ID de la obra: 555

The Mail Order Bride

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 271 páginas, 96.562 palabras, 30 capítulos
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Capítulo 15: La familia

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. Capítulo 15: La familia . —¿Crees que estás en estado? —preguntó Edward. Bella yacía en sus brazos y agradeció que las lámparas estuvieran atenuadas. Estaba segura de que la vergüenza debía verse reflejada en su rostro con unas mejillas encendidas. Respiró hondo. —Me da pena hablar de estas cosas, pero supongo que, siendo mi esposo, es algo que deberías saber. Normalmente tengo mi regla durante la luna creciente y ya pasamos la luna llena sin señal de ella. —Entonces eso significa… —Podría significar que un bebé viene en camino, Edward. ¿Te agradaría eso? —Me agradaría, Bella, pero también me da miedo. —¿Miedo? —Tener un bebé es asunto peligroso. No quiero que nada te pase. Ella soltó una risita. —Estoy sana, Edward. Mi madre no tuvo problemas para tener a sus hijos y tengo el mismo cuerpo que ella. Pero no hay que apresurarse. Aparte de no haber tenido mi regla, no he notado ninguno de los otros síntomas que indicarían que estoy esperando. Según ese libro, podría estar retrasada por otras razones, principalmente por todos los cambios que ha tenido mi vida en el último mes. A veces eso provoca una especie de histeria en el sistema que interrumpe el ciclo natural. —Oh —suspiró Edward, aliviado—. ¿Y cómo sabremos con certeza? Bella rio suavemente. —Hasta que venga mi regla o venga un bebé. Tendremos que esperar y ver. Permanecieron en silencio un rato, hasta que Edward se atrevió a decir: —Bella, tengo algo que quisiera conversar contigo. Ella se incorporó un poco para poder verle el rostro. —¿Sí, Edward? —Si no estás embarazada… ¿te decepcionaría mucho? —Todo esto es muy nuevo para mí. Supongo que una parte de mí se sentiría decepcionada, pero siempre está el mes siguiente para amarnos hasta conseguir un bebé, si es lo que queremos. Edward soltó una carcajada. —Ese sería un pasatiempo muy placentero, sin duda. Pero estaba pensando en practicar un poco de moderación durante un tiempo, con la esperanza de que podamos tener unos meses solo para nosotros antes de formar una familia. ¿Eso te entristecería, Bella? —¿Practicar moderación? —Me está gustando esto de ser solo nosotros dos. Me gustaría posponer un poco lo de tener un hijo, si podemos. —¿Temes que cambien tus sentimientos por mí cuando tengamos hijos? —Bella empezaba a sentirse un poco angustiada. —No, no. No quise decir eso. Estoy seguro de que cada día que estemos juntos te amaré más. Solo que me gustaría saborear cada día. Tener un bebé tan pronto sería como una sobrecarga de bendiciones, como comerse una deliciosa comida de un solo bocado. Aún saborearía el sabor, pero preferiría disfrutarlo poco a poco. ¿Entiendes a lo que me refiero? —Mientras hablaba, Edward recorría suavemente con los dedos la curva que iba desde sus pechos hasta sus caderas. —Sí entiendo, pero ¿cómo puede la moderación postergar la llegada de un hijo? —Hay momentos en los que eres fértil, amor mío, y otros en los que no. Cuando eres fértil, debemos evitar las relaciones maritales, y retomarlas cuando ya no lo seas. —Había oído eso antes. —¿En serio? —Edward se mostró sorprendido. —Te sorprendería saber cuántas mujeres mayores sienten que es su deber compartir su sabiduría matrimonial con las recién casadas. —Sé que la matrona del hotel habló contigo. ¿Hubo alguien más? —Sí, una más. Pero esta señora fue muy amable. Era la mucama que arregló nuestra habitación. Me tranquilizó un poco la mañana después de nuestra noche de