Entre máscaras y cuervos
11 de septiembre de 2025, 14:03
El aire estaba espeso, casi pesado. El olor a incienso flotaba en la sala, pero algo más pesado, más visceral, también estaba allí: la tensión palpable, como si cada palabra pronunciada pudiera ser una sentencia. Los miembros de la Rosa Negra se mantenían en la penumbra, sus ojos brillando débilmente con la luz de las velas. El suelo resonaba bajo los pasos, y cada susurro parecía amplificado, como si los secretos se filtraran por las grietas de la sala.
LeBlanc estaba sentada en el centro de un salón oculto, cuyas paredes estaban cubiertas de tapices antiguos, símbolos arcanos y candelabros que ardían con llamas rojizas. El aire tenía un leve olor a incienso y metal. A su alrededor, miembros selectos de la Rosa Negra ocupaban sus lugares en la penumbra, rostros ocultos, miradas afiladas. Entre ellos, uno destacaba no por su volumen... sino por su aura.
Vladimir. Vestido con su habitual manto carmesí, su piel pálida como la cera, los ojos de un rojo profundo brillaban con desdén contenido. Jugaba con una copa dorada que giraba entre sus dedos como si fuese parte de un ritual delicado.
LeBlanc dejó que el silencio se estirara un momento antes de hablar. Su mirada recorría a los miembros del consejo como si estuviera leyendo cada uno de sus pensamientos. Vladimir, tan seguro de su poder, se permitía sonreír, pero LeBlanc sabía que su deseo de controlar todo siempre dejaba rastros. Aquella sonrisa no era más que una máscara de arrogancia. En cuanto a los otros... algunos temían las decisiones, otros deseaban el caos. Pero ella era quien decidía lo que sucedería a continuación.
—Ambessa ha caído. —Anunció LeBlanc con calma, su voz flotando sobre el aire espeso del salón. —Y aunque su hija, Mel, ha tomado el control formal de los asuntos diplomáticos de Noxus, su visión compasiva es un obstáculo. Una amenaza para nuestros verdaderos intereses.
Hubo murmullos. Algunos asentían con mesura. Otros, menos pacientes, ya fruncían el ceño.
Uno de los encapuchados habló.
—¿Y debemos temer a una Medarda sin ejército?
Fue Vladimir quien respondió antes que LeBlanc. Su tono era sedoso, casi melódico.
—La compasión es más peligrosa que la espada. El acero lo ves venir. Las ideas... se cuelan por las grietas. —Sonrió sin alegría. —Y esa niña ha visto demasiado de Piltover.
LeBlanc lo observó con una ceja ligeramente arqueada.
—Mel no es su madre, eso es claro. Tiene principios, y eso la hace más impredecible. —Hizo una pausa, sus dedos tamborileando el apoyabrazos de su silla. —Podemos manipularla, sí. Empujarla, desviar su voluntad. Pero si se convierte en un obstáculo, tomaremos otras medidas.
—¿Medidas...? —Dijo Vladimir con un destello de interés. —¿Como la que tomaste con la carta?
LeBlanc sonrió.
—No hay necesidad de apresurarnos. De momento, Mel está vigilada. Su ave mensajera ya no le pertenece. Interceptamos su tercer intento de contacto con Piltover.
—¿Y la respuesta? —Preguntó alguien más.
—No ha recibido ninguna. —Respondió LeBlanc con tono seco. —La carta fue reemplazada. Ahora Caitlyn cree que todo en Noxus es estable. Que Mel confía en los altos mandos. Y, por supuesto, que la tecnología Hextech no está en peligro.
Vladimir dejó que la copa se deslizara hasta apoyarse en el borde de la mesa. La miró como si pudiera leer en el fondo restos de sangre que no existían.
—Entonces... la comandante sigue viva. —Murmuró. —Interesante.
—Por ahora. —Dijo LeBlanc. —Pero es una pieza demasiado valiosa en este tablero. Ya hemos decidido qué hacer con ella.
Vladimir alzó la mirada. Había un brillo en su expresión. No euforia. Algo peor. Anticipación.
—Entonces, que la partida continúe. Pero recuerda, LeBlanc... —Bajó la voz. —Si tus planes fallan, no será tu magia la que los mantenga con vida. Será mi sed. Y yo, querida, tengo mucha.
