Sana y salva
22 de octubre de 2025, 10:37
Nota de la autora: Este es el último capítulo narrado por Edward.
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Capítulo 40: Sana y salva
Edward
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—Llegas tarde. Rose ya se fue.
—Gracias a Dios. —Sonreí con descaro—. Calculé bien el tiempo. Igual, mejor tarde que nunca, ¿no? —dije entrando mientras le daba un beso en la mejilla a Alice, que frunció los labios en una mueca de desaprobación fingida.
—Además, ¿no fueron hoy a esa aventura anual de patinaje sobre hielo?
—Sabes que eres bienvenido a venir con nosotros —dijo cerrando la puerta—. A Mel le hubiera encantado.
—Sí, bueno, tal vez el próximo año. Ya veremos. ¿Y dónde está la cumpleañera?
—¡Tío Edward!
Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—Feliz cumpleaños número doce —me reí—. Te debo un regalo.
Ella se encogió de hombros. —No me importa. Hubieras venido a patinar con nosotros hoy. Eso podría haber sido mi regalo.
—Igualita a tu madre. —Sonreí, despeinándole el cabello.
S & S
Los cuatro jugamos Xbox un rato, Mel y su papá contra Al y yo, y sí, esos dos nos estaban pateando el trasero.
—¿No es hora de que se vaya a la cama? —dije después de otra derrota épica.
—¡Ya tengo doce años, y estamos en vacaciones! Además, solo quieres que me vaya a dormir porque te estoy dando una paliza igual que mamá te la daba cuando eran más jóvenes.
—Esta niña es demasiado lista para su propio bien. Si vivieras conmigo, ya estarías acostada.
—Pues qué bueno que no vivo contigo —me respondió.
—Qué bueno que no —le repliqué.
—Bueno, bueno —se rio Alice—. Mel, cariño, ya es muy tarde.
—Pero, mamá…
—Nada de peros. Vamos, vamos a acomodarte.
—Buenas noches, tío Ed —canturreó Mel con tono burlón, sacándome la lengua.
—Si fueras mi hija, te cortaba esa lengua —le dije en broma.
—Qué bueno que no soy tu hija.
—Qué bueno que no lo eres.
Se rio. —Te amo, tío Ed.
—Yo también te amo, molestia… —miré a Al y a Jasper— del trasero.
Después que se fueron las dos, Jasper desapareció unos minutos y volvió con dos vasos de ponche de huevo, pasándome uno antes de volver a tomar el control. Jugamos en silencio un rato. Probé el ponche y puse cara de asco. Virgen.
Supongo que Jasper vio mi expresión.
—¿Cuándo fue la última vez que tomaste algo, E?
Suspiré y mantuve la vista en la pantalla mientras disparaba a unos cuantos zombis. —No empieces con esa mierda.
—Solo es una pregunta —dijo con tono despreocupado, también concentrado en el juego.
—¿Qué quieres de mí? —pregunté al fin—. Yo no soy como tú, Jass.
—No te estoy pidiendo que seas como yo.
—Mira, tú eres un tipo de familia —continué, sonriendo al televisor—, con esposa e hija, te haces cargo de todo. Yo soy como papá. Me ocupo de mí mismo. Tienes que aceptar eso.
—No eres como papá, Edward —dijo Jasper. Podía oír la frustración en su voz, pero yo también estaba frustrado, y ya me tenía harto. Últimamente, casi cada vez que lo veía, Jasper parecía estar en una misión de salvarme de algo, y yo no necesitaba ni quería que me salven.
—¿Sabes qué necesitas tú, Edward? Necesitas un propósito.
—Ya tengo un propósito —me burlé—. Varios, de hecho.
Por el rabillo del ojo lo vi negar con la cabeza. —Tú no estabas destinado a ese camino.
Solté el control y miré a mi hermano. —¿Y a qué estoy destinado, a una familia como la tuya? ¿Te parezco un hombre de familia? ¿El esposo de alguien? ¿El papá de algún pobre infeliz? —solté una risita.
—¿Crees que tú y yo somos diferentes? —preguntó, mirándome directo.
—Sé que lo somos.
—No sabes ni mierda, hermanito. Tal vez algún día te lo demuestre.
—¿Qué se supone que significa eso?
Jasper me observó, sus ojos idénticos a los míos como si quisieran atravesarme.
