ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Siempre Contigo

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La habitación del hospital estaba envuelta en un silencio espeso, apenas interrumpido por el pitido pausado de los monitores. Afuera, el sol se colaba tímidamente entre las nubes, tiñendo los ventanales de un dorado pálido. Pero ahí dentro, el tiempo parecía detenido. Como si el mundo respirara con cautela. Vi no se había movido de la silla junto a la cama. No había dormido. Ni siquiera había cerrado los ojos. Solo estaba ahí, aferrada a la mano de Caitlyn como si pudiera anclarla al mundo. Su pulgar rozaba suavemente los nudillos fríos, buscando una respuesta que no llegaba. —Buenos días, Cait... —Murmuró, con la voz ronca por el silencio acumulado. —Tobias dice que hablar ayuda. Así que… aquí estoy. No me voy a ir. La puerta se abrió con un crujido sutil. Tobias entró sin saludar, con el gesto adusto de quien ha pasado demasiadas horas en el quirófano. Llevaba una tableta en una mano y ojeras profundas bajo los ojos. Se acercó a la cama en silencio, revisó los monitores con precisión clínica, y anotó algo. Vi no dijo nada. Lo conocía lo suficiente como para no interrumpirle cuando estaba enfocado. Finalmente, Tobias habló, sin dejar de mirar los datos. —Sigue estable. —dijo al fin, sin girarse. —Delicada, pero estable. Su pulso es regular. No ha habido nuevos episodios. Vi asintió apenas, tragando el nudo que le apretaba la garganta. —Ekko dijo que llegaría esta mañana, pero aún no aparece. Tobias se giró hacia ella, cruzándose de brazos. —Dijiste que venía desde Zaun, ¿cierto? —Su tono no era frío, solo práctico. Echó una mirada rápida al reloj de la pared. —El Shimmer ya no corre como antes... Si está intentando rastrear lo poco que queda, probablemente no llegue antes de la tarde. Vi no respondió. Solo volvió a mirar a Caitlyn, como si el tiempo dependiera de sus latidos. Tobias permaneció un momento más, como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. Finalmente, se marchó con un leve asentimiento de cabeza, dejando la puerta entreabierta a su paso. El silencio regresó. No como un vacío, sino como una presencia. Vi se inclinó hacia Caitlyn, apoyó la frente contra sus dedos y respiró hondo, conteniendo el temblor. La puerta volvió a abrirse con suavidad. Vi no levantó la mirada de inmediato. Reconoció los pasos. Ligeros, decididos, pero con una cautela que no solía tener. Sarah. Entró sin hacer ruido, con la chaqueta empapada por la neblina matinal y los ojos más cansados de lo habitual. Se detuvo al borde de la habitación, sin atreverse a cruzar del todo. —Vine ayer. —Dijo Sarah, su voz contenida. —Pero con todo el caos… preferí no interrumpir. No quería añadir peso. Vi giró apenas la cabeza. No había reproche en su expresión. Solo agotamiento. —Está bien. —respondió, simplemente. Sarah dio un paso, luego otro. Se acercó a la cama, pero no se atrevió a tocar a Caitlyn hasta que Vi asintió con un gesto leve. Entonces, le tomó la mano con cuidado. Su pulgar trazó un círculo pequeño sobre la piel de Caitlyn. —Hola, Comandante. —Murmuró. Era la primera vez que usaba ese apodo sin tono burlón. Solo cariño. Vi la observó de reojo. No había tensión en sus hombros. Solo algo más profundo, más humano. El silencio entre ambas no era incómodo. Era como un viejo conocido que se sentaba entre ellas, compartiendo el mismo dolor. —¿Cómo está? —Preguntó Sarah, sin apartar la vista de Cait. —Resistiendo. —Vi se encogió de hombros. —Como siempre. El silencio que siguió no fue incómodo. Era un silencio compartido. Familiar. Como si ambas supieran que no era necesario llenarlo de palabras. Hasta que Vi habló, sin mirarla. —¿Qué pasó con el Ancla Roja? Sarah inspiró hondo. Bajó la mirada, luego la levantó con una resolución que no siempre mostraba. Habló entonces sobre todo lo sucedido. De Jasper Ruin, la investigación truncada, el capitán que mató, el armamento Noxiano. Vi la escuchaba con atención, aunque sus ojos no se apartaban de Caitlyn. La tensión entre ellas se diluyó poco a poco, dando paso a algo más sereno, más humano. —Lo siento, Vi. Si te lo hubiera contado antes, quizá... —No terminó la frase. Vi negó con la cabeza. La voz