El valle entre las colinas
22 de octubre de 2025, 10:37
Nota de la traductora: En esta traducción, se ha respetado el uso de palabras y expresiones en español que aparecían en el texto original en inglés. Estas palabras forman parte de la identidad cultural de los personajes y contribuyen a enriquecer la narrativa. Dado que Bella y Angie son de ascendencia latina, suelen incluir palabras en español en sus frases. Estas palabras estarán en cursiva. Por favor, tenlo en cuenta al encontrarlas.
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Capítulo 39: El valle entre las colinas
Bella
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Edward me tiene contra la pared justo afuera de la puerta del loft. Sus manos se amoldan a mi trasero mientras su lengua juega con la mía con hambre.
Uno pensaría que no vivimos juntos, que tiene que irse, que no podemos continuar esto en la privacidad de nuestra habitación. Pero hemos estado así toda la noche desde que terminé mi baile en la gala. El episodio con Felix pudo haber bajado un poco la temperatura por un momento, pero en la camioneta empezó a acariciarme las piernas otra vez, su mano deslizándose entre mis muslos, y ahora apenas podemos controlarnos.
—Podemos continuar esto mucho más a fondo después de que lleves a Sue a casa —susurro contra su boca, chupando esos labios dulces, muy dulces.
—¿Vas a esperarme despierta? —pregunta con voz ronca.
—Oh, sí —sonrío.
Él suelta una risa suave.
—Buena chica. No te quites esto —me indica, mientras su dedo recorre la tira de mi tanga—. Ni los tacones.
—¿Te gustan, eh?
—Mhmm —murmura, su boca rozando mi clavícula—. Y deja las luces encendidas.
—Hmm, muchas instrucciones. Está bien —sonrío—. Está bien.
Cuando entramos, Sue está recostada en el sofá. Tiene los ojos cerrados y un libro abierto boca abajo sobre el estómago. Abre los ojos y sonríe al escucharnos.
—¿La pasaron bien?
Elijo ignorar los dos incidentes que pudieron haber arruinado la noche y respondo:
—Sí, la verdad sí.
—Me alegra —sonríe, levantándose y doblando cuidadosamente la manta—. Mel está dormida desde hace un par de horas. Jugamos Monopoly un rato, y luego me estuvo mostrando un montón de videos graciosos en algo que se llama Vine, ¿puede ser?
Edward se limita a sonreír con un dejo de desaprobación.
—Se supone que no debería estar en eso.
—Hablaremos con ella mañana antes de que se vaya a casa de sus abuelos —digo.
—Hay tantas cosas de las que estar pendiente hoy en día con estos chicos —ríe Sue—. Lo siento, no lo sabía.
—No tienes que disculparte, Sue. —Sonríe Edward—. Gracias por cuidarla. Puedes quedarte a dormir o te llevo a casa como quedamos; lo que tú prefieras.
Ella le acaricia la mejilla con ternura.
—Gracias, Edward, pero llamé a Charlie cuando los escuché llegar. Debería estar aquí en unos minutos.
—¿Nos escuchaste afuera? —siento cómo me arden las mejillas.
Sue simplemente sonríe.
—Estoy segura de que están cansados y les gustaría irse a la cama.
Olvida el ardor, mis mejillas están en llamas.
Edward señala hacia la cocina, con el rostro tan rojo como el mío.
—Ehmm… voy a ir por un… okay, sí.
S & S
Una vez que Edward regresa de acompañar a Sue abajo, se deja caer a mi lado en el sofá y echa la cabeza hacia atrás con cansancio.
—Bueno, eso fue vergonzoso.
—Sí, bastante —me río entre dientes.
—¿Cómo estaba Mel?
—Se quedó dormida con los audífonos puestos.
—¿Se los quitaste, verdad?
—Por supuesto.
Asiente. Se ha quitado el saco del traje, aflojado la corbata y desabrochado los primeros botones de la camisa, dejando ver algunos mechones claros en su pecho, y me duele lo hermoso que es. Lo deseo, claro que sí, pero es mucho más que eso. Todos los días me maravillo de que este hombre sea mío. Me maravillo de las circunstancias que nos unieron: de la tragedia que nos llevó al amor. ¿Alice habría inscrito a Mel en mi academia de baile? ¿Su tío habría entrado al estudio un día a dejarla o recogerla? ¿Habría estado trabajando con Emmett, y por tanto con mi papá, si Jasper no hubiera muerto?
