Capítulo 10: Siempre Black
19 de noviembre de 2025, 11:33
CAP 10: Siempre Black
La tarde se arrastraba con lentitud en los pasillos de Hogwarts mientras los chicos de Gryffindor se dirigían hacia su castigo. James, Sirius, Remus y Peter caminaban en fila, arrastrando los pies, cada uno con un cubo y un cepillo en la mano. Tres horas de limpieza sin magia por los pasillos del cuarto piso era el precio de su última travesura.
—¿A quién se le ocurrió la brillante idea de lanzar los fuegos artificiales en el Gran Comedor? —gruñó James, sin mirar a nadie en particular, aunque todos sabían hacia dónde iba la acusación.
Sirius, por supuesto, no se molestó en negarlo.
—Yo solo seguí la tradición. Los Merodeadores no dejamos que los lunes sean aburridos —respondió con una sonrisa ladina, pasando el brazo por los hombros de Remus.
—Sí, claro —refunfuñó Peter—. Hasta que McGonagall entró cubierta de purpurina y casi nos mata con la mirada.
—Lo que pasa es que nadie avisó que el encantamiento no silenciaba los petardos —añadió Remus con una sonrisa cansada—. Lo de la melodía de Celestina Warbeck fue demasiado.
—¡Por eso fue genial! —exclamó Sirius, fingiendo indignación—
—¿Me estás diciendo que fue un error de cálculo? —preguntó James, levantando las manos en un gesto teatral. — ¡Menos mal que no nos descubrió! ¿Qué habríamos hecho sin nuestro glorioso Sirius?
—¡Tú habrías empezado a correr y yo te habría seguido! —dijo Peter, riendo nerviosamente.
—Exacto —afirmó Sirius con orgullo—. Y Remus sería el que se quedaría atrás asegurándose de que la sala de trofeos no se viera afectada. Siempre tan responsable.
Entre risas y quejas, llegaron al pasillo que debían limpiar. Filch los esperaba con su expresión habitual de amargura, y les gruñó algo sobre "inútiles sabandijas sin respeto". Ignorándolo lo mejor que pudieron, se pusieron manos a la obra.
Tras unos minutos de silencio, solo roto por el sonido de cepillos raspando el suelo, James fue el primero en romperlo con tono travieso:
—Oye, Moony, hablando de momentos inesperados… ¿desde cuándo tú y Pippa sois algo?
Sirius alzó una ceja, con media sonrisa.
—Sí, no me digas que de repente os habéis enamorado en la biblioteca y nadie nos lo contó.
Peter se rió bajito.
—Yo creía que tú no estabas para dramas románticos…
Remus, agachado fregando una mancha especialmente persistente, suspiró profundamente y se incorporó un poco.
—No estamos juntos de verdad —dijo sin rodeos—. Es un… acuerdo. Fingimos.
Los tres lo miraron al unísono.
—¿Fingís? Entonces, ¿es verdad que fingís? —repitió James, desconcertado—. ¿Pero por qué?
Remus dudó un momento antes de responder. No le gustaba hablar de las cosas que afectan a otros, pero sus amigos ya estaban dentro del asunto.
—Hace unas semanas, Anthony Otterburn le dijo a Pippa que solo servía para buenas conversaciones, que no era deseable. Ella quería demostrarle lo contrario. Pensamos que si creían que estaba conmigo, lo haría
Hubo un momento de silencio incómodo. Luego Sirius bufó con desdén.
—Otterburn es un imbécil con complejo de semidiós. Siempre ha sido así.
—¿Y ha funcionado? —preguntó Peter, curioso.
Remus asintió con cierto orgullo.
—Por ahora, sí. Además, nos lo estamos pasando bien con la farsa.
James lo observó unos segundos, luego sonrió.
—Remus Lupin, fingiendo ser el novio ideal. Jamás lo habría imaginado.
—¿Y cómo te sientes con todo eso? —preguntó Sirius, ahora más serio—. Porque puede que al principio sea solo un juego, pero si no vas con cuidado… puede volverse real. Y complicado.
—Tú lo dices por experiencia, ¿eh, Sirius? —bromeó James, empujándolo con el codo.
Sirius sonrió, pero no soltó su típica carcajada. Se cruzó de brazos y miró a Remus con sinceridad.
—En serio, Moony. Te lo digo como alguien que ha jugado con fuego muchas veces. Si empiezas a sentir algo y ella no… duele. Mucho. Pero si los dos sentís algo, y todo está montado sobre una mentira, pretendiendo que no pasa nada… duele igual.
Remus bajó la mirada al suelo y asintió con seriedad.
—Lo sé. Estoy siendo cuidadoso. Pero Pippa no es cualquier persona para mí. Siempre me ha importado, incluso antes de esto. Solo… no sé si ella se está dando cuenta de algo más. Y no quiero confundirla. Ni perderla.
—Entonces ten cuidado con tu propio corazón —dijo James, dejando el tono de broma de lado—. Las farsas tienen fecha de caducidad.
—Y nosotros estaremos aquí si necesitas que le lancemos un pastel en la cara a Otterburn —añadió Peter, con una sonrisa torpe.
Los cuatro se rieron, y la tensión disminuyó poco a poco mientras volvían a sus tareas.
El castigo seguía, pero entre confesiones, advertencias y esa lealtad tan suya, los Merodeadores no necesitaban más que estar juntos para que cualquier tarde aburrida se volviera memorable.
El pasillo estaba en calma. Ya no quedaba rastro de la purpurina que había cubierto el suelo ni del eco de los gritos de Filch. Sirius, con la túnica arrugada y las mangas remangadas hasta los codos, se dejó caer en uno de los escalones del ala este. Tenía la camisa medio desabrochada y las manos rojas de frotar los suelos durante tres horas.
Kate apareció por el pasillo, apoyada en la barandilla con una chocolatina a medio desenvolver.
—¿Sobreviviste?
—A duras penas —resopló él, extendiendo las piernas delante de sí—. Mis dedos ya no se sienten como parte de mi cuerpo. Podrían caerse y no me daría cuenta.
Ella se sentó a su lado sin decir nada más. Le tendió un trozo de chocolate y él lo aceptó con una inclinación de cabeza.
—¿Sabes que Filch guarda una lista con nuestros nombres desde tercero? —dijo Sirius al cabo de un rato, masticando despacio—. Dice que algún día se la va a entregar al Ministerio.
Kate sonrió.
—Yo pensé que tu lista negra era más prestigiosa. Al menos que incluyera a dos o tres profesores más.
—Oh, los tengo en una lista aparte. Es privada. Acceso solo para miembros fundadores.
—¿Solo tú?
—Y James. Pero él pierde méritos por decirle "señorita" a McGonagall cuando está nervioso.
Kate rió suavemente, apoyando los brazos en las rodillas.
—¿Te acuerdas del baile de cuarto año? —dijo de pronto, jugueteando con el papel de la chocolatina—. Cuando te presentaste con esa capa ridícula y dijiste que eras “el Conde del caos”.
Sirius soltó una carcajada, dejándose caer de espaldas sobre el suelo.
—¡Por supuesto! Me costó quince minutos convencer a McGonagall de que era un personaje literario respetable.
—Y luego te pasaste todo el baile haciendo trucos de cartas a Nadine Clearwater hasta que explotó una en su cara.
—Exageras. Fue una chispa inofensiva —protestó Sirius—. Aunque admito que no era mi mejor versión. Nadine se rió... y creo que hasta se sonrojó un poco.
Kate alzó una ceja.
—¿Estabas coqueteando con ella?
—¿Estás celosa? —preguntó él, divertido.
—Tal vez.
—Entonces debo confesar que lo mejor de esa noche fue otra cosa.
—¿Qué?
—Tú. Sacándome a bailar cuando nadie más se atrevía a mirarme con esa capa. Dijiste: “Si vas a ser ridículo, al menos baila bien.”
Kate se rió, inclinando la cabeza hacia él.
—Y tú lo hiciste. Sorprendentemente bien, por cierto.
—Practiqué en secreto con los elfos domésticos en la cocina. Tienen mejor ritmo que James.
—Todo el mundo tiene mejor ritmo que James —rió Kate.
Sirius sonrió también, pero luego bajó la mirada, más serio, como si algo acabara de cruzarle por dentro.
—¿Sabes que Nott te buscó toda la noche ese día?
Ella dejó de reír. El movimiento de sus manos se detuvo
—Sí. Lo recuerdo.
—Cuando te saqué a bailar —continuó Sirius, con voz algo más grave—, él estaba justo detrás. Le vi la cara. Como si acabara de perder una apuesta.
—Me encontró antes, en realidad. Intentó que bailara con él —dijo Kate, bajando la voz—. Pero tú llegaste con tu capa absurda, tus cartas y esa sonrisa de idiota, y le dijiste que me ibas a raptar por el bien del espectáculo.
—No fue solo por el espectáculo —murmuró Sirius—. Me sentí... incómodo. Como si te estuviera reclamando algo que no le pertenecía. No sé por qué. Solo sé que no quería que te fueras con él.
—Nunca me fui —dijo Kate, sin mirarlo, como si no supiera qué hacer con ese recuerdo.
Hubo un breve silencio. Solo el murmullo suave del viento en los cristales.
—Nott nunca entendió que contigo no se compite —añadió Sirius al cabo de un momento, más para sí que para ella—. No se te posee. Solo se te elige. Y yo… bueno. Supongo que siempre esperé que me eligieras, aunque fuera solo para bailar.
—Nott siempre estuvo… bastante encima de mí en las reuniones familiares. ¿Lo notabas?
Sirius giró la cabeza para mirarla, arqueando una ceja.
—No al principio. Pero sí, lo fui notando con los años. Era sutil, pero lo suficiente como para incomodar.
Kate soltó una risa seca.
—Y tú siempre aparecías justo a tiempo, como si lo olieras.
—¿Tú crees que te sacaba a bailar solo para rescatarte?
Ella lo miró con expresión burlona.
—¿No?
—Claro que sí. También era divertido —reconoció Sirius, encogiéndose de hombros—. Pero no solo por eso. Me acostumbré demasiado a que fueras tú la que me ayudaba a soportar esas reuniones. Siempre sabía que ibas a estar ahí. Nott… él no era parte de eso. Y no quería que lo fuera.
Kate ladeó la cabeza, sin perder la media sonrisa.
—¿No te molestaba bailar?
—Oh, me molestaba todo lo que tenía que ver con esas fiestas. Bailar incluido. Pero contigo era distinto. Era una especie de tregua. Lo nuestro no era fingir cortesía, era sobrevivir. Y encima le fastidiaba a mi madre.
Kate se rió, esta vez con sinceridad. Sirius asintió, mirando al techo.
—Sí. Primer baile, ¿recuerdas? Mi madre quería que te sacase a bailar para demostrar que "los Black saben comportarse". Me tomó del brazo como si fuera un soldado al frente.
—Y yo te dije que me hacías un favor mutuo. Porque si no lo hacías tú, me iba a tocar bailar con Nott. Que llevaba diez minutos hablando de criaturas mágicas en peligro de extinción solo para impresionarme.
—Ese fue el día en que decidimos fingir cordialidad mutua en público —dijo Sirius, encogiéndose de hombros—. Un pacto silencioso para sobrevivir a las cenas familiares sin perder la dignidad.
—Sí, un pacto de defensa básica —añadió Kate con una sonrisa ladeada—. Extrañamente efectivo.
—Y constante. Aunque tú fuiste más útil que yo. Me salvaste de bailar con Druella en su cumpleaños. Tenía sesenta y quería demostrar que aún podía seguir el ritmo.
Kate se echó a reír, tapándose la cara con la mano.
—¡Eso fue glorioso! Casi te arrastra al vals de los caídos.
—Literalmente.
Volvió el silencio, cómodo, entre ellos. Se escuchaba el lejano murmullo de un cuadro discutiendo con otro en el corredor de al lado. Kate se pasó una mano por el cabello.
—Nott siempre fue todo lo que detestaba del mundo que nos rodeaba. Pretencioso, condescendiente, encantador cuando le convenía. Nunca le importaste realmente. Solo quiere tenerte como se tienen los trofeos. Para exhibirte.
Kate bajó la mirada, más seria.
—Lo sé.
—Y eso me jodía. Más de lo que quería admitir en su momento. Todavía me molesta.
Ella no respondió de inmediato, pero la forma en que lo miró decía bastante. Luego se levantó sin decir nada más, como si no hiciera falta.
