ID de la obra: 555

The Mail Order Bride

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 271 páginas, 96.562 palabras, 30 capítulos
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Capítulo 17: El campamento

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. Capítulo 17: El campamento . Alice estaba hecha un manojo de nervios por el baile. Era de lo único que hablaba en los días siguientes. Primero, quería saber qué iba a usar Bella. Bella tenía un vestido elegante, pero era una prenda que había rehecho a partir de uno de su madre, y ya estaba algo pasado de moda. Originalmente, había tenido una enorme falda de aros, pero Bella lo desarmó por completo y ahora tenía un aspecto más moderno con una cola recogida. Aun así, tenía sus dudas. —¿No te envió mamá Esme una tela? —preguntó Alice. —Sí. Es una seda azul preciosa. —Tenemos tiempo de confeccionar un vestido con ella, si quieres. —Yo jamás podría hacer un vestido tan rápido, Alice. —Yo sí. Bella la miró asombrada. —En serio, tengo un don. ¡Soy la aguja más rápida de Chicago! —Habría imaginado que ibas a un modisto, Alice. —Mi padre no me dejaba ir al modisto tanto como me hubiera gustado, así que tuve que aprender por mi cuenta. La verdad, lo disfruto. Ahora, ¡vamos a ver esa tela! Las chicas pasaron las siguientes horas decidiendo qué hacer con la preciosa seda que Esme había enviado. Alice tomó las medidas de Bella y comenzaron a cortar la tela. Pero este pasatiempo interrumpía las tareas de Bella, así que al final tuvo que dejarle la mayoría de la costura a Alice. La noche después de la visita a Rose, Edward y Bella estaban sentados juntos en su estudio. Jasper y Alice habían bajado a la fogata por un rato. Bella escribía a su suegra para agradecerle por sus buenos deseos y por la preciosa tela. Estuvo muy tentada de escribir como si fuera una persona inculta y vulgar para escandalizar a Esme, pero jamás podría hacerle eso a Edward. En ese momento, la madre de Edward estaba complacida, y parecía sensato intentar que siguiera así. —Listo, ya terminé la carta, Edward. ¿La enviamos al pueblo o la guardamos hasta que vayamos nosotros? —Unos días no harán diferencia, Bella. La llevaremos cuando vayamos. Y dime, ¿estás disfrutando tu tiempo con Alice? —Sí. Está dispuesta a aprender a hacer cosas que antes dependía de otros para que se las hicieran, aunque le sorprenda. Su compañía ha sido muy agradable. Pero me temo que no tendrás secretos por mucho tiempo con ella aquí. La escuché contándole a Cookie y a Lauren un episodio de tu pasado que terminó con tus sábados dedicados a limpiar un establo. —¿En serio? —Edward se rio—. Bueno, no debería haberle pintado manchas a ese caballo pura sangre del señor Smith. Ese caballo sabía bien cómo ensuciar su corral. Bella le sonrió. —Parece que me atraen los bribones. Edward le devolvió la sonrisa y abrió los brazos, invitándola en silencio a sentarse en su regazo. Ella aceptó encantada y rodeó su cuello con los brazos. —¿Qué otros bribones te atraen, Bella? —Uno de cuatro patas que ladra. Ese cachorro tiene demasiada energía. Si no fuera tan adorable, ya lo habría devuelto al establo. —Oh, solo es un cachorro. Pronto aprenderá qué debe hacer. Bella se acurrucó entre sus brazos y se atrevió a preguntar: —Edward, ¿hubo algún tipo de escándalo entre tú y Frances Brandon? Edward sabía que tendría que confesarlo tarde o temprano, especialmente con Alice empeñada en no dejar el tema. —Bueno, hubo una especie de malentendido. Frances y yo éramos la pareja ideal según todo el mundo en Chicago. A mí no me importaba mucho, para ser honesto. Frances era divertida y no era mala compañía, pero a los diecinueve años yo no tenía