Edward se pasa una mano por el cabello.
—De verdad tenemos que hablar con ella sobre todo esto de las redes sociales. Sé que Jasper y Alice no querían que estuviera en nada de eso todavía.
—Hablaremos con ella —asiento—, pero ahora es un poco mayor que entonces, Edward. Tal vez tengamos que hacer algún tipo de compromiso porque tampoco queremos que lo haga a escondidas.
—Eso va a estar divertido —responde con sarcasmo.
Suelto una risita.
—Sigue algo sensible desde la semana pasada. Carlisle dice que es normal. Con el aniversario de la muerte de Jasper y Alice tan reciente, su sentido de pérdida puede estar más agudo.
Edward asiente en silencio.
—Sí, tiene sentido.
Me doy la vuelta y me acomodo a horcajadas sobre sus piernas, rodeando su cuello con los brazos y apoyando la cabeza en su hombro.
—Ojalá el estreno no fuera el próximo fin de semana. Quería pasar más tiempo con ella este mes, pero los ensayos se han vuelto una locura.
Edward me acaricia la espalda en círculos, presionando sus labios suavemente contra mi sien. Hace un rato estábamos listos para arrancarnos la ropa, pero esta conexión emocional se siente igual de bien.
—Mel va a estar bien, Bella. Eres tan dulce con ella, siempre sabes qué decir y qué hacer.
—Bueno, estoy rodeada de chicas adolescentes todo el día. Ya las voy entendiendo. Ahora, los bebés gritones —me río—, de esos no tengo ni idea.
—Al menos es algo de lo que no tenemos que preocuparnos, ya que Mel ya pasó por esa etapa.
Suelto una risa.
—Sí, pero, tú sabes… —Mis dedos juegan perezosamente con los mechones de su pecho— estaría bien saber algo para referencia futura. Oye, tal vez Rose nos preste a sus tres pequeños uno de estos fines de semana. Tengo la sensación de que agradecería algo de tiempo para ella sola.
Edward no responde. De hecho, parece tensarse debajo de mí. Los círculos que trazaba en mi espalda se detienen de repente.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Sí, sí —responde con voz baja—. Solo… cansado.
—Ahora sí estás cansado —bromeo—. ¿Supongo que no empezaremos a trabajar en esos bebés esta noche, huh?
Respira hondo, su pecho sube y baja. Levanto la cabeza para mirarlo, y él encuentra mi mirada con cierta cautela.
—Edward, estaba bromeando —me río—. No planeo hacer bebés esta noche.
Sus rasgos no se relajan. De hecho, parece cada vez más incómodo.
—Edward… —frunzo el ceño—, tú sí quieres tener hijos, ¿verdad?
Parpadea un par de veces, apartando la vista un momento antes de volver a mirarme.
—Bella, son casi las dos de la mañana. ¿De verdad quieres hablar de esto ahora?
—Solo un sí o un no, Edward —susurro—. Eso es todo lo que quiero por ahora.
Exhala con impaciencia.
—No es tan blanco o negro. No lo sé.
Mi estómago da un vuelco.
—O sea, tú tienes tus cosas con tu carrera, y yo solo estoy empezando a encontrar mi camino. Las cosas van mejor, sí, pero no es que esté nadando en dinero ahora mismo.
—Como dije, no hablo de ahora —aclaro—. Hablo del futuro, de dentro de algunos años, cuando ambos estemos más estables, tanto personal como profesionalmente.
Su nuez se mueve arriba y abajo, sus ojos saltan entre los míos.
—Bella… tú sabes que el alcoholismo está en mi sangre.
A estas alturas, apenas respiro.
—He… leído… pero… ¿qué significa eso? ¿Qué estás tratando de decir?
—Lo que trato de decir es que aunque no nací alcohólico necesariamente, el hecho de que mi padre también lo fuera hizo mucho más fácil que yo desarrollara la adicción; está en mis genes.
Sé todo esto. Lo sé. Lo investigué cuando Edward me lo contó por primera vez. Pero la forma en que lo dice ahora… siento como si me hubiera dado un puñetazo en el estómago.
