ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Ecos de la Eternidad

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La luz no tenía dirección. El sonido no era más que una melodía suspendida en la eternidad. Jayce flotaba en un plano sin forma, sin tiempo, sin carne. Lo envolvía una calma imposible, pura, como si el universo entero lo acunara entre sus manos invisibles. No sentía su cuerpo, pero sí su conciencia. Y lo que más le sorprendía... era la paz. No había dolor. No había culpa. Solo silencio... y algo más. Una vibración distinta se acercó, leve al principio, como el roce de una memoria perdida. Luego, como un pulso. Una energía cálida que él habría reconocido incluso en mil vidas. —Jayce... —Susurró aquella voz en la eternidad. —¿Puedes sentirlo? La conciencia de Jayce tembló, no de miedo, sino de reconocimiento. No necesitaba ver. Lo sabía. —Viktor... —Respondió, y el peso de todos los años vividos entre ellos se condensó en una sola palabra. —Has cruzado el umbral. —Dijo Viktor. —Estás entre lo que fuiste... y lo que aún puedes ser. Jayce giró lentamente, como si sus pensamientos buscaran fundirse con los de su antiguo amigo. —¿Esto es la muerte? —Preguntó con voz baja. —Porque si lo es... es más hermoso de lo que imaginé. —No lo es del todo. —Dijo Viktor. —Este plano es una intersección. Aquí, las almas se encuentran antes de decidir si siguen adelante... o si regresan. Es el plano arcano. —Pero no siento miedo. —Confesó Jayce. —Siento que, por primera vez, todo tiene sentido. Que mi alma... no está rota. —Porque aquí no tienes que cargar con los errores. —Explicó Viktor. —Aquí eres solo lo que verdaderamente fuiste. Lo que aún puedes ser. Jayce permaneció en silencio. La energía de Viktor danzaba a su alrededor. No lo veía, pero lo sentía. Era cálido. Real. Honesto. Y por primera vez en mucho tiempo, no había odio entre ellos. No había reproches. Solo presencia. —Nunca creí que volvería a tenerte cerca. —Murmuró Jayce. —Y sin embargo, no me sorprende. Esto... se siente como el lugar correcto. —Siempre fuimos parte del mismo principio. —Dijo Viktor. —Dos ideas que nacieron del mismo deseo: cambiar el mundo. Solo que tomamos caminos distintos... y nos olvidamos de mirar atrás. Jayce sintió un nudo que no era físico, pero sí real. —Lo lamento, Viktor. —Dijo con la voz quebrada. —Por cómo te traté. Por lo que dejamos de ser. —Y yo lo lamento por no detenerme antes. —Respondió él. —Por no escuchar cuando más lo necesitabas. Por pensar que podía cargar con todo... sin ti. Un silencio reverente los envolvió. Y en ese plano eterno, las emociones se convirtieron en luz. La culpa, el amor, la pena, el respeto, todos flotaban entre ellos como hilos de energía dorada, cruzando de uno a otro, entrelazándolos. —¿Y ahora qué debe pasar? —Preguntó Jayce, temiendo la respuesta. —Ahora decides. —Dijo Viktor con suavidad. —Pero te diré algo... No es tu momento. Aún no. Jayce sintió una punzada de angustia. —¿Qué quieres decir? —Aún no has terminado allá abajo. —Dijo Viktor. —La oscuridad que viene... es distinta a todo lo que has enfrentado. Piltover necesita una voz. Y tú... aún eres esa chispa que puede encender la esperanza. Jayce se removió, como si la idea lo incomodara. —No sé si puedo. —Confesó. —He perdido a todos. Perdí el control. Perdí la fe en mí mismo. —Y por eso mismo eres el indicado. —Respondió Viktor. —Porque conoces el dolor. Porque viviste el fracaso... y aún puedes elegir levantarte. Eso es lo que te hace humano, Jayce. Jayce bajó la mirada, o al menos creyó hacerlo. En ese plano no había gestos físicos, pero sí intención. Lo sentía todo. El calor de Viktor. Su aceptación. Su perdón. Su amor. —¿Me perdonas? —Preguntó con un hilo de voz. —Siempre lo hice. —Dijo Viktor. —Lo supe incluso cuando te alejaste. Siempre fuiste parte de mi motor. De mi visión. Pero más allá de eso... siempre fuiste mi amigo. Jayce sintió