Capítulo 4
16 de agosto de 2025, 14:10
El aroma del comino y el chile tostado llenó el apartamento de Chilli antes de que el sol siquiera se asomara en el horizonte. A pesar de haber dormido poco y mal, su cuerpo se movía con la precisión automática de alguien acostumbrado a encontrar refugio en la cocina. Si no podía resolver lo que sentía, al menos podía ahogar sus pensamientos en el ritmo constante de cortar, mezclar y probar.
Se amarró el delantal a la cintura y revisó mentalmente su plan. Esa mañana, cocinaría chilaquiles rojos con pollo deshebrado, un plato sencillo pero reconfortante, ideal para un día después de una noche de fiesta.
En una sartén de hierro, calentó un poco de aceite y comenzó a freír las tortillas cortadas en triángulos. El chisporroteo fue casi terapéutico, un sonido que la anclaba al presente. Mientras las tortillas doraban, colocó los chiles guajillo y los jitomates en una olla con agua caliente, dejándolos cocer hasta que la piel de los jitomates comenzara a arrugarse.
El tiempo parecía avanzar más lento en la cocina. Chilli se perdió en la repetición de los movimientos: sacar los ingredientes del agua, licuar los chiles con ajo, cebolla y un poco de caldo de pollo, colar la mezcla para obtener una salsa suave. Agregó una pizca de sal y probó con la punta de la cuchara.
Le faltaba algo.
Abrió el cajón de especias y tomó una pizca de orégano seco, desmenuzándolo entre sus dedos antes de dejarlo caer en la salsa. Lo mezcló con movimientos pausados, como si cada giro de la cuchara pudiera darle claridad a su mente.
Anoche, cuando Frisky había tomado la mano de Bosco sin dudarlo, algo dentro de Chilli se había hundido. Había sido irracional, lo sabía. Pero el vacío en su pecho no desaparecía solo porque entendiera que Frisky tenía derecho a divertirse con quien quisiera.
Chilli suspiró y vertió la salsa sobre las tortillas doradas, escuchando el chisporroteo cuando los ingredientes se unieron. El aroma del chile y el jitomate llenó la cocina, haciéndola sentir un poco más en control. Agregó el pollo deshebrado encima y espolvoreó queso fresco, terminando el platillo con un toque de crema y cebolla morada en finas rodajas.
Se sirvió un plato y lo llevó a la mesa, pero en lugar de empezar a comer, se quedó mirando el vapor que se elevaba de los chilaquiles.
¿Qué demonios le pasaba?
Suspiró y tomó un bocado. El sabor era perfecto: picante, cremoso, con el crujiente de las tortillas equilibrado por la suavidad del pollo. Pero a pesar de lo bien que sabía, no pudo disfrutarlo del todo.
Porque con cada bocado, con cada trago de agua para aliviar el picor del chile... Chilli sentía que no tenía que pensar más en ello. El dolor de su garganta la distraía.
Chilli tamborileó los dedos contra la mesa mientras miraba el teléfono de su casa. Su desayuno seguía ahí, a medio comer, pero ya no tenía apetito.
Desde que había despertado, había sentido la necesidad de hablar con Frisky. No sabía qué le iba a decir, ni siquiera tenía un motivo claro para llamarla, pero algo dentro de ella la empujaba a hacerlo. Tal vez quería escuchar su voz.
Marcó su número y esperó.
Uno… dos… tres tonos.
Nada.
Frunció el ceño y volvió a intentarlo. Esta vez, la llamada fue directo al buzón.
Eso era raro. Frisky solía contestar rápido, y si no podía hablar, al menos enviaba un mensaje diciendo que llamaría después.
Chilli se mordió el labio. Quizás aún estaba dormida. Tal vez había pasado la noche con Bosco y por eso tenía el teléfono sin contestar.
El pensamiento le revolvió el estómago.
Dejó el plato en el fregadero sin mirarlo y fue a su habitación a cambiarse. No podía quedarse sentada esperando.
"No seas ridícula." Mrmuró para sí misma mientras se ponía unos jeans y una blusa holgada. :No pasa nada. No es como si te debiera explicaciones."
