ID de la obra: 555

The Mail Order Bride

Het
R
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planificada Mini, escritos 271 páginas, 96.562 palabras, 30 capítulos
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Capítulo 25: La despedida

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. Capítulo 25: La despedida . Bella y Alice lloraron el día en que se separaron. Por primera vez en su vida, Bella comprendió lo que se sentía tener una verdadera hermana del alma. Ella y Alice se volvieron muy unidas durante el tiempo que pasaron juntas; ambas aprendieron de la otra y disfrutaron de su compañía. Alice había perdonado a Edward por decepcionar a su hermana tantos años atrás, después de darse cuenta de que Bella y Edward simplemente estaban destinados el uno al otro. Y, siendo completamente honesta, Frances realmente no era una gran cosa en primer lugar. Jasper también estaba triste por irse. Disfrutó sus días a caballo con Edward y trabajar con sus propias manos. Se sentía realmente melancólico ante la perspectiva de volver a Chicago y cambiar sus jeans de mezclilla gastados por las limitaciones de un traje de negocios. Estaba de pie en el porche de la casa del rancho, mirando hacia Bear Valley Ranch, y envidiaba la vida que su hermano había construido. Sin embargo, también comprendía que Edward era un tipo de hombre diferente a él. Dudaba que alguna vez deseara renunciar de forma permanente a la estabilidad y comodidad de su vida en Chicago para lanzarse por su cuenta con nada, como lo hizo Edward años atrás. A él le gustaban las cosas seguras, y Chicago era eso para él. Edward había disfrutado la compañía de su hermano. Trabajaban bien juntos, y el carácter afable de Jasper y su disposición para ayudar en todo lo que hubiera que hacer lo hacían muy útil. Lo iba a extrañar. El hecho de que Bella, su hermano y su cuñada se llevaran tan bien hacía factible la sugerencia de que ella regresara a Chicago con ellos… si él pudiera dejar de lado los sentimientos de Bella. Pero Bella lo convenció de que no debían separarse por tanto tiempo. Y, a decir verdad, él no necesitaba mucho para dejarse convencer. Se habría sentido destrozado sin ella, pero necesitaba encontrar la forma de mantenerla a salvo mientras él estuviera en la arriada. Edward despidió a su hermano menor y a su esposa con Bella a su lado. Sonreía, pero por dentro tenía un torbellino de emociones. No podía llevar a Bella con él a la arriada porque ella no estaba lo suficientemente curtida para pasar siete días seguidos en la silla de montar. No podía hacer que viajara con Cookie en el chuck wagon simplemente porque Cookie no se quedaba con el ganado: avanzaba por delante del grupo, montaba el campamento y preparaba una comida caliente para cuando los vaqueros llegaran. Básicamente, el chuck wagon viajaba solo. Sería muy fácil tenderles una emboscada. Por otro lado, le incomodaba mucho dejarla en casa con solo Tyler para protegerla. Recordaba bien que Tyler no hizo un buen trabajo la última vez. Y no podía contratar a nadie más para que la custodiara porque todos los hombres disponibles estarían trabajando en las arriadas para los ranchos de la zona. No sabía qué iba a hacer. Bella iba a sorprender a Edward hoy. Él estaba trabajando en el campo de trigo más cercano a la casa, pero estaba tan ocupado que le pidió que simplemente le mandara uno o dos sándwiches a la hora del almuerzo. Ella decidió hacer algo mejor que eso. Terminó a toda prisa sus quehaceres de la mañana y luego puso la comida para los hombres. Era un almuerzo sencillo, uno que Lauren y Tyler podían manejar fácilmente por su cuenta una vez llegara la hora de comer. Encontró una canasta grande, la forró con una servilleta de cuadros y luego preparó varios sándwiches de carne asada, una botella de café y un recipiente con crema. Después, sirvió una buena porción de pastel de moras que había preparado como postre con las moras que había recogido el día anterior. Puso el pastel en un cuenco, lo cubrió con un paño y lo