ID de la obra: 591

Jardín de los Recuerdos Olvidados

Het
R
En progreso
0
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 160 páginas, 64.255 palabras, 10 capítulos
Descripción:
Notas:
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Capítulo 6

Ajustes de texto
Bandit ahora se sentía diferente. Hablar con su familia le había dado un breve alivio, el tipo de calma que solo se encuentra en el abrazo silencioso de quienes te conocen más allá de las palabras y cagadas. Sin embargo, el regreso del dolor había sido brutal, como una herida recién abierta, cuando sus hermanos le recordaron lo que él mismo había olvidado la muerte de su padre. ¿Cómo fue capas de olvidar algo tan importante? ¿No se suponía que se Alzheimer estaba en sus primeras etapas? Cada pregunta era como un puñal que se clavaba más profundo en su ya herida conciencia. El camino hacia la casa de Radley fue silencioso. Chilli estaba a su lado, sosteniendo el volante con una mano firme y su mano con la otra. Desde que salieron de ese hospital no había querido soltar su mano. "Vaya, no me ha querido soltar". Pensó Bandit, que a su vez, comenzó a recargarse en la hombros de su esposa. Chilli pesé a estar conduciendo no se opuso a dicho acción que podría crear una distracción la cual provocaría un accidente. Aunque para hacer sincero, a ella no le importaría morir si fuera con toda su familia. Reencontrarse con sus padres no sería mala idea. "Yo también te extraño papá." Pensó a dejar de apretar la mano de Bandit. No era el momento de morir. No si sus hijas la necesitaban. Al llegar a la casa de Radley, se encontraron con sus hijas dormidas, acurrucadas sobre el sofá. Tenían las mejillas ligeramente manchadas de maquillaje infantil, restos de la “estética” improvisada que Frisky les había montado. Habían jugado tanto que habían caído rendidas, y la imagen de sus pequeñas rostros inocentes, llenos de confianza y amor, casi le hizo llorar. Bandit las observó por unos largos segundos, preguntándose cuánto tiempo más podría recordar esas noches. La voz de Frisky, somnolienta pero curiosa, lo sacó de sus pensamientos. Se levantó del sillón, entrecerrando los ojos y tratando de enfocar mientras les lanzaba una mirada escrutadora. “Ahora sí me van a decir qué está pasando,” murmuró, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su voz. “Rad te lo dirá,” respondió Chilli con voz suave, dejando caer las palabras como un suspiro. “No tengo ni las fuerzas ni las palabras para decírtelo yo.” Frisky parpadeó, sorprendida. Ella y Chilli siempre compartían todo, incluso los secretos más pequeños, y Bandit sabía que su cuñada no esperaba tal evasiva. El solo hecho de que Chilli no quisiera decirle algo le dejó claro a Frisky que esto era más grave de lo que podía haber pensado. Bandit, observando la expresión de Frisky, sintió un nudo en el estómago. Radley no la tendría fácil. Era tan malo hablando que ni siquiera supo decirle a su esposa que se quería mudar. Frisky, sin más preguntas, los miró con una comprensión silenciosa. Miró a las niñas dormidas y luego a Bandit, dándole un leve asentimiento. "Saben que me voy a enterar tarde o temprano. Aunque me gustaría que fueran ustedes que me lo digieran, respetaré su decisión de no hacerlo." Dijo mientras se sentó y espero a que Radley llegará. Chilli abrazó a su amiga, lamentándose que no podía decirle en ese momento lo de Bandit. Bandit cargo a sus hijas del sofá para dirigirse hacia el auto. Y mientras salían de la casa con las niñas en brazos, Bandit sintió una mezcla extraña de miedo y compasión. Sabía que ahora su mayor reto estaba por llegar. Tendría que decirle a sus hijas que no las recordaría para cuando salieran de la universidad. Bandit abrió la puerta del auto y acomodó a cada niña en su asiento. Vaya, quería esas niñas con todo su corazón. "Espero que mi corazón mi corazón no olvide eso." Pensó Bandit al subir al asiento del volante. "Oh, Bandit, tú no vas a conducir. Recuerda que puedes olvidar el camion." Gritó Chilli, corriendo hacia el auto para que Bandit no conducieran. Bandit se dio un sape. "Ya me había olvidado de eso." Pensó de manera molesta. Apenas llevaba unos días con la noticia confirmada y ya odiaba el alzheimer con toda su fuerza. ¿Porque Dios lo había castigado de esa forma? ¿El diablo quería llevarse su alma y dejarle a su familia una carga? No sabía si seres del más allá estaban peleándose para mantener su cuerpo. Al retomar la conciencia se dirigió hacia el asiento de acompañante del auto. No le gustaba no poder manejar, pero no querían arriesgarse de que volviera a perder el auto. Los policías ya habían hecho mucho con buscarlo y volver a dárselo. El silencio en el auto durante el trayecto a casa era tenso. Chilli y Bandit sabían que era el momento de tener una conversación difícil con sus hijas, pero ninguno de los dos encontraba la manera adecuada de hacerlo. Y es que, ¿Cómo carajos le dices a la niñas que tienes Alzheimer? Con sus hermanos fue doloroso, pero fue fácil gracias a que ya eran adultos y sabían razonar y procesar la noticia. Las niñas, sin duda, iban a estar diciendo: ¿Por qué? ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? Y con preguntas típicas de niñas. "¿Te estas preguntando como decirles? Preguntó Chilli, manteniendo sus ojos en la carretera. Bandit salió de sus pensamientos, trataba de mantenerse activo. "No, se perfectamente como le vamos a decir." Respondió con seguridad de sus palabras. Esa noche, al llegar a la calma de su hogar, Chilli y Bandit se sentaron juntos en el sofá después de acostar a sus niñas. Bandit les había dado su beso de buenas noches. Solo por si se olvidaba le dio otro a cada niña. Sabían que al día siguiente les esperaba una conversación complicada, y cada palabra que deberían decir se sentía como una carga abrumadora. La realidad de lo que enfrentaban era más profunda y desafiante de lo que habían experimentado hasta entonces. "¿Cómo les explicamos sin que se asusten demasiado?" murmuró Bandit, observando el suelo donde la luz de la lámpara dibujaba sombras largas. Su voz revelaba frustración y un toque de miedo. No quería que las niñas sintieran temor, pero tampoco estaba dispuesto a mentirles. Chilli suspiró, y le tomó la mano con suavidad, dándole un apretón, tal como lo había hecho en los últimos días. "Tenemos que ser honestos, pero no necesitamos contarles cada detalle," respondió con calma, aunque sus ojos reflejaban la misma angustia que él sentía. "Podemos explicarles que papá tiene una condición que, a veces, le hace olvidar cosas... incluso cosas importantes. Que va a necesitar ayuda y paciencia, pero que siempre, siempre las va a amar." Bandit asintió, aunque dentro de sí sentía una inquietud que no lograba apaciguar. "¿Y si nos preguntan si se va a poner peor? ¿O qué pasará en unos años? Bluey es muy perspicaz, seguramente preguntará, y Bingo..." Su voz se quebró al imaginar la reacción de su hija menor, siempre tan empática, y sintió el temor crecer en su pecho. Percibiendo su preocupación, Chilli se inclinó hacia él y lo miró con infinita ternura. "Bandit, necesitan saber que siempre serán tus niñas, pase lo que pase. No tenemos que darles todas las respuestas de inmediato. Podemos responder a sus preguntas poco a poco, además no creo que vayan a preguntar cosas tan complicadas como la memoria." Suspirando, Bandit apoyó su cabeza en el hombro de Chilli, dejándose envolver por la calma que ella irradiaba. "Ojalá no tuvieran que pasar por esto," murmuró, sintiendo sus ojos arder por la presión de las lágrimas. Desde que recibió el diagnóstico, sentía como su lágrimas quedaban más secos que el desierto de atacama. Chilli acarició su pelo con delicadeza. "Sé que es difícil, pero ellas lo sabrán procesar." Tocando la mano de Bandit de nuevo. En ese momento se percató que había recibido otro apretón de manos. No se los había dejado de dar. Ni a esas horas de la noche. "Mi amor". Dijo Bandit, listo para sacarse la duda que había surgido durante esa tarde. "Me has estado apretado las manos todo el día, todos los días. ¿Por qué lo haces? Preguntó, mirando a su esposa con dudas. Chilli miró a Bandit con una expresión llena de ternura y tristeza. Sujetó su mano con firmeza y le respondió con voz suave. "Bandit, te he estado apretando la mano porque necesito sentirte cerca. Tengo tanto miedo de perderte como hace unos días. Si no fuera por los policías no regresas ese día. Además, es algo que hacemos las mujeres para cuidar a nuestros hijos. No creo que este mal que la haga con mi marido." Sus ojos se llenaron de lágrimas que comenzaron a deslizarse por sus mejillas. "No te dejaré solo en esto, amor mío. Mucho menos permitiré que te apartes de mi lado." Bandit sintió que su corazón se apretaba ante las palabras de Chilli. Entrelazó sus dedos con los de ella y la acercó más a su cuerpo, envolviéndola en un abrazo protector. "Gracias, mi vida. Gracias por estar conmigo en esto. Sé que no será fácil, pero contigo a mi lado lo será. Te amo, Chilli, y te juro que haré todo lo posible por recordarte, por recordar a nuestras hijas, por no olvidar los momentos que hemos vivido juntos." "Oye, te vas a poner así de romántico todos los días?" Preguntó Chilli, sonriendo mientras sentía el calor de Bandit. Bandit observó a su esposa, ofendido por ese comentario. "¿Cuándo no he sido romántico, Chilli? Chilli soltó una pequeña risa. "Oh. Ya sé me ofendió mi marido por una pequeña broma." "Oye, sabes que yo siempre he sido romántico. Aunque creó que si me ayudas a decirle a mi madre lo de mi Alzheimer te perdonaré." Chilli quedo paralizada. "Bandit." Susurró de forma preocupante. "Mañana