La lista de deseos
11 de septiembre de 2025, 14:03
El mundo regresó a ella en pedazos.
Primero fue el sonido. No un zumbido cualquiera, sino una vibración punzante, aguda, como si mil agujas invisibles intentaran perforarle los tímpanos desde dentro. Luego, el frío. Ese frío pegado a la piel, mezclado con humedad, tierra y un dejo metálico que sólo podía ser sangre.
La visión era una mancha borrosa, intermitente. Como si sus ojos no pudieran, o no quisieran, enfocarse del todo. Vi parpadeó una, dos veces. Sintió algo áspero en la mejilla. Polvo y Ceniza. Un dolor punzante atravesó justo en la sien. Como un relámpago sin trueno.
Intentó moverse. Grave error.
Su muslo derecho estalló en llamas al menor intento. El aire se le escapó en un gruñido bajo, apenas contenido por los dientes apretados. Llevó una mano a la cabeza; la piel estaba pegajosa, el cuero cabelludo endurecido por la sangre seca. La mandíbula le dolía como si le hubieran incrustado clavos calientes bajo la piel. Pero eso era soportable.
Lo insoportable estaba frente a ella. A tan solo unos metros, Caitlyn yacía inmóvil.
Vi se tensó, y una nueva ola de dolor le cruzó el cuerpo. No le importó. Usó los codos y se impulsó como pudo con la pierna buena. El guante raspaba la piedra debajo de ella, su respiración era un jadeo irregular. Se arrastraba, dejando un rastro oscuro y húmedo tras de sí. Cada centímetro ganado era una tortura.
—Cait… —Murmuró. La voz apenas era un soplo áspero.
El mundo se redujo al cuerpo frente a ella. Caitlyn estaba tendida boca arriba, la sangre formaba un charco bajo su espalda. El chaleco blindado estaba destrozado justo sobre el pecho, y la herida seguía sangrando con cada segundo. Su piel era color ceniza y sus labios lívidos. Su pecho no se movía.
Vi sintió el vacío tragarle el alma.
—No… —Susurró, sacando fuerzas de donde no quedaba nada.
Buscó su pulso. Nada. Se inclinó, comenzó las compresiones torácicas con manos temblorosas, sin técnica, sin ritmo, solo con desesperación. Luego, forzando su mandíbula adolorida, sopló aire en sus pulmones.
—Vamos, Cait… por favor…
Repetía, una y otra vez. Compresiones. Respiración. Compresiones.
El mundo temblaba a su alrededor. Y entonces, pasos, voces, cargas pesadas, ecos metálicos. Para su pesar, no eran paramédicos, no aún. Eran los ejecutores que Caitlyn solicitó como refuerzos durante la batalla.
Vi alzó apenas la vista. Al frente estaba Steb dando instrucciones para resguardar el área. Fue unos segundos después que su mirada se posó en ellas. Corrió hacia donde estaban, se arrodilló de inmediato junto a Caitlyn y miró a Vi con urgencia.
—¡Déjame! —Intentó tomarle el relevo.
—¡No! —Vi gruñó, sin detenerse. —¡Tengo que hacerlo yo!
—Vi… estás herida.
—¡Entonces apóyame! ¡Pero no me quites esto!
Steb se quedó en silencio un segundo. Luego, con expresión tensa, se arrodilló del otro lado de Caitlyn, y comenzó a preparar espacio, limpiando la sangre, retirando restos del blindaje roto. Mientras le ayudaba a coordinar la respiración a la Zaunita, aprovecho sus implementos básicos para vendar la pierna de la mujer y aun así Vi siguió aplicando compresiones sin soltarla.
—Por favor… —Susurraba. —Quédate conmigo.
Entonces de reojo divisó luces rojas y azules. Voces más frenéticas se escucharon por todo el lugar y los paramédicos llegaron corriendo.
—¡Paciente femenina, sin respiración! ¡Herida torácica grave!
Los paramédicos actuaron rápido, pero Vi no soltó la mano de Caitlyn.
La electricidad recorrió el cuerpo de la mujer a través del desfibrilador. Vi sentía el tiempo detenerse mientras esperaba un milagro.
—Sálvenla…
—¡Atrás! —Ordenó uno. Vi se movió apenas, lo justo para no estorbar.
La descarga sacudió el cuerpo de Caitlyn lo que fue seguido de unos segundos de silencio absoluto.
—¡Cargando de nuevo!
Segunda descarga.
—¡Tenemos pulso! ¡Lento, pero está ahí!
El equipo se movía como una sola máquina. Se entregaban entre uno y otro, gasas, vendas y tubos. El monitor empezó a pitar con una frecuencia suave.
—¡Traslado inmediato! ¡Ya!
La mente de Vi viajaba rápido analizando el lugar, en busca de algún consuelo, algo para entender que había sucedido, luego, sus ojos quedaron fijos en la reluciente arma de la mujer de pelo azul que yacía tirada unos metros más allá. Alzó la vista hacia Steb.
—Dame su rifle.
—¿Qué?
—¡Su rifle, Steb! —Señaló el arma con el índice de su mano.
