ID de la obra: 555

The Mail Order Bride

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 271 páginas, 96.562 palabras, 30 capítulos
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Capítulo 16: Las hermanas

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. Capítulo 16: Las hermanas . A la mañana siguiente, Jasper se levantó temprano para unirse a Edward en su trabajo en el rancho. Iba vestido igual que su hermano, con la excepción de que la ropa de Edward se veía suave y cómoda, mientras que la de Jasper parecía rígida y nueva. Bella ya estaba despierta antes que los hombres, ayudando a Cookie con el desayuno. —Cookie, creo que la señora de Jasper Cullen y yo iremos a visitar a la señorita Black hoy. ¿Te gustaría acompañarnos? —Claro que sí, señora. ¿A qué hora piensa salir? —Creo que justo después de recoger la comida del mediodía. Si regresamos tarde para la cena, Lauren y Tyler pueden encargarse de los hombres. —Sí, señora. ¿Van a caballo o llevarán el carruaje? —Creo que será más fácil llevar el carruaje, ¿no crees? —Entonces yo me encargo de eso. —Gracias, Cookie. Después del desayuno, todavía no había señales de Alice, así que Bella fue a trabajar en su jardín. Rascal estaba feliz de estar con su madre humana y no dejaba de jalarle la falda cada vez que ella hacía algo que no fuera prestarle atención. —Te puse el nombre perfecto, pequeño bribón —rio Bella mientras lo alejaba de su dobladillo. Luego recogió una ramita y se la lanzó para que el cachorro corriera tras ella. Su estrategia funcionó y él salió disparado, ladrando con la aguda alegría de los cachorros. Mientras cavaba y regaba su jardín, Bella pensaba en los regalos y las cartas que sus nuevos suegros habían enviado con Jasper y Alice. Su suegra le había mandado una tela preciosa con la que podría hacerse un vestido, además de una carta cálida de bienvenida. Bella hizo una pausa y sacó la carta del bolsillo de su delantal para leerla de nuevo.   Mi querida nueva hija: Fue con gran alegría y deleite que recibimos la carta de Edward informándonos de su matrimonio contigo. Te doy la bienvenida a la familia. Edward dice que eres una dama de gran valía del Viejo Dominio, como me gusta llamar a Virginia. La familia de mi madre era de allí; de Norfolk, para ser precisos. No recuerdo que alguna vez haya mencionado a ninguna familia Swan, pero entiendo que tú eres de otra parte del estado. Temía que Edward terminara casado con alguna mujer tosca del oeste. Me alegra tanto que haya tenido el buen sentido de mirar hacia el este para buscar esposa. Sé que tú te encargarás de mantener los estándares de decencia que, estoy segura, las beldades locales ni siquiera conocen. Quizá, querida hija, puedas usar tu poder de persuasión para convencer a Edward de que regrese a casa, al menos de visita. Han pasado diez largos años desde que mis ojos de madre lo vieron por última vez y extraño profundamente a mi hijo. Su gran piano permanece sin tocar en el salón y estoy segura de que él extraña interpretarlo. Tenía un talento increíble. Con afecto para ti una vez más, Isabella. Espero que algún día se cumpla mi más ferviente deseo y pueda verlos a ambos antes de que me llamen al Hogar. Sinceramente, Sra. Carlisle Cullen   La frente de Bella se frunció mientras leía. Su suegra no era nada caritativa con los habitantes del lugar. Estaba tan lejos de la verdad que Bella se alegró de que mil millas las separaran. Cuando le mostró la carta a Edward, él simplemente se encogió de hombros y dijo: —Así es mi madre. Volvió a meter la carta en el bolsillo de su delantal y decidió contestarla esa misma noche antes de acostarse. Tal vez podría pedirle consejo a Edward. Retomó la tarea de escardar cuando, unos minutos después, apareció Alice con cara de mucho sueño, de pie junto a la cerca del jardín. Llevaba una bata sobre el camisón, el cabello recogido en trapos y pantuflas en los pies. —Buenos días, Alice. Alice, bostezando, preguntó: —¿Qué hora es, Bella? —Oh, yo diría que cerca de las siete menos cuarto. —¿De la mañana? —Parecía horrorizada. Bella rio. —Sí. —¿Hace cuánto que estás despierta? —Aquí nos levantamos con el sol. Hay que aprovechar mientras brilla, como