¿Lo arruiné?
11 de septiembre de 2025, 13:11
Hoy Elías nos dio toda la clase para continuar con el dibujo de la sesión anterior. Jade está otra vez inmersa en sus líneas, concentrada en cada sombra, cada textura. Esta vez, sin embargo, hay algo diferente: está detallando el suéter azul que llevaba aquel día. Su textura grumosa, los pliegues mal acomodados. También mis pantalones negros de mezclilla, esos que uso siempre y ya comienzan a deshilacharse en los bordes. Mis tenis blancos, marcados por cada paso repetido. Me está dibujando tal y como soy, sin filtros, sin perfección.
Y entonces me doy cuenta.
“¿Así me ves?” pregunto, dejando el lápiz a un lado y girando lentamente hacia ella. “Porque me gustaría pensar que, no sé… me veo más guapo.”Intento sonar ligero, como siempre, esperando esa sonrisa desafiante con la que suele responderme.
Pero no.Lo que encuentro es una mirada limpia, abierta. Tan honesta que por un segundo me falta el aire.
“Eres bastante guapo, Leo. No creo que necesites verte más,” dice con una sonrisa que no parece coqueta, sino real. Como si en serio creyera cada palabra.
Y esa simple frase… me desarma.
Me esfuerzo por sonreír, por fingir que esto no me está volviendo loco. Pero no hay juego esta vez. No hay distancia segura. Lo que dijo acaba de quitarle la tapa a todo lo que llevo conteniendo.
No sé cómo frenar lo que viene. No sé cómo callar esto que me sube por la garganta como si fuera a vomitar sentimientos.
“¿Estás bien?” pregunta desde su silla. Su voz es suave, pero siento que me perfora.
“No lo sé…”Mi mirada vuelve al dibujo. A esa versión de mí que ella vio, que ella plasmó. A ese yo que parecía tan en paz, tan completo.“Creo que estoy enamorado de ti.”
Lo digo en voz baja, como si la frase pudiera romper el aire.Como si al decirlo, algo irreparable pudiera pasar.
Por un segundo eterno no dice nada. Ni un gesto.Y entonces, Jade frunce ligeramente el ceño.
“¿Qué?”
Una sola palabra.Y esa palabra me cae como agua helada.
No hay rechazo aún.Pero tampoco hay certeza.“Nada.”La respuesta sale más rápido de lo que llegó.“Nada, solo estaba pensando en algo que le hace falta a mi dibujo.”Agarro el lápiz con una mano temblorosa e intento enfocarme, en cada trazo, en la textura del papel, en cualquier cosa… pero es imposible.
Mi cabeza es un enjambre.Los pensamientos rebotan como ecos fuera de control: lo ridículo que debí parecer susurrando esas palabras, las que me moría por decir. Y las dije. Pero en el peor momento, con el tono equivocado, el volumen equivocado. Todo mal.
Odio mis impulsos.Odio no saber encontrar el momento exacto.Y más que nada… me odio a mí mismo.
“Leo.”Su voz me alcanza y rompe en pedazos los hilos frágiles que sostenían mis pensamientos.“¿Podemos hablar al salir?”Su silla se acerca a la mía, cerrando el espacio entre nosotros.
Pero algo en eso… se siente mal.No reconfortante. No como antes.Ahora se siente invasivo. Como una caricia no pedida cuando la piel todavía arde.
“No… no sería lo mejor.”Empujo mi silla lejos de la suya sin mirarla. No sé si me oyó, pero eso ya no importa. Solo puedo escuchar la voz que me repite, cruel: lo arruinaste, lo echaste a perder. Todo es tu culpa.
“Por favor.”Lo dice casi como un susurro, como una súplica.Pero no quiero escucharlo.No puedo.No quiero sentir su lástima. Ni su compasión. Mucho menos su rechazo.
No estoy listo.Tal vez nunca lo esté.
