ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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A través del fuego

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La madera crujió bajo las botas de Jayce cuando cruzó el umbral. La cabaña era pequeña, pero cálida. El aroma a leña quemada, a té recién hecho y a hogar lo envolvió de inmediato. Resultaba casi absurdo encontrar un refugio tan acogedor en medio de ese infierno blanco. El calor le golpeó el rostro y la espalda aún temblorosa por el frío. Las paredes estaban cubiertas de mantas, libros y objetos dispersos que hablaban de una vida cotidiana. Y sin embargo... algo no encajaba. Había una energía en el aire, un pulso sutil que le erizó la piel. Como si una presencia, escondida entre las sombras, lo observara en silencio. —Hola, niño bonito. —Dijo una voz femenina desde el rincón más sombrío de la sala. Jayce se detuvo en seco. Esa voz. Era imposible. Giró lentamente hacia el rincón donde las llamas de la chimenea no alcanzaban del todo. Y entonces, emergiendo de entre la penumbra como un recuerdo mal enterrado, apareció ella. Cabello celeste, aunque más corto. Una mirada inquieta, chispeante. Sonrisa ladeada, como si el mundo entero fuese un chiste interno que solo ella entendía. Estaba sentada sobre una silla, con una pierna colgando por el respaldo y un cuchillo girando perezosamente entre sus dedos. —¿Tú...? —Murmuró Jayce, con la voz atrapada entre incredulidad y espanto. — Qué conmovedor, la familia crece. —Dijo Jinx con ironía, alzando una ceja. —El niño de oro volvió de entre los muertos. ¿Eso significa que ahora eres uno de nosotros? Jayce no respondió de inmediato. No podía. Su cerebro aún procesaba lo imposible: Jinx estaba justo en el mismo lugar que él, en una cabaña, en compañía de Lux. —¿Qué clase de maldita broma es esta? —Gruñó entre dientes. —¿Qué demonios hace ella aquí? Lux, que había entrado detrás de él, cerró la puerta con suavidad y se acercó con paso firme. —Jayce, por favor, escucha antes de… —¡No! —La interrumpió, sin apartar la vista de Jinx. —Es una criminal. ¡Una terrorista! ¿Se te ocurrió acaso pensar en lo que hizo? ¿En los muertos que dejó atrás? —Jayce —Dijo Lux con voz más firme de lo habitual. —¿Tú confiaste en Viktor, incluso cuando cambió por completo? Entonces confía en mí ahora. Jinx no es la misma de antes, ni tú tampoco. Jinx soltó una risita aguda mientras dejaba de girar el cuchillo. —Ay, vamos. —Dijo estirándose como un gato perezoso. —No me digas que todavía estás molesto por aquel incidente con la torre explosiva. Eran tiempos más caóticos ¿no? —¡No es gracioso! —Rugió Jayce, dando un paso adelante. —¡Intentaste destruirlo todo! Lux se interpuso entre ambos, levantando una mano con firmeza. —¡Basta! —Dijo con calma, pero con autoridad. —Jayce, no es tan simple. No sabes lo que ha pasado, no sabes lo que ella hizo después. —¿Después? —Repitió él, mirándola como si hubiera perdido el juicio. —¿Qué podría haber hecho después que borrara todo lo anterior? Jinx se puso de pie con un suspiro exagerado, lanzando el cuchillo sobre la mesa con un clink metálico. —Ufff... la misma cantaleta de siempre. —Murmuró Jinx, girando los ojos con fastidio. —"Criminal. Psicópata. Monstruo". ¿No les enseñan otra melodía allá arriba en Piltover? Van a desgastar esas palabras. Jayce cerró los puños. —¿Y qué esperabas? ¿Una bienvenida con fuegos artificiales? —Oh, por favor. —Respondió ella, encogiéndose de hombros. —Eso ya lo hice una vez, ¿Recuerdas? Solo que, en vez de aplausos… hubo gritos y seis ejecutores menos en el mapa. El silencio se tensó un segundo antes de que Lux interviniera con voz baja pero firme. —Jinx… basta. Jinx chasqueó la lengua con desdén, girando