le salió baja, rasposa. —No es tu culpa. Nadie sabía lo que iba a pasar, ni tú, ni yo, ni ella. Sarah la miró con los ojos entrecerrados, como si quisiera creerle... y al mismo tiempo no pudiera. Vi se inclinó un poco más hacia Caitlyn. —Lo que importa es que sigue luchando. Y yo no pienso dejarla sola. Sarah asintió, muy despacio. —Ni yo. Vi la miró entonces, con un atisbo de sonrisa triste. —Siento lo que pasó entre nosotras. Lo que te hice creer. Pero ahora que tengo todos mis recuerdos... sé dónde pertenezco. Sarah no retrocedió. Su mirada no se quebró. —Vi… yo no estoy aquí para cobrar deudas. El amor no desaparece solo porque tú lo decides. Pero tampoco te voy a exigir nada. Solo quiero estar. A mi manera. Vi sintió un peso en el pecho, pero no de culpa. De algo más complejo. —Gracias. —Dijo, sin adornos. Sarah desvió la mirada un instante, como si algo más la inquietara. —Vi… hay algo más. Algo que no sé cómo explicarte. Cuando me iba del puerto apareció un barco fantasma. Vi la observó en silencio, intrigada por las palabras de la pirata. —¿Barco fantasma? Sarah suspiró, mirando al suelo antes de continuar. —Si… Esperé, observé un rato desde el muelle. No era normal, así que decidí acercarme. Subí al barco, traté de hablar con los sujetos a bordo, tres personas encapuchadas que parecían estar esperándome. Hablamos un poco y uno de ellos me dio esto. Vi frunció el ceño. Sarah rebuscó algo en el interior de su abrigo. Sus dedos se demoraron más de lo necesario. Cuando por fin lo sacó, lo sostuvo en la palma abierta como si le pesara más que el metal que lo formaba. Era un monito de hojalata, pequeño, oxidado en los bordes, con una pata rota y una expresión pintada que ya casi se había borrado. Vi lo reconoció antes de que llegara a la mesa. Sus ojos se abrieron como si el aire de la habitación se hubiese vuelto irrespirable. —¿Dónde... dónde conseguiste eso? Sarah tragó saliva, sus labios se movieron antes de que lograra decir algo. —Uno de los encapuchados del barco... me lo dio. Dijo que lo entregara a Violet, la mejor amiga de la comandante. —La miró directamente, pero su tono ya no era firme. Era casi un susurro. —Vi… yo... tenía la sospecha. Pero ahora, viéndote así… Vi se levantó de golpe de la silla. El monito en su mano temblaba como si cobrara vida. —No... no puede ser. Sus dedos lo apretaron, como si el tacto confirmara lo que su mente aún no se atrevía a procesar. La mandíbula le temblaba. Los ojos empezaron a humedecerse. —Esto es de Jinx. —Dijo al fin, con la voz partida. —Era de Powder… antes. Lo llevaba a todos lados cuando éramos niñas. Lo usaba como bombas. Sarah dio un paso hacia atrás. No por miedo, sino por respeto. —Vi... ¿es posible? Vi apenas podía asentir. Una mezcla brutal de esperanza y pánico le inundaba la voz, el cuerpo, los huesos. —Está viva. —Murmuró. —Ella está viva... Su mirada saltaba entre el monito, Sarah, y el rostro de Caitlyn, inmóvil en la cama. Todo dentro de ella parecía fracturarse y unirse al mismo tiempo. —Tengo que verla. —Dijo Vi, y esta vez no fue un deseo. Fue una orden al universo. —Sarah... ¿puedes llevarme? —Sí. —Sarah asintió sin titubear. —Si crees que es ella, te llevo ahora mismo. Vi volvió a mirar a Caitlyn y por un instante, el mundo se detuvo. Se acercó a la cama, más despacio. Como si cada paso fuera una promesa que le costaba cumplir. Se inclinó sobre ella. Le acarició la mejilla con ternura, los dedos temblando al contacto con su piel fría. —Cait... sé que estás luchando. —Susurró con los labios pegados a su oído. —Y sé que no quieres que me vaya. Pero necesito hacer esto. Por mí y por nosotras. