Capítulo 26 La travesía
22 de octubre de 2025, 10:38
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Capítulo 26 La travesía
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Cuando Bella y Edward llegaron al Rancho Lazy B, parecía no haber nadie cerca. El caballo del sheriff no estaba fuera de la casa, pero un montón de estiércol indicaba que había estado allí y ya se había ido.
Bella y Edward desmontaron, subieron los escalones del porche y llamaron a la puerta. No hubo respuesta.
—Tal vez no desean recibir visitas en este momento, Edward —dijo Bella.
—Podría ser —respondió él.
Llamaron una vez más, pero aún así no hubo respuesta.
—¿Crees que estén afuera? —aventuró Bella.
—Vamos a echar un vistazo.
Rodearon la casa hacia la parte de atrás y vieron a Cookie y a Rosalie. Ella estaba sentada en un columpio que colgaba de un gran árbol, pero no se estaba columpiando. Cookie estaba de pie junto a ella con una mano sobre su hombro.
Bella y Edward se detuvieron con incertidumbre, sin saber si debían hacerse notar, pero antes de que pudieran decidir, Cookie levantó la vista y los vio allí parados. Les hizo una seña con la mano y luego se inclinó para decirle algo a Rosalie. Entonces ella se levantó, tomó a Cookie del brazo y caminó con él para encontrarse con Edward y Bella.
Bella observó la forma en que Rosalie se acercaba con compasión, tratando de discernir cómo deseaba ser tratada en ese momento. El impacto de noticias tan graves afecta a cada persona de manera distinta. Seguiría el ejemplo de Rose.
—Bienvenidos, Sr. y Sra. Cullen. Lamento no haberlos recibido en la puerta.
—Por favor, señora McCarty, hemos venido a ofrecerle nuestras condolencias —dijo Bella, igualando la formalidad de Rosalie, pero con el rostro lleno de cuidado y preocupación.
—Muchas gracias. Por favor, pasemos a la casa para que podamos sentarnos —dijo Rose con un tono rígido que lo decía todo.
Edward le lanzó una mirada interrogante a Cookie. Cookie hizo una mueca y se encogió de hombros, pero siguió a su esposa hacia el interior de la casa.
Una vez instalados en la sala, Rosalie se ocupó preparando té.
—Rosalie, de verdad, no te preocupes por eso. Hemos venido para ayudarte y ofrecerte nuestro apoyo —dijo Bella.
Rosalie dejó caer las manos lánguidamente sobre su regazo y se quedó mirando al vacío. Después de un momento, dijo con tono apagado:
—No siempre fue malo. Cuando era niño, estaba lleno de alegría y energía. A medida que creció, su carácter terco y su insistencia en obtener lo que quería empezaron a desgastar nuestra relación, pero en su mayoría, solo actuaba como un muchacho. Fue después de que murió papá que se volvió loco. Solo pudo haber sido locura lo que lo llevó a cometer tales maldades.
Levantó la vista hacia Bella y Edward, y continuó:
—Lamento el daño que les causó. Por favor, perdónenlo, si pueden.
—Eso quedó atrás, Rosalie. Está olvidado —dijo Bella.
Edward pensó que nunca olvidaría lo que Jacob Black hizo, pero sabía muy bien que ese no era el momento para decirlo.
—El sheriff Forks me dijo que Jacob murió en un tiroteo con ese Sam Uley en el territorio de Arizona —dijo Rosalie con una voz apagada y una expresión vacía.
Edward intervino:
—¿Qué prueba te presentó Charlie sobre la muerte de Jacob?
—Dijo que el sheriff de Tombstone conocía al hombre muerto como Jacob. Al parecer, Jacob había estado allí un tiempo y era conocido como jugador. Sam Uley lo rastreó. Hubo un tiroteo y Jacob murió. Lo enterraron en el cementerio local.
Rosalie tragó saliva.
—Debería estar aquí, con mamá y papá, pero si quiero traer su cuerpo para enterrarlo junto a ellos, tendría que pagar. Sam Uley traerá las pertenencias de Jake, además de una declaración jurada del sheriff de Arizona que testifica su muerte.
—Eso es sorprendente viniendo del señor Uley —comentó Bella.
Rosalie soltó una risa áspera.
—Solo quiere su recompensa, Bella. Al parecer, Sam pensó que matándolo sería la única manera de conseguir dinero de mi hermano.
Guardaron silencio un momento hasta que Bella dijo:
—Siento mucho tu pérdida, Rosalie.