intención alguna de casarme. Pensé que todos lo entendían, pero al parecer no. Intentaron forzarme. »Una noche, mis padres ofrecieron una cena e invitaron a los Brandon, entre otros. Después de la comida, cuando las damas se retiraron y los hombres se quedaron con los cigarros, me llegó una nota pidiéndome que subiera con urgencia a mi habitación. Al llegar, me encontré con Frances sentada en mi cama, vestida solo con su camisola y medias. Me di la vuelta para salir, pero me topé de frente con la madre de Frances. Hubo un gran escándalo y el señor Brandon exigió que me casara con su hija, pero yo no tenía intención de hacerlo. Mis padres parecían estar de acuerdo con los Brandon, así que hice lo que ya venía considerando desde hacía tiempo: escapar. Seguro enojé a todos, pero eventualmente lo superaron. Frances incluso se casó con un buen hombre, aunque no de la élite de Chicago. Y con cuatro hijos, parece que no le va nada mal. Escribí a mis padres unos meses después para asegurarles que seguía vivo. Tomó algunos años, pero al final me perdonaron. Diría que todo terminó bien. —Entonces, tú y Frances nunca fueron más que amigos. —Mmm. Compartimos uno que otro beso. —Edward miró a Bella de reojo para ver cómo se tomaba eso. —¿Ah, sí? ¡Lo sabía! Eras un bribón. ¿Y de quién te gustan más los besos, los míos o los de Frances? —resopló. Él bufó en respuesta. —¿Qué crees tú, señora Cullen? Y con eso, la besó, atrayéndola lo más cerca que pudo. Ella se deleitó en su abrazo, pero no pudo resistirse a provocarlo un poco más. Cuando se separaron, susurró: —Y a mí también me gustan mucho más tus besos. Edward frunció el ceño con sorpresa. —¿Prefieres mis besos a los de quién? —Oh, a los de todos mis pretendientes de Virginia. A Edward se le revolvió el estómago. —¿Pretendientes? Bella soltó una carcajada. —Lo justo es justo, Edward. Si tú diste algunos besos antes de que nos conociéramos, ¿por qué no podría haberlo hecho yo? Edward exhaló, intentando encontrar una réplica, pero su sentido de la justicia le dijo que no había ninguna válida. Solo odiaba imaginar los labios de Bella en otros que no fueran los suyos. Hizo una mueca resignada. —Tienes un buen punto, Bella. Solo me importan el ahora y el mañana. Lo que quedó en el pasado, quedó atrás, como tú misma dijiste antes. Bella le guiñó un ojo. —Me alegra que pienses así. Seguro puedes imaginar cuánto disfruté besar a todos esos viejos con dientes malos y peores olores. —Bella, no sabía que ese era tu tipo. —Esbozó una sonrisa. Bella se estremeció. —No, en serio, Edward, no hubo nadie. Si no nos hubiéramos encontrado, estaba destinada a ser una solterona. —Eso no puedo creerlo, Bella. Cualquier hombre habría estado encantado de tenerte. —Solo si traía una buena dote, y yo no tenía nada. —Bella —Edward le besó la cabeza—. Al contrario, tienes todo lo que siempre quise. Bella le tomó el rostro y lo atrajo al suyo para besarlo como es debido. Para cuando terminaron, su corazón latía con fuerza y respiraba entrecortadamente. —¿Vamos a la cama, Bella? —Oh, Edward —susurró Bella—, ¿sabías que tu hermano tiene unas cartas francesas? Edward parpadeó. —¿Cómo sabes eso? —Estuve ayudando a Alice a desempacar y las vi. —Mmm. Supongo que tendré que tener una pequeña charla con él entonces. Le dio otro beso, y luego se dispusieron a apagar las lámparas y asegurar la casa. Dejaron una lámpara tenue encendida sobre la pequeña mesa junto a la puerta principal para que Jasper y Alice pudieran usarla al regresar, y luego se retiraron a su cuarto… aunque no precisamente a dormir. A la mañana siguiente, Bella no vio a Alice hasta casi la hora de la comida. Alice se había instalado en su habitación