ID de la obra: 555

The Mail Order Bride

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 271 páginas, 96.562 palabras, 30 capítulos
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Capítulo 13: El regreso

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. Capítulo 13: El regreso . Bella estaba puliendo la mesa junto a la chimenea cuando Rosalie entró a la casa grande. Bella sonrió y preguntó: —Rosalie, ¿alcanzaste a cenar? Curiosamente, Rose se sonrojó. —Sí. Comí en la cocina con Emmett. —Bien. Sé que te atendió muy bien. Rosalie se mordió los labios, como si intentara contener una risa, o una sonrisa, o ambas cosas. —Así fue. Bella estudió a su amiga con atención. Sabía que Cookie tenía sentimientos por Rose y estaba segura de que le había dedicado cumplidos durante su tiempo juntos. Esperaba que se hubiera comportado. Empezaba a pensar que tal vez debió haber insistido en ser chaperona, en lugar de dejar que Rose se fuera con Cookie sola. Ese era un papel nuevo para Bella, y se sentía incómoda con él. Desvió su atención hacia la mesa y preguntó con naturalidad: —¿Qué hiciste hoy, Rose? Rose tomó un paño suave que Bella tenía junto a la pastilla de cera de abejas. La cera se había ablandado por estar cerca del fuego bien encendido, así que pudo untar un poco en el paño. Luego empezó a pulir las sillas que acompañaban la mesa. —Después de que te fuiste a hacer tus deberes, Emmett y yo decidimos ir a buscar más flores. Encontramos unas especies preciosas en el bosque, más allá del granero, y las trajimos para plantarlas en los barriles viejos que quedaban. Los pusimos frente a la cocina. Debo decir que se ven hermosas. —Iré a verlas en cuanto termine esta mesa. Muchas gracias, Rosalie. —No fue nada. Lo disfruté enormemente. Después de lavarnos, Emmett y yo horneamos un poco y lo ayudé a preparar la cena. Trabajaron en silencio durante un rato, con camaradería. —Eres la única persona que he oído llamarlo Emmett. —Eso es porque lo conocí antes de que fuera cocinero. Solía arrear ganado en el rancho de mi padre. Lo conozco desde que era muy joven. —Ah, cierto. Creo que Cookie me dijo que él y Edward trabajaron para tu padre antes de que Edward comprara este rancho. —Así es. Mi padre tenía el hato más grande de estos lugares —dijo Rosalie con un tono de tristeza. —¿Por qué Jacob vendió el ganado, si no te molesta que pregunte? —No me molesta, pero es embarazoso. Jacob nunca fue amigo del trabajo duro, y vender el hato fue dinero fácil. Creyó que podríamos vivir bien con lo que obtuviéramos, pero… bueno, las cosas no salieron como Jacob planeaba. —Lamento oír eso. —Mi padre me dejó la mitad de la propiedad: la mitad de la tierra y de la casa. Le dejó a Jacob la otra mitad y todo el ganado. Jake vendió todo lo que pudo, pero no ha podido vender la tierra porque me he negado a firmar. —¿Has pensado en dedicarte tú a la ganadería? —Me encantaría. Me gusta el trabajo. Me gusta la vida. Estoy muy disgustada con las decisiones de mi hermano. —¿Podrías comprarle su parte? Rose negó con la cabeza. —No tengo dinero, y tampoco parientes que me dejen una herencia con la cual hacerlo, como tu esposo. Bella frunció el ceño, confundida. Al notar su expresión, Rosalie aclaró: —¿No crees que un hombre pueda comprar una propiedad tan grande como esta con el salario que gana siendo vaquero, verdad? —La verdad, no lo sé. Rose soltó una risita y dijo: —No, la abuela de Edward falleció y le dejó su dinero a él. Lo primero que hizo fue comprar este lugar. Ahora todo tenía sentido. Bella nunca se había detenido a pensar cómo había adquirido Edward sus tierras. Por supuesto que él se lo habría contado si ella lo hubiese preguntado. Simplemente, nunca surgió el tema. Aun así, se sintió un poco incómoda de que Rose supiera algo sobre su esposo que ella no sabía, aunque reconocía que era un sentimiento un tanto injusto. Después de un momento, Rose continuó: —Pero, de todos modos, no