Un paso atrás
11 de septiembre de 2025, 13:11
“Pasa, siéntate”, dice Miguel mientras cierra la puerta detrás de mí. El sonido del pestillo se siente como un pequeño eco que nos envuelve, seguido por un silencio que hace mucho no me acompañaba de esta forma.
Me acomodo en la silla de la derecha. Así evito el contacto visual directo. Así todo se siente un poco menos real.
Miguel se deja caer en su sillón viejo el mismo del centro psiquiátrico, ese pensamiento me golpea de lleno. Siento el estómago revolverse, como si mi cuerpo aún guardara memoria de ese lugar.
“Bueno, te escucho”, dice con calma.
Me quedo quieto por unos segundos. Las palabras se empujan unas a otras en la garganta, hasta que una se atreve a salir.
“Conocí a alguien.”
Espero una reacción, pero él no dice nada. Solo asiente levemente, como si supiera que aún hay más.
“Pensé que estaba listo”, continúo, con la voz cada vez más baja. “Pensé que su mirada significaba algo. Que esa distancia entre nosotros, que se iba acortando poco a poco, tenía un nombre. Uno que los dos podíamos sentir en la punta de la lengua.”
Suelto el aire que he estado conteniendo desde que entré.
“Pero me equivoqué. Sentí todo en el momento incorrecto… con la persona incorrecta.”
Trago saliva, y las palabras ya no salen con claridad, sino atropelladas, torpes.
“Y es que… no entiendo. No entiendo por qué digo todo sin pensar. Por qué siento que voy a explotar de tanto que siento al mismo tiempo. No entiendo por qué tiemblo. Por qué me dan náuseas cada vez que el arrepentimiento aparece, como si quisiera instalarse en mí para siempre.”
No quiero llorar. Pero todo se siente fuera de mi control. Mis manos se aferran con fuerza a los apoyabrazos, como si eso pudiera sostenerme.
Miguel me observa en silencio. Luego habla, con esa voz que no busca calmar, sino acompañar.
“¿Por qué quieres entenderlo todo, Leo?”, pregunta. No suena agresivo. Solo directo.
Hace una pausa breve, y entonces continúa:
“Todos asumimos cosas. Todos nos equivocamos. A veces sin motivo aparente, sin aviso previo. Pero lo más importante…” inclina un poco la cabeza, apoyándola en su mano “es que todos sentimos.”
Sus palabras caen como una manta sobre mí. No me explican nada, pero me envuelven.
“No necesitas encontrar el origen de todo, Leo”, dice más suave. “Y no tienes que castigarte por sentir.”
No estoy seguro de entenderlo del todo.
Pero sí sé algo: su tono no intenta salvarme.
Solo está aquí.
Y eso, por ahora, me basta para que las palabras fluyan."¿Pero cómo se supone que el hecho de sentir de manera tan intensa no merezca un castigo?" pregunto aquello que me lleva pesando desde el día que Miguel me dió mi diagnóstico.
"Porque sentir intensamente no es incorrecto ni algo malo, solo es tu forma de sentir y ver el mundo" Su respuesta me deja sin palabras."Verás, el TLP es un trastorno de personalidad, cuando la esfera de la personalidad se enferma, saber quién eres ,se complica, al igual que tus relaciones personales y tus emociones o en este caso sentimientos" hace enfásis en sus palabras al señalarme " esto no significa que seas una mala persona o que tu condición te limite por completo. Sentir intensamente no solo funciona con el enojo; la tristeza, el abandono sino también ocn el amor, felicidad, seguridad e incluso emoción"
Cada palabra va tomando su peso y entendimiento en mi pecho, de alguna manera me siento más ligero, menos abrumado puedo ver todo con más claridad y la intensidad del momento va disminuyendo.
"Entonces...¿puedo llegar a amar con intensidad?" pregunto casi en un susurro.
"Sí, Leo, creo que es justamente lo que te tiene así, pero no te preocupes vamos a trabajar en ello, no solo con terapia. En este caso recomendaría que volviéramos con el tratamieno psiquiátrico que ya llevábamos ¿Te parece?"
