Lástima
11 de septiembre de 2025, 13:11
Al despertar, no hay respiración entrecortada ni sudor pegado a mi piel. Solo el silencio familiar de mi cuarto y, desde abajo, la música que mi mamá deja sonar cada mañana. Parpadeo intentando enfocar la vista, pero los efectos de la medicación todavía me nublan. Me incorporo despacio, busco las pantuflas que ella me regaló en mi último cumpleaños y, una vez puestas, abro la puerta.
Bajo las escaleras con pasos tranquilos, como si, por primera vez en mucho tiempo, el día no me pesara.
“Buenos días, Leo” saluda mi mamá desde la cocina, con esa sonrisa tan suya. Sé lo que significa, pero aun así espero a que me lo diga. “Te ves diferente” añade, mientras revuelve algo en el sartén con una cuchara de madera.
“Me siento diferente” respondo, por primera vez, me convence a mí mismo.
“¿Tendrá algo que ver con cierta señorita que últimamente nos visita más seguido?” pregunta, dejando de revolver y mirándome fijo, como quien espera una verdad que ya conoce.
Normalmente me escudaría. Diría que Jade es solo mi amiga, nada más. Pero hoy el miedo no me aprieta el pecho. Hoy no se esconde en cada rincón como un veneno paciente. Hoy me atrevo a decirlo.
“Sí. Jade y yo somos más que amigos.”
Ella se aparta de la estufa y se acerca. No hay preocupación en su rostro, solo un entendimiento sereno. Y en ese gesto sé que comprende lo que esto significa para mí: el peso que me ha mantenido a oscuras, la realidad distorsionada de la que me he sentido prisionero. Vivir atrapado en una habitación sin puertas, con paredes que repiten las razones por las que no puedo salir, ha sido agotador. Pero algo en Jade —su risa, su voz, su mirada— hace que, aunque sea solo por instantes, todo se calle. Que esas paredes dejen de oprimirme. Que mi mente, por fin, descanse.
Mi mamá me abraza sin aviso, fuerte, como si quisiera arrancarme la duda de los huesos. Su voz me tiembla cerca del oído cuando dice:“Lo único que quiero es que encuentres lo que te haga bien. Si ella es tu luz, entonces déjala entrar, Leo. No tienes que seguir peleando solo.”
Cierro los ojos y dejo que la calidez del momento se asiente en el silencio. Es un momento breve, siento el miedo apuñalarme por la espalda y no puedo evitar las palabras que salen de mi boca."¿Qué y si solo estoy hecho para generar oscuridad?" pregunto sabiendo lo que me va a decir mi mamá."Entonces te compartiría de mi luz hasta que tú también brilles" me abraza más fuerte "Nada es para simpre Leo"
La campana sobre la puerta suena al mismo tiempo que cruzamos el umbral. La cafetería es vieja: los azulejos gastados, los bancos que alguna vez fueron blancos ahora lucen grises y rotos. Pero el café… el café aquí no tiene igual. Amargo en la primera nota, equilibrado en el final, tanto que deja sin palabras.
Jade y yo elegimos una mesa junto a la ventana. El sol de la tarde se filtra y derrama tonos anaranjados sobre el interior, mezclándose con el murmullo de conversaciones y el choque metálico de los trastes en la cocina.
“Me gusta este lugar” dice Jade, observando alrededor con atención curiosa.
“A mí me gustas tú.” Apoyo la mejilla en la palma de mi mano y me inclino hacia ella.
“Ya lo sé, Leo. Soy irresistible.” Levanta las manos en un gesto exagerado, sarcástico.
Me incomoda su tono ligero. Si pudiera ver un solo día dentro de mi cabeza, sabría que cada palabra que le digo está cargada con un peso que ni yo logro explicar.
“¿Qué vas a pedir?” pregunta después, lanzándome una mirada de reojo por encima del menú.
“Lo que sea que tú pidas.” Dejo el menú a un lado y la miro directamente a los ojos.
“Entonces los dos tomaremos un cappuccino de vainilla francesa.” Copia mi gesto, dejando su menú junto al suyo, aunque sus ojos ya no vuelven a buscarme.
No lo hacen hasta que los cafés llegan. Entonces sí: vuelve a mirarme, y en esa mirada reconozco una calidez que no existe en ninguna otra parte del mundo, una certeza que solo ella sabe darme.
“Cuéntame algo de tu pasado, Leo.” Sopla suavemente su taza antes de probarla. “Algo que nadie sepa.”
“Solo si prometes no llorar.” Suelto una risa breve, falsa. Estoy cansado de abrirme solo para recibir lástima a cambio.
“No puedo prometerte eso.” Baja la vista hacia el café, pero su voz suena firme. “Lo que sí puedo prometerte es quererte por quien eres… y no por quien fuiste.”
Nadie me había prometido algo así. Y por un instante, no sé si agradecerle o temerle.
“Estuve internado en un hospital psiquiátrico antes de entrar a la universidad.”
