Toma del futuro 4
22 de octubre de 2025, 10:37
Toma del futuro
Parte 4
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Los siguientes días transcurren más o menos igual: Edward «descansa» ocupándose de cada proyecto de mejora en casa que teníamos pendiente -y de algunos que ni siquiera habíamos considerado- todo con una sola mano. Con cada acción, aunque no tanto con palabras, deja claro cuán terriblemente lo están obligando a quedarse en casa sin poder trabajar.
Y yo hago todo lo posible por no perder el control y no romperle la cabeza.
Estoy convencida de que son las hormonas del embarazo las que me tienen así; tienen que serlo. Normalmente no estoy tan irritable. En los cinco años que llevo con Edward, he aprendido cómo funciona su cabeza. Si lo dejo, cargará con todo él solo. Y también, si no le saco las palabras a tirones, guardará lo que le molesta hasta explotar.
Pero estoy embarazada, carajo, y últimamente estoy tan cansada. Apenas toco la cama y me desconecto. He intentado mantenerme despierta las últimas noches para poder hablar con Edward, pero él se queda haciendo cosas por la casa hasta tarde, y cuando por fin se mete en la cama, yo ya estoy completamente noqueada.
Y sé que tenemos que hablar, no solo sobre el hecho de que está a punto de convertirse en padre, sino también sobre por qué se está comportando como un terco, testarudo y egoísta de mierda.
La pregunta es… ¿cuándo?
¿Y cómo?
S & S
La noche antes de la boda de Angie, me despierto en la oscuridad. A través de las ventanas, del otro lado del río, las luces brillantes de la ciudad parpadean como estrellas urbanas.
Me toma unos segundos entender qué fue lo que me despertó, porque últimamente duermo como un tronco. Ni las preocupaciones por no haberle dicho a Edward sobre el bebé, ni la posibilidad de que se lastime el hombro otra vez, han sido suficientes para pelear contra el agotamiento absoluto que me arrastra entre las ocho de la noche y las ocho de la mañana. Además, estoy acostumbrada a las luces proyectándose en las paredes, así que no pueden haber sido esas.
Entonces lo siento: una mano cálida pero áspera deslizándose lentamente por mi muslo, bajo las sábanas de algodón. La mano sigue subiendo con astucia, colándose dentro de mi ropa interior y plantándose entre mis piernas. Dos dedos maravillosamente callosos dibujan círculos sobre mi hinchado clítoris, encontrando el lugar con la facilidad de quien lo conoce de memoria, pidiendo permiso en silencio… y comprobando que sí, está más que bienvenido.
Y por más confundida y molesta que me ha tenido últimamente, logra ponerme caliente y húmeda al instante. Una sonrisa lenta se forma en mis labios al sentir ese cosquilleo vibrar por todo mi cuerpo, desde el cuello hacia abajo. Me muevo contra sus dedos, gimiendo bajito, y supongo que esa es suficiente invitación para mi esposo.
—¿Estás despierta? —susurra en la oscuridad. El calor de su aliento me acaricia mientras su boca se desliza por mi piel, subiéndome la camiseta con los dientes y exponiendo mis pechos.
Gimo otra vez mientras su lengua roza mis pezones, endureciéndolos hasta convertirlos en puntos tensos que lame con esmero. Al mismo tiempo, su mano libre se aprovecha de lo mojada que me tiene y desliza dos dedos de una sola vez. Gimo sin poder evitarlo, arqueándome contra su mano.
—Mmm, nena, estás más mojada de lo normal.
Puedo oír la sonrisita arrogante en su voz antes de que su boca regrese a mis pezones. Y no está equivocado: soy un desastre resbaloso.
—No me has hecho el amor desde antes del accidente —susurro, guiando su mano para que me penetre más profundo—. Oooh…
No dice nada. En vez de eso, sus dedos siguen su labor, mientras su boca alterna entre mis pechos. Cuando apoya su peso sobre mí, abro las piernas, gimiendo al sentir su erección dura y gruesa presionándose contra mi vientre.
—Edward…
Llevo la mano hacia abajo, y él jadea cuando lo rodeo con mis dedos. Jugamos así unos minutos, entre caricias y bocas, hasta que eso ya no es suficiente.
—Edward… saca los dedos y pon esto adentro —le susurro, soltándolo para que se acomode. Él se arrodilla, y yo le bajo el boxer mientras él me quita las panties con la mano libre. Me quito la camiseta de tirantes y me coloco a horcajadas sobre él. Cierro los ojos y me dejo caer lentamente, jadeando ante la intrusión perfecta y profunda.
Empiezo a moverme con ritmo, pero despacio, cuidando de no sacudirlo demasiado. Una mano la apoyo sobre su hombro sano, y la otra la uso para tocarme los pechos.
Me observa, la luz de la ventana reflejándose en sus ojos llenos de deseo. Con su mano libre, guía mis caderas.
—Sí, nena… Así. Quiero verte tocándote.
Echo la cabeza hacia atrás y me muevo sobre él, mordiéndome el labio para no acelerar como quiero.
Edward lo nota.
—¿Por qué vas tan lento?
—No quiero que te lastimes —respondo, jadeando.
Tarda un segundo… y me da la vuelta.
Ahora soy yo la que está abajo. Se hunde en mí con fuerza, haciendo que el respaldo de la cama golpee contra la pared.
—¡Ungh!
Y entonces se desata: embiste como si se le fuera la vida en ello.
—¡Edward! ¡Cielos! ¡Dios, Edward!
No puedo pensar, no puedo respirar. Solo lo siento a él, cada empuje, cada rotación de caderas, todo desde la urgencia más salvaje. Se apoya solo con su brazo bueno, mientras me sacude con ritmo despiadado.
—¡Edward! ¡Sí! ¡Sí!
Me arqueo, enredando mis piernas en su cintura, queriendo que se quede dentro, tan profundo como pueda.
—¡Ungh! ¡Oh! ¡Uh! ¡Ahh! ¡Uuf!
Estoy haciendo sonidos nuevos, desconocidos, mientras Edward me alienta.
—Así, nena… No me digas que no te hago ver estrellas.
—Nunca dije… ¡Edward! ¡Sí! ¡Mierda! ¡Síii!
—Pon las piernas sobre mis hombros.
Cuando obedezco, sus caderas se alzan y entra tan profundo que olvido todo: el hombro, mi nombre, el suyo… todo. Solo existimos él y yo, y ese orgasmo que me sacude como un terremoto. Me muerdo el antebrazo para no gritar, recordando que Mel está a pocos cuartos de distancia.
Cuando terminamos, apoyo la cabeza en su hombro bueno.
—¿Y eso a qué vino? —susurro entre risas—. No es que me queje, claro.
Él besa mi frente suavemente. Creo que alcanza a decir «Nada», pero para entonces… ya me estoy quedando dormida.