ID de la obra: 591

Jardín de los Recuerdos Olvidados

Het
R
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Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 160 páginas, 64.255 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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Capítulo 5

Ajustes de texto
No te abandones, quédate  con una pequeña chispa, y no se la des jamás a nadie... Mientras la tengas, podrás volver a encender el fuego... *Charles Bukowski Por alguna razón ese día toda la carretera estaba siendo ruidosa. El sonido de los clansson y la publicidad por todas partes impedían un silencio que Bandit necesitaba ese momento. Chilli estaba al volante, con los nudillos pálidos de tanto apretar el volante. Llevaba la mirada fija en la carretera, sus labios apretados en una línea tensa, como si con el mero acto de conducir pudiera mantener el control sobre todo lo que amenazaba con desmoronarse. El coche avanzaba hacia la casa de Rad y Frisky, donde las niñas se quedaban esa tarde. Aunque el plan inicial había sido solo recogerlas, la necesidad de ver a sus hijas se había convertido en una urgencia para Chilli. Tenía que tenerlas cerca, sentir sus manitas cálidas y escuchar sus voces inocentes; de alguna forma, eso le ayudaría a mantenerse a flote. El peso de la noticia que había recibido esa mañana se aferraba a su pecho como una piedra. No había hecho ningún esfuerzo físico, ni había trabajado su mente en exceso, pero aun así, se sentía agotada. Vacía. "Las niñas están con Frisky y Rad," murmuró por lo bajo, como si al recordarlo en voz alta pudiera darle a su cuerpo una excusa para seguir moviéndose. Pero no había mucho más que decir. La conversación, como tantas otras veces ese día, se quedó en el aire, suspendida en un silencio roto únicamente por el estruendo de la ciudad. El trayecto se sintió eterno, y al mismo tiempo, insuficientemente largo. Bandit deseaba que el viaje no terminara nunca, que pudieran seguir conduciendo por esas calles ruidosas e impersonales, donde el mundo no les exigía nada. Pero el destino era inevitable, y antes de que se diera cuenta, ya estaban estacionados frente a la casa de Rad y Frisky. El eco de la puerta del coche al cerrarse le devolvió momentáneamente al presente, aunque seguía sintiéndose desconectado de su propio cuerpo, como si todo esto le estuviera ocurriendo a otra persona. El grito alegre de las niñas fue lo primero que rompió la atmósfera sombría. Bluey y Bingo salieron disparadas de la casa, corriendo hacia ellos con toda la energía que Bandit y Chilli ya no poseían. Las niñas estaban felices, ajenas al peso que se cernía sobre sus padres. Bluey dio un salto hacia los brazos de su madre, mientras Bingo hacía lo mismo con su padre. Chilli se inclinó para abrazarlas, forzando una sonrisa que no le llegó a los ojos, aunque las niñas no parecían notar la diferencia. “¡Mamá! ¡Papá! ¿Qué tal fue el día?” preguntó Bluey, su voz burbujeante, cargada de esa inocente curiosidad que solo los niños pueden tener. Chilli tragó saliva. Sintió la mirada expectante de Bandit, pero él no dijo nada. Se limitó a soltar un largo suspiro y caminar hacia el sofá, dejándose caer pesadamente como si el mero acto de estar de pie fuera un esfuerzo monumental. Bingo, sin entender lo que pasaba, se acomodó junto a él, abrazándolo con fuerza. El simple gesto parecía drenarle aún más, pero al mismo tiempo era la única cosa que lo mantenía de una pieza. "Ni siquiera los buenos días me dijiste hermano". Dijo Radley, el cuál había llegado de su trabajo en la plataforma petrolera. También había pedido reducir su tiempo laboral ya que quería dedicarle tiempo a su esposa. "Es que tú ya no te estás aquí, Radley". Bromeó Bandit, sabiendo que su hermano no le gustaba que lo llamarán por su nombre. "Oye, sabes que no me gusta que me llamen así". Respondió Radley, acercándose a abrazar a su hermano. Al instante salió Frisky, la cual fue inmediatamente a saludar a Chilli con toda su energía. "Hola, Chilli, ¿cómo estás?" Chilli intentó mantener la conversación casual mientras abrazaba a Frisky, pero su