la cabeza hacia el fuego. —Sí, sí, lo sé, princesa. —Dijo con una mueca que intentaba ocultar el temblor en su voz. —Hora del melodrama, ¿no? Que alguien reparta pañuelos antes de que me ablande. Sus pasos la llevaron hacia la chimenea, se agachó lentamente frente a las llamas, y cuando habló de nuevo, su voz ya no tenía filo. Solo cenizas. —Sí, Jayce. Soy esa Jinx. La del caos, las bombas, la risa que se cuela entre las ruinas. Pero también soy la que estuvo ahí cuando la ciudad se desangraba. La que salvó a Vi cuando nadie más pudo. La que eligió desaparecer... para no ser la sombra que arrastrara a su hermana de nuevo al abismo. Jayce frunció el ceño, desconcertado. —¿Qué estás diciendo? Jinx no se giró. Mantuvo la vista fija en el fuego, como si hablara con una versión de sí misma que aún ardía en él. —Estoy diciendo... que cuando todo se fue al carajo, fui yo quien reunió a lo que quedaba de Zaun. Fui yo quien se lanzó contra las líneas Noxianas mientras tenían a Caitlyn arrodillada, con la mira en la cabeza. Fui yo quien hizo el ruido, quien atrajo el fuego, quien distrajo lo suficiente para que ellas vivieran. Hubo una pausa. Corta, pero definitiva. —Y cuando terminó... cuando el polvo bajó, entendí que no podía volver. No después de todo. No con todo lo que había roto. Así que me fui. Porque a veces, Jayce... amar también es alejarse. Se giró hacia él. Su rostro aún cargaba esa sonrisa torcida… pero detrás, algo había cambiado. No era burla. Era un cansancio antiguo. Dolor contenido. Verdad. —¿Por qué no volviste? —Preguntó Jayce, esta vez más bajo, como si temiera la respuesta. Jinx no esquivó la mirada, pero su voz bajó hasta convertirse en un susurro áspero. —Porque si volvía… el ciclo volvía conmigo. —Su garganta se tensó. —Otra ronda de redención forzada, otra vez viéndolos fingir que no están esperando que explote. No quería eso. Para ellas… ni para mí. Así que me fui. Crucé media Runaterra… y entonces la conocí a ella. Su mirada se posó en Lux. No la nombró, no hizo falta. Lux, en silencio, bajó apenas la vista. No por vergüenza, sino por respeto a todo lo que esa pausa significaba. Jayce se volvió hacia Lux, con los ojos abiertos por la incredulidad. —¿Tú…? ¿Cómo es que estás con ella? Lux sostuvo su mirada. No se encogió, ni retrocedió. —Intenté arrestarla cuando estaba tratando de robar en el castillo. —Explicó Lux. —Tuvimos una pelea, luego una discusión y henos aquí. —¿Y decidiste quedarte con ella? —Preguntó Jayce con una mezcla de asombro y reproche. —Intenté detenerla. En Demacia. Estaba robando. —Explicó con calma. —Luchamos, discutimos, nos destrozamos a medias… y luego hablamos. Me quedé porque no podía dejar que volviera a deshacerse sola, no después de lo que vi. —¿Y decidiste confiar en ella? ¿Después de todo? —Jayce sonaba como si el mundo se resquebrajara bajo sus pies. —¿Después de lo que hizo? A Vi. A Caitlyn. ¡A mí! —Sí. —Respondió Lux, sin parpadear. —Porque vi a alguien que había estado tanto tiempo sola, que ya no sabía cómo no romper cosas. Porque cuando dejas de escuchar, te conviertes en juez. Y yo… no quise ser su verdugo. Jinx desvió la vista. Murmuró algo apenas audible. —No quería seguir siendo una bomba con nombre… Jayce se pasó una mano por la cara, exhalando un suspiro largo. —¿Y ahora qué? ¿Esperan que la trate como si nada? ¿Qué borre cada herida solo porque está más… callada? Lux dio un paso adelante. Su voz fue más suave, pero no menos firme. —Nadie te pide que la abraces, Jayce. Solo que la mires, de verdad, no con los ojos de un científico o un político… sino con los de alguien que también falló, que también volvió. Como tú. Jayce bajó la mirada. El fuego crepitó, marcando una frontera invisible entre lo que