Capítulo 7
16 de agosto de 2025, 14:10
Bandit se despertó lentamente, la luz del sol filtrándose por las cortinas de la habitación. Parpadeó varias veces, tratando de enfocarse en los detalles familiares a su alrededor. El suave peso de Chilli aún recostada a su lado, el aroma a café que comenzaba a invadir la casa. Otra mañana. Otro día. Otro intento de seguir adelante, aunque a veces le costaba considerar su existencia como una verdadera vida.
Se levantó con cuidado para no despertar a Chilli, quien parecía necesitar esos minutos adicionales de descanso. Mientras caminaba hacia el baño, notó algo extraño. Sus pantuflas estaban en el lugar equivocado, al lado de la ventana. Frunció el ceño, intentando recordar por qué las había dejado ahí, pero su mente era un muro en blanco.
“Ya empezamos,” murmuró para sí mismo, con una mezcla de resignación y frustración.
En la cocina, Bluey y Bingo estaban sentadas en la mesa, todavía en pijamas. Bingo jugaba con un muñeco mientras Bluey hojeaba un libro de ilustraciones. Ambas levantaron la vista cuando vieron a Bandit entrar.
“¡Papá!” gritó Bingo, corriendo hacia él y abrazándolo con fuerza. “¿Dormiste bien?”
Bandit sonrió, abrazándola de vuelta. “Sí, cielo. ¿Y tú?”
“¡Súper bien! Yo y Bluey soñamos que éramos astronautas y fuimos a la luna,” dijo, soltándolo para volver a su silla.
"La burra por delante." Dijo Bluey.
"Pasa Bluey." Respondió Bingo.
"No Bingo, mr refería que primero debes el nombre del otro antes que el tuyo." Explicó Bluey. "Además, lo dijiste mal desde el principio, yo no soñé con lo mismo que tú."
Bandit se rió un poco. No iba a volver a poner ese programa del niño en el baril en su casa.
Bluey lo observaba con más detenimiento, sus ojos reflejando una mezcla de amor y preocupación. Desde que habían tenido esa conversación, se había vuelto más atenta a su padre, notando incluso los cambios más pequeños.
"Yo soñé que era doctora, y que descubría la cura del Alzheimer. Así me aseguro que nunca me olvides."
Bandit se quedó inmóvil. Eso llegó en su mente de forma inesperada. Además que gracias a ese compromiso se había acordado que tenía que tomarse sus pastillas para la memoria. Tenía que atrasar todo lo posible sus olvidos. Todavía había manera de pelear. Todo se acabaría cuando olvidara tomarse sus pastillas.
En ese momento agarro su celular para poner una alarma y así estar controlando su tiempo para las pastillas. Sin embargo, cuando iba a desbloquear la contraseña por alguna razón no se acordaba cuál era.
"Rayos, me olvide de la contraseña de mi celular." Refunfuñó Bandit, frustrado. Aunque prefirió ir primero a tomarse su pastilla antes de que también se olvidara de eso.
Se dirigió al cajón donde habían guardado las pastillas de memoria. Abrió la caja y rápidamente sacó el frasco que lo tenía. Con algo de fuerza prosiguió a abrir el frasco y luego sacar una pídula. Abrió la llave del la llave de agua y agarra un poco en su vaso. Se tomó la pastilla y luego tomó un gran trago de agua para que bajara por su garganta.
“Papá, ¿te acuerdas que hoy es la junta de mamás en la escuela?” preguntó.
Bandit se congeló por un segundo. Sabía que Chilli le había mencionado algo la noche anterior, pero no podía recordar los detalles. ¿Era hoy? ¿Y qué tenía que ver él con eso?
“Claro que sí,” respondió automáticamente, aunque el nerviosismo se filtró en su tono.
Bluey lo miró fijamente, pero no dijo nada más. Sabía que estaba haciendo un esfuerzo por no mostrar sus olvidos, y no quería hacerlo sentir mal.
Chilli entró en ese momento. Al ver a Bandit junto a la mesa, le sonrió y se acercó a darle un beso en la mejilla. “Buenos días, chicos. ¿Ya comieron algo?”
“Papá no se ha servido nada todavía,” dijo Bluey, señalando con la cabeza hacia la tostadora.
Chilli asintió y empezó a preparar el desayuno, pero mantuvo un ojo en Bandit. Notó la forma en que estaba mirando la cafetera como si no supiera qué hacer con ella.
“Amor, ¿quieres café?” preguntó con suavidad.
Bandit asintió lentamente, aliviado de que ella se ofreciera a prepararlo.
El desayuno transcurrió con cierta normalidad, aunque todos parecían ser conscientes de las pequeñas pausas de Bandit al hablar, como si estuviera buscando las palabras correctas o tratando de recordar detalles simples.