—Si alguna vez nos pasa algo a Alice y a mí…
—Hombre, no digas estupideces —lo interrumpí con un gesto, volviendo a tomar el control—. Es el día después de Navidad y el cumpleaños de tu hija. No hables de eso.
Jasper rio. —Lo digo en serio. Cuando tienes hijos, tienes que pensar en esas cosas. Como decía, si alguna vez nos pasa algo a Alice y a mí, queremos que tú cuides de Mel.
Me reí con incredulidad. —Sí, claro. Ahora te toca a ti decirme cuándo fue la última vez que tomaste algo. —Le lancé una mirada de lado.
Se rio. —Lo digo en serio.
—¿Y qué carajos haría yo con ella? —pregunté, sin tomarme en serio la conversación, solo siguiendo el juego.
—Te las arreglarías.
—Sí, claro. —Sonreí—. Da lo mismo, los papás de Alice, o hasta Rose, se lanzarían sobre la niña antes de que yo tuviera tiempo de pestañear.
—No te preocupes —Jass me sonrió confiado—. No se la llevarán sin nuestro permiso, hermanito. Puede que no tengamos mucho, pero sabemos cuidar de nuestra hija. No queremos a los papás de Al, tampoco a Rose. Los papás de Al son unos imbéciles, y Rose… Rose tiene dos hijos y una recién nacida, y necesita aceptar que el imbécil con el que está casada solo la está frenando. Y no estoy seguro de que algún día lo entienda.
—Pero ¿sí estás seguro de mí? —pregunté con sarcasmo. Ya había dejado el control y me giré hacia él.
—Solo necesitas un propósito, Edward. Eso es todo lo que te falta. Solo uno.
Lo miré fijamente y luego, con un resoplido, me levanté.
—Ya basta de hablar pendejadas. —Me reí—. No quiero oírlo. Ponche virgen mis huevos, estás borracho. Y tú y Al no van a ningún lado. Un día vas a estar cambiando los pañales de tus bisnietos, enseñándoles cómo darme una paliza en Black Ops.
Jasper rio una vez más, bebiendo su supuesto ponche de huevo virgen. —De tu boca a los oídos de Dios, hermanito. De tu boca a los oídos de Dios. Ahora ven, que te quiero seguir pateando el trasero.
S & S
DOMINGO POR LA TARDE
—Ven aquí, amigo —le digo a Paul—. Mira esto. Tienes que hacer los agujeros más separados o vas a partir los marcos.
Tomo el taladro y le muestro a qué me refiero, y de alguna forma logro pillarme el maldito pulgar con el taladro -solo por un segundo, pero suficiente para doler como el infierno y dejarme un agujero en la uña.
—¡Mierda!
Emmett se acerca y mira por encima de mi hombro.
—Será mejor que vayas a atender eso.
—Estoy bien.
—Ve a atenderte antes de que termines sangrando por toda la cocina. Además, no sirves de mucho con una mano jodida. Al menos cúbrelo con una venda.
Los otros se ríen mientras yo esbozo una sonrisa.
Bajo y saco el botiquín de primeros auxilios de la camioneta, me pongo un poco de bacitracina en el dedo y luego lo envuelvo con una venda. Respiro hondo, abro la guantera y saco mi último paquete de cigarrillos.
Em baja y me encuentra recostado contra la camioneta, fumando.
—Ya casi termino.
—No te estoy apurando. No has tomado ni un descanso hoy.
No respondo. En lugar de eso, le ofrezco el paquete, pero él niega con la cabeza.
—Estoy tratando de dejarlo. Pensé que tú también.
Doy una calada larga, dejando que me llene los pulmones antes de exhalar despacio.
—Sí, bueno… supongo que esto es el menor de los males.
—¿Un día de esos, eh?
Asiento. —Un fin de semana de esos. Em… ¿alguna vez escuchaste que Jasper tuviera problemas con el alcohol?
Emmett frunce el ceño y niega, recostándose junto a mí. —No que yo supiera. Hasta donde sé, siempre evitó esa mierda a toda costa.
—Sí, lo hizo. O sea… —Doy otra calada—, recuerdo que cuando era niño, él tenía como quince o dieciséis, y un par de veces llegó a casa hecho mierda, pero… no creo que fuera un problema. Y luego conoció a Al.
Con la siguiente calada dejo que el mentol me queme bien dentro del pecho mientras pienso...
»En fin, qué más da —suelto el cigarro con un chasquido—. Ya no importa.