—Estoy segura de que podríamos hablarlo con profesionales. No significa que… quiero decir, hay cosas que se pueden hacer. He leído que también depende del entorno en el que crece un niño, del apoyo que recibe. Mira a Mel; viene de los mismos genes, y está bien.
—Jasper no era alcohólico, Bella, así que sus posibilidades son menores.
Mientras nos miramos, contengo las ganas repentinas de gritar con todas mis fuerzas, porque Mel está durmiendo.
—¿Y tú cómo sabes que Jasper no era alcohólico?
—¿Qué? —frunce el ceño.
—¿Cómo lo sabes, Edward?
—Bella, era mi hermano —dice con frialdad—. Lo sé.
—Quizá no era exactamente un alcohólico porque conoció a Alice cuando aún era muy joven, y nunca dejó que se saliera de control, pero probablemente estaba en su sangre tanto como en la tuya.
—Bella, si mi hermano hubiera tenido un problema con el alcohol —sisea Edward—, yo lo habría sabido.
Sé que lo estoy presionando, que estoy hurgando en heridas que ya se reabrieron en estas últimas semanas.
—Creo que Rose lo insinuó una vez.
—¿Qué? —pregunta, claramente alterado ahora.
—Estábamos hablando una vez —confieso rápidamente—, hace un par de meses, y dijo que tú y Jasper eran mucho más parecidos de lo que te imaginabas.
—Eso no significa… —sus fosas nasales se ensanchan—. Bella, ¿cuál es tu punto? ¿Qué tiene que ver que Jasper tuviera o no un problema con el alcohol en todo esto?
—¡Porque él lo hizo! —susurro con vehemencia—. ¡Él lo hizo! A pesar de sus malditos genes y de cualquier problema en su ADN, él formó una familia, y tú ni siquiera estás dispuesto a intentarlo.
—No dije que definitivamente no lo intentaría —responde con aspereza—. Dije que no lo sé. No pongas palabras en mi boca. Y pensé que ya estaba formando una familia. Pensé que eso era lo que estábamos haciendo tú, Mel y yo: siendo una familia.
Tomo su rostro entre mis manos.
—Somos una familia, Edward. Lo somos. Pero… yo quiero tener hijos. Algún día quiero un bebé. Quiero un bebé tuyo —digo suplicante.
Él suspira y baja completamente los brazos, dejándome de golpe con un vacío helado. Cuando me levanto de su regazo, no intenta detenerme. En lugar de eso, me siento a su lado, sin tocarlo, pero deseando desesperadamente que me toque.
Se cubre el rostro con las manos.
—Bella… Bella, no es fácil ser responsable de otra persona.
—¿Ah, sí? —respondo, y una oleada de enojo se apodera de mí—. ¿Porque claro, no es como si yo hubiera compartido la responsabilidad por Mel durante los últimos seis meses y tuviera una mínima idea?
—Mira a mis padres —continúa como si no me hubiera escuchado—. Jasper se murió. Se murió —repite, con énfasis—, y ninguno de ellos estuvo presente. Mira a los padres de Alice. Mierda, mira a tu madre. Apenas caminabas cuando te dejó. Ninguno de ellos pudo con la carga.
Sé que no lo dice para herirme; lo sé. Edward dice lo que piensa sin filtros. Me obligo a recordarlo.
—¿Y qué tienen que ver ellos con nosotros?
—¿Qué qué tienen que ver? —me replica, frunciendo el ceño como si acabara de preguntar una estupidez monumental—. ¡Ellos somos nosotros, Bella! O mejor dicho… ellos soy yo.
—Ellos no eres tú —respondo tan calmada como puedo—. Fueron cobardes, Edward. Tus padres fueron unos cobardes de mierda que no merecían ni a ti ni a Rose ni a Jasper, y los padres de Alice no la merecían, y mi madre mucho menos me merecía a mí. Mira, sé que no es fácil. Llevo ayudándote con Mel seis meses, y ha sido cualquier cosa menos fácil. Y sé que tus padres sin corazón y mi madre de porquería se largaron, pero mira a los que sí se quedaron, Edward: tu hermano, tu hermana, mi papá y Sue. No todo el mundo se va.
Mi voz se quiebra, y pierdo la lucha con las lágrimas que llevaban rato amenazando en mis ojos. Siento cómo la primera se desliza por mi mejilla.
Pero Edward no la ve porque sigue mirando fijamente a la pared frente a él.