Él dudó un segundo pero luego asintió. Se alejó unos pasos, recogió el arma caída entre los restos, y se la tendió.
Vi lo tomó con ambas manos. Conocía ese peso y esa forma pero algo estaba mal. Lo giró, abrió el compartimiento, buscó el núcleo e inmediatamente su rostro se endureció.
—Falta la gema…
Steb frunció el ceño.
—¿Qué?
—La gema Hextech. No está… Alguien la retiró.
Su voz se oía quebraba entre la rabia y el pánico, sin embargo, una voz nueva llamó su atención sacándola de su estado ensimismado.
—¡Déjenme pasar!
Vi alzó la cabeza.
Un hombre de bata blanca se acercó a paso firme, apartando al personal con autoridad. Cabello canoso, rostro endurecido por años de experiencia. Los ojos escanearon la escena en segundos. Pero cuando miró el rostro de la paciente… se congeló.
—No… —Susurró.
Los demás lo miraron, confundidos.
—Doctor Kiramman —Dijo uno de los paramédicos, reconociéndolo. —¿Está bien?
Tobías no respondió. Se inclinó con rapidez, revisando el estado de Caitlyn. Su hija. El rostro de él cambió y pasó de la incredulidad al control absoluto.
—Preparen la vía con estabilizador doble. Mantengan la presión en la herida y controlen la saturación. No dejen que baje de ochenta.
La voz del doctor cortó el aire con autoridad, sin levantar el tono. Los paramédicos obedecieron de inmediato, nadie discutía cuando él hablaba.
Tobías Kiramman estaba de pie frente a Vi. Su expresión era dura, como siempre. Inquebrantable. Pero por un instante, solo uno, algo se quebró en su mirada cuando posó los ojos en el cuerpo herido de Caitlyn.
Vi sintió que el estómago se le encogía. Trató de hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta. Lo único que hizo fue inclinar la cabeza, apenas, como si ese gesto bastara para contener la culpa que le quemaba por dentro.
Tobías la miró durante un segundo más. No dijo nada, no hacía falta. El silencio entre ellos pesaba más que cualquier grito.
—Camilla lista. —Informó uno de los paramédicos.
—Vamos. —Dijo Tobías, volviendo al control. —Ambulancia preparada. Yo subo con ella.
—Yo también. —Dijo Vi, sin dudar.
El paramédico vaciló, pero una sola mirada de Tobías bastó para que cediera.
Steb ayudó a Vi a incorporarse lo justo para subir. El dolor de su pierna era insoportable, pero ni siquiera lo notaba. Se acomodó junto a Caitlyn, tomó su mano, y no la soltó.
Tobías subió después. Se sentó frente a ellas, con los brazos cruzados y los labios apretados. No la miró, pero estaba ahí, presente, conteniendo un mundo entero detrás de los ojos.
La ambulancia arrancó, y aunque el monitor cardíaco pitaba sin cesar, Vi sintió que el tiempo ya no existía. Cada segundo era una eternidad, pero no podía dejar de aferrarse a la mano de Caitlyn, como si eso fuera lo único que la mantenía anclada a la realidad.
Avanzaba como un trueno por las calles iluminadas de Piltover. Dentro, todo era urgencia, equipos funcionando, compresores de aire, oxígeno fluyendo. El monitor cardíaco de Caitlyn era un eco constante, un pulso frágil que aún sostenía la esperanza.
Vi no se movía de su lado, apretaba la mano de la mujer herida contra la suya y su frente sucia y con sangre seca se apoyaba contra los nudillos de Caitlyn. Tenía la respiración agitada, aunque no por el dolor físico. El peso en el pecho era más profundo.
—No pude… —Susurró de pronto, sin levantar la cabeza.
Tobías desvió apenas la mirada hacia ella. Había estado observando los monitores, pero su oído estaba atento desde el primer instante.
—No sé si hice todo lo que pude...—Repitió Vi, la voz ronca. —No llegué a tiempo. Vi cómo se iba frente a mí y no… no supe qué hacer. Le di aire, le di todo lo que tenía, pero no…
Su voz se quebró, no de forma dramática. Fue como si algo se derrumbara desde adentro, lento y en silencio.
—Lo intenté. —Dijo, más bajo aún. —Juro que lo intenté.
Tobías la miró por completo esta vez. Su rostro seguía serio. El mismo rostro con el que había dado diagnósticos imposibles, con el que había cerrado puertas de quirófano sabiendo que no todos saldrían de allí. Pero había un matiz distinto ahora, una grieta, pequeña, en la coraza.
—Lo sé. —Respondió, con voz grave.
Vi alzó la cabeza, su mirada estaba cargada de dolor.
—No fui suficiente. —Dijo. —La protegí con todo lo que tenía, pero… él era más rápido, más frío, más calculador. Yo… fallé.
Tobías no apartó la vista.
—No fue tu culpa. —Respondió, con tono firme y directo. —No puedes cargar con la responsabilidad de lo que le hicieron.
Un silencio corto.
