Forjada en Hextech Parte 1
11 de septiembre de 2025, 14:03
El bullicio del mercado contrastaba con el silencio en el que Jayce se encontraba atrapado. Desde una sombra entre dos edificios, miraba a su madre caminar por la plaza, el cabello gris recogido en un moño apretado y un abrigo tejido con manos que ya no lo esperaban. Llevaba una bolsa de frutas. Pesada. Como si la vida aún insistiera en hacerla trabajar un poco más.
—¿Es ella? —Susurró Lux a su lado.
Jayce asintió sin decir palabra.
—Mi madre.
El tono no era más que un suspiro, pero dentro llevaba una tormenta. Lux, respetuosa, no lo interrumpió.
—Ella cree que morí en la guerra. Que Piltover cayó conmigo. —Hizo una pausa, los ojos fijos en esa mujer que seguía resistiendo el paso del tiempo. —Y en parte… es cierto.
—¿Por qué no te acercas ahora? —Preguntó Lux con suavidad. —Podrías explicarle que sobreviviste… que estás aquí.
Jayce observaba en silencio, con la espalda apoyada contra la pared áspera, como si necesitara sostenerse de algo que no fuera a derrumbarse junto con él. Su madre cruzaba la plaza con pasos lentos, el abrigo tejido a mano apenas protegiéndola del viento. Aquel gesto, ese detalle tan simple… era una daga en el pecho.
—¿Y para qué? ¿Para decirle que me fundí con lo Arcano? ¿Que seguí a Viktor hasta desvanecerme? ¿Que abandoné todo lo que fui por una causa que… al final… me devoró por completo? Ella siempre me advirtió que dejara la magia atrás… Cuando creé el Hextech, creí estar construyendo el futuro, esa promesa brillante que tanto soñamos. Pero todo se torció. Y cuando quise enmendarlo… ya era demasiado tarde.
Tragó saliva. Su voz tembló, apenas un hilo.
—¿Cómo se mira a alguien a los ojos cuando sabes que volviste demasiado tarde?
Lux no respondió. Solo se mantuvo a su lado, respetando ese espacio sagrado entre la culpa y el amor.
—Cuando era niño, ella tejía esos abrigos por las noches —Continuó Jayce, la mirada fija en el tejido que rozaba los tobillos de su madre. —Se quedaba despierta hasta que volviera, aunque no supiera a qué hora. Me esperaba siempre. Siempre.
Cerró los ojos. Las imágenes volvían sin pedir permiso.
—Una vez le prometí que no importaba lo que pasara, siempre volvería a casa.
La promesa se quebró en su garganta como una grieta vieja que nunca cerró.
—Le fallé.
Guardó silencio, como si temiera que decirlo en voz alta hiciera más real el abandono.
—Y ahora… lo único que puedo hacer es verla desde lejos. Como un fantasma. Porque eso soy para ella. Nada más.
Lux lo miró de reojo. La luz del atardecer pintaba el contorno de su rostro con dorado. Su expresión era serena, firme, pero llena de empatía.
—No eres un fantasma, Jayce. —Dijo con suavidad. —Eres un hombre. Uno que carga con sus decisiones. Pero sigues aquí, intentando arreglar lo que se rompió… aunque no para ti.
Jayce apenas asintió, los ojos todavía clavados en esa figura que se alejaba, desapareciendo entre la multitud como si la vida misma no le debiera nada a nadie.
Un recuerdo lo golpeó. Uno antiguo.
Una noche de tormenta. Jayce tenía ocho años. Se había escapado porque no quería ayudar con los quehaceres, gritándole a su madre que ya no quería vivir allí. Corrió durante horas, sin rumbo. Hasta que la lluvia lo caló hasta los huesos y el miedo le ganó al orgullo.
Volvió derrotado a su casa.
Golpeó la puerta con los nudillos fríos y los zapatos llenos de barro. Y allí estaba ella, esperándolo con una sopa caliente, una manta tejida… y una sonrisa.
—¿Ves? Siempre vuelves a casa. —Le dijo mientras le secaba el cabello.
Él solo lloró y la abrazó como si esa fuera la única verdad del mundo.