dicen. Por otro lado, también nos vamos a dormir con el sol. —Oh, pensé que solo estaban siendo amables anoche al retirarse temprano, sabiendo que veníamos cansados del viaje. —Me temo que no, Alice. Es la vida de quienes vivimos según los ritmos de la naturaleza. —¿No se quedan despiertos jugando a las cartas o bailando o haciendo algo divertido? —Me temo que, si lo hiciéramos, pronto nos encontrarías quedándonos dormidos sobre la mesa de juego y tropezando en la pista de baile —dijo Bella con una sonrisa—. Pero a veces sí hay un pequeño entretenimiento por la noche antes de dormir. En las noches agradables, los hombres suelen encender una fogata cerca de la barraca y se entretienen cantando. Algunos tienen voces muy hermosas. Es bastante romántico sentarse a mirar las estrellas mientras los vaqueros te serenatean. Alice soltó una risita, pero enseguida miró a su alrededor como si temiera ser vista por alguno de esos vaqueros en ese preciso momento. —Bella, no puedo encontrar a tu doncella para que me ayude a vestirme. Normalmente no salgo así vestida. Me alegra que no haya hombres cerca ahora. —Oh, Lauren no es mi doncella. En este momento está ayudando a Cookie en la cocina y dudo que sepa cómo ayudarte de todos modos. Supongo que, si necesitas ayuda, podría asistirte. —¿Lo harías, por favor? No puedo abrocharme el corsé sola. —¿Entonces por qué usarlo? Alice pareció escandalizada. —No es decente. —Cielos, Alice, es perfectamente decente prescindir del corsé. Son restrictivos y cuando tienes mucho trabajo por hacer, lo último que quieres es que te impidan respirar. Alice miró la cintura de Bella. —¿No llevas uno ahora? —No. Solo llevo una camisola y unos calzones bajo este vestido. Sin polisón. Sin corsé. Te recomendaría seguir mi ejemplo, aunque sea solo por comodidad. —Tal vez lo haga. Podría ser liberador. Volveré en un rato —dijo Alice, y se marchó a vestirse. Bella se encogió de hombros. Alice le parecía lo suficientemente agradable, solo que cuando hablaba con Edward se ponía un poco cortante. Quizás, cuando se conocieran mejor, podría preguntarle al respecto. Bella regresó a terminar sus tareas de jardinería, pero antes de poder llevar a Rascal de vuelta, Alice apareció vestida con una falda oscura y una blusa a juego. —He hecho lo que sugeriste, hermana. Llevo solo la camisola y calzones debajo y el cabello suelto como una niña. Me pregunto qué pensará Jasper de esto. —Lo sabrás cuando suba a comer al mediodía —rio Bella. —Entonces, ¿ya terminaste con tu jardín por hoy? —Sí. Los guisantes están casi listos para cosechar. No puedo esperar a tener guisantes frescos en el plato. —No me gustan mucho los guisantes. —¿Eh? ¿Por qué no? —Mi abuela solía obligarme a comerlos. Tenía que quedarme sentada en la mesa hasta terminar el plato. Se ponían tan fríos y poco apetitosos... —Oh, puedo imaginarlo. Pero los guisantes recién cosechados son otra historia. Espera, déjame mostrarte algo. Dame tu mano. Bella arrancó una vaina de guisante de una mata cercana, la abrió con un chasquido y empujó los guisantes hacia la palma de Alice con el pulgar. —Pruébalos. —¿Crudos? —Sí. Son deliciosos —Bella tomó otra vaina para sí y se comió los guisantes tiernos, sonriendo con ánimo. Alice miró con escepticismo los pequeños guisantes en su palma, pero tomó uno con cuidado y se lo metió en la boca. Al masticarlo, su sonrisa confirmó su aprobación, y pronto se comió el resto. —¡Son deliciosos! —El secreto está en recogerlos jóvenes y no cocerlos demasiado. Hablando de eso, ¿ya desayunaste? —No. —Entonces ven conmigo y te daré algo de comer —dijo Bella, llevándola a la cocina, donde le preparó una taza de café y unas rebanadas de pan con mantequilla. —Siéntate y disfruta. Tengo que llevar a Rascal de vuelta al establo. Cookie y Lauren te cuidarán mientras tanto. Bella salió rápidamente, encontró a Rascal cavando un agujero en un parterre de flores y lo alzó en brazos para devolverlo al establo. —Vaya, Rascal, sí que sabes encontrar problemas sin proponértelo. Cuando regresó a la cocina, encontró a Alice entreteniendo a Cookie y a Lauren con una historia sobre Edward en Chicago. —…Edward tuvo que pasar todas las tardes de sábado durante