ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Barcos Fantasmas

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El humo del puerto se elevaba perezoso, mezclándose con el cielo opaco de Piltover, mientras los mástiles viejos crujían al ritmo del viento. La brisa salada golpeaba el rostro de Sarah, que la sentía recorrer su piel como una bofetada fría. El sonido del agua golpeando suavemente las piedras del muelle se perdía entre los gritos de los pescadores y el traqueteo de las grúas oxidadas. En el aire flotaba un denso olor a sal, a petróleo, y a algo más… algo sucio, como si el mismo puerto estuviera cargado de secretos enterrados en sus profundidades. Cada paso que Sarah daba sobre los tablones de madera gastada crujía, como si el puerto intentara hablarle, advertirle. Su mirada se perdió por un instante en las aguas oscuras que se deslizaban bajo el muelle. En la distancia, las luces tenues de los faroles parpadeaban, casi como si la niebla misma se estuviera comiendo la ciudad. Se detuvo en la pasarela principal, clavando los ojos en la silueta del barco en cuestión. Oscuro, más pequeño de lo que imaginó, pero sin duda imponente. El Ancla Roja parecía fuera de lugar entre las embarcaciones de transporte y patrullaje. No ondeaba ninguna bandera. Y no había movimiento alguno a bordo. —¿Y este fantasma de quién es? —Murmuró para sí, masticando el cigarro apagado entre los dientes. Días atrás, había recordado las palabras de Caitlyn al asignarle el caso. Frías, formales. Como siempre desde lo ocurrido con Vi. "Necesitamos tu carisma y tu... presencia para hablar con la gente del barco. Si alguien puede sacarles información a esos piratas sin levantar sospechas, eres tú." Sarah entendió el subtexto. Caitlyn le estaba dando luz verde para desplegar su encanto... pero no sin trazar una línea invisible. Podía usar su coqueteo como herramienta. Solo que no con ciertas personas. Y ambas sabían exactamente a quién se refería, aunque el nombre no se mencionara. Un estibador pasó junto a Sarah, cargando una caja pesada envuelta en lona. La miró de reojo, su rostro surcado de arrugas que hablaban de años de trabajo en el puerto, pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, algo en su mirada cambió. No era miedo, pero sí cautela. Como si Sarah no fuera la primera persona que venía a hacer preguntas incómodas. —Busco información sobre ese barco. —¿De qué barco hablas? —Preguntó él, sin detener su paso, con una sonrisa forzada. Sarah detuvo su caminar y le echó un vistazo más detallado, notando la bolsa de cuero que llevaba al costado. Probablemente estaba llena de contrabando, lo suficiente para saber que su curiosidad le costaría más que unas pocas monedas. —El Ancla Roja. —La voz de Sarah fue baja, casi un susurro. Las palabras flotaron en el aire entre ellos, suspendidas como una amenaza no dicha. El hombre se tensó visiblemente, como si hubiera tocado una fibra delicada. Bajo la capa de indiferencia, Sarah vio la sombra de algo más: un miedo, tal vez una advertencia, tal vez un arrepentimiento. —No sé nada. No es de aquí. —El hombre dijo con rapidez, y Sarah notó cómo su tono se volvía más evasivo, como si hubiera algo que no estaba dispuesto a compartir. Sarah sonrió, dejando que su mirada se posara en él de manera cálida y cálida, pero calculada. Sabía cómo hacer que los hombres se sintieran cómodos… o inquietos, dependiendo de lo que necesitara. Se acercó un paso más, sus ojos brillando con una mezcla de simpatía y curiosidad. —¿Seguro que no sabes nada? —Su voz era suave, casi una melodía, mientras jugueteaba con la punta de su cigarro, dejándolo escapar lentamente entre sus labios. —Mucha gente viene a este puerto, pero tú... tienes esa mirada que grita que sabes más de lo que dices. El hombre vaciló por un momento, su mirada perdida en su rostro. Sarah, con la gracia de quien ya conoce la jugada, dejó que su cuerpo se acercara un poco más. No hizo falta mucha más presión. A veces, las palabras no eran lo único que hablaban. —¿Y el dueño del barco? —Preguntó Sarah con voz baja, dejando que un rastro de complicidad se colara en sus palabras, como si compartiera un secreto con él, solo por un momento. —¿No tienes una pequeña historia para contar sobre él? El hombre tragó saliva, visiblemente más relajado. Sabía que había caído en la trampa, pero también sabía que no podía resistirse a la suavidad de Sarah. —Es un tal Jasper Ruin... puedes encontrarlo en un burdel de Zaun, en el barrio de las Almas Selladas. —Respondió rápidamente, casi sin pensarlo. La presión había desaparecido de su rostro, reemplazada por una mezcla de alivio y... algo más. Sarah asintió con la cabeza, sonriendo de forma cómplice. Una información valiosa. Pero no se detuvo ahí. Continuó acercándose, permitiendo que su proximidad aumentara un poco, sin perder la compostura. —¿Y quién maneja el barco? —Su voz, más suave aún, casi un susurro. El hombre, ahora visiblemente más