Capítulo 9: Tenemos novedades
8 de noviembre de 2025, 5:03
CAP 9: Tenemos novedades
La carta había sido colocada esa misma mañana. Nadie dijo en voz alta dónde ni cuándo, pero los Merodeadores sabían cómo mover las piezas sin ser vistos.
Kate, Lily, Alice y Fabián estaban sentados en una mesa discreta del ala norte de la biblioteca. La carpeta con deberes de Historia de la Magia era solo una excusa. A su alrededor, todo parecía normal: estudiantes leyendo, susurros entre estanterías, el murmullo suave del paso de las páginas.
Sirius entró media hora más tarde, solo. Caminó con aire distraído, como si no supiera que todos estaban al borde del abismo. James no estaba con él. Tampoco Remus. Nadie preguntó.
—¿Y bien? —murmuró Lily apenas se sentó junto a ellas.
Sirius apoyó un libro sobre la mesa y habló sin mirar a nadie.
—No lo sabremos hasta que alguien toque la carta. Pero están atentos. Muy atentos.
—¿Tú no deberías estar allá? —preguntó Kate, arqueando una ceja—. Vigilando.
Sirius sonrió, sin perder el tono neutro.
—Alguien tiene que avisaros si ocurre algo aquí. Además, tengo línea directa —añadió, sacando con sutileza el espejo de bolsillo que compartía con James, medio cubierto por la manga de su túnica—. Cuando ocurra algo, me enteraré.
Alice rodó los ojos, pero nadie lo contradijo.
Fabián miró su reloj de bolsillo.
—Cinco minutos.
El silencio se volvió más denso. Las chicas fingían leer. Sirius hojeaba un ejemplar de Hechizos Silentes para Duelo. Fabián tamborileaba suavemente con los dedos sobre el respaldo de la silla.
Entonces, el espejo de Sirius vibró muy levemente. Él lo sacó y, protegiéndolo con el libro abierto sobre la mesa, susurró:
—¿Sí?
La voz de James sonó amortiguada, como a través del agua:
—Contacto confirmado. Alguien ha cogido la carta. Nombre identificado. Aula vieja del tercer piso. Ahora.
Sirius cerró el espejo de inmediato. Levantó la vista hacia los demás.
—Tenemos algo.
Fabián ya se estaba levantando.
—Vamos.
El grupo recogió sus cosas como si nada. Nadie miró atrás. Nadie corrió. Pero el corazón les latía como un redoble de tambores en los oídos.
James los esperaba apoyado contra la pared, los brazos cruzados, con expresión seria. No llevaba ningún objeto a la vista, pero Sirius supo que aún tenía el espejo en el bolsillo.
Remus estaba junto a él, ya informado.
Cuando Sirius cerró la puerta tras de sí, James habló.
—Tenemos nombre.
Un silencio pesado cayó sobre ellos.
—¿Quién? —preguntó Lily.
—Evan Rosier —respondió James, sin rodeos.
Un murmullo recorrió la sala.
—¿Estás seguro? —preguntó Fabián.
—Lo vi acercarse al punto exacto, mirar a ambos lados, tomar el pergamino… y quedarse leyendo casi dos minutos. Luego se lo guardó y se fue en dirección a las mazmorras.
—Rosier… —murmuró Kate—. No el más ruidoso. Pero siempre está cerca.
—Y siempre limpio —añadió Remus—. Hasta ahora.
—No tenemos pruebas formales —dijo Lily, pensativa—. Solo que tocó la carta. Podría no significar nada.
—O podría significarlo todo —respondió Fabián—. Si hay grietas… esa carta podría haberlas abierto.
Sirius se cruzó de brazos.
—¿Y ahora qué?
Kate se adelantó, su mirada fija en la puerta cerrada.
—Ahora esperamos. Si funciona como creemos… la grieta crecerá.
Y esta vez, sería desde dentro.
La sala común de Gryffindor estaba medio vacía. A esa hora, muchos seguían en la biblioteca o en el Gran Comedor. El sol declinaba por las ventanas con una calidez inusual para finales de febrero. Los rayos se filtraban sobre los sillones y alfombras gastadas, proyectando sombras largas y suaves.
Kate estaba sentada sola en una de las mesas junto al ventanal, cerrando por fin un libro de Encantamientos Avanzados. Se frotó los ojos con cansancio y estiró el cuello, cuando escuchó el retrato abrirse.
Sirius Black entró con las manos en los bolsillos y el cabello revuelto por el viento. La vio, y una media sonrisa se dibujó en sus labios.
—Vaya, pensaba que tendría que enviar una carta secreta para encontrarte —bromeó, con fingido tono dramático—. O que estabas en otra misión encubierta con tu grupo de resistencia clandestina.
Kate alzó una ceja, divertida.
—¿Desde cuándo necesitas excusas para provocar?
Sirius se encogió de hombros mientras se acercaba. Se sentó en el respaldo de una butaca, mirando hacia la ventana.
—No es eso. Solo… me di cuenta de que hace tiempo que no hablamos. Tú y yo, quiero decir. Como antes.
Kate ladeó la cabeza, intrigada.
—¿Y cómo era antes?
Sirius sonrió de lado, como quien recuerda algo sin decirlo del todo.
—Tercer año fue un caos. Pero cuarto… Recuerdo una tarde después de un examen de Historia. Estábamos tú y yo tumbados bajo un roble del jardín sur, quejándonos del profesor Binns. Te pasaste media hora intentando imitar su voz y fracasaste estrepitosamente.
Kate soltó una risa, de verdad. Se llevó una mano al rostro.
—¡Merlín, eso fue patético!
—Exacto. Pero te reías tanto que hasta lloraste un poco. Y yo no me acuerdo de nada más de ese día, excepto que hacía sol, y no queríamos volver a subir al castillo.
Kate le miró en silencio un segundo, con algo cálido en la mirada. Luego se apoyó en el borde de la mesa y dijo con ligereza:
—Bien, Black… ¿Qué te apetece ahora?
Él sonrió como quien gana sin jugar.
—Una escapada sencilla. Un paseo hacia el jardín sur, tú imitando profesores y yo intentando no reírme.
—¿Y si llueve?
—Entonces nos reímos igual. Total, ya estamos empapados de todo esto —hizo un gesto amplio al aire, refiriéndose a los secretos, los planes, la tensión.
Kate se levantó, cerró el libro de un golpe seco, y le tendió la mano con una media sonrisa.
—Vamos antes de que el invierno decida volver.
Sirius la miró un segundo antes de tomar su mano. Salieron por el retrato como dos estudiantes cualquiera. Pero sabían, aunque no lo dijeran, que esos momentos estaban contados.
La brisa olía a tierra húmeda y a brotes nuevos. Aunque el césped aún tenía parches dormidos por el invierno, el sol tibio y la claridad del cielo anunciaban la cercanía de la primavera.
Sirius y Kate caminaban sin prisa por el jardín sur, el mismo que había sido su refugio improvisado años atrás. No hablaban mucho al principio. Sólo el crujido de sus pisadas sobre la hierba, y de vez en cuando, una mirada.
—¿Te das cuenta de que esto es casi subversivo? —murmuró Kate finalmente, con los brazos cruzados tras la espalda.
Sirius la miró de reojo, divertido.
—¿Qué cosa? ¿Pasear sin planear una insurrección?
—Exacto. Irónico que ahora lo radical sea... respirar un poco.
Sirius cogió una rama caída del suelo y la arrojó sin rumbo. Rebotó contra un seto, asustando a un par de gnomos que chillaron ofendidos.
—Siempre has tenido buen tino —dijo Kate, sonriendo con ironía.
—Solo cuando no lo intento —respondió él, metiendo las manos en los bolsillos.
Se acercaron a un banco de piedra, algo resguardado entre arbustos aún dormidos. Sirius se sentó de lado, y Kate se subió al respaldo, con las piernas cruzadas como un gato.
—¿Te acuerdas cuando hiciste volar tus apuntes de Pociones porque Slughorn dijo que tu elixir parecía sopa de tritón?
—Claro que sí. Tú echaste más leña al fuego diciendo que al menos la sopa tenía color. Casi te castigan a ti también —respondió ella, entre risas.
Sirius la miró de forma diferente, con algo entre el orgullo y el afecto.
—No me acuerdo de lo que contenía ese elixir. Pero me acuerdo de cómo te reías ese día.
Kate le sostuvo la mirada, esta vez sin reírse. Solo una pausa compartida.
—¿Siempre haces eso?
—¿El qué?
—Recordar cosas que parecen pequeñas y convertirlas en importantes.
Sirius bajó la mirada, fingiendo que examinaba una grieta del banco.
—Solo cuando la persona también lo es.
El silencio que siguió no fue incómodo. Era como si las palabras hubieran tocado algo, pero sin romperlo.
Entonces Sirius se incorporó con energía repentina y una sonrisa traviesa.
—Vamos. Necesito probar algo.
—¿Qué?
—Un experimento —dijo, tirando de su túnica para arrastrarla con él—. Cuando eras más pequeña, decías que sabías diferenciar las flores por su olor. Vamos a ver si aún puedes.
Kate se echó a reír y siguió su paso. Y por un rato, no hubo oscuridad ni complots ni nombres que pesar. Solo ellos. Un juego tonto. Un momento quieto. Y en ese rincón del jardín, el mundo no parecía tan roto.
—A ver, Bellerose —dijo Sirius, agachado junto a un grupo de flores de tallo fino—. ¿Lista para demostrar tus habilidades legendarias? Cierra los ojos.
Kate se cruzó de brazos y lo miró con fingida superioridad. Después cerró los ojos.
—Prepárate para la humillación, Black.
Él se quedó mirando… luego, le tendió una flor de pétalos amarillos.
Kate la olió con cuidado, los ojos entrecerrados.
—Fácil. Milenrama. Común en pociones de sanación, olor amargo. Siguiente.
Sirius asintió, fingiendo tomar apuntes invisibles con una pluma imaginaria.
—Excelente. Punto para una Gryffindor casi Ravenclaw.
Sacó otra flor, esta vez más pequeña, con pétalos azulados.
Kate vaciló.
—¿Jacinto? No… no, es verbena. Huele como la lluvia en verano.
—Correcto. Dos de dos —dijo Sirius, sonriendo como si realmente llevara la cuenta.
Fueron avanzando por el borde del jardín, entre flores dormidas y las primeras que empezaban a despertar con el cambio de estación. El cielo ya estaba tornándose anaranjado, y el aire olía a humedad y resina.