empacó junto con el resto de la comida de picnic. —Lauren, ¿sabes qué hacer con el almuerzo ahora? —Sí, señora. —Entonces estaré de vuelta para media tarde. Gracias —sonrió, satisfecha de poder tomarse ese tiempo para escaparse con su esposo. Con Alice y Cookie fuera, tenía mucho más trabajo que hacer y estaba descubriendo que el tiempo con su esposo era lo que más se resentía. Para cuando completaba todas sus labores del día, estaba tan exhausta que apenas podía lavarse la cara antes de meterse a la cama. Frecuentemente, cuando Edward se unía a ella, ya estaba profundamente dormida y él no se atrevía a despertarla por sus propios deseos egoístas. Y tan pronto como se despertaba en la mañana, tenía que levantarse porque las vacas necesitaban ser ordeñadas y había que preparar el desayuno para todo el rancho. Bella era feliz con su vida, pero extrañaba el tiempo con Edward. Un nuevo cocinero llegaría después de la arriada y eso debería liberarle algo de tiempo. Bella tomó una manta, la canasta de comida, su sombrero de ala ancha y prácticamente bajó saltando la colina hasta donde Edward trabajaba. Un gran roble arrojaba una hermosa sombra al borde del campo, así que Bella extendió la manta allí y colocó la comida y la bebida. Se quedó de pie, con las manos en la cintura, observando a su esposo trabajar en el campo. Él la había visto, por supuesto; en cuanto estuvo a la vista, una sonrisa iluminó su rostro y se quitó el sombrero en señal de saludo. Mandó a sus trabajadores a comer, luego terminó lo que estaban haciendo antes de caminar hacia su amada. Bella deseó poder pintar una imagen de él mientras se acercaba. La expresión en sus ojos, la sonrisa en sus labios, la manera felina en que su cuerpo se movía, todos esos detalles podrían ser parte de sus sueños por años. Antes de alcanzarla, miró a su alrededor para asegurarse de que los hombres se hubieran ido, y al entrar en la sombra del árbol, la tomó en sus brazos y su beso igualó el ardor de su mirada. —Oh, Edward. Extrañaba tu compañía —dijo ella después. —Yo también he extrañado cada parte de ti. La atrajo para que se sentara junto a él sobre la manta. —Ambos hemos estado atrapados en nuestras obligaciones y no hay remedio. El trabajo no se hace solo. —Pensé que podríamos robarnos un rato con este picnic —le dijo mientras le pasaba una toalla húmeda. Edward era meticuloso para ser un vaquero y no le gustaba comer con las manos sucias. Mientras él se limpiaba las manos y la cara, Bella dijo: —Traje sándwiches y un postre. —Pero tú eres el postre, esposa. —Entonces traje dos postres —rio ella—. El otro es pastel de moras con crema. Yo misma recogí las moras ayer, horneé el pastel esta mañana y la crema la desnaté de la leche que nos dieron nuestras vacas. —Le entregó un sándwich envuelto en papel kraft. Edward sonrió. —¿Puedo tener mi postre primero? Bella se sorprendió, pero se encogió de hombros y alargó la mano hacia la canasta para sacar el cuenco con pastel de moras. Edward dejó el sándwich a un lado y la detuvo posando suavemente su mano en su mejilla y empujándola hacia atrás hasta que quedó recostada sobre la manta, en la hierba alta bajo el árbol. —Este es el postre que quiero primero. La besó de nuevo, y fue como fuegos artificiales explotando bajo su piel. Le recorrió con la lengua la parte sensible del interior de los labios y dejó que su mano descendiera para acariciar con ternura su pecho. —Edward, ¿no crees que estamos un poco expuestos para esto? —tuvo que preguntar Bella, especialmente considerando cómo terminaron sus actividades al aire libre la última vez. —Solo podemos abrazarnos un poco, Bella. Me quitaría un poco el anhelo que siento por ti. Se besaron un poco más; besos dulces, amorosos, electrizantes, y Bella suspiró: —Me temo, amor mío, que en mi caso sucede lo contrario. Me deja tan tensa que no me importaría si alguien nos estuviera mirando. Eso no es muy modesto, ¿verdad? —Sus dedos recorrieron la línea de su mandíbula. Edward rio y se incorporó. —Besarte me abre el