—A veces me pregunto si fue ahí donde empezó todo. No con palabras grandes, ni con promesas. Solo... eso. Sobrevivir juntos.
Sirius no respondió de inmediato. Miró hacia adelante, jugueteando con el envoltorio del chocolate entre los dedos.
—No sé cuándo empezó —dijo al fin, encogiéndose de hombros—. Solo sé que fue antes de que alguien lo notara. Incluso antes de que yo me diera cuenta.
Kate bajó la mirada y asintió lentamente. Luego, le dio un beso fugaz en los labios y se levantó con un suspiro. Se sacudió el polvo de la túnica.
—Venga, Conde del caos. Que si McGonagall nos pilla aquí, te vas a ganar otra ronda de fregado.
Sirius se levantó detrás de ella, con una mueca.
—Solo si vienes tú también.
—Ni en sueños.
Pero no lo dijo del todo en serio.
Esa noche, la sala común de Gryffindor estaba en calma. Algunos estudiantes murmuraban entre sillones, otros repasaban pergaminos junto al fuego. Pippa estaba sentada en una esquina, en el suelo, con los pies cruzados, rodeada de libros de Aritmancia. Su cabello rubio caía sobre un lado del rostro mientras escribía concentrada.
Remus la vio desde el otro lado de la sala y, sin pensarlo mucho, se acercó con una taza de té humeante.
—Te lo ganaste —dijo, extendiéndole la taza mientras se sentaba a su lado.
Pippa sonrió al mirarlo, su expresión se suavizó.
—Gracias, Moony. No sé si Aritmancia me odia o yo la odio más.
—Probablemente es mutuo —bromeó él, dejando caer la espalda contra el muro y estirando las piernas.
Hubo un pequeño silencio. El fuego crepitaba cerca, lanzando sombras anaranjadas sobre sus rostros.
—Hoy Peter me ha preguntado cómo empezamos a salir —dijo Remus, sin mirarla—. Me cuesta mentirles.
Pippa dejó la taza sobre el suelo, aún con las manos alrededor.
—¿Y qué dijiste?
—La verdad. Que era una farsa para protegerte. Pero también… que me gusta pasar tiempo contigo. Mucho más de lo que esperaba.
Ella le sostuvo la mirada, y en sus ojos brilló algo entre ternura y duda.
—Yo también me siento bien contigo —dijo en voz baja—. No pensé que fingir algo así pudiera sentirse tan real a veces.
Remus la miró en silencio, con una mezcla de sorpresa y reconocimiento. Luego sonrió apenas.
—Cuando te ríes, se me olvida que esto empezó por culpa de Otterburn.
—Te entiendo… cuando simplemente estamos…—respondió Pippa, bajando un poco la voz—, se me olvida que estamos fingiendo.
Remus sintió una punzada cálida en el pecho. Estaba tan cerca de ella que podía contar las pecas en su nariz.
—¿Y qué pasa si un día uno de los dos… deja de fingir?
Ella se quedó inmóvil. Después, como si lo estuviera decidiendo en ese momento, respondió:
—Entonces tendrá que ser muy valiente. Y arriesgarse a mostrar al otro ese punto de oscuridad que ambos escondemos.
Remus asintió despacio. No dijo nada más. Solo extendió una mano, con la palma abierta. Pippa la miró por un segundo, luego entrelazó sus dedos con los de él. Se quedaron así, en silencio, con las manos unidas, los libros olvidados a su alrededor y el fuego tiñendo el mundo de tonos dorados. Fingían. Pero algo, sin quererlo, ya no estaban fingiendo.
Unas horas después, Remus estaba tumbado en su cama, con la mirada fija en el techo, aunque su mente estaba muy lejos de allí. Recordaba la conversación que había tenido con los chicos esa tarde, especialmente la manera en que James lo había observado con una mezcla de complicidad y preocupación.
¿Por qué se había acostumbrado tanto a fingir ser el novio de Pippa? Quizás porque con ella todo era... fácil.
Le gustaba esperar para ir a clase juntos, le llevaba la mochila sin que ella se lo pidiera, estudiaban durante horas, a veces sin hablar, y otras riéndose por cualquier tontería. Pero lo mejor era que compartían un secreto, y eso lo cambiaba todo. En un mundo donde tenía que controlar cada palabra y cada gesto, con Pippa no había necesidad de fingir del todo. Cuando alguna conversación rozaba territorios delicados, ambos sabían cuándo parar, cómo esquivar el tema sin herir. Ese equilibrio silencioso le daba a Remus una libertad que no encontraba en ningún otro lado.
Pero la luna llena se acercaba. Y con ella, la parte más oscura de sí mismo. ¿Qué haría entonces? ¿Le molestaría la presencia de Pippa como le ocurría con todos los demás? ¿Sería capaz de herirla, incluso sin querer? ¿Cómo podría explicarle que no siempre podía controlarse? Suspiró con frustración y se quejó en voz alta.
—Mmph.
—Moony… ¿todo bien?
Remus se incorporó un poco. James estaba en la cama de enfrente, retocando con la varita el Mapa del Merodeador. Solo estaban ellos dos en la habitación. Quizás por eso se atrevió a preguntar algo que nunca se había permitido decir en voz alta.
—¿Cómo supiste que estabas enamorado de Lily?
James levantó la vista, desconcertado.
—Vaya… no esperaba eso. —Dejó la varita a un lado y se frotó el cuello, pensativo—. Pues... creo que por muchas cosas.
—¿Y podrías ser más específico?
James rió, con esa mezcla de ironía y ternura que le era tan propia.
—Me encanta su forma de hablar, su físico, su manera de pensar… —al ver la expresión impaciente de Remus, añadió con seriedad—. Pero lo que me hace estar realmente enamorado de ella son dos cosas: hace que, de forma natural, yo sea mejor… y mis problemas, a su lado, pesan menos.
Remus lo miró sorprendido.
—¿Tus problemas? ¿Tanto habéis compartido en estos meses?
—Sí, bastante. Sus consejos son útiles. Pero hay cosas que no le he contado… y aun así, las intuye. No me obliga a explicarlas. Solo… está ahí. Compartimos.
La sinceridad de James le dio de lleno.
—Estoy arruinado —murmuró Remus, y se tapó la cara con una almohada mientras su amigo soltaba una carcajada.
—Moony… lo de Pippa no es por el trato que tenéis. Ella te gusta desde mucho antes.
—¡Eso es una estupidez! Nunca la había visto de esa manera.
—No lo habías pensado —dijo James con calma—, pero sí lo habías vivido.
Remus retiró la almohada con un bufido.
—Necesito una explicación coherente, Potter.
—Huyes de la gente, Remus. Siempre ha sido así. Nos costó mucho ganarte, y ahora somos inseparables. Pero con Pippa, desde segundo curso, dejaste que se acercara a ti. Con la excusa de los deberes, tal vez… pero para nosotros siempre fue curioso.
El silencio que siguió fue casi revelador. Remus comprendió que James tenía razón. Esa comodidad que sentía con Pippa no era nueva. Siempre había estado allí, pero él la había enterrado bajo capas de inseguridad, convencido de que no merecía una oportunidad real con nadie. Menos aún con ella.
—Voy a hablar con ella —dijo con decisión—. Se acabó el teatro.
James rodó los ojos con exageración.
—Eres idiota, Remus. Esa no es la solución.
—¿No?
—No. La solución es que sigas adelante… y te preguntes por qué con ella sí. A lo mejor te das cuenta de cosas importantes.
Remus tragó saliva. Algo dentro de él se removió. Lo sabía.
—Ella también guarda un secreto.
James se puso serio.
—Lo sé. Lily y las chicas lo saben también, pero no es algo de lo que hablen.
—¿Y tú cómo lo sabes?
James arqueó una ceja, solemne.
—Leo la mente.
Remus le miró un segundo con incredulidad… hasta que lo vio reírse.
—Idiota.
—Lo sé porque a Lily se le escapó algo el otro día. Dijo que le alegraba verte con Pippa porque, por fin, la chica parecía feliz. Que llevaba tiempo con una carga que no le dejaba disfrutar del todo. Pero tranquilo… no saben nada del acuerdo entre vosotros.
Remus asintió en silencio. Le dolía un poco en el pecho, pero era una buena punzada. De las que te despiertan. Se levantó de la cama, se puso los zapatos y caminó hacia la puerta. Antes de salir, miró a James.
—Vuelvo en un rato.
James levantó una mano a modo de despedida sin dejar de mirar el mapa.
—Dale un beso de mi parte —murmuró con una sonrisa.
Remus negó con la cabeza, sonriendo también. Y salió. Miro en la sala común, solo estaba Mary con Marlene.
—Mary, ¿sabes dónde está Pippa?
—Creo que dijo que iba al invernadero. Mencionó unas semillas que necesita Lily para una poción… pero no sé más.
Remus asintió con un leve murmullo de agradecimiento. Podría haber subido a la habitación y consultado el Mapa del Merodeador, pero algo le empujaba a no perder tiempo. Sentía una urgencia casi irracional. Mientras caminaba por los pasillos en dirección a los invernaderos, repasaba mentalmente lo que podría decirle al verla. Pero no encontraba ninguna excusa coherente. Solo sabía que necesitaba verla.
Al llegar, se detuvo en seco al oír voces al otro lado del cristal empañado. Reconoció enseguida a Pippa… y a Anthony Otterburn.
—Ya te lo he dicho, Anthony. No quiero seguir hablando contigo.
—Vamos, Pippa, sabes que eso no es cierto.
El estómago de Remus se tensó como una cuerda. Sabía que debía marcharse, dejar de escuchar. Pero no pudo. Algo en él necesitaba saber.
—¿De verdad estás con Remus Lupin? Él es…—insistió Anthony, con una mueca que Remus casi pudo ver.
—Cuidado con lo que dices —respondió ella con una firmeza que sorprendió al propio Lupin—. Remus y yo estamos juntos. Y estoy dispuesta a defenderle.
La seguridad en su voz lo descolocó. Sintió orgullo. Y vértigo.
—Entonces sigamos viéndonos sin que se entere. Te echo de menos —insistió Anthony con una arrogancia cínica—. Él es un Merodeador. Te dejará. Siempre lo hacen.
—¿Estás loco? Jamás traicionaría a Remus así. Y él tampoco lo haría. Le conozco.
Hubo un silencio breve. El corazón de Remus latía con fuerza.
—Entiendo —dijo Anthony, y bajó la voz—. ¿Te has besado con él?
—No te importa, pero no.
Remus parpadeó. No le sorprendía que no se hubieran besado, solo algún breve roce para disimular… pero si lo que Pippa quería era herir a Otterburn, ¿por qué no mentir? ¿Por qué esa honestidad a medias?
—Entonces… ¿piensas darle permiso para hacerlo?
El silencio que siguió se hizo eterno.
—No tengo por qué responderte a eso. Pero él vale mucho más para mí de lo que te imaginas. No necesita que le bese para estar conmigo o verme atractiva.
Fue entonces cuando Remus decidió intervenir. No soportaba ni un segundo más oculto entre las sombras.
—¿Pippa? ¿Estás aquí?
Su voz sonó más serena de lo que se sentía por dentro. Pippa giró la cabeza, y sus ojos se iluminaron, brillo que Anthony no pasó por alto.
—¡Remus!
Entró con paso tranquilo, y sin mirar directamente a Anthony, se acercó a ella, colocándose ligeramente delante, como un escudo.
—¿Todo bien?
—Sí, claro —intervino Anthony con el tono más educado que pudo fingir—. Solo comentábamos un experimento de Herbología.
—Me alegra. Sé que a Pippa le apasiona todo esto —dijo Remus, y le acarició la mejilla con suavidad—. Pero… —añadió, mirando esta vez a Anthony con frialdad—, preferiría que no volvieras a acercarte tanto a ella. Ya sabes.
Otterburn frunció el ceño, claramente furioso. Caminó hacia la puerta sin decir más, pero al salir se giró y lanzó una última frase:
—Piénsalo bien, Pippa.
El invernadero se quedó en silencio. Pippa bajó la mirada, pero luego sonrió con cierta ironía.
—Buena actuación, Lupin.
Remus la observó un segundo, serio. Luego, con voz baja, respondió:
—No estaba actuando, Pippa.
—¿Qué?
—Que no mentía. ¿De verdad no lo ves?
