Capítulo 14: La pregunta
22 de octubre de 2025, 10:38
.
Capítulo 14: La pregunta
.
El embarazo ocurre cuando el óvulo fecundado se adhiere a la pared del útero. De inmediato, el cuerpo de la mujer responde realizando cambios que proporcionan un ambiente saludable para el cigoto, alentando su desarrollo.
Los cambios en el cuerpo femenino pueden ser los primeros signos de una maternidad inminente. Estos pueden incluir la interrupción del ciclo menstrual, náuseas matutinas, hinchazón y dolor en las glándulas mamarias, reacciones violentas ante ciertos olores o alimentos, una mayor necesidad de dormir y estados emocionales intensificados.
Bella marcó la página con un retazo de tela y dejó el libro sobre el escritorio. Se había escabullido del intenso trabajo de limpieza que se estaba llevando a cabo en la cocina para satisfacer su curiosidad acerca de si podía o no estar encinta.
Aparte del primer síntoma, no había notado ninguno de los otros. Bueno, salvo el hecho de que había extrañado tanto a su esposo que había llorado cuando fue a Denver… pero ¿no era eso más bien un síntoma del amor que sentía por él que otra cosa?
Y lo amaba con todo su corazón. Se sentía tan orgullosa cuando él la felicitaba por el trabajo que había hecho en su hogar. ¿También se sentiría orgulloso si resultaba que ella estaba esperando un hijo?
¿Pero podría haber otras razones para su «interrupción del ciclo»? Volvió a sacar el libro y consultó el índice, luego fue a la página indicada.
La interrupción del ciclo menstrual puede deberse al embarazo, enfermedad, inanición, histeria y edad avanzada, cuando cesa permanentemente -una condición llamada menopausia.
¿Enfermedad? No se sentía enferma en absoluto.
¿Histeria? ¿Qué era eso? Buscó el término y encontró que se refería a una condición emocional excesiva, típicamente femenina, provocada por una tensión extrema o cambios significativos en el entorno de quien la sufre.
Bueno, su vida se había puesto patas arriba en los últimos meses, pero aunque estaba feliz, ¿podrían todos esos cambios haber interferido con el funcionamiento normal de su cuerpo? Tal vez.
Como apenas tenía veinticinco años, creyó que podía ignorar la última causa.
—¿Bella? Necesitamos tu opinión —Rosalie entró al estudio y encontró a Bella concentrada en el libro.
Bella cerró el volumen y levantó la vista hacia Rose—. ¿Qué necesitas, Rose?
—Estábamos pensando si no quedarían bien unas cortinas en el comedor.
—La verdad es que sí quedarían bien, pero quiero poner unas que detengan las corrientes de aire cuando llegue el invierno y necesito comprar la tela adecuada para eso.
—¿Y no podrías tener un juego para verano y otro para invierno?
—Podría, pero ahora mismo no tengo los recursos.
—¡Ah, pero sí los tienes! —exclamó Rose—. Tengo unas cortinas viejas de cuadros en mi casa que no se han usado en años. Incluso estaba pensando en convertirlas en otra cosa, pero los cuadros no es mi tela favorita. Estaría encantada de dártelas.
—Oh, Rose, ¡eres demasiado generosa!
—Para nada. Puede que cambies de opinión una vez que las veas, pero son mejores que no tener nada.
—Haré que Tyler empiece a construir los soportes entonces. Gracias, Rose.
—¿Por qué no vamos juntas a mi casa a buscarlas?
—Sería divertido, pero tendríamos que llevar a alguien con nosotras para protección.
—¡Bah! ¡No necesitamos protección a plena luz del día!
—Probablemente no, pero sé que el señor Cullen preferiría que sí. No quiero preocuparlo.
—De verdad, Bella, he vivido aquí toda mi vida. Nadie se atrevería a interferir con nosotras en las tierras de tu esposo o en las mías. ¿Para qué vas a quitarle a los hombres tiempo de su trabajo? Sabes cuánto tienen que hacer ahora que Edward ha decidido combinar la agricultura con la ganadería.
Rosalie tenía buenos argumentos, pero Bella también sabía exactamente cuál sería la reacción de Edward si hacía lo que Rose proponía. Se sentiría muy decepcionado si ella iba sin escolta y, además, ¿qué tal si Jacob Black estaba en casa? Era él quien había encendido su alarma interior desde un principio. No. No iba a ir al rancho Black sin escolta. De hecho, decidió que no iba a ir en absoluto. Había mucho que atender allí antes de que Alice y Jasper llegaran. Un viaje de ese tipo le tomaría casi todo el día.
