ID de la obra: 554

Spin & Sway

Het
NC-17
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 583 páginas, 214.110 palabras, 49 capítulos
Descripción:
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Epílogo 1

Ajustes de texto
Nota de la traductora: En esta traducción, se ha respetado el uso de palabras y expresiones en español que aparecían en el texto original en inglés. Estas palabras forman parte de la identidad cultural de los personajes y contribuyen a enriquecer la narrativa. Dado que Bella y Angie son de ascendencia latina, suelen incluir palabras en español en sus frases. Estas palabras estarán en cursiva. Por favor, tenlo en cuenta al encontrarlas. Canción: Sky Full of Stars de Coldplay Epílogo 1 Bella . Tarareo bajito al ritmo de la melodía que flota en el aire, un ritmo isleño que emana del bar con techo de paja a pocos pasos de distancia. Mis dedos marcan un ritmo ligero sobre las aguas cálidas y cristalinas del Caribe, dibujando círculos mojados con las yemas mientras me recuesto en modo típico de adoradora del sol. Sigo con los ojos cerrados porque, honestamente, el calor aquí es abrasador y medio derretido. Colocamos las sillas de playa justo en el agua para tener algo de alivio del calor mientras pasamos la mañana haciendo… bueno, absolutamente nada. Y está bien, porque estoy bastante adolorida -adolorida de esa manera que hace que me hormiguee la parte baja del vientre y que apriete los muslos mientras imágenes de anoche… y de esta mañana… y de un par de veces entre una y otra revolotean detrás de mis párpados cerrados. El sexo de luna de miel es una locura, en serio. Así que los grandes planes que habíamos preparado con tanto esmero para hoy fueron pospuestos. Las caminatas por el bosque lluvioso, las cuevas y los paseos a caballo tendrán que esperar hasta mañana… o pasado… o para el día después… Sonrío con pereza porque, la verdad, no necesito ni bosques ni cuevas ni caballos. Y cuando escucho una exhalación proveniente de la silla de playa junto a la mía, mi sonrisa se ensancha... hasta que oigo la voz que acompaña esa exhalación. —¿Te dolió? Abro los ojos y los entrecierro detrás de mis gafas oscuras, frunciendo el ceño al mirar al desconocido nativo de la isla sentado en la silla de mi esposo. Mi esposo. —¿Perdón? —Cuando te caíste del cielo, mami, ¿te dolió? Ay, por Dios, ¿de verdad este tipo acaba de decir eso? Mel estaría revolcándose en la arena, muerta de la risa. ¿Ves? Eso es algo que mi esposo nunca hizo: jamás me soltó frases trilladas, y creo que por eso me enamoré de él tan rápido. Bueno, por eso… y por tantas otras cosas. En fin, estoy a punto de decirle al tipo que está sentado en la silla de mi esposo -ya emocionada por tener la oportunidad de decir la palabra «esposo», porque lo juro, usar ese título para Edward es una novedad que jamás se va a desgastar -cuando ese mismo esposo se encarga del asunto él mismo. —Oye, amigo, ¿te importa dejar mi silla? Esa es mi esposa. ¿Escuchaste cómo dijo esposa? La intensidad, el énfasis extra que le puso, como si la palabra le supiera a gloria. Lo juro, escucharlo decir eso me revuelve el estómago de felicidad. Es otra cosa que jamás va a dejar de gustarme. En un inglés con acento marcado, mi amiguito isleño se disculpa por la intrusión y desocupa la silla de mi esposo. La de mi esposo. Y ahora mi esposo se sienta al borde de su silla de playa y me entrega mi Piña Colada virgen -porque no puedes venir a este paraíso isleño y no tomarte una Piña Colada. Le devuelvo una sonrisa, levantando mis gafas de sol por encima de mi cabeza y bebiendo con aire coqueto a través del pitillo mientras él sacude la cabeza, con esos ojos verdes brillantes recorriendo de arriba abajo mi cuerpo enfundado en bikini. Y mis ojos también recorren su ser enfundado en pantalones cortos azules de playa: hombros fuertes y brazos marcados por el trabajo duro, ese pecho perfecto y desnudo, los abdominales firmes y esas piernas poderosas. —Señora Cullen, señora Cullen. —Su tono es de reproche, pero en esos ojos puedo ver claramente lo que quiere… otra vez. Ha tenido tres nombres para mí desde que nos casamos hace un par de días: Esposita, señora Cullen y, por supuesto, ese jadeante Bella que usa cuando termina, gimiendo