Ella abrió los labios, pero no supo qué decir. Notó la tensión en su voz, en sus hombros. Entonces, sin pensarlo demasiado, le tomó la mano. Él se relajó al instante, como si con ese simple gesto todo su cuerpo se aliviara del peso que cargaba.
—Gracias por no mentir —dijo ella en voz baja.
Hubo una pausa. Remus miró de reojo unas macetas cercanas.
—¿Qué plantas?
—Ah, son plantas de sopóforo. Lily necesita las semillas para una poción nueva que quiere intentar. Leyó sobre ella en una revista de Damocles Belby…
—¿Y qué poción es?
—Creo que se llama… Poción de Matalobos.
El mundo se detuvo. Remus sintió que el aire se le escapaba del pecho, que el suelo bajo sus pies temblaba. Tuvo que apoyarse en la mesa más cercana. Pero Pippa no lo notó: estaba agachada, recogiendo cuidadosamente las semillas del suelo.
—¿Te importa si volvemos a la sala común? Me toca ronda de prefectos en un rato y… no quiero dejarte aquí sola.
Ella se puso de pie y se limpió las manos con una sonrisa suave.
—Listo. Vamos. ¡Así podrás preguntarle a Lily sobre la poción en el camino!
—Sí… —musitó él, aún con la mente a mil.
Mientras caminaban juntos hacia el castillo, Remus sentía que algo fundamental acababa de cambiar. Solo no sabía todavía qué. Pero lo descubriría muy pronto.
Al llegar a la sala común, Pippa fue directa hacia Lily y le entregó la pequeña bolsita con las semillas de sopóforo. La pelirroja sonrió, agradecida, y se levantó casi al instante.
—Remus, ¿vamos?
Él no respondió de inmediato. Sus ojos se clavaron en James, que estaba desplomado en una butaca cercana, con los pies encima de la mesa baja y expresión despreocupada. El mundo de Remus se contrajo. Durante el camino hasta la torre había dado vueltas a una sola idea: Lily sabe. Y si Lily sabía, si había llegado a mencionar la poción de Matalobos, solo podía significar una cosa.
James.
Las palabras de su amigo de unas horas antes le volvieron a la cabeza: “Hay cosas que no le cuento, pero ella las intuye”. Una punzada de traición le atravesó el estómago. Lo conocía demasiado bien. Sabía lo impulsivo que podía ser con Lily. ¿Y si había dicho más de la cuenta? ¿Y si se lo había contado todo?
La tensión se le notaba en la mandíbula apretada, en los puños cerrados. Sirius y Peter intercambiaron una mirada. Creían saber lo que pasaba: la luna llena se acercaba, y a veces su humor se volvía volátil. Estaban acostumbrados a ayudarle a contenerse.
—Remus, después de la ronda… —empezó Sirius, intentando distraerle con voz tranquila.
No terminó la frase.
Remus se giró de repente y, con una furia helada en el rostro, le cruzó la cara a James con un puñetazo seco. El golpe fue tan repentino que lo lanzó al suelo. Las gafas salieron volando y golpearon contra la alfombra.
—¡¿Qué coño te pasa?! —gritó James, incorporándose rápidamente, aún tambaleándose, mientras se tocaba la mejilla con rabia.
Sirius sujetó a Remus antes de que pudiera levantar de nuevo el brazo.
—¡Calma, Moony!
El silencio que cayó en la sala común fue tan denso que nadie se atrevía ni a respirar. Las conversaciones cesaron, los juegos de cartas quedaron olvidados, y todos los ojos se clavaron en ellos. Nadie había visto jamás algo así. Los Merodeadores no discutían en público. Y desde luego, Remus nunca, nunca perdía los estribos.
James, rojo de ira y sorpresa, se levantó completamente. Se colocó las gafas con brusquedad.
—¿Qué te pasa? —repitió con el ceño fruncido.
Y entonces Remus soltó las palabras que rompieron todo:
—Eres un traidor.
Y se fue.
Las tres sílabas dejaron a James completamente inmóvil. Ya no parecía enfadado. Estaba… blanco. Como si le hubieran quitado el aire. Sirius se quedó mirando a la puerta por la que Lupin había salido.
—Prongs… es un malentendido —dijo en voz baja.
James no respondió. Se limitó a recoger su varita del suelo y subió las escaleras hacia la habitación sin mirar a nadie. Sirius y Peter lo siguieron en silencio.
Kate miró a Pippa, pálida.
—¿Sabes algo? —le susurró.
—No… —respondió Pippa con un nudo en la garganta. No entendía nada. Todo había ido bien con Remus. ¿Y ahora esto?
Lily, aún de pie, dudaba. Su primera reacción fue ir detrás de James. Su corazón se lo pedía. Pero luego miró la puerta por donde se había marchado Remus. Él era su compañero de ronda. Y algo en sus ojos antes de irse… era demasiado roto. Decidió seguirle.
—¡Remus!
Corría por los pasillos, esquivando retratos curiosos y alumnos despistados.
—¡Remus, espera!
Lo alcanzó en el corredor del cuarto piso. Él se detuvo, pero no se giró.
—Evans, no hace falta que hagamos la ronda juntos.
El uso de su apellido la congeló.
—¿Qué tienes? ¿Por qué estás así?
Entonces él se volvió. Su mirada estaba cargada de cansancio, rabia y algo mucho más peligroso: desconfianza.
—Es mejor que no te metas en asuntos que no te corresponden.
Y se marchó. Lily se quedó allí, sola. Mirando cómo su figura se perdía al final del pasillo. Aún no comprendía qué acababa de pasar. Pero sabía que algo muy hondo se había roto. Se cruzó de brazos y murmuró para sí misma:
—Debe ser la luna llena… aunque… nunca había discutido así con ellos. Y eso de “traidor”...
Frunció el ceño. Algo más estaba ocurriendo. Y no descansaría hasta entender qué. Y esa fue la primera vez que Lily Evans no hizo una ronda como prefecta. En lugar de salir por los pasillos, subió directamente por las escaleras de la torre y se detuvo frente a la puerta de la habitación de los chicos. Dudó unos segundos antes de levantar la mano. Golpeó suavemente.
Nada.
Insistió. Esta vez, tras unos segundos, Peter abrió con cautela. Al verla, frunció el ceño, sorprendido.
—¿Hola, Pet...? —dijo con voz suave— ¿Está James?
El chico miró hacia el interior de la habitación, indeciso. Finalmente, se hizo a un lado y le permitió pasar. Lily entró con paso contenido. Nunca antes había estado allí.
Era igual que su dormitorio, en estructura, pero diferente en todo lo demás. El espacio tenía ese desorden funcional que solo puede crear un grupo de amigos de toda la vida. Había carteles de quidditch, libros abiertos, una guitarra apoyada contra una silla, una caja de grageas Bertie Bott a medio terminar… pero también un calor acogedor. Casi como un hogar.
En la cama que estaba en el mismo lugar que la suya en el dormitorio femenino, vio a James. Sonrió ante la coincidencia.
—Muy bien, pelirroja —dijo Sirius desde su cama, tomando su chaqueta—. Aquí te dejamos con Prongs. Estamos abajo.
Peter le siguió y ambos salieron. Lily y James se quedaron a solas.
—Estoy bien —dijo él nada más.
—Lo sé —respondió ella, con una sonrisa ligera—. ¿Puedo sentarme?
Él asintió, señalando un lugar a su lado en la cama. Lily se sentó sin pensarlo demasiado. James suspiró.
—No sé qué le pasa a Remus... pero no soy un traidor. Antes habíamos hablado y todo estaba bien…
Lily se giró y lo miró a los ojos, realmente le había afectado el comentario. Sus pupilas se dilataron ligeramente, como si quisiera que la sinceridad de sus palabras entraran directamente en él.
—¡Claro que no lo eres, James! Todo lo contrario.
Él bajó la mirada, luego sonrió, casi con timidez.
—Gracias, Lily… Supongo que tendré que esperar a que pase la luna llena para hablar con él. Aunque… —se encogió de hombros— estoy bastante dolido por ese comentario.
—Lo entiendo. Conmigo también ha sido bastante duro —dijo ella con un suspiro.
Se miraron.
—¿Se pondrá peor, no? —preguntó ella.
—Querida Lily… Moony, enfadado antes de la luna llena, es peor que en su forma de hombre lobo.
Los dos rieron. El ambiente se aligeró un poco, como si la risa pudiera reconstruir algo de lo que se había roto. A James, su simple presencia le calmaba los latidos acelerados del pecho.
—¿Por qué estás aquí, Lily? —preguntó de repente, bajando la voz.
Ella se quedó inmóvil unos segundos. No lo había pensado. Solo… necesitaba verlo. Ver que estaba bien.
—Yo… —empezó, nerviosa, poniéndose de pie como si así pudiera recuperar el control— solo quería saber si estabas bien, supongo. Fue un buen golpe.
—Sí, todavía me duele —respondió James, con media sonrisa.
Lily se volvió a sentar. Sus ojos brillaban con determinación.
—James, estoy trabajando en una poción nueva… para ayudar con la licantropía.
Él la miró con una mezcla de asombro y admiración.
—¿En serio?
—Sí… El otro día leí que el Profesor Damocles Belby está investigando una. No cura, pero… podría ayudar con los efectos. Control, dolor, lucidez… lo básico.
James abrió mucho los ojos.
—¡Es fantástico, Lily!
La sonrisa de él le dio fuerza para continuar.
—Ya tengo casi todos los ingredientes. El armario del aula de pociones tiene la mayoría… pero me falta uno. Y está en la Sección Prohibida de la biblioteca.
James ya sabía lo que venía.
—¿Qué necesitas?
—Lágrimas de unicornio o escamas de dragón. Tres gotas o tres escamas. Ahí tienen dos frascos de ambos guardados desde hace años.
James se echó hacia atrás y la observó con teatralidad.
—¿Lily Evans, prefecta ejemplar, me está pidiendo a mí que robe de la Sección Prohibida?
—Dicho así suena fatal… tienes razón, olvídalo —dijo, bajando la mirada.
—¡ES LA MEJOR IDEA DEL MUNDO! —exclamó James con entusiasmo, levantando las manos como si acabara de anotar un gol de quidditch.
Ella se rió, sorprendida.
—Por Remus, lo que sea —dijo él, más serio esta vez—. Déjalo en mis manos. Hablaré con Sirius y Peter. ¿Te molesta?
—En absoluto —respondió Lily, contagiada de su energía—. Mientras tanto iré preparando las otras etapas de la poción. La sangre de dragón se agrega al final.
—¿Dónde lo harás?
—En el aula de pociones secundaria. Slughorn suele dejarme usarla para experimentar. Tengo la llave.
—Eres genial —murmuró James, acercándose un poco. Le dio un beso en la frente, cálido y espontáneo.
Ella sonrió, un poco sonrojada.
Salieron juntos de la habitación. En el pasillo se encontraron con Peter, que volvía con una bandeja de galletas robadas de la cocina. Sirius levantó una ceja cuando los vio aparecer juntos. Pero Remus… aún no había regresado.
Remus había terminado su ronda por el castillo, pero no tenía ningún deseo de regresar a la torre. Caminar por los pasillos vacíos de Hogwarts le resultaba más llevadero que enfrentar las miradas, las preguntas o, peor aún, el silencio incómodo de sus amigos.
El eco de sus pasos sobre la piedra no lograba acallar el tumulto en su cabeza. Se había dejado llevar. Había perdido el control. Pero estaba tan malditamente enfadado con James… No podía entender cómo su mejor amigo podía haberle traicionado así. Era cierto que se trataba de Lily… James la adoraba incluso antes de entender que eso era amor. Pero había límites. Su licantropía no era un secreto para compartir. Era su carga, su herida, su miedo más profundo.
—Qué desastre… —murmuró, frotándose el rostro con ambas manos.
—¿Qué es un desastre, Sr. Lupin? —La voz serena y suave de Dumbledore lo hizo girar de golpe—. Espero que no se refiera a usted mismo, porque tengo mucha confianza en su futuro.
—Profesor Dumbledore… Yo… lo siento, estaba pensando en voz alta.
—Lo entiendo —asintió el director, con su habitual expresión enigmática—. ¿Algo que quiera comentar? No es muy propio de un prefecto deambular por el castillo a estas horas sin justificación.
Remus bajó la vista al suelo. Su sombra, proyectada por las antorchas del pasillo, parecía más pesada que nunca. Dumbledore lo observó durante unos segundos, como si pudiera leer cada rincón de su alma.