fueron… y lo que podrían llegar a ser. —Esto… va a tomar tiempo. —Murmuró finalmente. —Tómate todo el que necesites, niño bonito. —Intervino Jinx, retomando su tono burlón mientras se dejaba caer en el sillón. —Yo tengo chocolate caliente, paciencia limitada, y cero intenciones de convencer a nadie. Jayce la miró. Seguía riéndose como siempre, pero ya no sonaba a burla. Y por primera vez… no la sintió peligrosa. Solo la vio como alguien rota, y por dentro, supo que eso no se arregla con juicios. Solo con tiempo. El silencio volvió a instalarse en la cabaña. Solo el crepitar del fuego llenaba el aire, como si también prestara atención. Jayce se dejó caer en una silla, frente a las llamas, los ojos perdidos en el vaivén del calor. Como si allí pudiera encontrar algo de sentido al caos que llevaba dentro. —No sé si pueda explicarlo bien... —Murmuró al fin, sin apartar la vista del fuego. —Lo que viví… no pertenece a este mundo. Jinx, tirada en el sofá, bufó con desgano. —¿Esto va a ser como una visión espiritual o tu autobiografía deprimente? Porque si es lo segundo, voy a necesitar más chocolate. Jayce no reaccionó. Solo apretó los labios y respiró hondo. —Viktor y yo cruzamos algo... un umbral. Dejamos de ser cuerpo. Fuimos conciencia, flotando en el flujo arcano. No había tiempo, ni forma. Solo... verdad. La burla de Jinx se desvaneció. Sus dedos dejaron de jugar con la cuchara. Su cuerpo se tensó apenas y por primera vez, no parecía lista para reírse de nada. —No sé cuánto tiempo estuve ahí. —Continuó Jayce, su voz cada vez más baja. —Pero lo sentí todo. Lo que fui, lo que perdí. Y Viktor... él estaba allí. Fue quien me devolvió. Me dijo que debía regresar, que aún quedaba algo por hacer. Que Piltover... nos necesitaba. Jinx se enderezó poco a poco. Apoyó los codos en las rodillas, su mirada fija en él. —¿Viktor? ¿El medio robot con voz de enciclopedia? ¿Él te trajo de vuelta? Jayce asintió. Y al hacerlo, la runa en su muñeca brilló con un azul intenso, pulsante. Entonces ocurrió. Cuando Jinx dio un paso hacia él, la runa palpitó con más fuerza. Un zumbido sutil vibró en el aire. La luz se proyectó sobre su rostro por un segundo... antes de apagarse. —¿Qué fue eso? ¿Siempre hace eso? Jayce bajó la mirada a su muñeca, frunciendo el ceño. —No. Solo reacciona a magia... o a algo más profundo. A veces amenaza. A veces... verdad. Aún no lo entiendo del todo. Jinx se cruzó de brazos, ladeando la cabeza. —¿Me estás diciendo que soy peligrosa o que estoy llena de verdades incómodas? Jayce la observó con seriedad. No como un concejal. No como un científico. Como un hombre que acababa de regresar del borde del olvido. —Tal vez las dos. —Dijo Jayce, con tono tranquilo. —Pero creo que reacciona a lo que escondemos. Y tú... tienes más verdad de la que dejas ver. El aire se volvió más denso. Jinx bajó la mirada. Cuando habló, su voz fue apenas un susurro. —Morí muchas veces... —Dijo en voz baja. —Pero ustedes solo me enterraron una. Jayce no respondió. No había palabras que alcanzaran. Solo la miró. Y Jinx, como si necesitara huir de sus propios pensamientos, se levantó y caminó hasta la ventana. La nieve seguía cayendo, lenta, persistente. Como si el mundo se negara a avanzar. —Cuando todo se fue al carajo, tú y Viktor ya no estaban. —Dijo, con voz baja, sin mirarlos. —Vi estaba rota. Cait sangraba por dentro, aunque fingía que no. Noxus nos rodeaba como un veneno silencioso... Y yo... —Hizo una pausa, tragando con fuerza. —Yo hice lo único que sabía hacer: estallar cosas. Gritar más fuerte que el vacío, porque si dejaba de hacer ruido... todo me tragaba. —Pero ganaron. —dijo Jayce, casi como una pregunta. Jinx rio. Un sonido sin alegría, como el crujido de un espejo