bodas y me explicó cuándo podía tener una «criaturita» y cuándo no. —¿Estabas angustiada esa mañana? —Edward se preocupó al pensar que quizás la había dejado sola cuando más lo necesitaba. —No por algo que tú hicieras... bueno, sí, supongo que fue por algo que hiciste, pero simplemente era muy ignorante, Edward. No puedo creer la estupidez que es mantener a las mujeres en la ignorancia sobre sus deberes maritales, que en realidad son más bien placeres conyugales. No todas las mujeres tienen un esposo tan considerado como tú. —¿Qué hice? —Edward insistió en saber. Bella besó su mejilla. —Nada que no debieras. Solo me dio vergüenza cuando fui a arreglar la cama y vi una mancha de sangre en la sábana. La mucama me explicó de dónde venía y luego me habló sobre cómo evitar o buscar un embarazo. —Oh. Yo no la noté. —Bien. No quería que lo hicieras. —¿Y qué te dijo sobre cómo evitar un bebé? —Que evitáramos relaciones íntimas dos semanas antes de mi regla. Edward asintió. —Eso no es infalible, pero hay otros métodos también. —¿Ah, sí? —Están las Cartas francesas, la retirada... y claro, la abstinencia total. —¿Cartas francesas? —preguntó Bella, perpleja. —No es algo que debas mencionar en una conversación educada, Bella. Una carta francesa es una funda que cubre... bueno, sirve de barrera entre... mantiene la... —Edward se detuvo y miró impotente a Bella—. No sé cómo explicarte con delicadeza lo que son. —Puedes ser poco delicado, si eso te ayuda. No me importa. Se aclaró la garganta. —Son fundas hechas de intestino de animal y selladas por un extremo. —¿Como las tripas de las salchichas? Se rio y dijo—: Sí. Y esta es la salchicha. —Cogió la mano de Bella y la colocó sobre su pene. Ella resopló. —¿Así que te pones eso mientras intimamos y atrapa tu semilla? —Exactamente. Pero las cartas francesas son difíciles de conseguir. No tengo ninguna aquí y no tengo ni idea de dónde conseguirlas. Supongo que podría hacer algunas averiguaciones. —Eso suena bastante embarazoso, Edward. Suspiró. —Supongo que sí. Podría preguntar en Denver en vez de más cerca de casa. —¿De qué va eso de «retirarse»? —Bella preguntó. —Exactamente como suena. Antes de liberar mi semilla, me retiro fuera de ti y la libero lejos de ti. —Eso no suena como mucho disfrute. —Seguiría siendo placentero, Bella. —Él la acercó más. Ella nunca le había quitado la mano de encima, así que empezó a provocarle con suaves caricias. —¿Deberíamos empezar a practicar este nuevo método esta noche? —preguntó ella. —No estoy seguro de que debamos, ya que no sabemos si hay un bebé ahí dentro o no. —Le puso la mano en el bajo vientre. —¿Quieres decir que no deberíamos intimar si estoy embarazada? —Bella se horrorizó. —No estoy seguro. No creo que debamos, ¿y tú? ¿Le haría daño al bebé? —Creo que no. Espero que no. —Tal vez no deberíamos, entonces. Sus palabras y su cuerpo no estaban de acuerdo. Bella continuó con sus atenciones hacia él. —Oh, Edward, dudo que le hiciéramos daño al bebé. —Podríamos intentar algo que no te presionara tanto. —¿Qué te parece, entonces? —Bella preguntó. Su voz bajó hasta convertirse casi en un gruñido. —Ponte de lado. Ella hizo lo que le pedía, él la atrajo hacia sí y le subió el camisón por encima de la cintura. Siguieron sus dedos, acariciándola, pellizcándola, acariciándola y amándola. Las sensaciones que le provocaba le hacían arder sin dolor cada uno de sus nervios y arqueó la espalda para apoyar la cabeza en su hombro y poder acercar sus labios a los de él. Se besaron mientras ella se apretaba contra él y sus dedos seguían acariciando sus pechos, su cintura, sus partes femeninas. Sintió que su cuerpo se preparaba para recibir el suyo. Él la acarició