Zona Cero: Memorias de Mel.
11 de septiembre de 2025, 14:03
El aire estaba denso con el humo de las explosiones, y el olor a sangre y pólvora impregnaba cada rincón. Los sonidos del campo de batalla, los gritos de los heridos, los disparos lejanos, eran como un murmullo constante que zumbaba en los oídos de Mel. Los ecos de la lucha se desvanecían lentamente, y los soldados de Noxus, aunque abatidos, comenzaban a incorporarse, como si la batalla aún no hubiera terminado para ellos. Mel observaba a su alrededor, sintiendo una creciente inquietud por el futuro incierto de aquellos hombres, preguntándose a quién serían leales ahora.
Su mirada se desvió hacia Caitlyn, quien yacía tirada en el suelo, gravemente herida y completamente en shock. La visión de su amiga tirada en el suelo, indefensa, parecía quemarse en su mente, un recordatorio constante de su incapacidad para protegerla. Sin dudar, Mel corrió hacia ella, el corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—Caitlyn, ¿estás bien? —Intentó decir, pero su amiga no respondía.
Mel, temiendo lo peor, no perdió tiempo.
—¡Necesito un médico! —Gritó, su voz entrecortada por el miedo.
Mel apretó los dientes, la frustración invadiéndola. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo no había podido salvar a Caitlyn, la amiga que siempre había sido su roca? Sentía que había fallado, que la batalla por la que tanto lucharon no había valido la pena. En su desesperación, pronto se encontró con Tobias, el padre de Caitlyn, quien con evidente preocupación y miedo corrió a atender a su hija.
Juntos, transportaron a Caitlyn a un lugar más seguro, y mientras Tobias comenzaba a atenderla, Mel se quedó a su lado, esperando con ansias algún signo de vida, algo que le diera esperanza. El dolor que sentía por ver a su amiga en tan mal estado la consumía, y las horas parecían eternas.
La atmósfera en la habitación era tensa, pesada, casi insoportable. Mel y Tobias se encontraban al borde de la desesperación, sus voces chocando con el dolor y la frustración. Caitlyn, aún inconsciente, no respondía, y la impotencia de Mel era palpable. Mel levantó la mirada, su voz temblorosa.
—Esto… esto es mi culpa. —Rezongaba Mel con lágrimas en los ojos. — No pude hacer nada.
Tobias la fulminó con la mirada, la rabia a punto de desbordarse, se dio la vuelta hacia Mel y descargó sus palabras con su voz cargada de reproche.
—No, Mel, no pongas esto en tus hombros. Yo soy el que no pude protegerlas. Yo soy el que falló. —Le dijo con evidente molestia Tobias — Si hay alguien responsable de esto soy yo. No fui capaz de ser más fuerte y proteger a mi familia. Perdí a la mujer que amaba y ahora estoy a un paso de perder a mi hija… ¡No fui el hombre que debí ser para ellas!
Mel apretó los dientes, las manos temblando mientras intentaba mantenerse firme ante las palabras. Sabía que la rabia de Tobias tenía sentido, que su dolor era válido. Pero no podía evitar sentir que él no comprendía.
—Tobias… Luchamos juntas contra Ambessa, y vi cómo Caitlyn sufrió... aun así, todo lo que pude hacer fue ver cómo caía, cómo las heridas la desgarraban. No pude salvarla, no pude evitar que el daño llegara tan lejos. Debí haber podido hacer algo más por ella.
Tobias dio un paso hacia ella, su voz rasposa, cargada de desesperación.
—¡Eso es lo que no quiero escuchar! No quiero que te sigas culpando por algo que no puedes controlar. —En sus ojos las lágrimas brotaban por la evidente desesperación. — En este momento todo lo que podemos hacer es curar sus heridas y esperar que despierte.
Mel sintió la presión en su pecho, el peso de la culpa y el dolor, pero sabía que no podía perder la calma.
—Lo siento Tobias, no puedo dejar de pensar en lo que podría haber hecho. — Le dice al médico con evidente culpa por lo sucedido.
—Deja de sentir culpa… ¡lo que ella necesita de ti en este momento es fuerza para poder salir adelante! —Gritó con enojo.
La conversación entre ellos se rompió de golpe. Caitlyn, sin previo aviso, abrió su único ojo, mirando al frente con una expresión vacía, como si no reconociera nada. La visión fue tan fugaz que Mel pensó que estaba imaginando. Un parpadeo de vida, un destello de conciencia.
Tobias se quedó paralizado, observando a su hija.
—¿Caitlyn? —Su voz salió suave, llena de esperanza. Pero el ojo de Caitlyn volvió a cerrarse al instante, regresando al letargo.
