Capítulo 22: El doctor
22 de octubre de 2025, 10:38
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Capítulo 22: El doctor
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—No estoy embarazada, Edward.
Edward simplemente volvió a atraer a Bella a sus brazos y se sentó en el colchón enrollado que servía como asiento en la parte trasera de la carreta. Todo lo que podía pensar era en lo aliviado que se sentía al tenerla de nuevo, a salvo, entre sus brazos. Había imaginado todo tipo de horrores… cómo Jacob podría haberla herido, haberla matado o habérsela llevado tan lejos que nunca volvería a verla.
Eso… eso justo ahí… era lo que haría que su alma muriera. Si alguna vez la perdía, él también estaría perdido. La apretó aún más y besó su sien.
—Mi Bella, mi dulce Bella… no puedo pensar en nada más que en lo feliz que estoy de que estés de vuelta conmigo, de poder tenerte en mis brazos otra vez. Tendremos todo el tiempo del mundo para tener un bebé, corazón mío, y lamento tu tristeza, pero mi felicidad está contigo; mi alegría está justo aquí.
Para su sorpresa, las lágrimas le subieron a los ojos y su voz se quebró en las últimas palabras. Bella inclinó la cabeza hacia atrás para mirar a su esposo con asombro. El amor que él sentía por ella estaba claramente reflejado en su rostro.
Ella empezó a negar con la cabeza y susurró:
—No te merezco, Edward. Me has dado todo y yo solo te he causado preocupaciones y problemas.
—Bella, ¿cómo puedes decir eso? Tú me has dado… Has traído… Yo estoy tan…
Edward pareció quedarse sin palabras, así que hizo lo mejor que podía hacer en ese momento: la besó con todo el amor, la pasión y la devoción que llevaba dentro. Ella respondió a su beso con igual fervor, hasta que sus corazones latieron al unísono en perfecta armonía.
En ese instante, Bella comprendió que había llegado a la vida junto a Edward por suerte, por destino, por una oración respondida… no sabía bien cómo. Solo sabía que estaba en el cielo.
Hizo una promesa silenciosa: que dedicaría toda su vida a ser digna de ese hombre.
Justo entonces, se escuchó un rasguño en la lona de la carreta y una voz suave llamó:
—¿Edward? ¿Bella? ¿Puedo hablar con ustedes un momento?
Era Rosalie. Bella miró a Edward con pánico. En medio de ese instante de felicidad, había olvidado que era… una asesina. Y ahora tenía que enfrentar a la hermana del hombre que había matado.
—Oh, Edward —dijo Bella, aferrándose a sus brazos—, no sé qué decirle.
—Todo estará bien, Bella.
Edward la ayudó a bajar de la carreta para encontrarse con Rosalie, que los esperaba.
Antes de que Bella pudiera pronunciar palabra, Rosalie comenzó:
—Bella, lamento muchísimo lo que hizo mi hermano. No sé en qué clase de hombre se ha convertido. Es como si algo se le hubiera roto en el cerebro. Nuestra familia no era así. No fue criado de esa manera. Lo siento tanto.
La tristeza era visible en su rostro.
—Oh, Rosalie, yo también lo siento. Me temo que maté a tu hermano —dijo Bella, y su rostro reflejaba su pena.
La voz de Rose se quebró un poco, pero continuó:
—Estabas en tu derecho, Bella. No puedo guardarte rencor por eso; yo habría hecho lo mismo… o peor. Lloro por el hermano que conocí años atrás. Este monstruo en el que se convirtió… —Rosalie negó con la cabeza.
—Rosalie, no te culpo por nada de lo que hizo Jacob. No tienes que preocuparte por eso.
Bella se apoyaba con fuerza en el brazo de Edward. Su dolor aumentaba cuanto más tiempo permanecía de pie. Todos los dolores y molestias que habían desaparecido mientras estaba en los brazos de Edward regresaban con fuerza: la cabeza le palpitaba, el estómago le dolía, y cada músculo de su cuerpo sentía como si la hubieran golpeado con un palo.
Rosalie notó la palidez en el rostro de Bella.
—¿Bella, estás herida?
—Tuve que ir colgada como un costal sobre el lomo del caballo de Jacob, y ese animal debe tener la espina dorsal más huesuda de toda la creación. Supongo que ahora que ya pasó la emoción, puedo sentir cada golpe y moretón —dijo Bella con una mueca.
Edward la sostuvo por la espalda con el brazo, mirándola con preocupación.