LeBlanc sostuvo su mirada un segundo. Luego asintió levemente, sin perder la sonrisa.
—No fallaré.
Y en el centro de la sala, el fuego titiló, proyectando sombras que danzaban en las paredes como presagios. El juego acababa de comenzar, y la sangre, como siempre en Noxus, sería la moneda con la que se pagaría cada movimiento.
El gran salón del consejo estaba frío y solemne. Las altas columnas proyectaban sombras angulosas sobre el mármol oscuro, y los estandartes imperiales colgaban como testigos silenciosos de cada palabra pronunciada allí.
Mel se sentía como una pieza de porcelana en medio de una partida de ajedrez hecha de acero.
Frente a ella estaban Swain, de pie con las manos cruzadas tras la espalda, y un hombre al que no había visto antes. Se presentó como Grimp, líder de innovación tecnológica de Noxus. Su rostro era afilado, consumido por noches sin sueño. Sus dedos largos y nerviosos se movían constantemente, como si trazaran esquemas invisibles en el aire.
—Señorita Medarda, He escuchado maravillas sobre la tecnología Hextech. —Dijo Grimp, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Según mis informes, Piltover ha logrado hazañas impresionantes.
Mel lo observó detenidamente. Cada gesto. Cada palabra. No era como Jayce. No tenía su pasión ni su genio desbordante. Grimp era otra cosa: más pragmático, más oscuro. Parecía obsesionado, y eso la inquietaba.
—Así es. —Respondió con voz firme. —Pero su uso no debe limitarse a lo militar. Hextech puede cambiar vidas, no solo ganar guerras.
Swain intervino con su tono grave y medido.
—Ambessa nunca entendió eso. —Comentó. —Estaba cegada por la victoria inmediata. Tú, en cambio, Mel, tienes la capacidad de ver más allá del campo de batalla.
Mel no respondió de inmediato. Lo miró con atención, buscando el doble filo oculto en sus palabras. Con Swain, siempre lo había.
Grimp por su parte, no dejó de moverse, como si cada palabra que salía de su boca fuera una chispa que prendía un nuevo fuego en su mente. Su mirada se iluminaba al hablar de la tecnología Hextech, pero algo en su tono mostraba que no entendía por qué Mel no compartía su entusiasmo por utilizarla con fines militares.
—Lo que Piltover ha logrado... es solo el principio. La Hextech es el futuro, Mel. ¡El futuro! Y tú... —Una sonrisa delgada cruzó su rostro. —No puedes ocultar que, en el fondo, también lo ves como yo.
—La visión sin integridad es solo ambición disfrazada. —Dijo finalmente. —Y no pienso convertir a Noxus en un reflejo deformado de lo que Piltover luchó por proteger.
Grimp ladeó la cabeza, interesado.
—Una postura noble. Pero Demacia no comparte tu filosofía. Y Noxus no puede darse el lujo de perder.
—La guerra no se detendrá solo porque lo deseamos. —Continuó. —La única salida es una victoria que garantice paz duradera. Y tú podrías ayudarnos a lograrlo.
Mel lo miró con dureza. Sus dedos se cerraron ligeramente sobre el borde de la mesa. Apretó los dientes, sintiendo el peso de las decisiones que tenía que tomar. La idea de entregar la tecnología Hextech para la guerra le revolvía el estómago. Había visto las consecuencias en Piltover. La tecnología no era solo una herramienta; era un arma, un riesgo que podría cambiar el curso de la historia. Pero no podía mostrar dudas frente a Grimp, ni frente a Swain. No sin saber si el próximo paso sería el último.
—Jamás entregaré la tecnología Hextech como herramienta de destrucción. —Declaró. —Y en todo caso, queda poco por entregar. Tras la muerte de Jayce y la desaparición de Viktor, esa tecnología casi ha desaparecido. Solo queda un artefacto en uso activo.
Grimp frunció ligeramente el ceño.
—¿Cuál?
—Un rifle. —Respondió. —En manos de la comandante Caitlyn Kiramman. Y confío en que seguirá siéndolo.
El silencio se apoderó de la sala por un momento. Grimp cruzó los brazos, frustrado. Swain, en cambio, asintió levemente, como si hubiera obtenido justo la información que buscaba.