relajado bajo su influencia, dejó escapar un suspiro. —Solo el capitán. Nunca lo vimos desembarcar. A veces aparece, da órdenes y luego desaparece. —Su respuesta parecía estar al borde de una revelación, pero Sarah sabía que no era suficiente. La sonrisa de Sarah se ensanchó. Un hombre que se esconde. Eso era todo lo que necesitaba para saber que algo no estaba bien. Agradeció con un leve gesto, manteniendo su mirada fija en él mientras su sonrisa permanecía. Un gesto sencillo, pero efectivo. —Gracias, cariño. Eso me será útil. —Dijo mientras giraba sobre sus talones, sin dejar de lanzar un último vistazo por encima del hombro, asegurándose de que se fuera con la sensación de que no había escapado sin dar todo lo que tenía. Sarah siguió avanzando por los muelles, su mente procesando la información que acababa de obtener. Mientras se cruzaba con otros dos trabajadores, también de Zaun, notó el mismo patrón. Silencio comprado. Todos igual de esquivos, todos más que dispuestos a cargar cajas sin hacer preguntas, sin saber ni qué ni por qué. Nadie había subido al barco más de una vez. Nadie recordaba el rostro del capitán. “Silencios comprados. Piezas sueltas”, pensó Sarah, encendiendo por fin el cigarro, dejándose envolver por el humo espeso mientras sus pensamientos giraban en torno a lo que acababa de descubrir. Había algo oscuro en esa carga, y no iba a descansar hasta desentrañar todo lo que había detrás de esa sombra flotante. Se detuvo nuevamente frente al Ancla Roja. El viento traía un crujido metálico desde su interior. Ese barco escondía algo y ella pensaba descubrirlo, aunque tuviera que meterse sola en la boca del lobo. Esa noche, Sarah no volvió a casa. Se quedó vagando por las oscuras calles del Bajo Piltover, con la cabeza ardiendo, el nombre “Jasper Ruin” golpeándole el cráneo como una campana rota. Había estado bebiendo durante horas, buscando calmar la ansiedad que la devoraba, pero el alcohol solo empeoraba las cosas. Cada trago parecía enmascarar momentáneamente la tensión, pero al mismo tiempo, aumentaba el peso de las preguntas sin respuesta. Un nombre que olía a herrumbre y a rencor viejo. Si el Ancla Roja era una sombra, él era su punto de anclaje, el origen de todo el malestar que la acechaba. El amanecer siguiente la alcanzó con las ojeras marcadas por el insomnio, y la resaca le ardía en la garganta como un recordatorio del esfuerzo inútil por encontrar algo de paz. Cuando finalmente llegó al barrio de las Almas Selladas, el sol apenas comenzaba a rozar las ventanas de los edificios oxidados, iluminando una ciudad que parecía haberse detenido en el tiempo. El burdel estaba allí, como una trampa para fantasmas, más que un refugio de placer. No tenía letrero. Solo una puerta descascarada, desgastada por el tiempo, y una farola apagada que daba la sensación de que no había vida en el lugar. Todo estaba envuelto en una niebla espesa de desolación, como si el propio barrio no esperara que alguien volviera a buscar respuestas. Sin hacer una sola pregunta, Sarah empujó la puerta, que se abrió con un crujido bajo, como si el lugar mismo estuviera protestando por la intrusión. El interior era oscuro y cargado, impregnado por un aire espeso de perfume barato, sudor rancio y humedad estancada. La luz débil de un par de bombillas titilantes iluminaba las paredes de ladrillo agrietadas, que parecían tan desgastadas como el propio ambiente. El lugar estaba en silencio, roto solo por el murmullo lejano de conversaciones apagadas y el sonido de la música que sonaba suave y rasposa en algún rincón. Una mujer mayor, su rostro surcado por arrugas profundas como grietas en las paredes, la observó desde detrás de la barra. Sus ojos, vacíos y cansados, se clavaron en Sarah con una mezcla de desconfianza y algo más, tal vez miedo. La piel de la mujer parecía haber sido despojada de toda suavidad, como si el tiempo y la vida en ese lugar hubieran dejado marcas imposibles de borrar. —Busco a Jasper Ruin. —La voz de Sarah era directa, sin rodeos, cortante como un filo. No tenía tiempo para rodeos, y la mujer podía sentirlo. La mujer tardó un momento en responder, su mirada fija en Sarah con una mezcla de lástima y algo que podría haber sido precaución. Por un segundo, parecía que no iba a decir nada, pero al final, un suspiro bajo escapó de sus labios. —Arriba. Segunda puerta a la izquierda… —dijo con voz quebrada, como si cada palabra costara más que la anterior. —Aunque no creo que quieras verlo. La advertencia colgó en el aire entre ellas, pero Sarah no se detuvo. Sabía que tenía que seguir adelante, sin importar lo que encontrara detrás de esa puerta. Se adentró más en el burdel, observando las paredes gastadas, las luces parpadeantes, y el aire denso de desesperación que parecía impregnado en el lugar. Mientras subía las escaleras, escuchó susurros a sus espaldas, murmullos que le indicaban que no estaba sola. Algo en el ambiente la hizo sentir incómoda, como si