mente seguía atrapada en el peso de la noticia que no había podido soltar. Sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarla, pero en ese momento no estaba segura de si tenía las fuerzas para ello. Observó de reojo a Bandit, quien seguía abrazado por Bingo, su mirada fija en el suelo como si evitara cualquier conexión con la realidad que estaba a punto de golpearlos. Frisky, siempre perceptiva, notó la tensión en la postura de Chilli. "¿Estás bien? Te ves un poco... apagada hoy." Chilli forzó una sonrisa. "Es solo... han sido días complicados, nada de qué preocuparse." Las palabras salieron sin convicción, pero no quería involucrar a Frisky todavía. Era una conversación para su familia más cercana primero, aunque en ese momento, la idea de contarle la verdad a cualquiera se le hacía tan pesada como escalar una montaña. Rad, aún abrazando a Bandit con un gesto fraternal, frunció el ceño al notar que su hermano apenas respondía al chiste. "¿Qué pasa contigo, Bandit? Estás más callado de lo normal. Y eso ya es decir algo, sabiendo cómo eres." Bandit esbozó una media sonrisa, una que no alcanzó sus ojos. No quería ser el primero en hablar. Desde que habían recibido el diagnóstico, había preferido refugiarse en el silencio, en la idea de que, si no lo decía en voz alta, tal vez no sería real. Pero sabía que Chilli no aguantaría más. La mirada de su esposa, fija en él, lo decía todo. Estaba lista para romper el silencio. Y Bandit, en su estado actual, no podía permitirlo. Chilli respiró hondo, notando que sus hijas estaban a unos pasos, distraídas con un juego en el suelo de la sala. Sabía que no podía seguir evadiendo la verdad. Bluey y Bingo merecían saberlo. Merecían tiempo para entender lo que venía, para procesar la inminente enfermedad de su padre. Tomó aire una vez más, enderezándose mientras sentía la presión de las palabras que quería decir. "Niñas..." comenzó, su voz un poco más firme de lo que esperaba. Las pequeñas levantaron la cabeza, expectantes, con esas miradas inocentes y brillantes que siempre le daban fuerza. Chilli sintió que el nudo en su garganta se apretaba aún más. "Hay algo que tenemos que—" Bandit la interrumpió de repente, su voz resonando en la sala de forma inesperada. "¡Oigan, Bluey, Bingo! ¿Por qué no le cuentan a mamá y a papá sobre ese proyecto secreto en el que estaban trabajando con Rad y Frisky?" Las niñas, emocionadas por el cambio de tema, comenzaron a hablar al unísono, sus voces entusiastas ahogando cualquier intento de Chilli de retomar el hilo de la conversación. Bluey empezó a explicar detalladamente cómo estaban construyendo una pequeña casa para hadas en el jardín, mientras Bingo hacía gestos con las manos, intentando mostrar el tamaño de las piedritas que habían recogido. Chilli cerró los ojos un momento, dejando que el murmullo de las voces infantiles llenara el espacio que su revelación había dejado en blanco. Bandit había hecho lo que había temido: evitado la verdad una vez más. Y aunque una parte de ella lo entendía —nadie quería hacer daño a las niñas—, otra parte sabía que esto no podía postergarse mucho más. Cuando las niñas terminaron su relato, Frisky y Rad intercambiaron miradas. No eran tontos. Ambos sabían que algo más estaba sucediendo, pero respetaron el espacio. "Bueno, parece que ustedes tienen mucho en qué trabajar, chicas", dijo Rad, sonriendo con orgullo a las pequeñas. "Yo les ayudé un poco, pero la mayoría es mérito de ellas." "¡Sí!", exclamó Bluey, radiante. "Papá, tienes que venir a verlo, ¡es increíble!" Bandit sonrió, esta vez con algo más de sinceridad. "Claro, Bluey. Lo veré luego." Chilli sintió que la oportunidad de hablar con las niñas se había desvanecido, y en ese momento decidió que tal vez Bandit tenía razón en retrasar la conversación un poco más. Pero no por mucho tiempo. Las niñas debían saberlo pronto, pero antes, ella necesitaba el apoyo de la familia adulta. Quizás si hablaba primero con la madre de Bandit y sus hermanos, podría encontrar la forma correcta de explicarlo a las niñas sin destrozar sus corazones por completo. Cuando finalmente lograron