Mel sintió que su corazón se detenía por un momento. El peso de la batalla seguía aplastándola, pero al menos había visto esa chispa de vida.
—No está fuera de peligro, Tobias —Susurró, sus ojos llenos de dolor. —Pero al menos, su mirada nos deja un atisbo de esperanza.
Tobias, incapaz de responder, se inclinó sobre su hija, acariciando su frente con una ternura rota.
—Lo sé… lo sé… —Dice intentado guardar todo sentimiento de terror en lo más profundo de su alma.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Mel se quedó observando, su alma atrapada en un remolino de impotencia. Habían luchado contra Ambessa, pero al final, el costo de esa batalla era mucho más grande de lo que jamás habían anticipado. Caitlyn no solo estaba herida, sino que, en muchas formas, también había sido destrozada internamente.
Mientras Mel miraba el rostro inmóvil de Caitlyn, algo dentro de ella cambió. Sabía que, independientemente de lo que sucediera después, nada volvería a ser igual. La guerra, la traición y la pérdida habían dejado cicatrices que cambiarían el curso de sus vidas para siempre.
Después de salir de la habitación de Caitlyn, Mel caminó por los pasillos del edificio, con la mente pesada y las piernas temblorosas. El peso de las decisiones que había tomado pesaba sobre su conciencia, pero sabía que tenía que seguir adelante. Cuando llegó al exterior, las luces del atardecer iluminaban el campo de batalla que había quedado atrás, ahora en silencio, salvo por los soldados de Noxus que se volvían a reagrupar, algunos aún malheridos, otros más enteros, pero todos sin rumbo claro.
Viéndolos, Mel sintió el tirón en su pecho, la incomodidad de la situación. Los Noxianos no solo habían estado allí por Ambessa, sino que ahora su lealtad era incierta. ¿Quién estaba a cargo? ¿Qué pasaría con ellos?
Con un suspiro profundo, se acercó al grupo de soldados. La presencia de la joven no pasó desapercibida. Mel no dudó ni un segundo al asumir el control de la situación. Con la autoridad que la batalla le había forjado, se paró frente a ellos, sus ojos fríos como el acero.
—Soldados Noxianos. Escúchenme. — Ordenó con voz firme, pero clara. — Llegaron a Piltover con un objetivo de guerra bajo las instrucciones de mi madre Ambessa. La lealtad no es hacia ella, ni a cualquier líder que exista en el camino. La lealtad es hacia su tierra, Noxus, y es hora de demostrarlo. Yo, hija de Ambessa, heredera del clan Melarda, no voy a permitir que se disuelvan por el caos de lo que ha pasado. Regresen a sus barcos. No habrá más batallas en este lugar. Volveremos al lugar al que pertenecemos.
Los soldados, primero titubeantes, comenzaron a reaccionar. Algunos dudaban, mirándose entre sí, pero la autoridad con la que Mel habló los hizo callar, y finalmente comenzaron a organizarse, sin más resistencia. En su mirada había algo claro: la joven que antes había sido un enemigo en la lucha ahora estaba tomando el mando. Lo aceptaron en silencio, y en pocos minutos, los soldados estaban marchando hacia el puerto.
Después de dar la orden, Mel se quedó en pie unos momentos, observando cómo se alejaban los soldados. En su mente se mezclaban los recuerdos de su madre, el rostro de Caitlyn inconsciente, la devastación de la batalla. Pero, sobre todo, sentía una profunda necesidad de hacer algo más, de cerrar un capítulo y enfrentar lo que estaba por venir. Noxus la esperaba.
Se dio la vuelta con la determinación en los ojos y comenzó a caminar hacia donde se encontraba Tobias, el padre de Caitlyn. Lo vio de pie, observando la escena con una expresión agotada y tensa. Sus ojos se encontraron, y por un momento, ambos se comprendieron sin necesidad de palabras.
—Mel. —Dijo Tobias con voz grave. —¿Qué vas a hacer ahora?
Mel lo miró en silencio por unos segundos. Sabía que la pregunta venía con un peso mucho mayor, no solo porque Caitlyn aún estaba inconsciente, sino también por la situación que los rodeaba. No era solo la batalla la que los había marcado. La guerra entre Noxus y Piltover había comenzado.
—Iré a Noxus. —Respondió Mel con firmeza. —Tengo que cerrar el ciclo. Investigar sobre la rosa negra, mi familia, apaciguar la creciente tensión entre Noxus y Piltover… No puedo quedarme aquí.
Tobias la observó atentamente, como si estuviera buscando alguna señal de duda, algo que la hiciera cambiar de parecer. Pero no la encontró.
—¿No puedes esperar? —Insistió él. —Caitlyn... todavía no sabes lo que está pasando con ella. ¿No deberías quedarte para cuando despierte?