—Rose, me temo que voy a rechazar tu oferta por hoy. Tengo demasiadas cosas que hacer aquí.
Con eso, se levantó y empujó su silla, rodeando el escritorio para quedar al lado de Rosalie.
Rosalie pareció muy decepcionada, y quizá un poco molesta, pero simplemente asintió en señal de aceptación y siguió a Bella fuera del estudio.
—Bueno, creo que iré de todos modos. Debería ver cómo van las cosas por allá. Capaz que alguien ya lo quemó todo mientras yo estaba fuera —rio ante su propio chiste.
—¿Te gustaría que uno de los hombres te acompañara, Rose?
—Pues sí, la verdad me encantaría tener compañía. ¿Podría robarme a Emmett por unas horas?
—Si él cree que puede dejar sus tareas, por supuesto —Bella sonrió.
Como la cocina estaba patas arriba por la limpieza profunda, Cookie había preparado todas las comidas del día con anticipación para que fuera más fácil alimentar a los hombres sin interrumpir los trabajos. Era algo que Bella y Lauren podían manejar por su cuenta. Así que Cookie ensilló su caballo y pronto estuvo escoltando a Rosalie de regreso a su hogar.
Bella y Lauren pusieron los toques finales al comedor mientras Tyler tallaba las ménsulas y medía las varillas que estaba haciendo con palos redondos de madera. Siempre la impresionaba la habilidad de Tyler. Era un hombre de pocas palabras, pero podía fabricar cualquier cosa que se le pidiera, desde un tendedero hasta los muebles del cuarto de bombas o soportes para cortinas.
—Tyler, ¿dónde aprendiste a trabajar tan bien la madera?
—Mi pá —respondió simplemente.
Bella esperó a que ampliara su respuesta, pero él siguió concentrado en su labor. Lauren se detuvo a observar el trabajo de Tyler, y por primera vez, Bella se preguntó sobre la relación entre ellos. Nunca los veía conversar ni compartir una mirada o una sonrisa. Pero cuando la pequeña familia estaba junta, era evidente que estaban muy unidos.
Ninguno hablaba mucho, ni siquiera el pequeño Boy. Bella miró hacia la esquina donde el niño jugaba con unos bloques de madera. Probablemente tenía tres o cuatro años, pero no lo sabía con certeza, porque cuando le preguntaba su edad, él solo la miraba en silencio, como si le estuviera pidiendo que volara hasta la luna.
Se agachó para recoger uno de los bloques que se había rodado lejos del alcance del niño. Por primera vez notó lo bien hechos que estaban. Eran cubos perfectos, con los bordes suavizados, y había un leve tallado en una de las caras. Bella lo observó de cerca y distinguió las simpáticas facciones de un perrito talladas en la madera. En el lado opuesto, estaban sus cuartos traseros; en los laterales, su lomo; en la parte superior, su espalda; y en la parte inferior, cuatro pequeñas huellas. ¡Qué ingenioso!
Le devolvió el bloque a Boy.
—Tus bloques son muy bonitos. Veo el perrito tallado ahí.
Boy sonrió y presionó el bloque contra su mejilla mientras asentía.
—Mi fa-vo-ri-to.
Bella le sonrió y se incorporó justo a tiempo para ver a Lauren mirar con ternura a su hijo. Mientras se sacudía las manos, giró y vio que Tyler observaba a su esposa e hijo desde el rabillo del ojo. Su expresión normalmente severa se suavizó por un instante, y luego volvió a concentrarse en el soporte para cortinas.
Bella le estaba tomando mucho aprecio a los Crowley. Eran gente sencilla, como Edward había dicho, pero de buen corazón y leales. Edward le había mencionado que Tyler fue una de las primeras personas que conoció cuando llegó al oeste. Era el encargado de mantenimiento en el rancho de los Black, pero se marchó poco después de que Edward comprara Bear Valley Ranch.
Edward lo recibió con los brazos abiertos para que trabajara aquí. Todo había marchado sin contratiempos durante varios años. Y luego, un día, de la nada, Tyler llegó con una esposa.
—Lauren, ¿te gustaría ayudarme a volver a colocar las mesas y los bancos? Creo que la cera ya se ha secado —le pidió Bella.
Lauren asintió, y ambas mujeres volvieron al trabajo.
Edward subía hacia la casa principal tras una larga jornada supervisando a los hombres que cavaban hoyos para instalar las cercas en las cuarenta hectáreas bajas.