—Bella, nena, fue una noche larga y caótica, y los dos estamos agotados. Vamos a la cama y…
—Sé que no es fácil —repito entre dientes, poniéndome de pie frente a él, esperando hasta que no tiene más remedio que mirarme—. ¿Tú crees que un día desperté hace seis meses y pensé, "Ah, hoy sería un GRAN día para volverme responsable de una niña de doce años herida, confundida y temperamental que cuestiona todo, que sabe mucho más de lo que debería y que desafía absolutamente todo lo que se le dice"?
Él exhala por la nariz, baja la mirada hacia sus pies, entrelaza las manos sobre sus muslos, y me doy cuenta de que las lágrimas ya me caen libremente.
—¿Tú crees que eso era lo que yo estaba buscando ese día que tú y ella entraron en mi vida?
Y de pronto lo entiendo. Edward y yo… no estamos en la misma página sobre esto… sobre esta decisión que lo abarca todo.
Mi cabeza y mi corazón empiezan a latir con fuerza, y apenas logro mantenerme de pie. Salgo corriendo del cuarto, hacia nuestra habitación, directo a las ventanas. Con respiraciones profundas y pesadas, cierro los ojos y apoyo la frente en el frío vidrio. No estoy segura si pasa un minuto o una hora antes de escuchar la puerta cerrarse y el clic del seguro. Aunque el contraste del cristal frío contra mi piel me ayuda, sigo ardiendo por dentro.
Cuando me giro, él está a un par de pasos, con una expresión tan jodidamente arrepentida que por primera vez en mi vida quiero golpearlo.
—¿Pero sabes qué? —digo, retomando mi pensamiento desde la sala—. No cambiaría nada de esto por nada en el mundo, ¡nada! No cambiaría a Mel ni la forma en que es por nada en este maldito universo, porque a pesar de lo difícil que ha sido, también ha sido jodidamente hermoso —lloro—, y la amo con todo mi corazón y alma, y en mi corazón, ella es mía, es nuestra, y a pesar de lo mucho que podría complicar las cosas —me acerco a él rápidamente y le acaricio la mejilla—, sueño con tener más de eso contigo.
Edward da un paso hacia atrás, dejando mi mano suspendida en el aire. Se pasa una mano por la cabeza, apretando el cabello de su cuero cabelludo con el puño.
—¡Bella, esto es hereditario! ¿No lo entiendes? ¿Quieres las estadísticas? ¡Cuatro veces, Bella! ¡Nuestro hijo tendría cuatro veces más probabilidad de desarrollar un problema con el alcohol que cualquier otro niño! —se golpea el pecho con el dedo índice, frunciendo el ceño—. No quiero hacerle eso a mi hijo, a nuestro hijo.
—¡Pero para eso estaríamos nosotros! —le rebato, dando otro paso hacia él—. ¡Para asegurarnos de que eso no pase!
—¡Mi padre bebía noche tras noche y después simplemente se largó!
—¡TÚ no eres tu padre!
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes eso? ¡No lo sabes!
—Te conozco a ti, Edward —suplico—. Te conozco, y tú no te rindes. No lo haces.
Él me observa, los ojos negros de frustración, y luego baja la cabeza una vez más. Me acerco de nuevo a él y le tomo el rostro entre las manos. Cierra los ojos y se recuesta en mi caricia.
—Edward, sé que tienes miedo. Yo también tengo miedo. Sería ridículo no tenerlo. La idea de tener a estas pequeñas personitas dependiendo de nosotros… —tiemblo—. Es aterradora, pero Edward, lo haríamos con los ojos bien abiertos. Sí, puede que tengamos una cosa más de la cual estar pendientes, pero eso solo significa que daremos más de nosotros mismos, Edward, que es precisamente lo que tus padres y mi madre no pudieron o no quisieron hacer. Y seguramente cometeremos errores, y nos odiarán por un tiempo. Mira cómo soy con mi papá. Mira a Mel con nosotros a veces —sonrío suavemente—. Pero los amaríamos con todo el corazón, sin importar qué. Edward, la vida se trata de tomar riesgos. Tú y yo… nos arriesgamos el uno con el otro.
—Es diferente —murmura.
—No, no lo es.
—Sí lo es. Entiendo que todo es una apuesta, Bella. Solo que no estoy seguro de querer arriesgar algo que para ti es tan importante, de cargarte con otra relación imperfecta.