su alma contraerse. Algo dentro de él, una herida vieja, comenzó a cerrarse lentamente. —No quiero perderte otra vez. —Murmuró. —Lo eres todo para mí. —No lo harás. —Le aseguró Viktor. —Estaré en tu memoria. En cada chispa que enciendas. En cada decisión noble que tomes. Allí estaré... observándote. Jayce tembló. —¿Entonces debo volver? —Sí. —Dijo Viktor. —Pero lleva esto contigo: tu compasión es más poderosa que tu martillo. Tu fe en los demás... es tu verdadera fuerza. —Viktor... —Susurró Jayce. —Gracias. Por no rendirte conmigo. Por esperarme... incluso aquí. —Y tú... —Dijo Viktor con dulzura. —Gracias por recordarme que, incluso entre las máquinas, el alma importa. Jayce comenzó a desvanecerse. Sentía cómo su conciencia era arrastrada hacia la forma, hacia el cuerpo. Una luz intensa lo envolvía. El plano comenzaba a cerrarse. —Volveré. —Dijo Jayce con firmeza. —Y haré lo que tenga que hacer. Te lo prometo. —Entonces ve. —Respondió Viktor. —Y cuando llegue tu momento... aquí estaré. Como siempre. Esperándote. La última imagen fue una ráfaga de luz. Y la voz de Viktor, grabada en su alma: —Nos volveremos a encontrar, Jayce. Lo sé. Y Jayce cayó. Pero no hacia el abismo... ...sino hacia el mundo. El dolor llegó primero. Como una lanza de fuego atravesándole la espalda, como un golpe seco en el pecho, como el alma siendo arrancada y devuelta al cuerpo con violencia. Jayce abrió los ojos en medio de una luz cegadora, y al instante el mundo real se lo tragó. El frío lo golpeó como una muralla viva, desgarrando su aliento y paralizando sus músculos. El aire era espeso y helado, cada bocanada ardía como si respirara cristales. La nieve azotaba su rostro con rabia, pegándose a su piel desnuda, quemándolo con su roce blanco. Su cuerpo temblaba sin control. Estaba completamente desnudo, salvo por una cinta metálica ajustada en su muñeca derecha: una especie de brazalete rúnico, brillante, que latía con una tenue luz arcana, muy parecido al que tenía antes de los acontecimientos de Piltover. La runa, ahora formaba parte de su carne, incrustada como un tatuaje viviente. Las venas cercanas a la marca brillaban bajo su piel con un tono azul pálido, como si la energía fluyera por ellas como un río subterráneo. Su espalda estaba marcada por delgadas cicatrices que parecían recientes, como si el acto de volver hubiera dejado su huella. Los músculos, aunque firmes, estaban tensos por la contracción involuntaria del frío. Su respiración era errática, con el pecho subiendo y bajando entre jadeos dolorosos, y en sus labios se acumulaba sangre seca, fruto de la resequedad extrema que le había provocado el retorno abrupto. Jayce cayó de rodillas, sus dedos entumecidos aferrándose a la escarcha. Era humano otra vez. Vulnerable. Pero también... diferente. —Aaah... —Jadeó, cayendo de rodillas, sus manos temblorosas hundiéndose en la escarcha. Todo su cuerpo gritaba. Dolor. Tormento. Confusión. Ya no flotaba en el abrazo cálido del plano arcano. Ahora lo envolvía el crujido del hielo, el viento afilado, el gemido salvaje de una tormenta que no perdonaba. Su pecho se agitaba en espasmos. Su piel, amoratada por el frío, parecía a punto de romperse. Gotas de sangre comenzaban a manar de pequeñas grietas en sus labios, en sus nudillos. Cada segundo era una batalla. El alma queriendo seguir... el cuerpo rindiéndose. —¿Dónde... estoy? —Susurró con la mandíbula tensa. Se miró la muñeca. La runa seguía allí, grabada en su piel como si la energía arcana no quisiera abandonarlo del todo. Pulsaba. Un resplandor tenue, casi imperceptible, pero constante. —Viktor... —Murmuró. —¿Estás... conmigo? La runa respondió con un brillo más fuerte, como un corazón latiendo una sola vez. Un mensaje silencioso. Un vínculo persistente. Un recordatorio: no estaba solo. Pero eso no bastaba. No en ese lugar. No con la tormenta rugiendo como una bestia viva a su alrededor. Trató de avanzar. Un