Había contratado a un arador experimentado para que llegara la próxima semana a voltear la tierra y esperaba sembrar el primer cultivo de trigo antes de que terminara junio. Sabía que estaba forzando la temporada, pero había notado que, si el invierno era duro, el otoño solía llegar tarde. Era un riesgo, pero no tenía muchas alternativas. El próximo invierno necesitaría alimentar a su ganado.
Había enviado a los hombres a comer en turnos para aprovechar al máximo la luz del día. Finalmente, cuando ya era demasiado oscuro para seguir, dio por terminada la jornada, al menos en cuanto al trabajo físico se refería.
Se lavó como solía hacerlo y fue a buscar a su esposa. Miró en la sala principal, en su habitación y luego se asomó al estudio. No la vio por ningún lado, lo que probablemente significaba que estaba en la cocina. Recordaba que había planeado hacer la limpieza de primavera allí ese día.
Se disponía a salir cuando notó que ella había dejado un libro abierto sobre el escritorio. Tenía curiosidad por saber qué había estado leyendo.
Sonriendo, caminó hacia el escritorio y levantó el libro. Leyó el título: Fisiología Humana. Bella siempre lo sorprendía con sus elecciones de lectura. ¿Qué le interesaba ahora sobre el cuerpo humano?
Notó que había marcado la página con un pequeño retazo de tela. Por curiosidad, lo abrió en el lugar indicado y de inmediato se le cortó la respiración.
El tema principal en la página era Embarazo.
Edward se dejó caer en la silla del escritorio; el libro cayó con un golpe sordo sobre la mesa.
¿Embarazada? ¿Tan pronto?
Solo llevaban poco más de un mes de casados.
Pero entonces recordó lo intensa que había sido su vida íntima en ese mes y se dio cuenta de que el único día que no habían tenido relaciones había sido el que él pasó en Denver. El resto del tiempo... bueno, los conejos se quedarían cortos.
¿Un bebé?
Edward todavía no podía asimilar la idea. Una parte de su mente se reía de su reacción. ¿Acaso no había comenzado su búsqueda de esposa precisamente porque quería formar una familia? ¡Claro que sí!
Pero la mayor parte de su mente se retiraba en shock y temor. No había previsto que su anhelo de familia lo llevaría a enamorarse tan perdidamente, y no cabía duda de que amaba a Bella. Cada momento con ella era una dicha. No estaba seguro de querer compartirla tan pronto.
Pero su mayor preocupación era que dar a luz era un proceso peligroso. De hecho, la muerte durante el parto era la causa más común de fallecimiento entre mujeres casadas. ¿Qué haría si Bella se convertía en una de esas estadísticas?
El miedo era una piedra fría en su estómago al imaginar a Bella atravesando ese proceso tan traicionero. No podía soportar la idea de perderla.
Egoístamente, deseaba tener más tiempo a solas con ella antes de que llegara un bebé.
Pero eso era algo que debió haber considerado hace un mes y, hace un mes, todo lo que podía pensar era lo bien que se sentía amarla. Maldijo cuando su cuerpo reaccionó de forma automática a ese recuerdo.
Bueno, no había nada que hacer ahora. Solo le quedaba esperar y ver. No creía poder mencionar el tema siquiera hasta que Bella lo hiciera primero. Suspirando, se levantó del escritorio y fue hacia la cocina. Necesitaba verla.
Edward la encontró con los brazos sumergidos hasta los codos en agua jabonosa mientras lavaba una olla.
—¿Sigues trabajando, mi amor? —preguntó Edward.
—Sí, pero ya casi termino. Te he guardado algo de cenar en el horno.
—Ella secó sus manos y sacó el plato que estaba calentándose en la bandeja incorporada del horno. Edward se sentó a la mesa de la cocina y ella se lo llevó, colocándolo frente a él.
—¿Te apetece café o té? —preguntó Bella.
—¿Tú qué vas a tomar?
—Creo que voy a servirme un poco de té. ¿Te suena bien?
—Me suena muy bien… aunque no tanto como mi esposa —dijo él, abriendo los brazos.
Ella rio y se dejó jalar hasta su regazo. Él la besó con intensidad, y el cosquilleo familiar le recorrió desde los labios por la garganta y floreció muy dentro, debajo del corazón. Bella rodeó su cuello con los brazos, entrelazó los dedos en su cabello y le devolvió el beso con igual pasión.
Compartieron un momento sin aliento, y luego Edward se recostó un poco y susurró:
—Te extrañé hoy.
Bella sonrió.
—Te llevé la comida al campo.