estuviera siendo observada, pero nadie la enfrentó directamente. Al llegar al cuarto donde supuestamente se encontraba Jasper Ruin, algo extraño llamó su atención. La puerta estaba entreabierta, pero un leve rastro de polvo en el suelo mostraba una huella. No era la de una bota común, era más grande y pesada, estaba fresca, como si alguien más hubiera estado allí recientemente. ¿Quién más podría haber estado con Jasper? La puerta del cuarto se abrió con un crujido que resonó en la quietud del lugar. El olor nauseabundo que invadió sus fosas nasales hizo que Sarah se detuviera un momento, tragando saliva para no caer en la tentación de vomitar antes de investigar. El cuerpo de Jasper Ruin yacía allí, una visión espantosa de lo que alguna vez fue un hombre, ahora reducido a una masa putrefacta. El cabello, una vez oscuro, estaba cubierto de manchas negras, y la piel parecía haberse descompuesto rápidamente. Los ojos, abiertos de par en par, miraban a Sarah como si la culparan por su destino. Un sentimiento incómodo recorrió su espalda mientras miraba el rostro congelado de terror. —Maldita sea… —Murmuró, con la voz quebrada por el asco. La ventana estaba cerrada. Nadie había ventilado la habitación. El cuerpo llevaba varios días allí, pudriéndose entre las sombras, como si nadie se hubiera atrevido a tocarlo. En principio, parecía una sobredosis: una jeringa aún colgaba del borde de la cama, la ampolla vacía en el suelo. Pero había algo extraño. Sarah se inclinó más cerca del cadáver, examinando el cuerpo con cuidado. No había marcas recientes en los brazos. La jeringa estaba colocada sin presión. El cuello... mostraba un pequeño hematoma. Un moretón… con forma de pulgar. Sarah frunció el ceño. Se incorporó lentamente, miró a su alrededor. No había signos de pelea, todo en orden… demasiado ordenado. No fue una sobredosis, ni un accidente. A Jasper lo habían matado y quien lo hizo, se aseguró de que pareciera otra cosa. La idea le revolvió el estómago peor que el cadáver. Se giró, tambaleándose, y apenas llegó al pasillo, vomitó contra la pared. La peste seguía pegada a su ropa. El eco del silencio le golpeaba la cabeza: el único que podía decirle algo sobre el Ancla Roja estaba muerto y alguien se había asegurado de silenciarlo. Con las manos temblorosas, Sarah se limpió la boca. No podía permitir que el miedo la paralizara, ni la desesperación. Era momento de seguir adelante, porque había algo mucho más grande en juego. Encendió un cigarro con manos inquietas, tomando una bocanada profunda antes de bajar las escaleras, sin decir una palabra más. Cada paso la acercaba más al siguiente capítulo de este oscuro misterio. Sus botas resonando en el silencio mientras el peso de la información que había encontrado en la habitación de arriba seguía martilleando en su mente. La atmósfera del burdel, aún cargada de suciedad y desolación, parecía envolverse en un manto de misterio. Al llegar al final de las escaleras, se encontró con la mujer que atendía el lugar. —¿Qué pasó con el hombre del cuarto? —Preguntó Sarah, su tono frío y calculador. La mujer la miró, como si realmente no quisiera involucrarse. Sus ojos se movieron hacia la puerta cerrada del cuarto donde había estado Jasper. Era evidente que no tenía ninguna intención de ayudar, pero Sarah necesitaba respuestas. —No sé nada. —La mujer respondió con rapidez, su mirada evitando la de Sarah. —La gente entra y sale rápido aquí. Yo solo atiendo. Ni siquiera veo sus caras. Sarah frunció el ceño ante su respuesta, pero no insistió. Sabía que la mujer probablemente estaba asustada o simplemente no quería meterse en problemas. Sin perder tiempo, se giró hacia la salida. Volvería al puerto. Si quería respuestas, tendría que conseguirlas por las buenas o por las malas. Al salir del burdel, el cielo antes despejado se encontraba cubierto de nubes como si supiera que algo debajo no marchaba bien. Sarah volvió al puerto, con la chaqueta negra cerrada hasta el cuello y la mano descansando cerca del revólver. No esperaba violencia, pero había aprendido a no subestimar nunca a los muertos ni a los vivos que juraban no saber nada. Se dirigió al área de descanso de los cargadores, un viejo cobertizo donde los estibadores se refugiaban entre turnos. El olor a aceite y sudor era espeso, pegajoso. Vio a un grupo de jóvenes sentados sobre cajones, compartiendo pan duro y humo espeso. Sus ojos se movieron hacia ella con desconfianza apenas entró. —Busco a los que trabajaron con el Ancla Roja. —Dijo sin rodeos. Uno de ellos, de cabello enmarañado y acento zaunita, se irguió con una sonrisa burlona. —Muchos barcos en este puerto, señorita. Difícil saber cuál es cuál. Sarah sacó una moneda de oro de su bolsillo y la hizo girar entre los dedos. La atención se enfocó en ella al instante. —Una por cada respuesta honesta. —Le sostuvo la mirada. —Y solo para quien hable primero. El muchacho vaciló… y cayó. —Yo lo hice. Hace tres días. Nos contrataron