hasta encontrar su húmedo calor y gimió. Su propia disposición era evidente cuando presionó su trasero y ella supo que la deseaba. De repente, le levantó las nalgas, le puso la pierna de arriba sobre el muslo y la penetró desde atrás, con una sensación increíble. Los dos gimieron a la vez y empezaron las caricias. Él le apretó la mano mientras se movían y ella sintió una presión interior más intensa que nunca. Los labios de Edward estaban en su cuello y todas las sensaciones juntas, sus labios, sus manos, sus dedos, cómo la llenaba estaban provocando una reunión y un crecimiento en su vientre; su corazón latía con fuerza y se elevó, se elevó, se elevó hasta caer. Un gemido largo y grave escapó de sus labios cuando, de repente, se elevó sobre un precipicio brillante que no sabía que existía. Mientras Bella llegaba al clímax, Edward supo que, si iba a instaurar el método de la retirada para posponer la paternidad, tenía que hacerlo ahora... y con bastante esfuerzo, lo hizo. Con un grito silencioso, el calor estalló en el trasero de Bella y ambos se quedaron jadeando. Al cabo de unos instantes, Edward se levantó de la cama y se dirigió al lavabo para coger un paño húmedo. Volvió a la cama para limpiar un poco a Bella. —¿Fue así de placentero para ti, Edward? —Diría que sí… aunque un poco desordenado —respondió con una nota de arrepentimiento en la voz. Bella se dio la vuelta cuando él terminó y se acurrucó entre sus brazos. —Estoy tan adormilada… Pero Edward estaba curioso. —Bella, ¿fue diferente para ti? Ella no respondió de inmediato, y luego dijo con cierta timidez: —Lo fue. Sentí como si mi alma se rompiera… de la manera más deliciosa. —Me alegra. Debería sentirse así cada vez. —Siempre es maravilloso. Me encanta cada vez. Bostezó y agregó: —Pero quedarme dormida entre tus brazos casi me gusta igual. Se acurrucó bajo su barbilla. —¿Ves por qué quiero saborear esta comida lentamente? —Oh, sí. Sin duda —Se dieron las buenas noches con un beso, y no necesitaron soñar. Descubrieron que su realidad era mejor que cualquier sueño. A la mañana siguiente, la actividad en el rancho era intensa. Bella se levantó temprano para asegurarse de que todo estuviera en orden para la llegada de Jasper y Alice, que se esperaba más tarde ese día. El cuarto de huéspedes estaba listo; el novillo había sido sacrificado y Cookie, junto con algunos peones, se encargaba de la carnicería. Bella se alegraba de dejar esa tarea a los hombres. Mientras tanto, regó y escardó el huerto, que estaba creciendo bastante bien. Pronto comenzarían a cosechar los frutos de su esfuerzo. El cachorro, Rascal, siempre la acompañaba en sus labores de jardinería. Era adorable, tropezando en la tierra, olfateando las plantas e intentando perseguir algún pájaro que se atrevía a bajar, ladrando y gimiendo de emoción. Tyler le estaba construyendo una casita, para que, en cuanto pudiera separarse de su madre, se convirtiera en el guardián oficial del huerto. Bella quería que la casita del perro quedara dentro del cercado del jardín, pero Edward insistió en que se pusiera por fuera. Prefería ver a Rascal como el guardián de Bella, no del jardín, y estaba fomentando el apego del cachorro hacia ella. Cuando terminó en el jardín, Bella llevó a Rascal de regreso al establo para que estuviera con su madre y sus hermanos de camada. Pasó unos momentos felices hablando con la nueva potranca y su yegua. Mientras se apoyaba en la puerta del corral, dos brazos fuertes la envolvieron por detrás y unos labios cálidos acariciaron su cuello. —¿Edward? —jadeó Bella. —¿Esperabas a alguien más? —La verdad, no esperaba a nadie —Edward siempre era muy reservado con las muestras de afecto en