Autosuficiente
11 de septiembre de 2025, 13:11
Despierto con un fuerte dolor en el cuello. No tengo que abrir los ojos para saber que es la esponja que tengo por almohada. Veo el reloj, justo afuera del cuarto: 4:30.
Puedo sentir mis pies fríos de nuevo y mis muñecas dormidas por haber dormido encima de ellas.
Otro día en el cuarto de observación.
Debería haberme acostumbrado a estas alturas, pero aun así me parece una tarea imposible.
Ese silencio tan doloroso siempre está presente, no importa a dónde mires.
Tanto dolor, tanta esperanza, que este lugar parece no poder contener entre sus paredes.
Mis ojos duelen del cansancio, y puedo sentir las heridas de ayer ardiendo al rozar con la tela del uniforme.
"Leo… ¿Estás despierto?" escucho una voz casi infantil desde la cama de al lado. Sebastián.
Sebastián es uno de mis compañeros de cuarto. Tiene 13 años y está aquí por un intento de suicidio, aunque eso no importa mucho.
Todos aquí estamos por razones horribles que no cualquiera se atreve a decir en voz alta.
"Sí, Sebas. ¿Tuviste pesadillas?" pregunto, un poco preocupado, incluso si sé que está mal preocuparme por alguien aquí que no sea yo.
Me volteo para verlo de frente. Se ve cansado; ojeras comienzan a formarse debajo de sus ojos.
"¿Tienes miedo, Leo?" pregunta de la nada, y no puedo evitar notar cómo sus ojos se cristalizan bajo la oscuridad del cuarto.
"Siempre. A veces me consume. A veces solo me hace llorar hasta que mis ojos se secan."
Él murmura algo inaudible y no puedo evitar la mueca de dolor que se forma en mi rostro.
Sé que él también tiene miedo.
Miedo de no mejorar. De no volver a ser el mismo de antes.
De que este lugar solo confirme que no podemos mejorar.
Que personas como nosotros estamos destinadas a sentir que no tenemos lugar en el mundo.
Sería tan injusto.
Sería injusto porque quiero sentirme suficiente para existir.
No quiero solo existir; quiero disfrutar lo que viene con ello.
Las enfermeras llegan a las 5 en punto. Intercambian un par de palabras con las del turno de noche y se sientan en sus sillas, donde estarán el resto del día.
Sé que a una hora exacta despertarán a los demás para asearnos y empezar con las actividades.
Actividades en las que no participo, por orden de mi psiquiatra: Miguel.
Miguel dice que aún no entiendo el propósito de estar aquí. Que no he comprendido lo que significa terminar en un lugar como este ni por qué no puedo volver a casa todavía.
Me levanto de la cama con pasos temblorosos. La medicación hace que mi cuerpo tiemble como un edificio a punto de derrumbarse.
Al pasar junto a Sebastián, le despeino el cabello.
Es un gesto pequeño, pero los dos sabemos que significa más que solo molestar.
El cuarto tiene ocho camas. Gente viene y va.
Hasta hoy, solo somos Sebastián, tres personas más y yo.
Nos separa una pared de plástico de los otros: los que sí pueden convivir y participar en las actividades diarias.
Justo en frente, las enfermeras, por si alguien necesita algo… o tiene una crisis.
Debemos avisar. Siempre.
Qué mierda de lugar.
Con paso decidido dejo mis cosas junto a la cama y me acerco a una enfermera.
"¿Puedo hablar con Miguel?" mi voz tiembla un poco, pero lo ignoro.
"Sí, Leo. Dame un momento, le voy a avisar" dice, y la veo alejarse hacia los consultorios junto a la estación de enfermería.
Es ahora o nunca, Leo.
Tienes que decirle que mereces estar con los demás.
Que no eres un riesgo.
Tú puedes.
"¿Leo?" escucho la voz de Miguel desde el primer consultorio del pasillo.
Camino hasta la puerta. Está leyendo unos papeles. Al verme entrar, levanta la mirada.
"¿Qué pasa, Leo? Es muy temprano para que estés despierto" dice, frunciendo el ceño como si intentara leer más allá de mi mirada.
"Quiero hablar sobre mi participación en las actividades" murmuro, casi inaudible. Pero sé que Miguel entendió.
"Leo, sé que llevar tres semanas aquí no es fácil, y que quieres salir. Mostrarle a los demás quién eres.
Pero aún no estás listo."
Me mira a los ojos. Y no me gusta lo que veo en los suyos.
"Solo déjame estar allá afuera un día. Prometo portarme bien.
Prometo portarme como esperas que lo haga."
Es tonto pensar que “allá afuera” está separado de mí por una maldita pared de plástico.
"No se trata de lo que yo espero, Leo" responde. "Se trata de que no eres autosuficiente.
Así como no puedes volver a casa porque no puedes dormir sin pensar en no despertar…
Tampoco puedes salir del cuarto de observación porque ni siquiera puedes ayudarte a ti mismo."
No miente.
Y sus ojos no apartan los míos.
Honestidad.
"Déjame salir… por favor."
Él sabe que no me refiero solo al cuarto.
Mis ojos se llenan de lágrimas que todavía no puedo soltar. El nudo en mi garganta se vuelve asfixiante.
"No puedes salir aún de aquí, Leo. Necesito que seas autosuficiente. No lo eres en este momento.
Mírate en el espejo."
Mírate en el espejo.
No he podido hacerlo desde que llegué.
La vergüenza que me genera es inmensa.
"Perdón… no debí venir."
No sé por qué pido perdón. Solo sé que no puedo soportar un segundo más en ese cuarto.
Miro mis manos como si tuvieran las respuestas.
Mi vista se vuelve borrosa por las lágrimas.
Me doy la vuelta y camino hacia el cuarto de observación, no sin antes dirigir la mirada a los cuartos sin pared de plástico.
Los que no están separados.
De ellos.
De mí.