Capítulo 1: La correspondiencia
22 de octubre de 2025, 10:38
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Capítulo 1: La correspondencia
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16 de octubre de 1886
Estimado señor Cullen:
Leí su anuncio en el Matrimonial News y me sentí impulsada a responder. Usted parece ser un hombre reflexivo y poético. Creo que podríamos explorar la posibilidad de una amistad.
Soy una solterona. Me encargo del hogar de mi hermano, pero como espera casarse en la primavera, estoy segura de que su esposa preferirá administrar su propia casa sin la presencia de otra mano femenina. Dado que los asuntos de mi hermano estarán resueltos de forma satisfactoria, mi futuro es una oportunidad, y me entusiasma la perspectiva.
Primero, estoy segura de que le interesará saber más sobre mí. Como mencioné, soy una solterona de veinticinco años. Soy una mujer de iglesia, de carácter sobrio, estatura y peso medianos, con cabello y ojos oscuros. Me han dicho que tengo una figura esbelta, aunque eso es cuestión de opinión, y sinceramente no tengo una propia al respecto. Supongo que, si alguna vez llegamos a conocernos, tendrá su propia opinión al respecto.
En este momento, la granja de mi hermano produce leche gracias a nuestras vacas, y tiene un campo en barbecho; el resto está sembrado con maíz y tabaco. Tengo un pequeño jardín donde cultivo diversas hortalizas, frutas y, por supuesto, flores. Crío gallinas -aunque mantengo una guerra constante con el gallo- una guerra que, al parecer, voy ganando. Tengo buena mano para coser y remendar, y sé cocinar platos sencillos.
Cuando tengo un momento libre, disfruto visitar la biblioteca local. Me da mucho placer aprender cosas nuevas y leer sobre lugares lejanos. ¿Cómo es su ciudad natal?
Mi pueblo, Occoquan, es antiguo, se remonta a los tiempos coloniales. Algunos edificios del centro son anteriores a la independencia de nuestra nación, e incluso corre el rumor de que George Washington durmió en nuestra taberna. No es una taberna muy agradable, así que no puedo asegurar que haya descansado bien, pero dicen que estuvo allí alguna vez. Supongo que ese es nuestro único mérito histórico.
Occoquan se encuentra junto a un pequeño afluente del río Potomac y alguna vez fue un puerto próspero, pero el río se ha sedimentado y ya no pueden navegar barcos grandes. Aun así, es agradable salir en una pequeña embarcación y remar un poco durante una tarde de verano.
El otoño me encuentra ocupada conservando los frutos de mis labores en el jardín, y hay reuniones frecuentes de mujeres que trabajan en colchas y proyectos de costura más grandes. Por lo general, hacemos estos trabajos para quienes están formando su hogar; es decir, que planean casarse. La colcha que está ahora en los bastidores es para mi hermano Michael y mi futura cuñada, Jessie.
Al releer mi carta, me doy cuenta de que, en verdad, mi vida debe parecer bastante poco interesante para un desconocido. Para ser franca, también me lo parece a mí. Los libros y la poesía parecen ser lo único que despierta mis fantasías.
Y con eso, le dejo unas líneas de Lord Byron:
«Pero las palabras son cosas, y una pequeña gota de tinta,
Cayendo como rocío sobre un pensamiento, produce
Aquello que hace pensar a miles, tal vez millones;
Es extraño, la más breve letra que el hombre usa
En lugar del habla, puede formar un lazo duradero».
Sinceramente suya,
Srta. Isabella Swan
TMOB
30 de noviembre de 1886
Estimada señorita Swan:
Sinceramente, no estaba preparado para recibir una respuesta tan erudita a mi anuncio. Usted parece ser una mujer ingeniosa y curiosa, dos cualidades que valoro mucho en los demás. Sí, tengo la esperanza de que nuestra correspondencia dé lugar a un lazo de amistad, si usted así lo desea.
No estoy seguro de qué decirle sobre mí. Soy un soltero de treinta años, que nunca encontró a alguien que le interesara lo suficiente como para casarse, ni que se interesara lo suficiente en mí. Crecí en Chicago, Illinois, pero partí hacia las montañas de Colorado cuando el señor Greely instó a los jóvenes de nuestra generación a «ir al oeste». Trabajé durante un tiempo para un ranchero y aprendí el oficio literalmente «a caballo».
Recibí unos fondos inesperados y, cuando sentí que tenía el conocimiento suficiente sobre el negocio ganadero, hice mi propia apuesta en el agradable valle del río Bear.
No deje que el nombre le cause temor. No hay más osos en Bear Valley que en cualquier otra parte de Colorado -lo que quiere decir que no se puede ir a ningún sitio en Colorado sin preocuparse por los osos. Pero hemos estado bastante seguros en los últimos años- al menos, nada trágico que valga la pena contar.
Mi propiedad abarca más de setecientas acres que utilizo para criar ganado y cortar madera. Tras varios años de trabajo arduo, ahora puedo obtener una pequeña pero constante ganancia de mis emprendimientos.
Este último año me dediqué a mejorar y ampliar la casa del rancho. Creo que es una buena vivienda para una familia pequeña, con más de siete habitaciones en total. El año pasado cavamos un pozo, y ahora hay agua fresca disponible todo el año en la casa de bombeo. Sé que eso puede parecer algo trivial para ustedes, los del Este, pero aquí en el Oeste es todo un lujo.