apetito, y debería saberlo mejor, pero no puedo resistirte. Llueva, truene o relampaguee, esta noche me aseguraré de acostarme contigo para compartir un rato a solas. Tomó su sándwich y le quitó el papel. Bella agarró uno para ella. Conversaban con naturalidad mientras comían, charlando sobre su día, cuando de pronto fueron interrumpidos desde el otro lado del campo. —¡Yuujúúú! ¡Edward Cullen! Los ojos de Bella se abrieron de par en par mientras agradecía internamente que no hubieran ido más allá con sus muestras de afecto. Edward se puso de pie para ver quién era, luego levantó la mano y gritó: —¡Estamos por aquí, Sheriff! Tan pronto como Charlie se acercó lo suficiente, empezó a disculparse por interrumpirlos. —Disculpen por interrumpir su almuerzo, pero traigo unas noticias que supe que querrían escuchar. Bella, siempre la dama amable, dijo: —Oh, Sheriff Forks, por favor acompáñenos. Apostaría a que no ha comido aún. Tenemos de sobra. ¡Siéntese! —Le entregó un sándwich, y él lo aceptó con gusto. —Muchas gracias, señora. Es un placer unirme a ustedes. Los hombres se acomodaron sobre la manta junto a Bella. Charlie desenvolvió su sándwich y dio un bocado. Bella y Edward lo miraban atentos, preguntándose qué traía para contarles el siempre cordial hombre, pero Charlie no parecía tener prisa por decirlo. —Tu ganado se ve en excelente estado, Edward. —Sí, afortunadamente ha podido alimentarse bien este verano. Espero recuperar las pérdidas del invierno pasado en el mercado. —Puede que así sea, no muchas manadas están en las condiciones de la tuya. —Es una noticia esperanzadora para nosotros, entonces. Charlie asintió y levantó el sándwich hacia Bella. —Esto está delicioso, señora. Estaba mirando de reojo el cuenco con el pastel de moras en la canasta. —¿Le gustaría otro? Es todo suyo si lo desea. —Creo que sí, gracias —dijo, y tomó otro paquete envuelto, metiéndose de lleno en su contenido. —Tu hermano y tu cuñada ya se fueron de la zona, ¿verdad? —Sí, se fueron hace un tiempo. Recibimos una carta contándonos de su llegada segura a Chicago. —Qué bueno. Muy buena pareja eran ellos. Encajaron bien por aquí. —Disfrutamos mucho su compañía y nos dio tristeza cuando tuvieron que regresar —dijo Bella. —¿Y quizá vuelvan algún día? —Eso espero —respondió Bella con una ligera melancolía en la voz. El sheriff terminó su segundo sándwich, así que Bella le ofreció café y pastel de moras. —¡Ahora sí que no puedo negarme a ese placer! Así que Bella pudo dividir el pastel de moras entre los dos hombres. Vertió la crema por encima y luego sirvió dos tazas de café para ellos. Solo había traído vajilla suficiente para ella y Edward, así que, como buena anfitriona, cedió su porción al invitado. Realmente no le importaba. Solo deseaba que el hombre les dijera de una vez lo que había venido a decir. —Entonces, Edward, hemos recibido noticias sobre Jacob Black. El corazón de Bella se aceleró y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Edward se tensó y su expresión se tornó sombría. —Parece que Sam Uley lo encontró en Tombstone y lo mató de un disparo. Uley mandó un mensaje reclamando la recompensa. —¿Y también envió prueba de su afirmación? —preguntó Edward. —Sí. El sheriff de allá tiene las pertenencias de Jacob Black y unos papeles que lo identifican. —¿Cuándo ocurrió eso? —continuó Edward. —La semana pasada, más o menos. Tiroteo al mediodía justo en la calle principal. Bella se quedó atónita. —¿Muerto? Oh… pobre Rosalie. ¿Se lo ha dicho ya? —No. Pensé venir primero con ustedes, ya que eran los más amenazados por Jacob Black. Bella miró a Edward con preocupación. —Tendremos que ir a verla. Estará destrozada. Edward asintió, pero por dentro se sentía aliviado. Su mayor problema se había resuelto con la muerte de Jacob. Aunque le decepcionaba no haber sido él quien acabara con ese perro, sabía que ahora podía dejar a Bella en casa con los Crowley mientras iba Denver con el ganado. Sentía como si se le hubiera quitado un peso del alma. El sheriff se puso de pie mientras