, Edward. ¿Qué te asusta?
—Que esto lo cambie todo.
—No lo hará. Solo reafirmará lo que sentimos —replicó, acercándose más y pasando los dedos por mi cabello de la forma en que sabía que podía calmarme. Aun así, eso me parecía demasiado lejos, así que la atraje a mi regazo, envolviéndola con mis brazos mientras continuaba—. Una vez me dijiste que no luchara contra lo que sentía. Yo te digo lo mismo. —Colocó sus manos a cada lado de mi rostro—. Dijiste que podíamos tener fe en nosotros.
Si hubiera tenido una bandera blanca, la habría ondeado en señal de rendición. El gruñido que brotó de mí no se pudo evitar, ni tampoco el beso que necesitaba más que el aire, que la vida, que la sangre.
Nos besamos hasta que Bella quedó sin aliento, hasta que sus labios estaban rojos e hinchados, y aun así no dejé de besarla por todas partes mientras me levantaba con ella desde el banco del piano. La quería en mi cama. Había querido verla en esa cama desde el primer momento en que volvió a mi habitación después de cien años. Sus dedos cálidos tiraron de mi camiseta, y antes de depositarla sobre el colchón, perdí la razón un segundo, rasgando la prenda de un tirón al mismo tiempo que me quitaba los zapatos.
Cuando la acomodé en el centro de la cama, su cabello oscuro se extendía a su alrededor, pero aquella maldita bata se abrió lo suficiente como para volverme loco. Mi frente chocó contra la suya mientras mi propia respiración se aceleraba.
—Eres tan hermosa, amor mío —jadeé, abriendo los ojos para mirarla. Su rostro mostraba algo de nervios, pero estaba tranquila—. Tienes que hablarme. Tienes que decirme si…
Negó con la cabeza, pero sonrió.
—No me vas a hacer daño. Nunca lo has hecho.
—Tú… nunca… —tragué saliva, nervioso. Estaba sorprendido de que casi no sintiera el veneno en mi boca. Jugueteé con el fino cinturón del batín, desatándolo con cuidado, aunque aún no lo abrí, a pesar de que con mi vista podía ver perfectamente que no llevaba nada debajo.
Sonrió.
—Edward… cállate y sé agradecido.
Su dulzura me hizo sonreír también. Me era imposible no hacerlo con ella. Alcé las manos hacia los bordes del batín, convencido de que era nuevo y que ese era el regalo que Alice le había dicho que abriera aquí, pero primero fijé mi mirada en Bella.
—Te amo. Cada día más. Dímelo tú antes de que…
—Yo también te amo, Edward —respondió de inmediato—. Siempre.
Me incliné y la besé lenta, profundamente, tratando de contenerme. Mis dedos apartaron el batín, pero aún no la había mirado.
—Edward, tócame.
Enhebró sus dedos en mi pelo con una mano y cubrió los míos con la otra, guiando mis caricias. Todo lo que había bajo las yemas de mis dedos me resultaba familiar, pero toda ella sería nueva a mis ojos. Sabía, con cada fibra de mi ser, que en cuanto mirara, sería un hombre arruinado.
Y lo estaba.
Cada centímetro de ella era perfecto: la forma completa de sus pechos, que cabían en mis manos; la curva de sus caderas, que se movían bajo mi mirada; la piel suave y cremosa de su vientre, que subía y bajaba con cada respiración; y, por último, el vértice de sus muslos, donde sus piernas se apretaban. Nada en ella era falso, erróneo o alterado, y todo en ella estaba hecho para mí.
Para enfocarme en placer, me incliné para besarla al mismo tiempo que exploraba con la mano. Una vez más, mi mente luchó por recordar todo lo que había visto en las mentes en el pasado con el fin de prepararla... y prepararme para este siguiente paso, pero no había nada que se comparara con la sensación de la piel suave, de la respiración agitada contra mi mejilla o de la contracción de los músculos del estómago cuando encontraba un punto que me hacía cosquillas. La poesía, las canciones de amor y las novelas románticas no tenían nada que ver con la realidad. Era un cable en tensión bajo mis caricias, y quería que se derrumbara por completo antes de reclamarla como compañera.—Ábrete para mí, amor —susurré contra su mejilla, pero mis ojos estaban puestos en mi mano canalla que le acariciaba el sexo posesivamente. Ronroneé cuando abrió las piernas, pero le di un beso en la sien—. Quiero... Necesito... Tienes que estar preparada para mí —dije, con los ojos en blanco mientras mi dedo rodeaba su entrada, que ya estaba húmeda, pero sentí sus dedos en el botón de mis vaqueros—. No, no, no... Bella, si me tocas, todo esto acabará demasiado pronto. Y dulce niña, quiero saborear esto. Por favor.