—Sé lo que hiciste. —Añadió Tobías, después de unos segundos. —Vi el rastro que dejaste arrastrándote hasta ella, la sangre en tus manos, las marcas en tu ropa... Nadie hace eso por alguien a quien no ama más que a su propia vida.
Vi no respondió de inmediato, solo se quedó quieta. Luego asintió, una vez, con la cabeza baja.
—Ella es… —Empezó a decir, pero le tembló la voz.
—Lo sé. —Dijo Tobías antes de que terminara.
La tensión entre ambos no desapareció. No había reconciliación suave, ni palabras fáciles, solo la verdad, cruda y compartida.
—Si sale de esto… —Dijo Vi, con la voz apenas un hilo. —No voy a soltarla nunca más.
—Entonces asegúrate de que tenga algo a lo que volver. —Respondió él viendo la sangre correr en el muslo de la Zaunita.
Fue todo, un par de palabras, cortas, que dijeron más que cualquier abrazo. Luego, ambos volvieron a mirar a Caitlyn. Ella seguía inconsciente, pálida, tan frágil que parecía irreal.
El monitor comenzó a sonar con un tono distinto. Uno de los paramédicos se acercó de inmediato al equipo.
—Presión bajando.
Tobías se inclinó de golpe.
—Está entrando en shock.
El pitido del monitor se volvió más agudo. Luego, más lento.
—Presión bajando. —Anunció el paramédico, tenso.
—Está entrando en shock. —Dijo Tobías, ya de pie, con el rostro endurecido.
Todo cambió en segundos.
—¡Preparen solución Ringer lactato, vía directa! —Ordenó mientras se ponía guantes nuevos con un movimiento automático. —¿Saturación?
—Setenta y cuatro. Descendiendo.
—¡Necesitamos mantener perfusión! ¡Suban oxígeno a cien por ciento!
Vi se mantuvo junto a Caitlyn, pero el temblor en su cuerpo se intensificó. Era como si el oxígeno comenzara a faltar también en sus propios pulmones. Verla así… tan cerca de desaparecer otra vez… la desgarraba.
Tobías trabajaba sin titubeos. Retiró con precisión el vendaje temporal, evaluó la herida y volvió a aplicar presión con una nueva gasa empapada en un hemostático químico. Uno de los paramédicos colocó el segundo acceso intravenoso. El líquido comenzó a fluir con rapidez.
—Fibrilación leve. No ha perdido el pulso, pero está inestable. —Informó uno de los técnicos, leyendo el monitor.
—Mantenla así. —Dijo Tobías, concentrado. —Si cae por debajo de sesenta, la perderemos.
Vi se inclinó un poco más, apretó la mano de Caitlyn con una fuerza temblorosa, como si intentara traspasarle su voluntad con el contacto.
—Aguanta… por favor… —Susurró. —No me dejes.
Su voz se quebró, pero no se apartó. Sentía su pierna como un bloque de fuego, el vendaje empapado, pero todo eso era secundario… solo existía ella.
Tobías la miró por un instante, solo uno. Y por primera vez desde que habían subido, su voz bajó.
—Háblale. —Dijo sin mirarla. —A veces eso ayuda más que cualquier medicina.
Vi lo hizo sin pensarlo.
—Cait… soy yo. —Dijo, acercándose aún más a su rostro. —Estoy aquí, ¿me escuchas?
Pasó el pulgar sobre el dorso de su mano con ternura y el mundo se reducía a ese contacto.
—Recuerda nuestras promesas. Todo lo que soñamos… no puedes irte sin cumplirlas.
El pitido bajó un segundo. Luego, se estabilizó, lento, irregular, pero volvió a subir.
—Ritmo recuperándose. —Anunció el paramédico.
Tobías respiró hondo por primera vez.
—Sigue hablando.
—Me debes una cita sin explosiones, una noche sin alarmas. Me debes años de aventuras, todo lo que no vivimos todavía.
Vi se inclinó y apoyó la frente contra la de ella, como lo había hecho antes.
—Te amo. Quédate conmigo.
El monitor volvió a emitir su pitido constante. Bajo, pero firme. Los números, aunque frágiles, ya no descendían.
Tobías volvió a sentarse despacio. El temblor apenas contenido en sus manos lo delataba.
Vi no se movió, no lloró, ni se derrumbó. Solo siguió allí, sosteniendo esa mano como si fuera la única razón para seguir respirando.
Luego, la ambulancia se detuvo con un chirrido breve, los neumáticos marcando de golpe el final de la carrera.
Las puertas traseras se abrieron de inmediato, y una ráfaga de aire húmedo entró con fuerza. Afuera, el cielo estaba cubierto por nubes densas, grises, inmóviles, en contraste con el cielo azulado que había a solo unas horas atrás. No llovía, pero el mundo parecía contenido, en pausa, como si incluso el clima dudara de lo que iba a ocurrir.
—¡Llegamos! —Anunció uno de los paramédicos.
La actividad frente al hospital era inmediata. Un equipo médico ya esperaba en la entrada con la camilla lista. Tobías descendió primero, intercambiando rápidas instrucciones con el personal. Todo era movimiento, voces, pasos acelerados.