—Y ahora, el gran final —dijo Sirius, sacando una flor de color lila pálido—. Sin mirar.
Kate rió, tomó la flor con los ojos cerrados y la acercó a su nariz. Al segundo, abrió los ojos y lo miró sorprendida.
—Lavanda…
Sirius asintió con una media sonrisa.
—Siempre dijiste que era tu favorita.
Ella lo miró un momento, en silencio, con la flor aún entre los dedos. Había algo diferente en su expresión. No sorpresa, ni gratitud, sino una especie de reconocimiento silencioso.
—¿Te acuerdas?
—Claro —respondió él, encogiéndose de hombros—. Algunas cosas no se olvidan.
Rieron otra vez. Sin que ninguno dijera nada más, empezaron a caminar de regreso hacia el castillo. El tono seguía siendo ligero, pero los gestos se volvían más cercanos. Más suaves. Al llegar cerca de los arcos de piedra que marcaban la entrada lateral, un mechón rebelde del cabello de Kate cayó sobre su rostro. Sirius, sin pensarlo demasiado, alzó la mano y se lo apartó con cuidado, rozando apenas su sien. Fue un gesto pequeño. Íntimo. El tipo de cosas que no necesita explicarse cuando ya se está diciendo todo.
Lo que no vieron fue que, a unos metros, desde una ventana del pasillo del tercer piso, Beth Bellerose los observaba. La expresión en su rostro no era de sorpresa. Era de tensión contenida. De un enojo que no nacía sólo de lo que veía, sino de lo que intuía.
Había escuchado demasiados rumores últimamente. Y ahora, ver eso con sus propios ojos lo confirmaba.
—“Quién diría que las Bellerose aceptarían traidores… esperábamos más de ellas.” —le habían dicho hacía unos días, con tono venenoso, en la biblioteca.
Beth apretó los labios. No estaba dispuesta a que su apellido fuera arrastrado por decisiones que no eran suyas. Y menos aún por su hermana.
Estaban todos reunidos otra vez. Habían pasado algunos días y no había vuelto a ocurrir ningún altercado con Mary. Notaban al grupo de Slytherins más nerviosos, por eso decidieron que era el momento de dar un paso más. El nombre descubierto estaba sobre la mesa, dicho en voz baja hacía apenas unos minutos.
—Rosier —repitió Fabián, como si necesitara volver a oírlo para creerlo—. Era de esperar… pero no deja de ser peligroso.
—Confirmado —dijo James—. Fue él quien cogió la carta. No hay duda.
Sirius cruzó los brazos, tenso.
—¿Y qué hacemos con eso? ¿Vamos directos a Dumbledore?
—¿Y decirle qué? —intervino Alice, con una mueca—. Que escribimos una carta falsa y la dejamos como trampa. No es una prueba formal. Dumbledore escuchará, pero no podrá actuar directamente.
—Podría empezar a vigilar —dijo Lily—. Quizás mover algunas piezas.
—Lo haría… si no creyera que eso pondría a más gente en peligro —añadió Remus—. A este grupo no le importa actuar con encubrimiento. Si sienten que les vigilan, van a ocultarse más. O peor… volverse violentos.
—Entonces tenemos tres opciones —dijo Kate con calma, enumerándolas con los dedos—. Uno: ir a Dumbledore igual y confiar en que sabrá qué hacer. Dos: confrontar a Rosier directamente, ver si podemos quebrarlo. Tres: usar lo que sabemos para esparcir rumores y generar presión desde dentro del castillo. Romper la seguridad de su grupo desde fuera.
El silencio fue más pesado que antes.
—Confrontarlo sería estúpido —soltó Sirius—. No sabemos si estaría solo. No sabemos si buscaría represalias.
—Y los rumores pueden volverse en nuestra contra —dijo Lily—. Pero… si lo manejamos bien… podríamos obligar a cometer un error.
James asintió despacio.
—Los rumores no tienen que venir de nosotros. Solo necesitamos que cierta información “se filtre”. Que algunos empiecen a preguntarse si entre ellos hay alguien que habla de más. Sembrar dudas.
Fabián sonrió de medio lado.
—Divide y vencerás.
—¿Y qué se supone que diremos? —preguntó Alice—. ¿Que Rosier traicionó al grupo? ¿Que alguien está pasando información a los profesores?
—O que alguien habló por miedo —dijo Remus—. No necesitan saber la verdad. Solo dudar.
Kate intercambió una mirada rápida con Sirius.
—Sabemos que usan el miedo para controlarlo todo. Vamos a devolverles el golpe donde más les duele: su propia lealtad.
James golpeó suavemente la mesa con los nudillos.
—Entonces estamos de acuerdo: filtramos un rumor. Por ejemplo, que Dumbledore ya está al tanto de lo que pasa. Que tiene un nombre. Y que ese nombre… podría ser Rosier.
—O cualquiera de ellos —añadió Fabián—. Lo importante no es quién es. Es que ahora se lo pregunten entre ellos.
—¿Y si se desquician? —preguntó Alice—. ¿Y si atacan a alguien?
—No van a atacar si creen que están siendo vigilados —replicó Lily—. Eso les haría parecer culpables.
Remus asintió.
—Solo tenemos que movernos con cuidado. Y vigilar. Si lo hacemos bien… esto no se acaba, pero les forzaremos a parar.
Sirius miró la vela más cercana y murmuró:
—Y cuando se detienen… es cuando más vulnerables son.
Hubo un segundo de silencio. Luego James se puso de pie.
—Lo haremos. Pero sin dejar rastro.
Todos asintieron. El plan estaba en marcha. Y el nombre de Rosier… había dejado de ser solo un rumor para convertirse en una amenaza. Una que ahora, gracias a ellos, iba a volverse contra él.
La piedra estaba fría bajo sus pies. La sala oculta tras el tapiz del reloj no era grande, pero lo suficiente para mantenerlos lejos de miradas curiosas. Rosier arrojó el pergamino sobre la mesa como si se quemara.
—¿Lo veis ahora? —espetó, su voz más cortante de lo habitual—. Alguien está hablando. No somos seis. Somos cinco… y una grieta.
Nott lo observaba desde una esquina, apoyado en la pared con los brazos cruzados.
—¿Y qué propones? ¿Detenernos porque alguien escribe palabras bonitas?
—No son solo palabras. Concordia fracta no es una frase elegida al azar. Es un aviso. Un símbolo. Y no fue un profesor quien la escribió. Fue uno de ellos. Y lo dejaron donde sabían que lo encontraríamos. Nos están observando y alguien les ha informado.
Emma Vanity se removió, incómoda, sin alzar la vista del suelo. Lucinda Talklot giró lentamente el anillo en su dedo, una manía que delataba sus nervios.
—Puede ser un farol —dijo ella al fin, intentando sonar firme—. Quieren que nos asustemos. Que desconfiemos.
—Y está funcionando —replicó Rosier con dureza.
—Funcionará solo si lo permitimos —interrumpió Nott con voz calmada, pero helada—. No han hecho nada directo. Solo rumores. Es humo. Y nosotros sabemos lo que debe hacerse antes del equinoccio. ¿O acaso alguien aquí ha olvidado lo pactado?
Emma alzó la vista brevemente, sus labios apretados. Rosier la miró, pero no dijo nada.
—¿Y si es cierto? —preguntó entonces Lucinda, más bajo—. ¿Y si alguien duda? Tal vez deberíamos dejarlo en pausa. Esperar a que pase la tormenta. Que se enfríe.
—Esperar —escupió Nott— es para los cobardes. Ellos no esperan. Ellos actúan. Cada día que dejamos pasar es un día que les pertenece.
—Y si se enteran —añadió Rosier, sin apartar la vista de Nott—, no van a aceptar excusas.
Silencio.
Un susurro de hojas agitadas por el viento se filtró por la piedra. Nadie se atrevió a hablar.
Nott dio un paso hacia el centro, como si sellara una sentencia.
—Entregaremos lo que debemos entregar. Cuando dijimos que lo haríamos. Ni antes, ni después. El que no lo vea claro… que no vuelva a este lugar.
Emma bajó la mirada de nuevo.
Lucinda se quedó inmóvil.
Rosier respiró hondo y asintió, aunque sus ojos aún brillaban de tensión.
—Muy bien.
El tapiz se movió con un susurro sordo cuando el primero salió. Uno a uno, fueron desapareciendo por la estrecha rendija del reloj. Cuando Nott se quedó solo, sonrió apenas. No por triunfo. Por cálculo. Sabía que alguien entre ellos estaba resquebrajándose. Y él sabría quién era… antes del equinoccio.
Remus caminaba en silencio, su varita a baja altura mientras hacía su ronda. Las sombras se deslizaban entre los arcos y tapices, y el silencio era espeso, solo roto por el eco distante de alguna armadura al asentarse.
Al girar una esquina, se detuvo en seco.
Kate y Beth Bellerose estaban de pie frente a una de las altas ventanas, envueltas en una discusión silenciosa. Beth tenía los brazos cruzados, la expresión dura. Kate, en cambio, parecía más pálida de lo habitual, con el ceño fruncido, pero los hombros en tensión
—El gran Sirius Black te dejará tirada, y tú te quedarás hecha pedazos. Lo hace con todas. Y pones en juego nuestro apellido.
Remus no quiso interrumpir al principio, pero entonces oyó claramente las últimas palabras de Beth:
—Solo piénsalo. Lo que hagas… también nos afecta. No te equivoques de persona, Kate. Sé que es tu amigo, pero dar un paso más es jugársela demasiado… si lo haces, conmigo no cuentes.
Beth se dio la vuelta justo en ese momento, y al ver a Remus, solo le dedicó una mirada fugaz. Pasó junto a él sin saludar, los pasos firmes, enfadados.
Remus esperó unos segundos antes de acercarse a Kate, que seguía de espaldas, respirando despacio.
—¿Estás bien?
Ella giró apenas el rostro hacia él, intentando una sonrisa sin mucha convicción.
—Sí. Bueno… no exactamente.
—¿Quieres hablar?
Kate dudó un momento, pero asintió. Se apoyó en el alféizar de piedra y dejó escapar un suspiro largo.
—Beth está preocupada —dijo al fin—. Cree que... si Sirius y yo tenemos algo formal, y eso acaba mal. Para nosotras. Para nuestra familia… pues sería un golpe.
Remus asintió despacio, sin presionarla.
—¿Y tú? ¿Crees que va a acabar mal?