salir de la casa de Frisky, con las niñas agotadas pero contentas en el asiento trasero, Chilli lanzó un suspiro largo, lleno de frustración. "Sabes que tenemos que decirles, ¿verdad?" preguntó en voz baja, aunque la fatiga en su tono dejaba claro que no esperaba una respuesta. Bandit no dijo nada al principio. Siguió conduciendo en silencio, con la vista fija en la carretera, antes de asentir levemente. "Lo sé. Pero no hoy. Hablemos con mamá y mis hermanos primero." Chilli asintió, aunque no estaba completamente de acuerdo. El tiempo se estaba agotando, y cada día que pasaba era un día menos que podían pasar con Bandit tal como lo conocían. Pero entendía que todos, incluso Bandit, necesitaban su propio tiempo para procesar. Tal vez, solo tal vez, eso les ayudaría a encontrar las palabras correctas cuando finalmente llegara el momento de decírselo a Bluey y Bingo. El bullicio de las voces infantiles continuaba resonando en la mente de Chilli mientras el coche avanzaba lentamente por las calles tranquilas de la ciudad. La tarde comenzaba a caer, y el cielo, teñido de un suave anaranjado, reflejaba el estado de ánimo contradictorio que latía en su pecho. Las risas de las niñas parecían amortiguar la gravedad de lo que les aguardaba, pero Chilli sabía que la realidad no se podía posponer indefinidamente. Sus pensamientos vagaban hacia Bandit, que permanecía en silencio junto a ella. Habían compartido tantas cosas: alegrías, desafíos… pero nunca algo como esto. Él siempre había sido su roca, el que le daba fuerza cuando ella flaqueaba, y sin embargo, en las últimas horas, había sido él quien parecía desmoronarse en silencio. La presión de las circunstancias se iba acumulando. Recordaba el momento en que él le había confesado lo que estaba sucediendo, la mezcla de incredulidad y miedo que la había invadido. Y aunque Chilli era fuerte, no podía negar que el pensamiento de cómo esta verdad cambiaría todo para Bluey y Bingo la destrozaba por dentro. Las niñas merecían saber la verdad, pero la verdad era una cosa tan frágil, tan peligrosa en manos de los inocentes. El coche se detuvo en un semáforo, y Chilli desvió la mirada hacia el asiento trasero. Las niñas estaban profundamente dormidas, los rostros plácidos, ajenos a los miedos que rondaban en el aire. Por un momento, deseó poder protegerlas para siempre, mantenerlas en esa burbuja de inocencia en la que aún habitaban. Pero sabía que no era posible. La vida era implacable, y aunque Bluey y Bingo aún no lo sabían, pronto lo descubrirían. "¿Crees que tú mamá sabrá qué hacer?" preguntó finalmente, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos como una pesada niebla. Bandit no respondió de inmediato. Parecía medir sus palabras, como si cada una de ellas fuera a alterar irremediablemente el delicado equilibrio que trataban de mantener. "Ella... siempre sabe qué decir," murmuró al fin, pero su voz carecía de la habitual convicción. "Pero no estoy seguro de que alguien pueda decir algo que haga esto más fácil." Chilli apretó ligeramente el volante, sintiendo cómo la frustración burbujeaba en su interior. Lo peor de todo era la impotencia, el saber que, por más que lo intentaran, el golpe sería duro. Y tal vez lo que más temía era que, una vez que la verdad saliera a la luz, las cosas nunca volverían a ser como antes. “Quizás,” dijo en voz baja, como si hablara más consigo misma que con él, “quizás no se trata de encontrar las palabras perfectas. No creo que existan. Pero tenemos que ser honestos, Bandit. Las niñas merecen eso, aunque sea doloroso.” Bandit no dijo nada más, pero su mano se deslizó sobre la de ella, entrelazando sus dedos en un gesto silencioso de comprensión. Estaban juntos en esto, aunque ambos lidiaran con la carga de maneras distintas. La carretera frente a ellos seguía extendiéndose, interminable, como si simbolizara el camino que aún tenían que recorrer antes de poder enfrentar lo inevitable. Chilli volvió a mirar hacia afuera, hacia los árboles que pasaban como sombras al caer la noche. Sabía que la conversación con la familia de Bandit sería un paso necesario. Quizás