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no cayeron aún. —Encontrarla es la única forma de volver entera. Te necesito viva cuando regrese. ¿Oíste? —Apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos. —Porque no pienso dejarte sola. Ni ahora, ni nunca. El silencio de Caitlyn le dolió como un disparo, pero no la debilitó. La sostuvo más fuerte y le besó la sien con un cuidado reverente, casi como si le dejara parte de su alma en la piel. —Aguanta, Cait. Aguanta por mí. Se enderezó, tomó su bastón con firmeza, y miró una vez más a la mujer que amaba. —Te amo. Quédate. El monito chirrió apenas al cerrarse su mano sobre él. Y entonces se volvió hacia Sarah, con fuego en los ojos. —Vamos. El rugido del motor se fundía con el viento mientras la moto atravesaba las calles aún húmedas de Piltover. Sarah conducía con la seguridad de quien conoce cada recoveco de la ciudad, y Vi, sentada detrás, se mantenía en silencio. No por incomodidad. Sino porque su mente era un torbellino de imágenes: el monito oxidado, las palabras de Sarah, la posibilidad, dolorosa y luminosa, de que su hermana estuviera viva. El puerto se alzó ante ellas como una silueta adormecida. A esas horas, la zona parecía contener la respiración. La actividad frenética del día anterior se había transformado en una calma pesada, casi antinatural. El olor a sal, metal y petróleo lo impregnaba todo. La niebla se deslizaba como un espectro entre las grúas y las barcazas, envolviendo los muelles en una quietud expectante. Sarah detuvo la moto cerca del borde del muelle, donde el Ancla Roja permanecía bajo estricta vigilancia. A su lado, como una aparición salida de otro tiempo, el barco fantasma se mecía sin ruido. Vi lo observó con el ceño fruncido. Era más grande de lo que había imaginado. Oscuro, carcomido en los bordes por la sal marina, pero con una presencia que imponía respeto. Una figura emergió entre la bruma. Lynn, en su uniforme de ejecutora, avanzaba con paso firme. Tenía las porras cruzadas a la espalda y los ojos siempre atentos. Pero cuando vio a Sarah, su expresión se suavizó, apenas perceptible, como si en su rostro se colara un gesto que no acostumbraba a mostrar en público. Sarah bajó de la moto y se quitó el casco con calma. Caminó hacia ella sin prisa, con esa confianza templada de quien ya no necesitaba explicar su presencia. Extendió la mano y dejó caer un pequeño llavero en la palma de Lynn. —Gracias por el préstamo. —dijo simplemente. Lynn atrapó las llaves al vuelo, sin dejar de mirarla. Sus dedos se cerraron sobre ellas como si contuvieran algo más que un vehículo. —Sabía que la devolverías en una pieza. —Respondió, con tono seco pero una mirada que traicionaba cierto... orgullo. Sarah la sostuvo con la vista un segundo más de lo necesario, como si buscara leer entre líneas. —No sabía que eras de las que confían tan fácil. —dijo, cruzándose de brazos, el casco colgando de una mano. Lynn ladeó apenas la cabeza, con esa media sonrisa que no mostraba los dientes. —No lo soy. Pero tú no pareces del tipo que huye. Un silencio breve, cómodo. Como si la conversación flotara sobre algo más que palabras. Sarah bajó un poco la mirada y se pasó una mano por el cuello, casi avergonzada de lo natural que le salía estar cerca de ella. —Supongo que tendrás que decidir si eso es bueno o malo. —murmuró. —Todavía no decido. —Replicó Lynn, y el tono no tenía filo. Era honesto. Casi suave. Vi, que no había perdido detalle de la escena, se cruzó de brazos con una ceja alzada. —Bueno, bueno… —Intervino con una sonrisa ladeada. —Yo que pensé que venía a ver un barco fantasma, no una telenovela en el muelle. Sarah giró los ojos, pero no pudo evitar una leve sonrisa. —No empieces, Vi. —Tranquila. —Dijo Vi, señalando a Lynn con el bastón. —La vigilante se ve bien capacitada para mantenerte entretenida mientras yo voy a hacer lo difícil. Lynn frunció apenas el ceño, pero había un destello de diversión en su mirada. —¿Y qué se supone que tengo que hacer, entretenerla con chistes? —Solo no la dejes meterse en problemas. —Bromeó Vi, dándole una palmada amistosa en el hombro a Sarah. —Yo voy a buscar a mi hermana. Tú… bueno, tú quédate en buenas manos. Sarah resopló, negando con la cabeza, pero no respondió. No hacía falta. Vi les lanzó una última mirada, cargada de profundidad, como si reconociera que, por primera vez en mucho tiempo, Sarah no estaba sola. Y entonces, sin decir más, se dio la vuelta y caminó hacia el barco. La niebla envolvía el muelle como una manta espesa, amortiguando cada sonido, cada pensamiento. El crujido de la madera bajo sus botas era lo único que anclaba a Vi al presente. Cada paso resonaba como un eco hueco, pero lo que más pesaba no era el silencio… era la certeza de estar siendo observada. Una presión sutil, pegada al pecho, como si alguien la