roto. —¿Ganar? —Repitió con amargura. —No hay ganadores en una guerra como esa. Solo gente viva. Y a veces, ni eso. Sobrevives, pegás los pedazos como puedes, caminas con la culpa en los bolsillos y esperas que nadie te la note. Desde la mesa, Lux se incorporó ligeramente, su voz suave pero clara. —Jinx estuvo con Vi en una batalla contra Vander, el padre adoptivo de ambas ahora convertido en un monstruo. Jinx se sacrificó para salvar a su hermana… Jayce la miró. Su expresión se suavizó. Un atisbo de comprensión asomó, empujando la rabia al fondo. —¿Y ahora? —Preguntó. —¿Qué ha pasado desde que... desaparecí? Jinx se giró lentamente, apoyándose con los brazos cruzados contra la ventana. Su silueta recortada por la luz tenue parecía más frágil de lo que aceptaría jamás. —Piltover no es la ciudad que recuerdas. —Murmuró. — Caitlyn sigue ahí, aferrándose al cargo como una última cuerda. Estuvo en coma un buen tiempo... y cuando volvió, todo estaba peor. La ciudad está hecha trizas. Y Vi... —Su voz se quebró un instante. —Vi perdió la memoria. Estuvo vagando por Runaterra sin rumbo, sin recuerdos, sin mí. Y yo... no pude volver. Porque si lo hacía, solo la rompería de nuevo. El silencio cayó como una losa. Incluso el fuego pareció contener su respiración. —Pensé en buscarla. —Añadió, más bajo. —Pero luego escuché que estaba... avanzando. Que tenía su vida, aunque no supiera que yo existía. Volver habría sido... romperle eso. Jayce sintió cómo el peso de su ausencia se hacía aún más real. Había dejado atrás una ciudad en ruinas... y personas que habían seguido respirando sin él. —¿Y Caitlyn? —Está en pie. —Dijo Jinx con un deje de respeto. —Y si algo aprendí enfrentándola es que no importa cuántas veces la derriben... siempre se levanta. Cae con estilo y vuelve con más puntería. Jayce se pasó una mano por el rostro, suspirando. Luego miró a la nada por unos segundos. —Viktor tenía razón... —Murmuró al fin. —Hay algo que debo hacer. Algo que aún no termina. Jinx lo miró con una ceja en alto, el tono apenas burlón. —¿Volverás a blandir tu martillo y dar discursos de esperanza? Por primera vez, Jayce sonrió, poco pero verdadero. —Tal vez. —Respondió. —Pero no como antes. Jinx sostuvo su mirada un instante. No dijo nada, pero en ese silencio, había más que respuestas. Había presencia y persistencia. Y Jayce lo entendió: no estaba buscando perdón. Estaba decidiendo si valía la pena seguir adelante. La noche se había vuelto espesa, como si el tiempo mismo caminara más lento entre las paredes de la cabaña. El fuego en la chimenea apenas respiraba, lanzando sombras suaves que se arrastraban por la madera. Jayce dormía en el sillón, su cuerpo envuelto en mantas pesadas, la respiración acompasada como un río que por fin había encontrado calma. En la habitación contigua, el aire era más cálido, más íntimo. Una lámpara de aceite proyectaba una luz dorada que acariciaba los bordes del mobiliario, mientras el crujido leve del suelo acompañaba el silencio. Lux estaba sentada al borde de la cama, en camisón, deshaciendo lentamente la trenza que llevaba desde la mañana. Sus dedos se movían con lentitud, como si soltar cada hebra fuera parte de un ritual. Jinx yacía boca arriba, el cabello celeste extendido como una pincelada rebelde sobre la almohada. Sus ojos seguían abiertos, fijos en un punto invisible del techo. Había algo tenso en la forma en que respiraba. Algo que no quería romperse... pero que vibraba en su pecho. —¿No vas a dormir? —Preguntó Lux, girándose hacia ella, el tono suave, casi dormido. Jinx no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en el techo, inmóvil. —Mi cabeza está... —Se detuvo, buscando una palabra que no fuera "mierda", pero suspiró. —No sabía que ver a