trabajando en el vestido de Bella. A la hora de la comida, apareció con un brillo en los ojos y una sonrisa en los labios. —Vas a estar preciosa, Bella. —Estoy segura de que será gracias a ti, Alice. Has trabajado muchísimo en mi vestido. —Me encanta. No lo siento como trabajo. Sin duda prefiero esto a hacer doce docenas de galletas. Eso le dio una idea a Bella. —Si quieres, Alice, puedo darte más proyectos de costura, ¿te gustaría? —¡¿Que si me gustaría?! —chilló Alice encantada. Bella sonrió. —Necesito empezar a hacer camisas de franela para Edward, para que esté más cómodo en invierno. No he tenido tiempo de empezar. —Eso lo hago en un dos por tres. ¿Dónde conseguimos la tela? —No estoy segura. Tal vez haya una tienda en el pueblo. Podemos mirar este sábado. —¿Nunca has ido al pueblo? —No al de Bear Valley. He estado en Denver, eso sí. —Entonces será una experiencia nueva para ambas. —Estoy segura de que sí. ¿Sabías que vamos a acampar allá durante la noche? —¿De verdad? —Alice pareció insegura. —Sí. Al parecer el único hotel que tienen está encima del salón y, según palabras de Edward, «es algo tosco». ¿Sabes, Alice? Me dio la impresión de que quizás… ¡es una casa de citas! —¡Santo cielo! Sería todo un espectáculo quedarse allí. ¿Te imaginas lo que veríamos? —Edward puede imaginarlo demasiado bien, así que nos vamos de campamento. —¿Dormiremos en tiendas? —Edward dijo que, si el clima está bien, ellos dormirán bajo las estrellas en sus sacos de dormir, pero no quiere que nosotras durmamos en el suelo. Va a llevar el carro grande y dijo que tú y yo podríamos dormir ahí sobre un colchón. —Eso no suena tan divertido —Alice puso cara de disgusto. —No estoy segura de querer dormir en el suelo. Eso es lo que Edward y Jasper van a hacer. —¿Y cómo nos vestiremos para el baile? —Enrollaremos el colchón y usaremos el carro como camerino. Edward dijo que era un viejo carro Conestoga. Tiene una estructura de arcos que se puede cubrir con una lona como tienda. Tendremos toda la privacidad necesaria. —¿Iremos solo nosotras? —Oh, no. Creo que irán casi todos los peones; los Crowley también. Eric Yorkie se queda con algunos hombres a cuidar el rancho. Habrá una gran fogata y Cookie se va a encargar del carro de cocina. Estoy muy emocionada. Cuando el predicador itinerante llegaba a Bear Valley, usualmente cada cinco semanas, la gente de los alrededores se reunía para asistir a la iglesia, y solían aprovechar la ocasión. No podían bailar en domingo, pero la noche anterior era completamente válida. La gente llegaba el sábado para el baile, se quedaba a dormir con amigos o acampando, y luego se levantaba temprano para asistir al servicio, que podía durar horas. Paraban para almorzar y luego seguía un festival de himnos. Así, alimentados por la Palabra y el Espíritu Santo, regresaban a casa hasta la próxima visita del predicador. Era el evento social de la zona. Bella tenía mucho que hacer para preparar el viaje y trabajó de sol a sol. Finalmente, para el viernes, ya estaba lista. Alice había dado los últimos retoques a su vestido, y Bella subió a su habitación para probárselo. Nunca había visto un vestido más hermoso y se sentía como una princesa al ponérselo. No tenía mangas, con un escote en forma de corazón y encaje negro asomando por arriba que resaltaba sus curvas. Un corsé -que por supuesto usaría esta vez- estrechaba su cintura de manera casi imposible, abriéndose luego en caderas bien marcadas. El polisón estaba recogido por delante y caía en una pequeña cola que podía abotonarse para bailar. El azul oscuro hacía resaltar su piel a la perfección. Estaba decidida a mantenerlo en secreto para Edward hasta la noche del baile. Sus