Toma del futuro 2
22 de octubre de 2025, 10:37
Toma del futuro
Parte 2
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La prueba de embarazo casera esta mañana tardó treinta segundos… treinta segundos que se sintieron como una eternidad mientras observaba cómo la ventanita pasaba de transparente a azul, confirmando que, efectivamente, estoy esperando un bebé.
Estos quince minutos en el taxi se sienten como quince millones de veces más largos que eso.
Ya lo están llevando a cirugía.
Una vez sola en el taxi, mi primer impulso es llamar a Mel, pero está en medio de sus clases en este momento, y no quiero preocuparla hasta no tener información más certera.
Ya lo están llevando a cirugía.
Cirugía. Cirugía implica anestesia. Me descubro preguntándome si alguien le mencionó al anestesiólogo lo de la adicción de Edward. No tengo claro cómo podría eso afectarlo, y entonces me insulto en voz alta por no saberlo y luego más fuerte aún por preocuparme por algo tan estúpido justo ahora. Todo ese monólogo me gana una mirada rara del taxista a través del espejo retrovisor, pero carajo, son cosas que ya debería saber… por si algún día a Edward se le da por caerse de un maldito andamio.
En vez de eso, llamo a Carlisle. Con los años, se ha convertido más en una figura paterna para Edward que solo su padrino de recuperación. Carlisle quiere reunirse conmigo en el hospital, pero como psicólogo, tiene citas que atender. Lo convenzo de esperar a que yo lo llame con alguna novedad.
El taxi por fin se detiene frente a la entrada de Urgencias. Le tiro un par de billetes de veinte al conductor y salgo corriendo. Los tirantes del vestido de dama de honor se me resbalan de los hombros, amenazando con dejarme al descubierto frente a los presentes mientras atravieso las puertas corredizas automáticas.
—Edward Cullen —digo sin aliento al llegar al mostrador de información—. Tuvo un accidente en un andamio y lo trajeron hace como una hora, ¿sabe algo?
El recepcionista teclea mientras yo tamborileo con los nudillos impacientemente sobre el mostrador.
—Sí, ya… está en el edificio principal, en el… —Cuando levanta la mirada, una sonrisa enorme se le dibuja en el rostro—. Espere un momento, ¿usted no hace de María en esa obra de Broadway sobre las pandillas rivales? Fui con mi novia la semana pasada y…
—¿Qué piso? —grito.
—Ah, perdón. Quinto piso, cirugía.
Tal vez dice algo más, y estoy bastante segura de que les regalé un buen vistazo a varios presentes cuando el vestido terminó de bajarse por mis hombros, pero ya estoy corriendo otra vez, y no tengo tiempo para preocuparme por mostrar más piel de lo socialmente aceptable.
S & S
Al llegar al quinto piso, veo a mi papá y a Emmett apoyados contra la pared, justo frente a un par de filas de sillas rosadas de plástico de la sala de espera.
—¡Bells!
Charlie y yo nos encontramos a mitad de camino, y él frena mi carrera tomándome de los hombros.
—¿Cómo está Edward?
—Acaban de sacarlo de cirugía y lo están instalando en su habitación. Estamos esperando a que el doctor…
Justo en ese momento, un tipo alto con uniforme azul sale de una de las habitaciones del pasillo y camina hacia nosotros.
Me lanzo hacia él y le digo con la voz áspera:
—Doctor, soy la esposa de Edward Cullen. ¿Puede decirme, por favor, qué está pasando?
El doctor me explica que Edward sufrió una dislocación severa del hombro y se desgarró algunos ligamentos, pero que el pronóstico para una recuperación total y el uso completo del brazo es excelente. Tendrá que quedarse en el hospital al menos esta noche, y luego serán de ocho a doce semanas de recuperación, incluyendo fisioterapia. En resumen, me dice que Edward tuvo mucha suerte de no haberse lastimado peor.
—Doctor, Edward es alcohólico. Lleva más de cinco años sobrio, pero me preguntaba si eso tiene alguna relevancia respecto a cómo podría afectarle la anestesia.
—Su padre ya me lo había informado, pero como le dije, los beneficios de administrarle anestesia superan por mucho la probabilidad de que tenga alguna consecuencia negativa. En el mejor de los casos, se recuperará como cualquier otro paciente. En el peor, puede que esté un poco más aturdido de lo normal y que le tome algo más de tiempo eliminar los efectos. Pero es fuerte y goza de buena salud. No preveo ningún inconveniente con una recuperación rápida, tanto de la anestesia como de la cirugía.
Suelto un largo suspiro, profundo y prolongado, lleno de alivio.
—¿Puedo verlo?
—Las enfermeras lo están acomodando ahora mismo —responde el doctor—. Tan pronto todo esté en orden, por supuesto que puedes entrar a verlo, pero tenga en cuenta que todavía está dormido, y cuando despierte, probablemente estará un poco aturdido. Ese estado puede durarle unos minutos… o unas horas.