En un momento, Bingo dejó caer su cuchara al suelo, y Bandit automáticamente se agachó para recogerla. “Aquí tienes, cielo,” dijo, entregándosela.
“Gracias, papá. ¡Eres el mejor!”
Bluey, sin embargo, parecía estar observándolo con más atención. Cuando él volvió a sentarse, finalmente habló.
“Papá… ¿estás bien?”
La pregunta cayó en el aire como una pluma que se sentía mucho más pesada de lo que debería. Bandit se tomó un momento antes de responder, mirando primero a Chilli, quien le devolvió una mirada llena de apoyo.
“Estoy bien, Bluey,” dijo finalmente. “Solo… a veces me cuesta recordar algunas cosas, pero eso no significa que no quiera estar aquí para ustedes.”
Bluey se levantó de su silla y caminó hacia él, envolviendo sus pequeños brazos alrededor de su cuello. “Te vamos a ayudar, papá. Siempre. ¿Verdad, Bingo?”
Bingo se unió al abrazo con entusiasmo. “¡Sí! ¡Siempre podemos recordarte cosas! Como… ¡cómo hacer el mejor desayuno!"
Bandit soltó una risa suave, abrazándolas con fuerza. “Gracias, chicas. Ustedes son mi vida, ¿saben eso? Mi vida.”
Chilli observó la escena desde la cocina, sintiendo un nudo en la garganta. Era doloroso ver los efectos de la enfermedad en Bandit, pero al menos todo iba bien por el momento.
Al terminar de comer Chilli subió a las niñas al auto. Les abrocha el cinturón de seguridad y se sube al auto.
El auto rugió suavemente al encenderse, y Chilli ajustó los espejos antes de mirar hacia el asiento del copiloto, donde Bandit estaba sentado, su mirada perdida momentáneamente en el paisaje a través de la ventana.
En el asiento trasero, Bluey y Bingo charlaban animadamente sobre lo que harían en la escuela ese día, sus voces llenas de la despreocupada energía infantil que llenaba el auto de vida.
“¿Papá va a venir a la junta también?” preguntó Bingo de repente, mirando a Bandit a través del espejo retrovisor.
Bandit giró su cabeza hacia ella, sonriendo. “Claro que sí, Bingo.”
Chilli echó un vistazo de reojo a Bandit, pero no dijo nada. Sabía que él se estaba esforzando, y aunque no siempre recordaba los detalles, apreciaba que intentara mantenerse presente para las niñas.
El trayecto a la escuela fue tranquilo. Bluey, sin embargo, seguía lanzando pequeñas miradas hacia su papá, observando con detenimiento cómo se mantenía en silencio, algo poco habitual en él durante esos momentos.
Al llegar, Chilli estacionó frente a la escuela, y las niñas se desabrocharon rápidamente los cinturones, listas para salir. “¡Espérenme!” dijo Bandit, saliendo del auto para abrirles la puerta.
“Gracias, papá,” dijo Bluey con una sonrisa, y luego, como si fuera lo más natural del mundo. “No olvides dónde estacionamos, ¿de acuerdo?”
Bandit se quedó quieto por un momento, sorprendido por el comentario, pero luego sonrió y asintió. “No lo olvidaré, Bluey. Prometido.”
Chilli observó cómo las niñas corrían hacia la entrada, y cuando Bandit volvió al auto, lo miró con suavidad. “Lo estás haciendo bien, Bandit,” dijo en voz baja.
Bandit respiró hondo por un momento antes de que Chilli arrancara.
El día de clases transcurrió como cualquier otro para la mayoría de los estudiantes, con risas, juegos y el típico bullicio de niños. Pero para Bluey y Bingo, la jornada tenía un peso distinto. Aunque intentaban participar en las actividades y sonreír cuando era necesario, sus corazones estaban cargados de preocupación.
Y es que parecía un milagro ver a Bluey tranquila. Obviamente que todos notarían tal acto milagroso. Sobretodo sus compañeros de clases.
"¿No creen que Bluey esta comportándose diferente?" Preguntó Rusty, observando desde lejos a Bluey.
Coco pensativa observó a la Heeler azul. "No lo creo. Ya saben que a veces a ella le cuesta un poco cuando tiene un mal día. Tal vez solo está cansada. No todos los días son perfectos."
Jack estuvo a Bluey con curiosidad. El no podía creer que una niña como Bluey se había cansado. Ella tenía más energía que una batería Duracell. "Pero no parece solo cansada. Algo la tiene realmente preocupada. Mira cómo está sentada sola en la esquina. Normalmente, siempre está corriendo y saltando por todos lados."
Acercándose un poco más a la conversación Chloe intentó encontrar una explicación lógica. "Yo la vi antes que se escondiera ahí. No estaba jugando con nadie. Solo estaba mirando al cielo. Parece que está pensando en algo. Tal vez algo la está molestando."