—Gracias, Bella.
—¿Podemos hacer algo por ti?
—No, gracias. No hay nada que se pueda hacer.
—Por favor, piensa en nosotros si alguna vez necesitas algo —dijo Edward.
Se levantaron y se despidieron. De camino a casa, los pensamientos de Bella estaban con su amiga, entristecida, mientras pensaba en formas de ayudarla en los meses venideros.
Edward notó la expresión de su esposa y decidió intentar que pensara en otros temas.
—Partimos para la travesía la próxima semana. Odio decir esto justo después de presenciar el dolor de la pobre Rosalie, pero siento un profundo alivio al saber que no tendré que preocuparme por tu seguridad al dejarte aquí mientras me voy.
—Sabía que la travesía se acercaba, y me alegra que ya no estés preocupado. ¿Qué debo hacer para ayudarte a prepararte?
—Cookie planeaba venir en los próximos días a organizar el chuck wagon. Tal vez quieras revisar si tenemos suficientes provisiones y encargar más si es necesario.
Bella asintió.
—¿Y en cuanto a ropa?
—Uso lo que ves a diario, pero necesitaré que cepilles este traje. Generalmente lo uso cuando voy al pueblo a hacer negocios.
—Lo revisaré de nuevo para asegurarme de que esté lo más limpio posible.
—Estoy seguro de que me veré bien, querida —le sonrió.
—¿Crees que Cookie aún irá contigo en la travesía?
—Es una buena pregunta, pero creo que sí. Necesitan el dinero. Y mientras esté en Denver, me reuniré con nuestro nuevo cocinero y lo traeré al rancho, así ya no estarás tan cargada de trabajo.
La semana previa a la partida fue agitada: seleccionar el ganado que llevarían al mercado, dejar separado el que permanecería para mantener la manada, reunir provisiones, y contratar vaqueros de última hora para el viaje.
Sin darse cuenta, Bella se encontró despidiendo a su esposo. Hacía un esfuerzo enorme por ignorar la sensación de vacío en el estómago mientras lo observaba ensillar su caballo.
Esa mañana, Edward la había despertado con besos que terminaron en su acostumbrada conflagración. La dejó jadeando, con el corazón desbocado y cada músculo incapaz de moverse.
—Edward, no creo poder moverme —dijo entre jadeos—. Me siento tan... sin huesos.
Edward soltó una risita ante su comentario, pero no dijo nada mientras se recostaba sobre ella.
—¿Qué es tan gracioso?
—Lo que dijiste me sorprendió. Fue gracioso.
—¿Que no puedo moverme?
—No. Que estás sin huesos.
—Pues así me siento. No entiendo por qué eso sería gracioso.
—Bueno, en compañía educada no lo es, pero en compañía indecorosa sí lo es.
—¿Por qué? —La curiosidad seguía siendo una de las principales características de Bella.
Edward rodó a su lado, pero la mantuvo cerca.
—Siento como si ensuciara tu bondad al decirte estas cosas.
—Hmmm. Tal vez no soy tan buena como crees.
Edward rio de nuevo y la abrazó con fuerza.
—Eres mejor que buena.
Bella hizo una mueca.
—No, no lo soy, porque si lo fuera, no seguiría queriendo saber por qué eso es gracioso en compañía indecorosa. Así que dime.
Edward volvió a reír y le besó la frente.
—En compañía indecorosa, el pene de un hombre a veces se llama «hueso». Así que cuando dijiste que estabas «sin huesos», realmente sonó como si te quejaras por la ausencia de mi penetración.
Bella jadeó y soltó una risita.
—Bueno, entonces estoy a favor de «estar con hueso» si eso me hace sentir así.
Sorprendido, él soltó otra carcajada y le besó el cuello.
—Quiero que recuerdes esta sensación durante la próxima semana para que no me olvides.
Ella resopló.
—No creo que eso sea posible. Me cuesta concentrarme en algo que no seas tú, Edward. Estás impregnado en cada fibra de mí.
Él la besó una vez más.
—Bien. Recuérdame.
Se levantó de la cama y le tendió la mano a Bella.
—Vamos, señora. Tenemos trabajo por hacer.
Gimiendo, lo dejó ayudarla a levantarse justo cuando pensaba en todas las tareas que debía terminar antes de que él se fuera.
—Ay, Dios mío, tengo que apurarme —dijo, y de pronto sus músculos, antes inertes, se llenaron de energía. Agarró su ropa y se fue detrás del biombo para lavarse y vestirse.