Sus manos se cerraron en pequeños puños para luchar contra la necesidad de tocar, y lo entendí, pero necesito dirigir el momento, al menos por ahora. Esta primera vez había sido delicada, pero sabía sin lugar a dudas que no podía esperar hasta que ella tomara el control, hasta que pudiera hacer lo que quisiera conmigo, que no podía ser ahora.
El olor a sudor se apoderó de su frente al mismo tiempo que añadía otro dedo, trabajándola, estirándola. La humedad que cubría mi mano no era suficiente, pero tampoco podía contenerme. Bella gimió cuando mi tacto la abandonó, sus caderas se levantaron de la cama, pero sus ojos estaban negros como la brea cuando la saboreé en mi mano.
Era el mejor sabor, almizclado y dulce, ácido. Era su esencia pura, y sabía que algún día tendría que averiguar cómo beber de la fuente sin hacerle daño, pero no fue en ese momento, porque sabía que había estado cerca antes de que me apartara, así que volví. Esta vez, añadí mi pulgar a la mezcla... y otro dedo. Removiendo el punto que estaba hinchado y dolorido, no podía decidir dónde concentrarme: en su impresionante rostro mientras se destrozaba, o en mi mano donde le estaba arrancando el orgasmo.
Cada centímetro de ella explotó, su pequeña figura tembló mientras gritaba mi nombre, y el bastardo posesivo que llevaba dentro quería más. Me moví demasiado deprisa -lo sentí-, pero no pude evitar destrozarme prácticamente los vaqueros para quitármelos, pero cuando la alcancé, mi agarre fue demasiado, demasiado brusco, lo que me hizo retroceder asustado.
—Edward. —Me agarró la cara con las dos manos—. Shhh, tranquilo... Mírame, Edward.
Hubo un momento de lucha o huida, pero una mirada a su rostro saciado, aunque paciente, me dio el valor para quedarme allí mismo, entre sus brazos.
—Lo siento...
Sacudió la cabeza y me acercó la cara a la suya para besarme suavemente, pero al mismo tiempo me rodeó las caderas con las piernas, acomodándome en la cuna de sus muslos. Todavía podía olerla, saborearla en el aire y sentir sus músculos contraídos, pero la sensación de su piel sobre la mía me hizo retroceder.
—No lo sientas. Solo ámame.
—Siempre —juré, alineándome con su entrada. Cerrando los ojos, susurré—: No quiero hacerte daño, amor, pero... —Tomé su mano entre las mías, entrelazando nuestros dedos y presionándolos suavemente contra la cama mientras me deslizaba dentro de ella.
Hubo un momento en que su cara pareció pellizcada, dolorida, pero me apretó la mano y sus piernas me atrajeron hacia sí. Los dos emitimos un sonido casi salvaje una vez que me sentí completamente dentro de ella, simplemente porque podía sentir la atracción que sentía hacia ella, la electricidad que siempre crepitaba a nuestro alrededor se disparó cuando sentí que su inocencia cedía. Me quedé boquiabierto al sentirla, al sentir su calor y los latidos de su corazón, que sentía como propios, pero algo me paralizó.
Me encontré con la mirada de Bella mientras mi mente captaba algo familiar, pero... no. —Dios mío, Bella... puedo oír tu mente...
Me agarró la cara. —¿En serio? —jadeó, con cara de asombro, pero pude ver que luchaba por quedarse quieta.
De repente, mi mente fue asaltada, y las imágenes eran más hermosas que cualquier cosa que hubiera visto. Eran mías. De todos ellos. Desde el minuto en que la conocí hasta ese momento. Cada abrazo, cada beso, cada sonrisa que le había dado. Era su fe en mí y su agradecimiento por cuidar de ella en todos los sentidos. Era su amor por mí, y era real, perfecto e interminable. Era tan fuerte como el mío. Nunca había dudado de ello, pero verlo, oírlo a través de su mente, era totalmente asombroso... y extrañamente tranquilizador.
