ID de la obra: 554

Spin & Sway

Het
NC-17
En progreso
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 583 páginas, 214.110 palabras, 49 capítulos
Descripción:
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Toma del futuro 3

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Toma del futuro Parte 3 . Rose llega un poco más tarde. Sue está cuidando al bebé, así que tiene más o menos noventa minutos antes de tener que regresar a casa para amamantar al pequeño Emmett Junior. Edward duerme durante toda su visita, y cuando se va, aliviada de ver que su hermano en efecto va a sobrevivir, le prometo mantenerla al tanto. Edward sí se despierta cuando llega Mel, pero todavía está algo atontado y vuelve a dormirse en menos de diez minutos. Mientras descansa, Mel y yo nos quedamos justo afuera de su habitación, hablando de su estado medio desorientado. —Vaya, ¡la anestesia sí que le pasó factura! —dice Mel. —Sí, bastante. Pero va a estar bien. —¡Ugh, es un idiota! Aparentemente, los sentimientos tiernos hacia su tío ya se le pasaron. —Mel. —Perdón, no quiero sonar irrespetuosa, pero ¡pudo haber muerto! —Bueno, mejor demos gracias a Dios porque no fue así, ¿te parece? Y esperemos que se dé cuenta de lo estúpido de lo que hizo. —¿Tú crees que lo va a entender? —pregunta, alzando una ceja con escepticismo—. Ya sabes cómo puede ser el tío Edward. —Fue difícil hablar con él con coherencia mientras estuvo despierto, pero sí, creo que sí lo va a entender. Carlisle y Esme son los siguientes en llegar, pero Edward también se los pierde porque no se despierta sino mucho después, cuando ya terminó el horario de visitas y solo puede quedarse su esposa. Para entonces, está mucho más lúcido; aunque por la forma en que se estremece, frunce el ceño y cierra los ojos cada pocos segundos, también está con mucho dolor. —¿Quieres que le pida algo a las enfermeras para el dolor? —pregunto. Niega con la cabeza, terco. —No. Estoy bien. —Pero si necesitas un analgésico... —Estoy bien, Bella —responde con un tono que no deja espacio a discusión. De hecho, después de lo relajado que estaba bajo los efectos de la anestesia, ha despertado hecho un jodido cascarrabias. —Te perdiste las visitas de todos. —Vi a Mel, y aparte de ti, no hay nadie más que quiera ver. El doctor llega eventualmente y habla con Edward y conmigo sobre el procedimiento y sobre lo que requerirá su recuperación. Durante toda la conversación, Edward lo observa con desconfianza. —¿Cuándo puedo irme a casa? —pregunta apenas el doctor termina. —Posiblemente mañana, tal vez pasado. Ya veremos. —¿Y cuándo puedo volver al trabajo? —No por lo menos en un par de meses, señor Cullen. Edward niega con la cabeza. —Eso no es una opción. —Edward... —No —dice tajante—. Tal vez pueda quedarme en casa una o dos semanas, pero... —Señor Cullen —interviene el doctor—, ha tenido una dislocación severa del hombro, además de ligamentos desgarrados. Tiene que dejar que eso sane. Si intenta forzarlo antes de tiempo, terminará con daño permanente. —Tengo que trabajar. —Lo que tienes que hacer es permitir que ese hombro se recupere —digo, intentando mantener mi propio temperamento bajo control—. Entre nuestros ahorros y el estudio, podemos permitirnos que te tomes el tiempo que necesites. Me lanza una mirada como si acabara de traicionarlo. »Además —agrego, tratando de sonar más dulce—, eso nos dará más tiempo juntos.   S & S   Apenas llevamos tres días del reposo médico de dos meses que le recetaron a Edward, y ya estoy a punto de matarlo. Si hubiera un modelo perfecto para representar al hombre más ácido, malhumorado, gruñón e ingrato del planeta, Edward saldría en el afiche. Insiste en que tiene que volver al trabajo, que no se siente bien que yo lo mantenga estos próximos meses. Yo lo llamo un macho chauvinista. —Así mismo —responde, como si fuera un halago. De más está decir que no ha estado de humor para enterarse de que va a ser papá... y yo tampoco he estado de humor para contárselo. —¿Y qué pasa con Mel? —se queja una mañana. Estamos sentados en la cama y yo estoy arrodillada detrás de él, masajeándole el cuello y el hombro bueno, a ver si con un poco de cariño se le baja el malgenio, pero sigue quejándose sin parar. Lo siento tenso, rígido, y aunque normalmente tocar y apretar sus músculos fuertes y definidos es una experiencia sensual y deliciosa, en este momento solo quiero apretarle el cuello con ambas manos. —Se suponía que íbamos a llevarla a Puerto Rico este verano. Era su regalo de graduación. ¿Y ahora qué? ¿Tiene que quedarse sin su regalo porque un médico sabihondo dice que yo tengo que quedarme quieto? Pongo los ojos en blanco, resistiendo la urgencia de estrangularlo. —Hablé con mi abuela y decidimos que Mel puede ir con Becca. A Mel le parece bien el nuevo plan. —Me