"Yo también la noté. A veces, cuando algo no está bien, Bluey no lo dice, pero su rostro lo muestra. Como si hubiese sido castigada por algo malo que hizo." Sugirió Honey, pensando que ese podía ser la razon.
"¡Bluey nunca haría algo tan malo para llegara a eso!" Exclamó Mackenzie, negándose creer que eso podría ser una posibilidad. "Bluey es una una chica que no haría algo malo a su padre. Tiene que haber algo más."
Frotándose la cabeza, Winton comenzó a pensar en ideas sobre el humor tan bajo de Bluey. "Puede ser… ¡O tal vez simplemente está aburrida! A veces, cuando no tenemos algo divertido que hacer, nos sentimos tristes sin saber por qué. Como Indy cuando no está jugando con Rusty a..."
Winton no terminó de terminar su oración por se interrumpido por Indy. "¡Cállate Winton! La última vez que hiciste algo similar provocaste que la mitad del salón creyera que Mackenzie iba a casarse con Bluey. Así que ahora ni se te ocurra hablar si no quieres que entre en modo mamá y te de uno baja. Amenazó Indy seriamente, provocando que Winton retrocidiera el miedo.
Mackenzie también se había puesto serio, mirando a Bluey con atención. "Yo no creo que sea solo aburrimiento. Bluey siempre tiene una sonrisa para todos, incluso cuando está cansada. Si hoy no está sonriendo, es porque algo realmente la preocupa. Tal vez sea algo que no puede contarles a todos. Pero, ¿quién sabe? Si realmente queremos ayudarla, tenemos que ser buenos amigos y hablar con ella.
"Sí, tienes razón, Mackenzie. Todos deberíamos acercarnos a Bluey y preguntarle si quiere hablar. A veces, solo necesita saber que estamos ahí para ella. Dijo Coco, asintiendo la cabeza lentamente.
"Niños, les recuerdo que es de mala educación platicar en clases." Interrumpió la maestra Calypso.
Los niños pusieron atención a la maestra Calypso. Se les había olvidado que seguia en clases. La concentración que le habían puesto a su amiga azul había distraído a todos de sus clases.
La maestra Calypso observó a sus estudiantes con una mezcla de comprensión y preocupación. Aunque había llamado su atención por estar conversando, ella también había notado el cambio en Bluey durante toda la mañana.
Mientras explicaba la lección sobre cómo multiplicar la tabla del 4, no pudo evitar notar cómo la pequeña Heeler azul garabateaba distraídamente en su cuaderno, algo completamente inusual en ella.
"Bluey," llamó suavemente Calypso, "¿podrías decirnos qué sucede cuando el agua se calienta en los océanos?"
Bluey levantó la vista, sorprendida. "Oh... um... ¿se evapora?"
"Correcto," sonrió Calypso, "Pero ahorita estamos en la clase de matemáticas. Así que esto confirma que estás distraída y no estás prestando atención a mi clase. ¿Hay algo que quieras compartir con la clase?"
Los ojos de todos los estudiantes se posaron en Bluey, quien se hundió un poco más en su asiento. "No, maestra Calypso. Estoy bien."
Calypso intercambió miradas con algunos de los otros estudiantes, especialmente con Mackenzie y Coco, quienes parecían particularmente preocupados. Decidió cambiar de estrategia.
"¿Qué les parece si hacemos una actividad diferente?" propuso, alejándose del pizarrón. "Vamos a formar un círculo y cada uno compartirá algo que le preocupa."
Tal vez podía ser una de las cosas más sucias que haya hecho en su carrera de maestra. Sin embargo, algo dentro de su corazón me decía que algo andaba mal. Tenía que ayudar a Bluey. Era uno de los pocos niños que les había dado clases por tres años consecutivos. Les importaba tanto su formación académica como su actitud psicológica.
Los niños movieron sus sillas formando un círculo. Bluey lo hizo con desgana, sentándose entre Chloe y Jack.
"Yo empiezo," se ofreció Rusty. "A veces me preocupa que mi papá esté lejos en el ejército. Desde que vi ese video sobre nuestra guerra contra esa ave me ha dado miedo pensar que mi padre no vuelva." Dijo Rusty, mientras su voz calmanda se iba tornando a uno más triste.
"Eso fue un inicio demasiado oscuro para esa actividad." Pensó Calypso, pero comenzó a ver quién más quería desahogarse. "Eso debe ser difícil para ti, Rusty" comentó Calypso con gentileza. "¿Alguien más?"
"Yo me preocupo cuando mi mamá está enferma," compartió Honey.
Uno a uno, los niños fueron compartiendo sus preocupaciones. Cada uno tenía una historia diferente que contar. Era muy diferente las historias tristes que contaban algunos niños sobre enfermedades de su familiares o las de otros que solo se pusieron a llorar porque no les había llegado el regalo que querían para Navidad.