viejos zapatos negros de baile servirían y tenía el chal de encaje negro irlandés de su madre para cubrirse. Incluso podía usar el collar de ónix y los aretes que habían sido de su abuela. Esperaba que Edward se sintiera orgulloso de ella. Pasó las horas antes de la cena terminando el equipaje, fastidiando a Cookie con una docena de encargos y decidiendo que un buen baño relajante le vendría de maravilla. Lauren la ayudó a preparar la bañera en su habitación y finalmente se hundió en el agua caliente y jabonosa hasta la barbilla. Se lavó el cabello y se frotó el cuerpo. Cuando terminó, se recostó contra una toalla enrollada que había puesto en la parte trasera de la tina y cerró los ojos. Plenitud. No se dio cuenta de que se había quedado dormida hasta que sintió unos labios sobre los suyos. Se incorporó de golpe. —Edward, ¿qué haces en casa? Edward la miró con una sonrisa al ver la deliciosa imagen que Bella ofrecía, su escote apenas asomando del agua. —Es la hora de la cena. —¡Oh! No puedo creer que estuve tanto tiempo aquí. Lo siento mucho. Se dispuso a levantarse. Edward la ayudó y tomó la toalla junto a la bañera para envolver a su esposa mientras salía. Rodeó su cuerpo con los brazos y la atrajo hacia sí para volver a besarla. —Has estado trabajando muy duro. Debes de estar rendida —comentó Edward—. ¿Está todo listo para mañana? —Sí. Solo quedan algunos detalles de última hora antes de que salgamos. —Entonces, ponte tu camisón y yo traeré la cena aquí para ti. —Edward, ¿qué pensarán Jasper y Alice? Van a creer que soy una perezosa. —Bah. Ellos saben mejor que eso. Esta noche están cenando en el comedor con los hombres. Además, como mañana no podré acostarme contigo, quiero aprovechar el tiempo que tenemos ahora. Quiero tenerte solo para mí. —¿No quieres que duerma bajo las estrellas contigo, Edward? —Suena romántico, pero el suelo se pone bastante duro después de un rato —dijo mientras se dirigía a la puerta—. Ya vuelvo. Bella sonrió mientras se ponía el camisón por la cabeza. Comenzó a sacar el agua de la tina con un cucharón y la vertió en los recipientes de agua junto a ella. Luego los dejó junto a la puerta. Cuando Edward regresó, traía dos platos que colocó en la mesa junto a la chimenea de su habitación. Levantó los recipientes del suelo y salió a vaciar el agua sobre las flores del frente de la casa. Después llevó la bañera con el resto del agua hasta la cocina para verterla en el recipiente de agua gris y volteó la tina para que se secara. Cuando regresó a la habitación, las cobijas ya estaban dobladas hacia los pies de la cama y dos sillas habían sido colocadas frente a la pequeña mesa para que pudieran cenar juntos. —¿Estás listo para salir mañana por la mañana, Edward? —Casi todo está listo. —¿El señor Yorkie y los otros se arrepentirán de no ir? —Nos turnamos, Bella. Esta vez les tocó quedarse. Dieron gracias y comenzaron a comer, pero Bella se dio cuenta de que estaba más cansada que hambrienta y soltó un bostezo. —¿Estás cansada, amor? —Sí. Más de lo usual. No puedo mantener los ojos abiertos. —Entonces, ¿por qué no te metes en la cama? Yo termino aquí y me uno a ti más tarde. —¿Seguro? Me siento culpable de no ayudarte. Él la miró con intención y dijo: —Tengo la sensación de que haces más que tu parte en esta casa, Bella. Déjame cuidar de ti esta noche. Ella se encogió de hombros. —¿Más que mi parte? Lo dudo, Edward. Él solo sonrió. —Duerme, Bella. Ella fue al lavamanos, se enjuagó la boca y luego se metió en la cama, agradecida. En cuanto su cabeza tocó la almohada, ya estaba soñando. Cuando Edward regresó más tarde, contempló con ternura a su esposa dormida. Se desvistió, se puso su camisa de