Capítulo 27: El imbécil
22 de octubre de 2025, 10:38
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Capítulo 27: El imbécil
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La manada hizo buen tiempo hasta Denver. Edward notó que Cookie los estaba empujando un poco más de lo habitual en años anteriores. El deber de Cookie era adelantar el chuck wagon al frente de la manada y montar el campamento cada día, así que, en términos generales, era el cocinero del carro quien decidía qué tanto se avanzaba en una jornada. Como no tenían tanto camino por recorrer, Edward y Cookie preferían tomárselo con calma.
En lugar de las habituales dos o tres millas que Cookie solía escoger, esta vez los llevaba a casi cinco. No convenía mover una manada demasiado rápido porque perdían peso del que habían ganado durante el verano, pero Edward no le iba a reprochar nada a su amigo por apurarse. Sabía muy bien por qué Cookie quería regresar a casa pronto, y Edward tenía el mismo incentivo.
Aun así, Edward logró vender su ganado con una ganancia mejor de la esperada, lo cual lo alegró enormemente. Tenía muchos planes para ese dinero. Debía atender algunos asuntos antes de regresar y estaba acelerando ese trámite tanto como podía, aunque quizás podría estar de vuelta en casa el domingo.
El sábado, estaba cenando en el mismo restaurante donde le había propuesto matrimonio a Bella unos meses atrás. Soltó un gran suspiro mientras miraba el comedor y luego negó con la cabeza. No podía creer lo sentimental que se estaba volviendo. Estuvo a punto de pedir que lo sentaran en la misma mesa que habían compartido, pero en el último segundo se revisó a sí mismo para asegurarse de que había traído consigo sus pantalones de hombre, porque estaba actuando como si los hubiera perdido por el camino.
Tomó la primera mesa que le ofrecieron y luego comenzó a pensar en lo que quería comer cuando vio entrar a su viejo vecino, el señor Dowling. Le hizo una seña para invitarlo a sentarse con él. El hombre mayor sonrió de buen ánimo y se sentó.
—¿Cómo estás, Edward? ¿Conseguiste buen precio?
—Mejor del que esperaba. Estoy muy agradecido por eso.
—Tu ganado lucía bien, Edward, mejor que la mayoría. ¿Cómo lo lograste?
—Tuvieron buen forraje este verano y planeo alimentarlos durante el invierno. Espero que el próximo año sea incluso mejor.
—¿Así que aún piensas combinar la ganadería con la agricultura?
—No veo cómo pueda evitarlo, señor Dowling. Creo que resultará bien.
—Yo aún prefiero esperar a ver. No me gusta la idea de sacrificar buenos pastizales para sembrar.
—Muchos piensan así.
Discrepaban en ese tema, pero el señor Dowling valoraba la franqueza de Edward. Eso facilitaba la digestión… y las buenas relaciones con los vecinos.
Aun así, el señor Dowling decidió cambiar el rumbo de la conversación.
—¿Y cómo está tu pequeña esposa?
—Está muy bien, gracias —respondió Edward con una sonrisa.
—¿Ya se ha recuperado de aquel alboroto en el Domingo del Predicador hace unos meses?
Edward frunció el ceño al recordar.
—Sí. Será pequeña, pero es una mujer fuerte. Ya se recuperó. No sé si yo pueda decir lo mismo.
El señor Dowling soltó una risita.
—Las damas tienen una manera de voltearnos de adentro hacia afuera, ¿verdad?
—Así es —dijo Edward con una sonrisa irónica.
—Sabes, ese jugador que decía haber ganado el Lazy B estuvo en la ciudad a comienzos de esta semana.
—¿Está en la ciudad? ¿Sabía que mató a Jacob Black en un duelo?
—Oh, sí. Lo supe antes del viaje, y era el tema del momento cuando llegué. El jugador decía que iba rumbo a Bear Valley para terminar sus asuntos.
—Probablemente a reclamar su recompensa.
—Seguramente, aunque tengo dudas de si realmente mató al Jacob Black que conocemos.
Edward dejó de comer y miró fijamente al señor Dowling.
—¿Qué quiere decir?
—El jugador, Uley, estaba describiendo el duelo. Un detalle simplemente no me cuadró. Contaba que, después de que Black murió, no tenían más que un ataúd de mujer para ponerlo. Dime, Edward, ¿qué tan alto dirías que era Black?
—Era más alto que yo, y yo mido más de un metro ochenta.
—No hay forma de que cupiera en un ataúd de mujer, ¿verdad?
