ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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La herencia del poder

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El puerto de Noxus parecía más oscuro que nunca. Mel respiró profundamente, tratando de calmar los nervios que le recorrían. La ciudad que una vez gobernó su madre ahora se sentía ajena. ¿Cómo podría ella, con todo lo que había aprendido en Piltover, llenar el vacío dejado por Ambessa? Sentía que las paredes de la ciudad le hablaban, susurros del pasado que la perseguían. Aunque la ciudad mantenía su carácter imponente y despiadado, algo había cambiado en el aire, una sensación palpable de expectación. Mel respiró hondo al pisar tierra firme, reconociendo el peso de lo que representaba su regreso. La ausencia de su madre había dejado un vacío, y ahora, con Mel a la cabeza, era el momento de restaurar el orden. La política de Piltover le había enseñado bastante, pero Noxus, con su brutalidad y su sistema de casas nobles, era un régimen político muy distante al que se respiraba en su antiguo hogar. Al llegar a la sede de Noxus, fue recibida por una comitiva de oficiales y nobles. Mientras la comitiva la observaba, Mel sintió cómo sus ojos pesaban sobre ella, evaluándola, buscando cualquier debilidad. Algunos murmuraban entre ellos, otros simplemente la miraban con frialdad. El aire estaba denso con desconfianza. Mel sabía que, para ellos, no era solo la hija de Ambessa; era un enigma que debían resolver. Los altos muros y las estructuras imponentes de la ciudad se alzaban sobre ella como un recordatorio de la historia sangrienta de Noxus y el gran desafío que representaba esta toma de poder. No era solo una cuestión de heredar el poder de su madre; debía reclamarlo, y para ello, los nobles debían aceptarla. Mel caminaba entre las imponentes estructuras, cada una más grande y fría que la anterior. Había algo en el aire, un peso histórico que la seguía, como si cada piedra de la ciudad tuviera una historia de lucha, traición y sangre. La sede central de Noxus era una fortaleza en todos los sentidos, y al entrar en la sala del consejo, Mel se encontró con un grupo selecto de nobles que representaban las casas más influyentes de la ciudad. Cada uno de ellos tenía su propio interés y su propia agenda. Entre ellos, Swain, el gran general de Noxus. El consejo de Noxus no era muy diferente al de Piltover estructuralmente hablando, aunque su dinámica era mucho más despiadada. Las casas nobles gobernaban la ciudad de manera descentralizada, con cada una luchando por su propia supremacía. A pesar de la autoridad de Swain, la política de Noxus se basaba en el equilibrio de poder que ofrecía cada una de estas casas. El desafío que debía enfrentar Mel era ganarse su respeto y apoyo, lo cual sería tan difícil como conquistar la ciudad misma. — Noxus te recibe, Mel —Dijo Swain con su voz profunda. — Piltover está en ruinas, y muchos de tus aliados se han esfumado. Noxus, sin embargo, sigue en pie, y te recibe con los brazos abiertos... o tal vez, con las armas listas según prefieras. Las miradas de los demás nobles se fijaron en Mel, algunos con una curiosidad palpable, otros con reservas. Sabían que no solo era la hija de Ambessa; ahora ella representaba un cambio, una oportunidad para reformar o destruir el equilibrio de poder que había existido en Noxus por un tiempo. Mel caminó con paso firme hacia el centro de la sala, mirando a cada uno de los nobles con una seguridad que solo la sangre de Ambessa podría haberle dado. Sin vacilar, respondió. —No vengo a destruir, Swain. Vengo a asegurar que Noxus vuelva a ser la gloria que alguna vez fue. El tono de Mel estaba lleno de determinación, pero también de una amenaza velada. Sabía que el poder no se heredaba sin más. Cada noble tenía su propio ejército de lealtades, y Mel lo sabía. Era un juego de poder, de traición, de promesas rotas. La batalla por el control de Noxus no se libraba solo en las calles, sino en los pasillos de este mismo palacio. Cada mirada, cada gesto de los nobles