Se me corta la respiración. Siento como si estuviera atrapada en una pesadilla y no tuviera idea de cómo salir de ella.
Coloca sus manos sobre las mías y luego las aparta de su rostro.
—Serías una gran madre, Bella. Sin duda lo serías. Has tenido a tu padre, que siempre te ha amado y ha hecho lo mejor por protegerte pese a todo, y a Sue… que es simplemente… perfecta. Pero Bella, eso no es de donde yo vengo. Ser padre… ser un padre de verdad, no… no puedo decirte que eso sea algo que alguna vez vaya a poder hacer.
Me limito a mirarlo, completamente perdida, sin saber qué decir.
—Entendería si esto es un punto de quiebre para ti, Bella —susurra—. Supongo que todo este tiempo he sido egoísta, tan feliz con todo lo nuestro que no me detuve a pensar… o quizá sí lo hice —baja la cabeza y la sacude—. Solo… lo ignoré, como un cobarde.
—Ni siquiera puedo creer que estés diciendo estas cosas. ¿Relaciones imperfectas? ¿Puntos de quiebre…? —susurro.
—Bella, yo…
Tengo miedo de terminar golpeándolo o derrumbándome en el suelo, así que en vez de eso, le doy la espalda, me subo el vestido y me lo quito, lo lanzo por ahí y me meto a la cama, cubriéndome con las sábanas y dándole la cara a la ventana. Escucho que se mueve: el golpe del cinturón al caer al suelo, el sonido del nudo de su corbata al deshacerse por completo, y luego el roce de su ropa al colocarla sobre la silla antes de sentir que el colchón se hunde. Permanecemos allí por una eternidad sin tocarnos, y solo espero que no escuche mis respiraciones irregulares ni vea el subir y bajar de mis hombros mientras las lágrimas caen.
S & S
Como si fuera parte de algún chiste cósmico, Mel está de pésimo humor a la mañana siguiente.
Mientras tanto, yo tengo un dolor de cabeza brutal, una maldita resaca sin haber probado una sola gota de licor. Siento como si de verdad me hubiera empinado copa tras copa de champán anoche.
Y Edward parece estar igual de mal que nosotras. Sacamos el tema de tener cuidado con las redes sociales, y Mel nos rebate cada punto. A Edward le cuesta mantener la voz baja, pero no quiero corregirlo delante de ella, así que en cambio, sugiero que dejemos el tema para el domingo, cuando regrese de casa de sus abuelos.
Entonces empieza a quejarse de que tiene que ir a ver a sus abuelos.
—Bueno, ya sabes que te toca ir, así que no tiene sentido quejarte una vez al mes —murmura Edward.
—Sí, claro, seguro que les viene de maravilla a ustedes —resopla, apuñalando sus huevos con el tenedor—. Bella y tú descansan de mí por un fin de semana entero. Hurra.
¿Cuándo volví a ser simplemente Bella en vez de tía Bella?
Me inclino sobre la mesa y tomo su mano. Ella la mantiene rígida dentro de la mía.
—Mel, ya hemos hablado de esto. Sabes que eso no es cierto.
—Sí, claro, lo que digas —masculla, negándose a mirarme.
Edward deja su tenedor con fuerza sobre la mesa.
—Córtala con esa maldita actitud y pídele disculpas a Bella por ser grosera.
—¡No! —grita Mel—. ¡No tengo por qué disculparme con ella! ¡Ni siquiera es mi tía de verdad!
Siento como si me hubieran dado otro puñetazo directo al estómago. Exhalo un largo suspiro entre los labios apretados.
—Mel —empieza Edward, con la furia claramente marcada en su voz—, te disculpas ahora mismo o si no...
—Edward, Mel —intervengo con la mayor calma que puedo, manteniendo mis ojos en ella a pesar de que sigue sin mirarme—. Creo que todos estamos teniendo una mañana difícil. Mel tiene que ir a la escuela, y tú y yo tenemos que ir a trabajar. Vamos a calmarnos y hablamos esta noche.
—Me voy a casa de mis abuelos esta noche —me recuerda Mel, con la vista aún baja—, y tú tienes ensayo.
Chasqueo los dientes con frustración.