—¿Por qué preguntas?
—Bella quiere tener hijos.
—¿Ahora?
—No, no ahora… más adelante.
—¿Y?
—Y… no sé si yo quiero.
Siento su mirada sobre mí.
—No sé cuánto puedo preguntar aquí, así que… vas a tener que contarme tú.
—Esta mierda —digo, pasándome la palma por la cara con fuerza—. Está en mi sangre. Se lo estaría pasando a mis hijos. Y, además —frunzo el ceño—, ¿qué clase de padre sería yo?
—No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¿Tú lo sabes?
—Tampoco lo sé.
—Digo… ya eres como un padre para Mel ahora.
—Eso es diferente.
—¿Por qué?
Suelto un suspiro de frustración, repensando mi decisión de sacar este tema con él.
—No fue una elección.
Él se separa del camión y se planta frente a mí.
—Déjame preguntarte algo. Dejemos de lado el hecho de que estás criando a Mel porque sus padres ya no están. ¿Te arrepientes de tener que hacerlo?
—¡No! —me paso una mano por el cabello—. Bella tiene su carrera, y Emmett, no por nada, pero ella es buena. Es tan jodidamente buena. Supuse que querría seguir con eso todo lo que pudiera.
—¿Estás seguro de estar en el siglo correcto? —se ríe de mí—. ¡Las mujeres hoy en día hacen mil cosas mientras crían hijos!
Pongo los ojos en blanco.
—Lo sé. Y, ya sabes, son carísimos… ropa, comida, la universidad y esas cosas. O sea, sé que ahora estamos mejor, y no te lo tomes a mal, pero no creo que pudiera costear todo eso ahora mismo.
—Bueno, ya sabes, serían dos los que pagarían todo eso. Y, que yo sepa, no van a la universidad ni comen tanto en las primeras etapas —sus labios se curvan en una sonrisa.
—No te estás tomando esta mierda en serio, amigo —gruño, y él estalla en carcajadas.
—¡Perdón, perdón! —dice, todavía riendo—. Mira, tengo que ser honesto contigo, me cuesta ver la carrera de Bella o tu situación financiera actual como impedimentos reales para tener un hijo en el futuro. Hasta yo sé que Bella prácticamente nació para ser madre, y en cuanto a tu situación financiera, sí, ahora podrías estar mejor, pero Ed, hombre, ya eres capataz, y has visto cuántas ofertas hemos recibido últimamente. ¡He tenido que rechazar trabajos! ¡Los he rechazado, amigo! —se ríe con incredulidad—. ¡Porque estamos reservados de aquí hasta nuevo aviso!
—Y sobre el miedo de transmitirle tu enfermedad, Ed, ¿cuánta gente en este mundo tiene enfermedades que le pasa a sus hijos, ya sea sabiendo o sin saberlo? Es parte de la vida —se encoge de hombros—. Solo tienes que estar ahí para tu hijo, eso es todo.
—¿Eso es todo? —resoplo, cruzándome de brazos—. ¿Así de fácil, eh?
—Si quieres hacerlo difícil, es tu decisión —se encoge de hombros—. Yo te digo una cosa, llevas siendo padre un año, y un muy buen padre. Sí, a veces es duro, pero si te importa lo suficiente, aguantas. Mira al pedazo de mierda del esposo de tu hermana. No es alcohólico, no tiene enfermedades que sepamos, tiene un buen trabajo, y aun así no ha estado para sus hijos ni un solo día de su vida —frunce el ceño—. Y esos tres niños… necesitan un padre. No tiene nada que ver con los genes o el pasado. Necesitan un padre, así de simple. Ahora dime, ¿crees que por tener buena salud y buen sueldo eso automáticamente lo haría mejor padre que tú?
—¿Te estás apuntando para ese trabajo? —pregunto, ahora que todo esto ha salido. He querido saberlo, y bueno, ahora tiene que decírmelo.
—Tal vez sí —cruza los brazos frente al pecho—. Pero te voy a decir algo, si no lo hago, no será por esos niños. Sería su padre en un segundo, pero su madre y yo tenemos que ver si encajamos bien, justo bien, porque esos niños no se merecen otro papá que entre y salga de sus vidas. Lo único que me detiene es asegurarme de que lo mío con Rose va bien. Pero tú… —frunce el ceño—. Hombre, tú lo sabes. Sabes que lo tuyo con Bella está bien. Y ella ya es una gran madre, y tú ya eres un gran padre, así que si de verdad no te ves dándole esto, necesitas decírselo con certeza.