me encargaré de eso." Finalmente, decidieron que era suficiente por un día. Agotados pero unidos, subieron las escaleras rumbo a su habitación. En silencio, dejando que la rutina trajera algo de paz a sus mentes, aunque la conversación que tendrían mañana seguía pesando en el aire. Se metieron bajo las sábanas, y Bandit sintió cómo el cansancio acumulado de los últimos días comenzaba a llevarlo al sueño. Chilli se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza en su pecho y escuchando el ritmo constante de su corazón. Y aunque no dijeron más palabras, ambos sabían que ese latido era lo suficiente para poder terminar la conversación. Con los ojos cerrados, Bandit sintió el calor de Chilli junto a él, y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió descansar de pensar de esos pequeños olvidos. Aunque el dolor y la incertidumbre seguían ahí, esa noche, abrazado a la mujer que amaba, supo que sería más fácil lo que llegaba el día de mañana. En la tranquilidad de la madrugada, mientras la casa permanecía en silencio, Bandit se dejó llevar por el sueño. Dormir para no recordar lo que estaba pasando. Irónicamente se olvidaría que tiene esa enfermedad por culpa de esa enfermedad. Radley había esperado hasta que el ambiente de su casa se calmara. Sabía que no podía evadirlo más; había prometido a Bandit y Chilli que hablaría con ella, pero aún no sabía cómo abordar el tema. Respirando hondo, se sentó a su lado en el sofá. Frisky levantó la mirada, percibiendo de inmediato la tensión en su esposo. Cerró el libro y lo dejó a un lado, inclinándose ligeramente hacia él. "¿Qué pasa, Rad? Llevas toda la noche dando vueltas como un perro nervioso," dijo, tratando de aligerar el ambiente con una sonrisa. Radley se pasó una mano por el cabello, algo que siempre hacía cuando estaba ansioso. "Es sobre Bandit," comenzó, mirando sus manos. No podía sostener su mirada. "Hay algo que necesitas saber." Frisky enderezó su postura, su sonrisa desapareciendo mientras la preocupación se apoderaba de su rostro. "¿Está bien? ¿Qué le pasó? ¿Es algo grave?" Su tono era firme, pero Radley podía escuchar el pánico latente en su voz. "Sí, o sea, está bien… físicamente," respondió Rad, tamborileando los dedos contra su muslo. "Pero no lo estará siempre. Los médicos le dieron un diagnóstico." Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas, pero al final las soltó de golpe. "Bandit tiene Alzheimer." El silencio que siguió fue pesado, casi opresivo. Frisky lo miró, como si no estuviera segura de haber escuchado correctamente. "¿Alzheimer?" repitió lentamente, sus ojos llenándose de incredulidad. "Radley, Bandit es joven. Eso… eso no tiene sentido." "Lo sé," respondió Radley, con voz tensa. "Eso mismo pensé. Pero no importa cuánto lo repitas, no cambia el hecho de que es verdad. Está en la etapa inicial, pero incluso ahora… se está notando. Hoy olvidó que papá murió." Sus palabras se quebraron al final, y tuvo que hacer una pausa para recomponerse. "Olvido la muerte de papá". Frisky llevó una mano a su boca, sus ojos comenzando a brillar con lágrimas. "Oh, Dios… Bandit," susurró, sintiendo el dolor como si fuera propio. Bandit era más que su cuñado; era un amigo, "¿Cómo está Chilli? ¿Las niñas saben?" Radley negó con la cabeza. "Chilli está siendo fuerte por él, pero puedes ver lo mucho que la está afectando. Y las niñas… aún no. Van a hablar con ellas mañana." Radley tragó con fuerza, luchando contra la emoción que se arremolinaba en su pecho. "Es una mierda, Frisk. No puedo imaginar a Bandit enfrentando esto, sabiendo que, algún día, podría no recordarnos." Frisky se inclinó hacia Radley, envolviendo sus manos con las suyas. "No estará solo. Podemos ayudarle con las niñas. Tal vez conseguir un trabajo para el si lo llegan a despedir. Vamos a estar aquí para él, para Chilli, para las niñas. Pase lo que pase." Radley asintió lentamente, pero sus hombros seguían tensos. "Sé que Bandit tiene una familia fuerte. Pero… tengo miedo, Frisk. ¿Y si no sabemos cómo manejarlo? ¿Y si no logramos ayudarlo como él necesita?" Frisky se acercó más, colocando una mano en su mejilla y obligándolo a mirarla. "Rad, Él confía en ti, en nosotros. No podemos cambiar su diagnóstico, pero podemos estar a su lado en cada paso. Eso es lo único que importa por el momento." Las lágrimas finalmente escaparon de los ojos de Radley, pero no apartó la mirada de su esposa. Frisky lo abrazó con fuerza, dejando que su propio dolor y preocupación se manifestaran también. Cuando el abrazo terminó, Radley habló de nuevo, su voz más firme esta vez. "Mañana iré a ver a mamá. Casi he visto a mi viejita linda." Frisky asintió. En la casa de Stripe las cosas tampoco eran fáciles. Y es que la noticia pego dura en la mente de Stripe. Stripe se mordió el labio mientras miraba a Trixie. La luz de