Vi seguía dentro sosteniendo la mano de Caitlyn con la suya, el guante manchado de sangre. Su cuerpo entero temblaba, pero no la soltaba. No podía, sentía que ese contacto era lo único que la mantenía unida a este plano de existencia.
Los paramédicos bajaron la camilla. Caitlyn no se movía. Los vendajes sobre su torso eran gruesos, el oxígeno le cubría casi todo el rostro. Cada latido era asistido. El monitor portátil emitía pitidos constantes, como un recordatorio de que la línea aún no se había roto.
Vi bajó con dificultad. Un enfermero se acercó para ayudarla, pero ella lo empujó con un gesto brusco. Cojeaba, su pierna sangraba entre el vendaje empapado, su visión se nublaba por momentos, pero siguió avanzando.
—¡Paciente femenina, trauma torácico grave, presión estabilizada pero frágil! —Gritó un médico mientras entraban al pasillo principal de urgencias.
—¡Preparen quirófano dos! ¡Cirugía inmediata! —Ordenó otro.
El hospital hervía. Los pasillos estaban llenos, el sonido de monitores y radios médicas se mezclaba con el murmullo apresurado de los equipos. Vi no veía nada de eso, solo a ella.
—Señorita, no puede continuar. —Dijo una enfermera, interceptándola.
—Tengo que estar con ella. —La voz de Vi era ronca, pero firme.
La mirada de la enfermera escaneó de pies a cabeza a la Zaunita dando cuenta de las lesiones que esta poseía.
—Está perdiendo mucha sangre. Necesita atención urgente usted también.
—No me importa.
Las puertas del quirófano ya estaban abiertas. Caitlyn cruzaba el umbral rodeada de médicos, de tubos, de manos que intentaban salvarla.
—¡Cait! —Gritó Vi—. ¡Estoy aquí! ¡No te vayas, maldita sea!
Tobías apareció junto a ella. Su rostro seguía serio, pero los ojos revelaban un agotamiento distinto: uno que no era físico, sino emocional.
Vi se tambaleó. Sus piernas ya no respondían con precisión, pero aun así se mantuvo en pie, por pura obstinación. Tenía la vista clavada en las puertas del quirófano, que se cerraban como una amenaza silenciosa.
—No puedo perderla… —Dijo de pronto, con la voz apenas audible. Pero esa frase contenía una maraña de sentimientos.
Tobías se detuvo y la miró de costado. Y por primera vez desde que llegó al lugar, algo en él se ablandó. No del todo, pero sí lo suficiente como para dejar ver al hombre detrás del médico.
—Mientras yo siga respirando. —Dijo con firmeza. —Haré hasta lo imposible para salvarla.
No fue una promesa al aire. Fue una declaración de guerra contra el destino.
Vi tragó saliva y cerró los ojos un segundo.
Tobías no esperó más. Se giró sin decir nada más y entró al quirófano con paso decidido. Las puertas se cerraron tras él, tragándose también la última chispa de estabilidad que sostenía a Vi.
Ella dio un paso, luego otro e inmediatamente sus piernas cedieron por completo.
La enfermera a su lado la atrapó justo a tiempo.
—¡Cuidado! —Gritó.
—Sala cuatro, ahora mismo. —Ordenó una voz médica. —Está al límite. ¡Controlen esa pierna!
Vi apenas murmuró:
—No la dejen sola…
Y entonces, el mundo se apagó para ella.
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El mundo era blanco al principio. No el blanco clínico de las luces del hospital, sino uno suave, difuso, como niebla iluminada por dentro. Vi no sabía si flotaba o caminaba, solo que el dolor había desaparecido, como si alguien hubiera presionado pausa sobre su cuerpo.
Entonces escuchó una risa, bajita, elegante e inconfundible.
Se giró y allí estaba ella. Caitlyn.
Sentada con las piernas estiradas bajo un árbol que no debería estar en ningún lugar real. Sus hojas eran violetas, como las de los jardines de la Mansión Kiramman, pero brillaban con una luz imposible. Caitlyn vestía ropa de calle, nada de chaleco ni placas, solo un abrigo claro, suelto, y el cabello recogido de forma informal.
Sonreía.
Vi se quedó quieta. No sabía si debía moverse, si se atrevería a acercarse.
—¿Te vas a quedar ahí mirándome toda la eternidad? —Dijo Caitlyn con una ceja arqueada, ese tono entre divertida y mandona que siempre usaba cuando Vi se hacía la tonta.
Vi caminó hacia ella. No había dolor, ni peso, ni fuego en la pierna.
Se sentó a su lado colocando una mano en el muslo de la mujer de pelo azul.
—¿Estás…? —Preguntó. No terminó.
—¿Muerta? —Completó Caitlyn, aun sonriendo. —No lo sé. No te preocupes por eso ahora.
Vi frunció el ceño.
—No es justo que te veas tan bien en mis sueños. Estoy toda hecha pedazos allá afuera.
—Como siempre. —Replicó Caitlyn con dulzura. Se acercó un poco, el viento (si es que eso era viento) movía su cabello. —Pero también como siempre, sigues en pie.