—¿Lo ves ahora? —pensó para mí, besando mis labios con fuerza.
—Sí—, susurré contra su boca mientras empezaba a moverme lentamente. Quería llorar por la sobrecarga de emociones que me invadían, por la intensa sensación no sólo de escuchar su mente por primera vez, sino de ser por fin uno con mi compañera.
Escuchar sus pensamientos me daba ventaja; ella podía mostrarme lo que le dolía y lo que le hacía poner los ojos en blanco. La amé hasta el punto de que creí que me volvería loco, hasta que volvió a temblar debajo de mí. Fue vernos a través de sus ojos lo que provocó mi caída en el abismo. Saber que ella podía sentir lo profundo que era esto, lo grande que era todo, y oírla pronunciar la palabra «pareja» fue todo lo que necesité para caer al abismo.
El gruñido que solté no hizo más que espolearla y hacerla caer en otro orgasmo.
—Mía —gruñí, enterrándome lo más profundamente posible en ella.
Mis oídos zumbaban, veía estrellas detrás de los párpados, pero no quería perder la conexión con su mente.
—No te muevas —dijo ella, rodeándome con sus brazos, como si leyera mi pensamiento, y sonreí, besando su frente, sus labios, la punta de su nariz.
—Mejor que no me pregunte si me hizo daño…
Me reí entre dientes. —No lo haré, lo prometo.
Frunció el ceño, pero sonrió.
—Supongo que hoy aprendimos algo nuevo.
Asentí con una sonrisa, aunque podía ver que estaba un poco sensible, aunque mi piel más fría la ayudaba. Mi lado caballeroso sabía que debía cuidarla, pero el vampiro recién apareado no quería alejarse todavía.
—Dios, qué equivocada estaba —pensó, acariciando mi rostro y mi mandíbula. Cuando fruncí el ceño, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero sonrió.
—Estaba equivocada, Edward —susurró en voz baja, aunque sus lágrimas cayeron en su cabello—. Esto sí lo cambió todo. Creí que no podía amarte más, pero sí puedo.
Asentí, besándola, encontrando el valor para separarme de ella. En cuanto lo hice, sus pensamientos desaparecieron.
Su risa entre sollozos me hizo sonreír.
—Parece que te acabo de quitar tu juguete favorito.
—Silencio, dulzura. Déjame cuidarte —le dije con una sonrisa, besándola—. Y luego… averiguaremos cómo funciona eso —añadí, y ella seguía riendo mientras la llevaba en brazos al baño.
Nota de la autora: Hay más por… ehm… venir, por así decirlo. Parece que una vez que abrí esta parte de su relación, ya no pude detenerme, así que… sí. ;) Supongo que no eran los únicos que estaban listos. Intenté en varias ocasiones a lo largo de este fic incluir esta escena, pero simplemente no funcionaba. En cualquier otro momento se sentía forzado, o Bella no estaba lista, o Edward no lo estaba. Por más que lo intentara, no fluía. Y luego estaba Masen Manor. Sabía que tenía que ser allí, así que se convirtió en algo del último año, de cumpleaños, de celebración por todo el infierno que ya pasó. Sin mencionar una pequeña sorpresa que vino con ello, y sí, Edward piensa probarla… LOL.
¿Habrá una Renesmee… un bebé híbrido? No. No soy muy fan de esa línea argumental, pero no la descarté por completo al inicio del fic. Sin embargo, con todo lo que ya incluí en esta historia, un bebé híbrido me parecía… demasiado, al final. Además, honestamente, no creo que algunas mujeres (me incluyo) necesiten un hijo para sentirse plenas, y en el caso de esta Bella, me la puedo imaginar completamente "diseñada" para Edward, sin necesidad de ser madre para sentirse completa.
Nota de la traductora: La canción que Bella canta es "How Long Will I Love You", escrita por Mike Scott e interpretada originalmente por The Waterboys. La versión más conocida, y la que inspira esta escena, es la de Ellie Goulding (2013), incluida en la banda sonora de la película "About Time".
¿Cuánto tiempo te amaré?Mientras haya estrellas sobre ti,y más allá, si puedo.¿Cuánto tiempo te necesitaré?Mientras las estaciones necesitenseguir su curso.