la luna se filtraba por la ventana de la cocina, creando sombras sobre sus rostros. Sabía que lo que estaba a punto de decir cambiaría todo. "Trixie", comenzó, su voz temblorosa, "hay algo que necesitas saber sobre Bandit". Los ojos de Trixie se encontraron con los suyos, detectando inmediatamente la gravedad del momento. Ella dejó a un lado la taza de té que sostenía, presintiendo que lo que vendría no sería una conversación ligera. Stripe respiró profundamente. Las palabras se agolpaban en su garganta, difíciles de pronunciar. Los recuerdos de las últimas visitas a Bandit se arremolinaban en su mente como hojas arrastradas por un viento inexorable. "Está comenzando a olvidar", dijo finalmente. "No son solo los despistes normales. Es algo más serio". Al instante le dijo que Bandit tenía Alzheimer Trixie sintió que el mundo se detenía. Bandit, tan vivaz, tan lleno de energía, ¿cómo podía estar olvidando? "¿Qué quieres decir exactamente?", preguntó, su voz conteniendo una mezcla de miedo y esperanza. Stripe le contó sobre los episodios recientes. Momentos donde Bandit se perdía en medio de conversaciones, donde olvidaba eventos recientes, donde su memoria comenzaba a desmoronarse como un castillo de arena golpeado por las olas. "Chilli está devastada", agregó Stripe. "Pero intenta mantener la compostura por las niñas". Trixie cerró los ojos. Bluey y Bingo. Dos niñas pequeñas que merecían tener a su padre en pleno uso de sus facultades. Y no lo iban a tener por culpa de una maldita enfermedad. "No sé lo podemos decir ni a Muffin ni a Socks." Dijo Trixie, mirando a Stripe algo dolido. Stripe asintió lentamente, comprendiendo la preocupación de Trixie. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa de la cocina y enterrando su rostro en sus manos. "Lo sé," murmuró. "Pero, tarde o temprano, lo van a notar. Muffin es demasiado lista para no darse cuenta de que algo está mal con su tío Bandit." Trixie permaneció en silencio, dejando que el peso de la conversación se asentara entre ellos. La idea de que sus propias hijas pudieran enfrentar esta realidad tan pronto le dolía profundamente. "No sé cómo lidiar con esto," admitió Trixie finalmente, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. "Stripe, es tu hermano. ¿Cómo lo estás haciendo tú?" Stripe alzó la mirada hacia ella, y en sus ojos se reflejaba la lucha interna que llevaba días librando. "No estoy seguro de que lo esté haciendo," confesó con un susurro."Cada vez que noto que repite algo que ya dijo o que no recuerda algo importante, siento como si estuviera perdiendo a mi hermano un poco más." Trixie se acercó a Stripe, colocando una mano sobre la suya. "No lo estás perdiendo todavía," dijo con firmeza, como si intentara convencerse a sí misma tanto como a él. "Y mientras esté aquí, mientras aún pueda reírse con nosotras, debemos asegurarnos de que se sienta amado y apoyado. Eso es lo que importa." Stripe asintió, pero el dolor en su rostro no disminuyó del todo. "¿Y qué pasa cuando llegue el día en que no recuerde quién soy?" preguntó en voz baja. "¿Qué pasa cuando me mire y no sepa que soy su hermano?" Trixie no tenía una respuesta. La posibilidad era demasiado dolorosa de contemplar, pero sabía que debía ser sincera. "Cuando llegue ese día, Stripe, aún serás su hermano. Y él seguirá siendo Bandit, incluso si no puede recordarlo. Lo que importa es que nunca dejemos de estar allí para él." Stripe dejó escapar un suspiro tembloroso y asintió. "Tienes razón," murmuró, más para sí mismo que para ella. "No puedo centrarme en lo que perderemos. Necesito estar aquí para él ahora, mientras todavía lo tenemos." La oscuridad era espesa, como una niebla que lo envolvía todo. Bandit sentía que flotaba en un vacío donde los recuerdos se deslizaban entre sus dedos como arena mojada. Intentaba agarrarlos, pero se escurrían sin piedad. De repente, comenzó a ver rostros. Primero, los de sus hermanos. Sus rasgos se desvanecían, borrándose como si fueran dibujos hechos con tiza bajo una lluvia persistente. Sus nombres... ¿cuáles eran sus nombres? Recordaba haberlos conocido toda su vida, pero ahora eran solo siluetas borrosas, sin identidad. "¡No!" gritó Bandit en su sueño, sintiendo el pánico crecer en su pecho. Las imágenes cambiaron. Sus hijas, Bluey y Bingo, aparecieron frente a él. Pero sus rostros se transformaban constantemente, como si fueran múltiples fotografías superpuestas que cambiaban sin control. Sus sonrisas, sus ojos, sus voces... todo se fragmentaba. "Papá, ¿nos conoces?" reguntaban con voces que sonaban cada vez más lejanas. Bandit extendía sus manos, desesperado por tocarlas, por reconocerlas, pero sus dedos atravesaban sus cuerpos como si fueran fantasmas. No podía sentirlas, no podía recordarlas. La pesadilla avanzaba implacable. Chilli apareció, pero su rostro era un