Todo iba bien hasta que llegaron a ver a Bluey. Ella había sido la razón por la cual se había hecho esta actividad desde el principio. Calypso ahora pensaba que iba a tener la oportunidad perfecta para saber qué le sucedía.
"¿Y tú Bluey? ¿Hay algo importante que nos quieras contar?" Preguntón con una voz angelical Calypso.
Bluey comenzó a tartamudea mientras pensaba así era buena idea decirlo o no. "Yo... yo..." comenzó Bluey, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. "No puedo decirlo."
"Está bien, Bluey," intervino Calypso con dulzura. "No tienes que decirlo si no quieres. Pero recuerda que todos aquí somos tus amigos."
Chole la abrazó. "Dicen que un abrazo puede hacer que las personas dejen de llorar." Dijo mientras abrazaba al Heeler azul. Al instante Rusty también se unió al abrazo de las dos. Mackenzie, Coco, Indy y todo lo demás se unieron al abrazo.
Calypso observó la escena con gran felicidad." Al menos sé que el futuro de este país está asegurado con grandes corazones." Pensó mientras guardaba sus cosas
Bluey miró a sus amigos, conmovida por sus palabras, pero aún incapaz de compartir lo que la atormentaba. Cómo explicarles que su papá, estaba olvidando cosas.
De repente, un sonido nuevo y melodioso interrumpió el momento. Era un tintineo suave pero claro que resonó por toda la escuela.
"¡Oh!" exclamó Calypso con una sonrisa. "Esa debe ser nuestra nueva campana. La instalaron esta mañana. ¿No es bonita? Suena como campanillas de viento."
Los niños se quedaron escuchando, fascinados por el nuevo sonido que marcaba el inicio del recreo. Era muy diferente al antiguo timbre estridente que solían tener.
Mientras tanto, en otra parte de la escuela, Bingo estaba con Lila en un rincón del saló, donde siempre estaba jugando mientras la maestra no estaba en el salón. Pero ese día, Bingo no parecía interesada en nada de eso. Mucho menos en estar en clases
Lila lo notó de inmediato. “¿Estás bien, Bingo? Estás muy callada.”
Bingo levantó la vista, sus ojos grandes reflejando una tristeza que Lila no había visto antes. “Mi papá está enfermo,” dijo en voz baja, como si todavía le costara procesar esas palabras.
"¿Y qué tiene?" Preguntó Lila.
Bingo la miró en los ojos. "Mi papá tiene Alzheimer."
Lila ladeó la cabeza. “¿Qué es eso?”
Bingo se tomó un momento, jugando nerviosamente con una ramita en sus manos. “Es algo que hace que se olvide de las cosas… cosas importantes. Mi mamá dice que es una enfermedad, y que tenemos que ayudarlo mucho. Pero…” Su voz se quebró un poco. “¿Y si se olvida de mí, Lila?”
Lila, siempre queriendo consolar, le dio un abrazo rápido. “¡Eso no va a pasar! Tú eres su hija, Bingo. Seguro siempre te recordará.”
Bingo sonrió débilmente, pero aún parecía preocupada. Entonces, Lila recordó algo que había escuchado en casa. “Mi abuelito tuvo Alzheimer,” comenzó, tratando de sonar optimista. “Al principio se olvidaba de pequeñas cosas… pero un día…” Su voz bajó, y sus palabras salieron con una crudeza inesperada. “No reconocía a nadie. Ni siquiera a mi mamá. ¿Y si eso le pasa a tu papá?”
Bingo se quedó completamente inmóvil, sus ojos llenándose de terror al imaginar ese escenario. En su mente, empezó a visualizar a Bandit mirándola como a una extraña, sin saber quién era ella ni recordar los momentos que habían compartido. La idea era demasiado abrumadora.
“No… no… no quiero que eso pase,” murmuró, comenzando a hiperventilar. “No quiero que mi papá se olvide de mí. ¿Y si me mira y no sabe mi nombre? ¿Y si me llama de otra manera?”
Lila, dándose cuenta de que sus palabras habían asustado a Bingo, trató de calmarla. “¡No, no, no! No quise decir eso, Bingo. Estoy segura de que tu papá siempre te va a recordar. Lo dije mal.”
Pero el daño ya estaba hecho. Bingo, con lágrimas en los ojos, murmuraba cosas para sí misma, imaginando todos los peores escenarios posibles.
“Lila, ¿qué hago si un día se olvida de mi? ¿O de cómo me gusta que me lea cuentos antes de dormir? ¿Y si un día me llama como a Bluey y no sabe quién soy?”
Lila se sintió culpable y volvió a abrazarla con fuerza. “Perdón, Bingo. No quise asustarte. Eso no va a pasar. Tú eres muy especial para tu papá. Estoy segura de que siempre te llevará en su corazón.”