Jayce volvió al presente con los ojos cerrados. El recuerdo le ardía, pero no dolía.
— Tal vez no puedo volver a esa casa. Tal vez no merezco que ella me abra la puerta otra vez. Pero si puedo evitar que alguien más pierda lo que yo perdí… entonces, algo quedará de mí que valga la pena… —Dijo al fin, su voz firme pero cansada. — Vamos. No vinimos a revivir lo que ya se perdió.
Lux asintió. No dijo nada más. Juntos, giraron en silencio por una calle lateral, alejándose del mercado y del pasado.
Y aunque Jayce no podía cambiar lo que había hecho, quizás aún podía reconstruir algo. No para sí mismo, sino para los demás.
Con ese pensamiento guiándolos, continuaron su camino hacia el laboratorio de Jayce, hacia aquello que él aún no se atrevía a nombrar, pero que tal vez todavía podía ser rescatado.
El edificio del Consejo y la Academia no había perdido ni un ápice de su majestuosidad tras la guerra. Reconstruido, pulido, reforzado, imponente como siempre. Un símbolo de poder que parecía querer borrar con mármol y vidrios nuevos el recuerdo de haber estado alguna vez al borde del colapso.
Jayce y Lux lo observaban desde el callejón lateral de una de las plazas adyacentes, ocultos tras un camión de suministros recién descargado.
—¿Sigues seguro de que esto es buena idea a plena luz del día? —Preguntó Lux, bajando la capucha.
—Es ahora o nunca. —Jayce respondió sin apartar la vista de la estructura. —De noche está aún más resguardado. Y si llegamos al laboratorio antes del cambio de turno, podemos evitar a los guardias del corredor este. Hay una ventana de cinco minutos.
Lux suspiró y asintió.
Jayce se acercó a una compuerta de servicio empotrada en el costado del edificio, apenas visible entre sombras y tuberías olvidadas. A simple vista parecía inservible, con los bordes corroídos y una capa de mugre acumulada por años.
—Solíamos entrar por aquí cuando las clases se alargaban demasiado. —Murmuró.
Se inclinó, examinó el marco con rapidez y buscó a su alrededor. Sus ojos se detuvieron en un trozo de alambre retorcido, caído junto a unas cajas vacías de suministros. Lo recogió, lo enderezó con los dedos y lo deslizó con cuidado en una pequeña ranura oculta tras una placa floja.
—¿Estás seguro de lo que haces? —Susurró Lux, mirando hacia ambos extremos del callejón.
Jayce no respondió. Maniobró con firmeza y precisión. Tras unos segundos, un chasquido seco confirmó que el cerrojo interno había cedido.
—Reforzaron la superficie… pero no cambiaron el corazón del sistema. —Dijo.
Abrió la compuerta apenas lo suficiente para que pudieran escabullirse al interior.
Dentro, el pasillo de servicio olía a productos de limpieza, a pintura fresca, y ha pasado escondido. Se movieron rápido, cruzando por detrás de una sala de conservación, donde varios estudiantes revisaban documentos. En silencio, subieron por una escalera de emergencia que solo los antiguos del edificio conocían bien.
—¿Cómo sabes tanto de este edificio? —Susurró Lux mientras subían con cautela.
Jayce rozó la baranda oxidada de la escalera con los dedos.
—Pasé más años aquí que en mi propia casa. —Respondió en voz baja. —Viktor y yo solíamos colarnos por cada rincón cuando nadie nos miraba. Incluso encontré esta escalera cuando ni los concejeros sabían que seguía conectada.
Lux asintió, con una pequeña sonrisa.
—Claro... solo ustedes dos serían capaces de explorar una edificio como si fuera un laberinto arcano.
—Era eso... o estudiar historia de la mecánica por cuarta vez. —Murmuró Jayce con una sonrisa nostálgica y amarga a la vez.
Alcanzaron el cuarto piso. Desde abajo, una puerta se abrió de golpe. Se escucharon pasos rápidos y firmes.
Jayce y Lux se detuvieron en seco, conteniendo el aliento. El eco de las pisadas subió por las escaleras… pero luego se desvió, alejándose en otra dirección.