—Crees que estoy siendo un cobarde.
—Creo que estás dejando que un miedo viejo te guíe, no es lo mismo que ser un cobarde. Habla con ella esta noche.
Asiento.
S & S
DOMINGO EN LA NOCHE
Voy en camino a casa de los abuelos de Mel. Sigo intentando llamarla desde mi celular, pero siempre salta el buzón de voz, y termino la llamada con frustración.
Mientras tanto, Bella se quedó en nuestro apartamento hasta que Sue llegara con Charlie. Ellos se quedarán ahí por si Mel regresa, y luego Bella vendrá a unirse a mí… a menos que Mel llegue antes.
Por favor, que Mel llegue antes.
—Mel, devuélveme la llamada —le ruego a su buzón de voz por enésima vez—. Vamos. —Suspiro—. Nos tienes realmente preocupados, y Bella está a punto de colapsar. Vuelve a casa o llámame, por favor, Mel.
Frustrado por no obtener nada más que su buzón otra vez, golpeo el teléfono contra la consola. Casi de inmediato, empieza a sonar. Lo agarro rápido y reviso el identificador. Es Rose.
—¿Hola? —responde.
—Rose, ¿no has sabido nada de Mel, cierto?
—¿Qué? No. ¿Por qué?
—Mierda. —Respiro—. Mira… tengo que decirte algo, pero necesito que mantengas la calma, ¿de acuerdo?
—Edward, ¿qué pasa? ¿Qué sucedió?
—Mel se escapó.
—¿Qué?
—Estaba en casa de sus abuelos. Se excusó de ir a un brunch y cuando ellos volvieron, ya no estaba. Es todo lo que sé.
—Oh, Dios mío. —Suspira—. Oh, Dios mío. ¿Dónde estás?
—Voy camino a casa de los Brandon para averiguar qué diablos pasó y por qué carajo nos avisan casi media hora después de la hora en que debía haber llegado a casa.
—¿Bella se quedó por si Mel regresa? —Su voz tiembla, y sé que está a punto de llorar.
—Sí. Sus padres van en camino, y tan pronto lleguen, Bella vendrá conmigo.
—Voy a pasar por ella y las dos vamos a encontrarte.
—Rose, tienes a los niños. Quédate en casa. Yo te mantendré informada.
—¡Por favor, Edward! —dice, y ya está llorando de verdad—. Sí, tú estás a cargo de Mel, pero sigue siendo mi sobrina. Voy a ir.
—Está bien —exhalo, pasándome una mano por el cabello—. Está bien.
Le doy la dirección de los Brandon y cuelgo rápido porque mi teléfono vuelve a vibrar. Esta vez es Carlisle.
—Sí, Carlisle. Gracias por devolverme la llamada.
—Tu mensaje decía que era urgente. ¿Qué pasa?
—Mel se escapó.
—¿Qué?
—Estaba en casa de sus abuelos.
—Pero ¿por qué?
—No tengo idea. Ha estado callada desde el aniversario, pero no pensé que… en fin, voy para allá a averiguar qué ocurrió. Sigo llamándola, Bella está esperando en casa por si regresa, y ya hablé con Rose.
—¿Ya contactaron a la policía?
—Charlie tiene algunos amigos en la estación ochenta y cuatro. Los está llamando. Bella está reuniendo fotos.
—Bien. ¿Tienen alguna idea de a dónde pudo haber ido?
—Pensé en casa de Rose, pero Rose no sabe nada.
—¿Has llamado a sus amigas?
—Bella está en eso.
—¿Y el cementerio?
—No lo sé —me paso una mano por la cara, agotado—. No lo sé —respiro—. Aún no se siente cómoda visitándolo pero… tal vez.
—De acuerdo. Esme y yo iremos a revisar allá, y si no la encontramos, recorreremos el vecindario. ¿Te parece?
—Sí, me parece una buena idea. Gracias, Carlisle.
—No hay problema, Edward. ¿Tienes idea de cuánto tiempo lleva desaparecida?
—Unas cuantas horas, no sé —respondo entre dientes—. Acabo de enterarme porque los imbéciles de sus abuelos estaban esperando que apareciera en casa.
—Eso es… ridículo. Debería haber consecuencias por eso después, pero por ahora, enfoquémonos en encontrar a Mel.