se sacudía las migas de los dedos y se preparaba para partir. —Bueno, iré ahora al Lazy B. La señora McCarty también debe enterarse. Buenas tardes, señora. Edward. Asintió y partió de regreso por el campo. Pronto desapareció de la vista. Edward se volvió hacia Bella y dijo: —Eres maravillosa, dulzura. —¿Soy maravillosa? —Sí. Este demonio, Jacob Black, tuvo intenciones viles contigo, te insultó, te secuestró y, muy probablemente, nos causó una terrible pérdida… y tú no estás celebrando su muerte, sino preocupada por los sentimientos de su hermana. —Hizo cosas malas, Edward, pero Rosalie aún lo quería. Nunca me agrada enterarme de la muerte prematura de nadie, por muy merecida que sea, y Rosalie también sufrió por su comportamiento. Ha tenido que soportar vergüenza, traición y un futuro incierto por las acciones de su hermano, pero aun así era su hermano, y creo que se le romperá el corazón con esta noticia. Comenzó a recoger los platos. Edward se puso de pie y la ayudó, finalmente doblando la manta y poniéndola en la canasta. Los hombres estaban bajando al campo ahora, así que, tras despedirse de Bella y levantar el sombrero, fue a dar instrucciones para el resto de la tarde. Bella esperó hasta que terminó de hablar con Eric, y luego caminaron juntos colina arriba hacia la casa del rancho. —Voy a asearme, Bella. Le pediré a Tyler que ensille a Tanya y a Kate para nosotros. ¿Te sientes con ánimos de ir a caballo? —Me parece bien, gracias, Edward —respondió Bella con una sonrisa, y se separaron. Entró a la cocina para dejar la canasta y luego corrió a la casa para cambiarse para la visita al Lazy B. Edward se unió a ella justo cuando estaba vistiéndose con su traje de montar. Estaba abrochándose el corsé cuando él entró. Él sonrió con picardía. —¿Necesitas ayuda con eso? —Siempre puedo aprovechar tu atención, señor Cullen —le devolvió la broma. Edward, siempre dispuesto, se acercó para encargarse de la tarea. Bella llevaba puestos unos calzones que le cubrían desde la cintura hasta las rodillas. Esta prenda no tenía entrepierna, ya que bajarlos para atender necesidades personales implicaba demasiados ajustes de ropa. Lo único que una dama debía hacer era levantar su vestido, abrir la abertura de los calzones, hacer lo suyo y listo. Podía ser algo ventoso a veces, pero nada demasiado incómodo. Una dama solo debía recordar siempre mantener las rodillas juntas y el vestido bien abajo. Sobre los calzones, Bella llevaba una camisola. Era una prenda interior de algodón o lino que cubría desde los hombros hasta por debajo de la rodilla. La que llevaba Bella no tenía mangas, pero tenía otras más gruesas, de franela y manga larga, que estaba guardando para el invierno. Las camisolas podían ser sencillas o adornadas con encaje y bordados. A Bella le gustaba que sus camisolas fueran femeninas, así que de vez en cuando añadía un volante al dobladillo o alrededor del cuello. El corsé estaba diseñado para acentuar las curvas femeninas. Era una prenda reforzada con barbas de ballena que se usaba alrededor de la cintura. Las cintas lo ajustaban firmemente para realzar la figura: el busto quedaba elevado, la cintura ceñida y las caderas fluían suavemente hacia afuera. Era una prenda muy favorecedora, aunque si se ajustaba demasiado podía volverse una verdadera tortura. Bella le dio la espalda a Edward y apartó su largo cabello para que él pudiera acceder a las cintas. Ella ya había ajustado la mayoría, pero las superiores eran más difíciles de alcanzar. Le alegraba tener la ayuda de Edward. A Edward le encantaban esos momentos. Por alguna razón, esa intimidad sencilla representaba la dicha de su vida de casados. Su reciente alivio al dejar atrás la preocupación por Jacob Black solo hacía que su corazón estuviera más alegre. Además, no podía resistirse a besarle el cuello mientras lo hacía. —Edward, estás tratando de distraerme. Él se pegó a ella para mostrarle que también estaba distraído. Ella no pudo evitar reír. —Edward, vamos a hacer una visita de pésame. ¿Cómo