paso. Otro. Sus piernas eran columnas de plomo. El suelo se sacudía bajo sus pies. El aire helado lo cortaba por dentro. No sabía hacia dónde iba, solo que no podía quedarse allí. Morir sería traicionar a Viktor. Sería inútil. —¡Agh...! —Cayó al suelo, la nieve recibiéndolo como una tumba abierta. El cielo giraba sobre su cabeza. Blanco, gris, furioso. Quería rendirse. Quería cerrar los ojos. Quería regresar al lugar donde Viktor lo sostenía con palabras y calma, no este infierno blanco sin sentido. —¿Esto era parte del plan, Viktor? —Susurró Jayce al viento, entre la rabia y la desesperación. —¿Tu despedida… era castigo? Pero entonces... Una voz. —¡¿Hola?! —Gritó alguien, apenas audible entre la ventisca. —¡¿Hay alguien ahí?! Jayce apenas pudo alzar la cabeza. Vio una figura acercándose entre la neblina de nieve: pequeña, envuelta en una capa, con una linterna que parpadeaba como una estrella débil. Se detuvo frente a él. El rostro de la joven estaba enrojecido por el frío, pero sus ojos azules brillaban con intensidad. Era una luz suave en medio del caos. —Por los cielos... —Murmuró, arrodillándose junto a él. —¿Estás vivo? Jayce intentó hablar, pero solo tosió. Ella no dudó. Se quitó la mochila del hombro, sacó una gruesa manta y lo envolvió con rapidez. —Vamos, tienes que moverte. —Dijo mientras pasaba su brazo por debajo del de él. —No puedes quedarte aquí, la tormenta va a empeorar. —¿Quién...? —Logró murmurar, con la garganta reseca. —¿Quién eres? —Luxanna. —Respondió ella sin mirarlo, concentrada en mantenerlo en pie. —Pero dime Lux. No hables mucho. Guarda fuerzas. Jayce apenas lograba mantenerse erguido. Se apoyaba más en ella que en sus propios pies, y, aun así, sentía que se desvanecería en cualquier momento. Lux lo sostuvo con firmeza, guiándolo hacia un desnivel en la roca que se abría como una grieta estrecha entre dos formaciones heladas. —Allí —Señaló. —Es pequeño, pero servirá. El refugio era poco más que un hueco en la montaña, apenas lo suficiente para protegerlos del viento, pero era cálido en comparación con la ventisca que aullaba afuera. Lux ayudó a Jayce a sentarse contra la pared más protegida, lo cubrió con la manta y le dedicó una mirada preocupada antes de salir nuevamente al frío. —No te muevas. Volveré enseguida. Durante unos minutos que a Jayce le parecieron eternos, escuchó apenas los pasos de Lux alejarse, amortiguados por la nieve. Cerró los ojos, temblando, pero resistiendo. Poco después, volvió a oírla, jadeando, con un puñado de ramas y leños envueltos en escarcha. Lux se arrodilló frente a él, sopló sobre sus dedos para recuperar algo de calor y frotó dos piedras rúnicas con rapidez. Una chispa de luz dorada estalló entre sus manos y prendió la madera con un estallido suave. El fuego crepitó tímidamente, creciendo poco a poco hasta iluminar el pequeño refugio con un resplandor cálido. Jayce lo miró como si fuera un milagro. —Bien hecho. —Susurró, apenas audible. Lux sonrió débilmente mientras se sentaba frente a él, sacándose la capa mojada. —Nada como una buena fogata... y una segunda oportunidad. Se incorporó un momento, abrió su mochila y comenzó a rebuscar entre los compartimentos. Sacó una muda de ropa envuelta en una tela gruesa: un pantalón de lana, una camisa de tejido rústico y una chaqueta corta de piel curtida. —Toma. —Dijo mientras se los extendía con cuidado. —No son de tu talla, pero al menos te van a mantener caliente. Jayce la miró, con el temblor aún apoderado de sus manos. Tomó las prendas con dificultad, y sus dedos se aferraron a la tela como si fuera un ancla. —Gracias... —Dijo, apenas audiblemente. —No es nada. —Respondió ella, apartando la mirada para darle un poco de privacidad. —Vístete con calma. Te encontré justo a tiempo... —Susurró luego, casi para sí misma. —La voz no se equivocó. Jayce la miró entre parpadeos. Su aliento colgaba en el aire como humo espeso. —¿Qué