Jayce me iba a sacudir tanto. Lux se deslizó bajo las mantas, hasta que su piel rozó la de Jinx por debajo de la tela fina. No dijo nada aún, solo dejó que el contacto hablara primero. —Es normal. —Murmuró al fin. —No estás hecha de piedra, aunque quieras parecerlo. Jinx soltó una risa seca, apenas un soplo entre los labios. —No soy piedra. Soy dinamita. Y el pasado... el pasado siempre encuentra la chispa. Lux extendió la mano despacio y la apoyó sobre el vientre de Jinx, sintiendo el movimiento tenso de su respiración. Aquel gesto, sin palabras, era un ancla. —Vi... Caitlyn... Ekko... —Susurró Jinx. —Todos me dieron por muerta y tal vez tenían razón. Pero a veces pienso que lo peor no fue morir para ellos… sino seguir viva para mí. Otra vez sola, otra vez siendo Powder, pero sin nadie que la llame así. Lux giró hacia ella. La tocó con las yemas de los dedos en el brazo, como si quisiera contarle con la piel todo lo que no cabía en palabras. —No estás sola, Jinx. Ella cerró los ojos de golpe, como si esas palabras dolieran más que cualquier insulto. Su mandíbula tembló apenas, y por un instante, parecía contener un mar entero detrás de los párpados. —No soy fácil, Lux. —Murmuró. —Estoy rota. Y cuando amo... lo hago tarde. Lo hago mal. Como si siempre llegara cuando ya no queda nada por salvar. Lux se incorporó un poco, deslizó los dedos por la línea de su mandíbula, y apartó un mechón que caía desordenado sobre su rostro. Su mirada era de esas que no piden permiso, pero tampoco dan órdenes. Solo están... y sostienen. —¿Y si estás rota? Yo también lo estoy, pero eso no nos hace menos. —La voz de Lux bajó aún más, rozando el aire entre ellas. —No quiero que me ames sin fallas, Jinx, quiero que me ames con el desastre y todo. Jinx abrió los ojos, y por un segundo, parecía una niña. Una niña que aún no sabía si tenía derecho a creer. —Siempre pienso que vas a irte. Que un día... vas a cansarte. —Y yo siempre pienso que me vas a empujar lejos. —Susurró Lux, apoyando su frente contra la de ella. —Pero... sigo aquí. La distancia entre sus rostros era mínima ahora. El aliento de una temblaba sobre la piel de la otra, tibio, vulnerable. El cuarto estaba en penumbra, y la única luz era el reflejo dorado del aceite tembloroso, proyectando sombras que se movían como fantasmas sobre las paredes. Lux se inclinó con lentitud, como si no quisiera romper el instante. Rozó los labios de Jinx con los suyos, apenas un roce cargado de silencios. Un beso suave, sin prisa. Más que deseo, fue un ancla. Un pacto sin palabras entre dos cuerpos que se reconocían desde la herida. Cuando se separaron, Jinx la miró fijamente. Su voz salió rota, pero llena de verdad. —Te juro que intento ser mejor. —Murmuró. —Por ti. Porque cuando me miras… no veo a Powder, ni a Jinx. Solo... soy. Y eso me aterra. Lux le acarició la mejilla con los nudillos, con una ternura que desarmaba. —No quiero que seas perfecta. —Dijo, en voz baja. —Solo quiero que seas tú. Aquí y ahora, conmigo. Jinx tragó saliva. Luego se inclinó de golpe, como si su cuerpo ya no pudiera sostener el peso de lo que sentía, y se refugió en el cuello de Lux. La abrazó fuerte, con urgencia, con la intensidad de quien teme que si suelta, el mundo desaparezca. Lux no se apartó. La rodeó con ambos brazos, deslizando una mano por la espalda de Jinx, otra enredada en su cabello. No dijeron nada durante un largo rato. Solo respiraban, entrelazadas, envueltas en el calor tibio de la cama y el olor tenue a humo, piel y lágrimas secas. La respiración de Jinx se fue haciendo más lenta. Más estable. Como si, al fin, el cuerpo recordara lo que era el descanso. Lux deslizó la manta hasta cubrirlas por completo y, antes de cerrar los ojos, besó la frente