puedes pensar en esas cosas ahora? Él le respondió con los labios aún detrás de su oreja: —Como te dije poco después de nuestra boda, siempre estaré listo, dispuesto y capaz de aprovechar el ver a mi hermosa esposa vestida solo con sus prendas más íntimas. Deslizó los brazos alrededor de su cintura para pegarla completamente contra él. —Te amo —susurró. Y por supuesto, Bella se derritió. Suspirando su nombre, recostó la cabeza contra su pecho y cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que él le provocaba. Edward siguió besándole el cuello y mordisqueando su lóbulo. Sus manos recorrían sus curvas recién definidas, hasta que bajó para apretarla con fuerza contra su creciente deseo. Bella puso su mano sobre la de él y frotó sus caderas hacia adelante y hacia atrás, con la intención de animarlo. No necesitaba ánimo. Gimiendo, levantó la camisola y buscó entre sus piernas ese punto dulce del que siempre tenía hambre. —Arrodíllate al borde de la cama para que estemos a la misma altura, Bella —le pidió. Ella hizo lo que él le pidió, mientras él se desabotonaba los pantalones y se deshacía de ellos, liberándose también de su prenda interior. Con suavidad la guio para que se inclinara y luego se unió a ella y entró dentro. Bella jadeó de placer; esa sensación era diferente, en el mejor de los sentidos. —Oh, Edward… eso se siente tan bien… —Estás tan increíblemente apretada así, Bella… —su voz dejaba ver cuánto lo estaba disfrutando. Se inclinó sobre ella, una mano buscando placer para ella, la otra apoyándose sobre el colchón, y se movió con un ritmo acompasado, caderas y dedos en sincronía. Bella estaba apoyada en manos y rodillas, con los puños cerrados, empujando con todas sus fuerzas contra Edward. Sentía cómo crecía la presión dentro de ella, cerró los ojos con fuerza y mordió su labio inferior. Mientras se movía, Edward murmuraba dulces palabras en su oído: —Mi Bella… oh, eres tan buena para mí… estoy perdido en ti… perdido… eres mi corazón… Le besó detrás de la oreja y luego se irguió cuando sintió que ambos estaban por llegar a su cima. Y de pronto, estaban volando, cada nervio vibrando por el amor físico. Bella cayó rendida en la cama, Edward siguiéndola, ambos jadeando y eufóricos. Bella volvió el rostro para mirar a su esposo, cuyos ojos estaban cerrados y los labios curvados en una leve sonrisa. Alzó una mano para acariciarle la mejilla. —Te amo, Edward. Él abrió los ojos, la miró con ternura y la besó suavemente. —Mientras pueda respirar o pueda ver, así vivirá tu amor que me da vida —citó. Se quedaron allí un rato hasta que Edward recordó que para ese momento los caballos ya debían estar ensillados esperándolos, así que se apresuraron a terminar de arreglarse. Salieron hacia el establo y encontraron a Tanya y Kate esperándolos pacientemente. Mientras Edward ayudaba a Bella a subir a la silla, no pudo evitar dejar que sus manos se quedaran un poco más de lo necesario. Suspiró. Esa emoción abrumadora que sentía por ella dominaba todos sus sentidos. Estaba seguro de que esa dicha tan intensa se debía, en gran parte, al alivio que sentía por la desaparición de Jacob Black. Todo lo que veía por delante era una vida maravillosa y bendecida que compartiría con el amor de su vida. Con una sonrisa dirigida a Bella, dijo: —Vayamos, mi corazón. Y salieron juntos del corral montados, rumbo al Rancho Lazy B, para presentar sus condolencias a Rosalie Black McCarty. Nota de la autora: Un placket es el borde reforzado de una prenda donde pueden colocarse botones o ganchos, pero en el caso de los calzones femeninos, no se usaban. La abertura de los calzones de Bella era muy parecida a la del boxer masculinos, solo que mucho más grande. En aquella época, los hombres solían usar unionsuits, una forma nada sexy de ropa interior, por eso no los describí aquí. Busca imágenes de unionsuits en Google y me lo agradecerás [N. T.: En mi grupo encontrarás una imagen al respecto]. La cita es de Shakespeare.
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