ID de la obra: 557

MVP

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 312 páginas, 119.719 palabras, 30 capítulos
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Epílogo

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. Epílogo . Ir al estadio siempre era un evento emocionante cuando toda la familia estaba en la ciudad. Esme, Doc, Rose y Emmett, Alice y Jasper, todos los niños… Hoy era un día muy importante, y necesitábamos darnos prisa o llegaríamos tarde. —¿Dónde está tu padre? —le pregunté a Jackie. —Arriba, buscando sus calcetines de la suerte —Jackie puso los ojos en blanco, aunque una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, lo que me indicó que estaba más divertido que molesto. Me acerqué a apartarle un mechón de cabello rojizo de la frente antes de subir las escaleras para buscar a mi esposo. —¿Edward? —No encuentro mis malditos calcetines —murmuró, revolviendo el cajón de la cómoda. —Es porque estaban en la lavadora. —Sonreí, sosteniendo las prendas que él buscaba—. ¿Puedo ayudarte con algo más? —Se me ocurren un par de formas en que podrías ayudarme a olvidarme de todo esto… —No hay tiempo para eso. —Solté una risita, alejándome de sus manos extendidas—. Y tienes la casa llena de gente esperando para ir al estadio. —Lo sé, lo sé. —Sacudió la cabeza—. ¿Puedo al menos tener un beso, señora Cullen? —¿Alguna vez he podido negarte algo? Rodeé a Edward con los brazos sobre sus hombros y lo besé con fuerza antes de alejarme. —Ahora tienes cinco minutos, o nos vamos sin ti. —Ajá, claro —murmuró Edward. A pesar de todo su éxito en el campo, aún le costaba ser el centro de atención. Las ceremonias del día inaugural, los desfiles de la Serie Mundial… Edward nunca se sentía cómodo recibiendo reconocimientos. Sabía que se sentiría mejor en cuanto llegáramos al estadio y tuviera la tierra y gramilla del campo de juego bajo sus pies. Ahí era donde él brillaba. En el estadio, nos guiaron por pasillos subterráneos hasta ubicarnos en un brillante convertible rojo que recorrería lentamente el campo al frente de una larga procesión. El aire a nuestro alrededor estaba cargado de energía, aplausos, música y vítores emocionados. En cuanto salimos de la sombra del túnel, el ruido se volvió ensordecedor. 46.000 fanáticos de pie aplaudían y gritaban por Edward al verlo aparecer en su adorado campo. Los dedos de Edward apretaron los míos con fuerza, y yo le acaricié el brazo en señal de consuelo. Quería que disfrutara este momento. Se lo merecía. Cuando llegamos al plato de home, era momento de bajar del vehículo. —No dejes que me caiga —susurró Edward. —Jamás. Jackie tomó la mano izquierda de Edward, y yo tomé la derecha. Ann, nuestra hija, se aferró con fuerza a los dedos de mi otra mano, uniendo a nuestra familia en una cadena de apoyo mientras Edward daba pasos lentos hacia el grupo que nos esperaba. Era la primera vez que caminaba sobre el campo después de su cirugía de reemplazo de rodilla poco más de un mes atrás. No había querido usar bastón para este evento y había trabajado incansablemente con su fisioterapeuta. Nunca le tuvo miedo al trabajo duro. Edward «El León» Cullen jugó para los St. Louis Cardinals durante un total de doce años. Había esperado llegar a la cifra de su número de camiseta, trece, antes de retirarse, pero un desgarro de menisco durante su undécima temporada lo dejó fuera de juego. Regresó, solo para volver a lesionarse la rodilla a mitad de la temporada siguiente. Fue entonces cuando decidió que era momento de retirarse. Con más premios en su lista de estadísticas de los que se podían contar, Edward consideraba que sus hijos eran su mayor logro. Jackie, quien estaba a punto de graduarse con un título en locución deportiva, caminaba orgulloso, hombro con hombro con su padre. Ann, llamada así en honor a Ann Harnett, una de las primeras mujeres contratadas en la All-American Girls Professional Baseball League, saludaba a la multitud como una princesa de concurso. Era tan femenina como una niña podía ser, y aunque literalmente dio sus primeros pasos en este campo de béisbol, no tenía ningún interés en el deporte. A su papá eso en realidad lo alegraba. Decía que así era menos probable que algún día se enamorara de un beisbolista. Pero bueno, apenas tenía ocho años. Había que darle tiempo. Con orgullo, vimos a Edward recibir su chaqueta roja ese día, al ser incluido en el Salón de la Fama de los Cardinals. Tuve que secarme lágrimas de orgullo mientras se le agradecía públicamente por sus brillantes contribuciones al equipo y se reconocía el extraordinario trabajo que Campo de Juego Nivelado aún seguía realizando en el área de St. Louis. Después de recuperarse por completo, Edward planeaba quedarse en la organización de los Cardinals como entrenador de bateo. Incluso un puesto en la dirección del equipo no era una meta demasiado elevada para él, y yo pensaba continuar mi trabajo con nuestra fundación. Bueno, por un tiempo, al menos. Pronto tendría que considerar otro permiso de maternidad. Sí, un nuevo integrante inesperado -aunque no indeseado- llegaría al equipo Cullen en unos siete meses. Edward aún no lo sabía. Pensaba decírselo hoy durante el intermedio de la séptima entrada. ~*~*Las reseñas son mejores que las largas notas de autor: promesa hay extrainning ~*~*
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