Capítulo 23: La potranca
22 de octubre de 2025, 10:38
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Capítulo 23: La potranca
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Esto bien podía ser el paraíso.
Bella estiró las piernas bajo el edredón y suspiró. No había nada más delicioso que meterse en una cama recién tendida después de un día largo… larguísimo. Y este día había sido el más largo que podía recordar.
En un solo día, había estado posiblemente embarazada, luego fue secuestrada, luego mató a alguien, luego escapó, luego descubrió que no estaba embarazada, luego se emborrachó en la iglesia, luego descubrió que no había matado a nadie, luego empacó el campamento y regresó a casa. Todo en un día. Era demasiado, y estaba segura de que todavía no lo había asimilado del todo.
Estaba tan feliz de estar en casa, y eso era exactamente lo que sentía cuando la carreta subió la última colina. Sonrió al ver su hermosa casa, acurrucada entre los abetos. Edward insistió en que fuera directo a la cama y, por una vez, se alegró de que él fuera tan firme. Necesitaba esto más que nada en ese momento… bueno, tal vez con la excepción de la compañía de Edward.
Así que se desvistió y se metió en la cama, agotada. Edward y los demás se encargaron de la cena, los animales y el resto de las tareas vespertinas. Todo lo que Bella tenía que hacer era descansar. Se sentía maravillosamente mimada y estaba haciendo todo lo posible por no sentirse culpable.
Estaba agradecida, profundamente agradecida, de no haber matado a Jacob, por muy merecido que lo tuviera. Quería tener una relación de amistad con Rosalie, y sin importar las circunstancias, sería difícil establecer un lazo afectuoso con alguien si habías matado a su hermano. Además, no quería cargar con el peso de haberle quitado la vida a otro ser humano. Esa culpa oscurecería cada día del resto de su vida.
Pero entonces, ¿qué había pasado con Jacob? Habían registrado el sitio donde lo había dejado -la pistola descargada con la que lo golpeó seguía allí- pero no había ni rastro de él. Ni una huella que seguir. El suelo era duro en esa zona y no retenía fácilmente marcas. Además, el caballo de Jacob tampoco volvió. ¿Lo habría arrastrado algún animal salvaje? No había señales de eso.
En fin… se acurrucó en la cama. Fuera lo que fuera, tenía mucho que agradecer.
De pronto, sintió un calambre… y recordó lo que eso significaba.
Tenía sentimientos encontrados: tristeza y alivio al mismo tiempo, si eso era posible; tristeza, porque tener un hijo que fuera parte de ella y parte de Edward parecía la manera más hermosa de expresar su amor. Y podía imaginar la felicidad que sentiría al tener en brazos a un pequeño de ojos verdes que la mirara desde su regazo.
Dios mediante, eso llegaría algún día, pero también sentía alivio de tener aún un poco más de tiempo a solas con Edward, solo los dos.
Otro calambre. Estaba acostumbrada a tener molestias durante su periodo, pero estos eran más intensos de lo normal. Quizás porque había saltado un mes. O tal vez… porque estaba perdiendo un embarazo. Se encogió de hombros. ¿Quién podía saberlo? Se levantó de la cama para tomar más de esa tintura que el doctor le había preparado y descubrió que también debía cambiarse el paño. Hizo una mueca. ¿Cómo iba a manejar todo esto con Edward cerca? ¿Le resultaría repulsivo?
Se fue detrás del biombo y levantó su camisón. Como la mayoría de las mujeres, guardaba paños especiales de algodón absorbente para esos días. Eran muy parecidos a los pañales y funcionaban del mismo modo. Por la noche, solía usar doble, así que dobló dos en tercios, luego retiró el paño usado de su «protector sanitario», una prenda parecida a unas pantaletas donde podía sujetar los paños con alfileres. Después de colocar los nuevos, metió el usado en un balde con tapa para dejarlo en remojo hasta que pudiera lavarlo. Iba a ser difícil mantener a Edward ajeno a estos asuntos, viviendo tan juntos como vivían.