Vi bajó la mirada. Caitlyn por su parte apoyó su cabeza en el hombro de la luchadora.
—Lo intenté, pero todo pasó tan rápido... —Vi dijo con la voz quebrada.
—Vi… —Dijo Caitlyn, con voz suave. —Me sostuviste cuando más lo necesitaba. Te metiste entre el fuego por mí. ¿Crees que eso no importa?
Vi alzó la vista hacia ella con los ojos brillantes. Sintió una pequeña chispa de esperanza, la misma que había tenido cuando la vio respirar por primera vez.
—Me estás perdonando en un sueño. Eso ni siquiera cuenta.
Caitlyn rio, y esa risa le dolió a Vi de una forma hermosa. Como una herida que empieza a sanar.
—Entonces despierta. —Dijo Caitlyn, acercándose más a sus labios. Su mano se posó sobre la mejilla de Vi con ternura. —Y escúchalo de mis labios.
Vi cerró los ojos ante el tacto y sus labios tan cerca suyo.
—¿Vas a volver?
—Eso depende… —Susurró Caitlyn. —¿Vas a estar ahí esperándome?
—Siempre.
La imagen empezó a desdibujarse. Como tinta corriéndose en el agua.
—Cait… —Vi intentó aferrarse a ese momento. —Espera…
—Estoy justo aquí. —Fue lo último que escuchó. —Siempre estaré aquí.
Y luego, el blanco volvió a llenar todo.
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El regreso fue lento, confuso, como si su cuerpo tardara en aceptar que aún existía.
Vi abrió los ojos lentamente. La luz que se filtraba por la ventana ya no era la de la mañana. Era cálida, anaranjada, teñida por el atardecer. El cielo seguía cubierto de nubes, pero el sol se deslizaba por entre ellas en líneas largas y débiles, pintando la habitación con un resplandor suave y ajeno.
Le costaba respirar.
La cabeza le latía con fuerza, envuelta en un calor espeso. La garganta le ardía. Y la pierna… la pierna era un ancla, pesada, caliente y entumecida. Al mirar de reojo, distinguió las bolsas vacías colgando de un soporte de metal. Sangre. Dos de ellas. Tal vez tres.
Intentó moverse, pero un espasmo la detuvo. Gimió bajo, los dientes apretados, y sintió algo punzarle desde la cadera hasta la planta del pie.
—Hey, tranquila. —Dijo una voz conocida, suave pero firme. —No te levantes.
Vi giró el rostro. Ekko estaba sentado en una silla junto a su cama. Tenía un vendaje en la cabeza, las manos entrelazadas, los ojos más oscuros que de costumbre.
—¿Dónde…? —Preguntó Vi, con la voz quebrada.
—Sala cuatro, hospital de Piltover. Estás viva, apenas, pero viva. —Intentó una sonrisa que no llegó a completarse.
Vi pestañeó varias veces. Todo estaba nublado y al mismo tiempo, cristalino.
—¿Cuánto tiempo…? —Murmuró.
Ekko la miró con seriedad.
—Casi seis horas desde que entraste. Te desmayaste por la pérdida de sangre. Tuvieron que hacerte una transfusión inmediata. Una enfermera dijo que tu presión estaba tan baja que pensaron que no ibas a despertar.
Vi giró lentamente la cabeza hacia la ventana. Las sombras se alargaban. El día se apagaba sin que nada mejorara.
—¿Cait…? —Murmuró, apenas un suspiro.
Ekko bajó la mirada. Tardó un segundo en responder.
—Sigue en cirugía. Tobías está con ella. No han dado noticias.
Vi asintió con lentitud. El silencio la llenó por dentro, como agua estancada. Se le clavaba en los huesos, lento, frío. Cerró los ojos. No por dolor físico, aunque seguía allí, sino por lo otro. Lo que no tenía nombre.
La imagen volvía a ella una y otra vez: Caitlyn en la ambulancia, inconsciente, con la piel casi tan pálida como las sábanas, el cuerpo sacudido por las descargas del desfibrilador, el monitor pitando como si no decidiera si rendirse o seguir luchando.
Vi apretó los dientes. No podía borrarlo, ni aunque lo intentara. Sin embargo, recordó su sueño y una esperanza latente le llenó el alma.
—Ella es fuerte… —Murmuró, casi como si se hablara a sí misma. —Ha pasado por cosas peores. Esto… esto no va a poder con ella.
Ekko la miró en silencio. Su postura seguía tensa, pero en su expresión había algo más suave, más humano.
—Caitlyn no se va tan fácil. —Dijo con una sonrisa leve, contenida. —Si alguien puede salir de esto, es ella.
Vi no respondió al instante. El temblor en sus manos todavía estaba ahí, pero esa pequeña afirmación, que venía de alguien que también la conocía, que había peleado junto a ella más de una vez, se le quedó rondando en el pecho.
—Siempre ha sido la cabeza fría en medio del caos. —Continuó Ekko. —La que no se rompe y solo se endurece.
Pero el silencio que vino después no fue paz. Fue vacío.
La mirada de Vi cayó sobre sus propias manos, vendadas, marcadas por la sangre seca. Sintió la punzada familiar en el pecho.