Después de agradecerle al doctor, por fin, por fin, me dejo caer en una de las sillas rosadas de plástico, sintiendo cómo la sangre vuelve a circular por mi cuerpo. Desde que me enteré del accidente de Edward, me había sentido aturdida, casi inexistente, como si mi cuerpo estuviera suspendido en un lugar desconocido hasta recibir la certeza de que él iba a estar bien.
Emmett y Charlie se mantienen cerca, preguntándome si necesito algo, carraspeando y evitando mirarme directamente a los ojos.
—Gracias a los dos por estar ahí y traerlo al hospital tan rápido.
Emmett se deja caer en la silla a mi lado. Se le ve sucio y agotado, pero casi tan aliviado como yo.
—Pensé que me ibas a matar. Como están las cosas, Rose está hecha un manojo de nervios en casa. La única razón por la que no está aquí es porque no tiene con quién dejar al bebé.
Sonrío con suavidad.
—Ve, llámala y dile que su hermano va a estar bien.
Cuando se aleja sacando el celular del bolsillo, mi papá toma su lugar junto a mí.
—Emmett no bromeaba. Todo el camino hasta acá no paraba de repetir: «Bella me va a matar. Bella me va a matar».
Suelto una risa baja.
—Primero que todo, Edward va a estar bien, así que no necesito matar a nadie. Segundo… —respiro profundo—, él es un adulto. Ninguno de ustedes tiene que responder por sus decisiones.
Y con esa frase, el alivio inmenso que sentía por saber que Edward está fuera de peligro se transforma, aunque sea un poquito, en pura indignación.
»¿Por qué hizo algo tan estúpido?
—Bueno… ya lo había hecho antes…
—¡¿Qué?!
—Lo sé, lo sé. Ya le había advertido, pero… es tan bueno allá arriba que supongo que nos confiamos. —Suspira—. Créeme, no volverá a pasar.
—Más le vale que no. —Frunzo el ceño.
Ya más tranquila, llamo a Carlisle, quien me promete pasar con Esme en cuanto termine su jornada. Y ahora, mejor preparada para las preguntas, por fin llamo a Mel.
—¿Estás segura de que va a estar bien? —pregunta apenas termino de contarle lo que pasó, y se me encoge el corazón al oír el miedo sin filtros en su voz.
—Va a estar bien —le aseguro—. La cirugía salió bien. El doctor dice que necesitará un par de meses para recuperarse, pero estará perfectamente.
—Dios mío —susurra, y puedo oír las lágrimas en su voz—. Dios mío…
—Mel, cariño, te lo prometo: va a estar bien —repito suavemente—. Tu tío es fuerte como un buey. Y terco también, para qué te voy a mentir —murmuro en voz baja.
Pero me oye, y a pesar del miedo, se ríe.
—Estaré allá en veinte minutos.
—Mel, termina tu jornada de clases. Estás en tu último año, y necesitas estar al día. Además, necesito que tú y Angie se encarguen de las clases de esta tarde por mí. ¿Y puedes llamar a Jake y preguntarle si puede llegar un poco antes al estudio? Las visitas son hasta las nueve. Puedes venir después de que el estudio cierre.
No responde de inmediato.
—¿Estás segura de que no debería ir ya?
—Sí, Mel. No necesitas pasar horas y horas en un hospital viendo a tu tío dormir bajo los efectos de la anestesia.
Además, me puedo imaginar los recuerdos que todo esto debe estar removiendo, y no quiero hacer que sea más difícil de lo necesario para ella.
»Si fuera algo serio, te estaría diciendo que vinieras de inmediato, Mel.
Escucho cómo suelta un suspiro audible de alivio.
—Está bien, tía Bella. Confío en ti. Entonces te veo más tarde esta noche. Y no te preocupes por el estudio. Yo me encargo.
—Lo sé. Yo también confío en ti.
—Y cuando el tío Edward despierte, dile que… dile que lo amo. Y que a ti también te amo.
Le faltan unos meses para cumplir los dieciocho. Hasta ahora, sus mayores preocupaciones habían sido inscribirse en los cursos de verano que tomará en Juilliard antes de comenzar allí en otoño, y planear su vestuario para las dos semanas que pasará en Puerto Rico, el regalo de graduación que Edward y yo le estamos dando. Y aunque es muy expresiva cuando baila y en sus acciones, es muy parecida a su tío cuando se trata de expresar sus sentimientos con palabras: no se le da con facilidad.
Así que solo puedo imaginar cuánto necesitaba decir esas palabras hoy.
—Yo también te amo, Mellie.
S & S
Cuando la enfermera finalmente viene a buscarme, me conduce a una habitación pequeña donde las luces están atenuadas y los únicos sonidos que se escuchan son el zumbido tenue del suero conectado al brazo de Edward y las voces apagadas que llegan desde la estación de enfermería al final del pasillo.
En los últimos minutos he estado oscilando entre sentirme aliviada porque Edward está bien y molesta por la estupidez del riesgo que tomó. Pero en el momento en que lo veo, cuando por fin mis ojos se posan sobre él, un torrente de alivio, alegría y amor puro y absoluto me inunda, y ya no queda espacio para ninguna duda.