Se lavó las manos en la palangana y empezó a buscar la tintura, ya que los calambres eran molestos. Fue entonces cuando Edward la sorprendió fuera de la cama.
—Bella, deberías estar dormida ya —la reprendió con suavidad.
—Estaba buscando la medicina que mandó el doctor.
—Está en la otra habitación. Yo te la traigo.
Se fue y volvió enseguida con el frasco.
—¿Estás con dolor, cariño?
—Solo un poco de calambres. Nada importante —respondió Bella, tomando la dosis y volviendo a meterse en la cama. Edward, ya desvestido, se unió a ella poco después.
—¿Y esto? —preguntó Edward, señalando la sábana de algodón engomado que cubría su lado del colchón.
—Es una funda protectora para la cama —respondió ella, con las mejillas teñidas de rojo.
Edward la miró un momento, pensando… y entonces comprendió.
—Ya veo. ¿Aun así puedo abrazarte?
—¿Quieres hacerlo?
Soltó una risa entre dientes.
—Por supuesto. Ven aquí.
Bella se deslizó hacia él, asegurándose de permanecer sobre la sábana protectora. Sonrió con satisfacción al acomodar su cabeza en su lugar habitual, sobre su hombro. Amaba sentir sus brazos envolviéndola y el latido de su corazón bajo su mano.
Levantó la cabeza para besarlo de buenas noches, y no se sorprendió cuando aquel beso casto se convirtió en algo más. Amaba la sensación de sus labios reclamando los suyos y cómo su lengua rozaba la comisura de su boca. Cuando se abrió a él y sus lenguas se encontraron, no pudo evitar soltar un gemido.
—Oh, Bella —gruñó Edward en respuesta. De inmediato se sintió excitado y, por un segundo, se odió por ello. ¿Cómo podía siquiera pensar en la intimidad cuando ella estaba en ese estado? Su cuerpo era una criatura egoísta.
Bella, sin embargo, también sentía esa necesidad. Aun con sus molestias, deseaba a su esposo. Lo besó de nuevo, con más profundidad esta vez, y dejó que su mano bajara por su camisón hasta encontrar la prominencia bajo la tela.
Se apartó ligeramente y le sonrió con dulzura.
—Quisiera consolarte… si me muestras cómo hacerlo.
—¿Consolarme?
Susurró:
—El Kama Sutra habla de usar las manos para darse placer.
Edward tragó en seco, la boca repentinamente seca, y se inclinó para besarla una vez más. Mientras sus labios se fundían, levantó su camisón y tomó su mano para guiarla, mostrándole cómo envolverlo con suavidad, cómo moverla. Luego, soltó su mano y dejó que ella continuara por sí sola.
Ah… se sentía tan bien.
—Más rápido —le dijo en voz baja.
Bella cambió de posición para conseguir un mejor ángulo y aceleró el ritmo.
—Oooh…
Ella continuó.
—Bueeeno… Bella… ¡Oh! —y con poco más de aviso, Edward se derramó sobre su vientre y su mano. Ella rio suavemente, complacida de haberlo satisfecho.
—Jamás volveré a pensar en batir mantequilla de la misma manera —bromeó.
Edward soltó una carcajada, entre sorprendido y encantado.
—¡Bella! Sin duda eres única. ¡Ja! Tendré que comprarte una vaca lechera solo para verte batir.
Bella sonrió mientras se levantaba para lavarse las manos y tomar el paño de franela. Notaba que su cuerpo estaba tenso, ansioso, y suspiró al pensar en cuánto tiempo pasaría antes de que pudiera volar con él otra vez.
Edward le quitó el paño con delicadeza para limpiarse él mismo.
—Bella, déjame ayudarte —dijo con voz seria.
—¿Ayudarme? ¿Qué quieres decir?
—Puedo ayudarte de la misma forma en que tú me ayudaste a mí.
—¿Cómo?
—Con caricias, con las manos. Podemos hacerlo sobre tu ropa, si te hace sentir más cómoda.