Aunque las palabras de Lila eran dulces, Bingo no podía sacudirse el miedo que se había instalado en su pecho.
Lila, por su parte, prometió en silencio no volver a mencionar lo que había oído. Por ahora, solo quería asegurarse de que Bingo sintiera que no estaba sola en su miedo. Aunque fueran niñas, Lila sabía que a veces, estar ahí para alguien era lo único que podías hacer.
"Sabes que no te quise hacer llorar, lo sabes." Dijo Lila, mientras acariciaba la cabeza de Bingo.
"Si, lo se." Respondió la Heeler rojiza con un suspiro tembloroso. “Gracias por estar aquí, Lila. A veces solo necesito que alguien me escuche. Aunque ahorita prefiero que no me digas la verdad."
Lila sonrió con ternura, sintiendo que su corazón se llenaba de calidez. “Siempre estaré aquí, Bingo. Y si alguna vez necesitas hablar o simplemente quieres jugar para distraerte, solo dímelo. Somos mejores amigas después de todo."
Bingo soltó una risita, y poco a poco su tristeza se fue desvaneciendo, como si el sol hubiera comenzado a brillar nuevamente en su corazón. “¡Me gusta escuchar eso!"
“¡Exacto! Y podemos incluir un lugar para hacer picnics con galletas y jugo,” añadió Lila emocionada.
Mientras las dos amigas planeaban su campamento, el timbre sonó repentinamente, resonando en toda la escuela y sacándolas de su burbuja de fantasía. El sonido era como una campana mágica que anunciaba la llegada del recreo.
“¡Es hora de salir!” gritó Lila, saltando de su asiento y tirando de la mano de Bingo. “Vamos a buscar el mejor escondite del mundo. Así nadie verá que estuviste llorando."
Bingo se levantó rápidamente, sintiendo cómo la emoción reemplazaba la tristeza que había sentido antes. Juntas, corrieron hacia la puerta del salón, riendo y empujándose suavemente mientras se abrían paso entre sus compañeros.
Al salir al patio, el aire fresco las envolvió, y el bullicio de los otros niños llenó el ambiente. Bingo miró a su alrededor y sintió cómo su corazón latía más rápido por la emoción del momento. Se sentía ligera, como si las preocupaciones se hubieran desvanecido en el aire.
“¡Mira! Allí esta el árbol grande,” señaló Lila con entusiasmo. “Podemos escondernos detrás de él y hacer nuestro tiempo a solas.”
“¡Sí! ¡Vamos!” respondió Bingo, corriendo hacia el árbol con Lila a su lado.
El recreo había iniciado para los niños de la primaria de Glasshouse. Rusty, Coco, Jack y los demás comenzaron a organizar un juego de atrapar. La risa y el bullicio llenaron el aire, pero Bluey se sintió un poco fuera de lugar. Se quedó al margen, observando cómo sus amigos corrían y jugaban.
"¡Yo las traigo!" gritó Rusty, corriendo detrás de Coco mientras ella soltaba un chillido de emoción.
"¡No me vas a atrapar!" respondió Coco entre risas, esquivando ágilmente a Jack que intentaba bloquearle el paso.
"¡Cuidado con los más pequeños!" advirtió Calypso desde su lugar de vigilancia, sonriendo al ver el entusiasmo de los niños.
Honey y Chloe formaron un equipo, corriendo juntas y protegiéndose mutuamente de ser atrapadas. Indy saltaba de un lado a otro. Y los qué más buscando un lugar donde esconderse.
Winton, algo agitado, se detuvo un momento para recuperar el aliento. "¡Esto es más difícil de lo que pensé!" Sin duda eso le había pasado por no comerse sus frutas y verduras para crecer.
Pero Bluey permaneció apartada, sentada en un banco cercano. Sus ojos seguían los movimientos de sus amigos, pero su mente parecía estar en otro lugar. Sus manos jugaban distraídamente con el dobladillo de su vestido, y de vez en cuando soltaba un pequeño suspiro.
Mackenzie, que había estado pendiente de ella durante todo el juego, notó su ausencia en la diversión. Después de esquivar un último intento de Rusty por atraparlo, se separó del grupo y se acercó a donde estaba Bluey.
"¿Quieres jugar, Bluey? No tienes que quedarte sola," dijo Mackenzie con voz suave, extendiendo su mano hacia ella en una invitación silenciosa.
Bluey miró a Mackenzie y luego a sus amigos. "No sé... no tengo ganas de jugar ahora," respondió con un susurro.
"¿Estás bien?" preguntó Mackenzie, notando que su amiga parecía más callada de lo habitual.
"Sí, sí, sí... ¿es que no lo ves? Estoy bien, Mackenzie. Simplemente me entró basura en el ojo." Contestó Bluey, tratando de limpiarse las lágrimas con sus manos.