afuera del puerto, no por vía oficial. Nos subieron por turnos, uno por uno. Cargamos cajas… sin marcas, sin etiquetas. Totalmente selladas. —¿Quién los contrató? —Un tipo con gabardina larga y sombrero. No dio nombre y pagó en efectivo. No volvió a aparecer. Sarah le lanzó la moneda y se volvió hacia otro de los jóvenes. —¿Tú también estuviste? El segundo dudó… y luego asintió con miedo. —Si, vi un símbolo… apenas un segundo. En una caja. Estaba tapado, pero el trapo se corrió. Era... como un hacha con un rostro al medio. Como las insignias Noxianas, pero más vieja. Sarah sintió un escalofrío. Noxus. En Piltover. Si el símbolo era lo que ella pensaba, se trataba de armamento especial. Contrabando militar. ¿Quién lo traía? ¿Y por qué en un barco fantasma? —¿Alguien más habló de la carga? —No. Todos fuimos contratados para no decir ni una sola palabra. Lo firmamos, aunque nadie leyó el contrato. Era corto, solo una cláusula: “Lo que ves, no lo viste. Lo que cargas, no lo tocaste. Lo que sabes, lo olvidaste”. Sarah entrecerró los ojos. —¿Y lo firmaron igual? —La paga era buena. —Respondió el primero, encogiéndose de hombros. —Y todos necesitamos comer. La pirata salió del cobertizo sin responder. Encendió otro cigarro con las manos temblorosas. La niebla del puerto empezaba a espesarse, como si el lugar mismo quisiera ocultar los pecados que guardaba. "Si todo esto es real, Caitlyn tenía razón en preocuparse...", pensó. El nombre de Vi cruzó fugazmente su mente, como una herida sin cerrar. Tenía que descubrir que es lo que sucedía y proteger a la persona que tanto amaba. No iba a quedarse sentada esperando, si algo más grande se estaba cocinando en ese barco, ella era la persona adecuada para descubrirlo. Mientras Sarah avanzaba por el puerto, un hombre mayor la observaba desde un rincón oscuro. Sus ojos, viejos y cansados, parecían haber visto más de lo que debía. Cuando Sarah pasó cerca de él, el hombre la miró un momento, como si evaluara sus intenciones. —No es bueno meterse con esos barcos, señorita. —Dijo el hombre, su voz ronca, como si hubiera estado hablando solo durante años. Sarah se detuvo un momento, levantando una ceja. No tenía tiempo para perder con advertencias vacías, pero algo en el tono del hombre la hizo vacilar. —¿Por qué lo dices? —Preguntó, sin girarse, su tono casual pero alerta. —Porque esos barcos no aparecen sin una buena razón. —El hombre dejó escapar una leve tos antes de continuar, su mirada oscureciéndose. —Y cuando lo hacen, dejan un rastro de destrucción detrás de ellos. Nadie se atrevería a indagar más allá. Las palabras del hombre flotaron en el aire, resonando en la mente de Sarah. No le gustaban las amenazas veladas ni las advertencias, pero algo en su voz le dio la sensación de que no hablaba solo por hablar. Había algo en su advertencia que encajaba demasiado bien con lo que sentía en los huesos. El Ancla Roja no era un simple barco. Algo oscuro lo rodeaba. Y ese hombre, aunque evasivo, tenía razón en algo: el rastro de destrucción que dejaba ese barco no era solo físico. Sarah soltó un suspiro. Si lo que el hombre decía era cierto, entonces la única forma de obtener respuestas sería colarse en el Ancla Roja. La idea de infiltrarse en el barco se volvió una necesidad, no solo una opción. Si el puerto era solo la punta del iceberg, el barco era el centro del misterio. —Es hora de colarse dentro del Ancla Roja. —Pensó Sarah para sí misma, decidiendo en ese instante que no dejaría que el miedo o las advertencias la detuvieran. Si lo que decía el hombre era verdad, y ese barco escondía algo más grande que un simple cargamento, ella tenía que ver con sus propios ojos qué se ocultaba realmente. La noche cayó como un velo húmedo sobre el puerto. Las luces parpadeaban a lo lejos, y el eco del agua golpeando contra los muelles era lo único que rompía el silencio. Sarah avanzó por la pasarela trasera, cubierta por la neblina. No necesitaba autorización, solo el impulso terco que siempre la había movido: el de ir más allá de lo permitido. Se aseguró de que no hubiera vigilancia y subió al Ancla Roja por una cuerda suelta que colgaba del costado. El metal del casco estaba frío, oxidado en los bordes. El barco parecía dormido… pero algo en él palpitaba. Sarah avanzó por la cubierta vacía, cada paso retumbando en sus oídos. El aire estaba pesado, denso, como si algo estuviera a punto de suceder. La sensación de que el Ancla Roja no solo era un barco sino una prisión flotante la invadió. Algo de su estructura, su forma, la manera en que los tablones crujían bajo su peso, todo le daba la sensación de que el barco estaba vivo. ¿Era posible que hubiera algo dentro que fuera peor que lo que había encontrado hasta ahora? Las luces del puerto apenas alcanzaban el casco del barco, como si la niebla estuviera tragándoselo. No había signos de vida, ni un capitán que diera órdenes, pero Sarah sentía que algo acechaba desde las sombras. No era