—Una lástima. —Dijo el científico en voz baja. —Las posibilidades eran infinitas.
Luego, recuperó su tono diplomático.
—Aun así, quizás te interese conocer nuestras propias investigaciones. Tal vez haya algo útil para ti... desde una perspectiva estratégica, por supuesto.
Mel asintió sin sonreír.
—Estoy aquí para conocer todo el tablero. Solo así puedo decidir cómo jugar esta partida.
El encuentro terminó poco después, pero cuando Mel se retiró de la sala, sentía el corazón acelerado bajo el vestido. Sabía que algo no estaba bien. Las palabras de Swain eran demasiado calculadas. La forma en que Grimp la miraba... como si ya la estuviera desmontando pieza por pieza.
Y lo peor era que su intuición no fallaba.
Una vez que Mel abandonó la sala, Swain se giró lentamente hacia el científico con una expresión tranquila, pero que escondía una amenaza velada. Grimp sintió cómo un escalofrío recorría su espalda mientras el silencio se apoderaba del ambiente.
—Grimp. —Pronunció Swain lentamente. —Hay algo más que deseo que desarrolles para mí.
El científico asintió, nervioso pero intrigado por lo que el líder pudiera querer de él. Swain se acercó lentamente, sus pasos resonando en la habitación.
—Necesito una cámara especial, una capaz de drenar la energía arcana de un individuo para transferirla a otro. Imagínalo: canalizar esa energía, controlarla y otorgársela a quien nosotros decidamos.
Grimp se quedó helado un instante. Como científico, la idea lo fascinaba enormemente, pero éticamente sabía que cruzaba límites peligrosos.
—Es... una propuesta intrigante, general Swain. —Respondió con cautela. —Pero también extremadamente peligrosa. Manipular directamente energía arcana en seres vivos puede tener consecuencias impredecibles.
Swain lo miró fijamente, penetrando con su fría mirada en la incertidumbre del científico.
—El peligro es relativo, Grimp. Y las recompensas, infinitas. Esto no es una petición, sino una necesidad estratégica. Confío en que tienes la capacidad para lograrlo.
El tono de Swain no daba espacio a la negativa. Grimp, tragando saliva, decidió ceder ante la presión, a sabiendas de que no tenía opción.
—Muy bien, general. Poseo los materiales y el conocimiento técnico necesarios para comenzar de inmediato. Sin embargo, hay un problema significativo. —Explicó Grimp, mientras sus ojos brillaban con verdadera curiosidad científica. —Para poder canalizar y drenar energía arcana de un individuo vivo, necesito una fuente arcana estable que permita el estudio profundo de su comportamiento. Solo algo como una gema Hextech podría proporcionarme la precisión que requiero para desarrollar el dispositivo.
Swain dibujó una sonrisa fría y segura.
—Tendrás esa gema Hextech, Grimp. Comienza tus preparativos. Me aseguraré personalmente de conseguir lo que necesitas. Solo no me falles. —Concluyó, dejando clara la amenaza implícita en su voz.
Grimp asintió lentamente, consciente de que acababa de sellar su destino. Swain salió de la sala con paso firme y decidido, dejando atrás al científico con sus pensamientos y su inquietud ante lo que se avecinaba.
La noche en Noxus era densa, casi sofocante. A través del ventanal de la habitación de Mel, la ciudad se extendía como un océano de sombras y fuego, lejana y cruel. El viento apenas soplaba, y el silencio del palacio era inquietante. Mel se sentía encerrada en una prisión de mármol y oro, rodeada de lujos que no le pertenecían, ni la consolaban.
Sentada frente al escritorio, iluminado por la luz temblorosa de una lámpara de aceite, sostenía la pluma con dedos temblorosos. El papel frente a ella era liso, blanco, intimidante. Había comenzado esta carta tres veces, y tres veces la había roto.
Esta vez, debía terminarla.
Tomó aire, cerró los ojos y dejó que el peso de la distancia y la incertidumbre se derramara por la tinta.
«Querida Caitlyn,
He comenzado esta carta más veces de las que me atrevo a admitir. Tal vez porque temo lo que tengo que decirte... o tal vez porque me aterra que no la leas.
