Capítulo 20: El carro cocina
22 de octubre de 2025, 10:38
.
Capítulo 20: El carro cocina
.
Después de una hora tumbado en el suelo, Jasper descubrió lo imposible que era ponerse lo suficientemente cómodo como para dormir. Se giró hacia el otro lado y se quedó mirando las brasas del fuego. Eso era apenas un poco mejor.
Había alguien despierto avivando las brasas de vez en cuando. Jasper supuso que era el guardia. Nunca habría imaginado que haría falta un centinela en el pueblo, pero después de lo sucedido esa noche, empezaba a comprender cuán salvaje era realmente el Oeste.
Se giró de nuevo y soltó un quejido. El suelo no se había vuelto más blando desde la última vez que se había recostado sobre ese costado. Tal vez sería mejor levantarse y atender esa necesidad que llevaba rato postergando.
Reprimiendo cualquier gemido al incorporarse, miró a su alrededor. La luna era apenas una delgada hoz, pero seguía alta en el cielo, avanzando hacia el oeste. Afuera era realmente hermoso. A Jasper le encantaba. Podía imaginarse quedándose allí un tiempo, pero sabía que eso sería imposible. Ahora tenía responsabilidades… y una esposa. Nada de fantasías. Chicago lo arrastraría de regreso antes de que se diera cuenta, pero mientras tanto, pensaba disfrutar cada segundo de su visita. Bueno, tal vez todos excepto los que pasaba durmiendo en el suelo.
Después de atender su necesidad, regresó hacia donde había dejado su manta enrollada y notó una sombra voluminosa sobre el lugar donde Edward dormía. Entrecerrando los ojos, pudo ver que Edward no estaba solo. Bella estaba acurrucada de lado, con la cabeza recostada sobre el hombro de su hermano. Edward la rodeaba con ambos brazos de forma posesiva. Ambos parecían profundamente dormidos.
Sintió un poco de envidia por el matrimonio de su hermano. Edward y Bella parecían estar tan en sintonía. Aunque siempre se comportaban con discreción, era imposible que Edward ocultara el amor y deseo en su mirada cuando veía a su esposa… y lo más increíble era que Bella le devolvía cada una de esas miradas con la misma adoración.
Alice nunca lo había mirado así. Le habría gustado que lo hiciera. Esperaba que, después de casarse, pudieran dejar atrás las convenciones sociales de la época y simplemente ser felices juntos. Pero Alice seguía siendo tan formal después del matrimonio como antes. Incluso cuando cumplían con sus deberes conyugales, ella solo se quedaba ahí, con los ojos apretados, hasta que todo terminaba. Aunque Jasper se sentía satisfecho físicamente, deseaba que su esposa disfrutara más de la experiencia.
Volvió a reproducir en su mente una conversación que había tenido con Edward unos días atrás, mientras trabajaban juntos en el campo recién sembrado de trigo. De repente, Edward le había preguntado si tenía preservativos.
Jasper tartamudeó sorprendido:
—Sí.
Ambos se sonrojaron cuando Edward le preguntó dónde los conseguía y Jasper explicó que había una botica en Chicago donde se podían pedir por encargo. Jasper le ofreció la dirección y Edward se la agradeció antes de volver a su labor.
Jasper estaba desconcertado. ¿Acaso Edward no quería tener hijos? ¿No había buscado esposa precisamente por eso? La única razón por la que él tenía esas «cartas francesas» era porque no le parecía prudente dejar a Alice embarazada mientras viajaban, pero en cuanto volvieran a casa, se desharía de ellas. Edward ya estaba instalado, así que debía estar pensando en formar una familia. Era extraño, pero estaba seguro de que su hermano tenía sus razones.
Sin embargo, al ver a Edward y Bella acostados juntos bajo las estrellas, recordó que, desde que Rose se había ido a su casa, Alice estaba sola en la carreta, dormida sobre ese colchón tan mullido. Se preguntó si ella disfrutaría de su compañía.
Solo había una forma de averiguarlo. Así que subió a la carreta y comenzó a quitarse las botas y el cinturón. Al acostarse detrás de Alice, ella se movió y giró, aún dormida. Notó que su camisón se había abierto en el escote, con los botones desabrochados. Pudo ver su escote y eso despertó en él un súbito deseo.