—¿Por qué no te recuestas, Bella? Voy a mandar a alguien a buscar al doctor.
—Oh, Edward, estoy bien. Solo un poco adolorida.
Rosalie intervino:
—Vi al Doc allá en la iglesia. Iré a buscarlo.
—No, Rosalie… —suplicó Bella, pero Rosalie ya se había marchado.
—Vamos, Bella. Recuéstate un momento. Quiero que el doctor te revise. Has pasado por mucho.
Bella solo lo miró impotente mientras su esposo la alzaba de nuevo y la subía a la carreta. Edward la siguió y comenzó a desenrollar el colchón.
—No, Edward. No quiero estar en la cama cuando llegue el doctor.
—¿Por qué no?
—No estoy acostumbrada a que los hombres me vean en la cama. Me sentiría incómoda.
Edward soltó una risa suave y dijo:
—Y yo preferiría reservarme esa hermosa visión solo para mí… Estoy seguro de que el doctor podrá examinarte mientras estás sentada aquí. Pero tal vez deberías cambiarte de vestido, ponerte algo más cómodo para que pueda revisarte.
—Esa es una buena idea. ¿Qué clase de hombre es el doctor?
—El doctor Banner es un buen hombre. De mediana edad, tiene esposa e hijos aquí en el pueblo. Es… útil.
—¿Útil?
—He tenido que llamarlo cuando algún peón se rompe un hueso o algo por el estilo. Es competente en ese tipo de cosas.
—Bueno, yo no tengo ningún hueso roto. Solo estoy llena de moretones, creo.
Edward la besó de nuevo y luego dijo:
—Iré a ver si Alice puede traerte algo de comer. Tú relájate y descansa.
TMOB
Edward dejó a Bella en la carreta y se dirigió hacia el carro cocina, donde encontró a Jasper y Alice. Ella estaba trabajando en la preparación de la cena, pero al verlo llegar, alzó la vista con una sonrisa tranquila.
—Me alegra tanto que Bella haya vuelto. Dile que no se preocupe por la cena. Ya lo tengo todo organizado.
Edward le agradeció a su cuñada, admirado de cómo, a pesar de haber sido toda su vida una chica de ciudad, Alice sabía asumir el rol de Bella cuando era necesario. Alice empezó a preparar algo sencillo para Bella justo cuando Rosalie regresó con el doctor.
—¿Dónde está la paciente, señor Cullen? —preguntó alegremente el doctor Banner.
—Está en la carreta, descansando. Pero lo espera —respondió Edward, guiándolo hacia allí. Antes de llegar, lo tomó del brazo y habló con él en voz baja.
—Doctor Banner, no estábamos del todo seguros, pero mi esposa mostraba signos de estar esperando un bebé. Después de los hechos de hoy, comenzó a sangrar.
—Ah… señor Cullen. ¿Qué fue exactamente lo que le pasó?
—Fue secuestrada, amarrada y lanzada sobre la grupa del caballo en el que el infeliz ese escapó. Para someterla, la golpeó en la cabeza. Más tarde, también cayó del caballo. Ha sido tratada con mucha rudeza hoy.
—Esta es una pregunta delicada, pero ¿el secuestrador llegó a… ultrajarla?
La voz de Edward se volvió dura:
—No creo que haya tenido la oportunidad.
—Mmm. Bueno, ciertamente las pruebas físicas por las que pasó podrían haber provocado una pérdida si estaba embarazada. Déjeme examinarla y sabremos con certeza.
Edward esperó afuera de la carreta, nervioso, mientras el doctor revisaba a Bella. No dejaba de reprocharse por haberla dejado sola ese día. Todo lo que el viejo Dowling quería era interrogarlo sobre por qué estaba «cediendo» a las amenazas del gobierno federal, cercando sus tierras y arando el campo donde antes pastaban los animales.
Dowling y algunos otros estaban furiosos por verse obligados a cambiar sus métodos de ganadería, pero Edward sabía mejor. Había visto lo mal alimentado que estuvo el ganado la temporada pasada y cómo no tenían reservas suficientes para superar el duro invierno.
Para Edward estaba claro que, si quería seguir en el negocio del ganado, necesitaba encontrar una mejor manera de manejar su hato. Alimentarlos por cuenta propia era la única solución que vislumbraba. Durante los últimos seis meses había estado estudiando el método europeo de crianza de animales, y le interesaban especialmente los nuevos enfoques provenientes de las Islas Británicas.