—Solo se me ocurren dos motivos. Primer motivo: sus amigos Potter, Black y Pettigrew están tramando alguna travesura y usted está de guardia.
Remus no pudo evitar sonreír con un dejo de melancolía. Era cierto. Muchas veces, esa había sido la causa de sus caminatas nocturnas.
—Segundo motivo: hay algo que no le permite estar tranquilo… y necesita tiempo.
El silencio entre ellos se volvió denso. Remus sintió la mirada del profesor como una mano invisible sobre su hombro.
—Profesor… usted sabe que James, Sirius y Peter conocen mi problema.
—No me gusta que lo llame problema —lo interrumpió amablemente—. Pero sí, lo sé.
—Que ellos lo sepan ha sido un alivio enorme. Pero últimamente… estoy teniendo problemas con que otras personas lo descubran.
El pasillo pareció hacerse más largo y más frío. Dumbledore no respondió de inmediato. Esperó, como siempre hacía, a que sus palabras pudieran encontrar el momento adecuado.
—Sr. Lupin —dijo finalmente, con un tono más grave—. Ser un licántropo es parte esencial de su identidad. No, no me mire así. Sé que no es algo que le agrade, pero es la realidad. A veces, nos golpeamos contra la realidad y eso nos impide vivirla con serenidad.
Remus alzó la mirada, confundido.
—No comprendo…
—Si usted está constantemente luchando con ser lo que no es, entonces nunca podrá mostrarse a los demás tal como es. Y ese temor… ese miedo a ser descubierto… lo consume.
—Es que no quiero que lo descubran.
—Lo que no quiere es que lo rechacen por lo que es. Pero si se rechaza usted mismo primero… ¿cómo espera aceptar que quizás otros puedan pensar diferente?
Remus no respondió. Las palabras del director eran suaves, pero le golpeaban con fuerza. Como la luna misma, eran ineludibles.
—James, Sirius y Peter son la prueba de ello.
—Ellos lo descubrieron por mis ausencias —dijo en voz baja—. Yo nunca les conté nada.
—Efectivamente. Y, aún así, lo aceptaron sin condiciones. —El tono de Dumbledore se volvió casi cómplice—. Hay otras personas cerca de usted con incluso más capacidad de observación que sus amigos.
Remus entrecerró los ojos. Lo comprendió al instante.
—Lily Evans —susurró.
—Sí —asintió Dumbledore—. La señorita Evans dedujo su condición hace ya un tiempo. Es una joven perspicaz, pero también muy discreta. Habló conmigo, y está esperando a que sea usted quien decida confiar en ella. Mientras tanto… Intenta ayudarle con lo que tiene a mano.
Remus sintió un peso extraño en el pecho. No culpa esta vez, sino una mezcla de gratitud y vergüenza. La poción. Eso era.
—¿Cree que funcionará? —preguntó, sin mucho convencimiento.
—No lo sabemos. Pero lo importante es que ella quiere ayudarle. Y tiene mi consentimiento. Supongo que eso es algo.
Remus bajó la cabeza. Su orgullo herido empezaba a hacer espacio a algo más honesto: la culpa.
—He juzgado a James sin darle oportunidad de explicarse… —confesó en voz baja— Siempre he temido ser juzgado. Y ahora soy yo quien juzga primero.
—Otra lección aprendida, Sr. Lupin —dijo Dumbledore con una pequeña sonrisa.
El silencio entre ambos fue distinto esta vez. Más liviano. Más respetuoso. Una pausa de entendimiento.
El director dio un paso atrás.
—Permítame darle un último consejo antes de retirarme —Remus asintió—. A veces, ser el primero en abrir el corazón… ayuda a que otros lo abran también.
Dumbledore se giró, dispuesto a marcharse, pero antes de que se alejara demasiado, Remus alzó la voz.
—Profesor…
El anciano se detuvo.
—Dudo mucho que estuviera cuidando alguna broma. ¿También necesitaba pensar en algo?
Hubo un breve instante de silencio. Remus se sintió un poco atrevido al decirlo, pero la mirada de Dumbledore, cuando se giró hacia él, estaba llena de amabilidad.
—Sí, pero hablar con usted me ha ayudado a verlo todo con más claridad.
Y sin añadir nada más, el director desapareció entre sombras y columnas. Remus se quedó solo. Respiró hondo. Apretó los puños.
—Bien —se dijo a sí mismo, decidido—. Es hora de afrontarlo.
Y con pasos firmes, caminó de regreso hacia la sala común.
—¿Vas a entrar o tengo que esperar a que sea mañana? —La Dama Gorda arqueó una ceja, impaciente.
Remus parpadeó, sacudido de sus pensamientos. Se había quedado congelado frente al retrato, dudando, sopesando todo lo que había pasado esa noche.
—Lo siento —musitó.
La pintura se abrió y él entró en la sala común. Estaba vacía, bañada por el tenue resplandor del fuego, ya casi extinguido. Se dirigió directamente hacia las escaleras. El silencio en el dormitorio era absoluto. Miró las camas alineadas. Vacías. La de James, la de Sirius, la de Peter… ¿Dónde demonios estaban?
Se acercó a su baúl, abrió la tapa con rapidez. Ni rastro del Mapa del Merodeador. Tampoco la Capa de Invisibilidad de James.
—Perfecto. Están infringiendo las normas. Y sin mí.
El fastidio le arañó por dentro. No solo por quedarse fuera… sino porque, en realidad, adoraba compartir esas pequeñas locuras con ellos. Pero ahora no estaba seguro de si quería encontrarse con ellos todavía. No, no después de todo lo que había pasado.
Suspiró, volvió a bajar con un libro en mano. Quizá si los esperaba en la sala común, podría enfrentarse a ellos con la cabeza más clara. Pero al entrar, se detuvo. No estaba solo.
En un sillón junto al fuego, encogida bajo una manta, dormía Pippa. No la había visto antes, quizá por la sombra del respaldo. Su respiración era tranquila, serena. El gesto relajado, sin preocupaciones. Remus la observó en silencio. Sintió un nudo en el pecho. En ella no veía juicio. Solo calma. Una calma que él anhelaba con una desesperación que apenas se atrevía a admitir.
Las palabras de Dumbledore resonaron en su memoria: “Ser el primero en abrir el corazón ayuda a que otros lo abran también.”
Pippa no le había exigido su secreto. Solo había querido estar cerca, comprenderlo sin invadirle. Pero ahora, él lo sentía diferente: quería contárselo. Quería compartir ese peso. Y si ella quería cargarlo con él… la dejaría. Se arrodilló junto a ella, sin pensar.
—Pip… —susurró, rozando con los dedos su mejilla—. Pip, despierta…
Ella se removió ligeramente, pestañeó. Cuando sus ojos se posaron en él, no dudó un segundo. Se incorporó y lo abrazó con fuerza, como si temiera que volviera a desvanecerse.
—Remus… has vuelto. Te esperaba. Estaba preocupada.
—Te lo explicaré todo —dijo él con voz baja, casi quebrada—. Pero necesito que vengas conmigo.
Ella le miró un segundo, asintió sin preguntas, y tomó su mano.
Caminaron en silencio. Remus la guiaba por pasillos ocultos, tras tapices y escaleras que crujían solo si pisabas mal. Al cruzar una puerta disimulada entre las piedras, salieron a los jardines. El aire era frío, pero la noche estaba despejada. Las estrellas parecían más cercanas. Pippa se dio cuenta de que se dirigían al Bosque Prohibido. Se detuvo.
—¿Vamos a entrar?
Él se giró, sin soltar su mano.
—Ven… por favor.
Había algo en su voz que la hizo estremecer. Confianza. Dolor. Esperanza. Dudó solo un instante. Luego apretó su mano. Era Remus. Su Remus. ¿Cómo iba a dudar de él?
Se adentraron en el bosque. Los árboles susurraban entre ellos, y el sonido de la hojarasca bajo sus pies era lo único que rompía el silencio. Al cabo de un rato, llegaron a un claro escondido. Un pequeño lago dormía entre la maleza. El reflejo de la luna, casi llena, brillaba sobre la superficie.
Remus soltó el aire lentamente, como si todo lo que contenía dentro le estuviera quemando. Caminó hasta el borde del lago, sin soltar su mano.
—Pip… quiero tener el valor de contarte quién soy. De verdad.
Ella alzó una mano y le acarició la cara. Él no la miraba.
—No hace falta —susurró—. Te dije que podría descubrirlo.
Él entonces se giró hacia ella, y sus ojos brillaban con intensidad.
—Lo sé. Pero no quiero que lo descubras. Quiero contártelo. Quiero que lo sepas porque yo te lo digo. Porque… quiero compartir contigo esto —dijo, llevándose la mano al pecho, al corazón. — y si me dejas…también… acompañarte en tu carga.
Pippa se quedó sin palabras. Aquello… era más que una confesión.
—Te escucho —dijo, sentándose en el suelo, sin apartar la vista de él.
Remus se sentó a su lado, pero siguió mirando al lago.
—Solo te pido que escuches hasta el final…
Ella asintió. No se movería. No huiría.
—Mi padre, Lyall Lupin, trabajaba en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. Era un experto en apariciones no humanas. Lo contrataron para ayudar a comprender mejor lo que el Ministerio a menudo despreciaba o temía.
Hizo una pausa. La brisa agitaba suavemente su cabello.
—Durante una investigación, interrogó a un hombre llamado Fenrir Greyback… por la muerte de dos niños muggles. Mi padre se dio cuenta de lo que era realmente… y recomendó retenerlo hasta la próxima luna llena.
Pippa sintió un escalofrío. No sabía por qué, pero algo dentro de ella se tensó.
—Greyback escapó. Y buscó venganza. No quería matar a mi padre. Quería destruirlo. Así que... me atacó. Yo tenía cinco años. Solo recuerdo el dolor. Los colmillos… atravesando mi piel…
Cerró los ojos. La voz se le quebró.
—Desde entonces… tengo una maldición. Licantropía. Soy un hombre lobo.
Silencio. Remus apretó los ojos como esperando el impacto, el rechazo, el miedo. Pero lo que encontró al abrirlos fueron los ojos de Pippa… llenos de lágrimas. Y de rabia.
—¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! —gritó, empujándolo—. ¡¿Por qué quisiste vivir con esto tú solo?! ¡Eres un idiota, Remus Lupin! ¡Podíamos acompañarte en esto!
Él la agarró por las muñecas, sorprendido por la intensidad.
—Me avergüenza…
Ella se quedó inmóvil. Esas dos palabras… la desarmaron.
—Remus… —susurró, dejando caer los brazos.
Él se acercó despacio, como quien teme romper algo frágil. Rozó sus labios con los dedos, con una delicadeza que contrastaba con el temblor de su respiración. Ella cerró los ojos con fuerza, y eso le hizo sonreír. Le besó la frente. Cuando abrió los ojos, se encontró con los suyos. Cálidos. Miel. Humanos.
—No me importa que desaparezcas durante la luna llena —dijo Pippa, con una sonrisa temblorosa—. Hay muchos más días sin luna llena.
Remus soltó una carcajada breve, inesperada. Una que no recordaba haber tenido en semanas.
—De todas las que he pensado… no esperaba esa respuesta —susurró con una suave sonrisa.
Se quedaron un buen rato junto al lago. Hablaron. Mucho. De cosas tristes y cosas bellas. Remus le contó sobre los Merodeadores, sobre cómo lo descubrieron y lo aceptaron. Le dijo que Lily probablemente también lo sabía, y sobre cómo estaba intentando ayudarlo con una poción experimental. Le confesó su reacción con James… y cuán mal se sentía por ello.
—¡Vaya! Ahora entiendo por qué te pusiste tan raro —rió Pippa—. Y resulta que Lily ya lo sabía…
—Sí. Así que le debo una disculpa a Prongs.
—Una muy grande y a lo mejor una pomada —añadió ella.
Nunca se le había ocurrido este desenlace. Sin miedo. Sin rechazo. Solo aceptación. Quizás era eso a lo que se refería Dumbledore. Quizás, ser querido por lo que uno es, era suficiente. Y aquella noche, para Remus Lupin… ser hombre lobo dejó de ser un problema.