—A veces pienso… —Dijo, sin levantar la voz. —Si ella no hubiera ido a Stillwater. Si nunca me hubiera cruzado en su camino…
Ekko la miró, atento sin interrumpirla.
—Tal vez estaría bien ahora. Tal vez seguiría siendo la perfecta hija de la casa Kiramman, liderando desde la seguridad de sus oficinas… no… no sangrando por mi culpa.
Sus labios temblaron apenas.
—Yo soy la grieta en su vida. El error que trastocó todo. Lo supe desde el principio y aun así… me quedé. La dejé amarme.
El tono no era dramático, era sincero. Duro como quien ya se ha dicho esto muchas veces en silencio, pero ahora, por primera vez, lo pone en voz alta.
—Y ahora mírala… —Susurró. —Está pagando por algo que nunca debió cargar.
Ekko frunció el ceño y se inclinó un poco hacia ella.
—¿Sabes qué creo? —Dijo con calma. —Que si le dieras a elegir, lo haría todo igual. Una y otra vez. Porque ella no te ama por cómo llegaste, te ama por quién eres cuando estás con ella. Y porque tú también le salvaste la vida, aunque no te des cuenta.
Vi cerró los ojos. Tragó saliva con dificultad, su mandíbula dolía. El corazón también.
—Entonces que tenga la oportunidad de decírmelo otra vez. —Murmuró. —Una sola oportunidad. Es lo único que pido.
Vi inspiró hondo, dejando que el silencio se asentara unos segundos más. Pero había algo que seguía dándole vueltas en la cabeza desde antes, desde el claro ennegrecido por la pólvora. Algo que no se había ido ni siquiera entre la sangre, el dolor y la ambulancia.
—Antes de que subiera… —Dijo de pronto, con la voz baja. —Le pedí a Steb que me pasara el rifle de Cait.
Ekko la miró con atención.
—Supongo que… no quería soltar nada que la representara. Aunque estuviera inconsciente, aunque apenas respirara… necesitaba tener algo suyo en mis manos.
Vi bajó la mirada, recordando.
—Pero apenas lo sostuve, supe que algo no estaba bien. El peso, el equilibrio. Lo abrí y revisé. —Se quedó callada un momento. Luego levantó la vista, fija. —La gema Hextech no estaba.
Ekko frunció el ceño, aunque su reacción fue más contenida que antes. Como si en el fondo ya lo hubiera intuido.
—¿La sacaron?
—Sí. No se rompió, ni se cayó. La robaron.
—Fue Jhin. —dijo Ekko, sin rodeos.
Vi asintió.
—Sabía lo que hacía, sabía lo que significaba. No solo nos quería lastimar… esa emboscada fue planeada detenidamente para obtener la gema. Eso es lo que creo.
Ekko respiró hondo.
—Vamos a recuperarla. —Dijo Ekko.
Vi asintió y miró detenidamente al hombre de pelo blanco.
El silencio había vuelto, espeso como una niebla vieja. Vi se había quedado quieta, los ojos fijos en un punto cualquiera de la pared, pero sin ver nada. Ekko permanecía cerca, sin hablar, respetando el peso de todo lo que no se decía.
Y entonces, el sonido llegó.
Primero, lejano: el roce de ruedas sobre el suelo liso, acelerado, preciso.
Luego, más cerca: pasos, voces controladas, movimiento detrás de las puertas dobles del pasillo.
Vi levantó la cabeza de golpe, ignorando el tirón en la pierna vendada. El corazón le dio un vuelco, doloroso y vivo.
Ekko también se incorporó en su asiento, los ojos alertas.
La puerta se abrió.
Dos enfermeros entraron empujando la camilla, seguidos de un médico que revisaba una carpeta con gráficos y anotaciones. Vi apenas respiraba, su mirada fue directo a ella.
Caitlyn estaba ahí, inmóvil, pálida como el mármol, casi irreconocible bajo la sábana blanca. Su pecho subía y bajaba con dificultad, sostenido por un respirador artificial. Un tubo pasaba por su boca, conectado a una máquina que exhalaba por ella en un ritmo mecánico e implacable. Su cabello, húmedo y revuelto, se pegaba a la frente. Un vendaje grueso y manchado de sangre le cruzaba el torso, y una vía intravenosa se aferraba al dorso de su mano izquierda. El monitor portátil pitaba con lentitud, cada sonido más grave que el anterior.
Seguía con vida. No respiraba por sí sola, pero la máquina lo hacía por ella, empujando aire a sus pulmones con un ritmo forzado y ajeno.
Vi no se movió al principio. Ni una palabra, solo la miró, como si el mundo se hubiera detenido en esa imagen.
—Tuvo un paro durante la cirugía.
La voz llegó desde un costado, seria, grave pero sobre todo familiar.
Vi giró la cabeza con lentitud. Tobías estaba allí, de pie junto a la puerta, con el uniforme médico aún manchado de sangre y el rostro surcado por horas de tensión. Sus ojos estaban puestos en Caitlyn, pero hablaba para Vi.