"A mi no me engañas. Durante toda la clase estuviste muy distraída y distante. Hasta la maestra Calypso lo notó. Sino no hubiera hecho ese juego para tratar de hacerte soltar la sopa." Menciono Mackenzie, acercándose a la Heeler azul.
Bluey miró a Mackenzie por un momento, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.
Ya no quería llorar. Ya no. Sentía que su corazón se apretaba un poquito más. Ya no podía guardar silencio.
"Es mi papá," susurró finalmente, sentándose en un rincón del patio. Mackenzie se sentó a su lado, esperando pacientemente. "Tiene algo llamado Alzheimer. Hace que... que se olvide de las cosas."
Mackenzie ladeó la cabeza, tratando de entender. "¿Como cuando yo olvido hacer mi tarea?"
"No," Bluey negó suavemente. "Es diferente. A veces olvida dónde puso sus llaves, o la contraseña de su teléfono. Esta mañana no recordaba dónde había dejado sus pantuflas." Su voz se quebró un poco. "Y mamá dice que... que con el tiempo podría olvidar más cosas."
Mackenzie se quedó callado por un momento, procesando lo que Bluey le decía. "¿Y eso te asusta?"
Bluey asintió, una lágrima escapando por su mejilla. "Tengo miedo de que un día se olvide de jugar conmigo. O de nuestros juegos favoritos. O..." su voz se volvió muy pequeña, "de mí."
Sin pensarlo dos veces, Mackenzie tomó la mano de Bluey y la apretó suavemente. "Eso no va a pasar, Bluey. Eres su hija favorita. Sin ofender a Bingo."
"No seas así con Bingo." Refunfuñó la Heeler azul.
Bueno, entonces eres una de sus dos hijas favoritas," corrigió Mackenzie, haciendo que Bluey soltara una risita.
"Al menos no iristes mis sentimientos. Eso dolería mucho." Respondió Bluey, componiéndose un poco de su tristeza.
"¿Le duele al señor Bandit?", preguntó Mackenzie, genuinamente preocupada.
"No sé si le duele en el cuerpo", respondió Bluey. "Pero se ve triste cuando se da cuenta de que no recuerda algo importante."
Mackenzie pensó un momento. "¿Y no hay manera de ayudarlo a recordar?"
Los ojos de Bluey se iluminaron un poco. Esa era una pregunta que le daba esperanza. "¿Tú crees que podemos ayudarlo?"
"Claro", dijo Mackenzie con entusiasmo. "Mi abuela siempre dice que hay cosas que pueden ayudar.""¿Como qué cosas?" preguntó Bluey, inclinándose hacia Mackenzie, con un atisbo de curiosidad en su voz.
"Bueno..." Mackenzie pensó por un momento, rascándose la cabeza con su pata. "Mi abuela siempre dice que lo mejor que puedes hacer por alguien que se siente así es hacerlo reír. Dice que las risas son más fuertes que cualquier cosa mala."
Bluey frunció el ceño, reflexionando. "¿Crees que la risa puede ayudar a mi papá a no olvidar?"
"Tal vez no a todo," respondió Mackenzie con sinceridad, "pero creo que si haces que alguien pase un buen rato, no importa lo que olvide, siempre se sentirá feliz contigo. Y eso es lo que importa, ¿no?"
Bluey asintió lentamente, dejando que las palabras de Mackenzie calaran en su corazón. Se permitió sonreír un poco. "Eso tiene sentido... Creo."
"Además," continuó Mackenzie, dándole un leve empujón en el brazo, "tú haces reír a todos. Especialmente a mí. ¿Recuerdas aquella vez que fingiste ser una momia con papel de baño en la biblioteca? Aún no puedo pasar por ahí sin orinarme de la risa."
Bluey dejó escapar una pequeña carcajada, su tristeza disipándose por un momento. "¡Fue tu idea esconderte en el carrito de libros!"
"Y fue tu idea decirle a la bibliotecaria que era un proyecto escolar," respondió Mackenzie, ahora riendo con ella.
Los dos se quedaron un momento en silencio, la risa calmándose poco a poco hasta que lo único que quedó fue el sonido de los niños jugando a lo lejos. Mackenzie miró a Bluey con una sonrisa sincera y dijo: "Tu papá es afortunado de tenerte como hija. Y yo también soy afortunado de tenerte como amiga."
Antes de que Bluey pudiera responder, Mackenzie la abrazó. No fue un abrazo rápido ni incómodo, sino uno firme y lleno de calidez, como si quisiera asegurarse de que Bluey sintiera cuánto le importaba. Bluey se permitió hundirse en el abrazo, dejando que las lágrimas que aún estaban en su pecho se transformaran en un alivio silencioso.
"Gracias, Mackenzie," murmuró contra su hombro. "Eres el mejor amigo del mundo."