Respiro hondo. —De acuerdo.
S & S
Los malditos Brandon ni siquiera tuvieron la decencia de llamarme ellos mismos; en lugar de eso, mandaron al imbécil de su abogado, Aro Volt, a darme la noticia.
Cuando llego a la dirección de Central Park East, justo como Volt dijo, hay un tipo en traje esperándome. Le entrego las llaves de la camioneta, y me dice que él se encargará. Empieza a sonreír y soltar alguna mierda sobre lo imposible que es encontrar parqueo, pero con una sola mirada mía se calla al instante.
Otro tipo con un abrigo largo y sombrero de copa abre la puerta del edificio y me mira con recelo.
—Edward Cullen. Necesito ver a los Brandon.
—Por supuesto, señor. Les informaré que está aquí. —Hace una llamada, hablando en voz baja por el teléfono.
—Sígame, señor —dice luego, guiándome hasta el ascensor. Todo es tal como Mel me lo describió un par de veces: el portero mete una llave en el ascensor, me lanza otra de esas sonrisas indiferentes—. Que tenga una buena noche, señor.
Lo que quiero decirle es «váyase al carajo», pero estoy guardando mi rabia para otros.
Las puertas se abren directamente hacia lo que parece una sala enorme, con muebles tan antiguos que parecerían más apropiados para un museo que para una casa. De inmediato veo a la vieja bruja que es como una versión más mayor, más dura y más perra de Alice y Mel, sentada con porte de reina en uno de esos sillones tapizados que parecen de exhibición. Su esposo está en otro sillón frente a ella, y Aro Volt, el desgraciado al que más odio en este mundo, está de pie tras ambos, con su típica postura arrogante.
Se adelanta con una sonrisa completamente fuera de lugar y me extiende la mano.
—Señor Cullen.
Miro su mano por un segundo y paso de largo, directo hacia los dos ancianos de mierda.
—¿Qué demonios pasó y por qué no fui informado en cuanto desapareció?
Mary Brandon me sostiene la mirada, estudiándome como me imagino que un científico estudiaría una cucaracha.
—Edward, nos enteramos que había desaparecido apenas Alexander y yo regresamos del brunch esta tarde. Dijo que no se sentía bien y nos suplicó que la dejáramos quedarse en casa en lugar de ir a la iglesia esta mañana. Podrá imaginarse nuestra sorpresa al llegar y que el portero de la mañana nos informara que se había ido casi justo después de nosotros, diciendo que le habíamos dado permiso para «pasear» por el Central Park. Como si nosotros hiciéramos semejante cosa —bufa—. Aunque él debería haber sabido mejor, ¿no lo crees, Alexander? —Dirige esta última parte a su esposo.
—Sí, querida.
—Asegúrate de hablar con la administración del edificio sobre ese hombre —le ordena a su esposo, con el mentón en alto—. Quiero que lo responsabilicen.
—Lo haré, querida.
—¡En cuanto regresaron de la iglesia o del brunch o de lo que haya sido y vieron que ella no estaba, debieron llamarme! —exclamo, dándome un golpecito en el pecho con el dedo—. ¡Soy su tutor legal! ¡Es mi hija! ¡Ahora lleva horas allá afuera sola! ¿Llamaron a la policía?
—No consideramos que fuera apropiado todavía. Solo ha estado fuera unas horas, y si alguien se entera de lo que pasó, sería una gran vergüenza para Alexander y para mí.
—¿Son estúpidos? ¡Pudo haberle pasado algo! ¿Acaso les importa?
Siento, más que ver, que Aro se me acerca por detrás, y de verdad espero que el muy cabrón no tenga pensado tocarme en este momento.
—Hemos contratado ayuda privada para buscarla, señor Cullen —dice con tono tranquilizador.
—Enséñale la nota, Aro —le indica Mary.
Él me tiende un papel y se lo arrebato. Son solo unas cuantas palabras con la letra de Mel:
«Díganle a tía Bella y a tío Edward que los amo, y que lo siento».
Mi garganta se cierra dolorosamente. Me meto el puño en la boca para contener la emoción que amenaza con desbordarse.
Nunca en mi vida había necesitado un trago tan desesperadamente como en ese instante.
—Tiene demasiado de su padre y su madre —comenta Mary con sequedad, encogiéndose de hombros mientras agita una mano llena de joyas en mi dirección—. Llena de drama e imposible de controlar. Oh, hemos intentado durante el último año convertirla en una joven decente, pero se niega a cooperar.