público. Frente a otros, lo más demostrativo que había sido era levantar el sombrero al verla u ofrecerle el brazo. Pero la mirada en sus ojos en esos momentos era apasionada… para quien tuviera el juicio de notarlo. Bella se giró para mirarlo de frente. —Estás siendo muy atrevido, señor Cullen. —No pude resistirme a tus encantos, señora Cullen. Además, no hay nadie más aquí que nosotros —empezó a mirar con interés la escalera que llevaba al montón de heno en el altillo. —Ni se te ocurra tener ideas. Tu hermano y tu cuñada vienen en camino y necesito ir a la casa a alistarme. Planeo tomar un baño y vestirme como corresponde a la esposa del señor Cullen. No quiero que me encuentren con heno en la espalda y en el cabello. Edward se rio. —Pero ese es un estilo particularmente encantador en ti, señora Cullen. Creo que iniciarías una nueva moda. —Una moda para las rameras, supongo. No creo que tu hermano y tu cuñada lo aprueben. —Parece que están adoptando todo lo que encuentran por aquí. Deberíamos educarlos sobre los encantos de una paca de heno a media mañana. —¿Media mañana? ¿Qué hora es? —Ya casi es la hora de la comida. —¡Ay, por Dios! Necesito subir a la casa. Quería estar vestida antes del mediodía. Edward le tomó la mano mientras salían del establo y subían por la colina hacia la casa. —Edward, ¿crees que les voy a agradar? —No encuentro razón para que no sea así. Eres perfecta. —Habla el esposo enamorado. No soy perfecta. Espero que no se decepcionen. —Solo sé mi Bella. Todo estará bien. Se separaron entonces, y Bella pasó la siguiente hora o algo más bañándose y arreglándose. Sacó su mejor vestido, el mismo que había usado para casarse. No se lo había puesto desde que llegó al Rancho Bear Valley, pero pensó que ahora era el momento de echar toda la carne al asador. No quería que sus nuevos parientes sintieran repulsión por ella. Finalmente, colocó el último rizo en su lugar y ordenó su dormitorio, pidiéndole a Lauren que la ayudara con la tina. Lauren también se había acicalado para recibir a los invitados. Llevaba un rizo marcado justo en medio de la frente, pero se le había caído un poco y ahora parecía más un signo de interrogación que un rizo. Bella miró el rizo con escepticismo y se preguntó qué debía hacer. No quería hacer que Lauren se sintiera menospreciada, pero en verdad se veía bastante ridícula. —Lauren, ¿te gustaría que te arreglara el cabello hoy? Veo que intentaste hacer un rizo. —Sí, por favor —fue todo lo que dijo Lauren, y obedientemente siguió a Bella de vuelta a su dormitorio, donde Bella la hizo sentarse frente al tocador. Le quitó las horquillas del cabello y lo cepilló. Boy estaba justo al lado de la rodilla de su madre, observando todo lo que hacía Bella. —Bonita, mamá —dijo. Al mirar en el espejo, Bella vio el reflejo de Lauren y, por primera vez, se dio cuenta de que en verdad era bonita, con su cabello rubio como seda de maíz y sus ojos verdes. Bella sonrió y comenzó a trenzar el cabello de Lauren, sujetándolo en un peinado intrincado pero firme. —Me gustaba arreglar el cabello de mis amigas cuando vivía en Virginia. Ya está. ¿Qué opinas? Lauren observó su reflejo y sonrió. —Gracias, señora. Se ve muy bonito. —De nada, Lauren. Ambas salieron juntas de la casa, con Boy siguiéndolas como de costumbre detrás de su madre. Lauren se desvió para buscar a Tyler, tal vez para mostrarle su nuevo peinado. Bella sonrió mientras caminaba hacia la cocina para ver si Cookie necesitaba ayuda. Lo encontró con todo bajo control, y supo que si se quedaba solo estaría estorbando, así que regresó a la casa grande. Como ya estaba vestida, no podía hacer ningún trabajo físico por temor a ensuciarse, así que