—No lo sé —confesó ella, con honestidad—. Solo sé que Sirius no es... constante. Nunca lo ha sido. Lo aprecio demasiado como para esperar algo que tal vez no va a llegar.
—¿Y si esta vez es distinto?
Kate lo miró, con una mezcla de tristeza y lucidez.
—¿Sabes qué es lo que más miedo me da, Remus? Que sí lo sea. Que esta vez sea distinto… y no me lo diga. Que se quede callado por miedo. Y que yo me quede esperando algo que nunca se vuelve claro.
Remus entendió entonces que lo que la retenía no era solo la reputación de Sirius. Era el silencio. Las medias verdades. La incertidumbre. El estar cerca pero no de forma definitiva.
Kate se apartó de la ventana, con un gesto cansado.
—No quiero convertirme en una más. Y no quiero que mi hermana me mire como si fuera un error. Así que… si esto no es serio, prefiero que no sea nada.
Remus no dijo nada por un momento. Solo la observó, con una mezcla de respeto y pesar. Luego asintió.
—Lo entiendo. Pero... tú no eres una más, Kate. Ni para él. Ni para ninguno de nosotros.
Ella sonrió apenas. Y se marchó en dirección contraria a Beth, dejándolo en el pasillo. Y Remus supo, mientras se alejaba, que Sirius tenía una elección por delante. Y que el tiempo para tomarla se acababa.
Esa noche, Sirius intentaba descansar porque al día siguiente era el gran partido, pero cada vez que cerraba los ojos, el recuerdo del vestuario volvía con una nitidez inquietante. Kate. Su piel. Su voz. El temblor en sus manos. Juntos en el jardín. El juego de flores. Ella con un libro. “Imposible dormir”, murmuró malhumorado, sentándose en la cama con los codos apoyados en las rodillas.
—Padfoot, ¿estás bien? —preguntó Remus desde la cama de al lado, con voz somnolienta.
—Sí, Moony… solo no puedo dormir.
Remus se incorporó, ahora más alerta.
—¿Problema de chicas?
Sirius lo miró de reojo, como si estuviera considerando cuánto contar.
—Ya lo sabes... ¿no?
Remus frunció el ceño.
—Bueno, no es ningún misterio que entre tú y Kate hay algo distinto. Se nota que escondéis algo… pero no sabría decirte qué exactamente.
—Nos hemos besado.
Remus alzó las cejas.
—Vale… eso sí es un cambio.
—Varias veces.
—Cambio total.
—El día del entrenamiento… sin ropa. De la cintura para arriba —dijo Sirius, sin adornos.
El silencio que siguió fue tan denso que Sirius casi podía oír los pensamientos de Remus dando vueltas. Sabía lo mucho que su amigo apreciaba a Kate y entendía perfectamente lo que ese silencio significaba. Por eso, antes de que Remus pudiera responder, continuó:
—No es como con otras, Remus. Ella es especial… creo que esto es distinto.
Remus bajó la mirada, pensativo. Pensó en la conversación unas horas antes con Kate.
—Sirius… si es distinto, ve con cuidado. Porque Kate también se la está jugando al permitirse sentir algo por ti.
Sirius lo miró desconcertado.
—¿Qué quieres decir?
Remus suspiró con pesar.
—Hace un rato, durante la vigilancia, escuché una discusión. Kate y Beth.
—¿Imposible...? ¿Ellas dos?
—Sí. Lo sé, parece increíble, pero discutían. Al parecer, Beth cree que lo vuestro debería quedarse en una simple y formal amistad, porque… —hizo una pausa—, porque delante de todos sigues siendo un traidor a la sangre y eres inestable en las relaciones. Le dijo que jugarías con ella.
—¿Beth dijo eso?
—Sí. Aunque dudo que lo piense de verdad. Me pareció más miedo… miedo a lo que comenta la gente de vosotros, y a las consecuencias para su familia. Para su hermana. Y para ella misma. Kate, con algo más que una amistad contigo… bueno, eso no pasa desapercibido.
Sirius se quedó en silencio. Aquello le dolía. No porque Beth pensara eso, sino porque tenía razón en tener miedo. Él sabía cómo lo veía mucha gente. Sabía lo que significaba salirse del molde. Beth era como su hermano Regulus: una buena persona, pero atrapada por el peso de las expectativas y del qué dirán. Solo que Beth era más explosiva. Más visceral.
Pero de pronto, algo le golpeó en el pensamiento.
—Remus… ¿Qué contestó Kate?
Esa pregunta le heló por dentro. Tenía miedo de la respuesta. Ya no podía verla como una amiga más de la infancia. No después de todo lo que habían vivido. Remus dudó, y Sirius lo notó al instante.
—Vamos, dilo.
Remus suspiró, resignado.
—Kate le dijo que entre vosotros no había nada formal.
Sirius apretó la mandíbula.
—Y eso… ¿fue suficiente?
—No. Beth cree que ella era una más en tu lista. Que lo sabía todo el mundo. Dijo algo como: “El gran Sirius Black te dejará tirada, y tú te quedarás hecha pedazos. Lo hace con todas.”
Sirius sintió un nudo en el estómago. Fue duro escuchar eso. Porque, en el fondo, sabía que había motivos para pensar así. Había sido esa clase de persona. Superficial. Inestable. Nunca comprometido. Pero ahora… Ahora era diferente.
Y por primera vez, Sirius Black lo reconoció. Había estado huyendo. Huyendo de formalizar algo con Kate porque, si lo hacía real, también podría perderla. Y perder a Kate… sería como perder una parte de sí mismo. Era culpa suya.
Ella no iba a dar el primer paso. Lo deseaba, sí. Pero no lo haría. No si él no era claro. La conocía y se lo dijo esa noche en casa de James. Sabía que Kate necesitaba certezas, no promesas al viento. Ella sabía lo caótico que él podía llegar a ser… así que le esperaría.
Y entonces, las imágenes llegaron como una oleada: la cena de Navidad, su abrazo en verano, sus noches junto al fuego en la sala común, los paseos en Hogsmeade, las risas de la infancia, los secretos compartidos, las miradas, la lavanda. Esa forma en que lo miraba… como si él fuera el único. Recordó sus palabras de hacía años, cuando aún eran unos críos:
"Black, deja de insistir que salga con chicos. Estoy esperando a alguien que me mire con una mirada distinta. Alguien para quien yo sea única, y no tenga miedo de mostrarlo."
Sirius contuvo la respiración. Ella lo sabía. ¿Desde cuándo? Siempre. Siempre había sido él. Y él... él también lo había sabido. Pero no lo había demostrado.
—Mierda... —murmuró, llevándose las manos a la cabeza.
Remus sonrió levemente, sabiendo exactamente en qué punto estaba su amigo.
—Moony, ¿qué hago? —preguntó Sirius, serio por primera vez en mucho tiempo.
Remus lo miró con una mezcla de ternura y advertencia.
—Creo que si ella se está jugando la relación con su hermana por ti… debes preguntarte si estás dispuesto a jugarte algo por ella. Solo eso, Sirius. Sé sincero contigo mismo.
No hubo más palabras. El silencio se instaló entre ambos, cargado de comprensión. Remus se giró en la cama y, poco después, Sirius escuchó su respiración tranquila. Se había dormido. Él tardó un poco más, pero cuando por fin cerró los ojos… ya estaba decidido.
Al otro lado del Castillo, también esa noche, Rosier cerró la puerta con un chispazo seco. El aula estaba a oscuras salvo por una sola vela flotante, que lanzaba sombras largas sobre las paredes agrietadas. Emma Vanity permanecía de pie cerca del ventanal, sin mirarle.
—Pensé que querías hablar sobre la reunión —dijo ella, sin moverse.
—Lo hago —respondió él, acercándose lentamente—. Es solo que prefiero hacerlo sin oídos extra. Ya hay demasiadas voces en este castillo.
Emma tragó saliva, despacio. Mantuvo la espalda recta, pero sus dedos jugaron con el dobladillo de su manga.
—No entiendo por qué yo.
—¿No lo entiendes? —Rosier ladeó la cabeza, estudiándola—. Fuiste la última en llegar aquella noche. No hablaste en toda la discusión. Has estado… distante. Y, casualidad o no, el pergamino apareció el mismo día que faltaste a Aritmancia.
—Estaba enferma.
—Claro —dijo él, con una media sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero eso no explica por qué tus manos temblaban cuando viste el mensaje. O por qué Lucinda te mira antes de responder cualquier cosa.
Emma se giró hacia él, por fin. Su rostro estaba pálido, pero su expresión era firme.
—¿Y si me asusté? ¿Eso me hace culpable?
—No —replicó Rosier, dando un paso más, cerrando el espacio entre ambos—. Pero te hace peligrosa. Porque si tú no tienes nada que ocultar, ¿por qué pareces esconder algo?
La vela parpadeó en lo alto. Emma no retrocedió, pero tampoco sostuvo su mirada por mucho tiempo.
—Yo no soy la grieta, Evan.
Rosier la observó unos segundos más. Algo en ella parecía frágil, pero no rota. No como esperaba. Había una línea que no podía cruzar, incluso con su cinismo. Y eso le molestó. Porque no estaba seguro.
—Tal vez no —dijo al fin, alejándose—. Pero recuerda esto, Emma: si alguien cae, todos caemos. Y no todos tenemos el mismo suelo bajo los pies. Algunos caen más hondo que otros.
Emma se giró hacia el ventanal cuando él abrió la puerta. La luz de la vela tembló con la brisa, proyectando su sombra contra el cristal.
Y en ese reflejo, ni siquiera ella parecía del todo convencida de su inocencia.
A la mañana siguiente, el Gran Comedor hervía de nervios. Los alumnos de Gryffindor reían, apostaban, bromeaban sobre caídas épicas de partidos anteriores. Los jugadores del equipo, ya vestidos con sus túnicas escarlata, intentaban liberar la tensión con exageradas imitaciones de jugadas y comentarios arrogantes sobre los Ravenclaw.
En medio del bullicio estaban Remus, Peter, Frank y Pippa. James hablaba sin parar, haciendo chistes que solo Peter reía demasiado fuerte. Sirius, en cambio, no decía una palabra. Fingía escuchar, pero su mirada no dejaba de saltar hacia la puerta. Una vez. Otra. Otra más. La estaba esperando.
Y entonces, apareció. Kate entró al comedor. El corazón de Sirius dio un vuelco.