—Además de estúpida, ¿está usted completamente loca? —Los miro a ambos—. ¿Eso es todo lo que les importa? ¿Encontrar a alguien que encaje en el molde que Alice rechazó? ¿De verdad creen que eso es lo que su hija hubiera querido?
Los ojos de la vieja brillan con furia, y me lanza una mirada asesina.
—No sé qué le dijo su hermano a mi hija para lavarle el cerebro y alejarla de nosotros, y luego para dejar a la niña con usted, pero al menos fue lo suficientemente lista como para estipular que la niña debía venir con nosotros una vez al mes. ¡Ella quería que tuviéramos a la niña, pero su hermano la engañó!
—¡Mentira! —grito con más fuerza—. ¡Llevo un año aguantando esta mierda! Alice les dio un fin de semana al mes porque hasta el final, tenía la esperanza de que algún día se dieran cuenta de lo que perdieron y trataran de enmendar las cosas a través de su nieta. ¡Y el corazón de Alice era tan grande…! —me cuesta continuar, pero aprieto los dientes—. El corazón de Alice era tan grande que hasta el final estuvo dispuesta a darles una oportunidad.
Aro vuelve a acercarse, estirando una mano como si quisiera calmarme.
—Señor Cullen, voy a tener que pedirle que se tranquilice si quiere quedarse aquí.
—Aro, si me pones una mano encima, más te vale estar listo para perderla —le advierto, sin apartar la mirada de Mary Brandon.
Baja la mano.
—Lo que sea que le hayan dicho a Mel la alteró tanto que ahora está allá afuera sola —siseo, señalando hacia la puerta.
—¿Lo que le dijimos nosotros? —Mary se burla—. La señora Cope me informó que Melody estuvo llorando todo el fin de semana. Lo que sea que la haya molestado, Edward, la molestó en estando con usted.
Doy un paso atrás, con la mandíbula apretada.
—La verdad es —dice Mary con una sonrisa helada— que Melody no quería regresar a casa hoy. Por eso se escapó.
—Mentira —replico con firmeza—. Ella es feliz con nosotros.
—¿De verdad? ¿Cómo puede ser feliz con la vida que le están dando? Apenas tiene trece años y ya tiene que trabajar —dice con obvio desprecio.
—Después del colegio, en el estudio de danza de mi prometida —respondo con una sonrisa cínica—. Para que aprenda responsabilidad.
—Con un alcohólico como tío —escupe con desdén— y la perra de su novia viviendo con él.
—No se le ocurra volver a llamar así a Bella —le gruño con los dientes apretados, apuntando a Alexander—. Hable con su esposa.
Ni siquiera se digna a mirarme.
—Su hermano le lavó el cerebro a nuestra hija, y ahora usted y su prometida están haciendo lo mismo con Melody.
Sacudo la cabeza, sin poder creer lo que estoy escuchando.
—No voy a perder más tiempo con ustedes mientras mi sobrina está allá afuera, sola y asustada. ¿Saben qué? No perdieron a Alice porque Jasper le lavó el cerebro. La perdieron porque conoció a alguien que le mostró lo que es el amor verdadero e incondicional: un amor que no juzga, que no exige nada, un amor que simplemente acepta. Así es como Bella y yo amamos a Mel.
Mary se endereza aún más en su asiento. Me lanza una mirada cargada de odio con esos mismos ojos que heredaron Alice y Mel, aunque de ellas jamás vi esa frialdad.
—Alice y Mel se quedaron con todo el corazón de esta familia, y en cuanto encuentre a mi sobrina, voy a hablar con un abogado.
Me doy media vuelta para irme.
—Un momento, señor Cullen —dice Aro, bloqueándome el paso, pero entonces debe de ver algo en mi cara porque se hace a un lado enseguida.
S & S
Cuando bajo, el tipo del traje está parado fuera del edificio.
—¿Dónde carajo está mi camioneta?
Con los ojos bien abiertos, me entrega las llaves y luego señala con la barbilla hacia el final de la cuadra. Le arrebato las llaves de la mano y empiezo a caminar rápido.
—¡Edward!
El corazón me da un vuelco. Cuando me doy vuelta, Bella está corriendo hacia mí. La estrecho en mis brazos, dándome apenas dos segundos para saborear su calor y su aroma, y caigo en cuenta: hace unos meses, yo habría salido disparado a la licorería más cercana para sobrellevar esto. Pero ahora… con ella…
Inhalo profundamente y me obligo a soltarla.