esperara desde siempre. El “barco fantasma” emergía entre la bruma como un monstruo dormido. Oscuro, sin nombre, sin bandera. Flotaba con una quietud antinatural, como si no perteneciera ni al mar ni al mundo de los vivos. Vi se detuvo, lo miró. No era miedo lo que sentía, era algo peor. Expectativa. No había luces, ni voces, ni movimiento. Pero en su estómago se agitaba algo feroz, algo que conocía desde niña: el presentimiento de que una locura conocida la estaba esperando más allá del primer paso. Una ráfaga de viento empujó la niebla apenas lo suficiente para revelar una sombra moviéndose en cubierta. Fue fugaz como una ilusión, pero no lo era. Vi lo sabía. Avanzó. Un paso, luego otro, cada uno más tenso que el anterior. El bastón golpeando la madera le parecía demasiado ruidoso, como si estuviera violando un santuario olvidado. No llamó su nombre, no se atrevía, porque si no había respuesta… ¿qué quedaba? Se detuvo junto a una caja cubierta por una lona, el corazón latiendo con furia. La respiración se volvió errática. Su garganta ardía., en su cabeza, la veía: Powder riendo con la cara manchada de aceite. Jinx bailando sobre cadáveres. Las bombas, las risas, la explosión y el vacío. —¿Jinx...? — Su voz salió como una súplica, apenas un hilo de aire, y con más miedo que esperanza. El barco crujió con lentitud. Una soga chirrió como una advertencia. Vi cerró los ojos. Tragó saliva. Quiso pensar que era una trampa de su mente, que el monito de hojalata había sido una crueldad del destino. Que todo había terminado en la Hexgate. Dio un paso atrás. Uno solo. Y en ese instante, la realidad cambió. Un crujido a su espalda. Vi se congeló. Y entonces, como un cuchillo acariciando el alma: —Te lo dije, hermana... Siempre estoy contigo... incluso cuando estamos a mundos de distancia. La voz no era fantasmal. Era viva, cálida, dolorosa, familiar. Cargada de años, de heridas y de memorias que no sabían cómo morir. Vi se giró con lentitud, cada músculo tenso, como si temiera que al mirar, la magia se deshiciera. Allí estaba. En medio de la niebla, de pie como una sombra que se niega a desvanecerse. Más delgada, más… humana. Ya no era la niña de los recuerdos, ni la pesadilla armada hasta los dientes. Era solo ella. Jinx. No llevaba armas, ni pintura, ni locura desbordada. Pero los ojos... esos ojos seguían siendo un campo de batalla: rosados, brillantes, llenos de todo lo que habían perdido y de todo lo que todavía podía romperse. Vi dio un paso. No habló, no podía hacerlo. Las lágrimas descendieron sin permiso. Su cuerpo temblaba, pero no de frío. Era algo más profundo. Una grieta que nunca había cerrado y que, de pronto, comenzaba a sangrar con cada latido. Jinx no se movió. No sonrió. No habló otra vez. Solo la miraba. Y en esos segundos, el mundo pareció sostener el aliento. La bruma matinal abrazaba los muelles de Piltover como una promesa rota. Desde la barandilla del barco, Jinx observaba en silencio, encapuchada, viendo cómo su ciudad despertaba bajo una neblina densa. Piltover seguía allí, altiva como siempre, pero algo en ella se sentía distinto. Más ajeno. Más hostil. Sus dedos apretaban con fuerza el borde de la tela de su capucha, como si eso bastara para contener el caos que temblaba bajo su piel. Pero esta vez no era euforia lo que la sacudía. Era miedo. Miedo de verla. Miedo de no verla. Miedo de que fuera tarde. Jayce estaba a su izquierda, tenso como una cuerda demasiado estirada. Lux, a su derecha, intentaba mantener la calma, pero Jinx notaba las miradas furtivas, los gestos contenidos. Nadie respiraba del todo. —¿Estás lista? —preguntó Lux con delicadeza, casi temiendo la respuesta. Jinx no la miró. —Nunca lo estuve. Lux no insistió. Solo le ofreció una mano breve sobre el hombro antes de intercambiar una mirada con Jayce. Él asintió, y juntos comenzaron a caminar por la pasarela de desembarco. Jinx permaneció en cubierta, inmóvil. Cada fibra de su cuerpo pedía que corriera, que se escondiera de nuevo. Pero algo, una promesa no dicha, la clavaba al lugar. Y entonces, otra figura emergió entre la neblina. Chaqueta roja. Paso seguro. Mano sobre la pistola, aunque no por amenaza. Sarah Fortune. Jayce se detuvo al verla. Lux también. Jinx se