espejo sin reflection, sin rasgos. Solo una forma humana que le sonreía con una tristeza infinita. "¿Me recuerdas?" Susurraba ella. Bandit quería gritar que sí, que por supuesto la recordaba, que ella era su vida, su amor. Pero las palabras se ahogaban en su garganta. No podía pronunciar su nombre. No podía recordar su nombre. Las imágenes se multiplicaban, rostros sin nombres, nombres sin rostros. Voces que le resultaban familiares pero incomprensibles. Su propia identidad comenzaba a desmoronarse, como un edificio consumido por llamas invisibles. Una voz más fuerte que las otras emergió de la oscuridad. Era la voz del doctor que le dio el diagnóstico de Alzheimer. "Lo siento, Bandit. Tu memoria se desvanecerá gradualmente. Primero serán recuerdos pequeños, luego los más importantes. Al final, ni siquiera te reconocerás a ti mismo." Los recuerdos comenzaron a desaparecer como páginas arrancadas de un libro. Su infancia, su juventud, sus momentos más felices... todo se convertía en blanco, en un vacío absoluto. "No quiero olvidar", pensaba desesperado. "No quiero perderlos". Sus manos intentaban atrapar los recuerdos que se escapaban. Veía fragmentos de momentos que sabía que habían sido importantes: el día que conoció a Chilli, el nacimiento de sus hijas, las aventuras con sus hermanos. Pero eran como fotografías rotas, sin sentido, sin contexto. De pronto, se vio a sí mismo como un anciano en una residencia, mirando a una familia de desconocidos que decían ser sus seres queridos. Nadie le resultaba familiar. Ni siquiera su reflejo en el espejo. "¿Quién soy?" preguntaba con una voz que no reconocía. La oscuridad se hacía más densa, más asfixiante. Los rostros seguían transformándose, fundiéndose unos con otros, perdiendo toda nitidez. Un grito desgarrador emergió desde lo más profundo de su ser. Un grito de dolor, de miedo, de impotencia ante la pérdida inevitable. "¡No me olviden!" gritaba al vacío. Entonces, sintió una mano cálida tomando la suya. Una presencia reconfortante que cortaba la pesadilla como un rayo de luz atravesando nubes oscuras. "Bandit, despierta. Estoy aquí." La voz de Chilli lo sacudía suavemente. Sus ojos se abrieron de golpe, cubiertos de lágrimas. Estaba sudando, su respiración era agitada y entrecortada. La habitación estaba iluminada tenuemente por la luz que se filtraba por la ventana. Chilli lo miraba con preocupación, sosteniendo su mano exactamente igual que en su sueño. "¿Estás bien?" preguntó ella, acariciando su frente. Bandit la miró fijamente, reconociendo cada detalle de su rostro. Su esposa. Su amor. Su fuerza ante el Alzheimer. "Te recuerdo. Te recuerdo." Susurró, apretando su mano. Y en ese momento, más allá del miedo de la pesadilla, sintió una inmensa gratitud. Todavía podía recordar. Todavía estaba aquí. Todavía los conocía. La abrazó con fuerza, como si ese abrazo pudiera protegerlo de los olvidos que vendría. Chilli lo recibió en silencio, acariciando su espalda, transmitiéndole el mensaje más importante: no estaba solo. "¿Tuviste una pesadilla?" Preguntó Chilli, mientras se amarrada en el cuerpo de Bandit. Bandit se seco las pocas lágrimas que le quedaban. Tanto llorar había hecho que sus ojos quedarán secos. Solo Dios sabía dónde sacaba esas lágrimas para segur derramando. A ese punto la suficiente como para llenar toda la tina para bañarse. Le gustaba el agua salada del mar, no las de sus ojos. Recordó entonces el sueño. Era un laberinto de momentos perdidos. Veía a sus hijas, Bluey y Bingo, pero no podía tocarlas. Eran como fantasmas que se desvanecían cada vez que intentaba acercarse. Sus risas resonaban como ecos lejanos, y él, impotente, trataba de alcanzarlas. Chilli lo conocía bien. Sabía que necesitaba tiempo. Se levantó, preparó un té caliente y volvió con una taza humeante. "Cuéntame," dijo simplemente, sentándose a su lado. Bandit respiró profundo. Hablar era su mejor medicina. Contar era recordar, y recordar era existir. Algo así había leído en una página de Reddit para personas con Alzheimer. La luz de la mañana brillaba suavemente mientras el auto se detenía frente a la escuela. Bluey y Bingo saltaron emocionadas de sus asientos, sus mochilas casi tan grandes como ellas, rebotando contra sus espaldas con cada movimiento. Bandit se quedó un momento en el auto, mirando a través del espejo retrovisor cómo sus pequeñas corrían hacia la entrada. Esa escena cotidiana, tan simple y familiar, le llenaba el corazón de una calidez que, en ese momento, era tan reconfortante como dolorosa. "Nunca pensé que apreciaría hacer esto."Chilli bajó del auto primero, ayudando a Bingo con el cierre de su mochila, mientras Bluey hablaba rápidamente sobre un juego que quería jugar en el recreo. Bandit salió con un suspiro, esforzándose por mantener la compostura, pero el nudo en su garganta era difícil