encanta cómo fui consultado en ese nuevo plan —responde con sarcasmo. Dejo de masajearlo. —¿Tienes una mejor solución? Se queda callado con cara de pocos amigos. —No. —Entonces ya está —digo, reanudando el masaje. —Pero, ¿no crees que Mel es demasiado joven para irse de vacaciones sin nosotros? ¡Ay! ¡¿Qué carajo?! Tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para no hundirle los dedos en la espalda con rabia. —Edward, cálmate. ¿Quieres encontrar una solución para que Mel no se pierda su regalo de graduación o prefieres obligar a una joven de dieciocho años a quedarse encerrada en casa hasta que sus tíos puedan acompañarla? Porque, de cualquier forma, este verano no vamos a ir a Puerto Rico. —Olvídalo —refunfuña—. Tú pareces tener todas las respuestas de todos modos. Me trago las groserías que tengo en la punta de la lengua y también las ganas de gritarle que tal vez si no hubiera sido tan jodidamente estúpido como para cruzar el andamio sin arnés, todos podríamos irnos de vacaciones este verano, tumbarnos sobre la arena caliente... Incluso yo, con mi pancita. Por las noches me quedo despierta en la cama, pensando en el bebé del que aún no le he dicho nada. ¿Pero cuándo se supone que lo haga? ¿Entre sus ceños fruncidos por obligarlo a descansar? ¿O debería decirle justo después de colgar con mi director para avisarle que mi suplente tendrá que cubrirme como María estas próximas semanas? ¿O tal vez mientras mira con cara de perro regañado a Mel cuando ella insiste en que Jake y ella pueden hacerse cargo de las clases de la tarde mientras yo me quedo en casa con él? Angie está ocupada con los últimos preparativos de la boda, y luego se irá de luna de miel por un par de semanas, así que Mel, Jessica y Jake estarán trabajando juntos, con apoyo del resto del equipo. —Tío Edward —dice Mel al día siguiente en el desayuno, cuando Edward lleva cuatro días en casa que se sienten como cuatro meses—, en serio estás siendo un dolor de trasero. —¿Ah, sí? —responde él—. ¿Porque no me gusta sentirme inútil? Pongo los ojos en blanco, tratando de ignorarlo mientras doy un sorbo a mi café con leche matutino. Sé que tengo que dejar el café ahora que estoy embarazada, pero el futuro papá aquí presente me tiene los nervios tan destrozados que, si no me tomo al menos una taza, me da miedo cometer un homicidio una vez que Mel se vaya a la escuela. Él solo tiene un hombro bueno. Yo tengo unas piernas de bailarina bastante fuertes. Puedo con él. —No —responde Mel—, porque tú siempre me has dicho que debo saber cuándo estoy actuando como una niña, pero claramente tú no ves lo infantil que estás siendo ahora. —No —dice él en seco—. Ustedes son las que me están tratando como a un niño. —Por Dios, con uno solo ya es más que suficiente —murmuro por lo bajo. —¿Qué dijiste? —pregunta. —Nada —respondo con una sonrisita. Mel frunce los labios y me lanza una mirada significativa con esos ojazos azules. —Bueno, tía Bella. Suerte hoy con el señor Gruñón. Suelto una risita y doy otro sorbo a ciegas de mi café. —Y no te preocupes por el estudio. Yo me encargo. —Perfecto, gracias, Mellita. Oye, Jessica se supone que tenga libre hoy, pero me dijo que no le molestaría venir si tú y Jake sienten que necesitan más ayuda. Mel frunce el ceño. —Eh… no, estamos bien. —Okie dokie. —Sonrío. S & S En cuanto apago la ducha, escucho el rugido sordo de herramientas, seguido por el sonido de cosas arrancándose y rompiéndose, todo acompañado de gruñidos fuertes y pesados. —Más le vale a ese cabrón no estar… —murmuro mientras me enrollo la toalla y salgo rápido de la tina. Efectivamente, cuando resbalo y patino por el comedor —casi rompiéndome el cuello y empapando el piso de madera— me encuentro a Edward agachado frente a una pared, arrancando los paneles de madera que habíamos decidido reemplazar… en un par de meses. Está haciendo todo con una sola mano porque la otra la tiene vendada contra el pecho para inmovilizar el hombro que NO debería estar moviendo EN LO ABSOLUTO. —¿Se puede saber qué carajos estás haciendo? —Creo que es bastante obvio —responde sin siquiera molestarse en mirarme. —Pero… pero… —balbuceo—, ¡se supone que debes estar descansando! —Bella, estoy bien. Su tono implica que estoy siendo completamente ridícula… justo mientras arranca otro pedazo de pared, gruñendo y resoplando con cada movimiento. Y yo me quedo ahí, mirándolo, empapada, apretando con fuerza la toalla contra mi cuerpo, mientras el agua que chorrea de mi cabello salpica por todo el piso de madera. Y aunque intento por todos los medios taladrarle el cráneo con la mirada, al parecer no le afecta en lo más mínimo. —Si te jodes ese hombro otra vez —le suelto entre dientes— ni se te ocurra venir a quejarte conmigo. —Entendido.
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