—Eso fue hace casi nueve horas.
—Entonces debes de tener mucha hambre —respondió ella, intentando levantarse, pero él no la soltó.
—Existen distintos tipos de hambre, ¿sabes?
—Estoy empezando a darme cuenta, pero también sé que algunos tipos de hambre pueden esperar hasta después de saciar los de comida caliente.
Se deslizó de su regazo y fue a preparar el té.
Edward sonrió y comenzó a comer.
—¿Qué hiciste esta tarde?
—Le dimos vuelta a la cocina y creo que ya estamos casi listos para recibir a tus invitados.
—Nuestros invitados, Bella.
Ella asintió y sonrió.
—Claro. Mañana me aseguraré de que la habitación esté lista, por si acaso. ¿Y qué opinas de matar una res para tener buenos asados cuando lleguen?
—¿Qué dice Cookie?
—No le pregunté hoy, pero hace unos días sugirió que esperáramos hasta el día antes de que llegaran tu hermano y su esposa.
Edward asintió.
—Probablemente tiene razón. ¿Y dónde está Cookie, por cierto?
Una sombra de preocupación cruzó el rostro de Bella mientras le servía el té.
—Esta tarde, él y Rose fueron a su rancho para recoger unas cortinas que quiere prestarnos. Le sugerí que fuera con alguien y eligió a Cookie. No han regresado aún y, para serte sincera, estoy un poco preocupada.
—Mmm. Mientras esté con Cookie, creo que estará bien.
—Oh… —respondió Bella, pero aún lucía intranquila.
—¿Qué pasa, Bella?
—¿Se supone que debo hacer de chaperona entre ellos? Porque si es así, no lo he hecho muy bien.
Edward parpadeó sorprendido.
—¿Chaperona? Pensé que Rose ni siquiera lo miraba.
—Pues a mí me parece que no solo lo mira, ¡le está dando la hora, la fecha y el año! Edward, ¿debería preocuparme por su reputación mientras esté aquí?
Él suspiró.
—Hablaré con Cookie cuando regresen, a ver qué está pasando entre ellos. Creo que sería prudente que los acompañes en lo sucesivo. No me imagino que Jacob Black vaya a estar feliz si resulta que hay algo entre ellos. Siempre se esperó que Rose hiciera un buen matrimonio.
—¿Un buen matrimonio?
—¿Acaso en Virginia no había gente con esa idea? Casarse por dinero o posición. Ese era el juego en Chicago cuando yo vivía allá. De hecho…
Edward se quedó en silencio. Podía aprovechar ese momento para adelantarse a lo que su cuñada podría contarle a Bella. ¿Debía hacerlo?
Bella lo miró con curiosidad.
»De hecho, esa fue una de las razones por las que dejé Chicago hace años.
—¿Ah, sí? Pensé que fue porque no querías seguir los pasos de tu padre.
—Sí, esa fue la razón principal, pero también estaba el hecho de que se esperaba que yo… hiciera un buen matrimonio.
—Oh —murmuró ella.
—Me emparejaron con una chica o dos —dijo Edward encogiéndose de hombros—, y esas expectativas me parecían tan difíciles de sobrellevar como vivir a la sombra de mi padre, así que lo dejé todo y me vine aquí.
—¿En serio? ¿Te agradaban las chicas al menos?
—Eran encantadoras... pero eran como recortes de cartón de lo que sus padres esperaban de ellas, igual que yo. Se volvían aburridas con el tiempo.
—Edward… ¿de cuántas chicas estamos hablando?
—En verdad fueron unas pocas, pero al final solo una. Nunca la conocí bien. Todo era superficial. No podría decirte mucho sobre ella, salvo que le gustaba bailar.
—¿Era bonita? —preguntó Bella con cierta inseguridad.
—No tan bonita como tú, esposa, y lo digo en serio. Era pura apariencia y nada de fondo.
—¿Cómo se llamaba?
—Frances Brandon. Normalmente no lo diría porque es cosa del pasado, pero resulta que mi hermano se casó con su hermana menor, y no me sorprendería que el tema saliera durante su visita. De hecho, Alice ya la mencionó en Denver.
La cabeza de Bella empezó a dar vueltas. Por supuesto que Edward tenía que haber tenido un pasado. Era demasiado guapo, demasiado encantador y, si era honesta, demasiado experimentado en las artes del amor como para pensar que había llegado igual de inexperto que ella al matrimonio. De hecho, si algo debía agradecer, era precisamente eso. Sonrió para sí al pensarlo.