de ignorar. “¿Qué habrá de almorzar hoy?” preguntó Bluey con una gran sonrisa, girándose hacia ellos mientras ajustaba la correa de su mochila. Su mirada brillaba con entusiasmo, como si esa fuera la pregunta más importante del día. Chilli se inclinó hacia ella, sonriendo mientras acariciaba su cabello. “Eso será una sorpresa, cariño. Pero promete comer todo, ¿sí?” “¡Prometido!” respondió Bluey, alzando un dedo en el aire para enfatizarlo. Bingo, distraída por una hoja caída en el suelo, se giró rápidamente hacia su papá. “¿Podemos jugar algo después de la escuela, papá? Quizá escondidas." dijo con esa chispa en sus ojos. Bandit se agachó frente a ella, ajustando su bufanda para protegerla del aire frío. “Claro que sí, Bingo. Jugar contigo siempre lo voy a hacer,” le aseguró con una sonrisa, aunque su voz llevaba un leve temblor. ¿Cómo se había atorado su vocabulario? ¿Cuántas más de esos juegos le quedarían antes de que comenzara a olvidarlas? Las niñas se despidieron con abrazos rápidos pero llenos de amor. Bluey incluso le dio un beso en la mejilla antes de tirar de la mano de su hermana para que se apresurara. “¡Vamos, Bingo! No quiero llegar tarde a la fila,” dijo, apurándola hacia la entrada. Chilli y Bandit los observaron en silencio mientras desaparecían en el bullicio de otros niños y padres. Las mochilas de sus hijas rebotaban con cada paso, y el sonido de sus risas se desvaneció entre el ruido del patio escolar. Bandit permaneció en pie un momento más, sus manos en los bolsillos, con la mirada fija en la puerta que acababan de cruzar. Chilli, de pie a su lado, lo miró con preocupación y tomó su mano. Bluey se giró antes de entrar a la escuela y le envió un beso. Bandit lo recibió como si fuera un tesoro, grabándolo en su memoria con la intensidad de quien sabe que cada momento puede ser el último recuerdo claro. "Te amo, papá," gritó Bluey. "Te amo," respondió Bandit. “Ellas estarán bien,” dijo Chilli suavemente, tratando de reconfortarlo. "En la tarde les diremos todo para que puedan tener un día no nueve en la escuela hoy." Bandit apretó la mano de Chilli, pero no pudo apartar la mirada de la entrada. “Las amo tanto, Chilli,” murmuró finalmente, su voz apenas audible. Esta vez era Bandit quien apretaba la mano de Chilli. Ahora era el quien necesitaba ser guiado hacia bobo. “No sé qué haré el día que no pueda recordar eso. El día que no pueda recordar lo felices que se ven al correr juntas o lo emocionadas que están por algo tan simple como el almuerzo.” Chilli apretó su mano con más fuerza, girándose hacia él. “Eso nunca cambiará, Bandit. No importa lo que pase, siempre las amarás. Eso no necesita ser recordado. Está en ti, en lo que eres.” Bandit asintió lentamente, pero el nudo en su garganta no desapareció. Miró a su esposa, antes de volver a subir al auto. El motor rugió suavemente, pero el silencio dentro del vehículo era espeso mientras se alejaban de la escuela. Bluey ya adentro comenzó a reflexionar. "¿Porque papá no fue al trabajo?" Y es que la niña estaba analizando todo lo que estaba pasando los últimos días. Mientras Bluey caminaba por el pasillo de la escuela hacia su salón de clases, su mente empezó a divagar. Algo no se sentía del todo bien. Durante los últimos días, había notado pequeños cambios en sus papás, cosas que antes no estaban allí. Primero, estaba el hecho de que su papá había pasado más tiempo en casa de lo normal. Él siempre iba al trabajo por las mañanas, pero últimamente parecía estar allí cuando ella regresaba de la escuela. Aunque le encantaba pasar más tiempo con él, no podía ignorar cómo su mamá hablaba en voz baja con él cuando pensaban que ella y Bingo no escuchaban. ¿Por qué no iba a trabajar? ¿Estaba enfermo? En clase, mientras la maestra explicaba sobre los animales del bosque, Bluey apenas podía concentrarse. Su mente volvía a las escenas en casa. Recordó la noche en que su papá olvidó servirles agua en la cena, algo tan simple que nunca había hecho antes. En ese momento, todos rieron, y Bingo incluso hizo una broma sobre lo despistado que estaba. Pero su mamá no rió igual. La sonrisa de Chilli fue diferente, más pequeña, como si estuviera preocupada. Y luego estaba esa vez en el parque. Habían ido a jugar al escondite, y cuando fue el turno de su papá de buscarlas, tardó más de lo normal en encontrarlas, incluso cuando Bingo estaba justo detrás de un árbol fácil de ver. Bluey había asumido que solo estaba jugando, pero ahora no estaba tan segura. "¿Papá está bien?" pensó Bluey mientras miraba por la ventana de su salón de clases. El cielo azul parecía tan tranquilo, pero su mente estaba llena de preguntas. Durante el recreo, en lugar de correr con sus amigos como siempre, decidió sentarse en un rincón del patio, observando a los demás niños jugar. "¿Qué pasa, Bluey?" preguntó