y gruñendo con esos sonidos hermosos suyos. —Fuiste tú quien me dijo que trajera muchos trajes de baño diminutos —le recuerdo. Sonríe de lado. —Debí haberte llevado a Alaska. —A mí me habría parecido perfecto. —Me río. Y lo habría sido. Pero esto… esta isla… no la visitaba desde que era más joven que Mel, y estoy entusiasmada con la promesa de ir a ver a mi abuela mañana. Estamos alojados en la parte noroeste de la isla, en un lugar que nunca había conocido y que resulta ser el pequeño pueblo turístico que me dio mi nombre: Isabela, un paraíso dentro del paraíso. Semanas de planificación resultaron en una verdadera sorpresa. Edward logró mantener a toda nuestra familia y amigos con la boca cerrada -aunque sospechaba que el destino era la isla, con tantas pistas de trajes de baño y protector solar sin mencionar los susurros en rincones entre Edward y Angie; sin embargo, este pequeño pedazo de Edén, no lo vi venir. Estoy tan llena de amor y gratitud que siento que voy a estallar. Él sonríe ante mi respuesta, pero creo que también está viendo a través de mí, y eso ya no me asusta como al principio de nuestra relación. Edward me conoce de una forma en la que ningún hombre me conoció antes, y ningún otro me conocerá jamás. Sí, siempre habrá más por descubrir en ambos, pero nos aceptamos tal y como somos, con defectos y todo, y lo amo aún más por eso. Me mira con esos ojos llenos de adoración, y luego se inclina para presionar sus labios suaves contra los míos, acariciando mi mandíbula, tirando con delicadeza de mi labio inferior y luego alternando con el superior. Sabe a Pepsi y menta. Mi mente le envía señales a mis papilas gustativas, recordándoles la menta y cigarrillos hace unos meses, y por una fracción de segundo, extraño ese sabor. Pero no ha fumado desde mayo, y está más sano, y aunque estar sin cigarrillos ni licor no garantiza nada, quiero que esté conmigo hasta el final de mis días. —¿Cuánto más quieres quedarte en esta playa caliente y pegajosa? —su voz es baja y ronca, y aunque estoy adolorida, lo deseo tanto que empiezo a latir de otra forma completamente distinta. Justo a nuestro lado, un par de chicas pasan caminando, riéndose y claramente echándole el ojo a mi esposo con su espalda tatuada y tonificada a la vista, pero sus ojos nunca se apartan de los míos. —Una hora más o algo así. —Mi voz es tan baja y necesitada como la suya. Después de todo, es nuestra luna de miel. Por los próximos días, nadie más existe en esta isla excepto él y yo—. Luego podemos volver a la villa y… relajarnos. —Mmm —asiente, con los párpados pesados enmarcando esos ojos que ya se vuelven más verdes con el sol—. Podemos relajarnos… o puedo lamer y morder cada centímetro de piel debajo de esa excusa de traje de baño. Cierro los ojos y dejo escapar un gemido bajito, sonriendo mientras lo escucho reír con orgullo. S & S Un par de horas después, estamos suspirando y respirando agitadamente, esperando que nuestras pulsaciones regresen a la normalidad. Mi cabeza reposa sobre el pecho duro y sudoroso de mi esposo, y nuestras piernas están enredadas sobre el colchón suave como una nube. Las cortinas de nuestra cama con dosel están recogidas, dejando que entre la brisa suave de la tarde a través de las ventanas abiertas. El ventilador de techo de madera nos regala más aire fresco con olor a playa, y mientras observo las palmas afuera de nuestra puerta, sus ramas verdes meciéndose con la brisa de la tarde, de un lado a otro, literalmente siento que estoy en el cielo. Edward pasa sus dedos por todo el largo de mi cabello, adormeciéndome en un estado de semiconsciencia dichosa, su mandíbula rascando suavemente mi mejilla, mientras su otra mano acaricia mi trasero. —Dime qué quieres hacer el resto de la tarde, esposita. —Mmm, más de esto —las palabras salen arrastradas, perezosas, y me pregunto si siquiera me entendió. Pero él suelta una risita baja, la mano en mi trasero deslizándose por mi cadera y luego acariciando con ternura el recientemente depilado y sensible punto entre mis piernas. —¿Más de esto, eh? Empiezo a preocuparme de haberte dejado sin fuerzas en los primeros días de nuestra luna de miel, nena. Necesitas poder caminar si vamos a visitar esos bosques tropicales y montar esos