El silencio se instaló entre los dos de nuevo, pero no era incómodo. Remus tenía los ojos cerrados, aún sonriendo, respirando el aire frío con una tranquilidad que rara vez experimentaba. Pippa lo observaba, pero su mirada se volvió distante, como si algo más tirara de ella, más allá del bosque, del presente, de él. Recordó:
—¿Y entonces? ¿Se lo dirás? —La voz de Alice era baja, casi un susurro, mientras ambas estaban sentadas junto a una ventana en la biblioteca. El sol de la tarde acariciaba las hojas de sus libros sin abrir.
Pippa apretaba las manos contra su regazo.
—No… no mientras él no me confíe lo suyo primero.
Alice ladeó la cabeza, con ternura.
—¿Crees que esconde algo?
—Estoy segura —murmuró Pippa—. Lo noto… en sus silencios, en cómo a veces desaparece, en cómo se culpa de cosas que no dependen de él. Es como si llevara una cadena invisible al cuello.
Alice no respondió de inmediato. Luego, con delicadeza, añadió:
—¿Y si no te lo cuenta nunca?
Pippa tragó saliva.
—Entonces... simplemente estaré a su lado. Pero si un día decide confiar en mí, si me abre la puerta, yo también lo haré. No antes. Porque no quiero que piense que lo digo por compasión. Lo que yo tengo… es mío. Y lo compartiré solo si él me ve entera. No como alguien rota.
La respiración de Pippa se agitó sutilmente. No esperaba que ese momento llegara tan pronto, ni en ese claro del bosque, ni con la luna como testigo. Y ahora, frente a la verdad de Remus, su pecho se apretaba con algo más que emoción. Era miedo. Remus la miró, frunciendo el ceño con suavidad.
—¿Estás bien?
Ella parpadeó, lo miró. Dudó.
—No. No del todo.
Remus se enderezó, más alerta.
—¿He dicho algo que…?
—No —le interrumpió—. No es eso. Es solo que… no esperaba tener que contártelo así. No… tan pronto.
Él la observó con seriedad, sin una pizca de juicio.
—Pippa, me gustaría estar contigo en lo que te hace sufrir… pero no tienes que contarme nada que no quieras solo porque yo lo he hecho.
Ella negó con la cabeza, se acercó un poco más y tomó su mano.
—No quiero que esto sea una calle de un solo sentido, Remus. Tú me has confiado algo enorme… no puedo quedarme callada y hacer como si nada. No quiero traicionar eso. Y no quiero… perder tiempo.
Él la miraba, expectante. En sus ojos había preocupación, pero también un respeto profundo. No presionaba. Solo estaba ahí. Pippa respiró hondo. El frío de la noche se coló entre sus huesos, pero fue una punzada cálida en su pecho lo que la impulsó a hablar.
—Tengo algo llamado… Maldición Sanguínea.
Los ojos de Remus se abrieron un poco, sabía lo que era, pero no dijo nada.
—No es una maldición que se lanza con una varita, no en el sentido clásico —continuó ella—. Es algo antiguo, oscuro. Se remonta a generaciones atrás… alguien de mi linaje hizo algo terrible, algo que atrajo la ira de fuerzas muy antiguas. Desde entonces, en cada generación… nace alguien con la marca. Este siglo… me tocó a mí.
—¿Y qué… qué implica en ti? —preguntó Remus en voz baja, casi temiendo la respuesta.
Pippa bajó la mirada, y luego volvió a levantarla con fuerza.
—Voy a ir perdiendo fuerza. Lento, pero irreversible. No se sabe exactamente cuándo comenzará a notarse más… solo que avanzará. Y… probablemente no viva tanto como los demás.
El silencio cayó como un manto. Remus sentía cómo algo dentro de él se rompía con suavidad, no por miedo, sino por la injusticia de todo. Su dolor, su maldición, siempre le había parecido enorme. Pero ahora, viendo a Pippa, tan serena, tan valiente, sintió que no estaba solo… que nunca lo estuvo del todo.
—Nunca le di mucha importancia a no estar alegre —dijo Pippa, su voz apenas un susurro—, pero cuando era pequeña… hubo una noche. La primera vez que soñé con él. Ni siquiera sabía su nombre. Solo que era alguien… mío. De sangre.
Remus se inclinó, con esa atención tranquila que hacía sentir a uno como si el tiempo fuera a detenerse para escucharte. Pippa bajó la mirada y dejó que la memoria la arrastrara. Era solo una niña de siete años. Pero lo recordaba todo con una nitidez escalofriante
La habitación estaba sumida en sombras, apenas iluminada por una luna encapotada. Pippa se retorcía entre las sábanas, empapada en sudor, con los ojos cerrados y las manos crispadas contra la almohada.
En su sueño, un hombre de ojos grises y barba antigua —vestido con túnicas oscuras— caminaba por un bosque cubierto de niebla. Llevaba una varita, pero no la alzaba con honor. La alzaba para matar. A una mujer. A una niña. A alguien que Pippa sentía que debía proteger, aunque no supiera por qué. La mirada de aquel hombre —vacía, sin alma— se volvió hacia ella, y el bosque se incendió en silencio.
Pippa despertó gritando. La puerta se abrió de golpe. Su madre, blanca como la cera, entró primero, seguida de su padre, con la varita encendida.
—¡Pip, cielo, tranquila, ya estamos aquí!
—¡No quería mirarme! ¡Pero me vio! ¡Me vio y sabía quién era yo!
Su madre la abrazó fuerte, acariciándole el pelo empapado.
—Fue solo una pesadilla… solo un sueño.
Pero incluso a esa edad, Pippa sabía que no lo era. Algo en su sangre había respondido a ese hombre. Algo antiguo. Algo real.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde pequeña. Se manifiesta de muchas maneras… en mi caso con pesadillas de visiones heredadas y una incontrolable tristeza de vez en cuando. No sé si tendrá más efectos. Mis padres me lo dijeron con dulzura cuando lo dedujeron. Me han cuidado mucho, tal vez demasiado. Y Alice… nuestras familias siempre han sido cercanas…
Pippa volvió a recordar otro momento tres años después de su primera pesadilla, la tristeza no se había ido.
Era una tarde de octubre, en el invernadero de los Erhland. Las hojas encantadas flotaban con tonos cálidos por el aire, pero Pippa estaba sentada en un rincón de piedra, con las manos en el regazo, perdida en un silencio espeso.
—¿Otra vez lo soñaste? —preguntó Alice, de rodillas frente a ella. Tenía el cabello recogido en una trenza desordenada y la nariz manchada de tierra por haber estado jugando con raíces saltarinas.
Pippa asintió, sin atreverse a mirarla.
—Es como si estuviera dentro de mí. Como si yo… pudiera ser como él algún día.
Alice frunció el ceño y, sin decir nada, rebuscó en el bolsillo de su túnica. Sacó un pequeño frasco que brillaba suavemente con un resplandor dorado. Luz líquida.
—Mi madre me enseñó a hacer esto con esencia de centella solar —dijo—. No sé si funcionará, pero…
Destapó el frasco y lo dejó brillar entre ellas. La calidez del resplandor envolvió a Pippa como un abrazo mágico.
—No eres como él. Ni lo serás. Yo te conozco, Pippa. Y si alguna parte de ti tiene sombra, pues… yo la iluminaré. Siempre.
Pippa, por primera vez en semanas, sonrió.
—Ella fue mi primer antídoto —murmuró Pippa, volviendo al presente.
Remus sonrió con suavidad. Pippa exhaló con lentitud y apoyó los codos en las rodillas.
—Marlene y Kate fueron las primeras en saberlo en Hogwarts. Bueno… en verlo. Veníamos del mismo círculo de familias, así que ya sabían que en la mía “había historia”, como lo llaman entre los nuestros. Pero no sabían cuánto pesaba esa historia hasta que empezaron los… miedos al enterarme de qué trataba todo realmente.
Remus asintió en silencio, sin apurarla.
Era noviembre y el castillo se había vuelto un gigante de piedra helada. El viento aullaba por las torres. Pippa estaba en la Sala Común de Gryffindor, encogida en una esquina con un libro sobre linajes oscuros entre las manos. No lo estaba leyendo. Estaba conteniendo el temblor. Las luces parecían más débiles esa noche. Como si algo invisible le absorbiera el calor al aire.
Marlene se acercó en silencio, seguida por Kate. Ambas llevaban las mejillas encendidas por la caminata nocturna desde la torre de Astronomía.
—¿Otra vez, Pip? —preguntó Marlene en voz baja. No con juicio. Con algo que se parecía mucho a preocupación.
Pippa alzó la vista. Tenía los ojos vidriosos. Sus manos estaban frías como el mármol.
—Lo veo antes de dormir. A veces soy yo. A veces soy él.
—¿Tu ancestro? —murmuró Kate.
Pippa asintió, y las lágrimas le brotaron sin permiso.
Marlene se sentó a su lado, con decisión.
—¿Qué necesitas? ¿Un silencio protector? ¿Una bendición de sangre? ¿Un chiste de Sirius? —dijo, intentando suavizar con una sonrisa—. Vamos a entender esto juntas.
Pippa soltó una risa temblorosa. Esa fue la primera vez que dejó que alguien viera su miedo en Hogwarts.
—Les dije a Lily y Mary en tercero —continuó Pippa, saliendo del recuerdo mientras miraba al cielo—. Habíamos perdido puntos por mi culpa. Me había congelado en el duelo de la clase de Defensa. No pude moverme. Era como si… algo me llamara desde el interior de la tierra.
—¿Y confiaron en ti?
—Sí. Lily me dijo que todos llevamos algo roto por dentro. Y que mi fragmento… merecía espacio también. Mary me abrazó antes de que pudiera decirle "gracias". Ni siquiera lo pensó.
Remus asintió despacio pensando en sus propios amigos.
—Hay algo especial en la gente que mira la herida y no se aparta.
Pippa sonrió suavemente.
—Supongo que nos reconocemos entre nosotros. No por la maldición. Por lo que hacemos con ella.
—A veces, la mejor magia no está en los libros… sino en quienes caminan con nosotros en los días oscuros.
Remus pasó los dedos por su mano con ternura y continuó
—Y aun así… eres tú. Con esa risa. Con esa energía. Con esa forma de mirar el mundo como si cada día valiera la pena.
Ella sonrió con un temblor en los labios.
—No tengo otra opción. Si el tiempo va a jugar en mi contra, no voy a dejar que también me quite las ganas de vivir.
Remus se inclinó y apoyó su frente contra la de ella.
—Tú no estás rota, Pip.
—Tú tampoco, Remus.
Permanecieron así, con la luna como única testigo, respirando juntos, compartiendo dos verdades que no se anulaban, sino que se entrelazaban. Y por primera vez, ambos se sintieron vistos… y enteros.
El dormitorio de los chicos estaba silencioso, salvo por el murmullo distante del viento colándose entre las piedras de la torre. Las cortinas de las camas estaban abiertas y las lámparas mágicas titilaban con una luz tenue y cálida. James estaba sentado en el borde de su cama, con los codos apoyados en las rodillas y las gafas entre las manos. Al ver a Remus entrar, levantó la vista, con un gesto cauteloso, casi esperando otro reproche.
Remus se detuvo unos pasos dentro, sin quitarse aún la capa, con el rostro más sereno que antes, aunque visiblemente cansado.
—Creo que saqué conclusiones equivocadas —dijo, directo.
James frunció el ceño, confundido.
—¿A qué te refieres?
—Hablé con Pippa —comenzó Remus, sin rodeos—. Me contó lo de la poción que Lily está intentando preparar. Y claro… asumí que eso significaba que Lily sabía lo mío.
Sirius, tumbado boca arriba en su cama con las manos bajo la cabeza, giró ligeramente para mirar a Remus.
—¿Tu “pequeño problema peludo”? —intervino, con una sonrisa ladeada.
Remus esbozó una mueca.
—Sí. Esa forma tan... poética que tienen de llamarlo. —Luego miró de nuevo a James—. Como me habías dicho antes que confiabas completamente en Lily, pensé que le habías contado que soy un hombre lobo.
James parpadeó, incrédulo. Su mirada pasó fugazmente hacia la puerta, como si aún esperara ver entrar a Pippa, luego volvió a Remus.
—¿Me estás diciendo que pensaste… que yo traicioné tu confianza?
Remus asintió en silencio, avergonzado.
Peter, desde su cama junto a la ventana, se incorporó.
—¿Pero por qué ibas a pensar eso? ¡James jamás…!
—Ya lo sé —interrumpió Remus, sin levantar la voz—. Lo sé ahora. Pero en ese momento... todo se mezcló. El miedo, la culpa, la maldita luna acercándose. Pensé lo peor.