—Edward, de verdad, gracias por contármelo. No me gustaría que me tomara por sorpresa durante una conversación casual con mi nueva cuñada. En cuanto a tu pasado… bueno, para eso es, ¿no? Para que quede atrás. Mientras yo sea tu presente y tu futuro, estoy más que complacida.
—Bella, ninguna otra mujer se acerca a ti, ni de lejos. Estoy encantado con todo de ti. Pondría a cien Frances Brandon frente a ti y seguirías estando por encima de todas.
Justo cuando Edward terminaba esa declaración, escucharon la puerta principal abrirse y Cookie entró.
—Buenas noches, jefe, señora —saludó.
—Buenas noches, Cookie —respondió Edward.
Bella sonrió.
—¿La señorita Black ha regresado, Cookie?
—No. Se quedó en su rancho. Su hermano ya había vuelto cuando llegamos.
Su frente se frunció.
—No le agradó mucho vernos juntos.
—¿Por qué no? —preguntó Edward.
—Le preocupaba la reputación de la señorita Black.
—Eso sí que es curioso, considerando que se fue a Denver dejándola sola y sin protección. No es algo que haría alguien que realmente se preocupe —dijo Edward.
—Eso mismo le dijo Rosalie —recordó Cookie, sonriendo.
—De todos modos, señora Cullen, aquí tiene las cortinas que la señorita Black quería que tuviera —dijo, dejando un paquete envuelto en papel sobre la encimera.
—Gracias, Cookie. ¿La volveremos a ver pronto?
—No sabría decirlo, señora, pero creo que disfrutó su tiempo aquí con usted.
—Yo también disfruté mucho su compañía. Cookie, ¿ya cenaste?
—Puedo prepararme algo, señora. Ustedes vayan a descansar.
Se despidieron de Cookie y caminaron tomados de la mano hasta su habitación en la casa grande. Pronto, Edward y Bella se alistaban para dormir. Edward sonreía mientras Bella le contaba su día. Estaba tan entusiasmada con convertir su casa en un verdadero hogar y feliz con los avances que lograba.
Él también, pero lo que realmente lo tenía distraído era lo que había leído en el libro esa noche. Bella no había mencionado nada sobre un posible embarazo, ni daba señales de estar preocupada por ello. Parecía su misma esposa alegre de siempre, sin nada fuera de lo normal.
Ella se metió en la cama después que él, y Edward apagó la lámpara. Se giró para abrazarla como solía hacer. Bella apoyó la cabeza en su hombro, pasó un brazo por su cintura y esperó esos gestos íntimos que tan bien conocía.
Pero no vinieron.
Pasaron varios minutos en silencio, ella escuchando el latido de su corazón, preguntándose qué estaba mal. ¿Estaba cansado? ¿Lo había molestado? ¿Ya no la deseaba? ¿Se estaba aburriendo de ella, como le había ocurrido con aquellas bellezas de Chicago?
Finalmente, levantó la cabeza y vio que él estaba mirando el techo.
—Edward —susurró—, ¿qué sucede?
Él bajó la mirada hacia ella y la atrajo más cerca, aún dudando si debía compartir lo que le pasaba por la mente. Lo único que se le ocurrió decir fue:
—Te amo.
Ella sonrió.
—Lo sé. Y estoy segura de que sabes que yo también te amo, pero puedo notar que hay algo que te inquieta y esperaba que pudieras confiar en mí. Tal vez pueda ayudarte.
Él suspiró.
—Antes de encontrarte en la cocina esta noche, pasé por el estudio.
—¿Y…?
—Y vi el libro que estuviste leyendo hoy.
Ella frunció el ceño, tratando de recordar, hasta que se sorprendió.
—¿Qué libro?
—Fisiología Humana.
—¿Cómo supiste que yo estaba leyendo ese en particular? Pensé que lo había devuelto a la estantería.
—No. Estaba sobre el escritorio y hasta tenía un marcador.
—Oh —dijo ella, con cara de culpa. Se le había olvidado reacomodarlo por completo, distraída por la conversación con Rosalie.
Edward se aclaró la garganta.
—Bella, ¿crees que podrías estar en estado?
Nota de la autora: A principios del siglo XIX, una mujer tenía en promedio entre siete y ocho nacimientos vivos en su vida, la cual generalmente terminaba antes de los cuarenta años. A finales del siglo XIX, las cosas empezaron a mejorar. Ciertamente, el conocimiento médico contribuyó, pero el factor principal fue la mejora en la higiene personal, lo que ayudó a extender la esperanza de vida.