voz? Lux dudó unos segundos antes de contestar. —Una entidad... apareció en mis sueños hace algunas noches. —Dijo al fin. — No tenía nombre, ni rostro. Pero su presencia era... antigua. Como si no hablara con palabras, sino con intención. Me dijo que debía ir al norte, a la grieta de los vientos. Que alguien que portaba una luz dormida volvería. Y que esa luz... cambiaría lo que vendría después. Jayce sintió un temblor en el estómago. —¿No sabías quién era? —No. Solo que debía encontrarte. Que ibas a necesitar ayuda. Que Runaterra aún te necesitaba. —¿Y por qué tú? —Preguntó finalmente, con una mezcla de curiosidad y reverencia. Lux bajó la mirada hacia la fogata. Una chispa de luz se formó en su palma sin que ella lo notara, como un reflejo inconsciente. —No lo sé. Siempre he sentido que lo arcano me habla distinto. Como si... yo fuera una especie de canal. Desde niña he oído susurros cuando estoy sola. Y cuando toco la luz, siento que no es solo magia. Es memoria. Es propósito. Jayce la observó con detenimiento, comprendiendo por qué Viktor había confiado en ella. —Tal vez no solo viniste a buscarme. Tal vez viniste a recordarme quién soy. El viento sopló más fuerte. La tormenta recrudecía. Los copos de nieve golpeaban con violencia y la visibilidad caía en picada. —Gracias. —Susurró Jayce con la voz rota. —No sé cómo... pero sabía que alguien vendría. Él no me habría dejado solo. Lux lo miró, confundida. —¿Él? Jayce bajó la vista hacia la runa que brillaba suavemente en su muñeca. —Un amigo. —Murmuró. —El mejor que tuve. La llama crepitó entre ellos. Y afuera, la tormenta continuó su danza salvaje, sin saber que allí, en un rincón olvidado del mundo, algo importante acababa de comenzar. El fuego crepitaba suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de roca. La tormenta afuera seguía rugiendo como una bestia herida, pero dentro de la grieta, todo era calma. Un silencio íntimo, cálido, casi reconfortante. Jayce estaba envuelto en la capa que Lux le había dado. Su cuerpo aún tiritaba, aunque menos. La runa en su muñeca brillaba de forma estable, como si ese pequeño fragmento arcano latiera al compás de su corazón. Lux se había acomodado a unos pasos de él, con las piernas cruzadas frente al fuego. Observaba las llamas con atención, pero su mirada viajaba más lejos que el presente, más allá del refugio. Como si también ella estuviera perdida en una tormenta invisible. Jayce rompió el silencio con voz baja. —Tu magia... veo que no es como la que conocí en Piltover. —Comentó. —No hay crudeza en ella. No es agresiva. Es... luminosa. Lux sonrió suavemente. —La luz es parte de mí. —Dijo. —Y yo aprendí a dejar que fluyera sin miedo... aunque eso me haya costado más de lo que imaginé. Jayce la miró con interés, ladeando ligeramente la cabeza. —¿De dónde vienes? Lux desvió la mirada al fuego, pensativa por un segundo. —Demacia. —Respondió al fin. Jayce arqueó las cejas con sorpresa. —¿Demacia? ¿Una maga? Eso no es común. Ni siquiera seguro. —No. —Confirmó con amargura en la voz. —Nací en un lugar que considera la magia una enfermedad. Algo que debe reprimirse... o eliminarse. Pero no podía ignorarlo. La luz estaba en mí. Desde siempre. Como una voz que me pedía nacer. Aprendí a ocultarla. Luego a usarla en secreto. Y al final... tuve que huir. Jayce asintió lentamente. —Debió ser difícil. —Lo fue. —Admitió. —Pero con el tiempo encontré caminos. Personas. Y un propósito. Ahora... vivo en una cabaña cerca de aquí. Aislada, sí. Pero libre. —¿Sola? —Preguntó con un dejo de curiosidad. Lux dudó un instante. —No del todo. —Respondió. —Vivo con alguien... de Piltover. Jayce ladeó el rostro, interesado. —¿Piltover...? —Repitió. Pero no insistió. Notó que Lux había bajado la mirada, como si ocultara más de lo que decía. Lo dejó pasar. No por falta de interés, sino por respeto. Ambos se quedaron en silencio unos instantes, escuchando el rugido lejano