—Tienes razón. Está bien, entonces. Sé que todos estamos bajo presión este mes, así que vamos a aceptar que no hemos sido muy agradables entre nosotros esta mañana, y una vez que estemos juntos de nuevo el domingo, hablamos con calma y vemos qué está pasando. ¿Les parece?
Ella se encoge de hombros, con los ojos fijos en sus huevos y panqueques. Puedo notar que Edward todavía está furioso por su reacción, pero niego levemente con la cabeza, indicándole que lo deje pasar por ahora. Por un lado, él no sabe lo que yo sé: que a Mel le faltan pocos días para que le baje la regla, y tengo el presentimiento de que solo está alimentándose de la tensión que hay entre Edward y yo esta mañana.
Un momento después, empuja su plato a un lado y se pone de pie, agarrando su mochila del suelo.
—Voy a estar en el pasillo esperando a quien le haya tocado llevarme a la escuela —dice antes de salir furiosa de la cocina.
—Esto es una mierda —sisea Edward, empezando a levantarse—. Voy a...
—Edward… —respiro con cansancio—, ahora no. Ella también tiene lo suyo, y no tiene sentido agravar la situación. Hablamos con ella el domingo cuando vuelva.
No parece estar del todo convencido, pero asiente, y juro que en sus ojos veo un enorme y gordo "te lo dije".
Recojo los platos del desayuno y me doy la vuelta.
—Ve a trabajar. Yo llevo a Mel al colegio y la acompaño hasta que llegue la limusina esta noche, luego tengo que irme al ensayo.
—Está bien, Bella. Mándame un mensaje cuando estés lista y paso por ti.
Simplemente asiento.
—Que tengas un buen día.
—Tú también —dice en voz baja, pero por primera vez desde que estamos juntos, se va sin abrazarme ni besarme, y apenas escucho la puerta cerrarse tras él, estrello los platos contra el lavaplatos.
S & S
Con el estreno del espectáculo a solo una semana, los ensayos se extienden muchísimo esa noche. Para cuando termino y Edward pasa a recogerme, los dos estamos agotados. Intercambiamos un beso breve, un abrazo, pocas palabras… y luego, mental y físicamente drenada, me desplomo en nuestra cama. Cuando me despierto a la mañana siguiente, Edward ya se ha ido al trabajo. Para cuando él termina, yo ya estoy en otro ensayo interminable. Cuando vuelve a recogerme, la escena se repite como la noche anterior.
Y durante todo el fin de semana, mi desacuerdo con Edward y las duras palabras de Mel se repiten una y otra vez en mi cabeza. Renata está más perra que nunca en los ensayos, y ni siquiera me molesto en prestar atención.
Para cuando me encuentro con Sue para almorzar después del ensayo del domingo por la tarde, siento que mi cerebro está a punto de implosionar.
Comemos un par de sándwiches y tomamos café en el Prospect Park Café, a unas pocas cuadras de la academia. Luego, como es un día cálido de finales de marzo, Sue sugiere que paseemos por el Jardín Botánico para admirar las flores de primavera que apenas comienzan a florecer.
—Esto va a verse hermoso en agosto para las fotos de tu boda con Edward.
Asiento, sin mucha expresión.
Se inclina sobre un narciso y me observa.
—¿Izzy?
Estallo en llanto, y ella me envuelve en sus brazos.
—Ay, Izzy.
Una vez que me deja desahogarme unos minutos, me lleva hasta una banca con vista a los magnolios. Nos sentamos, y ella espera pacientemente.
—Mel se puso un poco impertinente conmigo el viernes por la mañana. O sea, sé que todavía está afectada por el aniversario de la muerte de Alice y Jasper.
—¿Tiene el período? —pregunta.
Asiento.
—Sí —asiente con comprensión—. Recuerdo lo que era lidiar con esas hormonas adolescentes. —Luego sonríe al ver mi expresión—. ¿Qué, pensabas que fuiste un angelito completo? También tuviste tus momentos.
Me hace reír a pesar de todo.
—Supongo que sí.
—Eso no significa que pueda salirse con la suya hablando mal. ¿Ya hablaste con ella?
Niego con la cabeza.
—Se fue al colegio, y luego a casa de sus abuelos. Le dije que hablaríamos cuando volviera esta noche.
—Asegúrate de cumplir con eso —coincide Sue—. Sí, está pasando por un mes difícil, pero a esa edad necesitan saber dónde están los límites. Si no los encuentran, siguen empujando.