Tenía el rostro más pálido que de costumbre. Ojeras. Los ojos ligeramente hinchados. Había llorado. Eso lo supo al instante. Y aunque caminaba con seguridad, su cuerpo tenía algo tenso, rígido… roto.
Al entrar, Kate alzó la vista hacia la mesa de Ravenclaw, buscando. Sirius siguió su mirada. Beth estaba allí. No le devolvió ni un gesto. Solo la miró… fría, calculadora. Sirius apretó la mandíbula. Lily, que llegaba con ella, le apretó la mano y la empujó con suavidad hacia la mesa de Gryffindor, intentando que todo pareciera normal. Pero no lo era.
Cuando Kate se acercó, Sirius se puso de pie, casi sin pensar. La mesa calló por un segundo. Ella lo miró, sorprendida, y algo confusa. El gesto fue inesperado, hasta para él.
—Kate, ¿estás bien? —preguntó, mirándola con esa mezcla de ternura y rabia contenida que sólo él lograba tener.
Kate intentó sonreír, aunque la sonrisa le temblaba.
—Solo… nerviosa por el partido.
Sirius también miró, de reojo, a la mesa de Ravenclaw. Beth los observaba, claramente atenta. Entonces dio un paso más, como si de pronto hubiera tomado una decisión.
—Kate, ¿sabes lo que dicen de mí, verdad?
Su voz no era baja. Fue directa, clara. El cuchicheo se detuvo en varias mesas cercanas. Remus ladeó una sonrisa apenas perceptible. James frunció el ceño y Lily se tensó.
—¿Qué? —respondió ella, desconcertada.
—Que soy un traidor a la sangre. Que me da igual mi familia. Que me acuesto con cualquier chica y luego desaparezco. Que no se amar. Que soy un caos —Su mirada se mantuvo fija en ella—. Lo sabes, ¿no?
—Sirius… no sé por qué estás diciendo esto ahora.
—Dímelo. ¿Lo sabes?
Kate tragó saliva. Le ardía la cara. Sabía que estaban siendo observados. Sabía que su hermana la estaba midiendo desde lejos. Y, aún así…
—Sí. Lo sé. Te conozco desde hace años. Sé todo sobre tu caos —dijo, casi en un susurro, pero lo bastante fuerte para él.
—¿Y tú qué piensas de mí?
Silencio. Silencio en la mesa, en las cercanas, casi en el comedor entero. Lily fue a intervenir, pero James la tomó de la mano, negando suavemente. Déjalos.
Kate desvió la mirada hacia Beth… y la encontró observándola con una mezcla de decepción y advertencia. Luego volvió la vista a Sirius. Desvió la mirada de nuevo hacía Nott, la miraba con ojos calculadores. Volvió la vista a Sirius de nuevo. A sus ojos grises. Y, de repente, recordó todas las veces que había sentido que él la veía como nadie más. Recordó la lavanda y las risas. Respiró hondo. Y habló:
—Pienso que eres Sirius Black. Solo Sirius Orion Black.
No era una frase brillante. Pero la forma en que la dijo… tenía peso. Tenía verdad. Sirius asintió con alivio. Dio un paso más hacia ella.
—Bien. Me alegra. Porque tú también eres solo Kate Astraéa Bellerose. —Miró un segundo a la mesa de Ravenclaw. La tensión subió—. Pero quiero que lo sepas, y que todos lo sepan: para mí eres única. Desde siempre. Y no tengo miedo a mostrarlo.
Las palabras cayeron como una declaración. Kate contuvo el aliento. Porque las reconocía. Eran suyas. Se las había dicho a él, hacía años. De niña. Sin saber que algún día él las usaría para ella. Sirius la miró una última vez…se arriesgó… y la besó.
Allí, delante de todos. Delante de Remus, de James, de Lily. Delante de Beth. Delante de Regulus, de Nott. Le dio igual. Porque en ese instante, nada más importaba.
Kate no dudó. Le respondió. Con un beso suave, pero seguro. Un beso que temblaba por dentro, pero que decía sí.
Cuando se separaron, él la tomó de la mano. Sonrió. Y, como si nada hubiera pasado, como si no acabaran de desafiar años de silencios y rumores:
—¿Desayunamos? Tenemos un partido que ganar.
Las risas volvieron, pero no eran las mismas. Eran más altas, más nerviosas, más llenas de sorpresa. Beth miraba con los labios apretados. Theodore Nott fruncía el ceño desde su sitio, observando con detenimiento. Pero Sirius y Kate solo se miraban a los ojos. Porque, por fin, habían dejado de esconderse.
El vestuario olía a cuero, a polvo de escoba y a esa mezcla eléctrica de nervios y adrenalina antes de un partido. Todos estaban dentro, ajustando protectores, charlando, bromeando… intentando no pensar en la presión que los aguardaba al otro lado de la puerta.
Sirius no dejaba de lanzarle miradas de soslayo a Kate. Ella estaba sentada en el banco, con los codos apoyados en las rodillas, mirando el suelo. Jugaba con el guante de su mano izquierda, deslizándolo por los dedos y sacudiéndolo como si no terminara de ajustarlo. Había algo en su expresión: una calma fingida que a Sirius le dolía mirar.
Se acercó en silencio. Nadie parecía notar que se movía. James hablaba animadamente con Creevey, Alice y Leonora discutían sobre jugadas, y el ruido general le dio el margen perfecto para hacerlo.
Se acuclilló frente a ella, bajito, buscando sus ojos.
—¿Lo estás asimilando ya? —preguntó en voz baja, con una media sonrisa torcida.
Kate levantó la mirada. Tardó un segundo en encontrarle… pero cuando lo hizo, esa chispa volvió. La misma que lo desarmaba desde siempre.
—¿El qué? ¿Que me besaste delante de medio colegio o que vamos a jugar el partido del año?
—Las dos. —Sirius bajó un poco más la voz, solo para ella—. Pero sobre todo lo primero. Tenía que hacerlo, Kate. No podía quedarme callado más tiempo.
Ella suspiró. Sus ojos brillaban más de lo habitual.
—Lo sé —susurró—. Y… no me importa. Más bien te dije que estaba dispuesta. Solo que… esto cambia cosas.
—Solo las que tenían que cambiar —contestó él con convicción.
Sirius se incorporó un poco y le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. El gesto fue lento, deliberado. Un roce. Un recordatorio. Luego bajó la voz aún más, como si temiera que incluso las paredes pudieran escucharle.
—¿Sabes qué es lo peor? —susurró— Que desde que te vi en sujetador no puedo dejar de pensarlo. Tengo el cerebro completamente saboteado. ¿Y se supone que voy a concentrarme en volar hoy?
Kate soltó una pequeña risa, una que no llegó del todo a sus labios, pero que se escapó en forma de calor a través de sus ojos. Lo miró, apretó los labios y, con un susurro que apenas fue aire, dijo:
—Y yo no puedo dejar de pensar en cómo me hiciste sentir. Como si… me rompieras algo dentro… y a la vez lo sanaras.
Hubo un segundo de silencio entre ambos. Una pausa tan íntima que ni siquiera el bullicio del vestuario pudo romperla. Se miraron con la intensidad de quien sabe que algo se ha roto y creado al mismo tiempo. El silencio estaba cargado de una promesa.
Entonces James carraspeó fuerte y se puso de pie en medio del grupo.
—¡Muy bien equipo! Escuchad —dijo con tono de capitán—. Esto empieza ya. ¡Vamos a ganar este partido!
Sirius le guiñó el ojo a Kate antes de volver a su lugar. Ella sonrió, más ligera, ya con el rostro más sereno y esa chispa habitual brillando en sus ojos.
Fue entonces cuando comenzó la arenga:
—Kate, no puedes coger la snitch antes de que ganemos al menos 50 puntos. Tienes que intentar pasar desapercibida, pero si ves peligro de que se te adelanten vas a por ella. Van a ir a por ti, además desde cuarto curso que te negaste a salir con Ingleebe te tiene manía.
Ella sonrió, girando levemente la cabeza hacia Sirius:
—Qué poco aguante a la frustración.
Sirius soltó una carcajada ante ese comentario.
—Sirius, no le quites el ojo a Kate por si acaso es necesaria una defensa, os complementáis muy bien —añadió James.
—Tarea fácil, Prongs —respondió él, guiñándole un ojo a Kate.
James continuó:
—Creevey, tú defiendes a los cazadores… estamos en tus manos.
El chico levantó un pulgar en forma de aprobación.
—McLaggen, recuerda…
—Que Boam suele tirar por la derecha, aunque cuando se pone nerviosa va al centro y por lo bajo. Davis siempre llega desde abajo intentando que vuelvas hacia él para atacar por centro alto y Stretton es nuevo en el equipo, así que se mantendrá con jugadas normales —dijo Robert, adelantándose con seguridad.
James sonrió y por último miró a Alice y Leonora.
—Chicas, jugamos en este orden: tercera, quinta, especial y primera.
Ambas asintieron sin dudar.
Después, salieron al campo y montaron sus escobas. Tras el apretón de manos entre capitanes, sonó el silbato y comenzó el partido…
Las escobas comenzaron a danzar de un lado a otro. Antes de que pasaran tres minutos, Gryffindor ya tenía posesión de la pelota y, haciendo una jugada ejemplar, Leonora marcó un tanto a Ravenclaw. Este hecho generó un furor entre el público, que comenzó a agitar sus banderas con emoción al ver a una de sus nuevas cazadoras abriendo el partido en favor de Gryffindor. Ravenclaw no se quedó atrás y, bloqueando a Alice hacia el lado derecho, le quitaron la quaffle y volaron directo al ataque. Punto de Ravenclaw. Sin dudar, Creevey dirigió de forma perfecta una bludger que hizo tambalear a Boam y, soltando la pelota, tuvo que redirigir la escoba.
Fue el turno de James de mostrar su valía. Cogió la quaffle y voló directo a los aros de Ravenclaw; todos los cazadores del equipo azul fueron tras él. No tuvo que preocuparse por la bludger que le lanzaron porque Sirius la desvió con un contragolpe. Llegó a los aros y, aunque no la veía, sabía que Alice se acercaba unos metros por debajo. Los Ravenclaws iban tras él y no notaban a sus compañeros. Estos pensaban que James era el tipo de chico al que le gustaba marcar puntos, y claro que lo era… pero, antes que eso, le gustaba jugar en equipo. Dejó caer la quaffle en picado hacia Alice, quien la cogió dando un giro sobre sí misma y lanzó la quaffle a Leonora, que estaba bien posicionada y marcó otro punto. Fue una jugada en equipo admirable y el público se mostró impresionado, lanzando gritos en favor de los leones.