de la ventisca. El fuego crepitaba con constancia, como si tejiera un lazo invisible entre ellos. Jayce miró la runa de su muñeca, que seguía pulsando con fuerza tranquila. —Me llamo Jayce. —Dijo finalmente. —Jayce Talis. Lux levantó la vista, con un destello de sorpresa en sus ojos. —¿Jayce...? —Repitió con tono reverente. —He oído hablar de ti. Hextech. Piltover. Eres una leyenda... aunque muchos decían que habías muerto. —Lo hice. —Respondió él, sin dramatismo. —O algo así. Entonces comenzó a contar. No con grandilocuencia, sino con una voz áspera y sincera. Habló de su juventud como científico, de su alianza con Viktor, de los sueños que compartieron, de la creación de la tecnología Hextech. De cómo la política, la guerra, la ambición y el dolor destruyeron todo. De su caída final, la explosión, y el lugar extraño donde se encontró flotando junto a Viktor… entre la eternidad y la disolución. —Estaba listo para quedarme allí. —Confesó. —Pero Viktor no me dejó. Dijo que aún había cosas por hacer. Que debía volver. Lux lo escuchaba sin interrumpir, como si cada palabra fuera una pieza de un gran rompecabezas. Su mirada no era la de alguien que juzga, sino la de alguien que comprende. —La energía arcana... —Dijo ella en voz baja. —Te envolvió, ¿verdad? Jayce asintió. —Sí. Pero era más que energía. Era... conciencia. Memoria. Sentimiento. Era Viktor. La runa brilló en su muñeca, como si respondiera. Lux lo observó con detenimiento, fascinada. —Esa runa... nunca había visto algo así. —Es lo que queda de él. —Explicó Jayce. —Un fragmento de su alma... o de su magia. No lo sé. Pero me guía. Me sostiene. Por unos segundos, Lux se quedó en silencio, luego extendió la mano lentamente, sin tocarlo. —¿Puedo...? Jayce dudó un instante, luego giró su muñeca hacia ella. La luz de la runa se intensificó al sentir su cercanía. Cuando los dedos de Lux se posaron cerca, sin siquiera tocarla, una chispa de energía se encendió entre ellos. No era agresiva, sino cálida. Serena. Como si sus esencias se reconocieran. Ambos sintieron lo mismo. Una conexión. —Tu luz... —Susurró Jayce. —No se siente diferente a la de él. No en su forma, pero sí en su intención. Es como si... hablaran el mismo idioma. Lux sonrió suavemente, con los ojos brillando. —Tal vez es porque no nacimos para destruir... sino para sostener. Las palabras quedaron flotando en el aire, tan suaves como el resplandor del fuego. El cansancio comenzó a caer sobre ellos como un manto. Jayce apoyó la espalda contra la roca, cerrando los ojos por un momento. Lux cubrió el fuego con unas piedras, dejándolo vivo pero tenue. —Descansa. —Le dijo con voz suave. —Ya pasó lo peor. Jayce no respondió. Ya respiraba más lento. Más profundo. Lux también se acomodó, envuelta en su capa, a unos pasos de él. Afuera, la tormenta comenzaba a ceder. Y adentro, dos luces distintas, una de ciencia, otra de magia, habían empezado a encontrar su punto en común. La noche los envolvió sin palabras. Porque en el silencio... la conexión ya estaba hecha. El amanecer no se dejó ver entre las nubes, pero el viento cambió. Ya no aullaba como una bestia furiosa. Ahora era apenas un murmullo helado, como el suspiro final de una tormenta rendida. Jayce y Lux avanzaban por un sendero blanco, sus capas ondeando con cada paso. La nieve crujía bajo sus botas, y el bosque de coníferas se alzaba a su alrededor, silencioso, majestuoso, cubierto por un velo níveo. El camino era estrecho, pero sus corazones, por primera vez en mucho tiempo, se sentían un poco más ligeros. —Aún no puedo creerlo. —Murmuró Jayce, observando las huellas que dejaban atrás. —Estoy caminando. De nuevo. En este mundo. Con aire frío en los pulmones y nieve en los pies. Es real. Lux lo miró de reojo, sonriendo. —¿No te parece un poco injusto que la vida te reciba con una tormenta de muerte? —Lo merezco. —Bromeó, pero su voz se volvió más melancólica al instante. —Hay