fue al estudio a escoger un libro para leer mientras llegaban sus invitados. Decidió empezar una novela de Jane Austen que nunca había leído, Persuasión, y la llevó al columpio del porche para leer. Pronto estaba perdida en la Inglaterra de la Regencia y disfrutando cada palabra. Pobre Anne Elliot, frustrada en su verdadero amor solo por las convenciones sociales. Eventualmente, el sonido de ruedas y caballos interrumpió su concentración, y al levantar la vista vio un gran carruaje subiendo con esfuerzo la colina, tirado por un equipo de cuatro caballos. Detrás venía un carro más pequeño repleto de equipaje, y montando a su lado venían dos de las personas más elegantes que Bella había visto, incluso usando ropa de montar. Cerró el libro lentamente y lo dejó en el columpio mientras se levantaba para recibir a sus invitados. ¿Dónde estaba Edward? Las mariposas en su estómago amenazaban con abrumarla. Varios hombres salieron a recibir el carro grande y lo dirigieron hacia el establo, pero el carro de equipaje y los dos jinetes permanecieron atrás. Bella se adelantó a recibirlos con una tímida sonrisa y una ferviente súplica en su interior de que Edward apareciera de inmediato. —Bienvenidos al Rancho Bear Valley. Soy Isabella Cullen. —Oh, gracias —dijo el alto hombre rubio mientras desmontaba—. Soy Jasper Cullen y esta es mi esposa, Mary Alice. —Y caminó hacia el caballo de ella para bajarla con cuidado. En cuanto sus pies tocaron el suelo, Alice corrió hacia Bella y le rodeó el cuello con los brazos. —Estoy tan feliz de conocerte. Sé que seremos grandes amigas. Bella se sorprendió por el entusiasmo de Alice, pero la abrazó de vuelta y dijo: —Eso sería maravilloso, creo yo. Luego, dirigiéndose a ambos, añadió: —Nos alegra mucho que hayan venido. Dejen que Tyler se encargue de su equipaje. Les mostraré su habitación y les daré tiempo para refrescarse un poco. Luego, por favor, bajen a tomar algo. Seguro están acalorados y sedientos. Le sonrieron agradecidos, y ella los llevó escaleras arriba. —¡Tu casa es tan pintoresca! —exclamó Alice. —Gracias. Nosotros la encontramos muy cómoda. Llegaron frente al gran cuarto de huéspedes y Bella dijo: —Aquí tienen su habitación. Por favor, avísenme si necesitan algo. Haré lo posible por proporcionarlo. Jasper y su esposa sonrieron en agradecimiento y Bella los dejó para ir a preparar los refrigerios. Había dispuesto una pequeña variedad de comidas frías para que los invitados eligieran, arregladas sobre la repisa de la chimenea. Estaba muy contenta de que Edward tuviera un juego de té para poder recibir con estilo. Mientras medía el té en la tetera, se preguntaba dónde estaría Edward. Esperaba que estuviera en casa cuando llegara su hermano. Algo debió haberlo retenido en el rancho, pero pronto lo oyó subir los escalones del porche y usar el tirapié para quitarse las botas antes de entrar. —¡Bella! —la llamó al entrar, y luego la vio de pie junto a la chimenea en la sala principal—. ¿Llegaron? —Sí, Edward, acaban de llegar. Se están acomodando y luego bajarán para tomar un refrigerio frío. Parecen muy amables. —Bien. Voy a asearme un poco. Ya vuelvo. Se detuvo al mirarla. —Te ves muy hermosa, Bella. Ella se sonrojó. —Gracias, esposo. Este es el vestido que usé el día de nuestra boda. —Lo reconozco. Tenía una expresión suave en los ojos y caminó hasta ponerse frente a ella. —Ese fue un buen día. —Sin duda lo fue. —Ella le sonrió. Él se inclinó y le dio un beso suave en los labios. —Eres muy tentadora, señora Cullen. Ella le devolvió la sonrisa. —Ve a lavarte, Edward. Sé que quieres ver a tu hermano. Él sonrió. —Tienes razón en eso. Tú y yo retomaremos esto más tarde. Desapareció en su