juntos encontrarían la forma de enfrentar esto. Tal vez con las palabras correctas, o tal vez solo con la presencia de los seres queridos, podrían ayudar a que el dolor fuera más llevadero para Bluey y Bingo. Pero eso aún no le quitaba el miedo que sentía. Se recostó contra el asiento, tratando de liberar algo de la tensión acumulada. La noche ya comenzaba a adueñarse del cielo, y el día llegaba a su fin, pero sabía que la verdadera tormenta aún estaba por venir. La noche había caído por completo cuando Chilli y Bandit llegaron a la casa de la madre de Bandit. Las niñas se habían quedado con Frisky, quien se ofreció a cuidarlas mientras los padres atendían lo que ella intuía era un asunto delicado. Radley salio rumbo a la casa de su madre. Al escuchar que Stripe iría también intuyó que esa cita médica había dado un resultado negativo. El silencio en el auto era pesado, cargado de anticipación y temor. Bandit apagó el motor y se quedó mirando al frente, sus manos aún aferradas al volante. Chilli puso su mano sobre la de él, dándole un apretón suave. "Estamos juntos en esto", le recordó con voz suave. Bandit asintió, dejando escapar un suspiro tembloroso. "Lo sé. Es solo que... no sé cómo voy a decírselo a mamá. Con su condición..." Chilli entendía su preocupación. La madre de Bandit, había sido diagnosticada con demencia senil unos meses atrás, y aunque todavía tenía momentos de lucidez, el deterioro era inevitable. Bandit había intentado ser fuerte, pero Chilli sabía cuánto le dolía verlo, cómo su madre, que antes era una mujer enérgica y aguda, empezaba a desvanecerse poco a poco en fragmentos de recuerdos. "No tienes que hacerlo si no quieres", aseguró Chilli. "Tus hermanos estarán allí también. Nos apoyaremos mutuamente". Finalmente, salieron del auto y se dirigieron a la entrada. Antes de que pudieran tocar el timbre, la puerta se abrió, revelando a Stripe, el hermano menor de Bandit. "Hey, los estábamos esperando", saludó Stripe, su rostro reflejando preocupación. "Radley ya está aquí. Mamá está teniendo un buen día, pero..." "¿Pero qué?", preguntó Bandit, tensándose. "Tú tienes mucho que decirnos. Sé que fuiste al hospital y no creo que esto sea una reunión para comer carne asada." Reclamó Stripe, con una muestra de preocupación en su rostro. Bandit bajó la cabeza, ocultándose de la mirada acusadora de Stripe. Bandit respiró hondo, mirando a Stripe, quien lo observaba con una mezcla de expectativa y preocupación. Quería decirle, pero las palabras se enredaban en su mente, como si se resistieran a salir. "Es solo que... los doctores piensan que algunas cosas podrían cambiar en los próximos años," dijo Bandit, intentando mantener el tono ligero, pero con una sombra de preocupación que no podía ocultar del todo. "Pequeñas cosas, como la memoria. A veces… a veces me cuesta recordar detalles." Stripe frunció el ceño, sin captar del todo el mensaje. "¿Memoria? Vamos, hermano, todos olvidamos cosas de vez en cuando. Recuerda que yo fui el que olvidó el cumpleaños de mamá el año pasado." Bandit dejó escapar una risa suave, aunque había una tristeza escondida en su mirada. "Sí, claro, pero… tal vez yo olvide algunas cosas un poco más importantes, ¿sabes? Como… la receta de la carne asada de papá o dónde dejé las llaves." Stripe soltó una risita, dándole una palmada en la espalda. "Bueno, en ese caso, solo tendrás que llamar y preguntar. O mejor aún, escribirlas en algún lado, como hacían los abuelos. Así no hay forma de que se pierdan." Bandit asintió lentamente, con una sonrisa que intentaba ser casual. "Sí, tal vez eso funcione. Solo… no te sorprendas si algún día llamo y te hago las mismas preguntas unas cuantas veces." Stripe no pareció captar la verdadera seriedad de la conversación, y en cambio soltó una carcajada. "No sería raro, Bandit. Somos hermanos; ya estamos acostumbrados a escucharnos repetir las mismas historias." Pero Chilli, quien había estado observando en silencio, apretó la mano de Bandit, captando la intención detrás de sus palabras. Mientras Stripe continuaba bromeando, ella intercambió una mirada llena de