Estaba adaptando algunas de esas prácticas a su propio rancho y tenía la esperanza de que dieran frutos. Solo el tiempo lo diría.
Sacudió la cabeza. Tal vez debería haber ido tras Jacob la noche anterior y haberle dado una buena paliza, como quería. ¡Qué descaro el de ese bandido, colarse en su campamento esa mañana para llevarse a Bella! Era una lástima que estuviera muerto… porque Edward había querido encargarse personalmente de eso.
Y pensar que fue su Bella quien se salvó a sí misma… ¡eso era lo más asombroso de todo el episodio! Si bien le habría gustado ser él quien la rescatara, el hecho de que lo hiciera sola le quitaba el aliento y le demostraba que ella sabía cuidarse.
Cada día lo sorprendía más con su fortaleza, su bondad y su sabiduría. Se descubrió prometiéndose que ella nunca se arrepentiría de haber venido a Colorado para casarse con él. Haría todo lo posible, toda su vida, por asegurarse de que fuera feliz.
No sabían que ese mismo día ambos habían hecho la misma promesa en silencio.
TMOB
Media hora después, el doctor Banner salió de la carreta y llamó a Edward para hablar en privado.
—No está embarazada, señor Cullen, pero no puedo asegurar que lo haya estado. Si lo estaba, fue muy al principio, tan al principio que nadie podía saberlo con certeza. Pero como ahora no lo está, mi recomendación es que lo tome como si nunca lo hubiera estado. Es más fácil de aceptar. Actualmente tiene sangrado y molestias abdominales, pero dice que eso es normal en su caso durante el periodo. Tiene algunas abrasiones y contusiones en las costillas, caderas y muslos, pero son leves. Y hay un chichón impresionante en la parte trasera de la cabeza, donde fue golpeada. Su dolor de cabeza viene de ahí, pero no creo que vaya a sufrir nada peor. Pienso que muchas de sus molestias pasarán después de una buena noche de sueño. Voy a prepararle una tintura para aliviar sus dolores, que podrá usar según lo necesite. Es una mujer impresionante, señor Cullen.
—De eso no tengo duda, doctor Banner. Gracias por venir.
—Ha sido un placer conocer a la mujer de la que todo el pueblo habla. Ha estado a la altura de cada palabra.
Se dieron la mano y el doctor se marchó a su consultorio para preparar la medicina de Bella.
Edward regresó a la carreta para consolar a su esposa… solo para encontrarla mirando con cara sombría una construcción rasgada de varillas de ballena y cintas de algodón.
—Bella, ¿qué pasa?
—Rompí mi polisón.
Edward soltó una carcajada.
—¿Rompiste tu polisón? ¿Cómo?
—Supongo que caerse de un caballo no es compatible con la alta costura —murmuró Bella, frustrada—. Rayos. Tendré que encargar otro, y hasta entonces no podré usar mis mejores vestidos, porque toda la tela se arrastrará por el polvo detrás de mí.
Edward se sentó y tomó aquel amasijo de varillas y cintas de entre sus manos.
—Te compraré diez polisones, si quieres.
Bella soltó una carcajada.
—No necesito diez polisones, Edward.
—¿Y qué necesitas entonces?
Bella lo miró a los ojos, esos profundos ojos verdes que tanto amaba.
—Creo que todo lo que necesito de verdad… eres tú.
TMOB
Bella logró cambiarse de ropa y, tras tomar la tintura del doctor, insistió en asistir al final del canto de himnos en la iglesia. Quería oír la música, sí, pero también quería mostrar su rostro a la comunidad para que no pensaran que lo que le había pasado había sido peor de lo que en verdad fue. Después de las preguntas tan precisas que el doctor le hizo durante el examen, sabía exactamente qué clase de rumores podían correr.
Lo último que Edward necesitaba eran chismes malintencionados sobre su esposa. Él prefería que descansara, pero ella le aseguró que estaba deseando hacerlo… más tarde esa noche.
La pareja causó un pequeño revuelo al entrar en la iglesia. Esto inspiró al ministro a agradecer a Dios públicamente por la liberación de Bella del mal, y por haber respondido tan pronta y favorablemente a las fervientes oraciones de la mañana. Luego anunció el siguiente himno.