Las palabras caen en la mesa como si hubieran estado esperando todo este tiempo.Jade guarda silencio, no juzga, espera.
"Sebastián solía odiar el nombre", respiro hondo, pero el aire no entra del todo. "Le llamaba "el psiqui', decía que sonaba más bonito, incluso si es obvio que no puedes suavizar la realidad de ese lugar". Me rio, pero ella no se ríe conmigo, veo sus facciones arrugadas en preocupación o entendimiento, no lo distingo en el momento.
“Sebastián era mi amigo… mi mejor amigo, si es que ese término todavía significa algo.”Las palabras me raspan la garganta. No quiero que piense que deliro, así que intento aclararlo. Ella asiente, pero su rostro permanece intacto, impenetrable.
“Fueron meses insoportables para mí. Y aún hoy no sé si de verdad salí de allí o si sigo atrapado en un limbo donde vivir se confunde con sobrevivir.” La primera lágrima me corta la mejilla. “Un limbo donde Sebas todavía respira.”
La segunda lágrima llega sin que pueda detenerla. Cuando levanto la vista, Jade me mira fijo, como si buscara sostenerme. Yo no puedo sostenerla a ella.
“Lamento que hayas pasado por eso.” Extiende una mano y atrapa la mía con suavidad. “Nadie debería cargar con algo así tan joven.”
El tono es cálido, demasiado cálido. Suena a compasión, y la compasión me quema.Lástima. Le das lástima, Leo.
“No lo lamentas.” Retiro mi mano bruscamente. “No finjas entenderlo.”
“Leo, basta.” Su voz cambia. Es más dura, como si toda la ternura que me ofrecía se hubiera disipado en un segundo.
Y en mi cabeza esa dureza confirma lo que siempre temo: que su amor depende de lo que hago, de lo que digo, de mis errores que nunca dejan de repetirse.
“Fui un idiota al creer que podías quererme por lo que soy ahora.” Mis manos tiemblan, no sé si de enojo o de miedo. “No me estás viendo a mí, Jade. Lo ves a él. Al Leo que no supo salvar a su mejor amigo. Al que nunca se perdonó. Al que solo despierta lástima.”
Jade inspira con fuerza, como si buscara aire en un lugar donde ya no queda. Su expresión cambia; la suavidad que me sostenía hace un instante se convierte en una seriedad que me hiere más que cualquier grito.
“No te tengo lástima, Leo.” Su voz tiembla, pero se mantiene firme. “Te veo. Te quiero. Pero no puedo cargar con la guerra que libras contigo mismo. No soy tu redención.”
Mis labios se entreabren, pero no encuentro respuesta. Las palabras que me ofrece, aunque parecen llenas de amor, me suenan como un portazo.
“Lo intento todos los días,” continúa, bajando un poco la voz, “pero si cada vez que abro mi corazón tú lo confundes con lástima… entonces no sé cómo alcanzarte.”
Su sinceridad debería reconfortarme, pero no. La escucho como si me estuviera alejando con cada sílaba, como si estuviera dibujando una línea en el suelo y empujándome al otro lado.
“Entonces no quieres quedarte” digo, la rabia mezclándose con el miedo en mi garganta.
“Quiero quedarme” responde, y sus ojos brillan de lágrimas contenidas. “Pero quiero quedarme sin perderme en el intento. Y eso, Leo… depende de ti.”
El peso de sus palabras me aplasta. Yo solo escucho separación, incluso cuando ella dice lo contrario. Para mí, su límite no es amor, es distancia. Y esa distancia es lo que más me aterra.
Quiero gritarle que no lo entiende, que quedarse a medias no es quedarse en absoluto. Quiero pedirle que no me suelte, que no trace líneas, que me abrace hasta que las paredes de mi cabeza se callen. Pero las palabras no salen, se me atascan en la garganta como piedras.
Ella no aparta la mirada. Permanece ahí, con las manos quietas sobre la mesa, demasiado cerca y demasiado lejos al mismo tiempo.
“¿Y si no sé cómo?” murmuro, apenas un hilo de voz. “¿Y si no sé cómo dejarte quedarte sin arrastrarte conmigo?”
Jade aprieta los labios, y el silencio que se abre después es más brutal que cualquier discusión. Por un instante pienso que se levantará y se irá. Pero no lo hace. Se queda. Se queda a pesar de todo lo que acabo de poner entre nosotros.
“Entonces aprende” dice al fin, con un temblor en la voz que delata el esfuerzo que le cuesta. “Porque yo… yo no quiero rendirme contigo. Pero tampoco quiero desaparecer en tu sombra.”
Sus palabras me parten en dos. Siento la urgencia de alcanzarla, de tomar su mano y aferrarme como si dependiera de ello, pero también el miedo de que cualquier movimiento sea el que la aleje definitivamente.
La cafetería sigue llena de murmullos y ruido de platos, pero para mí solo existe esa línea invisible entre su límite y mi miedo. Y en medio de ambos, un silencio que amenaza con rompernos.