habitación mientras ella reía suavemente. Pocos momentos después, Jasper bajó las escaleras con los brazos llenos de paquetes y Bella le hizo señas. —¿Le gustaría una taza de té, señor Cullen? —Oh, por favor, llámame Jasper. Hay demasiados «señor Cullen» por aquí como para llevar la cuenta. —Entonces, por favor, llámame Bella, que tenemos la misma dificultad con «señora Cullen». ¿Cómo tomas el té? —Con leche y azúcar, si tienes. —Por supuesto —dijo Bella mientras servía su taza y se la entregaba. —Mis padres te envían sus mejores deseos, Bella. Traigo un regalo de parte de mamá. —Le entregó un paquete. Sorprendida, Bella parpadeó. —Qué detalle tan considerado de su parte. Ciertamente no esperaba nada. —Mamá está feliz de que Edward se haya casado con una chica del este. Estaba aterrada de que se casara con alguna salvaje mujer del oeste. —En cambio, se casó con una salvaje mujer del este —dijo Bella riendo justo cuando Edward salía de su dormitorio con una amplia sonrisa en el rostro. —¡Jasper, bienvenido a Bear Valley Ranch! —Edward se apresuró a estrechar la mano de su hermano—. ¿Cómo estuvo el viaje? —Hicimos buen tiempo, incluso siguiendo al carro. Es muy hermoso todo esto, Edward. —Lo es. Por eso decidí establecerme aquí. Vine una vez y me enamoré de las montañas, los valles, los ríos —dijo Edward mientras Bella le entregaba su té. —Siempre fuiste un soñador y un poeta. —Y tú siempre fuiste el práctico. —Pero te ha ido bien, Edward. Tienes este lugar maravilloso y esta encantadora esposa. —Levantó su taza de té en un gesto de saludo hacia su cuñada. Edward sonrió agradecido y miró con ternura a Bella. Ella sintió que las mejillas se le encendían y dijo: —Eres muy galante, Jasper. ¿Te apetece un sándwich o unos pastelitos? —Claro que sí, Bella. Montar a caballo siempre me abre el apetito. —Se dirigió al aparador para servirse. Bella lo siguió, preparando un plato para su esposo, que se había acomodado en la silla junto a la chimenea. —Jasper, me alegra que estés aquí. Creo que disfrutarías Colorado —decía Edward mientras Bella le entregaba su plato. Ella se sentó en el hogar junto a él para escuchar la conversación. —Creo que también me gustaría, Edward, pero solo temporalmente. Siempre seré un chico de Chicago en el fondo. No puedo imaginar estar lejos de casa durante diez años como tú. ¿Alguna vez has considerado volver de visita? —Lo he pensado, pero hay demasiado trabajo aquí. No podría dejar el rancho el tiempo que tomaría un viaje así. En ese momento se oyeron pasos ligeros bajando por la escalera, y ambos hombres se pusieron de pie. —Ah, ahí viene mi esposa. Alice, Bella tiene un té maravilloso preparado. Alice era tan ligera de pies que prácticamente danzaba al acercarse a Bella. Ella le entregó una taza y fue recompensada con una sonrisa radiante. Alice se llevó su té al diván y se sentó delicadamente en el cojín. —Qué hogar tan rústico tienen, señor y señora Cullen. Edward sonrió y dijo: —Gracias, señora Cullen. Pero por favor, llámame Edward, y estoy seguro de que a Bella no le molestará si usas su nombre de pila. Todo se volverá confuso si insistimos en tanta formalidad. —Qué buena idea, Edward. Será un placer. Bella sonrió, aunque no estaba segura de si tener un hogar «rústico» era algo bueno, pero decidió darle el beneficio de la duda a Alice. —Ahora dime, Bella, ¿cómo lograste convencer al señor Edward de que era un hombre casadero? La sonrisa de Bella se apagó un poco mientras pensaba en la pregunta y decidió que la única forma de responderla era sin tomársela en serio. —Válgame, señorita Alice, creo que fue el señor Edward quien me convenció a mí en este caso. —¿De veras? —preguntó Alice, ladeando la