"No tienes que agradecerme," dijo él suavemente. "Para eso están los amigos."
Antes de que pudieran separarse, un grito interrumpió el momento. "¡Ahí están! ¡Dejen de ser aburridos y vengan a jugar!"
Era Rusty, seguido por Coco, Jack y Honey, quienes corrían hacia ellos con sonrisas amplias. "¡Mackenzie, te toca atrapar ahora!" gritó Coco mientras se escondía detrás de un arbusto.
"Ahora no amigos, Bluey no está de humor de jugar. Y por eso creo que yo también me quedaré aquí." Respondió el Border-Collie, soltando a Bluey.
Rusty se detuvo en seco, frunciendo el ceño mientras miraba a Mackenzie y luego a Bluey. “¿No estás de humor para jugar? ¿Tú, Bluey? Eso sí que es raro. De hecho, hoy has estado rara."
Bluey bajó la mirada, evitando el contacto visual. “Solo estoy cansada, Rusty,” respondió en voz baja, sin mucho ánimo.
Coco, que había salido de su escondite al escuchar la conversación, inclinó la cabeza con curiosidad. “¿Cansada? ¿De qué? Si no hemos hecho nada difícil en todo el día.”
“Coco,” susurró Jack, dándole un pequeño empujón en el brazo. “Déjala tranquila.”
Honey, que también se acercó al grupo, observó a Bluey con sus ojos llenos de dulzura. “Bluey, si no quieres jugar, está bien. Podemos sentarnos aquí contigo. No tienes que decir nada.”
“¿Sentarnos aquí?” repitió Rusty, cruzándose de brazos. “¿Eso no arruina el juego?”
“Rusty,” lo regañó Coco, dándole una mirada severa. “A veces los amigos necesitan otra cosa. No todo tiene que ser un juego.”
Rusty bufó, pero se sentó con ellos de todos modos, dejando claro que, aunque no entendía del todo lo que estaba pasando, iba a quedarse con sus amigos. “Bueno, está bien. Pero si alguien viene por mí, no me atraparon. Solo quiero que conste.”
Bluey alzó la vista, mirando a todos sus amigos que, sin dudarlo, habían decidido quedarse a su lado en lugar de seguir jugando. Incluso Mackenzie seguía a su lado, dándole un pequeño codazo para animarla. Ya estaba considerando lo de decirles lo de su papá.
“Gracias, chicos,” dijo Bluey después de un momento de silencio. Su voz temblaba un poco, pero había un toque de gratitud en ella. “No tienen que quedarse aquí solo porque yo no quiero jugar.”
“Claro que sí,” respondió Mackenzie, sonriendo. “Porque eso es lo que hacen los amigos.”
Coco asintió con entusiasmo. “Y si no quieres jugar, podemos hablar de cualquier cosa. O solo mirar las nubes. ¿Qué dices?”
Bluey finalmente sonrió, sintiendo cómo un poco de la carga en su pecho se aligeraba. “Podemos mirar las nubes. Eso suena bien.”
El grupo se recostó en el césped, observando cómo las nubes blancas se deslizaban lentamente por el cielo azul. De vez en cuando, alguien señalaba una nube con forma extraña, y todos reían o debatían sobre qué se parecía más.
“Esa parece un conejo,” dijo Jack, señalando una nube alargada.
“¡No, parece un dinosaurio!” corrigió Rusty, claramente emocionado.
“Es un barco pirata,” murmuró Mackenzie, sonriendo mientras miraba a Bluey.
“Es solo una nube,” respondió Honey con una pequeña risa.
Bluey, tumbada entre sus amigos, sintió que la calidez de su compañía le devolvía algo de la alegría que había perdido. "Chicos, tengo que decirles que paso hoy.'
Los demás se giraron para mirar a Bluey, sus rostros llenos de curiosidad. Habían estado tan concentrados en señalar formas en las nubes que no se habían dado cuenta del cambio en el tono de su voz. Mackenzie, que estaba tumbado a su lado, le dio un leve empujón en el hombro.
“¿Qué pasa, Bluey?” preguntó suavemente, dándole espacio para que hablara si quería.
Bluey respiró hondo, sus ojos clavados en una nube que parecía desmoronarse con el viento.
“Es sobre mi papá,” comenzó, su voz temblando ligeramente. “Él tiene algo llamado Alzheimer.”
Por un momento, el grupo se quedó en silencio. Ninguno de ellos sabía exactamente qué significaba eso, pero la forma en que Bluey lo dijo les dejó claro que no era algo bueno.
“¿Qué es eso?” preguntó Jack, inclinando la cabeza con confusión.
“Es una enfermedad,” explicó Bluey, sintiendo un nudo en la garganta mientras las palabras salían de su boca. “Hace que olvide cosas… cosas importantes. Y mamá dice que podría empeorar con el tiempo.”