dormir, se lavó y luego, tras bajar la intensidad de las lámparas, se metió en la cama junto a ella. La atrajo hacia sus brazos y le besó la frente. Ella, sin despertar, se acomodó contra su costado y volvió a dormirse. Edward se sentía contento y pensativo. Él también había leído esa sección del libro de fisiología. Bella estaba mostrando otro síntoma que indicaba que estaba encinta. Pero, por otro lado, había estado trabajando sin parar desde que decidieron ir al pueblo ese fin de semana. Quizás tenía una buena razón para estar tan cansada. Solo quedaba esperar y ver. Bella aún se sentía cansada cuando se despertó por la mañana, pero se obligó a hacer lo que tenía que hacer. Se sintió aliviada cuando por fin pudo subir al carro y sentarse junto a Edward, quien chasqueó la lengua para poner en marcha a los caballos. Jasper y Alice iban montados al frente y varios de los peones se habían unido a ellos. Planeaban apartar un buen sitio para acampar cuando llegaran al pueblo. Lauren y Boy estaban sentados en el asiento de la carreta de provisiones junto a Cookie, y Tyler cabalgaba detrás de ellos. La pequeña caravana de dos carretas y un par de caballos descendía por la ladera hacia el valle del río y luego siguió por el camino de diligencias. Era un día hermoso, con un cielo intensamente azul, árboles verdes y montañas escarpadas que parecían invitar a la inspiración poética. —¿Estos son los verdes paraísos sobre los que me escribías el verano pasado, Edward? Él la miró y le sonrió. —Lo son. ¿Te complacen también a ti? —Estoy de acuerdo contigo, pero no me complacen ni la mitad de lo que me complaces tú. Él soltó una risita. —Eso es algo muy grato de escuchar para un esposo. —Es simplemente la verdad. —¿Cómo te sientes esta mañana? —Me siento bien… solo que aún muy cansada, sin razón aparente. Guardaron silencio un rato, hasta que Edward preguntó: —¿Estás llevando la cuenta de las señales, Bella? Ella tardó un poco en responder. —Lo estoy, Edward. Y pienso que, si aparece otra, lo consideraré un hecho consumado, pero hasta entonces, solo voy a tener paciencia. —Eso es sabio, Bella. —Sé que tú querías esperar, Edward. ¿Te decepcionaría mucho si fuera cierto? —Estaría total y completamente temerosamente extasiado, Bella. Ella rio. —Esa es una combinación curiosa de sentimientos, señor Cullen. —Así es. Pero el más grande de todos es la alegría. Bella pasó su brazo por el de él mientras sujetaba las riendas y se recostó en su hombro. —Nunca he sido tan feliz como en este momento, Edward. Te estaré agradecida por siempre. —¿Agradecida? —repitió él alzando una ceja y lanzándole una mirada. —Sí. Me has traído a esta vida. Has compartido conmigo de forma tan generosa. Soy una mujer muy bendecida. Edward solo negó con la cabeza, sonriendo. —Entonces los dos estamos siendo bendecidos. Yo cuento mis bendiciones todos los días. Siguieron viajando por el resto de la mañana hasta que llegaron al pequeño pueblo de Bear Valley. No era mucho más que una calle principal bordeada de algunos negocios y casas. Bella observaba interesada mientras cruzaban el pueblo. Estaba más concurrido de lo habitual, pero reconocía que eso probablemente se debía a la llegada del domingo del predicador. El edificio más grande era, con diferencia, el hotel de dos pisos que también funcionaba como cantina. Estaba ubicado a mitad de la calle y varios vaqueros estaban sentados al frente, tomando whisky y observando el ir y venir. Como estaban bajo la sombra del techo del porche, Bella no reconoció a ninguno hasta que uno se puso de pie y se quitó el sombrero negro en su dirección. Jacob Black. Incluso desde esa distancia, Bella pudo sentir la intensidad de su mirada. Inquieta, asintió y sonrió brevemente, pero luego apartó la mirada. No tenía intención de animarlo. Poco después, Edward se desvió del camino y condujo hacia el río. Bella pudo ver varios caballos pastando, amarrados, en un gran campo cubierto de hierba. Vio a Alice sentada sobre un tronco caído charlando -¡de entre todas las personas!