era una jugada en un tablero que Mel todavía estaba aprendiendo a leer. —¿Cuáles son tus planes, señorita Medarda? — Preguntó uno de los nobles más viejos, un hombre de cabello canoso que representaba una de las casas. —¿Traerás paz a Noxus o crearas caos en la población? Los caminos que elijas afectarán a todos, y hay quienes creen que tu ascenso es solo una ilusión. Mel se detuvo por un momento, mirando los rostros de los nobles a su alrededor. ¿Sería capaz de llevarlos? ¿De comandar Noxus como su madre lo había hecho? La presión del destino pesaba sobre sus hombros, y aunque su fachada era firme, por dentro se preguntaba si realmente podía lograrlo. ¿O todo esto era solo una máscara que caería ante el primer desafío serio? Pese a sus conflictos internos, mantuvo su compostura y respondió con frialdad. —El caos es solo una forma de reordenar lo que está roto. Noxus necesita fuerzas que la mantengan firme, no más división. He venido a unirla bajo un solo liderazgo, el mío. Swain observó en silencio, sabiendo que cada palabra de Mel tendría consecuencias en un futro. A pesar de sus duras palabras, el líder de Noxus sabía que Mel tenía algo que muchos en la sala no poseían y asintió con su cabeza en señal de aprobación. Con un gesto sutil, Swain hizo que los otros nobles se sentaran. La mirada que intercambió con Mel era como un desafío implícito. Había muchas piezas en movimiento en Noxus, y el liderazgo de Mel no sería sencillo de aceptar. Swain había pensado que una joven como ella sería fácil de manejar, pero su tono, presencia y confianza le decían todo lo contrario. —Entonces, demuestra lo que vales, Mel. —Dijo Swain, su tono más serio que nunca. —En esta ciudad, no basta con heredar el poder. Hay que ganárselo, a menudo con sangre. La amenaza no era explícita, pero Mel la sintió claramente. Después de la reunión y saliendo del salón, el aire frío de Noxus le acariciaba la piel mientras Mel caminaba por el extenso jardín de la sede central. A lo lejos, las sombras de los edificios se cernían sobre ellos, pero dentro de este espacio apartado, la atmósfera parecía diferente, más tranquila, como si el mundo exterior hubiera quedado atrás por un momento. Swain, LeBlanc y Darius caminaban a su lado, cada uno con su propia presencia dominante, pero ninguno de ellos había dicho nada desde la reunión en el consejo. Mel, aunque acostumbrada al silencio, sentía la presión de las miradas que la observaban de reojo. Cada uno de ellos representaba algo poderoso de esa región, y Mel debía ganar su aprecio si quería consolidar su control sobre Noxus. A pesar de su voluntad de liderar, no dejaba de sentirse como una pieza más en un tablero de ajedrez con piezas mucho más experimentadas. Swain caminaba con una calma imperturbable, su mirada fija en el horizonte. El general de Noxus, aunque algo envejecido y marcado por las cicatrices de las batallas pasadas, tenía una astucia que trascendía la apariencia. No le preocupaba el poder físico, sino la manipulación de las mentes y la política. En su paso, el silencio lo seguía como un fantasma, pero Mel sabía que cada palabra que él pronunciara en el futuro estaría cuidadosamente calculada. LeBlanc caminaba al lado de Swain, su postura erguida y sus pasos casi inaudibles. La hermana de Mel y una de las figuras más influyentes de la Rosa Negra. LeBlanc no era solo una maga poderosa, sino que representaba a las mismas sombras y susurros de Noxus. Su rostro, siempre sereno y calculador, no dejaba ver las intenciones que podría tener, pero Mel sentía su presencia como una constante amenaza. LeBlanc nunca actuaba sin un plan oculto, y Mel sabía que su lealtad no estaba garantizada. Aunque eran de la misma sangre, la ambición de LeBlanc podía ser más fuerte que cualquier lazo familiar. Darius, por otro lado, caminaba a un ritmo mucho más pesado, sus botas resonando en el suelo con cada paso. El general de Noxus era imponente, con su enorme cuerpo y su mirada feroz, como si estuviera siempre listo para una batalla. Darius representaba la fuerza bruta de Noxus, la parte de