podría manejar el rancho sola, sin dinero y sin ganado. No sé qué voy a hacer. Bella había terminado con la mesa y ahora trabajaba en la última silla. —Se ve muy bien aquí dentro, Bella. Has trabajado mucho hoy. —Sí, pero como resultado, estoy hecha un desastre. Creo que después de esto me voy a lavar y me iré a la cama. Muchas gracias por toda tu ayuda hoy, Rosalie. De verdad la aprecio. —Para mí fue un gusto, Bella. Me gusta la compañía y mantenerme ocupada. De verdad te agradezco que me hayas dejado quedarme contigo. —Eres bienvenida en cualquier momento, Rosalie. Luego de salir a admirar las flores recién plantadas en los barriles de lluvia, se desearon las buenas noches y Bella entró a su dormitorio para lavarse y prepararse para dormir. Se puso su camisón, rezó sus oraciones y se acostó del lado de la cama de Edward, intentando sentirse más cerca de él. Sin importar lo que intentara, y por muy cansada que estuviera, simplemente no podía dormir. De vez en cuando, podía oír el eco lejano de una canción desde la fogata de los vaqueros. Disfrutaba escucharlos, pero no se sentía cómoda bajando hasta allí sin Edward. Después de varios minutos más de insomnio, se levantó, tomó un chal y su almohada, y cruzó la casa a oscuras hasta el porche, donde se acomodó en el columpio de madera. Se recostó de lado, con la cabeza sobre la almohada y los pies recogidos bajo la falda larga de su camisón. Esa noche había luna llena y le reconfortaba saber que también iluminaba a Edward, donde fuera que estuviera. Soltó un largo suspiro y contempló el hermoso paisaje bañado por la luz plateada que descendía por la colina, atravesaba el valle y llegaba hasta el río. La tenue música de guitarra que llegaba desde la fogata le acarició el corazón, y sin darse cuenta, se quedó dormida. A Edward le tomó un poco más de tres horas regresar al rancho. No le gustaba forzar a su yegua más de lo necesario, pero le costaba mantenerse tranquilo cuando todo lo que podía pensar era en lo que le esperaba al llegar a casa. Llegó al establo justo cuando los peones apagaban la fogata y se dirigían al barracón. Tyler lo saludó con una seña amistosa y dijo: —Buenas noches, patrón. No lo esperábamos esta noche. —Yo tampoco lo esperaba, Tyler, pero esta mañana logré hacer lo necesario. Lo que compré será enviado en dos días. Mi hermano y su esposa llegarán con el cargamento —explicó Edward mientras desmontaba y comenzaba a quitarle la silla a Kate. —Muy bien, patrón. Déjeme encargarme de Kate. Seguro tiene mejores cosas que hacer ahora mismo —dijo Tyler con una sonrisa pícara. —Ah, bueno, sí. Gracias, Tyler. ¿Está la señora por aquí? —Creo que está en la casa grande con la señorita Black. —¿La señorita Rosalie Black? —preguntó Edward, incrédulo. —Así es. Se ha estado quedando con la señora desde que usted se fue. Parece que Jacob Black la dejó completamente sola en su rancho y a la señorita no le gustó la idea de estar ahí sola. —Y con razón. Edward recordó el comportamiento de Rose cuando conoció a Bella y preguntó: —¿Todo bien entre ellas? —Parecen llevarse como uña y carne, pero Cookie probablemente sabe más. —¿Cookie? Esta noche está llena de sorpresas. —Sí, la señorita Black y Cookie estuvieron como uña y mugre esta tarde. Edward sacudió la cabeza, sorprendido. —Increíble. Tyler rio y asintió. —Se respira romance por estos lados —dijo con una guiñada, y Edward decidió que era momento de irse antes de que los comentarios de Tyler se volvieran más especulativos sobre su propia vida amorosa. —Gracias por encargarte de Kate, Tyler. Me voy ya. —Buenas noches, patrón —respondió Tyler con una sonrisa mientras Edward subía la colina hacia la casa oscura. No podía preocuparse ahora por Tyler y sus revelaciones, porque justo frente a él se encontraba su propio paraíso. Sin embargo, al acercarse a la casa, notó algunas cosas. La primera fue que los barriles grises estaban colocados boca arriba a ambos lados de los