- con Rosalie Black. Jasper estaba de pie detrás de ellas, en una postura relajada, como si ya hubiera hecho eso un centenar de veces. Jasper sonrió ampliamente cuando se acercaron. —Bienvenidos al campamento Cullen, Edward y Bella. Ayudó a Bella a bajar del carro y la acompañó hasta donde estaban Alice y Rosalie. Edward colocó la carreta en una buena posición, de forma que las damas quedaran cerca del fuego y del carro de provisiones, rodeadas por sus hombres en todo momento. No existía tal cosa como ser demasiado precavido cuando se trataba de proteger a las damas, especialmente a su dama. —Vaya, Rosalie, qué gusto verte —saludó Bella con un beso en la mejilla. —Yo también me alegro de verte, Bella. ¿Van a acampar aquí? —Sí. Incluso trajimos nuestra cocina con nosotros —dijo señalando a Cookie, que estaba estacionando la carreta de provisiones un poco más allá de la Conestoga. Rosalie miró a Cookie y se sonrojó. —Ya veo. —¿Dónde te hospedas esta noche, Rose? —preguntó Bella. —Tengo una habitación en la pensión, arriba del Lucky Lady. —¿En serio? ¿Estás cómoda ahí? —Cómoda o no, es el único lugar en el pueblo. —Puedes quedarte con nosotras si quieres. Alice y yo dormiremos en el carromato. Eres bienvenida a unirte. Estaremos algo apretadas, pero estarás segura. —¿Estás segura, Bella? —Rose miró de Bella a Edward—. No me molestaría quedarme aquí. —Es bienvenida, señorita —dijo Edward, así que Rose hizo trasladar su pequeño equipaje del hotel al campamento. Cookie estaba ocupado preparando el almuerzo con la ayuda de Bella y Alice, y pronto todos estaban haciendo un picnic junto al río, disfrutando las mejores costillas guisadas de Cookie. Después de comer, decidieron dar un paseo por la calle principal para estirar las piernas. Bella caminaba con el brazo enlazado al de Edward y observaba los distintos negocios a lo largo del camino. Vio una tienda general de buen tamaño, un herrero, una tienda de telas y otra de ropa y artículos de cuero, nada menos. La oficina postal estaba dentro de la tienda general y, al final de la calle, había una iglesia. Junto a la cantina -que estaba a la mitad de la calle- había un establo que había sido limpiado y preparado para el baile de esa noche. Ella y Alice entraron en la tienda de telas para mirar las opciones disponibles y encontraron varios rollos de franela de algodón que servirían para camisas abrigadas de invierno. Edward le había contado a Bella sobre el terrible invierno que habían sufrido la temporada pasada, y ella quería estar preparada. También eligió buena lana para tejer calcetines y guantes. Hacía tiempo que no tejía nada más que bufandas, pero pensó que podría arreglárselas para hacerle algo útil a Edward. Vio un cuadernillo de patrones para tejer en venta por dos centavos. Lo hojeó para ver qué tan complicados eran los diseños y suspiró con frustración. Los calcetines parecían mucho trabajo y los guantes... ay, Dios. Agregó el cuadernillo a su pila de compras. Edward había estado mirando unas botas, pero al oír la voz de Bella se acercó. —¿Qué opinas? Él se acercó al lugar donde ella estaba parada y observó su selección. —¿Planeas coser un poco? —Me gustaría. ¿Crees que compré demasiado? —¿Cuánto cuesta todo eso? —Uhm... creo que son unos tres dólares y algo: dos rollos de tela y otras cosas, algo de lana, agujas para tejer y unos