paranoia. Era un presentimiento. Como si cada rincón del barco ocultara una verdad que nadie quería descubrir. Mientras avanzaba esquivando restos de cuerdas y lonas sucias. Todo era silencio y sombras. La puerta del camarote principal estaba entreabierta. Sarah empuñó el arma y empujó con el pie para entrar. El interior olía a humedad y polvo viejo. Las paredes estaban cubiertas por mapas antiguos de rutas marítimas. La bitácora del capitán era lo único que Sarah había encontrado en el camarote. Al principio, parecía un conjunto de notas comunes y corrientes: rutas de navegación, fechas marcadas sin ninguna mención importante. Pero entonces, en una de las páginas finales, algo le hizo detenerse. Estaba escrito apresuradamente, como si alguien estuviera apurado por cerrar el libro antes de que lo atraparan. "Carga asegurada. Destino: interior. No abrir. No confiar en nadie. Si algo sale mal… hundir el barco." Sarah alzó la vista, el corazón palpitando como un tambor. Salió del camarote y bajó por una escotilla hacia la bodega principal. El crujido de la madera acompañaba cada uno de sus pasos. Allí, entre cajas apiladas sin orden, distinguió una que sobresalía del resto: cubierta por lonas rotas, atada con cadenas flojas. Se agachó y con esfuerzo abrió los seguros. El interior era un infierno en miniatura. Bombas, armaduras, explosivos de diseño militar, con sellos de fabricación noxiana. Algunas aún tenían códigos visibles. Y junto a ellas, rifles pesados envueltos en mantas de cuero con símbolos que ella no reconoció… pero que no eran de Piltover ni de Zaun. Sarah retrocedió un paso, tragando saliva. Esto no era contrabando común. Esto era una operación encubierta. Y lo que fuera que planeaban, estaba a punto de estallar. De repente, un crujido violento cortó el silencio, y Sarah giró rápidamente hacia la fuente del sonido, pero antes de que pudiera reaccionar, una sombra se deslizó tras ella. Unos fuertes brazos la rodearon por la espalda, envolviéndola en un agarre implacable, apretándola contra un torso robusto. El Capitán. El contacto fue tan repentino y brutal que el aire escapó de sus pulmones. Sarah luchó por moverse, pero la fuerza de los brazos del Capitán era como un yunque de hierro, aprisionándola sin piedad. Su máscara metálica rozaba su rostro, el aliento pesado del hombre contra su cuello. —Curiosa, ¿eh? —La voz del Capitán era grave y profunda, resonando con una amenaza silenciosa. —Metiéndote donde no te llaman. Sarah intentó zafarse, golpeando hacia atrás, pero él la mantenía inmóvil, sus brazos rodeando su torso con tal fuerza que sentía que no podía respirar. Los músculos de su cuerpo se tensaron, luchando por encontrar una salida. El Capitán rio suavemente, como si la tuviera bajo control. Pero lo que él no sabía era que Sarah nunca se rendiría. Sin previo aviso, hizo un giro violento con su cuerpo, doblándose hacia un lado para ganar algo de espacio. Su codo derecho chocó con el estómago del Capitán, pero no fue suficiente para que soltase su presa. Con una rapidez desesperada, Sarah alcanzó su revólver del cinturón con una mano que apenas podía mover. No tenía mucho tiempo, el Capitán comenzaba a apretar aún más, y ella estaba al borde de la desesperación. Con un esfuerzo final, giró su muñeca y disparó a ciegas. La bala atravesó el aire, impactando en el costado del Capitán, justo por debajo de la costilla. El disparo fue lo suficientemente fuerte como para hacer que el hombre soltara un gruñido de dolor, pero aún mantenía su agarre. Aprovechando la pequeña apertura, Sarah dio un codazo hacia atrás con todo lo que tenía, esta vez alcanzando su rostro, provocando que el Capitán finalmente se tambaleara. En ese momento de vacilación, Sarah giró con todas sus fuerzas, y usando su peso, logró que el Capitán perdiera el equilibrio momentáneamente. Se liberó, saltando hacia delante. La adrenalina se disparó en su cuerpo, y el miedo la invadió. El Capitán intentó recuperar el equilibrio rápidamente, pero Sarah no pensó ni un segundo más. En un acto de desesperación pura, vio el revólver aún en su mano, y sin pensarlo, apuntó al Capitán con mano temblorosa, su vista nublada por la ansiedad. El hombre intentó levantarse, pero el terror de ser atrapada de nuevo la impulsó a actuar sin detenerse. Sus dedos apretaron el gatillo, y el sonido del disparo retumbó en sus oídos. La bala salió disparada con una precisión mortal, impactando en el pecho del Capitán con un estruendoso "Bang". El hombre soltó un grito ahogado, sus ojos llenos de incredulidad, antes de caer de rodillas y desplomarse pesadamente sobre el suelo del barco. Sarah dio un paso atrás, su respiración acelerada, su mente nublada por la acción repentina. El Capitán yacía frente a ella, inmóvil, con una mancha oscura expandiéndose rápidamente en su camisa. La victoria había sido rápida, pero costosa. El peligro inmediato había pasado, pero la sensación de que algo mucho más grande y peligroso