—Tendrían que cortarle las piernas.
—Por eso no creo que fuera el Jacob Black que conocíamos. Medía bien más de metro ochenta.
Un dolor empezó a retorcerse en el pecho de Edward. Jacob Black no estaba muerto y Bella estaba sola en casa, desprotegida. Tenía que regresar con ella de inmediato.
Rápidamente, se excusó con el señor Dowling y pagó la cuenta. Salió de Denver en tiempo récord, haciendo que la pobre Kate galopara tan rápido como podía.
Bella… su Bella estaba en peligro y él no estaba allí para protegerla.
TMOB
Bella estaba inmersa en la Inglaterra del siglo XIX, suspirando por la relación aparentemente condenada entre la señorita Anne Elliott y el capitán Wentworth. Acurrucada en una rama del roble, casi podía ignorar su entorno real.
Su subconsciente, sin embargo, percibía algo distinto. Un ruido fuera de lugar. Algo se acercaba, y esa pequeña alarma que le susurraba desde sus sentidos exteriores finalmente captó su atención. Dejó de leer y alzó la vista del libro. El dosel de hojas en el que estaba escondida, bien alto sobre el suelo, le proporcionaba una cobertura inesperada. Y en cuestión de segundos se sintió agradecida, pues pudo ver un caballo acercándose a través del campo, directo hacia el árbol en el que estaba.
A no más de diez metros de donde se encontraba sentada, el hombre que debía estar muerto, Jacob Black, había resucitado, evidentemente, para atormentarla una vez más.
Tyler finalmente había terminado de arreglar la cerca del corral. Esperaba que esa condenada potranca dejara de patearla. Tenía más energía que un enjambre de abejas y parecía igual de arisca.
Estaba agradecido de no ser él quien tendría que domarla. Probablemente le volaría la cabeza a quien lo intentara.
Recogió sus herramientas y caminó hacia el pequeño cobertizo donde las guardaba, preguntándose dónde estarían su esposa y su hijo.
Hubo un tiempo en el que nunca se habría imaginado compartiendo su vida solitaria con alguien, pero desde que vio a Lauren limpiando mesas en el Saloon de Bear Valley, supo que no podía imaginar una vida sin ella. Nunca se lo dijo, porque las palabras no eran su fuerte, pero se lo mostraba con cada uno de sus actos.
Desde el primer momento en que la vio, supo que era la indicada para él, aunque nunca antes se le había pasado por la cabeza buscar pareja. Simplemente lo supo. Así que se sentó en una esquina del salón aquel fin de semana del predicador y la observó mientras tomaba lentamente su cerveza. No dijo una sola palabra, solamente la miró.
No pasó mucho tiempo antes de que su Patrón notara la atención de Tyler y se lo señalara a Lauren.
—Mira, cariño —dijo, asintiendo hacia donde estaba Tyler—. Parece que alguien está interesado en ti.
Lauren miró, y cuando sus ojos se encontraron, se quedaron así, mirándose. Unos minutos después de ese momento revelador, ella recordó que debía volver al trabajo, así que le hizo un gesto con la cabeza y siguió con lo suyo.
No se dijeron ni una palabra. Cuando llegó la hora del servicio religioso, el salón cerró y todos fueron a la iglesia. Lauren y Tyler se sentaron juntos para escuchar al predicador y cantar los himnos.
Cuando terminó, Tyler se volvió hacia ella y dijo:
—El próximo domingo del predicador, prepárate.
Lauren asintió de nuevo y volvió a su trabajo.
Al siguiente sábado de predicador, fue al salón donde Lauren ya lo esperaba, le ofreció el brazo y caminaron juntos hasta la capilla, donde el predicador se estaba preparando para el servicio.
Tyler dijo:
—Disculpe, pastor, pero la dama y yo queremos casarnos.
El predicador se sorprendió, porque esas cosas solían arreglarse con antelación.
—¿Ahora mismo?
—Por favor, señor.
—Supongo que puedo. Déjenme buscar mis cosas.
El predicador sacó su Biblia.
—¿Cuáles son sus nombres, por favor?
—Soy Tyler Crowley y... —Entonces cayó en la cuenta de algo terrible. No sabía el nombre de su chica. Ni siquiera su nombre de pila. Se quedó boquiabierto y miró a su prometida.
—Lauren Mallory —dijo ella en un susurro. Su voz grave le recorrió la espalda como un escalofrío. Era la primera vez que la oía hablar.
