Eso es suficiente
11 de septiembre de 2025, 13:11
Me miro en el reflejo del espejo por cuarta vez.Mi cabello sigue despeinado —a pesar de varios intentos por arreglarlo—, pero se ve decente… o al menos eso decido creer.
“No es nada importante”, es lo que me repito una y otra vez, pero no puedo evitar caminar de un extremo a otro de mi cuarto, como si eso fuera a hundir el nerviosismo que recorre mis manos hasta hacerlas temblar ligeramente.¿Qué tal si mi espacio le parece sofocante? ¿Y si es demasiado?… ¿Y si yo soy demasiado?
El toque en la puerta es suave, como si hubiera sido dado con especial cuidado.
“Leo, Jade llegó”, anuncia mi mamá del otro lado.
Bajo las escaleras de dos en dos. El sentimiento en mi pecho cambia: sigue siendo intenso, pero ahora es algo más suave, más cálido, aunque no necesariamente más fácil de sostener.Abro la puerta con más fuerza de la necesaria… y ahí está ella.Parada en el porche de mi casa, iluminada por el sol que se esconde tras alguna montaña a la derecha. Sus ojos color miel parecen entrecerrarse cuando sonríe.Suave. Despreocupada.
“Hola, Leo” dice, sin borrar esa sonrisa.
“Jade… pasa.”Me hago a un lado para dejarla entrar. Ella avanza con pasos medidos, observando con atención cada rincón: el ligero aroma a pasta que viene desde la cocina, el sillón negro algo desgastado en la sala, acompañado por una televisión que ha vivido más años de los que debería; los cuadros y fotografías que adornan cada esquina de la casa.Es desordenado, es raro… pero es hogar.
“Huele muy bien”, comenta mientras cierro la puerta detrás de ella, como si el olor le bastara para saborear la comida.
“Mi mamá hace una pasta increíble.”Suelto un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
Ella tiene la espalda vuelta hacia mí, y me permito un segundo para que mis ojos recorran su figura. Cada detalle. Cada pausa en el camino. Admirando..
Ella se voltea y nota mi expresión. Me observa con curiosidad, pero hay algo en su mirada que me hace pensar que reconoce lo que está viendo.No comenta nada.Solo se dirige al sillón y se deja caer con naturalidad.
“Podemos subir a mi cuarto, si quieres” murmuro, casi inseguro de mis palabras. “Es más callado… y no huele a restos de pasta.”Suelto una pequeña risa para intentar aligerar la tensión.
“Vamos.”Me responde con una mirada desafiante que hace que el aire se me quede atascado en los pulmones.Aun así, finjo que no me afecta. Que no me está mirando de esa forma.
Subimos las escaleras envueltos en un silencio que no incomoda; un silencio que simplemente está, y eso parece suficiente.
Abro la puerta de mi cuarto y me hago a un lado para dejarla pasar.En cuanto entra, su expresión cambia. La seriedad en su rostro se disuelve, y ahora se ve… suave. Como si algo en este espacio la hubiera dejado sin palabras.Camina lentamente, sin perder detalle: sus ojos recorren los dibujos pegados en la pared, los papeles olvidados en el escritorio, el cobertor de dinosaurios, los colores desordenados entre la mesa de noche y el escritorio, las paredes negras salpicadas con figuras blancas, y, finalmente, la guitarra cubierta de polvo en la esquina.
“¿Tocas la guitarra?” pregunta, acercándose a ella.
“Solía hacerlo… hace mucho que no toco,” respondo mientras me rasco el cuello, incómodo.
No recuerdo la última vez que la usé, pero probablemente fue antes de terminar internado.Solía componer canciones incluso. Era una forma perfecta de desahogarme cuando el lápiz no fluía, cuando las palabras no salían.
“Tócame una canción.”Se sienta en el borde de mi cama, y en su voz hay algo más que simple curiosidad: hay expectativa.
Los nervios activan de inmediato mi viejo tic: me muerdo la mejilla.No es que no quiera mostrarle esta parte de mí…Es que temo lo que podría significar dejar que ella vea cada vez más.
Mis dedos se estiran hacia la guitarra con torpeza. La levanto con cuidado, como si estuviera despertando a un viejo amigo del que me alejé demasiado tiempo. El polvo me mancha los dedos, y por un momento, eso me basta para dudar.
Ella no dice nada. Solo espera.
Paso los dedos por las cuerdas sin apretar. El sonido es áspero, desafinado. Me limpio la palma en el pantalón antes de comenzar a afinarla, torciendo las clavijas con movimientos imprecisos. Mi corazón late con fuerza, como si quisiera salirse por la garganta. No sé si es por la música, o por ella.
“No prometo que suene bien” murmuro.
“No espero que lo haga.”Y ahí está otra vez esa voz suya: suave, sin juicio, como un espacio seguro donde mis errores no parecen tan graves.
Respiro profundo y dejo que mis dedos encuentren una progresión simple. Acompaño los acordes con un par de palabras, suaves, apenas hiladas. Es una canción que empecé hace tiempo, nunca la terminé, pero en mi cabeza siempre ha sido para alguien que me hiciera sentir menos solo.
No la miro mientras toco. No puedo.
Cierro los ojos y me dejo llevar por la memoria de escribirla en el rincón de mi cama, una noche en la que pensé que nadie entendería todo lo que estaba tratando de decir con ella. Pero ahora, cada palabra cae con otro peso.
Cuando termino, el silencio no es incómodo.
No me aplaude. No dice nada.
Solo se queda en la misma posición, mirándome como si acabara de decirle algo muy importante sin usar ninguna palabra.
Tampoco lo necesito.
Solo sigue allí, sentada en el borde de mi cama, con los ojos puestos en mí, o tal vez en algo más allá de mí, como si estuviera viendo una versión de mí que yo todavía no conozco. No sonríe, pero sus labios tienen esa curvatura suave que aparece cuando algo nos conmueve y no queremos decirlo en voz alta.
Dejo la guitarra con cuidado a mi lado, como si el sonido aún estuviera suspendido entre los dos. El aire se siente más denso, más lleno, como si estuviera habitado por lo que no se ha dicho. Me acomodo al otro extremo de la cama, sin hablar, sin mirarla del todo. Solo estoy ahí, a su lado. Cerca, pero no demasiado.
La distancia exacta para no romper el momento.
Mis manos descansan sobre mis piernas, aún tensas. Ella no se mueve, ni para acercarse ni para alejarse. Me gusta que no intente llenar el silencio. Me gusta que no me pregunte nada. Que no me pida más de lo que ya di.
Por un segundo, me atrevo a mirarla. Sus ojos están fijos en el suelo, pero sé que está aquí. Presente. Conmigo.
Eso es suficiente.