tantas cosas que dejé sin hacer... sin decir. Caminaron unos metros más en silencio. Jayce bajó la mirada, y su tono se volvió más introspectivo. —Quiero volver a Piltover. —Confesó, como si fuera la primera vez que lo pensaba en voz alta. —Ver a mi madre. Sentarme en el taller que construimos juntos. Respirar ese aire dorado. Comer ese pan con semillas horrendo que siempre me ofrece... y que nunca rechazo. Lux rio suavemente. —Suena como un hogar de verdad. —Lo es. —Asintió. —Y hay alguien más... mi mejor amiga, Caitlyn. Ella siempre fue mi brújula moral, aunque a veces quisiera estrangularme. Si ella aún está allá... necesito verla. Saber cómo está. Estuve tanto tiempo fuera, desconectado del mundo, y ahora que estoy aquí... no sé qué se supone que debo hacer. Solo sé que... no quiero desperdiciarlo. Lux lo escuchó en silencio. Sus pasos eran firmes, pero su mirada se suavizó con ternura. —A veces... regresar también es empezar de nuevo. Jayce se detuvo unos segundos, mirando hacia el cielo opaco. —¿Y tú? —Preguntó. —¿Qué dejaste atrás? Lux bajó la mirada, pensativa, mientras el viento jugaba con los mechones dorados que se escapaban de su capa. —Mi familia. —Respondió en voz baja. —Mi madre, mi padre... y mi hermano. —¿Tienes un hermano? —Sí. Se llama Garen. —Dijo con una mezcla de orgullo y nostalgia. —Un guerrero. Leal hasta los huesos. Cree en el deber, en el honor, en que las reglas son lo único que nos protege del caos. —¿Sabe sobre tu magia? Lux negó con la cabeza lentamente. —No. —Susurró. —Y eso es lo que más me duele. A veces sueño con decirle... con que me mire sin miedo. Sin decepción. Pero no estoy lista para ver ese juicio en sus ojos. Aún no. Jayce guardó silencio. No había palabras para ese tipo de miedo. —Tu hermano... debe sentir tu ausencia. —Dijo con sinceridad. —Así como tú sientes la suya. —Lo sé. —Murmuró Lux, abrazándose por un momento. —A veces deseo que pudiera verme como tú me ves. No por lo que soy, sino por lo que intento hacer. Jayce le sonrió con calidez. —Veo una luz en ti, Lux. Una que no intenta quemar... solo guiar. Ella lo miró, sorprendida, y por un instante, sus ojos se encontraron en una calma que el viento no podía mover. Caminaron en silencio hasta que el bosque comenzó a abrirse. Entre los árboles apareció una pequeña estructura de madera, rodeada de nieve, pero con una tenue luz amarilla filtrándose por la ventana. De la chimenea, se alzaba un fino hilo de humo. Era como una escena dibujada en un recuerdo. —Es aquí. —Dijo Lux, aliviada. —Mi hogar. Jayce la miró con algo de curiosidad. Una parte de él quería preguntar por la persona que vivía con ella, pero algo en el tono de Lux le hizo guardar silencio. Sabía que no era el momento. O tal vez... aún no estaba preparado para la respuesta. Lux subió los escalones de madera y empujó suavemente la puerta. —Entra. —Le dijo, girándose con una sonrisa amable. —Está calientito. Y prometo que no hay más tormentas dentro. Jayce subió con cautela, el corazón latiéndole con fuerza. No entendía por qué, pero algo en él presintió que ese paso era más importante de lo que parecía. La cabaña olía a té caliente, a leña, a hogar. Había mantas dobladas sobre el sillón, libros dispersos, y una tetera silbando suavemente sobre el fogón. —Hola, niño bonito. —Dijo una voz femenina desde el rincón más sombrío de la sala. Jayce se quedó congelado en el umbral, los ojos abiertos de par en par, la sangre escapándole del rostro. Reconocía esa figura. Giró lentamente, y allí estaba, recostada en una silla con una pierna sobre el respaldo y una sonrisa torcida que no había cambiado un ápice. Cabello desordenado. Mirada vivaz, impredecible. —¿Tú...? —Susurró Jayce, sin poder creer lo que veía. Y en ese instante, el frío del mundo quedó fuera. Porque en esa cabaña, escondida en la nieve, la historia acababa de cambiar.
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