comprensión y piedad con Bandit, asegurándole en silencio que estaría a su lado en cada momento, tanto en los recuerdos como en el olvido. Entraron a la casa, donde el aroma familiar de café recién hecho flotaba en el aire. Nana estaba sentada en su sillón favorito, tejiendo lo que parecía ser una bufanda, mientras Radley hojeaba distraídamente una revista en el sofá. Al ver entrar a Bandit y Chilli, Nana levantó la vista y sonrió con calidez. "¡Mis niños!", exclamó, dejando su tejido a un lado. Bandit sonrió, sentía una mezcla de confort y ansiedad al ver a su madre tejiendo, como siempre lo había hecho. Se acercó para darle un beso en la mejilla, mientras Stripe cerraba la puerta tras ellos. "¿Cómo has estado, mamá?", preguntó Bandit, sentándose cerca de ella. "Oh, bien, bien. Estaba haciendo esta bufanda para tu hermano. Ya sabes cómo se queja del frío en las mañanas", respondió Nana con naturalidad. Sin previo aviso Rad se abalanzó hacia su hermano. "¡Nos vas a decir que carajo te pasa!" Exclamó con tanta fuerza que casi tira a su madre. "Ey, primero te calmas y luego te responderá". Respondió Chilli, algo molesta por la manera en que Radley agarró a Bandit. Aunque sabía que así se llevaban los hermanos por el momento no quería que así fuera.   El ambiente en la sala quedó tenso tras la explosión de Radley, y por un momento, todos guardaron silencio. Nana miró a sus hijos con una mezcla de confusión y preocupación, mientras sostenía la bufanda que tejía entre sus manos temblorosas. Bandit respiró hondo, haciendo un esfuerzo por mantener la calma. Sabía que sus hermanos estaban preocupados, pero tampoco era fácil compartir lo que había recibido en esa fría sala de espera del hospital. El diagnóstico aún le dolía como una herida fresca. "Rad," dijo finalmente Bandit en voz baja, mirándolo con firmeza, "sé que estás preocupado, pero necesito que todos estemos tranquilos. Solo así podemos hablar de lo que… de lo que tengo que contarles." Radley resopló, pero se dejó caer en el sofá, cruzando los brazos en un gesto de resignación. Stripe, con una expresión más serena, fue a la cocina y trajo una bandeja con algunas tazas de té que Nana había preparado, aprovechando el momento para suavizar la tensión en el ambiente. "Vamos a sentarnos todos en la mesa," sugirió Chilli, colocando la bandeja sobre la mesa de centro. "Es más fácil hablar sin tanto dramatismo. Además, Nana debe sentirse cómoda." Nana, aunque algo desorientada por el cambio en el humor de sus hijos, sonrió suavemente mientras doblaba la bufanda que estaba tejiendo. "Parece que esto es serio," comentó, su voz cargada de una leve ironía, pero sin perder la calidez. "Dios sabe que han tenido muchos secretos y travesuras en esta casa, pero nunca los había visto así." Bandit esbozó una sonrisa tenue y ayudó a su madre a levantarse. "Es solo una charla en familia, mamá. Nada de qué preocuparse," aseguró, con un intento de desviar la tensión para que ella no se sintiera ansiosa. Sabía que ella captaba las emociones de sus hijos como un radar. Ya en la mesa, Chilli sirvió el té para cada uno, y Nana tomó asiento entre Bandit y Stripe. El sonido del vapor y el aroma calmante llenaron el ambiente, como si fuera un bálsamo contra el peso de las palabras que estaban por decirse. Radley tamborileaba los dedos contra la mesa, claramente impaciente, pero Chilli le dirigió una mirada que lo hizo detenerse. Bandit se tomó un momento, mirando a cada uno de sus hermanos, y luego a su madre, que lo observaba con ojos tranquilos pero inquisitivos. Era el momento, pero encontrar la forma adecuada de iniciar la conversación era más difícil de lo que había pensado. "¿Papá no viene hoy?", preguntó Bandit, mirando hacia la puerta. "Creí que vendría a cenar con nosotros después de tanto tiempo en la India." El comentario provocó un silencio incómodo en la sala. Chilli observó cómo Bandit abría la boca para corregir a su marido, Radley dejó caer la taza que sostenía, mientras Stripe se acercaba lentamente a su hermano. Chilli sintió que su corazón se encogía al ver la confusión en los ojos de su esposo. "¡Bandit, ese