aún acechaba en las sombras no la abandonaba. El sonido de la caída del Capitán se desvaneció rápidamente, dejando un eco frío en sus oídos. El cuerpo del hombre yacía inerte frente a ella, su respiración suspendida en el aire denso del barco. Sarah dio un paso atrás, mirando la escena con una mezcla de incredulidad y alivio. Su corazón seguía latiendo con fuerza, su respiración agitada. —Lo maté... —Murmuró, sin darse cuenta de que había hablado en voz alta. La gravedad de lo sucedido la golpeó de inmediato. Su mente intentó racionalizar lo que acababa de hacer, pero la sensación de que la bala había salido de su revólver no como una reacción calculada, sino por pura desesperación, la hizo dudar. Había sido ella o él, ¿Pero podía aceptar la violencia que acababa de desatar? ¿Podía vivir con el peso de esa muerte? Las piernas de Sarah temblaron ligeramente mientras se alejaba del cuerpo del Capitán. El barco, ahora en completo silencio, parecía haber sido tragado por la niebla que lo rodeaba. Todo se sentía irreal, como si hubiera cometido un acto necesario, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella se retorcía por la rapidez con la que había tomado esa decisión. Caminó hacia la pasarela, cada paso resonando en sus oídos. Su mente no dejaba de dar vueltas sobre el Capitán caído, pero pronto se centró en lo que tenía que hacer. La Comandante, Jasper Ruin, la información que había encontrado en el Ancla Roja. Todo esto la estaba llevando hacia su destino. No podía quedarse allí, con el peso de todo lo que había descubierto y con la sensación de que las piezas del rompecabezas no encajaban del todo. Al final, su instinto le decía que había llegado la hora de ir a comentarle a Cait. El amanecer bañaba los techos de Piltover con una luz dorada y tibia, como si el sol acariciara la ciudad para ayudarla a despertar. Sarah llegó al cuartel con la mandíbula apretada, las botas sucias y la determinación grabada en el rostro. La noche había sido larga, demasiado. Y lo que había encontrado en el Ancla Roja no le permitía quedarse cruzada de brazos. Los pasillos estaban en silencio. Algunos ejecutores tomaban café, otros se preparaban para el cambio de guardia. Ella ignoró a todos y se dirigió directo a la oficina de la comandante. Nora se encontraba como siempre en su escritorio. —Buenos días Miss Fortune, la comandante… Sarah no saludó, ni esperó. Abrió la puerta de la oficina de la comandante de un golpe. Steb estaba adentro, sentado en la silla, revisando documentos con expresión fastidiada. Al verla entrar sin golpear, alzó una ceja. —¿No dormiste? —Dijo sin humor. —No tenía tiempo para eso. ¿Dónde está Caitlyn? —Respondió Sarah, con urgencia en la voz. Nora, que entró detrás de la pirata, puso una expresión de urgencia. —Disculpe, teniente, no alcancé a avisar antes de que la señorita abriera la puerta. —No te preocupes, Nora, te hablaré en caso de necesitarte. —Nora asintió y se fue a su escritorio, cerrando la puerta detrás suyo. Steb suspiró, dejando el papel a un lado y mirando a Sarah con seriedad. —Caitlyn no vino a la oficina. Hoy tenía una misión de reconocimiento programada de hace días en las afueras de Piltover. Dijo que volvería al atardecer si no había complicaciones. Sarah apretó los puños, la frustración calándola. No podía esperar hasta el atardecer. La situación en el Ancla Roja era urgente. La carga, los explosivos, lo que estaba en marcha... —Necesito hablar con ella ahora. —Dijo, la ansiedad clara en su voz. Steb, visiblemente molesto por la urgencia, se levantó de su silla y fue hacia una mesa cercana, donde la radio de comunicación descansaba. Se inclinó hacia ella y la encendió. Al instante, un zumbido sordo llenó la habitación. Steb ajustó la frecuencia, pero el silencio era absoluto. Probó varias veces, pero solo recibía estática. —La maldita radio está apagada. —Gruñó, girándose hacia Sarah con una mirada frustrada. —Ni siquiera la comandante dejó la radio encendida. Sarah respiró hondo, la tensión acumulándose en sus hombros. Necesitaba hacer algo. —Steb, no tenemos tiempo. El Ancla Roja trae armas Noxianas, y quien sea que esté detrás de todo esto, está planeando algo grande. Necesito que envíes refuerzos al puerto. ¡Ahora! Steb la miró por un momento, con los ojos entrecerrados, sopesando la gravedad de sus palabras. Finalmente, suspiró, tomando una decisión. —Tienes razón. —Dijo, ya con otra actitud. —Voy a enviarte algunos ejecutores, irás acompañada. No debes ir sola. —Giró hacia la puerta y comenzó a ordenar la movilización. —Te enviaré a Daemon y a Lynn. Ellos conocen el puerto y son rápidos. Sarah asintió, agradecida por la ayuda, pero sabía que lo que estaba a punto de hacer requeriría mucho más que simplemente un par de ejecutores. Aun así, no podía perder más tiempo. —Que estén listos. —Dijo, antes de girarse hacia la puerta. —Nos vamos en cuanto estén preparados. Sarah no perdió tiempo. Giró sobre sus talones y salió