La atrajo suavemente hacia él, de modo que sus cuerpos quedaran juntos. Las pestañas de Alice temblaron, pero no abrió los ojos. Soltó un pequeño suspiro sin aliento:
—Jasper.
Seguía inconsciente. ¿Estaba soñando con él?
Se inclinó para besarla, y se alegró cuando ella respondió. Separó los labios y rozó apenas los suyos con la lengua para ver cómo reaccionaba. Ella soltó un leve jadeo, pero luego le rodeó el cuello con los brazos y deslizó los dedos por su cabello. Ahora estaba despierta.
Jasper se apartó para mirarla a los ojos. Sus grandes ojos azules lo miraban somnolientos, pero con un brillo distinto. Parecía disfrutar de sus atenciones. El corazón de Jasper comenzó a latir con fuerza, emocionado.
—Alice, ¿puedo amarte esta noche?
—¿Dónde está Bella?
—Está durmiendo afuera con Edward. Supongo que no soportaba estar separada de él.
—Oh… bueno, en ese caso… sí, por favor.
Jasper le sonrió y se inclinó para besarla de nuevo. Se sorprendió cuando ella respondió con entusiasmo, presionando sus suaves labios contra los suyos y sujetando el cuello de su camisa con fuerza. Su lengua jugueteó con la comisura de su boca. Jamás había sido tan audaz.
En respuesta, Jasper profundizó el beso y, por primera vez, sus lenguas se encontraron en caricias lentas y prolongadas. Cuando se separaron, Jasper susurró con asombro:
—Alice… eso fue magnífico.
Ella sonrió.
—¿No se supone que así debe ser?
—Bueno, sí. ¿Te gustó también?
—Jasper, siempre disfruto cuando me prestas atención especial. Solo que no sabía que tú querías que yo también lo mostrara.
—Claro que sí, Alice. Definitivamente. ¿Qué provocó este cambio?
Alice sonrió con picardía.
—Algo que Bella me dijo esta noche.
—¿Qué fue?
—¿Has notado cómo son ellos juntos? ¿Edward y Bella?
—Sí, lo he notado.
—Parecen tan perfectamente felices —dijo Alice—. Me gustaría ser así contigo, Jasper. Bella me dijo que si te mostraba que te amo y que disfruto estar contigo íntimamente, te agradaría mucho y haría que me amaras aún más.
Jasper miró a Alice maravillado… preguntándose, sobre todo, cómo había surgido esa conversación entre las dos mujeres; luego decidió rápidamente que Bella era ahora su pariente favorita.
Una chispa de alegría se encendió en su corazón, y se sintió conmovido al decir:
—No sé cómo podría amarte más de lo que ya te amo, Alice. Me consume. He tenido miedo de que te sintieras rechazada si te mostraba la profundidad de mi amor, así que he dudado. Me alegra saber que mis atenciones no te resultan repugnantes.
—Oh…
Jasper la sorprendió. No sabía que él sentía todo eso tan intensamente. Ambos habían estado guardándose cosas por el mismo temor absurdo: que su amor espantara al otro, cuando en realidad ocurría lo contrario.
Lágrimas brillaron en los ojos de Alice y finalmente respondió:
—¿De verdad me amas?
—Claro que sí. ¿Por qué crees que me casé contigo?
—Porque hacíamos buena pareja y nuestras familias estaban complacidas.
—Alice, sé que soy un hombre tranquilo, pero no tanto. Me casé contigo por una sola razón: porque estoy enamorado de ti. El día que aceptaste ser mi esposa fue el más feliz de mi vida. ¿Puedo tener la esperanza de que tú sientas lo mismo?
Alice le echó los brazos al cuello y dijo:
—Siento lo mismo, Jasper. De verdad que sí.
Se besaron exaltados, con el corazón palpitando de felicidad y sus cuerpos respondiendo con júbilo.
Después de unos minutos de encantadoras exploraciones de labios, lenguas y manos, Alice se apartó un poco y dijo:
—Enséñame cómo complacerte, Jasper.
Con voz contenida, Jasper dijo:
—Oh, Alice. Me has hecho el hombre más feliz del mundo.