tres meses limpiando los establos del señor Smith por esa travesura —contaba Alice, mientras Cookie se reía a carcajadas. —Entonces sus familias son bastante cercanas —comentó Bella. —Lo eran y lo son ahora, pero hubo una época en que no vimos mucho a los Cullen. Y me alegro. Me dio tiempo de crecer sin que Jasper lo notara. Tal vez no le habría interesado tanto si hubiera presenciado el proceso. Bella sonrió, decidiendo que su curiosidad por el pasado de Edward, aunque comprensible, no debía expresarse hurgando en su cuñada. Estaba segura de que Edward le contaría cualquier cosa que le preguntara, si tan solo reuniera el valor para hacerlo. Era evidente que había algún tipo de escándalo relacionado con Edward y la hermana mayor de Alice. Bella había imaginado de todo y, la verdad, probablemente sería mejor dejar de imaginar y preguntar directamente. Alice empezó a decirle a Lauren que no necesitaba ropa de cama nueva, pero se sorprendió al ver que el orinal no había sido vaciado. Lauren solo la miró sin comprender. —Eh, Alice, si necesitas ayuda en tu habitación, te ayudaré un rato. Lauren se encarga de su cuarto y del salón principal. Tiene muchas tareas durante el día. Alice parecía desconcertada. —¿Entonces quién vacía el orinal? Bella sonrió y dijo: —Bienvenida al salvaje oeste, Alice. Vamos, te mostraré cómo se hace. Alice parecía a punto de vomitar, pero Bella simplemente la acompañó hasta la casa principal y subieron juntas a su habitación. El cuarto era un desastre, con equipaje desparramado por todas partes, la cama sin hacer y el orinal ofensor debajo de la cama. —¿Estás diciendo que tendré que arreglar este cuarto yo sola? —Puedes pedirle a Jasper que te ayude. Hoy te ayudaré yo. No tenemos sirvientes como los que conoces en el este, Alice. No contamos con hombres y mujeres disponibles para hacer tareas que bien podemos hacer nosotras mismas. Lauren ayuda, pero jamás esperaría que tuviera que encargarse de mi orinal. Qué tarea tan horrible sería esa. —¿Edward te ayuda? —Cuando puede. Nunca ha dudado. —¿Incluso con el orinal? —Especialmente con el orinal. Aún más si él fue quien lo ensució en primer lugar —Bella soltó una risa. Alice parecía atónita. —¿Crees que Jasper pensará igual? —No tengo ni idea, Alice. Bella fue a la cama y empezó a alisar las cobijas. Alice se fue al otro lado y terminaron el trabajo juntas. —¿Quieres guardar tu ropa, Alice? —preguntó Bella. —Sí, supongo que sí. Pasaron una media hora agradable desempacando el equipaje de Alice y Jasper. Bella nunca había visto ropa tan hermosa ni en tanta cantidad. De hecho, no había espacio suficiente en el chiffarobe para la ropa de Alice, mucho menos para la de Jasper. —Se me ocurre algo —dijo Bella—. Hay un armario en la habitación de huéspedes. Vamos a moverlo aquí para que lo uses. —Quizá no necesito todo esto de inmediato, Bella. Reempacaré lo que no voy a usar pronto. Así estaremos mejor. —Eso tiene mucho sentido, Alice. Voy a buscar a Tyler a ver si puede ayudarnos a mover el armario. Bella dejó a Alice reorganizando su ropa y fue en busca de Tyler. Lo encontró en la cocina, tallando pinzas de madera para tender la ropa. —Tyler, ¿podrías ayudarnos a la señora Jasper Cullen y a mí a mover un mueble? Él asintió y dejó sus herramientas a un lado, mirando dónde estaba su hijo. Boy estaba sentado en su rincón jugando con sus bloques. Tyler extendió su mano en silencio y Boy se levantó de un salto para tomarla. Los dos siguieron a Bella hasta la habitación extra. Entre los tres lograron mover el pesado armario a la habitación de Alice. Luego fue sencillo guardar el resto de la ropa. —Tyler, si pudieras llevar este baúl a la habitación extra, así el señor y la señora Jasper pueden acceder a él cuando quieran. Luego puedes volver por el equipaje vacío y lo ponemos en el cuarto de los trastos —pidió Bella. Tyler asintió y fue a cumplir con lo solicitado. Alice estaba desempacando el equipaje de su esposo cuando se topó con un paquete que no reconocía. En letras cursivas europeas se leía «Cartas Francesas» en la parte superior. Alice las miró con expresión confundida, pero Bella, recordando su conversación franca con Edward unos días atrás, supo