Mientras iban marcando puntos, Kate procuraba buscar la snitch. Abigail Boot, la buscadora de Ravenclaw, iba siempre unos metros de distancia de ella. Kate había captado el resplandor dorado de la snitch, pero intentó distraer a Boot sin perder de vista la pelota ganadora. Necesitaban todavía más tiempo, porque iban 30 puntos contra 20 en favor de Gryffindor. Necesitaban dos puntos más y se pondría al ataque. No tuvo que esperar mucho, ya que James marcó uno y Alice otro en los siguientes cinco minutos. Era su momento… tenía la snitch localizada y, dando un giro para distraer a Abigail, se dirigió directamente hacia ella. Los espectadores tardaron poco en darse cuenta de que la snitch estaba casi capturada. Boot pudo alcanzar a Kate justo en el instante en que dos bludgers pasaron cerca de ellas: una era de Ingleebe y otra de Black. Ambas buscadoras tuvieron que desviarse, pero sin perder de vista la snitch. James tenía razón: Ingleebe volvió a atacar a Kate atravesándose en su vuelo e intentando darle con el bate. Ella perdió el equilibrio por un momento… momento que Abigail Boot aprovechó para acercarse a la snitch y adelantarla. Todo el público aguantaba el aliento.
El equipo de Gryffindor sabía que en ese momento estaba en juego la captura de la snitch, pero no dejaron de buscar puntos. Así fue como Kate escuchó otros dos puntos mientras intentaba alcanzar a Boot: ya eran 70 puntos para Gryffindor. Creevey intentaba detener a la buscadora de las águilas, pero esta tenía bastante ventaja. Entonces, Kate tuvo una idea y, mirando a Sirius, gritó:
—¡Distracción!
Si lograba distraer, aunque sea un poco, a Boot, podría tener alguna oportunidad de adelantarla. Él entendió a la perfección y, mirando a James, hizo un gesto con las manos. James entendió.
James pasó la quaffle a Alice, quien a su vez se la pasó a Leonora. La chica tenía la quaffle, pero, en lugar de dirigirse hacia los aros de Ravenclaw, retrocedió hacia sus propios aros y bajó el ritmo del vuelo. Los cazadores de Ravenclaw vieron su oportunidad y fueron tras ella para intentar quitarle la pelota y marcar un punto. Los bateadores de las águilas fueron tras ella también, entendiendo la oportunidad, olvidando así un poco a Kate. Alice se colocó a medio campo. En el siguiente instante, los Gryffindors hicieron una jugada limpia y rápida. Leonora, con el pie, pasó la quaffle a Alice. Esta la cogió con elegancia y, antes de que los cazadores o golpeadores llegaran a ella, se la pasó a James, que apareció desde la parte baja del campo, al mismo tiempo que Sirius lanzaba de frente una bludger al guardián y Creevey otra desde atrás de los aros. El guardián, intentando esquivar ambas bludgers, dejó el aro del centro desprotegido sin poder evitar que James marcara un punto. Fue tal el grito de los espectadores que Abigail Boot perdió la mirada de la snitch por cuestión de segundos para ver lo ocurrido. Kate aprovechó esos segundos para entrar por la izquierda y atravesar; Boot, ante la sorpresa, ralentizó para no estrellarse con la Gryffindor, quien se lanzó hacia delante para coger la snitch. Dos segundos después, sonaba el silbato: fin del partido.
Todos bajaron de sus escobas en el campo celebrando la victoria. James estaba pletórico, con una sonrisa amplia; habían jugado como un gran equipo.
—¡Muy bien hecho! —dijo a todos.
Sirius y Creevey chocaron los bates a modo de equipo; Alice y Leonora se abrazaron. Kate sonreía con la snitch todavía en la mano. Mientras se daban la mano con el equipo de Ravenclaw y se decían mutuamente:
—Buen juego.
Aparecieron en el campo Remus, Pippa y Lily. La pelirroja fue directo a un James sonriendo. Cuando él la vio, se puso nervioso y empezó a despeinarse de manera inconsciente.
—¡Lily! ¿Viste el juego entero?
James sabía que a Lily no le entusiasmaba demasiado el quidditch y que, en años anteriores, no asistía a los partidos completos.
—¡Fue espectacular! Eres un gran jugador, James.
—¿Vendrás a la celebración después?
—Cuenta conmigo.
Lily se acercó a James y, torpemente, se dieron un abrazo. Luego, cada uno, con los colores en el rostro, se giraron: James hacia Sirius y Lily hacia Alice.
Esa noche, en la sala común de Gryffindor, reinaba una alegría desbordante. Tenían una ventaja increíble en la Copa de Quidditch y todos habían sido testigos de lo sincronizados que estaban los jugadores. Había bebida y comida por doquier; charlas cruzadas llenaban el ambiente mientras sonaba una música de fondo que mantenía el ritmo de la celebración.
En las butacas frente a la chimenea, Kate y Sirius estaban juntos; ella recostada sobre él, mientras él le acariciaba el cabello con calma. Lily ocupaba una de las butacas individuales, charlando animadamente con Remus y Pippa, mientras James y Peter se encontraban sentados en el suelo, formando un círculo con los demás. Alice y Frank estaban juntos en algún rincón del castillo, lejos del bullicio.
Repetían una y otra vez las mejores jugadas del partido. Lo que más sorprendía a James era lo interesada que parecía Lily en el tema. Por eso la miraba, divertido y curioso.
—¿James? —preguntó la pelirroja al notar su mirada—. ¿Pasa algo?
—No, no, para nada —respondió él con una sonrisa—. Solo me sorprende tu repentino cambio de interés por el Quidditch.
Ella también sonrió.
—Bueno, podemos decir que últimamente estamos viviendo muchos cambios de interés, ¿no crees? —dijo señalando con la cabeza a Kate y Sirius.
—Lo mío —intervino Sirius con fingida solemnidad— no es un cambio de interés.
—Bueno, Padfoot, entonces… ¿Qué es? —preguntó James con tono burlón.
Kate salió en su defensa:
—Es ver las cosas... despacio.
Todos rieron. Para cambiar de tema, Kate alzó la mirada hacia Sirius y se encontró con sus ojos grises.
—¿Alguna vez nos diréis el motivo de esos nombres?
Se hizo un breve silencio. Lily, intentando suavizar la conversación, dijo:
—Kate, es lo típico de un grupo de chicos con sus motes… Serán tonterías de alguna anécdota o algo por el estilo.
James le dirigió una mirada agradecida, recordando la conversación que habían tenido hacía unos meses. Estaba a punto de asentir para confirmar lo que decía Lily, cuando Pippa intervino, aparentemente sin darle mucha importancia:
—No lo creo, Lily. Más bien creo que tiene que ver con algo relacionado con su identidad, ¿no?
Y miró directamente a Remus. Él se quedó callado, sin saber qué responder. Sirius se apresuró a tomar el control de la conversación.
—Bueno… no pensamos en cosas tan profundas, Pip. Aunque, en parte, tienes razón.
James miró incrédulo a Sirius, sin saber cómo su amigo iba a salir de aquella.
—Padfoot —continuó Sirius con una sonrisa—, en mi caso, es porque tengo una especial admiración por la lealtad de los caninos…
Kate rio.
—Eres tonto. Aunque debo admitir que sí… siempre te han gustado los perros.
Sirius le dio un beso rápido, sin dejar de sonreír.
Pippa lo miró unos segundos antes de asentir.
—Entiendo —dijo, y luego se volvió hacia Remus—. ¿Y Moony? ¿Tiene algo que ver con la luna? Aunque lo digo porque pasa lo contrario que con Sirius. Siempre te pones más pálido de lo normal cuando se acerca la luna llena.
Ninguno de los tres —James, Sirius ni Peter— respondió. Todos guardaron silencio. Remus la miró, y con una media sonrisa, se recostó en el sillón.
—Supongo que sí. Te tocará descubrirlo.
Los ojos de Pippa brillaron ante esas palabras. Nadie más entendió a qué se refería exactamente Remus, pero sus amigos estaban sorprendidos por la respuesta. Pippa, sin embargo, comprendió perfectamente.
Más tarde, en la habitación de los chicos, Remus Lupin observaba en silencio el Mapa del Merodeador. Sus ojos se fijaron en una zona concreta del mapa. Frunció el ceño. Dos nombres se deslizaban por los oscuros pasillos del castillo: uno de Hufflepuff y otro de Gryffindor. “Anthony Otterburn” y… “Pippa McMillan”. El primero se desvió hacia la Torre Oeste y la segunda huella mágica se quedó dentro de un aula vacía. Remus no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad.
—¿Prongs? —murmuró mientras buscaba su ropa a tientas—. ¿Me prestas tu capa?
—Haz lo que quieras, Moony… —respondió James entre sueños, girando en la cama sin abrir los ojos.
Remus dejó el mapa sobre su colchón. Miró por última vez el nombre que seguía ahí, inamovible: “Pippa McMillan”. Se echó la capa de invisibilidad por encima y salió en silencio.
Al cruzar la sala común, se detuvo un instante. Sirius dormía profundamente en el sofá largo, abrazando a Kate con una ternura que le hizo apretar los labios. Sintió un picor incómodo en el pecho —¿envidia?—, pero no se permitió pensarlo demasiado. No ahora.
Caminar por la oscuridad de Hogwarts no era nuevo para él. Había recorrido cada rincón del castillo junto a sus amigos. Pero esa noche, algo lo inquietaba. ¿Qué hacía Pippa a esas horas, en compañía de Otterburn? No era el tipo de chica que solía romper las normas. ¿Lo hacía a menudo? ¿Y por qué con él?
Llegó al aula. La puerta no estaba cerrada. Entró haciendo algo de ruido para no asustarla. Ella estaba sentada en el alféizar de la ventana, con la mirada perdida en el cielo.
—¿Remus? —preguntó con sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
Él se acercó con cautela. Aunque la luz era escasa, notó su palidez. Y algo más.
—¿Estás bien?
Pippa le sostuvo la mirada por un instante antes de cerrarla. Las lágrimas comenzaron a brotar, silenciosas, hasta rodar con fuerza por sus mejillas. A Remus se le hizo un nudo en el estómago. No había anticipado el efecto que le provocaría verla así: vulnerable, rota. Y lo que más le irritaba era no entender por qué le dolía tanto. Quería preguntar si Otterburn tenía algo que ver. Pero no podía hacerlo sin revelar el mapa.