Solo entonces se atrevieron a moverse de nuevo, sigilosos, agachados, cada paso medido.
Al doblar el siguiente pasillo, distinguieron a dos ejecutores patrullando la galería principal, sus siluetas proyectadas por la luz artificial.
—Esperamos treinta segundos… luego a la izquierda. —Susurró Jayce, sin apartar la vista, mientras controlaba con esfuerzo el ritmo de su respiración.
Cuando el momento llegó, se deslizaron como sombras entre columnas. Giraron por un corredor estrecho y llegaron frente a una puerta con cerradura biométrica.
Jayce pasó la palma. Nada. Luz roja.
—¿Estás de broma? —Musitó Lux.
—No he usado esto en años. —Dijo él mientras abría un compartimento oculto en la pared junto a la puerta. Metió la mano y, tras unos segundos de búsqueda, activó un mecanismo manual que destrabó la cerradura con un clic metálico.
La puerta se deslizó con lentitud. Rechinó apenas.
Ambos entraron. Jayce cerró detrás de ellos.
El laboratorio los recibió con una mezcla de polvo y silencio. Tanto tiempo sin actividad lo habían cubierto de una pátina melancólica. Máquinas dormidas, herramientas oxidadas, croquis arrugados colgando de una pared como reliquias abandonadas.
Lux respiró hondo.
—¿Es aquí donde…?
—Sí. Aquí fue donde Viktor y yo hicimos historia… o tal vez la arruinamos... —Murmuró Jayce con un dejo de nostalgia.
Avanzó en silencio, con pasos lentos hacia el interruptor, pero antes de que pudiera encender las luces manuales del tablero central...
—¿Van a quedarse ahí parados mucho rato o ya van a hacer algo útil? —Dijo una voz desde las alturas.
Ambos se giraron.
Jinx estaba sentada sobre una viga metálica del entretecho, balanceando las piernas como si llevara horas ahí. Su capucha cubría parte del rostro, pero la sonrisa burlona era inconfundible. En una mano, un destornillador; en la otra, su eterna irreverencia.
—¿Cómo entraste? —Soltó Jayce, atónito.
—Por una ventana mal asegurada en el ala sur. —Respondió con desdén, como si hablara de algo tan trivial como atarse los zapatos. —Con lo lentos que son los ejecutores, colarse aquí es más fácil que robarle un dulce a un cadáver dormido.
Lux y Jayce se miraron, entre resignación y una pizca de inevitabilidad. Por supuesto que Jinx ya estaba dentro, y por supuesto, lo había hecho a su manera.
—¿Y cuánto llevas ahí? —Preguntó Lux.
—Lo suficiente para aburrirme. Vamos, tortugas, tenemos trabajo que hacer.
Jayce la miró con el ceño fruncido mientras ella paseaba por el laboratorio como si fuera el patio trasero de su casa.
—Pensé que estarías esperando a Vi. ¿Qué haces aquí?
Jinx descendió de la viga con la agilidad de un gato y, al tocar el suelo, se giró sobre los talones con una sonrisita ladeada.
—Oh, lo estaba. Llegó, me abrazó, lloramos sin llorar, tuvimos nuestro momentito de terapia fraternal no verbal... ya sabes, cosas de hermanas traumatizadas. Muy emotivo todo, de película. —Se encogió de hombros con desdén exagerado. —Pero luego se fue al hospital a ver a Cat y yo vine aquí, porque… ¡Sorpresa! Cait está jodida.
Lux y Jayce se tensaron al mismo tiempo.
—¿Qué le pasó? —Preguntó Jayce, la voz ya arrastrando preocupación.
Jinx bajó la vista por un segundo, como si midiera el peso de lo que estaba a punto de decir.
—Le dispararon. —Soltó, sin anestesia. —Un asesino. Vi no me dio muchos detalles, solo que estaban en una misión de reconocimiento y les emboscó. Atacó a Cait, a Ekko, a Vi y Cait...
Jayce palideció y la interrumpió.
—¿Está viva?