la ciudad que no temía tomar lo que le pertenecía con sangre. Era el tipo de persona con la que Mel no quería estar en contra, pero también sabía que, si lograba ganarse su lealtad, podría contar con su poderío militar. Los tres conformaban un tridente poderoso y elemental en la política de Noxus. La estrategia de Swain, el sigilo de LeBlanc y la fuerza de Darius. Sin duda alguna Mel debía pensar cada interacción con sumo cuidado para lograr el equilibrio entre los tres individuos. El paseo por el jardín fue largo y en silencio, con Mel pensativa mientras los tres poderosos miembros del consejo se mantenían a su alrededor, esperando que ella dijera algo. El peso de la conversación pendiente flotaba en el aire, y Mel no tardó en decidir que era momento de romper el hielo. —¿Qué opinan ustedes de la situación en Piltover? —Preguntó Mel, no solo como una forma de empezar la conversación, sino también para medir las intenciones de cada uno de ellos. Swain fue el primero en responder, su voz tan suave como la seda, pero llena de autoridad. —Piltover está en ruinas, su caída será lenta. Debemos observar y anexar su territorio a Noxus. Se que no resistirán a largo plazo. Su tecnología y sus métodos de comercio son interesantes, podría beneficiarnos en diferentes formas. LeBlanc, con una sonrisa fría, se inclinó levemente hacia adelante, como si estuviera sopesando sus palabras. —La aparente caída de Piltover es solo el principio, Mel. No te hagas ilusiones. El poder verdadero no se obtiene solo con la destrucción. Necesitas aprender a manejar la información, las alianzas y las sombras. Esos son los verdaderos movimientos que nos llevarán a la cima y que nos permitirán expandir nuestro territorio. Darius, al contrario de sus compañeros, parecía impacientado, sus palabras directas y con un tono más brusco. —Palabras bonitas, pero Noxus se construyó con sangre y acero. No necesitamos tantos juegos. Necesitamos fuerza, y la gente de Piltover aún tiene algo que ofrecer, si sabes cómo tomarlo. Mel los miró uno a uno, considerando sus palabras. A pesar de la tensión en su corazón por la evidente concordancia de todos en querer añadir a Piltover como suyo, entendía que cada uno tenía un propósito y una visión diferente de cómo debía proceder Noxus. Mientras Swain era un estratega, LeBlanc jugaba desde las sombras, y Darius quería acción inmediata. Mel tendría que encontrar la forma de lograr alejar los pensamientos de expansionismo que estaban tan arraigados en ese lugar. —Entiendo. —Respondió finalmente, con una mirada decidida. —Por ahora debemos centrarnos en unificar los poderes de las distintas casas nobles de este lugar, pero también debemos asegurarnos de que nuestras fuerzas no se debiliten por la complacencia. Cada uno de ustedes tiene algo valioso que aportar, la ciudad necesita unidad. No podemos seguir divididos. Swain asintió lentamente, la sonrisa de un estratega asomando en su rostro. —Bien dicho, Mel. La unidad es fundamental, aunque cada uno de nosotros sigue una táctica diferente. Lo importante es que finalmente has entendido que Noxus no se gana solo con la espada o la magia, sino con la mente. El paseo continuó, con Mel liderando el camino ahora, no solo como la hija de Ambessa, sino como la mujer dispuesta a guiar a Noxus hacia un futuro incierto. La ciudad, llena de intriga y desafíos, estaba lista para ser conquistada, pero sería su habilidad para manejar las piezas en el tablero lo que definiría su éxito. El primer día en Noxus fue sorprendentemente tranquilo para Mel. Después de la tensa bienvenida y las primeras conversaciones con el consejo, Mel se retiró a sus aposentos, un espacio austero pero funcional, apropiado para una nueva líder. El peso de la ciudad, de la herencia de su madre, Ambessa, se sentía en el aire, pero Mel no podía permitirse el lujo de quedarse atrapada en la nostalgia. El pasado era importante, pero el futuro lo era aún más. El segundo día, Mel decidió salir y observar lo que Noxus tenía para ofrecer en términos de poder militar. Sabía que un líder debía conocer