caballos. Levanto la cabeza para mirarlo. La mitad de su boca está curvada en una sonrisa. —Prefiero montarte a ti antes que a un caballo, cualquier día. Él suelta una carcajada fuerte, tan feliz y despreocupado que me hace suspirar de forma desigual mientras lo miro. Su pulgar acaricia mis labios. —Isabella Maria Cullen, eres insaciable. S & S Descansamos el resto de la tarde. El resort tiene un restaurante justo en la playa, y descalzos cenamos ceviche de pescado y plátanos fritos. A la mañana siguiente, manejamos hacia el centro de la isla hasta llegar a Ponce para ver a mi abuela. Edward planeó esta visita también, con ayuda de Angie para superar la barrera del idioma. Han pasado trece años, toda la vida de Mel, desde la última vez que vi a mi abuela, y está tan emocionada como yo. Me habla en su español pausado y relajado, y yo respondo lo mejor que puedo. Era mejor en esto cuando era más joven, cuando solía venir de visita un par de semanas cada año, pero estoy fuera de práctica. Así que, aunque nos cuesta un poco, nos reímos y nos abrazamos porque vamos a aprovechar al máximo nuestro reencuentro, y me imagino dentro de unos años –cinco, seis, o siete– con un niño pelirrojo de tres años sobre mis rodillas, enseñándole todo el español que planeo aprender de aquí a entonces. Hablando de cabello cobrizo, la abuela adora a Edward. En serio, lo adora. —Pero mira qué chulo —dice cuando se lo presento, y le lanza una mirada pícara, haciendo que el rostro ya enrojecido por el sol caribeño de mi esposo se torne aún más rojo. —Este blanquito tuyo 'tá más chulo que el blanquito de tu mai. Me suelto en carcajadas ruidosas. Y no quiero avergonzar más a mi blanquito, así que dejo la traducción para después. Pero a él le encanta la atención. Ella lo consiente durante toda la visita. Más tarde, unos primos lejanos míos pasan a saludar, y la abuela nos prepara arroz con garbanzos y pernil al horno, y Edward se chupa los dedos de lo delicioso que está. Mi abuela lo robaría si pudiera. Le cuento todo sobre mi niña, Mel, y le muestro fotos con el mismo orgullo de una cuidadora, de una madre, porque eso es lo que soy. Y hablando de padres orgullosos, la abuela les ha contado a todos mis primos que soy una bailarina famosa en New York, y Edward perpetúa el mito insistiendo en que traduzca la historia de cómo terminé como protagonista, y cómo en otoño seré la estrella de una producción aún más grande fuera de Broadway. Así que, recordando cuánto me gustaba bailar, mis primos han traído sus instrumentos. Tocan timbales, campanas, congas, y todos bailamos hasta entrada la noche. Como estamos a medio camino del Bosque Nacional, pasamos la noche en el sofá cama de la abuela, y antes de irnos a la mañana siguiente, me hace prometer que volveremos a visitarla y me dice que no suelte nunca a mi blanquito, y yo le aseguro que sí, volveremos… y que nunca lo voy a soltar. S & S Pasamos el día en el Bosque Nacional El Yunque (19), haciendo caminatas y explorando, lanzándonos a frías cascadas donde Edward aprovecha para tocar un poco. Anoche no hubo sexo por la forma en que dormimos, y ahora que tuvimos ese descanso -el cual garantiza que podré caminar el resto de la luna de miel-, Edward y yo estamos más que listos para dejarme adolorida otra vez. Es medianoche cuando regresamos a nuestra villa en Isabela. Caemos sobre la cama, rodando de un lado al otro, él encima, luego yo encima. De alguna manera, golpeamos el control remoto y encendemos el televisor, pero estamos tan calientes y necesitados que ninguno de los dos suelta al otro lo suficiente como para apagarlo. Luego se cae de la cama y golpea en alguna parte, pero no hay forma en el infierno de que vayamos a buscarlo ahora, así que tendremos sexo con el canal de cable que el resort les proporciona a sus mayormente clientes del noreste, que quieren mantenerse al tanto de lo que sucede en casa. Mientras Edward me quita la pequeña camiseta de tirantes y desata la parte superior de mi bikini, yo me concentro en bajarle el pantalón corto algo húmedo aún. Él envuelve sus labios alrededor de un pezón y veo estrellas. Ni siquiera puedo terminar de bajarle los pantalones, así que se quedan enredados en sus muslos mientras yo envuelvo una mano en su erección