James se puso de pie, con el rostro endurecido.
—¿Estás loco? Nunca te traicionaría, Remus. Antes preferiría morir.
Remus tragó saliva. Sabía que se lo merecía.
—Lo sé, Prongs. Lo sé. Y lo siento. No estuve justo contigo.
James resopló por la nariz, como si quisiera expulsar la tensión.
—Remus… no tienes que temer que te traicionemos. No nosotros. Ser amigos significa que aceptamos el riesgo. El riesgo de equivocarnos, de lastimarnos, de preocuparnos… Pero también el de ser valientes con la verdad.
—Supongo que sí —respondió Remus, más tranquilo.
—Así que, la próxima vez —dijo James, cruzando los brazos con una ceja alzada—, si piensas que te estoy traicionando… habla conmigo. No hace falta que me des un puñetazo o me lances esa mirada de “Me has roto el alma, Potter”. ¿Vale?
Remus sonrió de medio lado. Extendió la mano.
—Trato hecho.
James la estrechó con firmeza. La tensión entre ambos se disipó en un instante. Sirius se incorporó en su cama, apoyando los codos en las rodillas.
—Así que… ¿le contaste tú mismo?
—Sí —dijo Remus—. Esta noche. Quería que lo supiera por mí. No porque lo dedujera, ni porque se lo contaran.
Peter levantó las cejas.
—¿Y cómo reaccionó?
Remus miró al suelo y sonrió, casi con incredulidad.
—Se quedó. Me escuchó. No salió corriendo, ni se apartó. Solo... se quedó.
Un breve silencio cálido llenó la habitación. Sirius lo rompió, fingiendo fastidio.
—Bah. Ya está. Otro secreto que compartimos con una chica. Al final nos volveremos sentimentales.
—¿Tú? Jamás —bromeó James, lanzándole una almohada.
Remus se sentó finalmente en su cama, quitándose la capa con un gesto cansado. Luego, en voz más baja, dijo:
—He estado pensando en algo más.
Los tres lo miraron.
—Si Pippa pudo aceptarlo... quizás ya es momento de que el resto también lo sepa. Kate, Lily, Marlene, Mary, Alice… No quiero que esto siga siendo un asunto de susurros o conjeturas. Estoy cansado de esconderme. Quiero decirlo yo, a mi manera.
Sirius se quedó en silencio unos segundos, luego asintió.
—¿Estás seguro?
—Sí —afirmó Remus, sin dudar—.
Peter sonrió con timidez.
—Bueno… si vas a hacerlo, lo haremos bien. Podemos ayudarte a planearlo.
—Ya veo la escena —bromeó James—: “Queridas compañeras, os he reunido aquí esta noche porque quiero confesar mi alma licántropa”.
—Cállate, Potter —gruñó Remus, pero no pudo evitar reír.
Rieron los cuatro. El dormitorio se llenó por fin de algo más que sombras y tensiones: se llenó de alivio. De confianza. De esa clase de hermandad que no depende de la sangre, sino de todo lo que uno decide contar... y todo lo que el otro decide no soltar.
Pippa entró en la habitación con el mayor silencio posible. Empujó la puerta del dormitorio con cuidado. Adentro, la tenue luz de una vela flotante iluminaba las cortinas de las camas a medio cerrar. Mary murmuraba algo en sueños, Kate estaba boca abajo rendida al cansancio, Marlene roncaba suavemente desde su lado, y Lily dormitaba con un libro aún abierto sobre el pecho.
Solo una estaba despierta. Alice.
Sentada en su cama, con las piernas cruzadas bajo la manta tejida por su madre, y esa sonrisa suya—su sonrisa—la misma que Pippa recordaba de cuando tenían diez años y una botella de luz líquida bastaba para mantener la oscuridad a raya.
—¿Qué tal Remus? —susurró Alice, en voz baja, como si respetara tanto el sueño de las otras como el silencio que Pippa traía consigo.
Pippa caminó hacia su cama, quitándose la túnica y dejando su varita sobre la mesita de noche. No contestó enseguida. Se sentó de lado, mirando por la ventana entreabierta, donde la luna parecía flotar apenas sobre las torres más lejanas.
—Le conté lo de mi sueño de los siete años. El primero. El fuego. El hombre. La Maldición.
Alice asintió, sin hablar. No hacía falta. Ella ya lo sabía. Lo había vivido con ella, aunque solo con diez años, ya había sostenido esa pena como si también fuera suya.
—Dijo algo que no puedo sacarme de la cabeza —añadió Pippa, con la voz como un hilo.
Alice sonrió, más suavemente aún.
—¿Qué dijo?
—Que a veces, la mejor magia no está en los libros… sino en quienes caminan con nosotros en los días oscuros.
Alice no dijo nada más. Solo estiró una mano desde su cama hacia la de Pippa, y Pippa la tomó sin dudar. Después de un rato, el dormitorio volvía a estar en silencio, roto sólo por el crujir de la madera vieja y el viento contra la piedra. Pippa estaba recostada en su cama, mirando el dosel, pero no veía la tela. Veía recuerdos. Rostros. Lazos tejidos entre palabras nunca dichas y actos pequeños, persistentes.
Alice, con su frasco de luz. Lily, con sus ojos que siempre preguntaban antes de juzgar. Mary, abrazándola sin hacer preguntas. Marlene y Kate, velando en la torre sin decir que sabían más de lo que contaban. Y ahora Remus. Con su secreto y su dolor, y su valentía sin dramatismo.
“A veces, la mejor magia no está en los libros…” Pippa sonrió, cerrando los ojos. “…sino en quienes caminan con nosotros en los días oscuros.”
Esa noche, no soñó con fuego. Soñó con pasos. Junto a los suyos.
La luz primaveral entraba por los altos ventanales de piedra, pero no lograba disipar el ambiente cargado que se respiraba esa mañana en clase de McGonagall. Los rumores se colaban entre las filas de pupitres como un viento frío que silbaba entre los muros de Hogwarts.
—Dicen que Dumbledore está investigando a varios alumnos —susurró Amelia Bones a su compañera hufflepuff, con los ojos muy abiertos.
—¿Una conspiración interna? —respondió Susan Voyner, igual de bajito, como si el rumor pudiera oírlos.
—Sí. Que hay un grupo que está preparando algo… oscuro. Y que la carta esa fue solo una advertencia. Alguien ha desertado y filtrado información…Seguro que son Slytherins…
El murmullo empezó a extenderse. Como una ola discreta, fue alcanzando otras mesas. En la esquina izquierda, Emma Vanity apretó los labios con fuerza y dejó caer su pluma. Le temblaban las manos. Intentó recomponerse, pero el rubor en su rostro la delataba.
Justo a su lado, Rosier se había quedado más rígido que de costumbre, observando a los Merodeadores con una expresión impenetrable. No hablaba, pero su mandíbula estaba tensa. Nott, en cambio, mantenía el gesto tranquilo, casi divertido, girando la varita entre los dedos con un aire casual. Su máscara era más perfecta que nunca.
—¿Has oído eso, Black? —preguntó James en tono alto, claramente con intención de provocar—. Dicen que hay conspiradores entre nosotros. ¿Crees que debemos empezar a practicar duelos antes del desayuno?
—Oh, absolutamente —respondió Sirius, recostándose en su silla con fingida despreocupación—. Aunque creo que algunos ya desayunan con veneno, por la forma en que miran.
—¿No será que tienen miedo de que les pille su propio bando? —añadió Peter con una sonrisilla torcida.
La tensión se volvió tangible. Las miradas iban y venían. Varios slytherins se giraron. Mulciber alzó una ceja con sorna.
—Vaya, vaya. Qué valientes se vuelven los que tienen a Dumbledore detrás —murmuró con desdén y mirando a Lily añadió—. Aunque claro, no todos tenemos que ganarnos la protección del Director estando detrás de los que brillan para darle valor a la propia sangre.
Lily, que hasta entonces había estado copiando en silencio, levantó la vista lentamente. Su rostro era frío, su mirada cortante.
—¿Perdón?
—Nada, Evans —dijo Mulciber con una media sonrisa venenosa mirándola a ella y luego a James—. Solo digo que hay quienes se esfuerzan más que otros por mantenerse "a salvo” usando el rango de sangre de otros. Patética. Sangre sucia.
James se levantó de inmediato, derribando su silla con un golpe seco.
—¿Quieres repetir eso, Mulciber?
—¡Potter! —la voz de McGonagall cortó el aire como un látigo. La profesora había dejado de escribir en la pizarra y ahora miraba directamente a los alumnos implicados.
Silencio inmediato.
—Basta de insinuaciones, de ambos lados —dijo con severidad—. Y basta de comportamientos teatrales. Este es un aula, no una sala de interrogatorios.
Mulciber bajó la cabeza con fingida sumisión, pero sonreía.
—Evans. Potter. Os quedáis al terminar la clase —añadió McGonagall, sin dejar espacio para protestas—. El resto… retomen el trabajo asignado o tendré que considerar que ninguno de vosotros tiene interés en aprobar.
Los alumnos bajaron la mirada y volvieron a sus apuntes. Algunos aún cuchicheaban en voz baja, pero el rumor ya estaba plantado. Dumbledore estaba detrás. Alguien iba a caer. Solo era cuestión de tiempo. Emma Vanity no levantó la cabeza en toda la hora. Rosier se había quedado con la vista clavada en la ventana. Y Nott... Nott solo sonreía.
El resto de los alumnos se marcharon lentamente, dejando sus sillas arrastradas, libros cerrados de golpe y murmullos que se apagaban al cruzar la puerta. McGonagall no dijo nada hasta que el aula quedó completamente vacía. Luego cerró la puerta con un leve movimiento de varita. El chasquido resonó con una gravedad inusual.
Lily estaba de pie junto a su pupitre, recta, con la barbilla en alto. James, a su lado, cruzaba los brazos con gesto firme, aunque una gota de sudor le corría por la espalda.
McGonagall se giró hacia ellos y los miró con expresión seria, pero no enfadada. Más bien... preocupada.
—Se están diciendo muchas cosas, señor Potter, señorita Evans —empezó, caminando lentamente hacia su escritorio—. Algunas, falsas. Otras… más inquietantemente cercanas a la verdad.
Ninguno de los dos respondió.
—Sé reconocer cuándo algo se está gestando dentro del castillo. En especial entre los de mi casa. Y esto… —miró por encima de sus gafas cuadradas—, esto no es una simple pelea entre casas. No son solo rivalidades de adolescentes. Hay algo más.
Lily tragó saliva.
—Profesora, con todo respeto…
—Evans —interrumpió McGonagall, con un tono más suave del esperado—, no estoy aquí para interrogaros. Pero tampoco voy a fingir que no me doy cuenta de lo que ocurre. Dumbledore también lo sabe. Y está muy atento a los movimientos de ciertos alumnos.
James dio un paso adelante.
—¿Dumbledore cree que hay alumnos realmente implicados en algo... peligroso?
McGonagall lo observó durante un segundo, como si estuviera calibrando cuánto sabía él realmente.
—Dumbledore cree que hay hilos moviéndose desde fuera. Y que alguien, desde dentro, los está sujetando.
Lily bajó un poco la mirada.
—¿Y qué espera que hagamos?
—No os estoy pidiendo nada, señorita Evans —dijo McGonagall, con firmeza—. Pero os conozco. Y sé que cuando hay una causa justa... no podéis quedaros al margen.
James apretó los dientes. Lily levantó la vista de nuevo.
—¿Hay algo que debamos saber? —preguntó McGonagall, dando un paso hacia ellos.
Hubo un momento de silencio cargado. Lily y James intercambiaron una mirada. No era el momento. Todavía no. No sin pruebas, no sin un plan.
—Solo lo que se rumorea, profesora —respondió James al fin—. Y lo que hemos visto… que algunos alumnos están más tensos de lo habitual.
McGonagall suspiró.
—Muy bien. Pero cuidad lo que hacéis. La justicia mal dirigida puede ser tan peligrosa como la injusticia misma.
Ambos asintieron.
—Estáis libres —añadió. Pero antes de que se fueran, McGonagall les lanzó una última mirada—. Y, por favor... si en algún momento necesitáis hablar, sabéis dónde encontrarme. Hogwarts ya ha visto demasiadas sombras en sus pasillos como para ignorar las que se avecinan.
Lily y James salieron del aula sin decir palabra, el eco de esas últimas palabras pesando sobre sus hombros.