Está acostado en la cama del hospital, con los ojos cerrados y el hombro envuelto en lo que parecen kilómetros de vendas blancas y suaves. El otro hombro está descubierto: piel firme, musculosa, que me recuerda la fuerza que hay bajo esas vendas. Su cabello ha sido peinado hacia atrás, haciéndolo parecer más joven que sus treinta y tres años y mucho más inocente de lo que sé que es.
Me siento en la silla junto a su cama, deslizándola silenciosamente para poder ver cómo sube y baja su pecho bajo las sábanas finas que lo cubren. Cuando alargo la mano y rozo con los nudillos su mejilla cálida y con barba incipiente, sus ojos se abren lentamente. Solo tarda un segundo en notarse que están desenfocados y vidriosos. Tres segundos después, vuelve a cerrarlos.
—¿Cómo te sientes? —susurro, aunque no estoy segura de si me escucha o, en ese caso, si podrá entenderme.
—Como la mierda —responde.
A pesar de la grosería y de su voz ronca, jamás me ha sonado tan hermoso.
—El doctor dice que vas a estar bien.
Guarda silencio. Asumo que ya se volvió a dormir.
—Nena… —dice con voz arrastrada, alargando la palabra, los ojos aún cerrados. Se lame los labios y yo, por reflejo, busco la jarra de agua en la mesa de su lado, junto con los vasitos desechables. Pero me han dado instrucciones de no darle líquidos hasta que la anestesia haya pasado del todo.
—Estás aquí. —Sonríe perezosamente—. No dejaba de verte… cada vez que cerraba los ojos, te veía… te amo… tanto…
—Por supuesto que estoy aquí, Edward. —Hago una pausa—. Y lo que hiciste hoy no suena a algo que haría un hombre enamorado; más bien suena a la acción desesperada de un hombre queriendo salir de un matrimonio infeliz.
Quiero darme una bofetada en cuanto las palabras salen de mi boca, pero Edward simplemente se ríe débilmente.
—Fue una idiotez, sí… —balbucea con la voz pastosa.
Se queda en silencio otra vez.
—Edward… —suspiro, pasándole los dedos por su espeso cabello cobrizo—. No sé qué haría si te perdiera.
—No voy a ningún lado —responde con una sonrisita débil—. Estás atrapada conmigo, nena. No pienso dejarte todavía.
—No serías solo a mí a quien dejarías.
Y otra vez, quiero taparme la boca con la mano. ¿Por qué le reprocho esto ahora -AHORA, cuando acaba de salir de cirugía y claramente no está del todo consciente? Pero en mi mente me veo a mí misma amamantando a un bebé en una cama vacía, y a Mel sentándose a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro, triste.
—No las voy a dejar a ti ni a Mel —dice, como si me leyera la mente—. Ustedes son mis chicas.
A pesar de las ganas casi imposibles de resistir, no le digo las palabras que me hierven en la garganta, no le revelo que no seríamos solo Mel y yo. No todavía. Este no es el momento.
Edward abre los ojos, vidriosos y desorientados, intentando enfocarme.
—¿Qué? —pregunta.
—¿Qué de qué? —respondo.
Se ríe, y vuelve a cerrar los ojos.
—Carajo, estoy mareado… y tú… tú estás con los labios apretados, como hacía Rose cuando quería esconder algo.
—¿De qué hablas? —pregunto, aunque mi voz tiembla, culpable.
Edward abre un ojo, pero por más que intenta enfocar, sus ojos se cruzan, obligándolo a cerrarlos de nuevo.
Aun así, la mitad de su boca se curva en una de sus típicas medias sonrisas.
—Te veo doble —se burla—. Dos de las mujeres más hermosas y sexys del mundo. Eso sí que sería algo. Eres tan jodidamente hermosa, ¿sabes eso? Eres mi bailarina sexy. ¿Vas a bailar para mí, Bailarina Sexy?
Definitivamente sigue drogado.
—No ahora mismo —murmuro, sonriendo mientras le acaricio el rostro—. El doctor dice que la anestesia tardará un par de horas más en salir del todo de tu sistema.
—Bella, estoy borracho —dice sonriendo.
—No estás borracho, Edward. Es la anestesia.
—Te juro, nena, que les dije que no me la dieran.
—Edward, necesitabas cirugía. Claro que tenían que dártela. Hablé con el doctor, y me dijo que estarás bien en cuanto se te pase.
Con su brazo sano, levanta la mano y aprieta la mía, la que tengo en su mejilla. A pesar de todo, su agarre es firme y fuerte.
—Quédate conmigo, Bella. Mi perfecta Bella. Eres mi esposa… mi vida.
—Me quedaré, Edward. No voy a ningún lado. Mel vendrá dentro de un rato también.
Sonríe con pereza.
—Mi Mellie, Mel. Mi… niña.
—Duerme, amor. Estoy aquí contigo.
—¿Y después me vas a decir qué estás escondiendo?
No puedo evitar reírme.
—No estoy escondiendo nada.
Abre un ojo.
—Bella, estoy drogado, no muerto —dice, y luego se ríe.
Yo también suelto una risa, pero él ya no dice nada más… porque ahora sí se ha quedado dormido.