—¿Algo? —pregunto.
Ella niega con la cabeza.
—¿Y tú?
También niego.
—Sus abuelos son todavía más hijos de puta de lo que sospechaba. No han llamado a la policía porque no quieren pasar la vergüenza.
Bella sacude la cabeza, indignada. Tiene los ojos enrojecidos, y se nota que ha estado llorando un buen rato. Solo entonces me doy cuenta de que Charlie y Emmett están detrás de ella.
—Bueno, ya tenemos a los agentes de la 84 en eso —me asegura Charlie, dándome una palmada en el hombro para darme ánimos—. Y voy a hablar con mi amigo para que se sumen los de la ciudad. La vamos a encontrar, hijo, no te preocupes.
—Gracias, Charlie.
Bella asiente, con la mirada fija en la mía, pero el labio inferior le tiembla.
—Ella dejó esto —le digo, extendiéndole la nota. Bella la toma y rompe a llorar, llevándose una mano a la boca.
—Sabía que tenía que haber pasado más tiempo con ella este mes. Quería hacerlo, pero el maldito show, y luego yo…
—¡Bella, basta! —La sujeto de los hombros—. Ni se te ocurra culparte por esto.
—Edward tiene razón —dice Emmett—. Además, ahora lo importante es encontrarla. Después verán por qué se fue.
Asiento.
—Sue y Rose y los niños están en casa de ustedes —nos informa Emmett—, por si Mel regresa.
—Y Angie y Ben están recorriendo el barrio —añade Bella.
—Carlisle y Esme también —le digo.
—Lo sé. Hablé con ellos —confirma.
—Estaba pensando en revisar el parque —les comento—. Supuestamente, ahí fue a donde dijo que iría cuando salió.
—De acuerdo. Ustedes dos vayan al parque, y Emmett y yo haremos unas llamadas.
—Está bien.
Bella y yo cruzamos hacia el parque. Ya es de noche. No hay luna, y la única iluminación proviene de las farolas, que dejan sombras oscuras cada pocos metros.
—¡Mel! ¡Mel! —llamamos, pero no hay respuesta. Marcamos a su celular una y otra vez. Hablamos con Rose, con Charlie, pero nadie ha sabido nada de ella. Carlisle dice que fue al cementerio y que no parecía que alguien hubiera estado ahí. Se quedó un rato, pero nada. Ahora anda recorriendo las calles de Brooklyn. Ben y Angie también. Preguntamos a la gente que pasa caminando o trotando si han visto a la chica que Bella les muestra en su celular, pero todos niegan.
No sé cuánto tiempo ha pasado cuando Bella se deja caer en una banca de madera del parque. Agacha la cabeza, pero puedo ver las lágrimas que le corren por la cara.
Mi cabeza y mi pecho laten con desesperación, y me tiemblan las manos. En otra vida, sé perfectamente lo que haría para detener ese temblor.
Le ofrezco mi mano, y ella la toma, se pone de pie y se derrumba en mis brazos, sollozando.
—La vamos a encontrar, mi amor —le susurro, tratando de consolarla, aunque yo mismo estoy muerto de miedo—. La vamos a encontrar. Shhh.
—Todas esas otras estupideces —llora en voz baja, negando con la cabeza—. Eli y Renata y Felix. Todo tan insignificante.
Sé a lo que se refiere.
—Vamos a buscar a tu papá y a esos agentes, y veamos si debemos volver a Brooklyn. Tal vez va de camino a casa —digo, y ni siquiera puedo evitar que la voz me tiemble—. Tal vez ya se dio cuenta de que ahí está segura.
Bella asiente, abatida, pero de pronto, levanta la cabeza de golpe.
—Oh, por Dios —susurra—. Oh, por Dios, donde está segura. Edward —dice, con los ojos marrones brillando—. Sé dónde está.
S & S
La puerta se abre con facilidad, aunque debería estar cerrada con llave. Todas las luces están apagadas. Camino rápidamente hacia el estudio uno, y Bella va justo detrás. Es donde bailaron juntas por primera vez, donde Mel ha aprendido a girar y balancearse, donde pasó la tarde del aniversario de sus padres…
Y donde está acostada en una esquina, a salvo, dormida y hecha un ovillo.