—No lo sé, Edward. Tengo dolor de vientre… y además tengo todas estas prendas encima.
—Pero, amor mío… ¿no te sientes ansiosa? —dijo con suavidad.
—¿Ansiosa?
Edward colocó una mano suave sobre su pecho y comenzó a trazar círculos con el pulgar alrededor del pezón.
—Ansiosa… necesitada… deseosa… —susurró contra sus labios, sin besarlos aún. Solo rozó su boca con la suya, apenas un roce; luego recorrió con sus labios sus pómulos, su sien, hasta llegar a su frente, su nariz, y finalmente su boca.
Bella estaba perdida.
—Oh, Edward —gimió.
—Déjame poner mi muslo entre los tuyos.
Ella hizo lo que él le pidió, y entonces Edward la atrajo más, acomodando su cuerpo de modo que la parte superior de su pubis rozara directamente su muslo musculoso. Se frotó contra ella mientras la besaba, encendiendo un fuego abrasador que recorrió todo su cuerpo. Bella comenzó a moverse con él, empujando cada vez con más fuerza, más rápido, con besos más profundos, hasta que su clímax se apoderó de cada partícula de su ser.
No jadeó ni suspiró; dejó escapar un gemido grave, profundo, mucho más sonoro de lo que esperaba.
Abrió los ojos de golpe y se llevó una mano a la boca.
—Espero que nadie haya oído eso.
—Creo que todos ya se fueron a dormir —respondió Edward con una sonrisa ladeada.
De pronto, Bella notó que las contracciones que sentía tras hacer el amor aliviaban sus cólicos. Se sentía ligera, suelta por dentro, mejor de lo que se había sentido en todo el día. También se dio cuenta de que necesitaba ajustar su paño, así que se levantó de la cama y fue detrás del biombo. A ese ritmo, tendría que levantarse un par de veces durante la noche para atenderse… o empaparía la cama. Definitivamente, mañana habría que lavar.
Cuando volvió a acostarse junto a Edward, se quedó dormida casi en cuanto él la rodeó con los brazos.
Edward, por su parte, seguía contando sus bendiciones. La mayor de todas: Bella. Su tesoro. Su joya.
Entonces, un proverbio vino a su mente, rescatado de sus recuerdos más antiguos:
Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.
El corazón de su marido está en ella confiado,
Y no carecerá de ganancias.
Le da ella bien y no mal
Todos los días de su vida.
Sí, esa era su Bella. Y él era un hombre inmensamente bendecido. La sostuvo con ternura y apartó un mechón rebelde de su mejilla mientras ella dormía en sus brazos.
Entonces pensó en otro versículo:
Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.
Pensó con gravedad que haría lo que fuera necesario para proteger a Bella. Tenía que encontrar la forma de localizar y deshacerse de Jacob Black. Estaba convencido de que el canalla había recobrado la conciencia y huido.
El sheriff había emitido una orden de captura, vivo o muerto, así que seguramente los más aventureros ya estarían por las colinas, esperando atrapar al forajido y cobrar la recompensa.
Edward no podía darse el lujo de salir a buscarlo, y tenía el presentimiento de que en cuanto él lo hiciera, Jacob aparecería allí, justo donde menos lo esperaba.
En realidad, creía que lo único que debía hacer… era quedarse quieto. El infeliz vendría a él.
Ahora bien… ¿cómo preparar la trampa que lo estaría esperando?
TMOB
Cookie seguía hospedado en el rancho de Rosalie, pero no se sentía nada tranquilo con Sam Uley rondando la casa. Decidió que pasaría la noche durmiendo frente a la puerta del dormitorio de Rosalie, y al diablo lo que pensara ese tal Uley. Sabía reconocer a un truhán oportunista cuando lo veía. El patrón entendía bien su dilema y quería que Rosalie estuviera segura, así que le dio permiso para quedarse allí hasta que todo se calmara.
Cookie le había sugerido a Rosalie que se mudara por un tiempo a la casa de los Cullen, pero ella fue tajante: quería quedarse en su rancho y proteger lo que era suyo.