la fuerza de su ejército, y Noxus no era diferente. La ciudad había sido forjada en batallas, y sus soldados eran un reflejo de la crueldad y la ambición de la nación. Caminó por el campo de entrenamiento, observando a los soldados de Noxus mientras entrenaban con una disciplina casi sobrehumana. No era solo su habilidad para manejar armas lo que los distinguía, sino su resistencia física, su rapidez, y su capacidad para soportar condiciones extremas. Mel pudo ver a algunos de los soldados llevando pesadas armaduras, luchando sin descanso, empapados en sudor, mientras se enfrentaban uno al otro en duelos simulados. Estos no eran soldados comunes. La cultura de Noxus había creado guerreros que trascendían los límites humanos. Eran fuertes, resistentes, y dispuestos a hacer lo que fuera necesario para ganar. El entrenamiento era brutal, pero la necesidad de supervivencia y el afán de poder los impulsaba a seguir adelante. Al entrar al campo de entrenamiento, Mel observó a los soldados de Noxus con una mirada crítica. Aunque su presencia era imponente, los hombres y mujeres de la tropa no la miraban con el mismo respeto que habían tenido hacia Ambessa. Mel sabía que debía ganarse su confianza, pero por ahora, solo veía en sus ojos desconfianza. Nadie seguía a un líder sin historia. En el tercer día, se reunió con Swain. El líder en funciones de Noxus la esperaba en sus aposentos, rodeado de los mapas y documentos que detallaban el estado de la guerra contra Demacia. Swain, siempre calculador, la observó al entrar, su mirada incisiva pero respetuosa. —Mel. —Dijo Swain con su voz grave. —Espero que hayas tenido tiempo de pensar en lo que esta ciudad necesita de ti. Mel asintió con determinación, sentándose frente a él, dejando que sus pensamientos se acomodaran antes de hablar. —Noxus necesita unidad. No podemos seguir siendo fragmentos que luchan por su propio poder. Mi madre no lo entendió, por eso estoy aquí, para fortalecer este reino, y debo asegurarme de que no caigamos en los mismos errores. —Comentó Mel con su tono firme. Swain la observó en silencio, luego dejó escapar una risa baja, casi irónica. —Ambessa fue una gran general, sí. Fue capaz de inspirar a Noxus y lograr victorias impresionantes, pero la ambición de poder nubla hasta el mejor guerrero. Y cuando el poder es lo único que importa, las decisiones se vuelven más difíciles de justificar. Mel sintió el peso de las palabras de Swain. Sabía que él entendía mejor que nadie el peligro de la ambición desmedida también sabía que Noxus necesitaba más que sabiduría. Necesitaba decisiones firmes. —Hablando de decisiones difíciles, la guerra contra Demacia sigue siendo dura. Ganamos terreno, pero la lucha no ha terminado. Necesitamos algo que nos dé una ventaja decisiva. Y la tecnología Hextech de Piltover podría ser lo que marque la diferencia entre ganar y perder. —Dijo Swain, con la mirada fija en Mel, esperando ver su reacción. Mel se tensó al escuchar la mención de la tecnología Hextech. Sabía que Swain estaba observando cuidadosamente su respuesta, y también sabía que esta decisión podría determinar el futuro de sus alianzas. —No. — Respondió Mel con firmeza, su voz clara. —No utilizaré la tecnología Hextech como armas de guerra. Noxus no será una ciudad que dependa de lo que otros hayan creado. Esta guerra debe ganarse con nuestras propias manos, no con las armas de otros. Swain no parecía sorprendido por su respuesta, pero su mirada se volvió más grave, como si estuviera evaluando la verdadera naturaleza de Mel. —No soy partidario de esta decisión, Mel. Entiendo lo que significa querer mantener la independencia de Noxus, pero la tecnología de Piltover podría cambiarnos la vida. Las posibilidades son... inmensas. —Las posibilidades son tentadoras, Swain, pero los riesgos de utilizar algo tan volátil no valen la pena. Noxus no será un imperio construido sobre los restos de otros. Si vamos a ganar esta guerra, lo haremos con nuestras propias fuerzas. —Insistió Mel, manteniendo la mirada fija en él. Swain suspiró, sabiendo que no podía