Pero a pesar de su intento de racionalizarlo, no podía ignorar el malestar en su pecho.
Tomó su bolso y salió del apartamento.
El edificio de Frisky no estaba lejos. A veces, cuando tenían demasiada flojera para salir, simplemente caminaban de una casa a otra en pijama y pasaban la tarde viendo películas malas y comiendo botanas.
Chilli tocó el timbre y esperó.
Nada.
Tocó de nuevo.
Silencio.
El departamento de Frisky estaba en un segundo piso, y desde la calle, Chilli podía ver que las luces estaban apagadas y las cortinas cerradas. Se sintió estúpida por haber esperado otra cosa. Frisky claramente no estaba ahí.
Suspiró y sacó su teléfono de nuevo, enviándole un mensaje corto; “Ey, ¿sigues viva? Te llamé hace rato. Avísame cuando puedas.”
Se quedó un momento más en la puerta, con la esperanza de que Frisky apareciera de la nada. Pero la ciudad seguía su curso sin interrupciones, ajena a su ansiedad.
Eventualmente, se fue a casa con una sensación de vacío en el pecho.
Pasó un día. Luego otro.
Y Frisky no llamó.
Chilli intentó convencerse de que no era gran cosa. Ambas tenían vidas ocupadas. A veces pasaban días sin verse. Pero siempre hablaban, aunque fuera con mensajes cortos. Además habían hecho muchos planes para las vacaciones solo para que la primera semana no se cumpliera más que uno de ellos.
Pero esta vez, el silencio se alargó.
Cuando por fin recibió una respuesta, fue breve y sin explicación.
Frisky: “Todo bien, solo he estado ocupada. Nos vemos pronto.”
Algo en ese mensaje hizo que a Chilli se le tensara el cuello. No era solo la frialdad de las palabras. Era el “nos vemos pronto”. No había un “¿cómo estás?”, ni un “te extraño, pendeja”, ni nada que sonara como la Frisky de siempre.
Algo estaba mal.
Una semana después, la respuesta llegó sin que tuviera que preguntar.
Fue en el mercado, mientras compraba aguacates.
Estaba eligiendo los más firmes cuando, entre la multitud, vio una silueta familiar. Frisky.
Por un segundo, se sintió aliviada. Iba a llamarla, preguntarle dónde demonios se había metido.
Pero entonces vio a Bosco.
Iban juntos. Demasiado juntos.
Los observó sin moverse. Bosco rodeó la cintura de Frisky con un brazo, y ella no solo lo permitió, sino que se apoyó en él con naturalidad.
Chilli sintió que algo dentro de ella se encogía.
No se había dado cuenta de que estaba apretando el aguacate hasta que sintió la piel ceder bajo sus dedos. Lo soltó de inmediato, dejándolo de nuevo en la pila como si quemara.
Frisky y Bosco siguieron caminando sin notar su presencia. Chilli debería haber desviado la mirada, hacer como si no los hubiera visto. Pero no pudo.
Los observó mientras Bosco le decía algo en voz baja y Frisky reía. Reía como cuando estaban juntas, como cuando compartían un chiste privado en medio de la nada.
Solo que ahora no era con ella.
El aire del mercado se sintió de repente más denso, más pesado. Un pitido molesto se instaló en sus oídos, y por un instante, el bullicio de la gente alrededor se volvió un ruido lejano.
No es lo que parece, se dijo. No tiene por qué significar nada.
Pero el brazo de Bosco seguía ahí, firme sobre la cintura de Frisky. Y Frisky no solo lo dejaba, sino que se inclinaba hacia él, como si perteneciera ahí.
Chilli parpadeó y sintió una punzada en el estómago.
¿Estaba con él?
Sintió algo parecido a un vacío en el pecho, un agujero frío y molesto que no sabía cómo llenar.
No quería estar ahí. No quería ver más.
Tomó la bolsa con los pocos ingredientes que había comprado y se alejó del puesto. Caminó sin rumbo fijo por los pasillos del mercado, sin registrar realmente lo que veía. Su mente seguía atrapada en la imagen de ellos dos juntos.
“¿Por qué me molesta tanto?”
Era una pregunta que no quería responder.
Pero la sensación en su pecho no mentía.