Especial
11 de septiembre de 2025, 13:11
Mi pierna tiembla una y otra vez de forma involuntaria, como si fuera la única manera de evitar vomitar.
El salón es amplio, con grandes ventanales a ambos lados. En el interior, los lienzos de cada estudiante ocupan su espacio como testigos silenciosos. Algunos compañeros parecen nerviosos, otros completamente indiferentes. Hay quienes se ven seguros de sí mismos, como si ya supieran que tienen un lugar asegurado entre los mejores.
Yo me encuentro en una esquina, cerca de un ventanal. No me atrevo a mirar mi lienzo. Hacerlo solo haría que esto se sintiera más real.
Los jueces se detienen frente a la primera pieza. Son tres hombres altos, de cabellos salpicados por canas. Caminan con pasos pesados y miradas que parecen diseccionar cada detalle.
Mientras examinan la obra, se escuchan los murmullos del estudiante explicando su pieza, palabras que infestan el silencio con justificaciones. Los jueces no parecen sorprendidos; simplemente asienten cuando es necesario, intercambian miradas, y luego avanzan.
La siguiente pieza es un retrato hecho con pasteles al óleo. Sombras y rayones de diferentes colores decoran el lienzo en trazos desordenados, libres. El rostro retratado parece inexpresivo, casi ausente.
Otra explicación larga. Más murmullos. Pero no parece convencerlos. La misma rutina: asienten, hacen algún gesto vago de interés, y luego se mueven otra vez.
Entonces se dirigen hacia mi pieza.
Mis piernas tambalean. Dudo que puedan sostenerme cuando llegue el momento. Pero, sin entender muy bien cómo, me levanto. La cabeza en alto. Como si, por un segundo, toda mi inseguridad se hubiera desvanecido.
“Buenos días, ¿cómo se llama tu pieza?” pregunta uno de los hombres, con voz profunda. Intimidante.
“Buenos días… se llama Lo que solo nosotros entendemos.”Hago una pausa incómoda. Trato de alejar el pensamiento de las posibles repercusiones que ese título pueda tener en su evaluación.
Sus miradas se clavan en el lienzo. Lo estudian con atención. ¿Interés? No lo sé. Todo en mi cabeza es un caos que no puedo terminar de entender.
“¿Qué la hace especial? ¿Por qué crees que debería estar aquí?”La pregunta viene del hombre del centro. La hace con la entonación de quien ya ha repetido esa frase muchas veces, pero esta vez parece querer escuchar de verdad.Doy un suspiro antes de empezar mi explicación.
“La hace especial el hecho de que el proceso cambió mi forma de ver lo que un retrato puede llegar a transmitir, sobre que un retrato perfecto no es siempre el que copia exactamente lo que ve en el modelo, sino el que logra ir más allá, el que transmite más que solo facciones bien definidas y dibujadas.”
Busco algo en sus miradas, no sé qué exactamente, tal vez aprobación, tal vez duda, pero no encuentro nada que no sea atención, curiosidad.
“No espero que entiendan la pieza, no está hecha para eso, está hecha para, aunque sea por un momento, cambiar su visión sobre lo difícil que es satisfacer al arte, y lo fácil que es crear arte para uno mismo, sin restricciones, sin expectativas, algo que solo yo entiendo.”
“¿Quién es?” pregunta el último.
“Alguien que tomó mucha importancia en mi vida en muy poco tiempo, reclamando un lugar sin pedir permiso, como si no tuviera que hacerlo, solo es, y no puedo evitar admirar todo lo que su persona significa.”
Sonó como un vómito de palabras, pero la adrenalina de tenerlas fuera, expuestas, no me da miedo, al contrario, siento una nueva ola recorrerme el cuerpo.
“Buen trabajo, estoy seguro de que te veremos en la premiación”, dicen mientras se alejan, compartiendo murmuros y miradas que no alcanzo a escuchar.
Pero lo que posiblemente estén diciendo ya no me importa, porque me doy cuenta de cómo acabo de describir a Jade.
No lo pensé dos veces, fueron los pensamientos más lúcidos de mi mente, y lo curioso es que no me asusta, al contrario, lo reconozco como algo nuevo, algo que me da curiosidad, algo que me emociona más de lo que soy capaz de admitir.
Las sillas de la sala de premiación son un poco más incómodas que las de aquel salón, así que me es imposible no moverme de un lado a otro.El aire se siente más denso de lo normal, como si todos en la sala estuvieran conteniendo la respiración al mismo tiempo.
“Buenos días a todos los participantes presentes,” dice uno de los jueces, el más alto.Mis manos empiezan a temblar involuntariamente y mi mirada intenta enfocarse en cualquier cosa que no sea el podio a unos metros frente a mí.
“Empezaremos con la premiación,” añade mientras se aclara la garganta.“El tercer lugar en el concurso de retratos es para Un vistazo del mañana, de Diego Flores.”
Un chico alto y ligeramente sombrío se levanta de una silla unos metros a mi derecha.No parece emocionado ni eufórico, solo camina hacia el podio y recibe su premio sin demasiado ritual.Como si su victoria ya hubiera estado asegurada desde el inicio.
“El segundo lugar es para El retrato olvidado en la pared, de Sofía Rivera.”Se escucha el arrastre de una silla al fondo de la sala.Un par de gritos de entusiasmo surgen esparcidos entre el silencio.
Ella camina con pasos seguros y una sonrisa que parece ensayada, estudiada, casi perfecta.Recibe su premio con la misma seguridad y se posiciona al lado de Diego.Uno de los jueces le dedica una sonrisa; no logro identificar si es profesional o genuina. Tal vez ambas.
Al ver sus piezas, detalladas, bien proporcionadas, con decoraciones inimaginables, la inseguridad me sacude de inmediato.¿Realmente mi trabajo está a la altura?
“Y el primer lugar,” dice el juez de en medio, con una entonación más firme, “es para Lo que solo nosotros entendemos, de Leonardo Campo.”
Mi mente tarda en procesar las palabras.Por un segundo pienso que lo imaginé, que mi cabeza solo llenó el silencio con lo que quería escuchar.No sé si es mi instinto o la costumbre lo que me hace levantarme con pasos casi robóticos hacia la mesa de los jueces.
Uno de ellos extiende su mano para estrecharla.Me limpio disimuladamente la palma sudada en el pantalón antes de aceptar.“Buen trabajo. Creo que ahora entiendo la pieza a mi propia manera.”Sus palabras pesan más de lo que deberían.
“Gracias,” alcanzo a responder.Fuerzo una sonrisa que no me nace del todo y subo al podio.
No miro al público.No quiero saber quién aplaude, ni por qué.En cambio, dirijo la vista hacia mi pieza. Hacia ella.
Sus palabras se repiten en mi mente:“Nadie podrá adivinar lo que dijeron mis ojos en este momento.”
Parecía un acertijo la primera vez que lo escuché.Pero ahora, en medio del ruido ensordecedor, encuentro algo que se le parece al silencio.Un silencio distinto.Uno que se parece a sus ojos, a su mirada.A todo eso que ellos no entienden.A todo eso que ella, sin saberlo, me enseñó a ver.