tipo de bromas no se hacen!" Reclamó Radley, mirando con una mirada fulminante a Bandit. Bandit frunció el ceño, desconcertado. "¿Bromas? ¿De qué estás hablando, Rad?" respondió, con una nota de irritación y genuina sorpresa en su voz. "Solo pregunté por papá, pensé que tal vez... tal vez lo veríamos hoy." Radley y Stripe intercambiaron miradas, y Bandit percibió en sus ojos una mezcla de tristeza y compasión que lo hizo sentirse aún más inquieto. El silencio que siguió fue espeso, casi asfixiante, y en ese instante, algo se rompió dentro de él. La incomodidad de su pecho se tornó en una presión latente, como si el aire mismo le faltara. "¿Qué está pasando?" preguntó en un susurro, su tono ahora mucho más vulnerable. "Chilli, a su lado, tocó suavemente su brazo, y Bandit sintió cómo temblaba bajo sus dedos. Su esposa era su ancla, pero ahora, incluso ella parecía tambalearse, como si la noticia que estaba a punto de recibir los fuera a desgarrar a ambos. "Bandit…" comenzó ella, con la voz quebrada por la emoción. "Tu padre… él falleció hace un año. ¿Recuerdas? Fue poco después de regresar de su último viaje a la India." Bandit se quedó inmóvil, sus pensamientos girando en un torbellino mientras intentaba procesar esas palabras. Un año. Las palabras resonaban en su mente, golpeando una y otra vez. Primero sintió confusión, luego incredulidad, y finalmente un dolor devastador, cuando la realidad lo embistió como una ola que arrasa sin misericordia. Sus ojos se llenaron de lágrimas y miró a sus hermanos, buscando en sus rostros alguna señal de que todo esto no era cierto. "No... no puede ser," murmuró, su voz apenas audible. Nana, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, extendió su mano temblorosa hacia su hijo. "Mi niño... tu padre se murió el año pasado. Fue tranquilo, en su sueño, como él siempre quiso." Los recuerdos empezaron a inundar la mente de Bandit en un torrente confuso. Su padre riendo, abrazándolo, dándole los últimos consejos antes de irse a aquel viaje. Pero ahora, esos recuerdos se sentían rotos, fragmentados, como si fueran partes de una vida que se desvanecía sin que él pudiera detenerlo. Stripe se acercó y le puso una mano en el hombro. "Es por esto que nos reuniste hoy, ¿verdad? Los olvidos… eso que mencionaste." Bandit asintió con un movimiento apenas perceptible, incapaz de hablar. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas mientras luchaba por mantener la compostura, cada palabra atorada en su garganta como un nudo de dolor. "El doctor… el diagnóstico llegó esta mañana," logró decir con esfuerzo, su voz tan rota que apenas sonaba como la suya. "Alzheimer temprano. Dicen que es… hereditario en algunos casos." Radley, quien momentos antes había estado furioso, sintió que toda su ira se desvanecía, reemplazada por un dolor sordo en el pecho. "¿Por qué no nos dijiste antes que estabas teniendo problemas?" Bandit tragó con dificultad, avergonzado, como si todo lo que sentía y pensaba en ese momento estuviera expuesto al desnudo. "Porque tenía miedo," confesó, su voz rota por la vergüenza y el dolor. "Al principio eran cosas pequeñas… olvidar dónde dejaba las llaves, confundir fechas. Pero luego… empecé a olvidar conversaciones enteras. Y ahora…" Se detuvo, sus palabras desmoronándose en un susurro casi inaudible. "Ahora ni siquiera puedo recordar que papá ya no está con nosotros." Chilli apretó la mano de su esposo, ofreciéndole apoyo silencioso mientras él continuaba. "Los médicos dicen que el proceso será gradual, pero... pero inevitablemente empeorará. Necesito que lo sepan porque... porque necesitaré su ayuda. Todos ustedes." Nana, con lágrimas en los ojos, se levantó de su asiento y abrazó a su hijo mayor. "Mi niño... mi dulce niño," susurró, acariciando su cabello como cuando era pequeño. "Estaremos aquí para ti, siempre." En silencio, la familia se unió en un abrazo, sosteniéndose mutuamente en medio de la tormenta que acababan de desatar. Bandit cerró los ojos, dejándose envolver por el calor de sus seres queridos, pero en su mente solo quedaba un abismo de angustia y miedo. Stripe