Ser visto
11 de septiembre de 2025, 13:11
Me acerco a nuestra mesa compartida con un nerviosismo evidente en mi lenguaje corporal. No sé si ella lo nota, pero parece que no… o, al menos, no lo demuestra cuando me ve a los ojos.
"Hola", dice con una expresión seria, pero no indiferente.
"Hola", respondo con una sonrisa casi imperceptible. Algo en mí quiere que la haya notado, aunque ignoro la evidente pregunta que empieza a formarse en mi mente.
Me siento en mi silla asignada y miro por la ventana. El ir y venir de las hojas en los árboles transmite cierta tranquilidad, y por primera vez, las risas y el ruido que normalmente acompañan al caos se sienten distantes. No puedo evitar sonreír; me siento más ligero, de alguna manera. Tal vez lo que me dijo mi mamá era cierto. Tal vez esta sombra que siempre me acompaña ha comenzado a perder esa oscuridad tan espesa. Tal vez, solo tal vez… estoy menos apagado.
"Buenos días, estudiantes. Hoy quiero que hablen con sus compañeros sobre su proyecto: qué significa para ustedes la obra que están creando, y lo escriban detrás de sus dibujos. No quiero respuestas cortas; menos de un párrafo es inaceptable", dice el profesor Elías mientras se escuchan algunos estudiantes quejarse. "Dicho esto… ¡a trabajar!"
La incomodidad me invade de inmediato y me es imposible mirar otra cosa que no sean mis propios pies. No es una pregunta fácil, incluso siento que mis palabras se quedarían atoradas en la garganta antes de poder ser escritas. Me pregunto si ella tendrá una respuesta.
"¿Quieres empezar tú?", pregunta con una voz suave que me obliga a voltear. Ver directamente sus ojos cafés me hace consciente de cómo el aire entra de golpe en mis pulmones.
¿Qué me está pasando?
"La verdad, no sabría qué poner, así que puedes empezar tú si quieres", dice mientras agarra su pluma y apoya la mejilla en su mano, pensativa.
No puedo evitar seguir la pluma con la mirada en cada trazo; se mueve con una gracia que no termino de entender, dejando detrás una caligrafía única. No estoy leyendo lo que escribe. No es eso lo que me llama. Es ella. Es todo lo que podría significar que su campo magnético me atraiga tan fácilmente… y mi mente no ha puesto resistencia. No me quejo. Hoy, sinceramente, no me gustaría estar en ningún otro lugar que no sea aquí. Y eso… eso es aterrador.
Dobla la hoja a la mitad y me la pasa. Nuestras manos se rozan, pero ninguno de los dos se atreve a decir algo.
Observo la hoja con intensidad, como si eso me ayudara a saber por dónde empezar. Ella no me está mirando, pero su presencia basta para sentir la presión. Juego con la pluma una y otra vez. A mi aparente derrota, dejo de ver la hoja y vuelvo la mirada hacia la ventana. Miro afuera del salón.
Admiro cada detalle, incluso los más pequeños. Nunca lo había hecho tan meticulosamente. No sé desde cuándo empecé a ser tan consciente de lo mínimo: de las sombras que se mueven sin motivo, de los garabatos invisibles en las paredes, en el aire, en mí.
O tal vez sí lo sé.Ahí está.
“Dibujar esto fue una combinación de cosas nuevas para mí. Plasmar una emoción tan compleja no es fácil, ni lo será.Pero esta vez las líneas simplemente fluyeron.Fluyeron a través de cómo me veo, y de cómo veo a los demás.No soy ajeno a ser sensible a este tipo de cosas; veo mucho, entiendo poco.Pero a lo que sí soy ajeno... es a ser visto.No me pasa mucho, y no porque no haya oportunidades, sino porque el miedo que eso provoca en mí es incontrolable.Este dibujo es importante, porque dejé que alguien más viera lo que me acompaña, incluso si esa persona tal vez ya lo había visto desde el principio.”
Dejo la pluma, pero lo que escribí no solo se queda en la hoja. Se queda en mí. Porque el ser visto se convirtió en algo tan complejo desde hace no mucho.