Sonrío, recordando cuando le dije algo similar a Edward hace unos meses.
—Yo… —me tiembla el labio inferior, y Sue aprieta mi mano—. Edward no sabe si quiere tener hijos. O sea, además de Mel. Y sí, sé que probablemente esta es una conversación que deberíamos haber tenido hace meses.
Sue respira hondo, exhalando lentamente.
—Él… es alcohólico.
—Lo sé —dice con suavidad.
—¿Lo sabes?
Asiente.
—Él y tu padre… hablaron hace un tiempo. Izzy, no tenemos ninguna duda de que Edward te ama profundamente, ni de que va a dar lo mejor de sí por ti. Pero lidiar con el alcoholismo es un proceso de por vida, uno que afecta muchas facetas de la vida de una persona.
—Tiene miedo de pasarle eso a nuestros hijos —lloro en voz baja—, y miedo de ser un padre horrible como el suyo.
—Ay, mi amor —dice otra vez—, no voy a minimizar los miedos de Edward, pero esos son miedos que todos tenemos como padres: miedo de pasarle a nuestros hijos lo peor de nosotros, de arruinarlos de alguna forma.
—Lo sé —sollozo—. Pero ¿cómo lo convenzo de eso?
—No es tu trabajo convencerlo de nada, Izzy. Decidir si puede o no ser padre es algo que Edward tiene que resolver por sí mismo.
No es lo que quería oír. Quiero que me dé esas palabras mágicas suyas, las que necesito decirle a él. Quiero que me diga que va a cambiar de idea cuando estemos casados; que se va a dar cuenta de lo que sigue naturalmente y me va a rogar que tenga un hijo suyo.
Sue me estudia en silencio y suspira.
—Izzy, sabes que tu papá y yo nunca pudimos tener hijos juntos.
—Lo sé —susurro, y me duele el corazón por ella de una forma en que nunca antes lo había hecho, porque ahora entiendo su dolor.
—Vimos especialistas, probamos tratamientos de fertilidad, pero al final… —se queda en silencio—. No voy a mentirte y decir que no dolió. Yo quería tener un bebé, no porque no te amara con todo mi corazón y alma —sonríe, acariciándome el rostro—, sino porque te amaba tanto y disfrutaba tanto ser tu mamá, que deseaba conocer todos esos momentos que me perdí antes de que llegaras a mi vida.
Y asiento con fuerza, apretando su mano con toda mi alma, porque entiendo. Lo entiendo completamente.
—Pero, Izzy… —dice con calma—, cuando me casé con tu papá, en cierto modo, me casé con los dos. No me casé con la promesa de más hijos. Hice una promesa, a ustedes y a Dios, de que lo que tenía frente a mí era suficiente. Que si el mundo se acababa y todo lo que tenía era a ustedes dos, sería la persona más feliz del mundo.
Suspiro con fuerza, sin apartar la mirada de la suya.
—Lo que tienes que preguntarte, Izzy, es si una familia formada solo por Edward, Mel y tú es suficiente para ti.
—Pero…
—No, cariño —me interrumpe—. Aquí no hay peros. No puedes entrar a esto esperando que Edward cambie de opinión, esperando que con tiempo y las palabras correctas lo convenzas. Y tampoco puedes entrar convenciéndote de que definitivamente no quieres tener más hijos. Dentro de cinco o diez años, puede que Edward cambie de parecer. Y dentro de cinco o diez años, puede que tú te des cuenta de que tu mayor sueño era tener un hijo propio. Lo que tienes que saber ahora, Bella, por tu bien y por el de ellos, es si lo que tienes hoy es todo lo que necesitas para ser feliz. Porque si no lo es…
Sostengo su mirada, y tiene razón. Sé que tiene razón. Esto no se trata de Edward. Se trata de mí.
Ella me envuelve en otro de sus cálidos abrazos.
—Ay, Mamá Sue, ¿qué haría sin ti?
Ríe bajito.
—Esa es una de las pocas cosas que no tienes que resolver justo ahora.
S & S
Cuando regreso al loft, Edward aún no ha llegado, así que saco tres filetes del refrigerador y pongo a hervir agua para el arroz, luego abro una lata de frijoles para Mel. Voy a prepararle su cena favorita.