cambiar su decisión. —Lo he entendido, Mel. Aunque no estoy de acuerdo, como siempre, acataré tu decisión. Pero recuerda, en la guerra, las decisiones siempre se pagan, y a veces, el costo de la pureza puede ser más grande de lo que imaginas. —Swain la observó con sus ojos calculadores. —No subestimes el poder de las sombras, Mel. Noxus no solo necesita fuerza, también necesita astucia. Tal vez sea hora de que aprendas a jugar este juego, o caerás como tu madre. Su tono fue más un desafío que un consejo, y Mel lo sintió como una amenaza, no como una ayuda. Mel asintió, sin mostrar ninguna duda. Sabía que este sería solo el principio de muchas decisiones difíciles, pero su resolución era clara. Noxus debía mantenerse fiel a sí misma, sin recurrir a soluciones fáciles. El cuarto día de Mel en Noxus comenzó con un encuentro con Darius, el general más conocido de la ciudad, cuya presencia imponente nunca pasaba desapercibida. Aunque la guerra contra Demacia había estado en curso durante algún tiempo, Mel sabía que necesitaba comprender todos los aspectos de la lucha antes de tomar decisiones. Y Darius, con su vasta experiencia en el campo de batalla, tenía mucho que enseñarle. Se reunieron en una sala apartada, llena de mapas y planes detallados. Darius comenzó a hablar sin rodeos, como siempre lo hacía, con la voz grave que reflejaba la dureza de un líder militar. —Demacia ha movilizado grandes cantidades de tropas. A pesar de nuestros avances, las batallas son duras. Tienen una capacidad formidable para resistir, y no podemos subestimarlos. Además, hemos enviado espías, muchos de ellos infiltrados entre sus filas. Pero sus líneas de defensa son complejas. No es solo una guerra de ejércitos, es una guerra de información. Mel escuchaba, pero no podía evitar sentir que toda esa información no era lo que realmente le interesaba. Las estadísticas sobre el número de soldados, los avances en el campo de batalla, aunque valiosas, no eran lo que la impulsaba. Sabía que tenía que aprender sobre la guerra, pero en ese momento, su mente seguía en otra parte, buscando respuestas que no podían encontrarse solo en mapas. —Lo entiendo, Darius. ¿Pero cuál es el siguiente paso? —Preguntó Mel, volviendo la atención de Darius hacia ella. —Debemos continuar presionando, conquistar cada punto estratégico y desgastar a sus fuerzas. No será fácil, pero tenemos que mantener el control. —Respondió Darius, la mirada fija en el mapa mientras sus dedos apuntaban a las posiciones clave. Mel asintió, pero antes de que pudiera decir algo más, Darius la miró, como si quisiera decirle algo más importante. —Ten cuidado, Mel. En Noxus, el poder se toma de muchas formas, no solo con el ejército. No todo es lo que parece. —Agregó Darius, dejando que esas palabras flotaran en el aire antes de levantarse y salir de la sala. Mel quedó pensativa. A pesar de su robusta fachada, Darius no era tan fácil de leer. Su advertencia resonaba en su mente, pero había algo en ella que la inquietaba más. Sin embargo, no tenía tiempo para procesarlo todo ahora. Había más que debía enfrentar. Por la tarde, el encuentro que más había esperado llegó: su reunión con LeBlanc. La hermana de Mel era un misterio envuelto en sombras, y aunque compartían la misma sangre, la relación entre ambas era compleja, marcada por la distancia y las diferencias. Aun así, Mel sabía que LeBlanc tenía mucho que ofrecer en términos de conocimiento y poder. La Rosa Negra, como su organización secreta se llamaba, estaba llena de magia, espías y secretos, y Mel debía aprender todo lo que pudiera. Se encontraron en una sala privada, un espacio cerrado donde las sombras de las velas parecían rodearlas. LeBlanc se sentó con la elegancia que la caracterizaba, y sus ojos, brillantes y fríos, no dejaban de observar a Mel mientras hablaba. —Lo que sabes de la Rosa Negra es solo la punta del iceberg, Mel. —Comenzó LeBlanc, su voz suave pero cargada de autoridad. —Somos los portadores de magia, pero también los ojos y oídos de Noxus. Lo que otros no ven, nosotros lo sabemos. Cada rincón de