exactamente qué eran. Se sonrojó y desvió la mirada como si estuviera muy concentrada en la pila de camisas sobre la cama. Escuchó cómo Alice abría el paquete y luego un jadeo. Bella se volvió hacia su cuñada y vio en su rostro un rubor correspondiente. Ambas se miraron con culpa, Alice aún con el paquete en manos, pero habiéndole vuelto a poner la tapa. Los labios de Alice temblaban en un intento de contener una sonrisa. Bella no tuvo tanto éxito. Sus labios se curvaron en una sonrisa, Alice soltó una carcajada y las dos terminaron riendo a carcajadas, con lágrimas en los ojos, teniendo que apoyarse en la cama para no caerse. Después de unos buenos minutos, su risa se fue calmando y se secaron las lágrimas. Pero no dijeron ni una palabra sobre el descubrimiento de Alice. Alice guardó rápidamente el paquete en el cajón superior del chiffarobe y siguió como si nada hubiera pasado. Pero ambas seguían sonriendo mientras trabajaban. Pronto, la habitación de Alice quedó ordenada y lo único que faltaba era sacar el orinal y ocuparse de él. Como tenía tapa, fue sencillo levantarlo por el asa, y ambas mujeres salieron hacia la letrina y entraron. Bella había arreglado el interior de la letrina en las últimas semanas. Le pidió a Tyler que encalaran las paredes por dentro y que cortara dos ventanas altas para que hubiera ventilación cruzada. En invierno, pensaba pedirle que les pusiera vidrio para evitar que el viento helado entrara. Tenían una letrina de dos asientos: uno estaba equipado con una silla o montura de madera tallada para mayor comodidad del usuario; el otro era simple, solo un agujero en la tabla. Se entendía que uno usaba el asiento para los asuntos sentados, y el otro para los asuntos de pie. En una canasta junto al asiento había tiras de periódico que se usaban para limpiarse después. Cuando se acababa el papel, tenían otra canasta con trapos viejos. Después de usarlos, estos trapos se echaban en un balde y alguien debía asumir la penosa tarea de lavarlos. Bella prefería ampliamente usar los periódicos, que simplemente se lanzaban al agujero. Otro balde más grande estaba en una esquina. Estaba lleno de un polvo blanco llamado cal, o de cenizas viejas de las distintas estufas de la casa. De vez en cuando, quien usara la letrina debía tomar una palada de cal y verterla en el agujero. Esto ayudaba a controlar el olor y las moscas si se hacía de forma constante, y también ayudaba a la descomposición de los residuos. Bella también había colocado algunas ramas delgadas de pino en un tonel alto en la esquina. El aroma resinoso del pino ayudaba a purificar el aire del pequeño recinto. Las cambiaba cada pocos días. Bella indicó a Alice que vaciara el contenido de su orinal en el agujero para orinar. Alice hizo una mueca al hacerlo. Luego, ambas mujeres caminaron hasta una gran tina en el porche trasero de la cocina. Ahí era donde se arrojaba el agua usada para lavar los platos, y luego se reutilizaba para cosas como trapear los pisos o lavar orinales. Bella tomó un gran cucharón de esa agua gris y la vertió en el orinal de Alice, lo giró un poco y luego arrojó el agua en un cantero. Repitió el proceso una vez más y luego le entregó el orinal a Alice. —Eso es todo, Alice. —Tal vez haga que Jasper use la letrina por las noches en lugar del orinal. Bella la miró con escepticismo. —Es distinto cuando eres tú quien tiene que encargarse de la limpieza, ¿verdad? —Eso es verdad. Alice parecía tener mucho en qué pensar. Se preguntaba qué estaría haciendo Jasper con Edward. Estaba empezando a darse cuenta de que la vida en el oeste no era tan romántica como había imaginado. ¿Estaría Jasper viviendo la misma revelación? Edward observaba a su hermano mientras hundía la cavadora de hoyos en la tierra. Jasper estaba sudando y se había desabotonado la camisa en el cuello. Edward podía notar que su hermano no estaba acostumbrado a ese tipo de trabajo físico, pero Jasper no se quejaba. Ambos estaban acalorados y cubiertos de polvo cuando llegó la hora de ir a comer. —Vamos a ver a nuestras mujeres y a buscar algo de comida, Jasper. Jasper sonrió y se enderezó, tratando de aliviarse la espalda adolorida. —Ha sido… estimulante, Edward. —Parecía