Lily caminaba en silencio, las manos cruzadas tras la espalda, su paso firme pero contenido. James iba a su lado, con el cabello más desordenado de lo habitual —lo cual era decir mucho— y una expresión inusualmente seria. Doblaron una esquina sin hablar. No hacía falta aún.
—¿Estás bien? —preguntó él, por fin, en voz baja.
—Sí —respondió Lily, tras una pausa—. Solo… no me gusta cuando McGonagall habla así. Esa calma suya... da más miedo que si nos hubiera gritado.
—Totalmente. Si me hubiese gritado, habría respirado más tranquilo.
Caminaron otro tramo sin prisas. Pasaron frente a un retrato de unos frailes dormidos. Uno roncaba.
—¿Tú crees que Dumbledore ya sabe quién está detrás? —preguntó Lily.
—Creo que sí. O al menos lo intuye —dijo James, metiendo las manos en los bolsillos de la túnica—. Pero si lo dice, lo cambia todo. Y si lo calla, quizá espera que alguien más lo confirme primero.
—¿Y nosotros qué hacemos? ¿Jugamos a ser vigilantes? ¿A espiar conversaciones? —Lily sonaba frustrada, pero no con él. Con todo.
—O simplemente seguimos observando. Con atención. Juntos —añadió, y su mano rozó la de ella sin querer.
—No me gusta la idea de esperar mientras alguien más se mueve entre sombras —murmuró ella.
—A mí tampoco. Pero prefiero moverme sabiendo qué piso estoy pisando.
—Dijo el Gryffindor que se lanza de escobas por diversión —le lanzó Lily, alzando una ceja.
James sonrió.
—Por eso sé que es importante mirar primero.
Ella rió suavemente. El sonido era un alivio después del tono grave de la conversación con McGonagall.
—¿Te das cuenta de lo raro que es esto? —dijo Lily, mirando al techo por un instante—. Tener este tipo de conversaciones contigo y que no terminen en una discusión. Antes me sacabas de quicio.
—Y tú a mí —admitió James sin rastro de ofensa—. Pero ahora me gusta más cómo hablamos. Y cómo no me lanzas libros.
—Todavía tengo una lista. Por si recaes.
—Agradezco la confianza.
Llegaron a una zona del pasillo donde las ventanas filtraban una luz dorada. Lily se detuvo, apoyándose un momento contra el alféizar.
—¿Tú crees que Sirius y Kate tienen idea de lo que están empezando a pisar?
—¿Te refieres a su historia o a la otra? —preguntó James, serio, haciendo referencia a la guerra que iba más allá.
—Ambas. Están tan metidos el uno en el otro que no sé si ven el resto.
—Con Sirius nunca se sabe —suspiró James—. Pero cuando se compromete, se lanza. Si hay alguien a quien seguirá con los ojos cerrados, es a ella.
—¿Y tú lo sigues a él?
James la miró. No respondió enseguida.
—Lo acompaño, si eso es lo que necesita. Pero ahora… ahora me parece que él también tendría que aprender a mirar por los demás.
—No suena a que hables solo de él.
—No. También hablo de mí.
Lily lo observó un segundo más. Luego le dio un leve empujón con el hombro.
—Vamos, Potter. Antes de que te pongas demasiado reflexivo y deje de reconocerte.
—¿Demasiado profundo para una mañana de viernes?
—Para ti, cualquier pensamiento que dure más de tres segundos ya es sospechoso.
—Eso es calumnia. Yo pienso en ti todo el día. Eso suma más de tres segundos.
Ella se rió. Sincera, ligera. James la miró con una sonrisa que no necesitaba palabras. Ya se conocían. Ya estaban en ese punto donde el silencio no pesaba, y las bromas cubrían grietas que solo ellos entendían. Y mientras caminaban de vuelta hacia la torre de Gryffindor, el eco de las palabras de McGonagall aún los seguía. Pero también lo hacía el paso sincronizado de sus botas, el roce habitual de sus manos, y esa certeza recién nacida: no estaban solos para lo que viniera.
Al otro lado del Castillo, una zona más profunda, la sala común estaba inusualmente silenciosa. Las llamas verdes de la chimenea crepitaban sin ofrecer calor. Rosier se apoyaba en el respaldo de un sillón con los brazos cruzados, los ojos clavados en el suelo. Emma Vanity no decía nada. Estaba rígida en una esquina, la piel pálida y la mirada vagando por la piedra húmeda. Jugaba con la manga de su túnica, como si intentara disimular que le temblaban los dedos.
—La carta ha tenido consecuencias —murmuró Rosier, finalmente—. Dumbledore está al tanto. El rumor se ha esparcido como pólvora.
—No deberíamos haber continuado —dijo Emma en voz baja, casi para sí misma.
Rosier la miró con desconfianza. Pero fue Nott quien respondió:
—No teníamos opción. Ya estaba en marcha. Si alguien se echa atrás ahora…
—No lo haré —lo cortó Emma con rapidez. Su tono no tenía convicción, pero sí una dosis de miedo que bastaba.
—Deberías parecer más segura —murmuró Rosier con desdén.
Pero Nott no lo escuchaba del todo. No esta vez.
Su atención se había desviado lentamente, como la sombra de un pensamiento que crece sin permiso. En su cabeza solo se repetía una imagen: la del atardecer, hacía solo unas horas, cuando volvió del invernadero y vio algo que no debería haber visto.
Kate Bellerose y Sirius Black.
Riendo juntos. Suelto él, vibrante. Ella con los ojos brillantes. Él apartándole un mechón de pelo con los dedos, como si fuera natural, como si ya lo hubiera hecho muchas veces antes. Como si le perteneciera.
Nott sintió que algo se rompía dentro. No tenía celos. Era rabia. Era posesión. Kate no era como las demás. Nunca lo había sido. A él no le bastaba con verla desde lejos. La había deseado durante años. Esa forma de caminar, tan segura. Su voz. Su sangre. Perfecta, noble, inteligente. Como debía ser. No como Black. Ese traidor a su casa, a su linaje. ¿Qué veía ella en él?
La imagen de los dos riendo le atravesó el pensamiento con violencia de nuevo. Se levantó de golpe, ignorando la mirada fugaz de Rosier.
—¿A dónde vas? —preguntó el otro con recelo.
—A respirar.
Y sin esperar aprobación, cruzó la sala común y salió por el pasadizo húmedo y estrecho que llevaba fuera. La humedad del aire no alivió la punzada de su pecho. Caminó rápido, con los puños cerrados, como si intentara arrancarse el pensamiento. Pero no podía. Porque ahí seguía: la risa de Kate, su rostro inclinado hacia Sirius, esa expresión que Nott nunca había conseguido provocar en ella. Y esa certeza: ella nunca lo elegiría. Apretó los dientes. Pero él tampoco pensaba rendirse tan fácilmente
En un sábado tranquilo, Sirius tenía el ceño fruncido con intensidad fingida mientras observaba el pergamino extendido frente a él. Tenía manchas de tinta por doquier y la letra de Remus desparramada entre sus propias notas caóticas.
—Sirius… no puedes escribir “el tipo con barba que gritaba mucho” como respuesta a quién fundó la rebelión goblin del siglo XV —dijo Kate, con una sonrisa contenida mientras repasaba sus apuntes.
—Pero encaja perfectamente con el perfil de Vargut el Furioso, ¿no crees? —respondió él, girándose para mirarla, una chispa traviesa brillando en sus ojos.
Kate soltó una carcajada, una de esas verdaderas, de las que solo salían con Sirius.
—Esto no es serio —replicó ella, apartándole el pergamino—. Vas a suspender.
—Eso es discutible. Tengo una motivación de estudio inmejorable —dijo, recostándose en la silla y cruzando los brazos detrás de la cabeza—. Te tengo a ti.
Kate negó con la cabeza, divertida, mientras reorganizaba los apuntes.
—Dime al menos qué ocurrió en 1634 con el Tratado de Gersevin.
—Oh, eso es fácil —dijo Sirius, enderezándose—. Fue cuando los duendes accedieron a dejar de lanzar cuchillos a los magos a cambio de poder fundar su propio banco.
—¿Qué? ¡No! Sirius… eso fue siglos antes. Y no había cuchillos. Fue sobre los derechos de comercio mágico y el uso de metales encantados.
Sirius soltó un suspiro dramático y dejó caer la cabeza sobre la mesa.
—Estoy perdido. Solo una cosa puede salvarme.
—¿Una revelación divina?
—Un beso de suerte —respondió él, levantando la cabeza con una sonrisa ladeada.
Kate lo miró con falsa severidad, pero su expresión se suavizó. Se inclinó un poco y, en lugar de besarlo, le revolvió el cabello.
—Lo que necesitas es estudiar, Black. Ya te he dicho tres veces lo de los metales encantados.
—Sí, pero me distraes. Mucho —susurró él, sin quitarle los ojos de encima.
Kate bajó la mirada con una media sonrisa, todavía ruborizada, pero divertida.
—Tengo que irme —dijo con pesar, recogiendo sus cosas—. Quedé con Lily en las mazmorras. Vamos a revisar la fórmula final de una poción que está probando. No sé porqué tanto empeño en esta poción… realmente se toma en serio ganar puntos extra.
Sirius sonrió, él sí sabía el interés de la pelirroja en esa poción… luego hizo una mueca dramática.
—¿Qué tiene Lily que no tenga yo?
—Un expediente impecable y una excelente comprensión de las propiedades de la belladona.
—Pff. Técnicamente yo también tengo una belladona —bromeó él, señalándose con el pulgar.
Kate se echó a reír.
—Tú lo que tienes es un exceso de confianza y muy poca idea de Historia de la Magia.
Sirius la atrapó por la muñeca justo cuando ella se giraba, con un gesto suave pero firme.
—Solo cinco minutos más. O dos. Solo para mirarte irte.
—Eso suena un poco espeluznante, Black.
—Es lo más romántico que he dicho en años —replicó él con una sonrisa pícara.
Ella se inclinó y esta vez sí le dio un beso breve en la mejilla.
—Luego nos vemos.
—Voy a suspender a propósito solo para que vuelvas a explicarme todo.
—Lo sé —dijo Kate sin girarse, ya alejándose—. Y por eso voy a encantarte el pergamino de repaso con una voz de Binns si no estudias de verdad.
Sirius rió mientras la veía salir, todavía con la sonrisa colgada en los labios y el pelo un poco desordenado por culpa de sus dedos juguetones.
Kate descendía los escalones con paso ligero, aún con la risa en la garganta. El eco de sus pasos rebotaba en las piedras húmedas de los muros, y la brisa fría que siempre soplaba en esa parte del castillo le erizó la piel. Al doblar una esquina, una figura solitaria apareció bajo la tenue luz de una antorcha.
—Kate —dijo la voz seca de Theodore Nott.
Ella se detuvo, sin perder la compostura. El tono era neutro, pero sus ojos no. Brillaban con un resentimiento mal contenido.
—Nott —respondió ella con cortesía medida, dando un paso para rodearlo.
Él se movió medio centímetro, suficiente para interponerse con aparente naturalidad.
—¿Volviendo de estudiar con Black? —preguntó, con una sonrisa demasiado tranquila para ser amable.
Kate lo miró con una mezcla de cautela y fastidio. Luego apostó por la educación.
—Tengo prisa. Quedé con Lily.
—Siempre tan correcta —dijo él, dando un paso hacia atrás pero sin quitarle la mirada de encima—. Pero… ten cuidado a quién eliges para confiar tus tardes. A veces, lo que empieza siendo divertido… termina siendo una debilidad. Y las debilidades… se pagan.
Kate sostuvo la mirada, sin dar un paso atrás.
—Gracias por el consejo —dijo con tono helado—. Pero no me interesa el precio que tú quieras ponerle a mis decisiones.
Lo dejó atrás sin más, aunque su corazón latía más rápido. No por miedo, sino por la tensión invisible que él arrastraba. El tipo de oscuridad que no se mostraba a gritos, sino en comentarios como ese. Como una sombra que esperaba pacientemente.
Cuando giró en el siguiente pasillo, aceleró el paso.
Al fondo, la silueta de Lily la esperaba ya con la caja de ingredientes. Kate forzó una sonrisa… pero algo de la calidez de antes ya se había apagado.