Rusty frunció el ceño. “¿Se olvidará de ti?”
Esa pregunta golpeó a Bluey como una bofetada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo mientras apretaba los puños. “No lo sé,” respondió en voz baja. “Eso es lo que más me asusta.”
“Sí, lo hará” intervino Honey, acercándose a Bluey. "Mi papá conocía a alguien que tuvo esa enfermedad. Hasta donde se sabe se murió sin recordar a sus hijos ni a su esposa."
Las palabras de Honey cayeron como un balde de agua fría sobre Bluey. Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente y se levantó de golpe.
"¡No digas eso!" gritó, su voz temblando. "¡Mi papá no es como esa persona! ¡Él no va a olvidar todo!"
Mackenzie se puso de pie, colocándose entre Honey y Bluey. "Honey, eso no ayuda..."
"Pero es verdad," insistió Honey, sin darse cuenta del daño que estaban causando sus palabras. "Mi mamá dice que es una enfermedad que empeora y..."
"¡CÁLLATE!" gritó Bluey, las lágrimas corriendo por sus mejillas. "¡No quiero escucharte!"
Calypso, que había notado el alboroto, se acercó rápidamente. "¿Qué está pasando aquí?"
Honey, dándose cuenta tarde de lo que había provocado, comenzó a sollozar también. "Lo siento, Bluey. No quería hacerte sentir mal..."
Bluey se alejó corriendo, ignorando los llamados de Calypso y Mackenzie. Se escondió detrás de un arbusto, donde finalmente dejó salir todo el miedo y la tristeza que había estado conteniendo.
No quería recordar las palabras de Honey. Esas malditas palabras. Ni siquiera se lo podia sacar de la cabeza. El nombre de esa enfermedad ya le estaba afectando a ella. Y lo peor de todo es que apenas era el principio.
Sintió una mano en su hombro. Era Honey, con los ojos rojos de tanto llorar.
"Perdón, Bluey," susurró. "No pensé antes de hablar. Cada persona es diferente y... tu papá es bueno recordando cosas."
Bluey la miró por un momento antes de asentir lentamente. "Está bien, Honey. Sé que no querías lastimarme."
Las dos se abrazaron, simplemente para dejar salir esa espina, clavo o lo que sea que se podia poner en su amistad.
Honey la soltó lo suficiente como para mirarla a los ojos, con lágrimas aún acumulándose en los suyos. "No quería que te sintieras así, Bluey. Solo... solo quería ayudar, pero soy terrible con las palabras."
"Lo sé, ya no me lo tienes que estar repitiendo" respondió Bluey, dándole una pequeña sonrisa que no llegaba a borrar del todo la tristeza en su rostro. "Sé que no fue tu intención."
Antes de que Honey pudiera decir algo más, se escucharon pasos apresurados acercándose. Era Mackenzie, quien parecía haber corrido por todo el patio para alcanzarlas. Respiraba con dificultad, pero la preocupación en su rostro era evidente.
"¡Bluey!" exclamó mientras se detenía frente a ellas. Sin decir nada más, se inclinó y la abrazó con fuerza.
Bluey parpadeó, sorprendida por su reacción, pero pronto sintió una nueva oleada de alivio al devolverle el abrazo.
"No importa," dijo Mackenzie, separándose lo suficiente para mirarla. "Solo... no vuelvas a alejarte sin decir nada. Estamos aquí para ti, ¿sabes? No tienes que guardártelo todo."
"¿Eso lo viste en la novela de la tarde?" Preguntó Honey, solo para confirmar si iba a poder hablar sobre esa novela con alguien de Glasshouse.
"No creo que eso importe mucho ahorita." Respondió Mackenzie, un poco nervioso porque ahora el salón sabrían que ve novelas.
Bluey se quedó mirando a sus dos amigos, sus ojos brillando de gratitud. "Gracias," repitió, esta vez con una voz un poco más firme.
"¿Quieres volver con los demás?" preguntó Mackenzie, ladeando la cabeza.
Bluey respiró hondo, secándose las últimas lágrimas. "No todavía. ¿Podemos quedarnos aquí un rato más?"
"Claro que sí," respondió Mackenzie, dejándose caer junto a ella en el suelo. "Tenemos todo el recreo."
El timbre sonó, anunciando el fin del recreo, pero por primera vez en todo el día, Bluey no se sentía triste.
"Vaya, paso muy rápido la hora del recreo." Menciono Mackenzie.
"Sí, Qué lástima que hoy no lo pude disfrutar." Dijo Bluey, decepcionada por no jugar con sus amigos.
"Será para mañana, ahorita debemos regresar a clases." Respondió Honey, comenzando a caminar hacia la la escuela
Bluey sonriójunto con Mackenzie mientras se dirigían a clases. "Solo espero que Bingo no haya tenido tanto problemas como yo hoy.