de la oficina a toda prisa, dejando a Steb con la tarea de organizar los refuerzos. Mientras corría por los pasillos del cuartel, su mente estaba llena de una sola cosa: el puerto. El tiempo no era un lujo que pudiera permitirse, y las imágenes del Capitán muerto seguían resonando en su cabeza. Cada segundo contaba. Se dirigió directamente al estacionamiento donde Daemon y Lynn ya estaban esperando junto a sus motos. Ambos ejecutores la miraron al instante, con la misma seriedad que ella sentía. —Estamos listos, señorita. —Dijo Daemon, ajustándose la chaqueta y observando el puerto a lo lejos. —¿Qué hay en el Ancla Roja? Sarah asintió, sin perder tiempo en explicaciones innecesarias. —Explosivos, contrabando militar, y un cadáver. Los dos ejecutores intercambiaron una mirada de desconcierto. Lynn, una mujer de cabello corto y mirada feroz, se adelantó con paso firme. Pero al detenerse frente a Sarah, su expresión cambió sutilmente. Algo en su mirada—una curiosidad genuina, quizás admiración—delató que la presencia de Sarah no le era indiferente. —¿Sabemos qué estamos buscando exactamente? —Armas Noxianas. —Respondió Sarah, su tono grave. —Todo lo que hemos visto hasta ahora es solo la punta del iceberg. Necesitamos entrar rápido y desactivar lo que sea que esté ahí. Lynn hizo un leve gesto con la cabeza y se subió a su moto, esperando a que Sarah la acompañara. Sarah montó detrás de ella sin dudar, y cuando rodeó su cintura para afirmarse, notó cómo los músculos de Lynn se tensaban apenas... como si ese contacto hubiera significado algo más. Daemon arrancó su moto, y en segundos, el estruendo de los motores se impuso sobre el murmullo de la ciudad. Avanzaron hacia el puerto, mientras la niebla espesa parecía cerrarse tras ellos como una cortina de secretos. ___________________ Steb se quedó en la oficina durante un par de horas mientras hacía papelerío. En un momento miró hacia la radio con una expresión preocupada. Finalmente, decidió encenderla una vez más. Con las manos temblorosas, encendió la radio y ajustó la frecuencia. La estática llenó el espacio sin éxito. Decidió dejar la radio encendida. Pasó un rato más antes de que el ruido se despejara ligeramente. —Steb, ¿me copias? —La voz de Caitlyn surgió de la radio, aunque estaba distorsionada por el mal estado de la comunicación. Steb se enderezó rápidamente, aliviado de escucharla. —¡Sí, comandante! ¿Qué sucede? —Respondió rápidamente. —Nos emboscaron. —La voz de Caitlyn se oyó más clara, pero cansada. —El lugar al que íbamos era una trampa. Envía refuerzos al norte de la ciudad, exactamente en... La comunicación se cortó de golpe. Steb intentó volver a ajustar la radio, pero todo lo que recibió fue más estática. El aire parecía cargado, y la ansiedad aumentaba en su pecho. Sabía que había algo mucho más grande en marcha. Steb tomó un respiro profundo y rápidamente comenzó a movilizarse. Su mente trabajaba a toda velocidad mientras se dirigía hacia el armario de equipo. Tenía que actuar rápido, y cada segundo contaba. Sin perder tiempo, recogió su pistola y la colocó en su cinturón, junto con un par de cargadores adicionales. Sabía que la situación podía volverse caótica, y estar preparado era lo mínimo que podía hacer. En cuanto tuvo todo listo, se acercó a la radio y comenzó a coordinar la respuesta. —¡Aquí Steb! —Su voz cortó la estática de la radio. —¡Todas las unidades en carro, prepárense para movilizarse! Necesito que se dirijan rápidamente al norte de la ciudad, en busca de la comandante Kiramman. ¡No hay tiempo que perder! Se detuvo un momento, esperando la confirmación de la radio, antes de continuar. —Este no es una simple misión reconocimiento. La comandante ha sido emboscada, y necesitamos refuerzos inmediatos. ¡Asegúrense de estar armados y listos para cualquier cosa! —Sus palabras eran claras, marcadas por la urgencia del momento. Sin perder tiempo, se giró hacia otra frecuencia y marcó directamente el canal de emergencias médicas. —¡Aquí teniente Steb! Solicito ambulancias de forma inmediata en el sector norte. Posible situación con múltiples heridos. Repito: múltiples heridos. Prioridad máxima. Cortó la transmisión y tomó aire, sin permitir que la tensión lo frenara. Ya había hecho su parte. Ahora, era cuestión de llegar a tiempo. Steb no perdió ni un segundo. Dio un vistazo final a la situación, ajustó su chaqueta y salió de la oficina con paso firme, sabiendo que el tiempo era esencial. ___________________ La niebla del puerto se espesaba aún más mientras Sarah y los dos ejecutores, Daemon y Lynn, avanzaban hacia el Ancla Roja. El barco estaba en silencio, y todo a su alrededor parecía desolado. Nadie se movía. Nadie hablaba. El ambiente estaba pesado, como si algo estuviera a punto de suceder. Sarah se detuvo frente al barco y miró a su alrededor. Nada. No había señales de vida. La cubierta del Ancla Roja estaba vacía, las cuerdas caídas, y todo parecía en su lugar. Sin embargo, no podía