Y Cookie tenía razón en preocuparse, porque en la primera noche que Uley pasó allí, se atrevió a pedirle matrimonio a Rosalie. Sam pensaba que, de esa manera, se aseguraría legalmente el rancho que creía haber ganado. Además, Rosalie no le parecía nada mal físicamente.
Rosalie le explicó que estaba comprometida con Emmett McCarty, y Cookie no pudo evitar sonreír. Ella sabía que aún no le había propuesto matrimonio -principalmente porque no tenía los medios para mantener a una esposa, y lo estaba usando como escudo, esperando que su presencia enfriara el entusiasmo, o la codicia, del jugador.
Cookie no entendía qué hacía Uley allí todavía. Jacob había hecho esa apuesta usando como garantía un documento legal vencido. No valía nada. Así que, en su opinión, Uley no era dueño de nada. Su problema era con Jacob, no con Rosalie ni con el rancho.
Pidió al sheriff que investigara ese ángulo legal, pero hasta que no se tuviera una respuesta definitiva sobre la sucesión de la herencia, no había mucho más que pudieran hacer.
A veces, Cookie pensaba en casarse con Rosalie. Tenía exactamente $252.78 a su nombre. Una fortuna para algunos, que él había ahorrado con los años siendo prudente y apostando solo en cosas seguras. La razón por la que aceptó ser cocinero de Edward, a pesar de que aún podía montar sin problemas, tenía que ver con que a los cocineros del chuck wagon les pagaban el doble que a los vaqueros comunes.
Tyler todavía andaba de mal humor por haber perdido la apuesta de si la señora Bella haría feliz al jefe o no. Pero para Cookie, eso había sido una apuesta segura desde el primer día. Desde el principio había visto la conexión entre esos dos. Y eso le enseñaría a Tyler a no apostar después de tomarse unos tragos de más.
Pero esos doscientos cincuenta y dos dólares con setenta y ocho centavos no eran ni por asomo suficientes para ponerse al nivel de la señorita Rosalie Black. Era terrible desear algo con tantas ganas y saber que estaba fuera de tu alcance… no por unos pasos, sino por kilómetros.
Lo que sí sabía, y agradecía, era que Rosalie confiaba en él. Era a él a quien acudía cuando algo la preocupaba. Al menos podía esforzarse por ser su amigo.
Y con eso… quizá, solo quizá, podría conformarse.
TMOB
A la mañana siguiente, Edward y Bella estaban de pie junto a la cerca del potrero, observando cómo la potranca de cinco semanas galopaba como si estuviera poseída.
—Tiene energía de sobra, ¿no crees? —dijo Bella.
—Oh, solo está desahogándose. Siente la avena en el cuerpo —respondió Edward con una sonrisa.
—¿Ya le pusiste nombre?
—No. Por ahora solo la llamamos «Girl».
Bella soltó una risita.
—Creo que Tyler y Lauren probablemente tienen reservado ese nombre para una futura hija.
Edward frunció el ceño.
—Lauren tuvo una niña el año pasado… pero murió cuando no tenía ni tres días. Creo que ni siquiera llegaron a ponerle nombre.
Bella lo miró, horrorizada.
—Oh, lo siento tanto. No debí bromear con eso. Seguro es un tema muy delicado para los Crowley. ¿Cómo pude ser tan insensible?
—No lo sabías, Bella. Pero es parte de la vida… y del matrimonio. Ojalá nunca tengamos que pasar por algo así, pero siendo realistas, podría ocurrir.
Bella pensó en silencio: Probablemente ya nos ocurrió.
Con esa sombra repentina sobre su corazón, observó cómo la pequeña potranca troteaba alegremente. La vida y la muerte estaban demasiado cerca una de la otra en este mundo. La muerte podía estar a un solo latido de distancia. Aquello fue una lección para ella. Se prometió a sí misma vivir su vida lo mejor que pudiera.
—Edward… ¿todavía piensas que deberíamos posponer lo de tener un bebé?