—Fue repentino. Perdimos el pulso por unos segundos. Tuvimos que intervenir con todo lo que teníamos.
Vi sintió un nudo en el estómago.
—¿Y ahora?
Tobías tardó un segundo en responder.
—Logramos estabilizarla, cerramos el tórax, contuvimos el sangrado. Está estable dentro de su gravedad. Las heridas… son más profundas de lo que creíamos y las probabilidades están en su contra.
Vi llevó la mirada hacia el rostro pálido de Caitlyn, cada respiración que escuchaba a través de la mascarilla era un milagro diminuto.
—Ahora va a depender de ella. —Continuó Tobías, más bajo. —De que tenga la fuerza para seguir luchando.
Vi asintió sin decir nada, pero el gesto era tan firme como un voto.
Tobías la observó un momento más. Luego habló con más suavidad, sin perder su tono directo.
—Está aquí porque tú no te rendiste. Lo sepas o no, eso la mantuvo unida al mundo. Ahora… no la sueltes.
Vi no respondió. El silencio se extendió unos segundos más. El monitor cardíaco emitía su pitido bajo y constante, recordándole que la vida aún estaba ahí… pero pendiendo de un hilo.
Tragó saliva. El rostro de Caitlyn, tan quieto, tan distinto al de la mujer que conocía, se sentía como una amenaza. Una cuenta regresiva.
Entonces levantó la vista, con los ojos fijos en Tobías.
—¿Y si usamos Shimmer? —Preguntó Vi con urgencia.
Tobías la miró, su rostro grave.
—El Shimmer podría ayudar a regenerar los tejidos, pero no sabemos cómo reaccionará su cuerpo. Hay demasiados riesgos.
Vi apretó los dientes, sin querer escuchar las advertencias.
—Pero también podría salvarla… —Insistió Vi. —¿Lo harás o no?
Tobías no desvió la mirada.
—Podría darle una oportunidad más clara. —Hizo una breve pausa. —Pero aquí no tenemos acceso a Shimmer. No desde que se reguló su uso tras lo de Zaun.
Vi apretó los dientes. Su mente ya trabajaba más rápido que su cuerpo.
—¿Y si lo consigo?
—¿Tú? —Preguntó Tobías, frunciendo el ceño. —No estás en condiciones de moverte, y no puedo autorizar algo así desde este hospital.
—No te estoy pidiendo permiso. Solo quiero saber si funcionaría.
Tobías la miró unos segundos más, luego asintió una vez.
—No prometo nada. Pero si consigues una dosis pura, sin contaminar, podríamos considerar usarla. Aunque será riesgoso.
Vi no dudó.
Giró hacia donde estaba Ekko, aún en la silla al lado de la cama de Vi.
—Ekko… —Llamó, con la voz ronca pero clara. —¿Estás bien como para una misión?
Él alzó la vista. La expresión cansada en su rostro cambió en un segundo. Ya sabía lo que se venía.
—¿Qué necesitas?
—Shimmer. Un frasco puro, lo más rápido que puedas.
Ekko se puso de pie al instante.
—¿Dónde?
—Sabes dónde. Sevika.
Ekko asintió. No hubo preguntas, solo una comprensión silenciosa entre dos personas que ya habían enfrentado el caos y habían vuelto para contarlo.
—Lo traeré. —Dijo. Luego, más bajo. —Por ella.
—Gracias…
Ekko no esperó más y salió en busca del encargo, a su vez, Tobias dio media vuelta, cruzó la puerta sin ruido y desapareció por el pasillo.
La habitación volvió a quedarse en silencio, pero el aire ya no era el mismo.
Sin esperar más, Vi se paró. No le importó el dolor de sus heridas, ni los múltiples tubos y agujas que sacó al instante con sus manos. Se sentó en una silla junto a la cama de Caitlyn y se quedó en silencio un largo rato, con la mano de Caitlyn entre las suyas.
Estando a su lado sentía que todo el ruido del mundo se había apagado. Ya no había monitores, ni voces, ni pasos en el pasillo, solo el ritmo del respirador que trabajaba para mantenerla con vida, y el calor leve de esa palma que no respondía, pero seguía ahí.
Se inclinó un poco, con esfuerzo, hasta quedar más cerca.
—Hola, pastelito. —Murmuró, apenas un suspiro.
No esperaba respuesta, pero decirlo le devolvía algo. Un recuerdo, una promesa.
—¿Sabes qué es lo peor? —Continuó. —Que me quedé sin frases ingeniosas. Sin sarcasmo. Sin esas cosas que siempre usaba para disfrazar lo que sentía.
Acarició con el pulgar los nudillos de Caitlyn.
—Me das miedo. —Confesó. —No tú, ni lo que eres, sino lo que significas para mí. Nunca pensé que iba a necesitar a alguien de esta forma.
Se rio muy bajo, una risa apenas rota.
—Y justo tenía que ser contigo. La que siempre camina recta, que se mete en la boca del lobo con los labios apretados y las ideas claras. Yo… soy todo lo contrario. Desastre puro. Caos envuelto en cuero.
Su voz tembló apenas, pero no se quebró.