Él tragó saliva, tomó su mano y se volvió hacia el predicador.
—Ya estamos listos.
Explicarle al Patrón que regresaba al rancho con esposa fue complicado.
—Patrón, me casé y voy a traerla conmigo al rancho.
Edward estaba atónito.
—¿Me estás tomando el pelo?
Tyler no era de hacer bromas y pareció ofendido.
—No. Me casé hoy y la voy a traer conmigo.
—¿Dónde van a vivir?
—En el rancho.
—No puede vivir contigo en el galpón con los demás, Tyler.
Edward vio que Tyler no había pensado tan lejos.
—Déjame conocerla y quizá podamos encontrar una solución.
Edward acababa de terminar la construcción de su casa en el rancho, así que decidió ofrecerle a los Crowley una habitación allí, y propuso que Lauren se encargara de la limpieza y la cocina para todos.
Y así fue como Lauren llegó a ser la esposa de Tyler. Aquella primera noche, simplemente se recostaron en su manta en el campamento tomados de la mano, pero la noche siguiente, después de regresar al rancho y tener privacidad, Tyler entró en un mundo que jamás había imaginado.
Ella era tan suave, cálida y receptiva, y lo soportaba con tanta voluntad. Era callada, nunca hablaba más de lo necesario, y él agradecía que no fuera una parlanchina, pero desde aquella primera noche, vivió por ella y para ella por siempre.
Cuando nació su hijo, jamás pensó que podría morir a causa de eso, pero hubo un momento en el que estuvo seguro de que sí. Ella estaba en su cama, con el vientre enorme y sufriendo por su culpa. Apenas podía soportarlo, aunque al final todo salió bien y le presentó a su adorado Boy.
Juró que nunca más volvería a causarle ese tipo de sufrimiento y, durante mucho tiempo después del nacimiento de Boy, no lo hizo. Hasta que una noche ella lo miró y dijo:
—¿Ya no me querés?
Aquel pensamiento era tan extraño para él que no supo cómo procesarlo, así que no respondió. Simplemente se dio la vuelta, le dio la espalda y se quedó dormido.
A la mañana siguiente, ella y Boy habían desaparecido.
Su pánico era palpable. Nadie la había visto y preguntó por toda la hacienda. Edward organizó una partida de búsqueda y sugirió que Tyler revisara primero el camino principal hacia el pueblo. Al resto de los hombres los envió a recorrer todo el rancho, por si acaso ella había salido a caminar o hecho algo igual de imprudente.
Asintiendo, Tyler montó su caballo y salió disparado por el camino al pueblo, pero no tardó mucho en verla caminando por la vereda, cargando a Boy en un brazo y una alfombra enrollada en la otra. Ella lo oyó acercarse, así que se detuvo y lo miró, confundida.
—¿Por qué? —fue lo único que Tyler alcanzó a decir mientras desmontaba y se acercaba a ella.
—Ya no me querés —respondió ella, con toda naturalidad.
—¿Que no te quiero? —No lograba entender cómo podía pensar eso.
—Ya no me querés.
Por fin comprendió lo que quería decir, y le dolió el corazón.
Le puso ambas manos sobre los hombros y la miró profundamente a los ojos.
—Te amo. Siempre te voy a querer. Por siempre.
—Pero... ya no me tocás en la noche —dijo ella, con las mejillas ardiendo.
—Yo... quiero hacerlo, pero no puedo.
—¿Por qué?
—No soporto verte sufrir como aquella vez.
—¿Sufrir?
—Cuando tuviste a Boy. Sufriste tanto...
—No fue tan malo. Ya ni me acuerdo.
—A mí casi me mata verte así y saber que era por mi culpa.
Ella le puso una mano suave en la mejilla.
—Sufro ahora por tu culpa.
—¿Sufres ahora? ¿Por mi culpa? —a Tyler le dolió.
Él se esforzaba por hacerle la vida más fácil.
—Me duele el corazón porque ya no me querés.
—Te quiero, Lauren. Más que a nada.
—Entonces, ¿por qué no me hacés tuya?
Y así lo hizo. Ahí mismo, al costado del camino. Buscaron un lugar con sombra y pusieron al bebé dormido en un sitio seguro, y él le demostró cuánto la deseaba. Y ella no volvió a sufrir más.
Siguieron adelante juntos y tuvieron sus dificultades, pero con el tiempo, los años fueron dichosos para Tyler, y todo gracias a su mujer.