—Sí. —Respondió Jinx, con su clásico tono burlón, aunque el nudo en la garganta le raspaba las palabras. —Cait tiene más vidas que un gato con contrato de renovación. Le dispararon al pecho. El chaleco hizo lo suyo, pero apenas. Ahora está en el hospital, enchufada a más cables que una bomba sin manual.
Lux bajó la mirada, el gesto serio. Jayce se llevó una mano al rostro, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Y los médicos? —Murmuró.
—Haciendo malabares, pero Vi… —Jinx hizo una mueca. —Vi está al borde. Le pidió a Ekko que buscara Shimmer.
—¿Qué? —Jayce alzó la voz, incrédulo. —¡Eso podría matarla!
—O mantenerla con vida unos días más. —Replicó Jinx, cruzándose de brazos. —No lo sabemos. Vi está dispuesta a intentarlo, está desesperada, y los dos sabemos muy bien lo que puede llegar a pasar.
Jayce avanzó hasta una de las mesas, la tocó con los nudillos y bajó la cabeza. El gesto fue seco, tenso, como si con ese golpe intentara ordenar el caos en su cabeza.
—No podemos dejar que eso pase. —Murmuró.
—Por eso vine, cerebrito. —Soltó Jinx, apoyando un pie sobre una silla giratoria y girándola con desgano. —No estoy aquí para hacer turismo ni para robar alguno de tus aparatos de científico loco resucitado. Cait necesita algo real y tú eres el único que sabe jugar con chispas sin que explote todo en el intento… bueno, casi.
Jayce levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los de ella. No había reproche, solo una intensidad cruda, ira contenida, culpa, una mezcla de sentimientos y algo más… decisión.
—Entonces trabajemos. Ahora.
Jinx le guiñó un ojo, atrapando una llave de tuercas que estaba en una mesa haciéndola girar en el aire como si fuera un cuchillo.
—Así me gusta, martillito. Acción antes de que a Vi se le ocurra jugar a la doctora loca con pociones brillantes. Y créeme… no quieres ver ese episodio.
Jayce se detuvo junto a una mesa cubierta de polvo. Cerró los ojos un instante, respirando hondo.
—Quizás… —Dijo con cautela. —Quizás aún podamos hacer algo por Caitlyn.
Lux lo miró, sin entender del todo.
—¿Cómo?
—No quiero que Vi use Shimmer. —Jayce alzó la vista, con un brillo inesperado en los ojos. —No mientras exista una alternativa real. El Hextech… si lo adaptamos, si lo ajustamos al cuerpo humano… tal vez podríamos estabilizarla. Incluso... restaurarla.
Lux entreabrió los labios, sorprendida.
—¿Estás hablando de un implante?
Jayce asintió con firmeza.
—No quiero cargar con otra muerte por no haber intentado todo.
Jinx, que hasta ese momento se había limitado a jugar con un resorte entre los dedos, alzó la ceja.
—¿Y tú tenías un “todo” guardado por ahí o estás improvisando bonito?
Jayce no respondió de inmediato. Luego se giró hacia una de las paredes laterales del laboratorio, donde una estantería metálica oxidada parecía más decorado olvidado que parte funcional.
—Después de que alguien. —Miró de reojo a Jinx. —Se robó mi gema Hextech durante el Día del Progreso, decidí guardar lo esencial. Lo que no podía arriesgar, lo escondí aquí.
—Uy, qué dramático, martillito. Me siento aludida y halagada. —Respondió Jinx, apoyando un pie sobre una silla caída. —¿Y lo abrimos con un aplauso o necesitas una llave secreta y una danza ritual?
—Había una palanca. —Suspiró Jayce. —Un mecanismo oculto, pero con tanto polvo y daño estructural… ya ni siquiera sé dónde está.
Jinx puso los ojos en blanco, dejó caer la llave de tuercas en el suelo y ya tenía una pequeña carga explosiva en la mano antes de que alguien pudiera detenerla.
—Patético. —Chasqueó la lengua. —Ustedes dos sigan filosofando, yo me encargo.
—Jinx, no... —Comenzó Lux.