—Y tú me haces la mujer más feliz, Jasper. Así que, enséñame…
—Primero —dijo él, tirando del dobladillo de su camisón—, quitemos esto.
Ella soltó una risita y susurró:
—Solo si tú también te quitas la ropa. Estemos desnudos juntos.
TMOB
Edward había decidido quedarse en el campamento con Bella en lugar de salir a perseguir a Jacob. Su miedo era que, si se iba, Jacob apareciera y él no estuviera para protegerla. Encontraría la forma de encargarse de Jacob más adelante. No podía ignorar lo que había hecho, pero necesitaba hallar la forma de enfrentarlo sin causar más daño a Bella. Aún no se le ocurría cómo. Pero sí sabía una cosa: iba a encargarse del señor Jacob Black, aunque fuera lo último que hiciera.
Su intención era quedarse despierto toda la noche para asegurarse de que Bella estuviera a salvo en la carreta. Se acostó sobre una manta en el suelo, cerca, envuelto en su cobija, y miró hacia las estrellas que brillaban en lo alto. Cuánto había cambiado su vida desde aquella tarde en que se cruzó con su destino en la estación de Denver.
Cerró los ojos recordando la primera vez que sostuvo su mano; la certeza, desde ese primer toque, de que estaban destinados el uno para el otro. Recordó cuando ella aceptó casarse con él y cómo corrieron juntos por la calle para encontrar a un predicador. Qué suave y dulce había sido en su noche de bodas, cuando se entregó a él con tanta disposición… y cuántas noches de pasión habían compartido desde entonces. Creyó haber estado enamorado desde que la conoció, pero con cada día que pasaba, descubría que la amaba aún más.
De pronto escuchó un movimiento cerca, y al abrir los ojos vio a su ángel, envuelta en una manta, intentando acostarse con él en silencio. Se sintió eufórico al escucharla decir que lo necesitaba, y la recibió en sus brazos. Sabía exactamente lo que ella quería decir.
A la mañana siguiente hubo un poco de incomodidad cuando Bella se levantó para preparar el desayuno. Había dormido profundamente junto a Edward, pero despertó a tiempo para encargarse de la comida, ya que Cookie no estaba. Volvió a la carreta para vestirse, solo para encontrarse con una situación bastante reveladora en su interior. Al levantar la lona, se topó con Jasper y Alice, profundamente dormidos en el colchón… completamente desnudos.
—¡Uy! —exclamó, retirando la cabeza rápidamente.
Edward, que la había seguido, se sorprendió por su reacción.
—¿Hay algún problema?
Bajando de nuevo al suelo, Bella susurró al oído de Edward:
—Jasper y Alice están dormidos allí dentro.
Edward arqueó una ceja.
—¿Y?
Ella bajó aún más la voz:
—No llevan nada puesto.
El brillo travieso en los ojos de Edward igualaba la picardía de su sonrisa. Tomó la mano de Bella y la llevó alrededor de la carreta, justo al nivel de donde estarían las cabezas de Jasper y Alice.
Habló un poco más alto de lo habitual:
—Bueno, Bella, ¿qué planeas preparar para el desayuno esta mañana?
Ella lo miró sorprendida, pero él asintió con la cabeza y entonces dijo:
—Para esta mañana, planeábamos hacer panecillos y frijoles, junto con café caliente.
—Suena bien, querida. Tal vez deberías subir a la carreta para vestirte.
—Regreso enseguida —dijo Bella mientras se dirigía hacia la compuerta trasera.
Justo entonces se oyeron unos golpes y movimientos torpes provenientes del interior de la carreta, seguidos de la voz de Jasper:
—Un momento…
Salió tropezando unos minutos después, con la camisa por fuera, el cinturón y las botas en la mano.
Bella, muy seria, dijo:
—Buenos días, Jasper. ¿Dormiste bien?
Él asintió:
—Buenos días, Bella. Y sí, ciertamente lo hice.
Bella soltó una carcajada mientras volvía a subir a la carreta… solo para ser abrazada por una Alice muy entusiasta.
—¡Oh, Bella, funcionó!
—¿Qué funcionó? —preguntó Bella, intentando orientarse.