dura, bombeándolo con ansiedad, ya imaginando la plenitud que sentiré cuando esté profundamente dentro de mí… El nombre mencionado de repente en la pantalla hace que me detenga a mitad del movimiento. Edward también lo escucha. Deja de acariciar mis pechos mientras yo presto atención a la noticia en español. Desafortunadamente, él no entiende ni una palabra, y aparte del nombre y las imágenes que están mostrando, tendrá que esperar mi traducción. —Bella, ¿qué están diciendo? Levanto una mano para indicarle que espere. Cuando el presentador termina, ahora tengo la mano cubriéndome la boca. —Creo que más o menos entendí por las imágenes, pero ¿puedes llenarme los huecos, por favor? —dice Edward. —Eli… —respondo finalmente—. Al parecer él y el gerente de proyecto que usó para sus últimos edificios tomaron algunos atajos con los materiales y las medidas de seguridad. Hubo un colapso hace un par de días. Nadie salió herido, gracias a Dios, pero ahora tiene problemas con varios departamentos de la ciudad y con inversionistas. Probablemente lo demanden. —Oh, mierda —susurra, alargando la última palabra. —Sí. Nos miramos. —Gracias a Dios que Charlie y todos sus amigos dejaron de trabajar con él. —Sí —repito. Un escalofrío me recorre al pensar que hace menos de un año, él y mi papá seguían siendo buenos amigos, que él y yo teníamos un negocio juntos, y que Edward trabajaba para él. Edward me acaricia la mejilla. —¿Estás bien? Asiento lentamente, porque lo estoy. Estoy más que bien. Suelto a Edward y busco por la cama, debajo y detrás de la mesita de noche hasta que veo el control remoto plateado. Lo agarro y apago el televisor. Me arrastro de nuevo por la cama hacia Edward, hacia mi esposo. —¿En qué estábamos? —Te voy a mostrar exactamente en qué estábamos. Me empuja contra el colchón y me sujeta los brazos por encima de la cabeza, haciéndome reír toda tontamente enamorada-en-mi-luna-de-miel. Cambiando ambas manos a una sola, me baja mis shortcitos playeros (20), y yo le empujo su pantaloneta de baño con los pies, y sin más preámbulos, se hunde dentro de mí, llenándome, y todo lo demás queda olvidado. Somos un torbellino de gemidos y suspiros, de embestidas que empujan y halan. Me da la vuelta, me separa las piernas y desliza un brazo bajo mi cintura para levantarme de rodillas. —Agárrate del cabecero. Obedezco mientras mi corazón late con adrenalina, y cuando se arrodilla detrás de mí y se adentra de nuevo, echo la cabeza hacia atrás y grito. Sus embestidas son rápidas y fuertes, sus caderas chocan contra mi trasero, su pecho duro contra mi espalda. El colchón blando rebota, y en el fondo se escucha el oleaje del mar mientras él se aferra al cabecero y me encierra, moviendo las caderas sin piedad, y cuando llego al clímax, aprieto mis músculos a su alrededor, y él gruñe contra mi cuello y se tensa. Caemos de nuevo sobre el colchón, jadeando, luego respirando normal, luego más suave, y nos quedamos dormidos envueltos el uno en el otro. S & S Al día siguiente, hacemos el paseo a caballo, y después de eso, ya he tenido suficiente de explorar la isla. Mi esposo planeó y financió estas vacaciones él solo, y nos consiguió cinco hermosos días en el paraíso. Cuando regresemos a New York, seguirá siendo un paraíso con él, pero esto de aquí, este momento, es una capa extra especial del Edén, y quiero pasar lo que queda con él y para él. Hablamos sobre traer a Mel con nosotros la próxima vez y recorrer todos los lugares a los que no iremos en esta ocasión, y queda decidido: no más exploraciones. Así que caminamos tomados de la mano a lo largo de la franja de playa frente a nuestra villa. Las estrellas brillantes cubren el cielo nocturno, iluminando la oscuridad. El anfibio oficial de la isla, el diminuto coquí, canta la melodía de dos sílabas que le da su nombre mientras Edward y yo conversamos, reímos y hacemos planes mientras chapoteamos en la orilla, dejando que la marea suave persiga nuestros pies arriba y abajo por la arena. El calor y la humedad no han disminuido a pesar de que el sol ya se fue, así que me adentro más y más en el agua para refrescarme, riéndome mientras Edward me sigue. La luz de la luna se refleja en sus vibrantes ojos verdes, haciéndolos brillar con picardía. Le