—Puestos de pie, hermanos, cantemos «¡Oh, qué amigo nos es Cristo!». Señor Gilroy…
El piano había sido traído del salón para el servicio dominical, y lo tocaba el mismo hombre que lo ejecutaba cada noche para una clientela menos… celestial. Como resultado, Bella pensó que tenía una forma bastante única de interpretar los himnos. A veces, costaba saber si estaba en una iglesia o en un salón de baile.
No pudo evitar sonreír ante el pensamiento y tuvo que contener una risita.
Miró a Edward de reojo y lo vio sonriendo también, echándole miradas furtivas. Sabía que, si se encontraba con su mirada, rompería en carcajadas… y eso probablemente no caería muy bien en medio de un himno que agradecía por su liberación. No debía estar luchando por no reírse. Debía estar conmovida… y agradecida.
¿Cómo concentrarse en algo más sobrio? Necesitaba un pensamiento más apropiado. Desde que había tomado esa tintura que el doctor le dio, se sentía propensa a pensamientos livianos. ¿Qué tendría esa medicina? Eso sí, su dolor de cabeza había desaparecido, y sus otras molestias también habían disminuido.
Su mente divagó por un momento, repasando lo vivido durante el día. Y de pronto, recordó el sonido que hizo la cabeza de Jacob al chocar contra la roca.
Ella había matado a alguien.
Tal vez ya estaba muerto antes de caer de la silla. O tal vez fue la piedra la que lo acabó. En cualquier caso, ella fue quien lo causó. Ella fue la responsable. Miró al otro lado del pasillo y vio al sheriff Forks entre los asistentes. ¿La arrestaría cuando regresaran con el cuerpo de Jacob?
¿Y dónde estaban los hombres que fueron a buscarlo? ¿No deberían haber regresado ya?
Poco después, terminó el canto y se despidió a la congregación hasta la próxima visita del predicador itinerante. Bella y Edward se unieron a Jasper y Alice frente a la iglesia, y pronto Cookie y Rosalie se les acercaron. Mientras conversaban, un hombre vestido de manera llamativa se acercó con paso despreocupado.
Se quitó el sombrero y dijo:
—Me dijeron que la señorita Rosalie Black estaba entre las encantadoras damas aquí reunidas.
Rosalie asintió.
—Yo soy la señorita Black —respondió.
—Señorita Black, mi nombre es Samuel Uley. Perdone que sea tan directo, pero temo no poder esperar a una mejor oportunidad. Su hermano, Jacob Black, y yo participamos en un juego de azar en Denver hace unas semanas, y tuve la fortuna de ganar el título de propiedad de su terreno en el Rancho Lazy B. Estoy aquí para tomar posesión.
Fue como si les hubieran echado encima un barril de agua helada. Nadie se movió. Nadie dijo una palabra. Solo se quedaron allí, congelados por la sorpresa.
—Mi hermano solo era dueño de la mitad del rancho, señor Uley —dijo Rosalie, con voz firme.
—Pero tengo aquí los papeles de propiedad —insistió Uley, tendiéndole a Rosalie unos documentos legales.
Ella los tomó y los revisó rápidamente.
—Sí, señor Uley, esta escritura está a nombre de mi padre… pero hay una nueva registrada que divide la propiedad de acuerdo al testamento de él. Me temo que mi hermano no fue honesto con usted.
—¡Maldita sea! ¿Dónde está ese bribón? ¡Me debe mil dólares!
El poco color que quedaba en el rostro de Rosalie desapareció por completo. Tragó saliva y, con voz temblorosa, dijo:
—Me temo que esta mañana… él sufrió un accidente, señor Uley.
En ese instante, la creciente conmoción en el fondo interrumpió su conversación.
—¡Patrón! —gritó uno de los hombres de Edward mientras corría hacia él—. ¡Patrón, ya regresaron con el cuerpo del señor Jacob!
Edward se dio la vuelta justo cuando el resto del grupo de búsqueda regresaba al pueblo a caballo. El que iba al frente desmontó rápidamente frente a Edward.
—Patrón, revisamos ambos lados del río por millas… y no vimos rastro de Jacob Black. No estaba allí.
Nota de la autora: Las tinturas eran una forma de administrar hierbas medicinales a los pacientes, disolviéndolas en alcohol para que fueran ingeridas. La mayoría de los pacientes disfrutaban más la medicina… que la cura.
"What a Friend We Have In Jesus" (en español: «¡Oh, qué amigo nos es Cristo!»), tiene letra escrita en 1855 por Joseph Scriven y música compuesta en 1869 por Charles Converse.