Edward ya había terminado mucho antes y pronto regresó con una taza de café mientras ella acomodaba las cobijas de la cama.
—¿Café? ¿De dónde salió esto? —preguntó Bella encantada.
—Cookie ya está trabajando. El desayuno ya está en marcha.
—Ay, Edward. Tengo que moverme.
Y con eso, salió disparada del dormitorio, pero dos segundos después asomó la cabeza por la puerta y dijo:
—Gracias por el café, amorcito.
Edward rio y negó con la cabeza.
Y luego ella se convirtió en un torbellino de actividad hasta que se encontró agitando su delantal a Edward mientras él se alejaba hacia la manada. Había pensado en montar con él, pero tenía que ordeñar esas vacas que ya estaban bramando en el establo, y no quería que él ni sus hombres la vieran llorar como una niña.
Estaba decidida a mantenerse ocupada hasta que él regresara en siete días. Y así lo hizo.
Limpió la casa de arriba abajo, desenterró la huerta que ya había dado lo suyo y volvió a sembrar cultivos de otoño. Salió a recoger moras con Boy y Lauren y, recordando lo que Edward le había dicho, llevó un rifle. Lavó montones de ropa y planchó todo lo que pudo. Hizo cortinas de invierno para la cocina. Le confeccionó a Edward unas camisas de franela para el invierno. Envasó vegetales hasta quedarse sin frascos. Recogió flores y las colgó a secar en las vigas del techo. Escribió su carta mensual a su hermano. Escribió su carta semanal a Alice. Le enseñó a Rascal, que ya estaba bastante grande y desgarbado, varios trucos. Practicó su equitación. Visitó a Rosalie...
Hasta que, finalmente, decidió que el sábado antes del regreso de Edward aprovecharía ese hermoso día de principios de otoño, en el que el sol aún estaba tibio, para llevarse un libro al campo de trigo con una manta y ponerse a leer.
Extendió la manta bajo el roble, justo donde ella y Edward habían hecho su picnic unas semanas antes, pero al sentarse, sintió calor. El aire estaba tan quieto. Miró hacia las ramas del árbol y vio que las hojas se movían, y se dio cuenta de que tal vez el trigo alto a su alrededor impedía que la brisa llegara hasta ella.
Bella sonrió. Recordó haberle escrito a Edward, hacía casi un año, que su lugar favorito para leer era subida a un árbol. No se había trepado a un árbol desde que llegó a Colorado. Tal vez era momento de probar uno de Colorado para ese fin.
Riendo para sí, dobló con cuidado la manta y la dejó junto al árbol. Luego guardó el libro «Persuasión», de Jane Austen en el bolsillo de su delantal y saltó para agarrarse de la rama más baja.
Sus viejas habilidades para trepar volvieron con facilidad, y pronto estaba encaramada en lo alto del árbol para atrapar esa brisa esquiva. Encontró un hueco cómodo y pronto estuvo instalada en su trono arbóreo.
Se sentía como la reina de todo lo que alcanzaba a ver, y estaba feliz de volver, en este caso, a sus viejas costumbres infantiles. Y, además, ahí arriba entre las ramas hacía mucho más fresco.
Pronto volvió a perderse en el mundo de Jane Austen, entre veladas en Bath, pretendientes y viejos amores. La vida era buena.
Rosalie solo quería que la dejaran en paz. La muerte de su hermano la había partido en dos. Estaba de duelo, pero también aliviada, y esos sentimientos encontrados le imponían una enorme carga de culpa. Estaba harta del constante desfile de simpatizantes, portadores de condolencias y simples curiosos. Aún no lograba asimilar todo lo que había ocurrido, y necesitaba hacerlo para recuperar la serenidad.
Emmett le había sugerido que pasara la semana, mientras él estaba fuera, con Bella. Pero, aunque apreciaba mucho a Bella y valoraba su amabilidad y consideración, no creía ser buena compañía para ella en ese momento, así que no fue. Pasó la mayor parte de la semana revisando la habitación de Jacob, intentando descubrir entre los restos de su vida alguna razón por la cual se había convertido en el hombre arruinado que fue.
Un día, se topó con un daguerrotipo de él, sentado rígidamente y con formalidad en un banco de un estudio en Denver. Se quedó sin aliento y se sentó en la cama, observando la imagen de su apuesto y desorientado hermano.