sacudirse la sensación de que algo no estaba bien. —Vamos a revisar bien todo, cada rincón. —Dijo Sarah, su tono firme. Los dos ejecutores asintieron y comenzaron a inspeccionar el barco y sus alrededores. Daemon subió al barco primero, sus pasos resonando en el metal oxidado de la cubierta. Lynn lo siguió, mientras Sarah permanecía de pie en el muelle, observando. Nadie había visto al Capitán salir del barco, pero tampoco había señales de él dentro, ni manchas de sangre. El tiempo parecía estancarse mientras Sarah caminaba hacia el costado del barco, mirando cada rincón. Nada. La bodega estaba vacía, sin rastros de carga ni signos de actividad. Las cajas estaban apiladas, pero todas parecían haber estado ahí durante semanas. No había señales de explosivos ni de contrabando. Todo estaba en silencio absoluto. Sarah frunció el ceño al notar que no había rastro del Capitán. Después de todo lo que había sucedido, el cuerpo debería estar allí. Él había caído ante su bala. Había visto el impacto, había escuchado el sonido del cuerpo cayendo al suelo. ¿Dónde estaba su cadáver? ¿Realmente había muerto? —Nada por aquí. —Dijo Lynn desde el camarote, su voz resonando con incertidumbre. Daemon bajó de la cubierta, su rostro preocupado. —Nada en la bodega. No hay señales del Capitán. —Dijo, su tono bajo, como si también estuviera comenzando a sentirse incómodo. Sarah se acercó al centro del barco, su mirada recorriendo cada rincón. Nada. No podía ser. El Capitán debía estar allí. Si había sido él quien había comandado el barco y Sarah lo había matado, entonces su cadáver debería haber quedado en el camarote, en la cubierta, en algún lugar visible. Pero nada. Solo el silencio y la desolación. El ambiente se cargó de tensión. Sarah apretó los dientes, su instinto gritándole que algo estaba mal. El Capitán estaba muerto, pero su cuerpo había desaparecido. ¿Quién o qué estaba manipulando la situación? La pregunta quedó suspendida en el aire, sin respuesta. Sarah se quedó allí, mirando el Ancla Roja vacío, sintiendo que cada vez más piezas del rompecabezas se desmoronaban ante ella. Algo no encajaba, y el peso de la incertidumbre le oprimía el pecho. En ese momento, el silencio del puerto fue roto por la estática de la radio de los ejecutores. El sonido la hizo reaccionar rápidamente, y en cuanto descolgó el dispositivo, la voz de Steb emergió con una urgencia palpable. —¡Aquí Steb! —La voz de Steb cortó la estática de la radio. —¡Todas las unidades en carro, prepárense para movilizarse! Necesito que se dirijan rápidamente al norte de la ciudad, en busca de la comandante Kiramman. ¡No hay tiempo que perder! Sarah sintió un nudo en el estómago. Caitlyn. Vi. Los recuerdos de la última vez que había visto a Vi, la angustia no verbalizada, todo eso la golpeó con fuerza. —Este no es una simple misión reconocimiento. La comandante ha sido emboscada, y necesitamos refuerzos inmediatos. ¡Asegúrense de estar armados y listos para cualquier cosa! —La voz de Steb resonó, clara y autoritaria. El miedo creció en el pecho de Sarah. Estaban en problemas. Caitlyn y Vi podrían estar en peligro. No era solo una misión fallida, sino algo mucho más grave. La adrenalina recorrió su cuerpo mientras se giraba hacia Daemon y Lynn, preparándose para dar órdenes. Pero antes de que pudiera hablar, un ruido sordo cortó el aire, y el sonido de algo grande deslizándose por las aguas atrajo su atención. Sarah, paralizada por un instante, miró hacia el horizonte, donde la niebla parecía haberse disipado ligeramente, revelando la silueta de un barco. Era oscuro, largo y, como el Ancla Roja, no llevaba bandera ni escoltas. No parecía haber nadie a bordo, pero algo en su presencia era desconcertante. Se acercaba lentamente al puerto, moviéndose con una calma ominosa, como si estuviera siendo arrastrado por la niebla misma. Sarah apretó los dientes, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. La voz de Steb y el peligro de Caitlyn parecían quedar atrás en su mente mientras el barco avanzaba. ¿Qué era eso? ¿Y por qué ahora? Daemon y Lynn también se habían detenido, observando el barco con la misma sensación de inquietud. No había nada normal en ese barco. La radio volvió a emitir un pequeño zumbido, pero Sarah no la escuchó. Todo su ser estaba concentrado en esa embarcación, esa figura que emergía en la niebla como si hubiera sido enviada para desestabilizar aún más la situación. A medida que el barco se acercaba, la figura en la proa se hacía más visible, pero no se podía distinguir con claridad. Algo en ella, algo en el aire que lo rodeaba, hacía que Sarah sintiera que el destino de todo esto se estaba entrelazando de forma extraña y peligrosa. Y mientras la niebla lo engullía de nuevo, Sarah sintió como si algo o alguien a bordo de ese barco estuviera directamente relacionado con lo que había sucedido hasta ahora. Este barco no venía por casualidad.
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