Mel respiró hondo, dejando que las palabras de Tobias calaran en su corazón. La verdad era que su mente ya estaba lejos de esa situación. Sabía que no podía hacer nada más por Caitlyn en ese momento, pero su responsabilidad, la herencia de su madre y el futuro de esas tierras estaban en sus manos. Su camino ya había sido marcado.
—No puedo quedarme, Tobias. —Respondió con suavidad. — Caitlyn es fuerte, no puedo hacer nada más por ella. Ella sabe lo que es luchar por la paz y sé muy bien que es el camino que debo tomar para restaurarla.
Tobias se acercó un poco más, bajando la cabeza por un momento antes de mirar directamente a los ojos de Mel.
—Lo entiendo, y sé también lo que estás buscando, sé lo que esto significa para ti. Pero no olvides que, aunque no lo digamos, nosotros también te necesitamos. No dejes que tu viaje te cambie más de lo que ya te ha cambiado y cuando sea el momento, vuelve a esta tierra que también es tu hogar.
Mel asintió, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y determinación.
—Lo prometo. No me olvidaré de ustedes.
Hubo un largo silencio entre los dos. Mel deseaba decir algo más, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. No podía prometer más. No podía darle más de lo que ya había entregado.
Finalmente, Tobias extendió su mano, ofreciéndole un gesto de despedida. Mel lo miró por un momento, luego lo tomó con firmeza.
—Cuida de Caitlyn. — le dijo en voz baja.
Mel asintió una última vez, y con un leve movimiento de cabeza, comenzó a alejarse, sus pasos firmes pero lentos. A lo lejos, el horizonte se alzaba con el prometedor, pero aterrador futuro que le esperaba en Noxus.
Mel caminaba con paso decidido. El viento acariciaba su rostro mientras sus pensamientos se alejaban de Piltover y Zaun, guiándola hacia el futuro incierto que la esperaba en Noxus. Había algo casi visceral en la necesidad de partir, como si el destino mismo la hubiera marcado para este viaje.
Al caminar, el peso de la despedida y de lo que dejaba atrás comenzaba a pesarle más que el cansancio acumulado por la batalla. No podía evitar pensar en su madre. En todo lo que había hecho por Noxus, en todo lo que había sacrificado. Mel no entendía completamente el significado de la rosa negra, pero algo dentro de ella le decía que era la clave para descubrir la verdad que había estado buscando.
Mientras avanzaba, el sonido de las olas del mar chocando con los acantilados era lo único que podía oír. Los pájaros cantaban en la lejanía, sin preocuparse de los conflictos que se habían desatado en tierra. El cuervo, ese ominoso cuervo que la había seguido durante su camino desde que salió de la guarida, volvió a aparecer en su visión. Volaba en círculos, su silueta oscura destacando contra el cielo despejado. Mel no lo veía como una simple ave. Sabía que estaba allí por una razón, aunque no lograba entender cuál.
Su mirada se dirigió al horizonte, donde las aguas se encontraban con un cielo ahora despejado. En la lejanía, más allá de las olas, Noxus se encontraba escondido en el misterio del mar. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no sería fácil. De hecho, sabía que se enfrentaba a una batalla mucho más grande de lo que podía imaginar. Pero era lo que debía hacer.
Al llegar al puerto, los barcos de Noxus ya comenzaban a zarpar. Aunque Noxus no era visible desde allí, el pensamiento de lo que le esperaba allí, al otro lado del mar, seguía pesando sobre su pecho. La bandera de Noxus ondeaba en lo alto de los barcos, el emblema de la ciudad que representaba la unidad, la guerra, la determinación. Todo lo que Mel había heredado, todo lo que la había arrastrado hasta aquí.
Mel subió a uno de los barcos, la brisa marina dándole la bienvenida como un viejo amigo, mientras la ciudad de Piltover se desdibujaba en la distancia. El cuervo seguía sobrevolando, ahora más cerca, como si estuviera guiándola hacia algo desconocido, algo que la esperaba más allá de los mares.
A bordo, el ambiente era tenso, y los soldados Noxianos, con sus miradas de hierro, no parecían notar su presencia. Mel se sentó en silencio, permitiendo que la sensación de incertidumbre la envolviera. Sabía que algo dentro de ella había cambiado, algo que ya no podía revertir. Su madre, Noxus, la rosa negra… todos esos elementos que, juntos, formarían el rompecabezas que debía resolver.
Mientras el barco avanzaba y las luces del día se desvanecían detrás de ella dando paso a una tranquila oscuridad, Mel cerró los ojos un momento, permitiendo que la quietud del mar invadiera su ser. En su mente, una sola pregunta giraba como un eco sin respuesta: ¿Qué le deparaba realmente Noxus?