Tyler subió los escalones de la casa y vio a Lauren en el piso, puliendo las patas de una silla con un paño suave. Miró alrededor y no vio a Boy por ningún lado, pero sabía que no podía estar lejos. Boy era obediente y confiable. Probablemente estaba durmiendo la siesta.
Tyler subió las escaleras hacia su habitación. Pensó que iría a revisar cómo estaba su hijo, pero Boy no estaba allí. Bajó de nuevo, abrió la puerta principal y vio los bloques de madera que había hecho para él apilados en un escalón, pero no había ni rastro del pequeño.
Volvió adentro y le preguntó a Lauren:
—¿Boy?
Lauren alzó la vista:
—¿No está en el porche?
Tyler se apoyó contra la puerta. —No.
Lauren se levantó y se limpió las manos en el delantal. —Le dije que se quedara allí afuera a jugar.
Salieron al patio y buscaron, pero no se veía a Boy por ninguna parte.
Tyler empezó a llamarlo: —¡BOY! ¡BOY!
No pudo evitar que su voz se tiñera de miedo. Lauren corrió a la cocina y entró. Unos momentos después volvió a salir y le negó con la cabeza a Tyler.
Tyler fue al granero y vio que estaba vacío. Miró la escalera que conducía al altillo.
—No subiría allí. No se le permite —dijo Lauren. Su voz también reflejaba temor.
Tyler subió los peldaños como si volara y miró el altillo, lleno de pacas de heno. Con una voz desesperada gritó:
—¡Boy! ¿Estás arriba?
No hubo respuesta. Bajó de nuevo y miró los ojos asustados de su esposa, un miedo que reflejaba el suyo. Al unísono, salieron del granero, llamando una y otra vez a su hijo.
La cabecita de Boy se asomó por encima de una paca de heno cuando escuchó a sus padres salir del granero. Las lágrimas le corrían por las mejillas y temblaba de tristeza. Su mamá y su papá estaban muy enojados con él. Podía notarlo por la forma en que lo llamaban. Estaba muy asustado.
Sin saber qué hacer, se acurrucó junto a los gatitos y la gata madre que había regresado para cuidar a sus crías. Boy se sintió repentinamente desolado al ver a los gatitos seguros al lado de su mamá. Cuánto lamentaba ahora haber subido al altillo. Todo lo que quería era estar seguro al lado de su mamá o envuelto en los brazos de su papá. Apoyó la cabeza sobre los brazos y sollozó.
Bella observó desde su escondite cómo Jacob, sin sospechar nada, pasaba montado en su caballo. Se dirigía cuesta arriba, aunque evitaba el camino más directo. Bella supuso que intentaba ser sigiloso. Bueno, ella tendría que ser aún más astuta. Esperó a que él estuviera bien arriba en la colina antes de bajar en silencio del árbol.
Recogió la manta, se agachó y avanzó por el borde del campo de trigo, del lado opuesto al sendero de Jacob. Cuando llegó a la línea de árboles, se puso de pie y corrió entre los árboles, manteniéndose bajo la protección de los arbustos. Una vez que se encontró a la altura de la casa, pero aún fuera de la vista, rodeó hasta la parte trasera y entró por la puerta de atrás, cerrándola con llave detrás de ella.
Entró a la sala principal y vio a Tyler y Lauren bajando corriendo por las escaleras.
—¿Ha visto a Boy, señora Bella? —preguntó Tyler, apremiante.
—No. No lo he visto. Al menos no desde esta mañana.
Se dirigían a la puerta cuando Bella gritó:
—¡DETÉNGANSE!
Ambos, Tyler y Lauren, se quedaron paralizados y la miraron con expresiones de asombro. Bella corrió hacia la puerta principal para cerrarla con llave y ponerle el cerrojo.
—Jacob Black está afuera. Lo vi pasar a caballo.
—Pero ¡Boy se fue! —sollozó Lauren—. No lo encontramos por ningún lado.
—Si ustedes no lo encontraron, Jacob tampoco podrá. Tenemos que encerrar bien esta casa. Cierren las contraventanas.
Corrieron por toda la casa cerrando y asegurando las contraventanas. Edward las había mandado instalar después de que regresaron del domingo del predicador, cuando Bella fue secuestrada. Tenían pequeñas mirillas para ver hacia afuera, pero la única manera de que alguien pudiera mirar hacia adentro era acercándose mucho y espiando por el agujero. También tenían aberturas más grandes, parecidas a saeteras de castillo, por donde se podía disparar.