—Relax, rubia. Solo voy a hablarle a la pared... en su idioma.
Con precisión quirúrgica, pegó la carga en una intersección del muro que parecía más débil, dio unos pasos atrás y sonrió como una niña con un fósforo.
—Listo. Pared, dile adiós a tus secretos.
El estallido fue seco, preciso y exageradamente innecesario. El yeso se desmoronó como tiza vencida por la realidad, y una compuerta metálica apareció al fondo, ladeada, chamuscada… pero milagrosamente entera.
—¿No podías hacerlo con un poco más de sutileza? —Tosió Lux, agitando el polvo con una mano mientras se cubría la boca con la otra.
—¿Y perderme lo mejor? —Replicó Jinx, recogiendo su resorte con un silbido satisfecho. —Explosión pequeña, ego grande, es mi sello.
Jayce frunció el ceño al ver los bordes quemados de la estructura.
—Esa puerta me costó semanas de diseño. Tenía un sistema oculto de triple enclavamiento…
—Y ahora es historia. —Interrumpió Jinx, lanzándole una sonrisa que no pedía perdón por nada. —De nada, arquitecto de pacotilla.
Jayce se acercó entre refunfuños. Apartó con cuidado los restos del marco reventado y abrió la compuerta. Dentro, estaba una caja negra con la insignia de la casa Talis.
Sus manos temblaron apenas al tomarla.
Jayce giró con lentitud los seguros metálicos.
La abrió.
Un resplandor azul intenso iluminó el interior de la caja, reflejándose en sus rostros. Seis gemas Hextech, perfectamente alineadas sobre un soporte acolchado, brillaban con ese pulso único que parecía latir con vida propia.
El aire del laboratorio pareció detenerse. No hubo palabras, ni gestos. Solo el zumbido leve de las gemas, como si el mismo corazón de Piltover respirara en aquella caja.
Jayce sintió un leve hormigueo en los dedos, no por la energía, sino por el recuerdo. Por lo que significaban y el precio que tuvieron que pagar por su existencia.
A su lado, Lux se cubrió los labios con una mano. Nunca había visto una sola de cerca y ahora había seis. Sintió que el corazón le palpitaba en la garganta.
Jinx por su parte, entrecerró los ojos, parpadeando.
—Espera, espera… —Se inclinó hacia la caja. —¿Seis gemas? Se supone que la gema del rifle de Cait era la última. Eso fue lo que me dijo Vi.
Jayce dejó que el silencio hablara por él unos segundos. Luego levantó la vista, con gravedad.
—Eso era lo que quería que todos creyeran. —Cerró con cuidado la tapa, sellándola de nuevo. —Pero nunca se debe poner todas las esperanzas en una sola fuente de poder. No si sabes lo que viene después de una guerra.
Jinx se cruzó de brazos, aun mirando la caja como si contuviera dinamita de alta gama.
—Eres un maldito mentiroso previsor. Me gusta.
Lux soltó una exhalación entre asombro y alivio.
—Jayce... con esto... —Susurró. —Podríamos salvarla.
Jayce asintió, sus dedos aun descansando sobre la superficie metálica de la caja.
—Y no tenemos tiempo que perder. Necesitamos un lugar para trabajar. Ahora.
Jinx se giró hacia ellos con una sonrisa torcida.
—Entonces es hora de visitar mi dulce y oxidada madriguera, pero esta vez no cobro entrada. Solo chocolate... y respeto.
Justo cuando Jayce iba a responder, un sonido seco y repetitivo comenzó a escucharse a lo lejos. Un ritmo de pasos rápidos y coordinados subiendo las escaleras.
Lux levantó la cabeza de golpe.
—¿Escucharon eso?
Jinx se tensó como un resorte, ladeando la cabeza.
—Botas, varias. De esas que hacen crac cuando te pisan la dignidad.
Jayce maldijo en voz baja.
—Ejecutores. La explosión...
—Qué sorpresa. —Soltó Jinx. —¿Quién hubiera imaginado que dinamitar una pared en pleno día dentro del edificio del Consejo haría ruido?