se aclaró la garganta, luchando contra sus propias emociones. "¿Qué podemos hacer? Debe haber tratamientos, terapias..." "Los hay," intervino Chilli, sacando un folder con información médica. "El doctor nos dio un plan de tratamiento. Medicamentos que pueden ayudar a ralentizar el progreso, ejercicios de memoria, rutinas..." "También necesitaremos ayuda con las niñas," continuó Bandit, limpiandose las lágrimas y recuperando algo de compostura. "Bluey y Bingo... aún no les hemos dicho nada. No sé cómo explicarles que su padre poco a poco... poco a poco podría olvidar..." No pudo terminar la frase. El pensamiento de olvidar a sus hijas era demasiado doloroso para expresarlo en palabras. Radley, quien había permanecido inusualmente callado, finalmente habló. "No vas a estar solo en esto, hermano," dijo con firmeza. "Entre todos nos organizaremos. Podemos establecer rutinas, turnos para estar contigo y con las niñas. Stripe puede ayudar con los ejercicios de memoria, yo puedo reducir mis turnos en la plataforma..." "Y yo puedo enseñarte a tejer," interrumpió Nana con una sonrisa suave. "El tejido... me ayuda a mantener la mente clara en mis días difíciles. Quizás también te ayude." Bandit soltó una risa húmeda ante la sugerencia de su madre. "¿Yo? ¿Tejiendo?" "¿Por qué no?" respondió ella con un brillo travieso en los ojos. "Tu padre también aprendió cuando estaba vivo. Decía que lo ayudaba a relajarse después de sus viajes." La mención de su padre trajo un nuevo silencio a la sala, pero esta vez no era tan pesado como antes. Era un silencio reflexivo, lleno de memorias compartidas y amor familiar. "Necesitaremos establecer un sistema," sugirió Chilli, sacando una libreta de su bolso. "Algo para ayudar a Bandit a mantener el registro de sus días. Tal vez un diario, o notas en el teléfono..." "Podríamos usar una aplicación," propuso Stripe. "Hay algunas diseñadas específicamente para personas con problemas de memoria. Podemos configurarla para que te envíe recordatorios sobre medicamentos, citas, eventos importantes..." "Y podríamos hacer un diarios familiar," añadió Radley, su voz más suave de lo habitual. "Con notas de todos nosotros, etiquetadas con nombres y fechas. Para que siempre puedas recordar quiénes somos y los momentos que hemos compartido." Bandit asintió, agradecido por las sugerencias, aunque el peso de su condición seguía presente en su corazón. "¿Y qué hay de las niñas? ¿Cómo les explicamos esto?" Chilli compartió una mirada con Nana, buscando sabiduría en los ojos de la matriarca de la familia. "Creo que debemos ser honestos con ellas, pero de una manera que puedan entender. Explicarles que papá está enfermo, pero que con la ayuda de todos, especialmente de ellas, podemos hacer que los días sean más fáciles." "Las niñas son más fuertes y comprensivas de lo que creemos," añadió Nana, su voz llevando el peso de años de experiencia. "Y el amor... el amor tiene una manera de persistir incluso cuando la memoria falla. Créeme, lo sé bien." Bandit miró a su madre con nuevos ojos, comprendiendo por primera vez verdaderamente lo que ella enfrentaba día a día con su propia condición. "¿Cómo lo haces, mamá? ¿Cómo manejas los días en que las cosas no tienen sentido?" Nana sonrió con dulzura. "Un día a la vez, mi amor. Y me apoyo en el amor de mi familia. Y cuando tengo miedo... bueno, solo necesito mirar a mis hijos para saber que todo estará bien." "Y haremos lo mismo por ti," aseguró Stripe, apretando el hombro de su hermano. "Seremos tu memoria cuando la tuya falle. Te contaremos las historias que olvides. Te recordaremos quién eres cuando tú no puedas hacerlo." "Y lo más importante," añadió Radley, "te amaremos sin importar qué. Como familia, eso es lo que hacemos." Chilli observó cómo las palabras de apoyo de la familia parecían aliviar algo del peso que Bandit llevaba sobre sus hombros. Aunque el camino por delante sería difícil, al menos no lo recorrerían solos. "Yo puedo ir a tu casa los martes y jueves," ofreció Stripe. "Podemos hacer ejercicios de memoria juntos, tal vez algunos juegos de mesa..." "Y yo puedo estar aquí