que esa cavadora ha sido tuya desde siempre. Edward le dio una palmada en la espalda. Jasper se rio, y ambos caminaron hasta donde estaban sus caballos, que esperaban pacientemente bajo la sombra de un árbol cercano. Los hombres montaron y cabalgaron hacia la casa principal. Después de pasar por la caseta de lavado, subieron a la casa para reunirse con sus esposas y cenar. Bella recibió a Edward en la puerta. Su sonrisa iluminaba su rostro como el sol, pero en lugar de su acostumbrado abrazo, simplemente le extendió la mano. Tenían visitas y debían mostrarse reservados. Edward tomó su mano y la llevó a sus labios, mirándola intensamente a los ojos. —Apuesto que tienes hambre, Edward. —Sí, señora —dijo con un tono que indicaba que tenía hambre en más de un sentido. Bella sonrió y negó con la cabeza. Él le había prometido el día después de su boda que siempre estaría dispuesto y en condiciones de llevarla a la cama, y al parecer no estaba bromeando. Pensó en mencionarle el hecho de que Jasper traía unas cartas francesas. Lo condujo hasta la mesa. Jasper entró justo detrás de Edward, en el momento en que Alice bajaba las escaleras. Llevaba puesto su «atuendo de rancho»: la falda de montar sin corsé y una blusa, y su largo cabello negro caía en rizos hasta la cintura. Jasper la miró de arriba abajo, sorprendido, y una sonrisa lenta se dibujó en sus labios. —Eres una visión, señora Cullen —dijo, haciendo una leve reverencia. Alice le devolvió la sonrisa y le lanzó una mirada a Bella. Al parecer, a Jasper le había encantado su nuevo estilo más informal. Se sentaron a la mesa y, tras una breve bendición, comenzaron a comer su guiso con panecillos. Conversaron sobre lo que habían hecho por la mañana y sus planes para la tarde. —Alice y yo vamos a tomar la carreta para visitar a la señorita Black esta tarde, Edward. Edward alzó la mirada de su plato con el ceño fruncido. —¿Ustedes solas? —No, Cookie aceptó acompañarnos. —No creo que sea buena idea —dijo Edward. —¿Por qué no? —Hay malos sentimientos entre Jacob Black y Cookie. No quiero que ustedes dos terminen en medio de eso. —Jasper, ¿qué te parecería dejar la construcción de cercas por hoy para acompañar a las damas? —Será un placer. —Oh, Edward, sé lo ocupado que estás. Me da pena que tengas que dejar tu trabajo por esto. —En realidad, con la ayuda de Jasper hicimos el doble de lo que esperábamos esta mañana, así que tengo libertad para acompañar a mi esposa en una visita social. Así que, después del almuerzo y tras explicarle a un Cookie decepcionado que no necesitarían de sus servicios, se pusieron ropa de visita y Bella y Alice subieron a la carreta, mientras Edward y Jasper montaban a caballo rumbo a la casa de Rosalie. Cuando tocaron la puerta, Rose los recibió con una sonrisa y echó un vistazo detrás de ellos como si esperara ver a alguien más. Su expresión se apagó un poco al ver que solo eran los cuatro, pero luego de que le presentaran a Jasper y Alice, los invitó a pasar a su sala, donde les ofreció té y pastel. Después de explicar que su hermano no estaba en casa en ese momento, charlaron cortésmente. Entonces Rose preguntó: —¿Vendrán al pueblo este fin de semana? El predicador vendrá. Edward dijo: —Ah, sí. Lo había olvidado. Creo que sería bueno que asistiéramos. ¿Habrá algún baile? —Por supuesto, como siempre, la noche anterior en la caballeriza. Edward miró a Bella. —¿Te gustaría acompañarme al Baile del Sermón? TMOB Hair rags: las mujeres solían enrollar su cabello en trapos por la noche para conservar los rizos. Como si fueran rulos antiguos. Cuarto de los trastos (Lumber room): habitación donde se almacenaban muebles y objetos domésticos extra, algo así como un desván. Agua gris (Grey water): aunque es un término moderno, se refiere al agua que ya no es potable pero aún puede usarse para tareas como limpieza. Chiffarobe: Mueble de uso común en los hogares del siglo XIX y principios del XX, especialmente en regiones rurales como el Viejo Oeste. Combinaba cajones como los de una cómoda con un compartimento para colgar ropa, lo que lo hacía práctico en casas con espacio limitado y sin clósets empotrados.
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