Chloe, sentándose a su lado. "No estás jugando hoy." Bluey dudó. Era difícil explicar lo que sentía, especialmente porque ni siquiera sabía exactamente qué estaba mal. "Es solo… que mi papá ha estado un poco raro últimamente," dijo finalmente. "No sé por qué." Chloe ladeó la cabeza, curiosa. "¿Raro cómo?" "Bueno, olvida cosas, como dónde deja las llaves. Y no ha ido a trabajar últimamente. Mamá siempre está hablando con él en voz baja, y no sé de qué hablan. Me hace sentir… como si algo malo estuviera pasando." Bluey miró a Chloe, esperando que su amiga tuviera una respuesta. Chloe pensó por un momento. "Tal vez solo está cansado," sugirió. "Mi papá a veces se queda en casa cuando necesita descansar. Pero si te preocupa, ¿por qué no le preguntas?" Bluey consideró la idea. Siempre había tenido una relación abierta con sus papás; podía preguntarles cualquier cosa. Pero algo le decía que si ellos no le habían explicado qué estaba pasando, tal vez era porque no querían que ella lo supiera. Y eso la asustaba más. Por la tarde, después de recogerlas y verlas correr a sus habitaciones, Chilli y Bandit decidieron que no podían posponer más la conversación. Prepararon un pequeño refrigerio. galletas, jugo de naranja, algo que hiciera la atmósfera un poco menos pesada. Las niñas se sentaron en la mesa, mirando a sus padres con curiosidad, como si supieran que algo importante estaba por suceder. “¿Papá, hicimos algo malo?” preguntó Bluey, ladeando la cabeza. “No, cielo,” respondió Bandit rápidamente, su voz un poco más temblorosa de lo que había planeado. “No han hecho nada malo. Pero hay algo de lo que mamá y yo necesitamos hablar con ustedes.” Bingo miró a sus padres con sus grandes ojos llenos de curiosidad, mientras mordía una galleta. “¿Es algo divertido o algo serio?” preguntó. Chilli respiró hondo y tomó la mano de Bandit bajo la mesa. “Es algo serio, cariño,” respondió con suavidad, haciendo una pausa para encontrar las palabras adecuadas. "Hugh, ahora con que lección nos van a salir ahora?" Preguntó Bingo, haciendo un pequeño puchero. "Es sobre papá. Él está bien ahora, pero… tiene una condición que se llama Alzheimer.” Chilli se estaba dando unos golpes mentales en la cabeza. Esa había sido la peor manera de decírselo a sus hijas. Las niñas intercambiaron miradas. Bluey frunció el ceño, claramente procesando lo que acababa de escuchar, mientras Bingo parecía esperar que le explicaran más. “¿Qué es eso?” preguntó Bingo con voz suave. El corazón de Bluey comenzó a latir más rápido. Miró a Bingo, quien parecía completamente despreocupada. Mientras caminaba hacia su padre, su mente seguía haciendo preguntas: "¿Qué va a decirnos papá? ¿Está enfermo? ¿Va a estar bien? ¿Qué es Alzheimer?" Bandit se inclinó un poco hacia adelante, mirándolas con ternura. Pensaba que Chilli ya había hecho mucho por intentarlo en ese momento. Ahora le tocaba actuar como el hombre de la casa. “Es una condición que afecta mi memoria,” explicó lentamente. “A veces me cuesta recordar cosas, como dónde dejé las llaves o qué día es. Pero, con el tiempo, puede hacer que me cueste recordar cosas más grandes… incluso nombres o momentos importantes.” La expresión de Bluey cambió, su curiosidad transformándose en preocupación. “¿Entonces vas a olvidarnos?” preguntó, su voz apenas un susurro. El corazón de Bandit se rompió al escuchar esas palabras, pero se obligó a mantenerse firme. “No, Bluey. Nunca dejaré de amarlas. Eso nunca cambiará, aunque mi memoria me juegue trucos. Siempre serán mis niñas, mis Bluey y Bingo, pase lo que pase.” Bingo, con lágrimas en los ojos, se levantó de su asiento y corrió a abrazar a su papá. “Te vamos a ayudar, papá. No te preocupes, no dejaremos que olvides nada.” Bluey, más seria pero igualmente afectada, asintió. “Podemos hacer cosas para ayudarte. Como poner notas o recordatorios. Podemos hacer dibujos de momentos importantes. Así siempre los tendrás.” Chilli, que había estado observando la escena con lágrimas en los ojos, intervino. “Eso sería maravilloso, niñas. Lo más importante es que estamos juntos en esto." Bandit abrazó a sus hijas con fuerza, sintiendo una mezcla de tristeza y orgullo. No habia sido tan difícil como pensó que sería. Hablar de una forma directa y sin rodeos fue la mejor decisión. Bluey y Bingo parecían estar tramando algo. Se susurraban al oído, intercambiaban miradas cómplices y escribían en un cuaderno que habían sacado de su habitación. "¿Qué están haciendo?" preguntó Chilli, Bluey levantó la vista con una sonrisa enigmática. "Es un secreto, mamá. Un plan súper importante para ayudar a papá." "¿Puedo saber que es?" preguntó Bandit, mirando a Bluey. "No, es un secreto," respondió Bluey, e inmediatamente salió de la sala y fue a su habitación. Durante la cena, el ambiente era diferente. Más cálido, más unido. Las miradas