Noxus está vigilado, y es gracias a nosotros que mantenemos el control de la información. Mel la escuchaba atentamente, comprendiendo que la magia y la información eran las armas más poderosas de Noxus, mucho más que el hierro y la sangre en muchos casos. —Me gustaría saber… ¿Qué conflicto tenían con mi madre? —Preguntó Mel, su voz un poco más grave. Sabía que LeBlanc no tenía una lealtad absoluta hacia ella, y esa relación era algo que necesitaba entender mejor. —¿Por qué atacaban a mi madre en vez de unirse entre todos como una gran nación? LeBlanc la miró fijamente, sus ojos oscilando entre la indiferencia y una pizca de desdén. —La ambición de Ambessa la llevó a desafiar a las distintas casas nobles de Noxus. No lo hizo por el reino, Mel. Lo hizo por su propio beneficio. Quería los avances de Piltover para fortalecer su propio poder, no para el bien de Noxus. Y eso, querida hermana, es algo que no podemos permitir si realmente queremos que Noxus prospere. —Paró un momento para dibujar con magia el mapa de Runaterra en la pared. —No importa lo que ella haya hecho o haya sido antes, la ambición de un líder puede oscurecer incluso la mejor de las intenciones. El mapa empezó a teñirse de negro después de las palabras de LeBlanc. Mel frunció el ceño, sin querer aceptar completamente lo dicho sobre Ambessa, pero algo en su interior le decía que LeBlanc tenía razón. A pesar del dolor de perder a su madre, entendía que Noxus debía ser primero, no las ambiciones personales de su madre. —No quiero creerlo. —Respondió Mel, sus palabras firmes, aunque su corazón dudaba. LeBlanc se encogió de hombros, como si no le importara si Mel aceptaba sus palabras o no. —No importa lo que tu o yo pensemos, lo que importa es el presente. Ahora debes trabajar para el reino, no para la nostalgia. Noxus necesita una líder fuerte, no una que esté atrapada en el pasado. Luego, con un tono más grave, LeBlanc agregó. —Y, por favor, ten cuidado con Darius. Es el más bruto de los tres, pero es astuto y sabe muy bien como ocultar sus intenciones para obtener poder. Aunque a simple vista parece el más inofensivo, no te dejes engañar. Noxus tiene muchas piezas en juego, y él está buscando su momento. Mel apretó los puños, mirando a LeBlanc con una mezcla de desconfianza y determinación. Sabía que las palabras de la hechicera no podían tomarse a la ligera, pero también entendía que Noxus no podía permitirse otro error. LeBlanc no le daría su apoyo sin algo a cambio, y Mel no estaba dispuesta a pagar ese precio. Después de unos segundos, Mel suspiró. —Debo pedirte un favor. Necesito saber y aprender más sobre mis poderes, LeBlanc. —Tengo más años y experiencia de las que te podría decir en palabras. Yo te guiaré en el conocimiento de tus poderes. — Exclamó LeBlanc. Estuvieron reunidas largo rato donde LeBlanc le explicó sobre el poder de lo Arcano, la rosa negra y como poder usar todo el potencial de sus poderes, así siguieron un par de horas. Sin duda alguna, era bastante información para que Mel pudiera retener en un solo día y llegada la noche, el cansancio se estaba haciendo presente. Después de la reunión, Mel se retiró a sus aposentos, el cansancio de los días en Noxus ya estaba pesando sobre ella. Al llegar a la ventana de su habitación, miró hacia la ciudad de Piltover, ahora tan lejana y ajena. Un dolor la invadió mientras recordaba los días en que había sido parte de esa ciudad, su gente, su ambición. Su mente, por un momento, se desvió hacia Jayce, el hombre que había sido su aliado, su amigo, incluso algo más. La nostalgia la envolvía, pero sabía que no podía mirar atrás. Noxus era su destino, y allí debía encontrar su camino. En la añoranza de su tiempo en la ciudad del progreso, se sentó en su escritorio y comenzó a escribir todas las impresiones que tenía de Noxus en una carta dirigida hacia Caitlyn. Esperaba que la chica de pelo azul pudiera haber despertado ya del coma, y a su vez, que Piltover este en camino a ser la gran ciudad que durante años ayudó a forjar.
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