—¡Decirle a Jasper que me gustaban sus atenciones! Le encantó. Me dijo cosas tan dulces. Estoy muy feliz.
—Me alegra mucho por ti, Alice.
Bella sonrió y alcanzó su corsé. Ya se había lavado la cara antes de regresar a la carreta, así que solo le faltaba vestirse.
Se puso rápidamente el vestido que planeaba usar para los servicios religiosos y encima un amplio delantal. Tenía que ponerse a hacer los panecillos y no quería llenar de harina su ropa.
—¿Necesitarás ayuda esta mañana, Bella?
—Por supuesto. Estoy haciendo el desayuno para todos, y como Cookie no está, me encantaría que me ayudaras.
Alice empezó a alistarse y, después de que Bella la ayudó con el corsé, se preparó para bajar de la carreta. Bella se volvió hacia ella.
—Tengo otro delantal para ti allá en el carro cocina. Te veo en unos minutos.
Edward y sus hombres estaban dando de comer y beber a los caballos, así que Bella fue al carro cocina, que estaba cerca de la fogata. Le sonrió al vaquero que estaba allí.
—¿Podrías avivar un poco el fuego para mí, por favor? Necesito unas buenas brasas.
—Claro, señora —respondió él, sonrojado mientras cumplía la petición.
Bella abrió el carro y sacó las dutch ovens que usaría para preparar la comida. Los frijoles ya estaban precocidos, así que simplemente les agregó un poco de carne magra y un poco de grasa, lo que algunos llamaban tocino gordo, a la olla, luego fue al fuego a recoger brasas en el recogedor. Las puso en el compartimiento inferior, colocó la olla de hierro encima, lo revolvió bien y le puso la tapa.
Luego estiró la masa para los panecillos, engrasó con manteca las otras dos dutch ovens y dejó caer las bolitas de masa dentro, las puso sobre las brasas y las cubrió.
El siguiente paso era el café. Había varios hombres cerca, con cara de estar esperando exactamente lo mismo: una buena taza de café caliente y humeante. Supuso que debería haberlo puesto al fuego primero. Rápidamente se puso a calentar agua en una de las grandes cafeteras y abrió el bote que contenía los granos de café tostado.
En cuanto el aroma del café le llegó a la nariz, el estómago le dio un vuelco. Supo con horrible certeza que, si no se alejaba de inmediato, iba a tener el irónico infortunio de vomitar justo sobre el carro cocina. Soltó el bote y salió corriendo hacia el río, tratando de alejarse de todos los olores que la estaban asaltando de pronto. El café, los caballos, los hombres, el humo del fuego… todo le revolvía el estómago.
Encontró una roca grande cerca de la orilla del río, fuera de la vista de cualquiera, se arrodilló y vació el contenido de su estómago.
Después de un rato se sintió mejor, pero entonces le cayó la cuenta. Santo cielo. Esa era la señal número tres. Las repasó mentalmente: sin sangrado, mucho cansancio, y ahora náuseas matutinas causadas por los olores.
¿Cuáles eran los otros síntomas? ¿No había uno sobre sensibilidad en los pechos? Bella se tocó el busto y presionó. Ay, cielos. Estaban sorprendentemente doloridos. Pero claro, eso a veces ocurría justo antes de que le viniera el periodo. Suspiró.
Ojalá pudiera saber con certeza si sí o si no. No saber la estaba volviendo loca.
Sintiendo algo de alivio, volvió al carro cocina y vio a Alice ocupada con la cafetera.
—Ah, ahí estás, Bella. Pensé en poner a hacer el café. Molí algunos granos y me preguntaba cuánta cantidad usar.
Bella le sonrió débilmente.
—Oh, probablemente dos puñados.
Tomó un cucharón de agua y se enjuagó la boca lejos del carro. Luego fue a revisar los panecillos que se estaban dorando en las dutch ovens. Tuvo que contener la respiración para mantener el estómago bajo control. Estaban dorándose bien. Retiró la olla de las brasas, sacó algunas brasas con las tenazas para reducir la cocción, y volvió a colocarla encima.
—¿Cuánto falta para que esté el café, Bella? —preguntó Alice.
—No mucho, si el agua no estaba hirviendo. ¿Cinco minutos?