Lauren lloraba en silencio y el corazón de Bella se encogió por ella. Comprendía su angustia y deseaba poder hacer algo.
—¿Por dónde lo vio ir, señora Bella? —preguntó Tyler.
—Estaba rodeando hacia el lado norte de la propiedad.
—Iré arriba, al dormitorio de la esquina. Desde ahí tendré buena vista —Tyler subió corriendo mientras Bella miraba por la ventana—. ¡Lo veo! —gritó Tyler desde arriba—. Está detrás del granero. ¿Quiere que le dispare?
—¿Qué tan buen tirador eres, Tyler? —preguntó Bella.
—Regular tirando a bueno, diría yo.
—¿Y no sabes dónde está Boy?
Una expresión congelada cruzó el rostro de Tyler.
—No.
—Entonces no dispares. Tal vez podamos convencer a Jacob de que se marche.
Justo mientras hablaban de eso, Jacob apareció con paso despreocupado desde la esquina del granero.
Se plantó en medio del patio, todo insolencia y arrogancia, y gritó:
—Sal, sal, donde quiera que estés, Isabella. Sé que estás en la casa, y eso no es divertido, no después de haber esperado tanto para jugar contigo.
Bella abrió la contraventana delantera y le gritó:
—Jacob, esto es inútil. No estoy sola y el señor Cullen llegará en cualquier momento. Lo mejor que podrías hacer es irte.
—Ya me fui. Ahora he vuelto por lo que merezco.
—¿Y qué es lo que mereces?
—Ahora, eso sería decir mucho, ¿no crees? Estoy seguro de que lo sabes. ¿Sabías que estás casada con un Jonah? Sí, tu marido es un santurrón, lo único que me ha traído es mala suerte. Siempre todo le sale bien. Se queda con el dinero. Se queda con el rancho. Se queda con la chica. No se merecía NADA de eso.
—Él trabajó por todo eso, Jacob.
—No. Compró el rancho con dinero que le dio su abuela. ¿Y eso cómo es ganárselo? Te pidió por correo. No te cortejó. No tuvo que hacerte girar en un baile o hacer visitas esperando que lo miraras. Te bajaste de ese tren en Denver con un lazo de regalo envuelto en el cuerpo y una etiqueta que decía «Para Edward -EL JONAH- Cullen». Odio a tu marido.
Bella se dio cuenta de que no valía la pena intentar razonar con él.
—Tendremos que aguantarlo —le dijo a Tyler.
Mientras tanto, Jacob entró por las puertas abiertas del granero y desapareció de la vista.
La luna creciente empezaba a asomar, y Bella se dio cuenta por primera vez de que la noche estaba cayendo más rápido de lo que pensaba, y que sería entonces cuando estarían más vulnerables.
Ahora sentía miedo, pero sabía que no podía tener ni la mitad del miedo que debían de sentir los padres de Boy. El pequeño aún no aparecía.
De pronto, se escuchó un chillido agudo, y todos corrieron a las ventanas a mirar.
Ahí estaba Jacob Black, sosteniendo a Boy con un brazo alrededor del cuerpo y una pistola apuntando a su cabeza. Caminaba con él fuera del granero.
—Isabella. Mira lo que tengo aquí —gritó.
Lauren empezó a llorar—: Tiene a Boy.
Tyler tragó saliva y se veía más sombrío de lo habitual.
—¿SEÑORA CULLEN? —canturreó Jacob con voz burlona—. ¿Qué te parece esto? Es un buen niño, ¿verdad? Escucha esos pulmones. Poderosos. Sería una verdadera pena que su lucecita se apagara a tan corta edad, ¿no crees?
Tyler abrazaba a su esposa y gritó—: ¡Deja a Boy en paz, desgraciado!
—Oh, me encantaría, Tyler. En serio. Preferiría tener entre mis brazos a alguien un poco más, digamos… voluptuosa. Hagamos un trato, señora Cullen: usted sale aquí y cambia de lugar con el niño, y no le tocaré un solo cabello.
Bella no lo dudó ni un segundo. No iba a permitir que Boy saliera lastimado.
—Voy a salir, Tyler… vamos a recuperar a Boy —dijo, mientras abría la puerta y salía al porche—. Aquí estoy, Jacob. Deja libre a Boy.
—Vaya, Isabella, estás preciosa. Lo soltaré. Pero acércate más. No quiero que se me escape alguna artimaña.
Bella bajó del porche y caminó hacia las dos figuras que estaban en medio del patio.