entre Chilli y Bandit transmitían una mezcla de preocupación y amor incondicional. "Papá," interrumpió Bluey de repente, "¿puedes contarnos una historia de cuando éramos más pequeñas?" Bandit dudó por un momento. Sabía que su memoria no siempre era confiable. "¿Qué tipo de historia quieres escuchar?" "Una que no se te haya olvidado." Bromeó Bingo. Chilli la fulmino con la mirada. Aunque decidió no decir nada por el momento. Bandit respiró profundo. Algunos recuerdos aún estaban claros. "¿Recuerdan cuando jugábamos al escondite en el Jardín?" Los ojos de las niñas brillaron. "¡Sí!" gritaron al unísono. La historia fluyó. Bandit describía cómo Bluey siempre encontraba los mejores escondites, y Bingo reía cuando recordaba sus propios intentos de esconderse. Después de terminar esa platica a Chilli se le había ocurrido una idea. Al ver la expresión de Bluey sabía que ella también pensó lo mismo. "Tenemos un plan," declaró Bluey con seriedad. "¿Un plan?" preguntó Bandit, alzando una ceja. "Quiero que vayamos a ese jardín donde tú y mamá tuvieron esa cita con la cigüeña." Bandit se puso rojo como tomate mientras Chilli escupía agua que estaba tomando. Bandit sintió un nudo en la garganta. Sus hijas, tan pequeñas, y ya habían hecho que se apenada por unas indirectas hacía Chilli. "¿Cigüeña?" tartamudeó Bandit, mirando a Chilli con pánico en los ojos. "¿De dónde sacaste esa idea?" "¡De la tía Trixie!" respondió Bingo alegremente. "Dijo que las cigüeñas traen a los bebés, y que tú y mamá tuvieron una cita con una para pedirnos." Chilli intentaba mantener la compostura, pero no pudo evitar soltar una risita. "Creo que tendremos que tener una conversación con la tía Trixie sobre las historias que cuenta." "¡Pero es verdad!" insistió Bluey. "Incluso dijo que papá se cayó del banco del jardín cuando la cigüeña llegó volando." Bandit se rascó la cabeza. "Bueno, técnicamente sí me caí de un banco en ese jardín, pero no había ninguna cigüeña involucrada..." "¡Lo ves!" exclamó Bingo triunfante. "¡Papá lo recuerda!" "Y también recuerdo," continuó Bandit, aprovechando el momento, "que ese día tu madre llevaba un vestido azul precioso y..." "¡Bandit!" interrumpió Chilli, sonrojándose. Las niñas empezaron a reír, y pronto toda la familia estaba compartiendo carcajadas. Era un momento precioso, donde las preocupaciones sobre el Alzheimer parecían distantes. "¿Entonces vamos al jardín?" insistió Bluey. "¿Qué les parece si mejor vamos al parque nuevo?" sugirió Chilli, intentando cambiar de tema. "¡No!" protestó Bingo. "Queremos ir donde la cigüeña. Podemos hacer un picnic y..." "Y tomar fotos," añadió Bluey rápidamente. "Para el libro de recuerdos de papá." Bandit miró a sus hijas con ternura. Incluso en sus ocurrencias más disparatadas, estaban pensando en ayudarlo. "¿Saben qué?" dijo finalmente.   ¿qué les parece si les cuento la verdadera historia de ese jardín?" "¿Sin cigüeñas?" preguntó Bingo, algo decepcionada. "Sin cigüeñas," confirmó Bandit, "pero con una historia mucho mejor. Verán, ese día tu madre y yo... vamos al sofá largo para que les cuente mejor." Dijo mientras se cambió del sofá donde estaba. Se acomodaron en el sofá. Bingo recostada sobre el regazo de su padre, Bluey acurrucada a su lado. Sus ojitos comenzaban a ponerse pesados mientras Bandit comenzaba una historia. Bandit comenzó a narrar como ese jardín se había hecho importante para el y Chilli. Las veces que fueron a una cita ahí. La magia que provocaban las rosas aledañas. Y el brillo que provocaba en los ojos estar ahí. Poco a poco, los ojos de Bingo se cerraban. Su respiración se hacía más pausada. Bluey luchaba por mantenerse despierta, pero el cansancio la vencía. "Te queremos, papá," murmuró Bingo entre bostezos. "Siempre te recordarnos," añadió Bluey, casi dormida sin poder decir bien lo que quería. Bandit las abrazó. Su memoria podría fallarle, pero su amor jamás. Al menos, no en ese momento. Esa noche, después de acostar a las niñas, Bandit y Chilli se acurrucaron juntos en la cama, exhaustos pero aliviados de haber dado ese difícil paso. Bandit miró al techo por un momento, dejando que la paz de la noche lo envolviera. “Lo hicieron bien,” dijo Chilli, rompiendo el silencio. “Nuestras niñas son increíbles. Van a estar bien.” Bandit sonrió, girándose hacia ella y acariciando su rostro. “Eso es porque tienen a la mejor mamá del mundo,” susurró, su voz llena de gratitud. “Gracias por todo, Chilli. No sé cómo lo habría hecho sin ti.” Chilli lo besó suavemente, descansando su cabeza sobre su pecho. “Siempre estaremos juntos, Bandit. Pase lo que pase, siempre.” El sueño los venció poco a poco, y por primera vez en mucho tiempo, Bandit sintió que el futuro, aunque incierto, sería más fácil de enfrentar con Chilli y sus hijas a su lado.
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