—Estoy bien —dijo ella con la voz rota, secándose el rostro con torpeza—. No te preocupes.
Remus no respondió. Se limitó a apoyarse junto a ella en la ventana, lo bastante cerca para acompañar sin invadir.
—Anthony Otterburn es un idiota —murmuró, casi con rabia contenida.
—¿Quieres hablarlo? —preguntó después, con más suavidad.
Pippa dudó. Cerró los ojos, respiró hondo. Desde Navidad había aprendido a confiar en Remus. Y esa noche, necesitaba soltarlo.
—Desde el año pasado empezamos a pasar más tiempo juntos. A los dos nos gusta la Herbología, teníamos cosas en común… —sonrió con nostalgia—. Empezamos a vernos en los invernaderos… también por las noches. Era nuestro secreto.
Remus asintió lentamente. Ahora comprendía por qué nunca lo había notado.
—Era divertido… compartimos tantas cosas. Pero hoy, después del partido, lo vi… —la voz se le quebró— y lo vi besar a Ava Boot para consolarla. Nosotros nunca nos habíamos besado.
Se tragó las lágrimas y, con una voz tensa, imitó el tono de Otterburn:
—"No sé por qué la confusión, Pippa. Todo el mundo sabe que una chica tan extravagante como tú solo sirve para tener buenas conversaciones".
Las lágrimas volvieron, esta vez con más fuerza. Remus sintió un calor abrasador en el pecho. Quería partirle la cara a Otterburn. No solo por lo que había dicho, sino por haber hecho que Pippa se sintiera así. Inferior. Despreciada.
—Pippa —dijo con voz firme—. Eso no es verdad.
Ella esbozó una sonrisa temblorosa, como agradeciéndole la empatía. Pero luego añadió, con una mezcla de rabia y dolor:
—Lo que quiero es que se dé cuenta de que se equivoca. Quiero demostrarle que también soy deseable. Que no puede moldearme a su antojo. Que no solo sirvo para conversar.
Remus la observó en silencio. Algo se agitó dentro de él. No sabía si era instinto, deseo de protegerla… o algo más. Algo más profundo y peligroso.
—Tengo una idea —dijo de pronto.
—¿Una idea? —lo miró, desconcertada.
—Déjame ayudarte a demostrarle lo que ha perdido. Hagamos un pequeño teatro… que crea que estamos juntos.
Pippa soltó una carcajada incrédula.
—Remus… nadie se creería eso.
Él fingió indignación.
—¿Perdona?
—¡No me malinterpretes! No es que no seas atractivo, porque lo eres —se apresuró a decir—. Es solo que… tú eres un Merodeador. No te fijarías en mí.
Remus sonrió con picardía.
—Precisamente por eso. Queremos mostrar que eres deseable, ¿no? Pues lo deseable atrae a un Merodeador… te lo digo por experiencia.
Se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz.
—Pippa, para mí podrías serlo perfectamente. Además, no va a parecer tan raro. Somos de Gryffindor, compartimos grupo de amigos… la gente no se sorprenderá tanto.
—¿Es un juego, entonces? —preguntó ella con cierta duda.
—Totalmente.
—¿Y sin compromiso? —dijo más seria, mirándolo a los ojos.
—Ninguno —confirmó él, devolviéndole la mirada.
Se quedaron en silencio, sosteniéndose la mirada, hasta que finalmente Pippa sonrió con complicidad.
—De acuerdo. Acepto. Pero con una condición.
—¿Cuál?
—No podemos enamorarnos.
Remus soltó una carcajada sincera. Ella lo siguió entre risas.
—Condición aceptada —dijo él, con una sonrisa traviesa.
Decidieron poner en marcha el plan a la mañana siguiente, durante el desayuno. Volvieron juntos a la Torre de Gryffindor en silencio, caminando uno al lado del otro.
Pippa no sabía si había tomado la decisión correcta, pero le reconfortaba tener a Remus cerca. Sonrió al imaginar la cara que pondría Otterburn. Pronto, el cansancio la venció y se quedó dormida profundamente.
A Lupin, sin embargo, le costó conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama, incómodo. Y no por lo que habían acordado… sino porque no quería admitir que, quizás, su propuesta no era solo por Pippa. Quizás, muy en el fondo, también era por él.
A la mañana siguiente, el Gran Comedor estaba especialmente animado. La victoria del día anterior seguía siendo tema de conversación y el ambiente entre los alumnos de Gryffindor era puro entusiasmo. Las mesas estaban llenas, el murmullo constante se mezclaba con risas, platos flotantes y las lechuzas revoloteando entre las vigas del techo encantado.
Remus llegó primero. Se sentó en su lugar habitual junto a James y Peter. Sirius y Kate no habían bajado aún. Tenía el cabello ligeramente húmedo por la ducha y los ojos aún cargados de sueño, pero estaba más nervioso de lo que le gustaba admitir.
—¿Dormiste algo, Moony? —preguntó James mientras untaba mermelada en su tostada.
—Lo justo —respondió, distraído, mientras echaba un vistazo a la entrada del comedor.
Pocos segundos después, Pippa apareció. No llevaba su peinado habitual, suelto y despeinado como si hubiese salido corriendo de la cama. Esta vez, el cabello caía en ondas suaves, recogido parcialmente con un broche de mariposa que Remus recordaba haber visto en una de sus clases de Encantamientos. Llevaba el uniforme perfectamente colocado, pero con el jersey algo ajustado a la cintura. Sus mejillas aún tenían rastros del frío de la mañana… o quizá de la timidez.
Ella lo vio, y por un instante, dudó. Pero él le dedicó una media sonrisa y eso bastó. Caminó con decisión hacia él.
Sin decir palabra, Pippa se sentó a su lado y le dio un beso en la mejilla. Lento, casual, pero deliberado. Remus se mantuvo tranquilo. Internamente, su estómago dio un vuelco.
—Buenos días —dijo ella, con naturalidad.
—Buenos días, Pip —respondió él, con voz suave y casi divertida.
James y Peter se atragantaron.
—¿Me he perdido algo? —preguntó Peter, mirando entre ambos.
James los miraba fijamente, con la boca entreabierta. Pippa cogió un croissant con total naturalidad.
—Remus y yo estamos saliendo —dijo como quien anuncia que ha decidido apuntarse a una nueva actividad extracurricular.
James soltó un bufido de risa nerviosa.
—¿Perdón?
—¿Desde cuándo? —insistió Peter, con el ceño fruncido.
—Desde anoche —respondió Remus, sin alterar el tono.
—¿Y no pensaste en contárnoslo, Moony? —James sonrió, aunque sus ojos analizaban con atención a su amigo.
—Supuse que lo notarían —respondió Remus, encogiéndose de hombros.
En ese momento, Sirius y Kate llegaron. Al ver la escena, Sirius frunció el ceño con una expresión entre sorpresa y malicia.
—¿Qué me he perdido aquí? ¿Desde cuándo te sientas tan cerca de Pippa? —dijo, tomando asiento.
—Desde que son novios, al parecer —dijo James, aún sin digerirlo.
Kate alzó las cejas con una sonrisa contenida. Miró a Pippa con complicidad.
—Vaya, alguien se está despertando con fuerza esta mañana.
Pippa bajó la mirada, pero no podía borrar la sonrisa. Remus, por su parte, sentía cómo el calor subía por su cuello. El "juego" comenzaba a volverse… real.
Entonces, sin anunciarse, Anthony Otterburn entró en el comedor acompañado por un grupo de Hufflepuffs. Iban charlando animadamente, pero su risa se desvaneció cuando sus ojos se cruzaron con los de Pippa… y vio a Remus. Sentado junto a ella. Muy junto a ella.
Anthony pareció desconcertado. Remus aprovechó el momento para deslizar una mano sobre la suya, en un gesto silencioso pero firme. Ella entrelazó sus dedos con los de él con sorprendente naturalidad.
James lo notó. Sirius también.
—Esto se está poniendo interesante —dijo Sirius, ocultando una sonrisa detrás de su taza de café.
—Solo espero que ninguno termine mal… es muy repentino—añadió James en voz baja.
Pippa se inclinó hacia Remus y le susurró en el oído:
—Está mirando.
Remus giró el rostro hacia ella, tan cerca que su nariz casi rozó la suya.
—Entonces que vea bien —susurró, y le rozó la mejilla con un beso fugaz.
Los murmullos no tardaron. Algunos Gryffindors los observaron con asombro. Incluso una Ravenclaw soltó un “¡No me lo esperaba!” audible desde la mesa de al lado. Y en la mesa de Hufflepuff, Anthony Otterburn no podía disimular la confusión en su rostro.
Remus volvió a centrarse en su desayuno como si nada. Pippa también. Pero por dentro, ambos sabían que habían cruzado una línea. Una línea de la que, tal vez, no podrían regresar tan fácilmente.
Anthony no podía dejar de mirar. Desde su asiento en la mesa de Hufflepuff, el tenedor quedó suspendido a medio camino entre el plato y la boca. Sus amigos seguían charlando, pero las palabras parecían un murmullo lejano comparado con el zumbido en su cabeza. ¿Remus Lupin y Pippa McMillan? No tenía sentido. Desde cuándo… ¿Cómo?
Recordaba con claridad la conversación de la noche anterior. Su tono había sido relajado, incluso condescendiente. Nunca pensó que Pippa se lo tomaría tan a pecho. Después de todo, no se habían besado nunca. Nunca lo habían definido. Era simplemente una amistad… intensa. Una conexión simpática, pero nada serio. O eso había pensado.
Y ahora la veía ahí. Sentada junto al merodeador más calmado y misterioso de todos, riendo como si no existiera otra persona en el mundo. Anthony tragó saliva al ver cómo Lupin entrelazaba sus dedos con los de ella. El gesto le pareció íntimo. Real. Y entonces, ese beso en la mejilla. Pequeño, casi inocente. Pero real. Demasiado real.
Su estómago se revolvió. No era solo celos. Era sorpresa. Orgullo herido. Una parte de él, arrogante y torpe, no entendía por qué se sentía así. ¿Acaso no eras tú el que dijo que solo era una chica para buenas conversaciones? ¿Por qué, entonces, dolía tanto verla feliz con otro?
Quizá —y la idea le atravesó como una punzada— nunca pensé que alguien como Remus Lupin vería a Pippa como algo más. Como alguien valiosa. Deseable. Y sin embargo, ahí estaban.