—Ahora, Boy, cuando el señor Black te suelte, corre tan rápido como puedas hacia tu mamá, ¿me oíste?
—S-sí, señora Bella —dijo Boy entre lágrimas.
Bella dio unos pasos más hacia Jacob y Boy, con las manos extendidas a los lados.
—Déjalo ahora, Jacob. Puedes ver que Lauren y Tyler están desarmados en el porche. Suelta al niño.
Jacob dio dos pasos hacia adelante, dejó caer al niño sin cuidado y luego agarró a Bella.
—Te tengo, mi belleza.
La jaló contra su cuerpo y apuntó su pistola a su cabeza.
—Estoy pensando que debería terminar esto de una vez. Edward se quedaría sin su novia por correo y sin las esperanzas que tenía puestas en ella. O… o podría disfrutar de ti primero. Merecería al menos un sorbo de tu néctar.
Se inclinó como si fuera a besarla. Bella agachó la cabeza y él no pudo usar su mano para forzarla a levantarla y obligarla a besarlo.
—Claro que también me ahorraría muchos problemas si simplemente acabara contigo aquí y ahora. Imagina a tu esposo llegando a encontrar tu cadáver como alfombra de bienvenida —dijo, mientras amartillaba su pistola.
—Jacob, no entiendo por qué haces esto. Solo te traerá más problemas.
—Ya me buscan vivo o muerto. No hay muchos más líos en los que uno pueda meterse por aquí, y todo eso es gracias a ti y a los tuyos, señora.
—Quizá, si te entregaras, podrían perdonarte, Jacob.
—El oeste es un lugar tremendamente implacable. No, señora Cullen, ya tomé una decisión. Voy a darme el gusto contigo y luego te mataré. Así tendré lo mejor de ambos mundos. Después desapareceré y nadie volverá a encontrarme.
Empezó a hacerla retroceder hacia el granero y gritó a los Crowley que estaban en el porche:
—¡Los mato si salen! Métanse en la casa.
—¡NI UN PASO MÁS, BLACK! —La voz de Edward sonó venenosa, aunque no se le veía. Estaba escondido en algún lugar cerca del granero. Jacob giró bruscamente, aún sujetando a Bella con fuerza.
—Edward al rescate. Esto es de lo mejor —murmuró, y luego alzó la voz—. No puedes dispararme, Edward, porque pondrías en riesgo a tu adorada Isabella.
Se movió de espaldas, intentando mantener a Bella entre él y la dirección de la voz de Edward.
De pronto, sintió el cañón de un arma justo entre los omóplatos.
—Suéltala, Jacob.
—¿Rosalie? ¿Hermana?
—Sí. Ya has hecho suficiente daño para toda una vida, Jacob Black. No voy a seguir atormentada por tus actos. Suelta a la señora Cullen o te saco de tu miseria.
—Si me disparas, esa bala va a pasar directo a través de mí hasta la señora Cullen y la vas a matar también.
—Perfecto. Como quieras —dijo, levantando la pistola y apuntando directamente a la base de su cabeza—. Ahora suelta a la señora Cullen.
—Si la suelto, ¿qué me impide que Cullen me dispare en cuanto me aparte?
—Si él te diera su palabra, ¿le creerías?
Jacob se encogió de hombros.
—Señor Cullen, si Jacob deja libre a Bella sin hacerle daño, ¿aun así intentaría matarlo?
Edward lo pensó un momento y respondió:
—No lo mataré, y tendrá que confiar en mi palabra. Mi palabra siempre ha valido en estas tierras.
—Suéltala, Jacob. Se acabó. No vas a escapar. Deja de causar más dolor del que ya has sembrado —dijo Rosalie—. Suelta la pistola.
Jacob reflexionó un momento, sintiendo el frío metálico del cañón contra la base del cráneo. Finalmente, se encogió de hombros, soltó la pistola al suelo y dejó libre a Bella.
La enfurecida mujer se giró y le dio un puñetazo en la nariz con toda su fuerza.
—Eres un maldito imbécil, Jacob Black.
Nota de la traductora: "Jonah" es una expresión antigua que se refiere a alguien que trae mala suerte a los demás, basada en el personaje bíblico Jonás (Jonah en inglés) que causó una tormenta al desobedecer a Dios. Jacob llama a Edward "un Jonah" porque en su opinión toda la buena fortuna: el rancho, el dinero y Bella, siempre le sonríe a Edward, mientras él se queda con las manos vacías y la amargura a cuestas.