Todavía me siento confundida y algo desorientada, pero mi charla con Sue me ha tranquilizado un poco. Sé lo que es más importante en mi vida. Sé lo que absolutamente no puedo perder.
Edward llega a casa mientras estoy salteando los filetes. Lo oigo al quitarse las botas junto a la puerta. Entra a la cocina levantándose la sudadera con capucha y me sonríe.
—Huele delicioso.
—Arroz con frijoles y carne —respondo con entusiasmo.
Se queda ahí, mirándome. Camino hacia el fregadero para lavarme las manos, y él me sigue. Entonces siento cómo sus brazos se deslizan alrededor de mi cintura.
—Bella…
Me doy la vuelta y paso los brazos por su cuello, derritiéndome contra él, y él me sostiene tan fuerte contra su cuerpo.
—Shh —susurro—. Mel llegará en veinte minutos. Ve a darte una ducha rápida, y luego bajamos a esperarla. Lo demás… lo resolveremos.
Él me observa por un momento y luego asiente lentamente.
S & S
Son las 7:25 p.m. cuando bajamos. La limusina de Mel siempre dobla la esquina exactamente a las 7:30 p.m. Le he preguntado a Edward si alguna vez se quedan atrapados en el tráfico. Él dice que deben salir con mucha anticipación, pero es inquietante. O sea, las 7:30 en punto.
Edward se recuesta contra su camioneta y me jala hacia él para que mi espalda quede apoyada contra su pecho fuerte. Entrelaza nuestras manos sobre mi abdomen y entierra su rostro en mi cuello, inhalándome profundamente. Cierro los ojos y suspiro con desigualdad. Esta es la cercanía más íntima que hemos tenido desde el jueves por la noche.
—Te he extrañado —le digo con sinceridad.
—Yo también, nena, yo también. Te amo, Bella.
—Y yo a ti. —Giro el rostro hacia un lado y él captura mi boca en un beso lento y hambriento, suspirando contra mis labios. Su aliento sabe a cigarrillos y menta. Ha estado intentando dejar de fumar ahora que ya pasó el primer año de sobriedad, pero ha sido un fin de semana difícil.
Y sé que nuestros problemas no se han terminado, pero Sue me recordó qué es lo más importante.
Cuando nos separamos, Edward revisa su reloj y frunce el ceño.
—Son las 7:32.
—Están dos minutos tarde —me río con sorpresa.
Él resopla.
Pasan cinco minutos.
Diez minutos.
Cuando han pasado quince minutos, Edward llama a Aro Volt, el abogado de los Brandon, a través de quien se manejan todas las comunicaciones relacionadas con Mel, pero es domingo por la noche y no hay respuesta.
Se pasa la mano por el cabello con frustración.
—Tal vez simplemente encontraron mucho tráfico, amor —le digo.
Asiente, sin dejar de mirar en dirección al punto donde usualmente aparece la limusina, pero la verdad es que los dos estamos nerviosos.
Cuando pasa la marca de los veinte minutos, le pregunto si tiene el número de los Brandon.
—No estoy seguro —responde mientras revisa sus contactos—. Tal vez Mel lo programó en algún momento…
Abro mi propio teléfono, molesta conmigo misma porque le pedí a Mel que me diera el número de sus abuelos, pero nunca insistí lo suficiente. Abro el navegador para ver si puedo buscarlos por internet, cuando veo que Edward se lleva el celular al oído.
—¿Sí?
Hay una pausa mientras escucha, y entonces su rostro pierde todo el color.
—¡No!
Se me cae el alma a los pies. Le suplico a Dios que no me castigue de esta manera, que no castigue a Edward por lo egocéntrica que he sido, por haber dudado aunque sea un segundo que lo que tenía en ellos era todo lo que necesitaba. La garganta se me cierra con un dolor tan intenso que apenas puedo respirar. Todo lo que puedo imaginar es a mi niña hermosa, rota en algún lugar.
Edward cierra los ojos, frotándose el cabello con el puño.
—¿Por qué me lo están diciendo hasta ahora? —grita al teléfono, y un sollozo agudo se escapa de mi garganta.
De pronto, uno de sus brazos me rodea la cintura para sostenerme, porque estoy a punto de desplomarme contra el frío y duro concreto. Con la otra mano, sostiene el celular pegado al oído.
—Se escapó.