de Jinx con cuidado, como si tocara una cicatriz. —No voy a irme. —Susurró, más para ella misma que para Jinx. La lámpara comenzó a apagarse, consumida por completo. El cuarto quedó envuelto en sombras, pero entre esas sombras, dos almas quebradas se sostenían, abrazadas, respirando al mismo ritmo. Y afuera, el mundo dormía. Por ahora, eso bastaba. El sol apenas se filtraba entre las cortinas gruesas, lanzando haces pálidos sobre el suelo de madera. La tormenta había cesado por completo, y la nieve afuera dormía en un silencio tan sereno que parecía irreal. Pero dentro de la cabaña, el aire seguía cargado. Como si la calma fuera solo una tregua, no una paz real. Jayce se incorporó lentamente desde el sillón, con el cuerpo entumecido por la mala postura. El crujido de la madera bajo sus pies rompió el murmullo de la mañana, y el olor suave a leña quemada y té fresco llenó sus sentidos. Lux se había levantado antes. No por costumbre, sino porque temía cerrar los ojos demasiado tiempo y perder la fuerza que había logrado sostener durante la noche. De pie junto a la ventana, observaba cómo la nieve comenzaba a derretirse. No pensaba en volver a Demacia. Pensaba en avanzar y esta vez, no lo haría sola. En la cocina, movía las manos con la misma delicadeza con la que contenía su mundo interior. Vertía agua caliente en dos tazas, sin prisa. Cuando vio a Jayce levantarse, esbozó una sonrisa tenue. —Buenos días. —Dijo con tono sereno. —Dormiste más tranquilo que la otra noche. —Eso parece. —Respondió Jayce, aunque su tono llevaba una sombra. — Pero tengo la sensación de que la calma no va a durar mucho. Lux le tendió una taza tibia entre las manos. —No suele hacerlo. —Dijo sin dramatismo. — Y allá afuera el mundo sigue girando… aunque aquí parezca congelado. Jayce sostuvo la taza por un momento, contemplando el vapor que se elevaba. Luego alzó la vista hacia ella. —Tenemos que volver. A Piltover. El tintineo de una cuchara contra la porcelana se detuvo. —¿Tan pronto? —preguntó Lux, pero su voz no sonaba sorprendida. Como si ya lo supiera desde antes de que él lo dijera. Jayce apenas asintió, pero no alcanzó a hablar. La puerta de la habitación se abrió despacio. Jinx salió envuelta en una manta, con el cabello celeste revuelto y los pies descalzos pisando la madera helada sin inmutarse. La luz tenue le delineaba los ojos hinchados de sueño, pero había algo distinto en su expresión: menos caos. Más presencia. —¿Qué pasa? —Preguntó con voz rasposa, caminando hacia la mesa. — ¿Por qué tienen cara de que alguien murió? Jayce la miró, directo. —Vamos a volver a Piltover. —Dijo sin rodeos. Jinx se detuvo en seco. Parpadeó. Como si la frase le hubiera golpeado en el pecho. —Tenemos que regresar. —Repitió Jayce, bajando un poco el tono. — No por orgullo, ni por deber. Es otra cosa... Hay algo en el aire. Como una tormenta que aún no vemos y si no nos preparamos... El silencio fue como un parpadeo largo. Todo quedó suspendido. Lux lo miró. Ella entendía. No con palabras, con algo más hondo. Una especie de fe instintiva. Pero Jinx… Jinx retrocedió un paso. Su voz salió quebrada, apenas un susurro. —No. —Jinx... —Empezó Lux, acercándose con cautela. —¡No! —Repitió Jinx, esta vez más alto, más filosa. —¡No voy a volver allá! ¡No otra vez! El cambio fue instantáneo. Jinx se tensó como una cuerda a punto de romperse. Su respiración se volvió errática. Las pupilas, dilatadas. El leve temblor en sus dedos se transformó en sacudidas visibles. Retrocedió un paso. Luego otro. Como si la sola idea de Piltover la hubiera empujado al borde de un abismo que aún no sabía si podía esquivar. —No puedo verla... —Murmuró. Su voz no era solo rota; era una súplica. —¿Entienden? ¡No puedo ver a Vi si