Desde que llegué a Noxus, he intentado mantener la cabeza alta, hacer valer lo que aprendí en Piltover, y proteger aquello en lo que aún creo. Pero hay algo... podrido aquí. Algo que se mueve en las sombras, incluso entre aquellos que se sientan a mi mesa.
He enviado tres cartas antes que esta, y el silencio que las ha seguido me consume.
¿
Estás bien?
¿
Estás viva, Caitlyn? He leído cada noticia, cada informe con manos temblorosas. Y, aun así, no sé nada. No saber de ti es un peso que me parte por dentro.
Debes tener cuidado. Noxus ha puesto sus ojos en la tecnología Hextech, y tú eres el último eslabón. Tu rifle es más que un arma. Es una llave. Una amenaza. Una obsesión para algunos de los hombres más peligrosos que he conocido.
No confíes en nadie. Ni siquiera en quienes fingen compartir tus ideales. La guerra tiene muchos rostros, Caitlyn... y algunos sonríen demasiado.
Si estás leyendo esto, quiero que sepas que sigo pensando en ti y toda la gente que conocí en Piltover. Cada día. Cada noche. A veces sueño con los días donde todo era más sencillo y Piltover era la cumbre de la paz y el progreso con la única preocupación de seguir tomando las mejores decisiones para nuestro pueblo. Si pudiera elegir dónde estar ahora... sería definitivamente a tu lado ayudándote mientras sigues deambulando en la fina línea de la vida y la muerte.
Con sincero afecto,
Mel Medarda»
Mel leyó la carta en silencio, sin corregir una sola palabra. Su vista se nubló por un instante, y tuvo que parpadear varias veces antes de sellarla con el emblema de la Casa Medarda. La cera roja se endureció sobre el papel como un juramento.
Se levantó con lentitud y cruzó la habitación hasta el balcón. Allí, en una pequeña jaula de plata, una de sus aves mensajeras dormía con el plumaje recogido.
La tomó con suavidad.
—Vuela segura y veloz. —Susurró con una voz rota. —Y que ella... por favor, que ella esté bien y pronto podamos volver a vernos.
Ató la carta con cuidado a su pata, abrió la jaula, y la vio desaparecer en el cielo nocturno, como una esperanza arrojada al abismo.
Mel se quedó en el balcón largo rato, mirando hacia el norte. Hacia Piltover. Como si pudiera romper la distancia con los ojos. Como si, al desearlo con suficiente fuerza, pudiera volver a estar junto a toda la gente que conoció.
Y aún en la fría altura de Noxus, con todo el imperio a sus pies, lo único que deseaba... era volver a casa.
En una sala profunda del bastión imperial, muy por debajo de los pasillos que conocía el pueblo, ardía un fuego perpetuo en un brasero de piedra negra. A su alrededor, tres figuras de poder compartían el silencio con la gravedad de un juicio.
Swain, erguido, con las manos enlazadas detrás de la espalda, observaba el fuego como si pudiera ver el futuro en sus llamas. Darius, a su izquierda, permanecía inmóvil, con los brazos cruzados y los ojos endurecidos. LeBlanc, como siempre, elegante y enigmática, apenas visible bajo el capuchón que cubría parte de su rostro.
Swain fue el primero en hablar.
—¿Tenemos algo sobre Mel?
LeBlanc dio un paso al frente. Su tono era suave, casi melódico.
—Es difícil espiar a alguien con el vínculo arcano que ella posee, pero no imposible. Logré interceptar su última carta. —Alzó una mano. Un pequeño cuervo negro emergió de las sombras y se posó sobre su brazo. En su pata llevaba una carta sellada con cera roja.
—¿Qué decía? —Preguntó Darius.
—Una advertencia más. —Respondió ella. —Dirigida a la comandante Caitlyn Kiramman. Mel sospecha que estamos interesados en la tecnología Hextech y teme que alguien intente tomar el rifle.
—Por lo que veo la información no llegará a la comandante. —Intervino Swain.
LeBlanc sonrió apenas.
—No. —Abrió la mano, y el cuervo desapareció en un leve destello de luz púrpura. —La reemplacé con un mensaje más... tranquilizador. Todo lo que sabe Caitlyn, es que Noxus está en calma. Nada que temer.
—Perfecto. —Asintió Swain, dando un paso hacia el centro de la sala. —Entonces es momento de actuar.