Ojalá hubiera estado sonriendo en la foto, porque así era como le gustaba recordarlo. Pero ahí se veía severo, y sus ojos estaban vacíos. Sintió un dolor agudo en el pecho y las primeras lágrimas le recorrieron el rostro mientras contemplaba a su hermano. Por fin lloró, por primera vez desde que supo que había muerto.
Se dejó caer sobre la cama y sollozó. Lloró por el niño que fue, por su sonrisa, por sus risas, por los momentos felices que compartieron. También lloró por la vergüenza y la culpa que sentía por las acciones recientes de él. Lloró porque murió solo y sin amigos, y en ese momento su cadáver yacía en la fría tierra de una tierra extraña, sin nadie que visitara su tumba con flores y una oración.
Pasaron horas antes de que se levantara lo suficiente como para ir a cenar. Pero el llanto debió servirle de consuelo, porque por primera vez desde que recibió la noticia, durmió toda la noche. A la mañana siguiente se despertó con paso más liviano -aunque no completamente curado- y bajó el daguerrotipo de su hermano para colocarlo en el estante del salón, junto a los retratos de sus padres. Al menos así, en esa forma, Jacob estaba en casa.
TMOB
Boy había escuchado a su pá decir que había una nueva camada de gatitos allá arriba, en el pajar del granero. Tenía muchísimas ganas de verlos, pero má le dijo que estaba demasiado ocupada con sus quehaceres para llevarlo. Pá estaba trabajando abajo, en el potrero, arreglando una sección de cerca que se había caído por accidente.
Boy deseaba con todas sus fuerzas ver a esos gatitos, pero no le estaba permitido subir solo por la escalera al pajar. Estaba impaciente, lleno de energía, y como la señora Bella había salido con un libro, no habría nadie cerca para llevarlo pronto.
Lo habían desterrado al porche del frente porque estaba estorbando mientras su madre limpiaba. Normalmente podía entretenerse con los bloques que pá le había hecho, y aunque los tenía apilados a su lado en el escalón, hoy no le llamaban la atención.
Lo único que quería era ver a esos pequeñísimos gatitos. Intentó quedarse muy quieto para ver si alcanzaba a oírlos maullar desde donde estaba sentado. Creía que sí podía.
Si se ponía de pie, tal vez los escucharía mejor. Y seguramente si daba dos pasos fuera del porche, los oiría mucho mejor.
¿Esperen… seguía oyéndolos? ¿No? Dio dos pasos gigantes hacia el granero.
¿Era eso? Inclinó la cabeza. No estaba seguro. Así que recorrió la mitad de la distancia entre la casa y el granero y volvió a quedarse quieto, escuchando.
Creía oírlos, pero muy débilmente. Sonaban solitos. ¿Estarían necesitando compañía?
Poco después, Boy se encontraba dentro del granero, al pie de la alta escalera. No había nadie, ni vacas, ni caballos, ni siquiera los perros que a veces descansaban allí durante el día. Solo establos vacíos y la escalera al pajar.
No había nadie allí para acusarlo, y además, estaría de vuelta antes de que má notara que ya no estaba en el porche. Solo quería asegurarse de que los gatitos no se sintieran solitos.
Así que, peldaño a peldaño, el valiente niñito subió la escalera hasta el pajar. Cuando por fin se arrastró hasta el suelo del altillo, quedó asombrado. Nunca en su vida había visto tanta paja junta. Los gatitos podían estar en cualquier parte. Empezó a buscar, sin éxito. Así que decidió volver a intentar escucharlos.
Para su alegría, escuchó los suaves maullidos de los recién nacidos viniendo desde un rincón del pajar. Trepó sobre algunos fardos y finalmente encontró el nido que la gata había preparado para sus crías.
La madre no estaba por ninguna parte, pero para su deleite, vio a tres minúsculos y peludos gatitos acurrucados juntos en la paja. No eran más grandes que la palma de su mano, y sonrió con alegría. Había uno completamente negro y dos blancos con negro: uno más blanco que negro y el otro más negro que blanco.
Pensó que se quedaría un rato con ellos hasta que volviera su mamá. No quería que se sintieran solos.
Y, la verdad… tampoco estaba muy seguro de poder bajar por la escalera él solito.
TMOB
Rosalie estaba haciendo cuentas en el viejo despacho de su padre cuando escuchó que golpeaban la puerta. Suspiró, pensando que probablemente sería otra visita de condolencias. Se levantó, intentando componer su expresión en una de bienvenida. Le costaba no cerrarles la puerta en la cara a las personas que estaban en su porche: Sam Uley y el sheriff Forks.