escalones del porche. Podía ver que algo crecía en la parte superior, pero debido a la oscuridad no lograba distinguir más. Bella debía haberse dedicado a embellecer el hogar durante su ausencia. Su sonrisa se tornó enternecida al pensar en ella. Lo segundo que notó fue una mancha blanca sobre el columpio que colgaba allí. No podía imaginar qué era, pero al acercarse, distinguió una almohada y una cabeza recostada sobre ella. ¿Era Bella? Su corazón se aceleró con la anticipación. Con cuidado dejó su alforja en el escalón superior y colocó el sombrero encima. Luego, tan silenciosamente como pudo, se acercó al columpio y comprobó que, en efecto, era su esposa, profundamente dormida. Suspiró al observarla en medio de sus sueños. Se dio cuenta entonces de que ella lo era todo para él; absolutamente todo. Se aproximó con cuidado y la tomó con ternura en sus brazos, sentándose luego en el columpio con ella sobre su regazo. —¿Edward? —preguntó su voz somnolienta. —Sí, querida. Ella rodeó su cuello con los brazos y suspiró. —Creo que estoy soñando que volviste a casa. Él besó su frente y le dijo: —No, Bella. Regresé antes de lo previsto. No podía soportar estar un momento más lejos de ti. Sus brazos la rodearon con fuerza, apretándola contra su pecho. —¿De verdad? —El sueño comenzaba a desvanecerse al volver la conciencia—. ¿De verdad estás aquí? Edward le levantó el mentón con suavidad y susurró: —Sí. Estoy aquí y te lo voy a demostrar. Se inclinó y la besó con firmeza en los labios, y ahora completamente despierta, Bella respondió con toda la añoranza contenida de esos dos días de separación. El beso fue mitad alivio, mitad deseo, y Bella se incorporó un poco para responderle con pasión. Edward se deleitó con su reacción y pronto sus pensamientos no solo divagaban, sino que se precipitaban hacia lo que podrían estar haciendo en esa suave cama, apenas más allá de dos puertas. Deslizó su mano por su costado hasta abarcar uno de sus senos, acariciando con el pulgar la turgente punta que encontró allí. Bella gimió de placer. —Oh, Edward, estoy tan agradecida de que estés en casa. —Y yo encantado de estar aquí. La miró divertido y preguntó: —Pero, Bella, ¿por qué estás aquí afuera en el porche? —Oh, no podía dormir, así que decidí salir un rato a disfrutar la belleza de la noche mientras escuchaba los cantos de los muchachos junto a la fogata. Edward miró hacia sus tierras, bañadas por la luz brillante de la luna, que ahora estaba alta en el cielo. —Es hermoso, ¿verdad? —Me alegra poder compartirlo contigo. Ella se inclinó de nuevo para un beso apasionado, y encendió fuegos familiares en ambos cuerpos. Edward estaba a punto de sugerir que fueran a su habitación cuando su estómago rugió. —¡Edward, apuesto a que no has cenado! —exclamó Bella. —Para serte sincero, tenía demasiada prisa por llegar a ti. Bella se enderezó y se bajó de su regazo. —Bueno, te prepararé algo de comer enseguida. ¡Debes de estar muerto de hambre! —Bella, necesito asearme primero de todos modos. Nos vemos en la cocina. Bella recogió la linterna con contraventanas que había dejado antes en el suelo del porche y condujo a su esposo dentro de la casa. Ella encendió una segunda linterna y se la entregó a Edward. —Verás que le hicimos algunos arreglos a la caseta del pozo, Edward. Hay un banco adentro, ganchos en la pared, además de jarras y palanganas. En el gabinete hay jabón y una pila de toallas. Así es más sencillo asearse allí. Yo iré a la cocina a prepararte algo de cenar. Se puso de puntillas y le besó la mejilla. —Te amo, Edward. Él le sonrió y le apretó suavemente el trasero, haciéndola soltar un chillido. —Yo también te amo. Varios minutos después se reencontraron en la cocina. El cabello de Edward aún estaba húmedo y olía a ropa recién lavada. Bella le sonrió feliz. —Te preparé unos huevos, un poco de tocino frito y pan frito. ¿Crees que será suficiente? —Suena perfecto. ¿Tú vas a comer? —No, ya cené, pero