patrones. —¿Puedes usar parte de esa tela para ti? Ella miró con duda la tela. —Si quieres que vayamos combinados, supongo. Él rio. —Devuelve uno de esos rollos y compra uno para ti, algo más apropiado para una dama hermosa. ¿Tal vez algo azul? —Pero usé toda la tela que tu madre mandó para un vestido para mí. —No creo que esa seda me quede muy bien, ya que trabajo en el rancho, Bella. Bella se rio. —Supongo que no. Él se acercó más y le susurró: —Quizás necesites ropa más holgada para este invierno... Bella se quedó boquiabierta, con los ojos muy abiertos, y lentamente dijo: —Supongo que sí. Tal vez. Puede ser. Él le sonrió con ternura y ella eligió un rollo más apropiado para sus posibles necesidades futuras. Pronto terminaron, pero Bella iba arrastrando los pies, así que cuando regresaron al campamento con sus compras, Edward sugirió que extendieran una manta a la sombra, junto al río, con un buen libro. Era un lugar tranquilo y apacible, y pronto Bella se quedó dormida bajo el sol moteado, con la cabeza en el regazo de Edward mientras él leía recostado contra un árbol. Se sentía dichosa, como si disfrutara de una pequeña rebanada del cielo. La mano libre de Edward descendió hasta posarse sobre su abdomen. Sonriendo suavemente, Bella volvió a dormirse, sintiéndose amada, protegida y perfecta. Fue bueno que tomara esa siesta, porque el baile iba a durar hasta bien entrada la madrugada. Cuando Alice y Rose regresaron, despertaron a Bella y corrieron al carromato para prepararse para la velada. Fue incómodo vestirse entre las tres en un espacio tan estrecho, pero tras muchas risitas y acomodos, finalmente salieron una por una, ante las miradas apreciativas del grupo de hombres que, curiosamente, merodeaban por la zona del carromato. Bella fue la última en salir, y Edward estaba allí para ayudarla a bajar. Sus manos se acomodaron en su cintura y la alzó fácilmente desde lo alto del carromato. Los hombres habían levantado una especie de tienda para vestirse ellos también, y Edward llevaba el traje que Bella recordaba de Denver: el de lana gris que le quedaba tan bien, el mismo traje que llevaba el día en que se casaron. —Te ves muy apuesto, Edward —murmuró con aprecio. —No es nada comparado con tu belleza. Eres irresistible. Tendré que espantar a los hombres con un palo esta noche —dijo, y se inclinó para besarla, ignorando los silbidos y bromas de sus trabajadores. Bella rio. —Eres muy atrevido, señor Cullen. —No puedo evitarlo. Me has deslumbrado por completo. Jasper soltó una carcajada. —Vamos, Edward, ya basta. Estás dando mal ejemplo a los hombres. Edward le lanzó una mirada astuta a su hermano y simplemente enganchó el brazo de Bella con el suyo. —¿Vamos, señora Cullen? —Claro que sí, señor Cullen. —Y lo dejó guiarla al otro lado de la calle, hacia el baile. Un hombre estaba recargado contra la pared de la cantina, vestido para el baile como Edward, con un traje. Estudiaba al grupo de personas bien vestidas mientras cruzaban hacia el establo convertido en salón de baile, notando a su hermana del brazo de un cocinero. Torció el gesto con desdén. Solía tener mejores estándares. Pero su verdadera atención estaba centrada en la mujer de cabello oscuro con el vestido azul zafiro. Tomó un trago de whisky, arrojó el vaso contra la pared y se encaminó al salón de baile. Estaba esperando esta noche. Oh, sí que lo estaba. Nota de la autora: La mayoría de la gente pensaría que Alice iría con una costurera, pero en realidad, la gente solía recurrir a un sastre o modisto para confeccionar sus prendas exteriores y vestimenta más formal, tanto si eran para mujeres como para hombres.
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