Cuando enciendo la luz, Bella contiene el aliento antes de soltar un fuerte sollozo, y Mel se incorpora de inmediato, al principio desorientada, pero luego nos mira con los ojos muy abiertos.
Y rompe en llanto.
Corro hacia ella, sintiendo cómo me inunda una oleada de alivio, gratitud y desconcierto.
Cuando la alzo, se aferra a mí, tal como solía hacerlo cuando era una niña pequeña, segura y protegida con sus padres, y yo solo estaba de visita. Llora contra mi cuello.
—Estás bien, estás a salvo —respiro, tanto para ella como para mí—. Estás a salvo —repito.
—Lo siento, tío Edward —llora—. Lo siento.
—¿Por qué? —pregunto, con la voz ronca—. ¿Por qué hiciste esto?
Se aparta y me mira con los ojos azules más tristes que he visto en mi vida.
—Los escuché a ti y a la tía Bella la otra noche. Dijiste que nunca quisiste ser papá, y Bella nunca quiso hacerse cargo de mí. Siento haberles complicado tanto las cosas a los dos, pero no tengo a dónde ir. ¡Lo siento!
Siento como si algo me apretara el pecho con fuerza. Me arde la garganta al tragar.
—Mel… —niego con la cabeza, acariciando su mejilla mientras sus lágrimas siguen cayendo—. Pequeña… —mi voz se quiebra—. Solo escuchaste la mitad de nuestra conversación, Mel.
—Pero tú dijiste…
—Sí, dije que no sabía si alguna vez querría tener hijos. Y Bella dijo que no nos estaba buscando el día que llegamos a su vida —ella solloza con más fuerza, y yo le sostengo el mentón entre los dedos—. Pero lo que no escuchaste fue lo que dijimos después. No me oíste decir lo feliz que he estado estos últimos meses contigo, con las dos. Y no escuchaste a Bella decir que te ama con todo su corazón y alma.
Parpadea, sin entender del todo.
»Mel… —paso una mano por su cabello—. Mel, hace mucho, mucho tiempo que no te lo digo, desde que eras más pequeña y mi único trabajo era hacerte reír de vez en cuando y dejarte ver una hora más de tele cuando tus papás me dejaban cuidarte, pero Mel… te amo. —Ella llora con más fuerza, cierra los ojos con fuerza mientras las lágrimas le caen por las mejillas—. Te amo incluso más que entonces, porque aunque siempre serás de tu mamá y de tu papá, ahora también eres mía. También eres mi hija. Y no, nunca pedí esto, Mel. No pedí perder a mi hermano y a tu mamá; nunca pedí hacerme cargo de una chica de trece años, y Bella tampoco. —Le tomo la mano y la pongo sobre mi pecho—, pero si pudieras ver lo que hay aquí dentro, y si hubieras escuchado el resto de esa conversación que no deberías haber estado escuchando —una pequeña sonrisa asoma en su rostro—, entonces verías lo que significas para mí, y habrías escuchado a Bella decir que, aunque no pidió esto, no cambiaría tenerte por nada en el mundo. Mel, fue el amor de Bella por ti lo que nos unió. Si no te hubiera amado tanto como te ama, las cosas entre nosotros nunca hubieran funcionado, porque tú eres mía, tanto como si hubieras nacido así. ¿Lo entiendes?
Asiente lentamente, como si absorbiera cada palabra, y luego vuelve a abrazarme con fuerza.
—Yo también te amo, tío Ed.
Siento a Bella a nuestro lado, y Mel también debe sentirla, porque se suelta de mí de inmediato y se lanza a los brazos de Bella, y ambas rompen en llanto.
—Mel, todo lo que dijo tu tío, no podría haberlo dicho mejor —dice Bella entre risas y sollozos—. Te amo como si fueras mía. Eres mía. Eres nuestra, Mel. —La toma del rostro—. Eres nuestra. —Sonríe entre lágrimas—. Y nosotros somos tuyos. Estás atrapada con nosotros, nena.
Mel ríe.
—Yo también te amo, tía Bella.
Respiro hondo, entrecortadamente, y luego los envuelvo a ambas con mis brazos. Mi familia, y de repente siento que… que podría hacer esto mil veces, mientras las tenga a las dos a mi lado.
Me siento más pleno y feliz de lo que me he sentido en toda mi vida.
—Y estás castigada hasta que cumplas cuarenta.
Mel ríe, pero por primera vez, no me contradice.