Mientras tanto, cuando Remus y Pippa ya habían salido del comedor, en la mesa de Gryffindor, Lily había tardado varios minutos en procesar lo que acababa de ver.
—¿Remus Lupin… y Pippa? —repitió, mirando a James como si él tuviera una explicación lógica.
—Te juro por mi escoba que me acabo de enterar —respondió James, con cara de circunstancias.
Marlene, sentada junto a Mary, alzó una ceja.
—No sé, chicas. ¿No os parece un poco… repentino?
—Totalmente —añadió Mary, con los ojos entrecerrados—. Pippa es encantadora, pero nunca la vi muy... merodeadora.
—¡Vamos! —interrumpió Sirius, divertido—. ¿Desde cuándo hay un perfil específico para enamorar a un Merodeador?
—Desde siempre —añadió Marlene con tono de cotilleo—. Alguien capaz de captar la atención de un Merodeador más que cualquier travesura.
Sirius estalló en una carcajada, pero luego miró a Kate sabiendo que ella cumplía ese requisito.
—Desde nunca hay un perfil específico —respondió Lily, aún confundida—. Es solo que... bueno, no es el tipo de relación que uno espera. Conociendo a Lupin… y a Pippa. No sé, no me encaja del todo.
—A mí me parece genial —dijo Kate, sonriente mientras robaba una tostada del plato de Sirius—. Tal vez lo que necesitan ambos es un poco de caos.
—¿Y si es mentira? —preguntó Marlene.
James soltó una risita.
—Si es una farsa, están actuando mejor que algunos en las obras del club de teatro mágico.
—Sea como sea —dijo Lily—, espero que no se hagan daño. Remus es… complicado.
Cuando Remus y Pippa llegaron a la sala común para recoger sus mochilas, no podían parar de reír.
—¿Viste la cara de Lily? ¡Un poema! —exclamó Pippa entre carcajadas, aún emocionada por lo vivido.
Remus soltó una risa baja, contagiado por su entusiasmo.
—Creo que es la mejor idea que has podido tener, Remus.
Él se detuvo a mirarla, encantado por su alegría.
—Gracias, gracias —dijo con una exagerada reverencia que hizo que ella soltara otra carcajada.
—Entonces, querida Pip, ya que estamos actuando, podemos hacernos a la medida… ¿Qué tipo de novio quieres presumir?
Ella entrecerró los ojos con picardía.
—Lupin, eso es un atrevimiento. Solo quiero que seas tú.
Remus arqueó una ceja.
—¿Segura?
Se acercó a ella con aire juguetón, bajando un poco la voz.
—Podrías descubrir cosas muy interesantes si soy yo mismo…
—Bueno, bueno… ¡Qué nervios! —dijo, riendo—. Estoy dispuesta.
Remus la abrazó brevemente, sin esconder el cariño que ya, sin quererlo, se colaba en cada gesto.
—Venga —dijo al coger ambas mochilas—. Vamos a clase.
Extendió la mano hacia ella. Pippa vaciló un segundo, sintiendo cómo la calidez de su piel le recorría la palma al tocarla. Sonrojada, entre tímida y emocionada, entrelazó sus dedos con los de él.
—Sí. Vamos.
El aula de Encantamientos estaba llena del típico murmullo de lunes por la mañana. Plumas raspaban pergaminos, las ventanas dejaban pasar la luz suave de primavera, y el profesor Flitwick aún no había llegado. Todo parecía como siempre… excepto por una novedad que mantenía en vilo a medio grupo de Gryffindor: Remus Lupin y Pippa McMillan se habían sentado juntos. Muy juntos. Seguían entre ellos los comentarios con sorpresa sobre lo que veían:
—¿Qué demonios está pasando? —susurró Mary a Marlene, mientras ambas fingían estar revisando el libro de hechizos.
—O están fingiendo y son excelentes actores, o aquí hay algo que se nos escapó.
—¿Desde cuándo Lupin pone una mano sobre la rodilla de alguien en público?
—Exacto.
Lily, sentada frente a ellas, fingía estar concentrada en sus notas, pero no podía evitar mirar de reojo. Remus había inclinado ligeramente la cabeza hacia Pippa, le murmuraba algo que la hacía sonreír. Ella se sonrojaba con facilidad, pero esta vez no apartaba la vista. No parecía incomodidad. Parecía intimidad.
James, desde la fila de atrás, chasqueó la lengua y se inclinó hacia Sirius.
—¿Desde cuándo Moony tiene más suerte que yo con las chicas?
—Desde que tú te volviste decente —respondió Sirius con una sonrisa ladina—. Y no me hagas elegir entre Lily y Pippa, porque la pelirroja me lanza un Petrificus en cuanto pestañee.
Kate, recostada sobre el hombro de Sirius, ni siquiera miraba a Remus y Pippa. Ella hojeaba distraídamente un libro de adivinación, sin el más mínimo interés en la comedia romántica que todos parecían estar viendo.
—Dejadlos en paz —murmuró—. Si están saliendo, bien por ellos.
—¿Tú no crees que están fingiendo? —preguntó Mary, ahora más insistente.
Sirius sonrió con superioridad.
—Si fuera una actuación… diría que Lupin se está divirtiendo demasiado. Y Remus no se permite tanto placer por diversión, salvo cuando algo le importa de verdad.
James se rascó la nuca, pensativo.
—Pippa es lista. Y Lupin… bueno, no creo que él haga algo a la ligera.
En la primera fila, Remus sacó discretamente un trozo de pergamino y lo deslizó hasta Pippa. Ella lo abrió y leyó la pequeña nota escrita con tinta desordenada:
“¿Demasiado?”
Ella sonrió y respondió con un rápido: “Perfecto.”
Entonces, como si fuese lo más natural del mundo, Remus le cogió la mano sobre la mesa. Las miradas de media clase se clavaron en ellos como cuchillos. Pero ninguno de los dos pareció notarlo. Solo se miraron con complicidad, una burbuja invisible aislándolos del mundo.
Lily finalmente suspiró, bajando la mirada hacia su pluma.
—Si esto es un plan para fastidiar a alguien, están jugando con fuego —dijo en voz baja.
James asintió, más serio de lo habitual.
—Y si no lo es… entonces Remus está más metido de lo que cree.
Sirius bostezó sin disimulo.
El profesor Flitwick trataba de dar indicaciones sobre el hechizo Capillus Mutatio, pero la atención estaba claramente desviada. Remus y Pippa seguían interactuando de forma tan natural que ya nadie podía ignorarlo.
—Esto es de locos —murmuró Marlene nuevamente —.
Sirius, que ya llevaba al menos cinco minutos jugando con su varita como si fuese una baqueta, soltó un fuerte suspiro.
—¿Podemos hablar de otra cosa que no sea el romance escolar de la semana?
—Tú solo quieres atención —dijo Kate sin mirarlo siquiera, con la barbilla apoyada en su mano.
—Correcto. Y para obtenerla… —y sin más, Sirius lanzó un Capillus Mutatio directo a la cabeza de James. Un segundo después, el pelo del chico se volvió de un rosado chillón.
—¡SIRIUS! —James se levantó de golpe—. ¡VOY A AFEITARTE LA CABEZA!
La clase estalló en carcajadas. Flitwick, ya harto, agitó su varita y lanzó un sonoro Silencio totalis.
—¡SEÑORES BLACK Y POTTER, A MI DESPACHO DESPUÉS DE CLASE!
Mientras todos aún intentaban contener la risa, Kate se llevó una mano a la frente, visiblemente irritada pero divertida. Cuando la campana sonó, recogió sus cosas en silencio.
La clase de Historia de la Magia era, como de costumbre, un suplicio. El profesor Binns, completamente ajeno al aburrimiento generalizado, continuaba su monólogo eterno sobre la Rebelión de los Duendes del siglo XVII como si su audiencia no fueran adolescentes a punto de dormirse.
Kate intentaba tomar apuntes con seriedad, subrayando nombres y fechas, mientras Sirius a su lado jugaba con una pequeña bola de papel encantada para que rebotara en el aire como si tuviera vida propia.
—Sirius… —susurró ella sin apartar la vista del pergamino—. Para.
—¿Qué? Está participando en la clase. Representa a Gringotton, el duende revolucionario —respondió en voz baja, como si fuera una genialidad.
Kate le dirigió una mirada de advertencia. Él le guiñó un ojo.
Un minuto después, Sirius agitó su varita con disimulo. La bola de papel creció de tamaño, se volvió roja y empezó a volar por toda la sala con chillidos que imitaban la voz de Binns diciendo “¡Revolución! ¡Revolución!”
Toda la clase estalló en carcajadas. Incluso Remus tuvo que agachar la cabeza para que no se notara que se reía. Pippa se tapó la boca. James estaba encantado.
—¿Quién ha sido? —preguntó Binns con su voz fantasmal, deteniéndose por primera vez en una hora—. ¿Quién interrumpe el curso de la historia mágica?
El silencio fue absoluto. Luego, muy tranquilo, Sirius levantó la mano.
—Yo, profesor. Fue un experimento pedagógico.
—¡Fuera! Usted y la señorita a su lado. Fuera de mi clase inmediatamente.
—¿Yo? ¡Pero ni siquiera hice nada! —exclamó Kate, indignada.
—Culpa por asociación, señorita. Y por reírse. Ahora.
Mientras recogía sus cosas con resignación, Kate murmuró por lo bajo:
—Sirius Orión Black, como nos vuelvan a echar de clase por tu culpa, tendremos realmente un problema.
Salió de la clase con pasos rápidos, visiblemente enfadada. Sirius la seguía con las manos en los bolsillos y una expresión divertida.
—Vamos, Kate… sabes que prefieres mil veces estar conmigo que en la clase de Binns. Ese hombre podría dormir a un dragón.
Ella se giró de golpe sobre sus talones, quedando de frente a él. Le cogió por la corbata, tiró de ella con fuerza y lo acercó hasta quedar a escasos centímetros.
—Lo digo en serio, Black. Aprobar este curso es una prioridad para mí.
Sirius la miró con una mezcla de diversión y ternura, y al final asintió.
—Vale. ¿Quieres que vayamos a la biblioteca? Podemos empezar el ensayo de Pociones… como pareja responsable.
Kate, sin previo aviso, se acercó y le plantó un beso rápido y decidido en los labios.
—Me parece buena idea.
Él pasó su brazo por detrás de su cuello mientras caminaban por el pasillo.
—Tengo más ideas buenas… ¿quieres escucharlas?