Poco después, vio a Edward acercándose y sonrió. ¿Debería contarle lo que sospechaba? Sabía que él quería esperar para formar una familia, pero eso era algo que debieron haber considerado desde el principio. Parecía que el caballo ya había salido del establo. No valía la pena cerrar la puerta ahora.
—El desayuno estará listo en un rato, Edward.
—¿Hay café?
Alice estaba colocando las dos grandes cafeteras sobre la mesa del carro cocina, junto con varias tazas de hojalata. Bella asintió hacia su dirección.
Lo observó mientras él se acercaba a su cuñada para pedirle una taza. Alice le sonrió y, tras una breve conversación, le entregó dos tazas. Edward volvió hacia Bella, que estaba revolviendo los frijoles.
—Aquí tienes, señora Cullen —le dijo Edward. Le encantaba llamarla así; Bella comenzaba a sospechar que era su manera de expresarle amor y posesión sin palabras. Tomó la taza… y enseguida frunció el ceño.
—¿Bella, qué sucede? —preguntó Edward, preocupado.
—Ugh… no puedo beber esto hoy. El olor me revuelve el estómago.
Edward la miró con significado.
—¿Tienes náuseas?
—Parece que sí —dijo Bella, dejando la taza lejos de donde trabajaba.
Edward le puso una mano en el brazo y dijo suavemente:
—¿Esa es la tercera señal, amor?
—Tal vez… sumándole el dolor en el busto, yo diría que ya vamos en tres y cuatro —respondió, mirándolo a los ojos. ¿Estaba contento?
Una chispa brilló en el verde de sus ojos y él sonrió.
—Ojalá no hubiera una docena de personas alrededor, señora Cullen.
—¿Y eso por qué?
—Porque ahora mismo te besaría hasta dejarte sin sentido —le susurró, apretando suavemente su brazo. Moría por abrazarla, pero eso tendría que esperar hasta que estuvieran a solas.
Sonriendo, Bella se agachó para recoger la olla de frijoles y Edward bufó.
—No deberías levantar cosas pesadas. Déjame a mí.
Ella rio mientras él llevaba la olla a la mesa, junto con los panecillos.
Los hombres empezaron a hacer fila para recibir sus raciones en platos de hojalata. Bella y Alice sirvieron generosamente: una buena porción de frijoles y varios panecillos calientes para cada uno. Bella había encontrado un tarro de miel en la tienda del pueblo y lo colocó sobre la mesa para que los hombres lo untaran si querían.
Pronto, todos estaban sentados alrededor del campamento disfrutando de su desayuno… todos excepto Bella. Solo la idea de comer esa comida le daba náuseas. Revolvió en la carreta hasta encontrar un pan. Cortó un extremo y lo sostuvo con unas tenazas sobre el fuego hasta que se tostó. Eso era todo lo que su estómago podía tolerar. Esperaba sentirse mejor antes de que comenzaran los servicios religiosos.
Después del desayuno, ella y Alice limpiaron y puso al fuego un guiso de carne para el almuerzo. Cookie lo había preparado con antelación, así que solo tenía que calentarlo. Debía quedarse sobre las brasas varias horas, para que estuviera listo al mediodía.
Después de eso, todo lo que Bella quería era recostarse un momento. Faltaba una hora y media para el inicio de los himnos, así que, tras dejar todo limpio, se excusó de la caminata al pueblo que iban a hacer Alice y Jasper, y volvió a subir a la carreta. Edward se dirigía al salón para reunirse un momento con un ranchero vecino. Se aseguró de que Tyler se quedara en el campamento y luego se despidió de su esposa.
Bella se sentó sobre el colchón enrollado, solo para estirarse un poco. Antes de darse cuenta, se quedó dormida… y no despertó hasta que sintió una mano áspera cubriéndole la boca y una voz amenazante susurrándole al oído:
—Señora Cullen, usted y yo tenemos una cita urgente que debemos cumplir. Vendrá conmigo…
TMOB
La dutch oven es una olla gruesa de hierro fundido con tapa, usada en el Viejo Oeste para cocinar sobre el fuego o entre brasas; ideal para guisos, panes y estofados.
Nota de autora: Cocinar con dutch oven es un arte.