Unos minutos después, el burbujeo constante del caldero llenaba la estancia con un sonido monótono, acompañado por el ocasional tintineo de frascos de cristal cuando Lily medía con precisión los ingredientes. El ambiente era cálido por el fuego, pero húmedo como siempre en las profundidades del castillo. Kate removía el contenido espeso con ritmo constante, observando cómo el líquido pasaba de un azul denso a un tono más violáceo.
—¿Le echaste ya las hojas de acónito? —preguntó Lily, con un leve fruncir de ceño.
—Sí, hace tres minutos exactos —respondió Kate, concentrada—. Pero espera treinta segundos más para los pétalos de sylvestrella. Según el manual, si los agregas demasiado pronto, interrumpen el efecto estabilizador.
—Merlín… tú sí que le estudias a esto —bromeó Lily con una sonrisa admirada.
Kate sonrió un poco, aunque había algo en sus ojos que no terminaba de encajar con el tono relajado.
Lily la notó enseguida. Se apoyó en el banco y la observó con atención.
—¿Qué pasa? ¿Es por Nott?
Kate se detuvo un momento, los pétalos en la mano.
—Me lo crucé hace un rato… justo al bajar. No hizo nada, no dijo nada especialmente alarmante, pero… me dejó incómoda.
—¿Te dijo algo sobre Sirius? —preguntó Lily con el tono más suave.
—No directamente, pero… no necesita decirlo. Lo piensa. Siempre lo pensó. Desde que teníamos trece, catorce años; incluso antes —Kate dejó caer los pétalos en el caldero y volvió a remover, esta vez más lentamente—. En algunas fiestas, las que organizan las familias de mágicas de altos linajes durante las vacaciones de verano o invierno.
—Las que decías que eran más aburridas que leer el diccionario al revés —dijo Lily, divertida.
Kate sonrió, nostálgica.
—Sí. Pero ahí estaba él. Nott. Siempre estaba cerca. Me pedía bailar. Se mostraba atento, educado. Era… persistente, en su estilo frío y calculador. Me mandaba lechuzas cada inicio de curso. Un regalo pequeño en Navidad. Nunca de más… pero constante.
—¿Y tú?
—Yo… le agradecía el detalle. Pero no sentía nada. Nunca fue recíproco. Ni siquiera lo veía como posibilidad. No cuando… —suspiró— no cuando había alguien más que me desordenaba todo.
Lily no preguntó. Sabía a quién se refería.
Kate continuó:
—Sirius no bailaba en esas fiestas. Se aburría, se quejaba, se escondía en la cocina para beber cerveza de mantequilla a escondidas. Hasta que, de repente, aparecía y cambiaba la música de los gramófonos a algo escandaloso. Rock mágico, algo con guitarras desquiciadas. Todo se revolucionaba, los adultos se escandalizaban… y yo… yo siempre escapaba con él por una ventana o una escalera trasera.
—¿Solo tú?
—A veces también James, Marlene, Alice, Frank… Pero siempre me buscaba a mí. Me cogía de la mano y salíamos corriendo. Una vez acabamos en la orilla del lago cerca de casa de los Lestrange, otra vez en la azotea de una vieja casa de campo. Solo hablábamos todos o nos reíamos. Me dejaba pintar runas en su brazo con tinta invisible, mientras James imitaba algún personaje excéntrico. Y cuando solo estábamos los dos… me contaba que quería irse del mundo Black. Que quería volar, desaparecer. Cambiar.
—Y tú… ¿le creíste?
—Sí. Siempre lo hice. A veces me miraba con tanta verdad que dolía. Como si estuviera intentando retener algo que él mismo no se creía merecer. Pero yo seguía perteneciendo a ese mundo. Al mismo que Theodore Nott.
El silencio se coló por un momento entre ambas, más elocuente que cualquier comentario. La poción seguía hirviendo con lentitud, ahora más espesa. Lily se acercó y puso una mano en el brazo de Kate.
—¿Y ahora? ¿Le sigues creyendo?
Kate tragó saliva.
—Sí. Pero no sé si debería o a lo mejor soy yo la que ahora pertenece más al mundo de Sirius.
—¿Y a Nott?
—A Nott no lo creo. A él lo leo. Y lo que leo en él… es peligroso. No solo por lo que pueda pensar. Sino por lo que no puede soportar no tener.
—¿Tú?
—Sí. Lo intentó y vio claro que mis intereses eran otros. Él no quería una relación. Quería una idea de mí. Una conquista de su propio mundo. Algo que lo hiciera sentirse por encima del resto. Creo… que en un momento realmente fue…distinto, pero algo se rompió en él con el paso de los años. Y nosotros… simplemente estábamos en Gryffindor.
Lily asintió en silencio. Realmente nunca pensó la posibilidad de que si Kate, Sirius o incluso James estuvieran en otra casa, serían de forma distinta. Luego miró la poción y dijo con calma:
—Pasa el colador de malla fina. Está lista para reposar.
Kate obedeció sin decir nada más. Pero mientras filtraba el líquido violeta, no pudo evitar mirar el fuego bajo el caldero y pensar en cuántas veces, desde niña, se había sentido justo así: quemando lentamente los afectos en silencio… mientras afuera todo parecía tranquilo. Pero Theodor Nott siempre le descubrió en esa atracción hacia Sirius Black.
A Nott no le importaba esperar, por eso se mantenía en silencio, apoyado en una columna semioculta por la sombra, a pocos metros de la entrada al aula de Pociones. Nadie reparaba en él, y eso le gustaba. Desde allí, vigilaba el pasillo con la precisión de un depredador paciente.
Las había visto entrar hacía más de una hora: Bellerose y Evans. Siempre juntas últimamente. Siempre conspirando algo. Nott no tenía claro qué preparaban con tanta insistencia en las mazmorras, pero asumió que se trataba de algún trabajo extra, o una práctica avanzada. Quizá querían impresionar a Slughorn o ganarse el favor de McGonagall. Siempre tan rectas. Siempre tan... predecibles. Y sin embargo, algo le escocía. Ella. No por lo que hacía. Sino por con quién lo hacía.
La puerta de las mazmorras se abrió con un crujido sordo. Nott se tensó. Primero salió Evans, limpiándose las manos con un paño blanco, cansada pero satisfecha. Luego, Kate. Cerraron el aula con llave y entonces ocurrió. Una Gryffindor de primer curso, pequeña y temblorosa con su túnica demasiado larga, se acercó con paso inseguro, cargando una nota doblada.
—¿Kate Bellerose? —dijo con voz tímida.
Kate le sonrió a modo de respuesta.
—Eh... esto es para ti —dijo con nerviosismo.
Nott se tensó en su escondite. Kate tomó la nota, la desdobló y sonrió de inmediato. Esa sonrisa que ella no regalaba con facilidad. Esa que era suya, íntima, despreocupada.
—¿Quién te lo dio? —preguntó Lily, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados.
—Un chico de Gryffindor… creo. Pelo un poco largo. Muy seguro de sí mismo. Guapo…
Kate rió.
—Definitivamente Sirius.
Leyó el contenido en voz alta, divertida:
—“Renuncio a la Historia. Nos vemos en la cena.”
—¿No puede simplemente decir “Te echo de menos”? —comentó Lily con una sonrisa cómplice.
—Obvio —contestó Kate, sacudiendo la cabeza divertida—. Es su forma de decir “Me aburro sin ti”.
—O de evitar estudiar como siempre.
La niña se fue a paso rápido, y ambas chicas se encaminaron por el pasillo riendo. Nott no se movió. El corazón le latía con fuerza. No por la nota. Ni por la niña. Sino por lo que acababa de ver en los ojos de Kate. Esa luz. Esa forma de sonreír. La había visto antes.
Recordó una fiesta de cuarto curso, en la sala común de Slytherin. Música alta, risas, vasos volando por el aire. Hablaban de trivialidades —una apuesta escolar, un rumor sobre un profesor— Y entonces llegó Black.
Nada más entrar, el ruido creció, como si la atmósfera misma lo reclamara. Sirius se acercó, interrumpió sin decir palabra, solo con una sonrisa... y Kate se giró hacia él. No hubo comparación. No hubo duda. Su mirada se iluminó. Nott lo vio. Y luego se fueron juntos, entre empujones y carcajadas.
Ahora, años después, todo seguía igual. Nott cerró los ojos con fuerza, deseando que esa imagen desapareciera. Pero no lo hacía. "Black", pensó con un veneno mudo. Siempre Black. El traidor a la sangre. El idiota encantador. Aquel que solo sabía tomar lo que los demás anhelaban, sin entender su valor. Nott apoyó la cabeza contra la pared. La oscuridad se sentía segura. Pero en su mente, seguía viendo la sonrisa de Kate. Y cómo no era para él. No esta vez. Tal vez… nunca.
Las puertas del Gran Comedor estaban abiertas de par en par. El murmullo de conversaciones y el chisporroteo de las bandejas flotantes llenaban el aire con la promesa de una cena reconfortante. Kate cruzó el vestíbulo con paso ágil, el cabello algo revuelto por las horas de estudio en las mazmorras, el uniforme ligeramente desordenado. Llevaba aún la sonrisa marcada por la nota.
Y allí estaba. Apoyado con despreocupación contra la piedra de la pared, justo al lado de la entrada. Sirius Black. Uniforme mal abotonado, corbata casi como un adorno colgando del cuello, y ese brillo en los ojos que parecía encender el mundo solo para ella.
—¿Rendirse a la Historia fue tu mejor excusa? —le dijo ella con una sonrisa desafiante al acercarse.
—Es la más honesta que tengo. No quiero recordar el año de la revuelta goblin, quiero recordar esto —respondió él, alzando una ceja y señalándola a ella con un gesto mínimo.
Kate no esperó más. Se lanzó a sus labios con una intensidad que lo tomó desprevenido. No era un beso fugaz, ni una simple muestra de afecto. Fue largo, contenido durante demasiadas horas. Le tomó el rostro con ambas manos, como si necesitara comprobar que estaba allí. Como si estuviera cansada de esconder lo que sentía. Sirius le rodeó la cintura y la pegó a él con una risa baja entre besos.
—¿Esto era por la nota o por el abandono académico? —susurró.
—Por ambas cosas. Y porque estoy harta de fingir que no me importas tanto.
Él la miró, más serio ahora. No respondió con palabras. Solo la besó otra vez, más suave. Más lento. Durante un instante, el mundo fuera del vestíbulo dejó de existir.
—¿Entramos? —preguntó ella finalmente, con el aliento aún temblando.
—Solo si te sientas a mi lado. Y no me abandonas por la comida.
—Depende. ¿Has visto el puré de calabaza que hay hoy?
—Traición —murmuró él, llevándola de la mano.
Entraron juntos al comedor, entre murmullos que nadie se molestaba ya en disimular. Las miradas se clavaban en ellos, pero a ninguno pareció importarle. No esa noche.
Esa noche, Rosier se inclinaba sobre un pergamino con expresión tensa. El silencio era denso, interrumpido solo por el raspar de una pluma.
—No podemos esperar más —dijo Nott desde un sillón, con el rostro medio oculto por la penumbra—. Si Dumbledore realmente está investigando... Si los rumores son ciertos, debemos movernos. Pronto.
Rosier alzó la vista. Sus ojeras estaban más marcadas que nunca.
—¿Y arriesgarlo todo antes del equinoccio?
—¿Y si no llegamos al equinoccio? —espetó Nott, con los ojos clavados en él—. ¿Y si alguien ya ha hablado? Emma está a punto de colapsar.
Rosier no respondió. El silencio entre ellos se volvió más hostil. Nott se incorporó, cruzando la sala con las manos en los bolsillos, irritado, inquieto.
—Hay otra cosa.
—¿Qué?
—Black y Bellerose —escupió el nombre con desprecio—. Están más unidos que nunca. Se pasean como si nada, como si fueran intocables. Nos lo advirtieron, que lo evitáramos.
Rosier entrecerró los ojos, evaluando.
—¿Crees que ella sabe algo?
Nott dudó un segundo.
—No. Pero puede convertirse en un problema si Black sigue ganando influencia entre los mestizos. La gente lo escucha… lo sigue. Y ella también.
Rosier se reclinó en su sillón.
—Entonces, quizás es hora de dividir. O de elegir una grieta más útil.
Nott se giró lentamente hacia él.
—Tengo una idea.
Rosier arqueó una ceja, interesado.
—¿Cuán peligrosa?
—Suficiente para hacer que alguien empiece a hablar… o a callarse para siempre.
La llama titiló más fuerte. Y la grieta se ensanchaba.