Darius frunció el ceño.
—¿Seguro que estamos listos?
—Tenemos a Grimp desarrollando lo que necesitamos. Solo nos falta la última pieza. —Swain alzó la mirada. —Y esa pieza... está en Piltover.
Se giró hacia las sombras al fondo de la sala.
—Puedes entrar.
Del umbral surgió una figura alta y esbelta, con pasos tan suaves que apenas sonaban sobre el mármol. Vestía de blanco y negro, con una capa larga que rozaba el suelo, y una máscara inexpresiva de porcelana que solo dejaba ver unos ojos brillantes, llenos de algo inquietante: deleite, locura, inspiración.
Jhin entró con pasos suaves, casi sigilosos, como un felino acechando a su presa. Sus ojos, ocultos tras la máscara de porcelana, brillaban con una luz peligrosa, como si estuviera analizando cada rincón de la sala. No hablaba rápido, ni con prisa. Cada palabra que decía parecía medida, como si estuviera disfrutando el propio arte de la conversación, jugando con ellos tanto como con la muerte misma.
—Un escenario digno de una tragedia. —Dijo con voz baja y musical. —Piedra negra, fuego eterno, máscaras... me agrada.
Swain no pestañeó.
—¿Entendiste lo que se espera de ti?
—Por supuesto. —Asintió Jhin, caminando en círculos como un artista frente a un lienzo. —Una muerte que no solo rompa el cuerpo, sino también el alma de la ciudad. Una obra maestra. El acto final de una heroína.
—No solo eso. —Corrigió Swain. —Quiero la gema Hextech. Completa. Intacta. Es tu principal prioridad.
—Y la segunda, una obra maestra… con nombre propio. —Murmuró Jhin, mientras giraba una bala entre sus dedos. —La comandante Caitlyn Kiramman.
Darius lo observó con frialdad.
—¿No crees que estás exagerando? Solo basta con robas la gema, es todo lo que necesitamos.
—La muerte no es solo una acción. —Dijo Jhin con una reverencia burlona. —Es arte. Y como todo arte, debe ser... inolvidable.
Swain giró hacia Darius.
—¿Todo está listo en Piltover?
—Nuestros hombres ya se están infiltrando a través del puerto. —Confirmó. —Contratamos un pirata para moverlos en lotes, camuflados como carga. Nadie sospechará de Noxus. Ni siquiera los inspectores de Zaun lo saben.
—¿Y el barco? —Preguntó LeBlanc.
—Un casco viejo que perteneció a un pirata de Noxus hace tiempo atrás. Lo vendimos a un traficante de Zaun para cubrir nuestras huellas. Ahora debe estar muerto para no dejar cabos sueltos.
Swain asintió, complacido. Luego volvió a mirar a Jhin.
—¿Estás listo para partir?
Jhin dio una vuelta sobre sí mismo como si saludara a una audiencia invisible. Luego inclinó la cabeza.
—Cada movimiento... cada explosión... cada nota... ya está escrita. Solo resta encender las luces.
Swain se acercó un paso más.
—Una vez estes en Piltover repórtate con el general Slinker, él te pondrá al tanto de todo. Probablemente necesitarás infiltrarte en alguna banda criminal de Zaun para pasar desapercibido. —Sus ojos ardían ante sus palabras. —Hazlo limpio. Hazlo perfecto. Pero sobre todo... que nadie entienda lo que ocurrió hasta que sea demasiado tarde.
Jhin sonrió bajo su máscara.
—La belleza está en el desconcierto. Cuando todo se derrumba... recién ahí escuchan la música.
Swain extendió una mano.
—Entonces que comience el espectáculo.
La puerta se cerró tras Jhin, y el silencio se extendió en la sala, pesado y ominoso. Swain, siempre calculador, parecía estar a un paso de dar su siguiente orden. Pero Mel, al otro lado del palacio, ya estaba tomando su propia decisión. Sabía que los hilos de su futuro estaban atados a cada palabra pronunciada, y su mente ya no podía detenerse. La carta enviada, la incertidumbre que pesaba sobre Caitlyn... todo era un juego de ajedrez, y Mel ya estaba lista para hacer su siguiente jugada.
El telón no había caído. Solo se estaba levantando.