Pero no llegaron muy lejos.
Se cruzaron con Beth. Llevaban semanas sin dirigirse la palabra, y la tensión entre ellas se había incrementado desde que la relación de Kate con Sirius se había vuelto pública. A pesar de los intentos de sus padres por suavizar las cosas a través de cartas, Beth se mantenía firme en su desaprobación. Y Kate no sabía realmente qué pensaban sus padres.
Los ojos fríos de Beth se clavaron en los de su hermana.
—Kate, ¿puedo hablar contigo a solas?
Kate lanzó una mirada a Sirius. Él captó el mensaje, le dio un beso en la mejilla y le entregó sus libros.
—Te espero en la biblioteca.
Cuando se alejó, Kate intentó iniciar la conversación con voz suave:
—Beth, escúchame, no tienes por qué…
—No quiero escucharte. —Beth la cortó con dureza—. No tengo ningún interés en arreglar las cosas. Desde que te decidiste por Sirius Black, no hay vuelta atrás.
Kate suspiró, cansada.
—Eso no es cierto. No se trata solo de él…
—Basta, Kate. Solo te digo esto porque me preocupa Reg. No está bien. Está cambiando. Tiene ideas… distintas. Está más retraído, más frío. Solo… ¿Puedes intentar hablar con él?
El rostro de Kate se suavizó de inmediato.
—Claro que sí. Lo haré.
Beth asintió, sin emoción.
—Gracias.
Y se alejó sin añadir nada más. Kate se quedó sola en el pasillo, con los libros apretados contra el pecho, sintiendo que un nudo se le formaba en el estómago. ¿Qué estaba pasando con Regulus…?
Suspiró profundamente. A veces sentía que estaba navegando entre dos mundos: el que quería construir con Sirius, lleno de risas, caos y cariño… y el que su familia esperaba de ella, con reglas, reservas y responsabilidad. Necesitaba escribirle a su hermano Edward…
Miró por el pasillo, hacia donde Beth había desaparecido. No podía cambiar lo que los demás pensaban. Pero podía intentar que al menos su hermana menor no se perdiera en la oscuridad.
Se giró lentamente y se dirigió hacia la biblioteca. Allí estaría Sirius, probablemente hojeando un libro sin leerlo y pensando en mil maneras de hacerla sonreír. Y en ese momento, eso era justo lo que necesitaba.
Caminó hacia la biblioteca con pasos lentos, aún dándole vueltas a la conversación con Beth. Al cruzar las grandes puertas de roble, sus ojos buscaron instintivamente a Sirius… y ahí estaba, sorprendentemente concentrado, garabateando algo en un pergamino con el ceño fruncido. Una pluma torcida entre los dedos, el cabello cayéndole sobre los ojos, y esa expresión de fingida seriedad que lo hacía parecer más maduro de lo que se permitía ser.
Kate sonrió sin querer. A veces le costaba creer que aquel era el mismo Sirius Black que solía pasar las clases lanzando papelitos encantados o transformando tinteros en ranas. Se acercó por detrás, despacio, y lo abrazó con fuerza rodeándole los hombros.
Sirius se sobresaltó al principio, giró la cabeza confundido, pero en cuanto sintió su aroma y reconoció el calor de sus brazos, sonrió. Dejó la pluma a un lado, se giró hacia ella y la atrajo con suavidad sobre sus piernas, besándola con esa urgencia tranquila que solo compartían cuando estaban a solas.
—¿Todo bien con Beth? —preguntó él en voz baja, aún sin soltarla.
Kate asintió, aunque con un dejo de duda en la mirada.
—Sí… aunque si quiero entenderla de verdad, necesito hablar con tu hermano.
Sirius alzó las cejas, sorprendido, y su rostro se endureció levemente.
—¿Regulus? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
—No lo sé —admitió ella, pasándole los dedos por el cabello desordenado—. Pero Beth está preocupada por él… dijo que ha cambiado, que piensa distinto últimamente. No me dio detalles, pero me pidió que hablara con él. Y quiero intentarlo.
Sirius suspiró con fastidio, apoyando la cabeza contra su pecho.
—Ese vive en su propio mundo. No creo que escucharte cambie algo, pero… —la miró— si tú crees que vale la pena, hazlo.
Kate le sonrió con dulzura. Tomó su rostro entre las manos con suavidad, obligándolo a mirarla.
—Black… ¿confías en mí?
—Sin dudarlo —respondió sin pensarlo—. Te conozco desde hace años, Kate. Sé quién eres.
Ella rió, un sonido suave pero que rebotó con descaro entre las estanterías silenciosas. Un carraspeo sonoro interrumpió el momento.
—Señorita Bellerose. Señor Black —la voz cortante de Madame Pince surgió como una daga desde la fila de libros más próxima—. Les agradecería que mantuvieran la compostura… y el volumen.
Ambos se giraron, ligeramente avergonzados.
—Lo sentimos —respondieron al unísono, conteniendo la risa.
Cuando la bibliotecaria se alejó murmurando entre dientes, Sirius susurró en su oído:
—Si te portas tan bien, te invito a romper más normas conmigo esta noche.
—Solo si me prometes que no nos echan de clase otra vez por tu culpa —respondió ella con una sonrisa traviesa, acomodándose a su lado.
Y esta vez, se pusieron a estudiar… o al menos, lo intentaron.
Pasado un rato, Sirius se le quedó mirando mientras trabajaba. Ella notando su mirada dijo sin girar el rostro
—¿Qué ocurre?
—¿Sabes que no hay absolutamente nada interesante en este libro? —susurró Sirius, acercando los labios a los de ella sin llegar a tocarlos—. Pero tú sí que me tienes completamente atrapado.
Kate rió por lo bajo, deslizando una mano por la nuca de él. El beso fue inevitable, lento al principio, lleno de esa promesa que se estira en el aire antes de romperse. Los labios se buscaron con necesidad contenida, y pronto el control se volvió algo más borroso. Los dedos de Sirius se enredaban en el cabello de Kate, mientras ella se inclinaba aún más hacia él, sin importarle ya si estaban en la biblioteca o en medio de la Torre de Astronomía.
El roce de sus labios se volvió más profundo, más íntimo. Kate deslizó los dedos por el cuello de la camisa de Sirius, buscando el calor de su piel, mientras él la sujetaba con fuerza por la cintura como si temiera que se desvaneciera.
Un ruido seco los sobresaltó.
—¡Señor Black! ¡Señorita Bellerose! —la voz afilada de Madame Pince les cayó encima como un jarro de agua helada—. ¡Fuera inmediatamente! ¡Y no se atrevan a poner un pie en esta biblioteca hasta que yo lo diga!
Kate, todavía algo jadeante, escondió el rostro en el cuello de Sirius mientras ambos intentaban recomponerse. Él simplemente sonrió, divertido, mientras se levantaba con ella aún entre sus brazos.
—Madame Pince, le prometo que estábamos muy cerca de descubrir el secreto de una poción muy… estimulante.
—¡Fuera! —repitió la bibliotecaria, agitando una pluma amenazadoramente.
Mientras salían, aún riéndose, Sirius le susurró al oído:
—Definitivamente, los libros no son lo mío… pero tú podrías convertirme en un académico.
Kate soltó una carcajada ahogada, dándole un golpe juguetón en el pecho.
—La próxima vez, el aula vacía de Encantamientos. Por lo menos tiene cerradura.
—¿Una cita? —preguntó él, ladeando la cabeza.
—Una advertencia —contestó ella, aunque sus ojos brillaban.
Y se alejaron por los pasillos, dejando tras de sí una biblioteca algo desordenada y un par de páginas arrugadas... como testigos silenciosos de una tarde muy poco académica.
El sol comenzaba a ocultarse tras las torres más altas del castillo, tiñendo el cielo de tonos cálidos entre el naranja y el violeta. Marlene se encontraba sentada sola en una de las terrazas altas de Hogwarts, con las piernas cruzadas sobre la piedra fría y el abrigo del uniforme sobre los hombros. En las manos, una carta con el sello de la familia Bellerose ligeramente arrugado por las veces que la había leído. Sonreía, sin darse cuenta, cada vez que sus ojos recorrían de nuevo aquellas líneas.
"¿Te imaginas lo que sería caminar por Hogsmeade contigo sin tener que mirar a los lados? Me harías reír con alguna de tus historias absurdas y probablemente te robaría un beso a la salida de Honeydukes. Piensa en ello, Marly. Yo lo hago todo el tiempo."
La sonrisa de Marlene se volvió más dulce, y sus mejillas se tiñeron de un leve rubor. Doblando con cuidado el pergamino, lo guardó en el bolsillo interior de su túnica como quien protege un secreto preciado.
—¿Otra vez leyendo esa carta? —La voz de Mary la sacó de sus pensamientos.
Marlene se giró y sonrió al verla. Mary se sentó a su lado, en silencio durante unos segundos mientras contemplaban juntas el atardecer.
—Edward quiere verme en la próxima salida a Hogsmeade —dijo Marlene al cabo de un rato, sin apartar la vista del horizonte—. Está deseando que nos veamos en persona… desde hace semanas nos escribimos casi a diario.
Mary asintió lentamente, pero su mirada era seria.
—¿Y Kate lo sabe?
Marlene bajó la mirada. Jugó con un mechón de su cabello, enredándolo entre los dedos. El viento le revolvía los rizos con suavidad, como si el aire también esperara una respuesta.
—No… todavía no —murmuró. Le vinieron a la mente frases de Edward, como ecos cálidos—: "No pienses en lo que perderías, piensa en lo que podrías ganar."
Y otras, propias, escritas con tinta temblorosa en noches de insomnio:
"Te pienso más de lo que debería. Y eso me da miedo, pero también me da vida."
Suspiró. No quería perderle. No ahora. No cuando sentía que alguien, por fin, la miraba sin reservas.
—Marlene —insistió Mary con suavidad—. Kate es tu amiga. Si esto sigue adelante… si te importa de verdad…
—Lo haré en verano —dijo al fin, volviéndose hacia ella con decisión—. Si cuando vea a Edward las cosas siguen igual… si todo esto tiene sentido también fuera de las cartas… entonces se lo diré a Kate. No antes.
Mary no dijo nada. Solo le dio un apretón en el brazo, entendiendo el peso de esa decisión.
El sol ya casi había desaparecido, pero en el rostro de Marlene aún brillaba algo. No solo por Edward. También por la esperanza de que, quizá, las decisiones difíciles también puedan traer algo bueno.