tensó, pero no bajó la vista. Sarah se acercó con paso firme, la chaqueta roja agitándose al ritmo del viento que azotaba el muelle. El rostro endurecido por la desconfianza y la reciente frustración en el Ancla Roja. No estaba de humor para visitas inesperadas, y menos si llegaban encapuchados y sin bandera. —No es común que este puerto reciba barcos sin registro. —Dijo sin rodeos, apoyando la mano sobre la empuñadura de su pistola. —¿De dónde vienen? Jayce, con el rostro en sombras bajo la capucha, dio un paso al frente. —Solo estamos de paso. —Respondió con tono neutro, firme. —No buscamos problemas. Sarah los observó detenidamente. Tres figuras. Dos más altas, una más baja y delgada. La tercera mantenía la cabeza gacha, los puños apretados. No hablaba. No se movía. Solo estaba allí, contenida. El tipo de energía que solo conocía por experiencia: el tipo que estalla si se le mira demasiado tiempo. —Curioso. Ninguna bandera. Ningún nombre. Ninguna tripulación. —Añadió con ironía. —Y justo hoy, con el puerto bajo vigilancia. Un mal día para andar jugando al fantasma. Lux intercambió una mirada fugaz con Jayce, como pidiendo cautela. Jinx, por su parte, no alzó la vista. Pero Sarah sintió cómo se tensaba el ambiente. Esa presencia… esa vibración casi imperceptible bajo la piel... Lux dio un pequeño paso al frente. —No somos contrabandistas, si eso es lo que estás pensando. Sarah la miró con atención, pero no respondió de inmediato. No tenía pruebas. Solo una intuición que le punzaba el pecho. Entonces Jayce rompió el momento: —¿La comandante de Piltover? ¿Sabes si está bien? Sarah la sostuvo un instante en silencio. No respondió enseguida. Esa pregunta… no era común. Y él no preguntó por nombre. Solo por el cargo. Eso despertó aún más alarma. —¿Por qué lo preguntas? —Dijo, con voz firme. Aún no sabía de qué lado estaban. Ni qué buscaban. Jayce sostuvo su mirada. —Solo escuché rumores de tensión en la ciudad. Estoy… preocupado por ella. Es alguien importante. Sarah no bajó la guardia. —La comandante está viva. —Respondió al fin, con voz seca. —Es todo lo que necesitas saber. Nada más. Lux asintió apenas, como si esa respuesta bastara. Jayce hizo lo mismo, agradeciendo con la mirada. Pero fue Jinx quien se tensó. Apenas un gesto, un estremecimiento imperceptible. Como si la palabra viva se le hubiese clavado en el pecho. El silencio entre las cuatro figuras se volvió más espeso, más denso. Jinx dio un paso adelante, lenta, como si le costara romper la distancia. La capucha aún cubría su rostro, pero su voz, cuando por fin salió, fue un susurro quebrado por el peso del tiempo. —¿Conoces personalmente a la comandante? —Preguntó sin levantar la vista, clavando los ojos en el suelo. Sarah no respondió de inmediato. La pregunta, tan simple, le encendió todas las alarmas. Por la forma en que lo dijo y por lo que no dijo. —Sí. —contestó al fin, con cautela. —La conozco. Jinx bajó aún más la cabeza. Rebuscó en su abrigo y sacó algo con manos temblorosas. Un pequeño objeto metálico, oxidado, con las marcas del tiempo grabadas en cada borde. Caminó hasta Sarah y, sin mirarla, lo dejó caer en su mano abierta. —No es para ella exactamente… —Murmuró. —Es para alguien que está con ella. Alguien que… sabrá lo que significa. Sarah observó el objeto en su palma. Un monito de hojalata, tosco, oxidado en los bordes. No sabía qué era ni por qué le temblaban un poco los dedos al sostenerlo, pero entendía que aquello significaba algo. Algo importante para quien lo había entregado. Levantó la vista justo a tiempo para ver cómo la figura encapuchada retrocedía un paso, casi como si le acabara de confiar algo demasiado personal, demasiado frágil. No era una entrega casual. —Entrégaselo a Violet, una amiga… íntima de la Comandante. —Dijo Jinx, con la voz tensa. —Ella sabrá. Sarah cerró la mano lentamente sobre el monito, sin apartar los ojos de ella. —¿Y si no lo quiere? La pregunta fue suave. Pero cargada. Como una cuerda tirando de un abismo. Jinx apretó la mandíbula. Su cuerpo entero parecía contenerse. —Entonces... —Susurró, con los labios apretados. —Sabré que no hay nada más que hacer. No lo dijo con rabia. Ni siquiera con tristeza. Lo dijo con resignación. Como alguien que