—A decir verdad, Bella, me estaba ilusionando con tener una niña de ojos castaños para sentarla en mi regazo. Me dio tristeza saber que no será tan pronto como pensábamos. Antes estaba pensando solo en mí, pero…
Bella lo miró, animándolo a continuar.
—Pero creo, señora Cullen, que seré feliz con lo que tú elijas. Soy feliz mientras estemos juntos.
Bella sonrió con dulzura.
—Eres el hombre más bueno que Dios haya creado, y estoy segura de que serás el padre más maravilloso. Yo digo, Edward, que dejemos todo esto en manos de Dios y vivamos nuestras vidas. Si somos bendecidos, amén. Si la bendición tarda… amén también.
—Supongo que no tendré que mandar a Chicago por ningún paquete especial —bromeó.
—Tal vez no —respondió Bella, con una sonrisa tranquila. Esa decisión se sentía correcta—. Edward, estaba pensando… Tener una vaca lechera no sería una mala idea. También me gustaría empezar pronto con las gallinas. ¿Por aquí alguien cría cerdos?
—Bella, vas a convertir a este vaquero en un granjero —rio Edward.
Ella soltó una carcajada.
—No, solo para nuestro propio consumo. Virginia es famosa por sus jamones. Tal vez debería escribirle a mi hermano y pedirle que nos envíe una cerda preñada. ¿Qué opinas?
—Lo que hace especial a la carne de cerdo en Virginia son los cacahuetes que comen, Bella. Y aquí no tenemos cacahuetes.
—Eso es cierto. Además, creo que una vaca sería mucho más útil. Solo imagina: leche fresca, crema, mantequilla. Incluso sé hacer queso, aunque para eso necesitaríamos más de una vaca.
Edward miró a su alrededor y al ver que estaban solos, la envolvió entre sus brazos.
—Ah… ¿así que vas a ser mi lechera?
Bella se recostó en su pecho y dijo con picardía:
—Podría serlo, señor Cullen… si así lo desea.
—Entonces… consigamos una vaca.
Jacob yacía boca abajo, asomado sobre el precipicio mientras observaba al grupo de jinetes cabalgando por el valle. Sabía que lo estaban buscando, pero también sabía que él conocía esas montañas mejor que nadie, y estaba seguro de que jamás lo encontrarían. Los observó mientras discutían qué dirección tomar, y uno de ellos señaló justo en sentido contrario al lugar donde Jacob se ocultaba. Pronto, el grupo se alejó al trote, completamente inconsciente de cuán cerca habían estado de hallar a su presa.
—Idiotas —murmuró Jacob para sí.
Se incorporó y se dirigió hacia el lugar donde tenía amarrado su caballo.
Por suerte, el condenado animal había regresado a él una vez que se calmó, luego de espantarse el día que raptó a Bella.
No hay nada como recuperar la conciencia con unos labios enormes de caballo babeándote la cara. Maldito caballo… pero lo salvó, y logró huir antes de que las partidas de búsqueda dieran con él.
Y todo era culpa de esa maldita perra. Ella era quien lo había metido en ese lío. Ella tejió su red, esa bruja, y lo atrapó con su belleza, y él merecía tenerla. Había sufrido demasiado por su culpa.
Ya lo tenía decidido.
Iba a recuperarla. Y en el proceso… también iba a encargarse de Edward Cullen.
TMOB
Los versículos que recuerda Edward son, en su orden: Proverbios 31:10-12 y Efesios 5:25
Nota de la autora: Este fue el capítulo revelador sobre los asuntos femeninos. Si te interesa saber más sobre cómo se las arreglaban nuestras hermanas en aquellos tiempos, existe una página muy informativa llamada The Museum of Menstruation.
Otra cosa sobre los jamones de Virginia… Los jamones Smithfield son curados con humo y sal, y son deliciosos, pero hay que remojarlos y cocinarlos siguiendo el método correcto, y hay que cortarlos en rebanadas delgadas. Uno no ha probado un ham biscuit de verdad hasta que ha comido uno con jamón Smithfield.