no me recuerda! ¡No puedo soportar esa mirada vacía, ese silencio donde antes estaba mi mundo! Lux se acercó lentamente, las palmas extendidas como si intentara calmar a un animal herido. —Estás con nosotros, Jinx. Aquí. Estás segura. —¡¿Segura?! —Jinx se llevó las manos a la cabeza. Sus uñas se clavaron en el cuero cabelludo con una fuerza casi peligrosa. —¡No entiendes! ¡No me escuchas! ¡En Piltover ya no existo! ¡Allá solo hay una sombra con mi nombre, un monstruo que todos quieren olvidar! Dio un paso hacia atrás, tropezó con la alfombra y quedó a medio caer, temblando. Su mirada se perdió en un rincón vacío de la cabaña. Y entonces su voz bajó, se hizo un susurro que heló el aire. —No otra vez… no… cállate… cállate… Jayce frunció el ceño. Su pecho subía y bajaba lentamente, contenida la reacción. —¿Qué le pasa? —Preguntó en voz baja, desconcertado. —Está escuchando voces. —Respondió Lux sin apartar la vista de Jinx. Su tono era suave, pero firme, como si ya hubiera estado ahí más de una vez. —El ruido vuelve... cuando el miedo la rompe. Jinx murmuraba ahora cosas sin sentido claro, hilando frases como jirones de recuerdos rotos: —Vi ya me olvidó… Cait me odia… Ekko me dejó… solo hablas tú... tú otra vez… tú no eres real... Su cuerpo convulsionó con un espasmo. Lágrimas bajaban por sus mejillas en silencio. No lloraba con sollozos. Lloraba como si su rostro no supiera hacerlo de otra forma. Lux se arrodilló frente a ella, con movimientos precisos, y la abrazó con fuerza, sosteniéndola contra su pecho como si su propio calor pudiera cerrar grietas invisibles. —Jinx... mírame. Respira... estás aquí. Conmigo. Con nosotros. No estás sola. Sus manos recorrían con lentitud el cabello revuelto de Jinx, como si acariciar fuera la única manera de anclarla al presente. Como si el simple contacto físico pudiera callar las voces que le gritaban desde dentro. —Lo siento... —susurró Jinx, con la voz hecha trizas. —Es que... tengo tanto miedo que no me cabe en el cuerpo. A veces siento que me va a romper por dentro. Lux apoyó la frente contra la de ella, su aliento cálido acariciando el espacio entre ambas. —Lo sé. —dijo con suavidad, rozando su mejilla con el dorso de la mano. —Pero esta vez no te vas a hundir sola. Esta vez... yo voy contigo. Jayce, en silencio, observaba, y por primera vez, entendió. Entendió que esa criatura caótica que tanto temía no era una amenaza, era una niña rota a la que nunca dejaron crecer. Una niña atrapada en un cuerpo de mujer, con cicatrices que nadie quiso ver... hasta ahora. Se acercó con lentitud, con respeto. Se arrodilló junto a ambas. Su voz, esta vez, no era la del líder. Ni la del científico. Era la voz de alguien que había cruzado la muerte... y regresado con ojos nuevos. —No te pedimos que olvides, Jinx. —Dijo, con calma. —Solo que enfrentes. Quizás Vi no te recuerde. Quizás sí. Pero si no vas, si no lo intentas... jamás lo sabrás. Jinx no lo miraba aún, seguía aferrada a Lux. Jadeaba como si acabara de escapar de una pesadilla. —¿Y si no puedo? —Susurró. —¿Y si me rompo otra vez? Jayce levantó una mano y la apoyó suavemente sobre el hombro de ella. —Entonces te sostenemos, entre los dos. —Dijo. —Hasta que recuerdes que puedes volver a hacerlo sola. La habitación se quedó en silencio. No era un silencio vacío, sino el de quienes respiran al borde de una nueva decisión. Jinx alzó el rostro. Sus ojos seguían temblorosos, enrojecidos... pero vivos. Asintió una vez. No fue un “sí” rotundo. Pero fue suficiente. Y entre la madera crujiente de la cabaña, el olor a té, a cenizas, a piel temblorosa... algo se restauró. No una promesa, ni una certeza. Solo la voluntad de dar un paso más.
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