ya había perdido antes, y que solo necesitaba una última señal para soltar del todo. Sarah no añadió nada. Guardó el monito en el bolsillo interior de su abrigo con cuidado. Como si supiera, instintivamente, que llevaba en la mano más que un pedazo de metal oxidado. Jayce y Lux intercambiaron una mirada. Preocupada. Silenciosa. El gesto no necesitó palabras: algo se había dicho ahí que ninguno de los dos terminaba de comprender, pero ambos sabían que era importante. Que era personal. Sarah solo asintió y dio media vuelta. No dijo adiós. No preguntó más. Se marchó con paso firme, pero el peso de lo que acababa de recibir colgaba de su abrigo como una sentencia. Como una historia que aún no había comenzado, pero que ya exigía un final. El día se arrastró con una lentitud cruel. Jinx permanecía en el barco junto a Jayce y Lux, pero era evidente que su mente ya no estaba allí. Caminaba de proa a popa como una bestia enjaulada, el cabello oculto bajo la capucha, los pasos desordenados. Sus ojos no dejaban de mirar al muelle, buscando una silueta, un color, un movimiento que no llegaba. —Deberías descansar un poco, Jinx —Sugirió Lux, con una ternura medida. —Estás agotada. No puedes sostenerte así todo el día. —No puedo dormir —Murmuró Jinx, sin detenerse, los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Y si viene mientras duermo y piensa que me fui? ¿Y si cree que la estoy evitando? Jayce dejó escapar un suspiro, apoyado contra la barandilla del barco. Miraba a Jinx, pero no como a una amenaza, sino como a alguien a quien no sabía cómo proteger. —Vi vendrá. —Dijo con firmeza, aunque sin la seguridad de alguien que lo sabe. Más bien como quien intenta calmar una tormenta con palabras. —Solo… intenta respirar. Pero las horas pasaron. Y Vi no apareció. Al caer la tarde, Jinx se sentó por fin en la cubierta, abrazada a sus propias rodillas. El cuerpo le temblaba sin frío. Las ojeras se marcaban bajo sus ojos como heridas antiguas que no habían tenido tiempo de cerrar. El sol descendía y la ciudad no daba señales. Ella tampoco. —Quizás deberíamos irnos mañana temprano —susurró Jayce a Lux, mientras la observaban desde unos metros más atrás. —En mi laboratorio podría haber algo que nos ayude a entender lo que sigue. No podemos quedarnos aquí eternamente. Lux no respondió enseguida. Solo lo miró. Y luego volvió a mirar a Jinx, con los labios apretados y la tristeza contenida en los ojos. La brisa del puerto arrastró un silbido entre las velas sueltas del barco, como un susurro que nadie quería escuchar. Jayce se incorporó, cruzó los brazos y se quedó allí un rato más, en silencio, como si estuviera esperando que algo. Pero nada ocurrió. El cielo se tornó más gris, la niebla más espesa. Jinx seguía inmóvil, abrazada a sus rodillas. Esa noche, nadie durmió del todo. Ni por dentro, ni por fuera. El amanecer apenas se insinuaba sobre el horizonte cuando Jayce, con su andar silencioso, se acercó a la cubierta. Lux lo seguía unos pasos detrás. Ambos llevaban abrigos más gruesos que la noche anterior, no por el frío, sino por el peso de la decisión que estaban por tomar. Jinx seguía ahí. Sentada en el borde del barco, el rostro vuelto hacia la niebla espesa que envolvía el puerto. No había dormido. No necesitaba decirlo: se le notaba en las ojeras profundas, en la tensión de los hombros, en la forma en que giraba un pequeño engranaje entre los dedos con movimientos mecánicos, casi obsesivos. —Vamos al laboratorio —dijo Jayce al fin, con voz suave pero firme. —No vamos a tardar mucho. Podrías venir con nosotros, Jinx. Hay cosas que podrías ver... cosas que podrían ayudarte. Lux dio un paso adelante sin dudar y se agachó a su lado, ignorando el frío de la cubierta. Con cuidado, como si tocara algo que pudiera romperse, apoyó ambas manos en los brazos de Jinx y la obligó suavemente a mirarla. —Jinx… —Susurró. —Ella va a venir. Lo sé. Y tú vas a estar aquí. No porque estés atrapada, sino porque elegiste esperar. Porque aún crees en ella. Los ojos de Jinx temblaron apenas, como si esas palabras rasgaran una parte que aún le quedaba intacta. Lux acercó más su frente, casi rozándola. —No te estás rindiendo. Estás luchando a tu manera y eso también es valentía. Un silencio