La tierra aquí es rica y fértil, y estoy seguro de que los jardines de vegetales -y flores- prosperarían muy bien.
En cuanto a mí, me consideran alto, con más de uno ochenta de estatura, aunque mi constitución es más bien delgada que robusta. Tengo el cabello castaño, aunque a veces me sorprende ver que luce rojizo. Es un fenómeno curioso que aún no comprendo del todo. Mis ojos son verdes, pero pueden variar según los colores que vista, o eso me han dicho. Mi complexión es clara y prefiero llevar el rostro bien afeitado. Sobre si soy apuesto o no, no sabría decirle, y si me permite citarla: «Creo que, si alguna vez llegamos a conocernos, usted formará su propia opinión al respecto».
Prefiero la contemplación tranquila antes que el ajetreo de las ciudades, lo cual explica por qué dejé la bulliciosa Chicago por paisajes más pastorales. También disfruto de la lectura; me han acompañado los escritos de Cooper, el mencionado Greely y una plétora de otros autores activos mientras me siento aquí en mi estudio. Además, me gusta la música, y solía tocar el piano en Chicago. Uno de mis sueños es traer un piano hasta aquí para volver a practicar, aunque creo que eso tomará algo de tiempo.
El pueblo más cercano, que lleva el mismo nombre que mi rancho, está a varias millas de distancia, pero cuenta con algunas tiendas generales y algo de entretenimiento. Sin embargo, dudo que George Washington, o alguien remotamente parecido, haya estado alguna vez a menos de veinte millas del lugar, así que su Occoquan tiene mucho más de qué presumir que nuestro modesto Bear Valley.
Mañana cabalgaré al pueblo para enviar esta carta y espero que la encuentre con buena salud y buen ánimo cuando finalmente llegue a sus manos.
Estuve buscando un buen verso para compartir con usted, señorita Isabella, pero el único que pareció hablarme hoy fue este:
«Todo es un tablero de damas de noches y de días, Donde el destino juega con los hombres como piezas; Aquí y allá los mueve, los empareja, los derriba».
—Edward Fitzgerald,
El Rubaiyat de Omar Khayyám, 1859
Es un poco lúgubre, pero esperanzador al mismo tiempo.
Respetuosamente suyo,
Edward Cullen
TMOB
Seis meses de correspondencia después:
2 de abril de 1887
Querida señorita Bella:
Con el paso del equinoccio de primavera, he estado esperando con ansias los heraldos de la nueva estación. Y, sin duda, por donde miro, veo la esperanza de un clima más amable. La nieve se ha retirado a las sombras más profundas de los árboles y comienza a subir montaña arriba. Las flores de primavera empiezan a asomar entre las agujas de pino que cubren el suelo como aislante. El cielo parece más azul y los pájaros cantan más fuerte que ayer, aunque tal vez eso sea más un reflejo de mis propias esperanzas que una señal real de que llegan tiempos más suaves.
El invierno pasado ha sido sombrío; la nieve fue más profunda y duradera que cualquier otro que la memoria alcance. Hacía frío en la silla de montar, procurando asegurarme de que el ganado tuviera refugio y alimento, y mis días largos se convertían en noches igual de largas con más frecuencia de la que hubiera deseado.
Los únicos momentos de luz durante esos meses oscuros y fríos fueron las cartas que usted, con tanta constancia, me escribió. Las releí tantas veces que casi puedo recitarlas de memoria. Atesoro cada palabra porque, como Sherezade, me han revelado a la mujer que usted es, dejando caer un velo tras otro hasta que siento que la conozco casi tan bien como a mí mismo. ¿Acaso puedo esperar que mis cartas también le hayan mostrado el tipo de hombre que soy?
Pero ¿cómo podría ser eso posible? Seguramente, las palabras en una página no bastan. Siento un anhelo profundo por conocerla más. Con el cambio de estación en el aire, ¿cree usted que ha llegado el momento de echar nuestras suertes al viento y al destino?
Señorita Bella, le pido que venga a mí. Mis intenciones son nobles y honestas. Necesito una compañera, una esposa, y creo que podríamos ser compatibles.
Sin embargo, no deseo imponerle mis fervientes deseos. Tal vez no soy el hombre que usted imagina. Las palabras pueden ser traicioneras, y es posible que, sin querer, le hayan dado una idea equivocada de mí con el paso de los meses. Por eso le hago una propuesta.
Señorita Bella, ¿cree que existe una posibilidad de que pueda comprometerse con una vida a mi lado? Tengo la esperanza de que haya matrimonio para nosotros, y lo he puesto por escrito para que sus familiares y allegados sepan que mis intenciones son puras.
Dicho esto, en caso de que las circunstancias no resulten como espero, le enviaré un pasaje de ida y vuelta desde el Distrito de Columbia a Denver, Colorado. De este modo, tendrá usted los medios para regresar si así lo desea o necesita.
Pero yo espero que se quede.
¿Qué dice usted?
Respetuosamente suyo,
Edward Cullen
TMOB
15 de abril de 1887
Estimado señor Cullen:
En una palabra: Sí.
Por favor, envíe los detalles pronto.
Sinceramente suya,
Isabella Swan
TMOB
29 de abril de 1887
Mi querida señorita Swan:
No tiene idea de la alegría que me causó su carta.
Adjunto encontrará su pasaje de ida y vuelta. Espero que un mes sea tiempo suficiente para que se prepare para el viaje.
Estaré contando los días.
Con las más altas esperanzas,
Edward Cullen