salpico agua, jugando juegos que sé que llevarán a otros juegos. Él me devuelve la salpicada, y cuando ya estoy hasta el pecho, salto sobre él, rodeándole el cuello con los brazos y flotando contra su cuerpo fuerte y firme. —Te amo, señor Cullen. Él sonríe de lado. —Te amo, señora Cullen. A lo lejos, en la orilla, suena música. Quizás es ahí donde está todo el mundo esta noche, pero Edward y yo… estamos en el mejor lugar. Edward me mira a los ojos y baja la boca hasta la mía, nuestras lenguas giran cálidas y húmedas. Mi estómago se enrosca, mis muslos se tensan, y sé que él siempre me hará sentir así: esta anticipación embriagadora, este amor, este deseo, esta necesidad. Me sostiene mirando hacia la orilla, con la espalda hacia el vasto mar Caribe, y acaricia mi trasero bajo el agua. Nos besamos y gemimos, y siento cuánto me desea. Visualizo nuestra habitación en casa: esas ventanas desde las que vemos todo, y nada ni nadie nos ve a nosotros. —Hazme el amor aquí —susurro, pegándome más a él. —¿Estás segura? —Su voz es temblorosa, sus ojos negros, predadores. Asiento, la punta de mi lengua rozando la suya, moviéndome contra él, arriba y abajo, arriba y abajo, a lo largo de su longitud. —Nadie puede vernos. Él asiente, y sin pensarlo demasiado, envuelve un brazo alrededor de mi cintura, ayudándome a flotar contra él, y luego hunde la mano bajo el agua, apartando la parte de abajo de mi bikini y deslizándose dentro de mí. Pequeños gruñidos surgen desde lo más profundo de su garganta. Mis ojos se cierran, y presiono mi boca contra la suya para silenciar mis gemidos, abrazándome tan fuerte a él que puedo sentir su corazón latiendo junto al mío. Apoya sus palmas abiertas contra mi trasero y empuja profundo, y yo enrosco las piernas alrededor de su cintura. Nuestro vaivén bajo el agua provoca pequeñas ondas en el océano, y ese sonido, la emoción, lo ligeramente prohibido de hacer el amor aquí, lo intensifica todo. Solo hacen falta unas pocas embestidas suyas para que explote en una avalancha de sensaciones. Mi cabeza da vueltas, y todo lo que veo es a Edward a mi alrededor, dentro de mí, fuera de mí, y dentro de mi alma. Él está en todas partes. Él es todo. Presiono los talones contra su trasero, aferrándome a él lo más profundo que puedo y le muerdo el labio inferior mientras llego al clímax, y unos segundos después, él me mantiene quieta mientras siento cómo se derrama dentro de mí. Y luego simplemente… nos abrazamos, y él nos mece de un lado a otro, girando en el agua, tarareando una melodía que no reconozco. —Te amo… siempre. —Te amo… por siempre. S & S (19) El Bosque Nacional El Yunque o simplemente El Yunque (antes llamado Bosque Nacional del Caribe) es un parque nacional localizado en Puerto Rico y es el único bosque lluvioso tropical en el sistema nacional de bosques de los Estados Unidos, aunque no pertenece a su territorio. Es uno de los lugares conocidos más lluviosos del mundo. Es también un lugar turístico, el cual es muy visitado, admirado y protegido por los ciudadanos de la isla. (20) La autora usó la expresión "my island Daisy Dukes" mezclando dos ideas: Los Daisy Dukes en referencia a los shorts de mezclilla muy cortos, popularizados por el personaje Daisy Duke de The Dukes of Hazzard. En español latino, comúnmente se traduce como shorts cortitos, shortcitos o shorts de mezclilla muy cortos. Y antepone el "my island": haciendo alusión a que están en el Caribe y sugiere un estilo relajado y sexy acorde al clima. S&S *Palabras originalmente en español* Abuela Pero mira qué chulo Este blanquito tuyo 'tá más chulo que el blanquito de tu mai. Nota de la autora: ¿Qué piensas? Esta escena final…algunos dirán que no es posible, no en una playa de PR. Hay demasiada gente alrededor y nunca tendrás un momento en el que ustedes dos sean los únicos en el agua. Pero... cuando las estrellas se alinean perfectamente y la providencia te sonríe y no hay NADIE más en el agua excepto tú y tu amor, es muy posible. Confía en mí. ;) Y para aquellos que estén más familiarizados con la geografía, les pido disculpas si me equivoqué. Ha pasado un tiempo desde que estuve allí. (Aunque desafortunadamente nunca he estado en Isabela).
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