profundo se instaló entre ambas. Jinx no respondió, pero sus hombros dejaron de temblar por un instante. Lux le acarició el brazo con suavidad, conteniéndola sin invadirla, sosteniéndola sin forzarla. —Volveremos pronto, lo prometo, y cuando regrese… quiero encontrarlas a las dos. Jinx asintió con lentitud, sin despegar los labios. Sus ojos vidriosos, apagados, se mantuvieron clavados en el horizonte. Jayce y Lux se miraron una última vez antes de alejarse por la pasarela del muelle, sus figuras perdiéndose poco a poco entre los vapores matinales. Se quedó sola. El barco se volvió una prisión flotante, cada crujido un grito contenido. Caminó por la cubierta como un fantasma, tratando de ahogar la ansiedad en movimiento. Pero no funcionaba. Cada paso que daba era más pesado. El engranaje entre sus dedos dejó de girar. Ya no calmaba. Ya no servía. "¿Crees que vendrá?", murmuró una voz dentro de ella. —Tiene que venir… —Susurró Jinx, pero ya no sonaba como una certeza. Era un rezo. Recordó el monito de hojalata. Cómo lo encontró entre los restos de su antigua guarida en Zaun. Aquel pequeño juguete oxidado, una creación de Powder cuando el mundo todavía no la había roto. Lo había cargado todo este tiempo sin saber por qué, hasta ahora. Era su última chispa. Su forma de decir sin decir. De hablar sin palabras. Como cuando era niña y creía que podía arreglar el mundo con alambres y explosivos caseros. —Vi… —Murmuró, llevándose las manos a la cabeza. "Vi está mejor sin ti." "Siempre lo estuvo." "Siempre lo estará." —¡Cállense! —Gritó al vacío, apretando los ojos hasta que dolieron. Se llevó ambas manos a los oídos, intentando silenciar los ecos que no provenían de fuera, sino de adentro. Volvió a sentarse pesadamente, los codos sobre las rodillas, el cuerpo curvado como si el peso del pasado la hubiera alcanzado por fin. Respiraba entrecortado. Quería llorar, pero no le quedaban lágrimas. Solo el vacío vibrante que viene después. El puerto parecía no avanzar. El día no despertaba del todo. Las voces seguían susurrando. "¿Y si ya no le importas?" "¿Y si te mira como a una extraña?" "¿Y si nunca fuiste más que una bomba en su vida?" Jinx no respondió. Ya no podía. Solo se quedó ahí, abrazándose a sí misma, repitiendo por dentro que no se movería. Que la esperaría. Aunque se le partiera el alma en el intento. El viento azotaba las velas dormidas del barco. El puerto seguía en su letargo, ignorante de la tormenta interna que rugía bajo su piel. Finalmente, se levantó. No con fuerza, sino con resignación. Sus piernas flaqueaban, pero consiguió arrastrarse hasta el camarote que Jayce le había asignado. Cerró la puerta con un leve chirrido y se apoyó en ella, como si necesitara contener algo más que su cuerpo. El cuarto era oscuro. Estrecho. Olía a sal, madera húmeda y polvo viejo. Allí dentro, el mundo era más pequeño, y eso le ofrecía una falsa sensación de control. Caminó hasta el escritorio, empujando con el codo un par de herramientas oxidadas. El monito ya no estaba con ella; lo había entregado. Lo único que le quedaba era el vacío que dejó. Se dejó caer sobre el catre sin quitarse la ropa. Cerró los ojos. Por un segundo, deseó que la nada la tragara entera. Pero entonces un sonido, leve, unos pasos lentos, pesados, reales. Se enderezó de golpe y giró la cabeza hacia la ventanilla rectangular del camarote. El cristal empañado por la bruma solo dejaba ver siluetas difusas. Pero ella reconocería esa forma entre mil. El peso. El ritmo. La forma en que el silencio cambiaba cuando su hermana estaba cerca. Lo supo incluso antes de oír su voz. Un cuerpo ancho de hombros. Un andar marcado por la cojera. El baston. Vi Se llevó una mano a la boca, conteniendo el jadeo que le subió del estómago. El miedo volvió, pero esta vez no era del tipo que paraliza. Era el tipo que hace vibrar cada célula. Se quedó allí, de pie frente al cristal empañado, mirando cómo esa figura familiar avanzaba, paso a paso, hacia la cubierta. —No… —Murmuró con voz quebrada, sin saber si era súplica o incredulidad. El corazón golpeaba contra su pecho como si quisiera salir. Fuera, la figura se detuvo. —¿Jinx...? —Murmuró Vi desde la cubierta, la voz ronca, apenas sostenida. Como si solo pronunciar