—Pero aun así… me viste. No lo que otros ven, ni lo que hice, sino quién podía ser.
Bajó la cabeza, hasta apoyar su frente contra la de ella, con infinito cuidado.
—Y ahora te necesito. Más que nunca.
El pecho de Caitlyn subía y bajaba con lentitud. Como si peleara por volver a despertar.
Vi se apartó solo un poco. La miró y su rostro estaba tan quieto que dolía.
—No sé si puedes escucharme. —Murmuró. —Pero si lo estás haciendo… más te vale estar fingiendo este coma para evitar que te regañe. Porque te juro, Cait, que en cuanto abras los ojos te vas a ganar un buen sermón.
Le acarició la mejilla con cuidado, como si temiera romperla. Un mechón de cabello suelto le cubría parte de la frente, y Vi lo apartó con ternura.
—¿Qué te dije sobre ir al frente sola? Siempre tan valiente… tan terca. ¿Tenías que ponerte justo en la línea de fuego? ¿Otra vez?
Se permitió una leve sonrisa. Una de esas que no llegan del todo a los labios, pero sí a la voz.
—Y ni creas que te vas a librar de mí así de fácil. Porque en cuanto despiertes, vamos a hablar de tus ideas de heroína dramática. Y sí, me refiero a lanzarte sin respaldo como si fueras invencible.
Su pulgar recorrió la línea de los dedos de Caitlyn, repasando cada uno con cuidado.
—Aún con todo esto… sigues viéndote hermosa. Incluso así, toda vendada, conectada a tubos, con el monitor pitando a cada rato. Claro, siempre tienes que dejarme en ridículo, ¿no?
La broma apenas ocultaba la emoción que le llenaba la garganta.
—Te dije que iba a cuidarte… y lo estoy cumpliendo. —Murmuró Vi, inclinándose más hacia ella. —Mis recuerdos volvieron, Cait. Todos ellos, ahora solo faltas tú.
Una lágrima bajó por las mejillas de la mujer pelirroja mientras miraba fijamente a Caitlyn.
—Mientras tú estés luchando por volver… yo voy a hacer una lista. —Murmuró, apenas un suspiro. —Una lista con todo lo que tenemos pendiente. Porque sí, pastelito… no has terminado aquí conmigo. Ni de cerca.
Le acarició el rostro con la yema de los dedos, despacio, como si trazara una línea invisible de regreso.
—Primero… quiero que salgamos de Piltover. Solo tú y yo. Un par de días lejos de todo esto. Sin informes, sin responsabilidades, sin el peso del apellido. Solo tú, yo, y aire limpio. Quiero verte caminar sin tener que revisar tus pasos.
Sonrió, apenas, sintiendo el peso de la nostalgia mezclado con algo parecido a esperanza.
—Después… vamos a ir a comer con Jericho. Y sí, ya sé que la última vez te ofrecí una babosa de las suyas y me miraste como si fuera lo más asqueroso del universo… pero esta vez lo haremos bien. Tú escoges el plato, yo finjo que no me ofende, y él promete no echarnos de su cocina. Trato hecho.
Sus dedos bajaron hasta enredarse con los mechones azules de su cabello.
—Y vamos a comer helado. Nunca lo hicimos, ¿sabes? No sé por qué. Tal vez porque siempre estábamos corriendo, huyendo, peleando… Pero esta vez, lo haremos. Quiero verte quejarte de que está muy dulce y luego verte robarme el mío sin ninguna culpa.
Hizo una pausa. Respiró hondo.
—Y también… quiero que vayamos a una fiesta. Una de verdad. De esas con luces feas, música fuerte y gente sudando por todos lados. Te prometo que no me escapo a la primera canción. Incluso bailaré contigo.
Se inclinó un poco más, como si susurrarle fuera un ritual de cuidado.
—Y después de todo eso… voy a decirte todo. Bien. Sin reservas. Sin sarcasmos ni muros. Porque ya no tengo miedo de amarte así, tan directo.
Vi cerró los ojos por un momento. Sus labios rozaron con cuidado la mano de Caitlyn.
—Pero para todo eso, necesito que regreses. ¿Me escuchas? No me dejes sola con esta lista. Tú y yo aún tenemos muchas cosas por vivir.
El sol comenzaba a hundirse detrás de las nubes, tiñendo el cielo de un naranja grisáceo. La luz entraba por la ventana de la habitación, proyectando sombras largas sobre el suelo. Todo se volvía más lento, más quieto. Como si el mundo también contuviera el aliento.
—Te estaré esperando…
Con esas palabras, se sentó y puso su cabeza a un lado de la cama de Caitlyn, sin decir más. Solo apretó su mano con fuerza, como si pudiera sostenerla en el presente con ese gesto. Como si, con eso, bastara para que no se soltara del todo.
No sabía cuánto tiempo pasaría, no sabía si Caitlyn la había escuchado, pero ahí estaría. Con la lista en la cabeza, con el corazón expuesto. Esperando el más mínimo gesto, una mirada, una palabra, cualquier cosa que significara que su pastelito volvía.
El día se apagaba.
Pero Vi no se movía, ni pensaba hacerlo.