Dejo el dibujo en la mesa como si ya no me perteneciera.Guardo el lápiz sin cuidado, cierro la mochila con torpeza, arrastro la silla sin pensar. Y camino.
“Leonardo, ¿todo bien?” pregunta Elías desde su escritorio al notar el sonido que rompe el ritmo del salón.
“No. Necesito tomar aire.”Mi voz suena más quebrada de lo que quisiera.
Y salgo.
El aire frío me golpea como aquel primer día: seco, punzante, sin consuelo.No reconforta. Solo entra, sin permiso. Y me recuerda que esto es real.
Camino rápido por el pasillo, ignorando el ruido de las clases, del mundo. Ahora solo estoy yo, mi respiración cortada, y mis pensamientos: una tormenta que no me suelta.
“Leo, espera.”
Su voz suena detrás de mí, y la acompaña el eco de sus pasos.Por un segundo, la culpa en mi pecho me obliga a girar. Casi lo hago.
Pero no.
El enojo es más fuerte.El miedo también.Y ahora es lo único que guía mis piernas, llenas de adrenalina.
Más rápido de lo que puedo registrar, ya estoy afuera.El sonido de la ciudad en hora pico me rodea como una ola que no deja espacio para respirar.Hace varios minutos que dejé de escuchar los pasos de Jade.Y algo en ese silencio me revuelve el estómago. Las náuseas son instantáneas, incontrolables.
Saco el teléfono con las manos temblorosas.Busco el contacto de mi mamá.
Después de un par de tonos, contesta.
“¿Estás bien?”, pregunta de inmediato. Su voz está teñida de alerta.
“No.”La palabra sale quebrada. Luego, el llanto.“Quiero irme a casa.”
“Ya voy, cariño. Respira profundo mientras llego. Vas a estar bien.”La llamada termina. Pero por más que intento llenar mis pulmones de aire, no lo logro.Cada sonido, cada respiración entrecortada se convierte en un zumbido abrumador. Como si el mundo entero estuviera gritándome que no encajo.
No entiendo lo que acabo de hacer.Me frustra no tener las palabras para calmarme.Se suponía que eran palabras honestas.Guardadas en algún lugar que apenas empiezo a llamar amor, aunque no sé del todo lo que eso significa.Solo sé que quería que lo fuera con ella. Que si algo tenía sentido, debía ser en su presencia.
Pero tenía que ser yo quien lo arruinara.Siempre soy yo.Siempre hay algo en mí que descompone las cosas.Que rompe lo que apenas empieza a construirse.
Y ahora esa versión de ella—la que me miraba con esos ojos—ya no está.Solo recuerdo la confusión en su cara, la pausa de sus pasos. Como si se diera cuenta, por fin, de todo lo que está mal conmigo.De que estoy roto.Y no quiere quedarse con eso.Porque si quisiera, no se habría detenido. Habría seguido caminando detrás de mí.
Veo el auto de mi mamá acercarse a la entrada de la universidad.Su rostro está marcado por la preocupación. Esa expresión hace que las náuseas vuelvan.
No pienso. Solo actúo.Abro la puerta y me lanzo a su abrazo.Mis brazos la rodean con una fuerza casi infantil, como si eso pudiera impedir que me derrumbe.
“No tenemos que hablar de ello,” dice mientras acaricia mi cabello.“Pero necesito que sepas que vas a estar bien. Nada es para siempre. Todo es temporal.”Sus palabras no buscan respuestas. Solo me arropan.Me abraza más fuerte, y en ese gesto encuentro lo que necesitaba:no explicaciones, no soluciones, no compasión.Solo presencia. Solo alguien que no intente rellenar mis silencios.
Quisiera ser diferente.Más fácil de entender para ella. Para mis padres. Para mí.Pero el solo imaginarlo me abruma.Así que lo dejo.
Dejo que mi mamá me lleve a casa.Por primera vez no hay otro lugar en dónde quisiera estar que no sea mi cuarto.