el nombre le doliera más que cualquier herida. Jinx se pegó aún más a la ventanilla, las lágrimas nublándole la vista. No podía moverse. No todavía. Vi dio unos pasos más, cojeando. Su silueta se perdió por un momento en la bruma espesa del muelle. Luego se detuvo. Miró a su alrededor con desesperanza, como si temiera que todo hubiera sido una alucinación provocada por el cansancio. Y entonces, como si algo dentro de ella se quebrara del todo, Vi bajó la mirada y comenzó a girarse lentamente. Estaba a punto de rendirse al silencio, de dejar atrás el barco… de volver a perderla. Fue en ese instante que Jinx abrió la puerta del camarote. Sin hacer ruido. Descalza. Los pasos suaves sobre la madera apenas se escuchaban entre el crujido del casco y el susurro del viento. Vi le daba la espalda. Jinx dio tres pasos más. Se detuvo. Sus manos temblaban cuando alzó la capucha. La deslizó hacia atrás con lentitud. Su cabello azul, desordenado, cayó sobre sus hombros como un hilo de vida reapareciendo en escena. Y entonces habló. —Te lo dije, hermana. —Susurró Jinx, y su voz cortó la niebla como una herida que nunca cerró. —Siempre estoy contigo... incluso cuando estamos a mundos de distancia. Vi se congeló. Jinx contuvo el aliento. El silencio era tan espeso que podía oír su propio corazón, golpeando como un martillo dentro del pecho. Vi se giró. Lentamente. Como si el tiempo mismo dudara en avanzar. Como si temiera que mirar rompiera el hechizo. Y entonces la vio. Jinx sostuvo su mirada. Quiso correr, reír, huir, pero simplemente no hizo nada. Solo permaneció ahí, con los hombros tensos y los ojos abiertos como puertas. No llevaba pintura, ni armas, ni la sonrisa rota de otros tiempos. Solo era ella. Desnuda de máscaras, expuesta como una herida que aún sangra. Vi dio un paso. Luego otro. El rostro de su hermana se quebraba con cada movimiento. Lágrimas rodaban, sin permiso, sin freno. —No eres una visión… —Susurró Vi, la voz rasgada, como si dijera aquello que siempre tuvo miedo de pronunciar. Jinx sintió que las rodillas le temblaban pero no se movió. Vi se acercó. El bastón resonaba con cada paso, un compás de guerra y esperanza. Jinx se sintió una niña otra vez. Como cuando corría entre pasillos oscuros, buscando una sombra conocida, una voz que le dijera que todo estaría bien. Tragó saliva. Las palabras salieron, bajito, pero seguras. —Soy yo… Siempre fui yo. Y entonces, Vi se quebró. Se quebraron las dudas, las distancias, los silencios y la abrazó. El mundo se desarmó en ese contacto. No fue un abrazo suave, ni tímido. Fue violento en su ternura. Urgente. Como quien ha estado años cayendo y, de pronto, toca suelo firme. Vi la envolvió como si pudiera salvarla solo con tenerla cerca. Hundió el rostro en su cuello, su cabello, su piel. Lloró. Jinx lo sintió, cada sollozo era un golpe contra su propia culpa. Se quedó rígida al principio. El instinto gritaba. ¿Y si esto era un sueño? ¿Y si la soltaba… y todo desaparecía? Pero luego, sus brazos reaccionaron. La rodearon con fuerza. No como una criminal en fuga. No como Jinx. La abrazó como Powder. Como la hermana que lloraba cada noche mirando su monito de hojalata, esperando a que su hermana volviera. Se aferró a Vi con las uñas, temblando, dejando que las lágrimas bajaran al fin, ardientes, limpias, enteras. —Pensé… que me odiabas. —Murmuró, quebrada. Vi respondió con el pecho, con el cuerpo entero. —Jamás. Pensé que te había perdido. Pensé que nunca más te encontraría. Jinx apretó los ojos. —Lo intenté. —Confesó. —Intenté no volver. Intenté dejarte en paz. Pero no pude, Vi. No pude. Vi se rio, entre lágrimas. —¡Mierda!... Qué bueno que no lo hiciste. Jinx soltó un suspiro. Uno que llevaba tiempo dentro. Se quedaron ahí. Fundidas. Apretadas una contra la otra como si todo el universo hubiera colapsado en ese punto exacto de la cubierta. Ya no había guerra. Ni Noxus. Ni Zaun. Solo estaban ellas. Las que siempre fueron. Vi acarició su cabeza, con la misma delicadeza con que uno recoge algo roto y precioso. —Te tengo, Jinx. Te tengo ahora. Y por primera vez desde que era Powder… Jinx le creyó. Porque en los brazos de Vi, por fin, el caos dejaba de doler.
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