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A Sebastián lo dieron de alta hace dos semanas.El último día me dijo que iba a escribirme.Lunes, miércoles y viernes.Sin falta.
Y lo hizo.
Sus cartas eran breves. A veces solo un dibujo y una línea que decía algo como “Hoy pensé que los árboles son como personas que no saben moverse.”Otras veces escribía cosas que no entendía del todo, pero que me hacían sonreír.Una frase mal escrita. Un garabato de su comida. Una pregunta rara.Y siempre, una firma torcida que decía Sebas.
Este viernes no llegó ninguna carta.Esperé todo el día.Fingí no estar pendiente, pero miré la puerta cada vez que alguien pasaba.La enfermera me dijo que no había llegado nada.
Los días desde que se fue se sienten… largos.Huecos.Sin su risa burlona ni sus teorías de conspiración tontas.Sin sus preguntas sin contexto que me agarraban por sorpresa.
Extraño que me mirara como si yo no fuera invisible.Como si lo que duele dentro de mí fuera algo que podía sostener entre sus manos, sin miedo.
Él veía todo eso.Y aun así se quedaba.
No recuerdo haberme sentido tan seguro con alguien.Tan capaz.De mejorar. De existir.De dejar de ser una sombra de mí mismo.
Miguel siempre dice que no es bueno tener amigos aquí.Que los vínculos pueden hacer que uno se pierda.
Pero Sebastián no me hizo perderme.Me dio un pedazo de tierra firme en medio de un océano.
Entonces, cuando escuché la voz de Paty desde la puerta, supe que algo no estaba bien.
“Leo, Miguel quiere verte.”
No eran las palabras.Era el tono.Su voz estaba forzada, como cuando se quiere decir algo sin tener que hacerlo.
Me levanté sin decir nada.Caminé con los pies fríos, como si ya supieran a dónde iba.Como si el cuerpo lo entendiera antes que la mente.
Entro al consultorio de siempre.Las paredes siguen siendo grises.Los sillones siguen siendo bajos.La planta sigue casi muerta.Y ese reloj gigante... sigue marcando el tiempo como si nada pasara.
Me siento frente a Miguel.Él no sonríe.Y eso lo confirma todo antes de que diga una sola palabra.
“¿Cómo estás… Leo?”
No quiero hablar. Pero respondo.Por inercia.Por educación.Porque es lo que se espera de mí.
“Un poco aletargado, pero mi impulsividad ha bajado.”
Lo digo con una sonrisa que no llega a los ojos.
Él suspira.
“Quiero ser directo. No creo que sea justo que lo sepas por otra persona.”
Empiezo a temblar.Muy poco.Pero lo suficiente para sentirlo en los dedos.
“Sé que te he dicho que hacer vínculos aquí no siempre es bueno. Que puede interferir con la recuperación. Pero… sería cruel no contártelo, después de todo lo que Sebastián significó para ti.”
Ahí está.
El aire deja de entrar.
Y aun así espero.Espero que diga otra cosa.Que me diga que se fue de viaje. Que se olvidó de escribir. Que está ocupado.Que me está probando.
“Hace unas horas me llamó su mamá.”Su voz baja, se quiebra un poco, como si hasta para él fuera difícil.“Como sabes, Sebastián también era paciente mío.”
Las lágrimas llegan como una ola.No me piden permiso.No vienen una por una.Vienen todas de golpe.
“Sebastián… falleció, Leo.”
Me encojo.Literalmente.Como si el cuerpo no supiera qué hacer con tanto dolor.
Las palabras golpean una y otra vez.Falleció.Sebastián falleció.Ya no está.No va a volver.
Quiero gritar.Quiero decirle que es su culpa.Que este lugar es una trampa.Que nadie sobrevive aquí entero.
Pero no me sale la voz.No me sale ni el odio.
Solo lloro.Como si mis huesos lloraran también.Como si hubiera algo dentro de mí que se rompió y no sé si se puede volver a armar.
Miguel no dice nada más.Y me alegra que no lo haga.
Porque no hay nada que pueda decir.Nada que arregle esto.
El reloj sigue marcando.La planta sigue muriendo.Y Sebastián ya no está.
Y yo…yo me quedé con todas sus cartas,menos una.