"Sí" pero mi respuesta no me convence, se seinte como una recaída rotunda, como un fracaso del que juré no volver a sentir."¿Me hará sentir mejor, cierto?" es lo único que logra salir de mi boca.
"Te ayudará con lo que me comentas, pero no es mágico, tendrás que poner de tu parte también" responde escribiendo la lista de medicamentos en una receta a un lado de su escritorio.
Puedo ver algunos medicamentos que ya he tomado, uno nuevo y otro del que nunca había escuchado su nombre. La derrota que se asienta en el ambiente es evidente, creo que MIguel lo siente pero no comenta al respecto, solo me sigue explciando el objetivo de cada uno y algunos de los efectos que puedo esperar con ellos. Odio los efectos secundarios. Odio los medicamentos, la rutina, la sensación de estar bajo los efectos del medicamento, estar somnoliento y no tener a nadie quien culpar que no sea yo.
"Bueno, nos veremos dentro de un mes, para ver cómo vas con los medicamentos. Hasta luego, Leo. Cuídate" me dirige una sonrisa honesta, como si de verdad entendiera el peso de sus palabras.
El pasillo del consultorio parece más largo al salir que al entrar. Como si ahora el mundo fuera más grande, o yo más pequeño. Camino sin prisa. No porque esté calmado, sino porque no tengo apuro por llegar a ningún lado.
El sol de la tarde me golpea en la cara cuando salgo. No me molesta. Tampoco lo noto del todo.
Subo al coche. Mi mamá no pregunta nada. Solo gira las llaves en silencio y enciende la radio, pero no sube el volumen.
El trayecto a casa transcurre entre semáforos y pensamientos vagos. Miro por la ventana, pero no realmente. Solo dejo que el paisaje corra mientras mi mente se queda quieta.
Al llegar, ella va directo a la cocina. Yo subo a mi cuarto y dejo la mochila sobre el escritorio sin abrirla. El sonido de mis pasos en la escalera es lo único que me acompaña. Me dejo caer en la cama. No cierro los ojos. No tengo sueño. Solo quiero estar acostado.
No pienso en Jade. No directamente.
Pienso en todo lo que no pude sostener.
En lo que siempre termina cayéndose.
Unos minutos después, mi mamá sube. Golpea suavemente la puerta.
"¿Puedo pasar?"
"Sí."
Se asoma con una taza de té caliente. No de manzanilla. Uno de esos que prepara con especias que no sé nombrar.
"Te hice uno de los que te gustan" dice, dejándolo sobre el buró. Se sienta a los pies de mi cama "¿Quieres contarme cómo fue?"
"No fue terrible"
Es todo lo que puedo decir. No tengo energía para decorar la frase.
"Miguel te va a ayudar, ¿verdad?"
Asiento con la cabeza, sin mirarla.
"¿Vas a volver al tratamiento?"
"Sí. Con medicación"
"¿Y cómo te sientes con eso?"
Pienso en mentir. En decir “bien”, o “tranquilo”. Pero ambas suenan tan falsas que ni siquiera me salen.
"Raro" respondo al final "Como si hubiera dado un paso atrás."
Ella no contesta de inmediato. No intenta convencerme de que no es así. Solo se acomoda, como si sus manos también buscaran algo que no encuentran.
"A veces, volver a un punto es parte del camino. No se trata de retroceder, Leo. A veces se trata de hacerlo distinto."
"Lo entiendo" murmuro "pero no lo siento."
"Está bien. No tienes que sentirlo todavía."
La habitación se queda en silencio. El té ya huele a canela. No lo toco. No porque no quiera, sino porque no tengo nada en mí que sepa recibir algo cálido en este momento.
Ella se levanta.
"Voy a estar abajo, si necesitas cualquier cosa" dice, como siempre. Pero hoy hay algo distinto en su voz. Como si supiera que no voy a bajar. Que esta vez necesito quedarme en la sombra un rato más.
Cuando cierra la puerta, me siento un poco más solo. Pero también un poco más libre.
Miro el techo. No pienso en el futuro. No pienso en nada.
Solo dejo que la calma artificial del agotamiento me mantenga en su línea recta.