cabeza, y a Bella le recordó más que nada a un pajarito. —Sí. Lo dejé rendido con medio continente de distancia. Sospecho que fue mi habilidad para escribir cartas lo que lo atrapó. Edward rio y dijo: —Tus cartas eran de lo más entretenidas, Bella. Casi me las aprendí de memoria por lo ingeniosas que eran. —Bah, Edward, las tuyas eran las interesantes. Siempre escribías sobre ser un vaquero: enlazar y arrear ganado, cabalgar por las llanuras. Tus cartas eran muy románticas. —¿Así que se conocieron por correspondencia? —preguntó Alice. —Sí, en efecto —dijo Edward—. Pero cuando Bella por fin llegó, para mí fue amor a primera vista. Alice soltó una risita. —¿Y para ti, Bella, fue amor a primera vista también? —Casi, diría yo. No podía entender por qué este caballero tan apuesto me miraba de esa forma, así que al principio estaba más nerviosa que otra cosa. Pero su encanto pronto calmó mis nervios y pude escuchar a mi corazón. Le sonrió a su esposo y vio el destello en sus ojos. Sabía exactamente en qué estaba pensando. —Jasper, ¿te enamoraste de mí desde el primer momento en que me viste? —preguntó Alice. —Alice, te conozco desde que ambos usábamos pañales. Ni siquiera recuerdo la primera vez que te vi. Alice rio. —Sí, nuestras familias pasaban mucho tiempo juntas antes, ¿verdad? Pero dejamos de vernos por un tiempo. Me pregunto por qué fue… Hace unos nueve o diez años, ¿no, Jasper? Lo recuerdo porque estaba preparándome para mi primer baile formal y tuvimos que cancelarlo. Pero no recuerdo por qué… Edward se sintió muy agradecido de haberle contado a Bella su historia con la hermana mayor de Alice. Podía deducir exactamente por qué los Brandon y los Cullen dejaron de frecuentarse hace diez años, y todo tenía que ver con él y Frances Brandon. Se preguntaba cuál era la intención de Alice al sacar el tema, pero solo había una forma de manejarlo. —Dime, Alice, ¿qué está haciendo Frances en estos días? Alice parpadeó, sorprendida de que Edward sacara el tema de forma tan directa frente a Bella. Se sintió un poco contrariada; pensaba jugar un poco al gato y al ratón con Edward, pero con una sola frase, él había arruinado su juego. —Está bien. Se casó hace varios años con un abogado prometedor, Marcus Roman, y ahora tiene cuatro hijos, todos hermosos. —Me alegra por ella. Creo que fui a la escuela con Marcus Roman. ¿Su padre tenía una tienda de ropa y telas? Recuerdo haberlo visto trabajar allí hace años. La expresión de Alice se tornó algo irritada. Alice frunció ligeramente el ceño. —Hace años que ya no trabaja para su padre. —Yo tampoco, Alice. Yo tampoco —respondió Edward, y luego se volvió hacia su hermano, que los observaba con una sonrisa divertida—. Jasper, ¿te gustaría que Bella y yo les mostramos el lugar? Y con eso, las dos parejas pasaron una hora agradable recorriendo el rancho en los alrededores de la casa principal. Bella y Alice caminaban tomadas del brazo, y Alice parloteaba sin parar sobre todo lo que veía. Bella sonreía y asentía de vez en cuando, pero durante todo el tiempo, no podía evitar esa sensación incómoda en el pecho… como si algo oscuro estuviera por venir. Era una forma poco prometedora de comenzar una relación con su nueva cuñada. Nota de la traductora: Las «cartas francesas» eran un término común en el siglo XIX para referirse a preservativos masculinos. Generalmente estaban hechos de tripa animal o caucho vulcanizado, eran reutilizables y se sujetaban con cintas o lazos para mantenerlos en su lugar. Aunque su uso era más limitado que hoy en día, algunos hombres los llevaban consigo como método para prevenir embarazos o enfermedades venéreas.
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