los fines de semana cuando no esté en la plataforma," agregó Radley. "Podríamos mantener la tradición de las barbacoas familiares. Las rutinas son importantes, ¿verdad?" Nana asintió con aprobación. "Y yo estaré aquí siempre que me necesiten. Podemos aprender juntos, hijito. A veces, cuando dos personas olvidan juntas, es más fácil recordar." "Gracias," dijo Bandit simplemente, su voz cargada de emoción. "Por estar aquí. Por entender. Por... por todo." Chilli se inclinó y besó su mejilla suavemente. "Siempre estaremos aquí, amor. Juntos en esto, pase lo que pase." La noche había avanzado sin que nadie se percatara del paso del tiempo. En la sala de Nana, las tazas de té vacías y algunas galletas a medio comer eran testigos silenciosos de las horas transcurridas. La luz tenue de las lámparas creaba un ambiente íntimo mientras la familia continuaba reunida alrededor de la mesa. Stripe había sacado un álbum viejo de fotos que encontró en el estante, y ahora todos estaban inclinados sobre él, señalando diferentes momentos de su vida familiar. "¿Recuerdas esta, Bandit?" preguntó Radley, señalando una fotografía descolorida. "Fue en tu graduación de la universidad. Papá estaba tan orgulloso que no dejó de presumirte con todos sus amigos por semanas." Bandit sonrió, tocando suavemente la imagen. "Sí... llevaba esa corbata azul que mamá me regaló. Papá dijo que me hacía parecer un hombre de negocios." Chilli observaba con ternura cómo su esposo se esforzaba por retener cada detalle, cada historia que sus hermanos compartían. En un cuaderno nuevo, iba anotando fechas importantes, nombres, eventos que no querían que se perdieran en la niebla del olvido. "Deberíamos digitalizar estas fotos," sugirió Stripe, pasando con cuidado las páginas del álbum. "Podríamos hacer copias para todos y etiquetarlas adecuadamente." Nana, que había estado tejiendo mientras escuchaba las conversaciones, dejó su labor a un lado y se acercó más a sus hijos. Sus manos arrugadas acariciaron una fotografía donde aparecían todos juntos en la playa, muchos veranos atrás. "Ese día," comenzó con voz suave, "tu padre insistió en que tomáramos esa foto aunque estaba lloviendo. Dijo que los mejores recuerdos son aquellos que no se planean." Bandit sintió que sus ojos se humedecían nuevamente. "Siempre decía cosas así, ¿verdad? Tenía una frase para cada ocasión." "A tal palo tal estilla," bromeó Radley, dando un codazo suave a su hermano. "Tú también tienes ese don con las palabras cuando juegas con las niñas." La mención de Bluey y Bingo trajo un momento de reflexión a la sala. Chilli apretó la mano de Bandit bajo la mesa, compartiendo en silencio su preocupación y su amor. "Mañana podríamos empezar con el plan," dijo Stripe, consultando su teléfono. "Puedo pasar después del trabajo para ayudarte a configurar las aplicaciones que mencionamos." Radley asintió. "Y yo hablaré con mi supervisor sobre ajustar mis turnos. La familia es primero." Cuando el reloj marcó las once, supieron que era momento de partir. Se levantaron lentamente, como si quisieran hacer durar cada segundo un poco más. Radley fue el primero en abrazar a Bandit, un abrazo fuerte y prolongado, muy diferente a sus habituales palmadas en la espalda. "Te quiero, hermano," murmuró, sin vergüenza por la emoción en su voz. Stripe se unió al abrazo, formando un círculo que pronto incluyó a Chilli. Nana los observaba desde su sillón, sus ojos brillantes con lágrimas contenidas y una sonrisa serena en su rostro. Cuando finalmente se separaron, Bandit y Chilli se dirigieron hacia la puerta. Pero antes de que pudieran salir, Nana se levantó con cierta dificultad de su asiento. Su figura cuadrada y frágil irradiaba una fortaleza interior que solo los años pueden otorgar. "Recuerden," dijo con suavidad, tomando las manos de ambos entre las suyas, "que el amor es más fuerte que cualquier olvido. Y mientras nos tengamos los unos a los otros, siempre habrá esperanza." Bandit abrazó a su madre una última vez, respirando el familiar aroma a lavanda que siempre la acompañaba.
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