De pronto se sintió invadida por la furia.
—Sam Uley, tiene mucho descaro viniendo aquí después de lo que hizo.
Comenzó a mirar a su alrededor en busca de un arma, y sus ojos se detuvieron en el rifle colgado en la pared, cerca de la puerta.
—Ahora, señora McCarty, no querrá hacer nada precipitado. Sam tiene las pertenencias de su hermano. No puedo entregarle su, uh… —La frase se le fue apagando cuando se dio cuenta de que lo que iba a decir rozaba lo insensible.
—Su recompensa —completó Rosalie por él—. Ya veo. Necesito reconocer las pertenencias de Jacob como suyas antes de que le den el dinero.
Charlie tartamudeó un poco, incómodo.
—Y… yo… lo siento por irrumpir así, pero ¿cree que podría hacernos ese favor? Y entonces nos iremos y la dejaremos en paz.
Sam intervino entonces:
—De hecho, señora, intenté evitar este encuentro tan incómodo, pero el sheriff dijo que era la única manera. Le pido disculpas por molestarla.
Rosalie solo resopló y dio un paso atrás para invitar a los hombres a entrar. Los condujo a la sala y les indicó que se sentaran.
—¿Cómo se encuentra, señora Rosalie? —preguntó Charlie.
—Estaba bien hasta que ustedes dos aparecieron, si quiere saber la verdad. Para ser honesta, estaría encantada de matarte, Sam Uley, por lo que hizo con mi hermano.
Sam tragó saliva y desvió la mirada a cualquier lugar menos a Rose. Sus ojos se posaron sobre la repisa donde estaban los retratos familiares. Frunció el ceño al ver una nueva imagen junto a las dos pinturas que conocía bien. No estaba ahí la última vez que había entrado a ese salón. Se quedó mirando la fotografía, y un presentimiento comenzó a hacerle un nudo en el estómago.
—Señora McCarty, ¿quién es ese joven en aquella foto?
Rosalie bufó.
—¿Quién cree que es?
—¡Seguro que no es su hermano!
—Seguro que sí.
Sam se acercó y levantó la foto.
—¿Este es Jacob Black?
—El mismo.
—Ese no es el hombre que maté en Tombstone.
—¡¿Qué?! —exclamaron al unísono el sheriff y Rosalie.
—No. El hombre que maté en Tombstone era bien clarito. Tenía el pelo oscuro, eso es cierto, pero su piel era blanca como un lirio, tenía ojos azules y era de baja estatura. Este hombre se ve alto y de ojos oscuros.
—Sí, Jacob medía más de un metro ochenta. ¿No recuerda cómo lucía aquella noche que jugó con él en Denver?
—Bueno, uh, señora... habíamos estado bebiendo unas bebidas bastante espirituosas, ¿entiende?, y la memoria de los detalles de esa noche es más bien difusa. Pero estaba sobrio en Tombstone y sé que ese sujeto no era el mismo al que despaché.
Rosalie estaba en shock.
—¿Entonces quién era el hombre al que mató?
—No lo sé, pero en Tombstone se hacía llamar Jacob Black .
Rosalie sintió una chispa de esperanza.
—¿Entonces me está diciendo que mi hermano está vivo?
—Hasta donde yo sé, sí. Yo ciertamente no lo maté.
Sacaron las pertenencias que Sam había traído con él, y Rosalie no pudo identificar nada de eso como algo propio de su hermano.
—No estoy segura de poder decirlo con certeza. Estas cosas no me resultan familiares en absoluto. Ni siquiera la billetera.
Abrió el objeto y vio que estaba completamente vacío; sin dinero, claro, pero tampoco papeles ni firmas ni ningún tipo de identificación.
—Bueno, Sam, será mejor que nos vayamos y dejemos a la señora en paz —dijo el sheriff.
Tomó el montón de pertenencias y salió con Sam por la puerta, donde los esperaban sus caballos. Rosalie se quedó de pie en la entrada, observándolos alejarse con una sonrisa perpleja en el rostro.
—¡Mi hermanito está vivo!
Entonces, una sombra oscureció su expresión y dijo, con más firmeza:
—Mi hermanito loco está vivo.
Pero esta vez, cuando ese pensamiento llenó su mente, recordó algo más. Algo grave.
Su hermano estaba vivo… y Bella estaba desprotegida.
Nota de la autora: Los hombres llevaban pocket books, que eran como billeteras. Las mujeres llevaban bolsos o carteras.