te haré compañía. Puedo contarte lo que he estado haciendo mientras estabas fuera, si te parece. —Sí que me parece —dijo él con los ojos brillando mientras comenzaba a comer su cena. —Rosalie Black está de visita. No se sentía bien quedándose sola en su casa, al parecer su hermano también viajó a Denver, así que vino para acá. Ha sido de mucha ayuda. Realmente he disfrutado de su compañía. —Rosalie es una buena mujer, mientras su hermano no esté cerca. ¿Qué hicieron ustedes dos? —Primero me enseñó cómo tener un jardín de flores instantáneo sacando flores silvestres y trasplantándolas donde una quiera. La pasamos muy bien. ¡Y adivina qué! Encontré una enorme zarza de moras en flor. Ahora podré hacer mermelada. Tendremos ese gusto para el invierno. —Eso sería maravilloso, Bella, pero te advierto que tengas cuidado. A los osos les gustan las moras tanto como a la gente. Siempre ve a recolectar acompañada y lleva un arma contigo —la advirtió. —Oh, no lo había pensado. Gracias por avisarme. Tendré cuidado. Edward tomó un bocado de su pan frito y asintió. —¿Qué más hicieron? —Después de plantar las flores en los barriles viejos, llegó tu nota diciendo que te ibas a retrasar. Me alegra tanto que no haya sido por tanto tiempo como pensabas. ¡Ah! Edward, ¿y tu hermano y su esposa? Había olvidado esa parte de tu carta. —Vendrán en dos días. Tenían algunas ropas y pertenencias personales que necesitaban esperar antes de viajar. —Perfecto. Así tengo unos días más para dejar todo impecable antes de que lleguen. —A propósito, señora Cullen, la caseta del pozo quedó muy bien. Quizá podríamos poner una estufa allí y la tina. Podría ser más cómodo bañarnos allí que en nuestro dormitorio. —Esa es una excelente idea, Edward —dijo ella, extendiendo la mano sobre la mesa para tomar la suya. Él giró la mano para entrelazarla con la de ella. Podía seguir comiendo con una sola. —Lauren y yo pasamos la tarde arreglando todo el primer piso. El día anterior hicimos el de arriba. Ahora solo falta la cocina y el comedor, ¡y tendremos toda la casa en orden justo a tiempo para tu hermano y tu cuñada! —Tienes todo bajo control, Bella. Estoy muy orgulloso de ti. Terminó su cena y se levantó para ayudar a Bella a lavar. —Puedo hacerlo sola, Edward. —Lo sé, pero si te ayudo, terminamos más rápido… y más rápido podremos irnos a la cama —le susurró mientras le besaba la nuca mientras secaba un plato. Bella soltó una risita y no tuvo ningún problema en dejar que su esposo la alzara en brazos y la llevara hasta su habitación. Eventualmente, completamente agotados, pero también completamente satisfechos, se durmieron en los brazos del otro. Mientras se dejaba vencer por el sueño, Bella recordó la belleza de la luna llena brillando sobre la tierra. Nunca había visto una luna más hermosa, y compartirla con Edward era la mayor dicha. Era la chica más afortunada del mundo. Pero entonces tuvo un pensamiento tan inesperado que sus ojos se abrieron de golpe. Siempre tenía su ciclo durante la luna creciente, pero este mes no había llegado. ¿Qué fue lo que la mucama del hotel le había dicho? ¿Que los bebés se concebían dos semanas antes de la llegada del ciclo? ¿Y que, si el ciclo se ausentaba, significaba que un bebé venía en camino? ¿Y si todas esas noches de amor que habían compartido desde su boda les habían traído una bendición? Honestamente, no habían hecho otra cosa desde que se casaron. Sabía muy poco sobre bebés, sobre cómo se concebían y sobre el proceso de traerlos al mundo. Ahora estaba desesperada por conseguir información. ¿Pero no había un libro en la biblioteca del abuelo de Edward que hablaba sobre fisiología humana? ¡Sí, lo había! En cuanto pudiera, se pondría a estudiarlo. Con esa resolución en mente, se acurrucó aún más cerca del pecho de Edward y se dejó arrullar por el sueño, con una sonrisa en los labios… y quizá un secreto en el corazón.
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