—¡Están subiendo! —alertó Lux, asomándose por la rendija de la pared. —Cinco mínimo… No, siete. Y vienen armados hasta los dientes.
Jayce cerró la caja de las gemas de golpe. Sus manos temblaban, el pulso a mil.
—No podemos pelear aquí. Si se pierde esto… —Miró la caja como si fuera un corazón latiendo. —Se acabó.
—Y no solo eso. —Añadió Lux, girándose de pronto. — ¿Tus planos? ¿Los prototipos de implantes?
Jayce maldijo en voz baja y corrió hacia una estantería polvorienta en la esquina. Comenzó a empacar rollos de planos, esquemas, y una caja metálica pequeña con herramientas calibradas.
—Esto es todo lo que tenía en papel. El resto… está en mi cabeza.
—Pues que no te revienten la cabeza, porque vamos a necesitarla. —Gruñó Jinx, revisando el techo con la vista. —¿Listos para desaparecer?
Lux asintió, tensando la mandíbula.
—¿Tienes un plan?
—Claro. Es hueco, peligroso, y apesta. Justo como a mí me gusta. —Respondió Jinx, trepando ágilmente a una repisa y apartando unas placas metálicas que ocultaban una rendija. —Ducto de mantenimiento. Conduce al lado norte del edificio. Bajada directa. Cero elegancia, cien por ciento escape.
—¿Y qué hay abajo? —Preguntó Lux mientras Jayce ya le pasaba los planos enrollados.
—Un depósito de calderas, ratas del tamaño de gatos y una escalera rota. —Respondió Jinx sin perder la sonrisa. —Vamos, es mejor que esperar a que nos llenen de plomo en nombre de la ley.
Los pasos en la escalera ya sonaban a pocos metros. Las botas resonaban sobre la piedra como un redoble de advertencia.
Jayce metió los planos bajo el brazo, aseguró la caja contra su pecho, y asintió.
—Vamos. Ahora.
—Primero ustedes, tortugas. —Dijo Jinx, arrojando una granada de humo al centro del laboratorio.
Lux y Jayce se metieron al ducto mientras el humo comenzaba a cubrir la sala.
Jinx se quedó un segundo más, con una sonrisa torcida en los labios y una chispa de desafío en los ojos.
—Adiós, idiotas. —Susurró, antes de subir al conducto tras ellos.
La puerta del laboratorio se abrió de golpe, justo cuando el silbido agudo de la bomba de tinta marcaba su estallido. Una nube espesa, rosada y caótica envolvió el lugar, tiñendo el aire de sombras y confusión.
Cuando los ejecutores finalmente irrumpieron, ya era tarde. El laboratorio estaba vacío. Solo flotaban papeles desordenados, trazas de hollín en el suelo… y la incómoda certeza de que alguien se les había adelantado.
El camino hacia Zaun era húmedo, oscuro y estrecho, envuelto en la constante respiración de las viejas tuberías que aún escupían vapor entre crujidos oxidados. Jinx avanzaba primero, girando una pequeña linterna oxidada entre los dedos, con paso ágil y decidido.
—Amo este túnel. —Murmuró con una sonrisa ladeada. —Huele a óxido, desesperanza… y a que algo va a explotar. Me hace sentir en casa.
Jayce iba detrás, en silencio, con la caja de gemas abrazada contra el pecho como si fuera lo más valioso que le quedara del mundo. Lux cerraba la marcha, en alerta, sus ojos escaneando cada sombra como si una chispa pudiera convertirse en amenaza.
—¿Qué tan lejos está el taller? —Preguntó Jayce en voz baja.
—Una curva más, una trampilla y una caída casi mortal. —Respondió Jinx sin volverse. —Tranquilo, solo uno de cada tres visitantes termina con una pierna rota. Ustedes tienen suerte: vienen con guía.
Llegaron a una compuerta de hierro semioculta tras una cortina de vapor. Jinx pateó una baldosa suelta, revelando un panel oxidado. Introdujo una secuencia con los dedos manchados de grasa y el cerrojo se abrió con un chirrido que parecía gritar “no he sido lubricado desde la guerra”.
—Bienvenidos al último rinconcito funcional que dejó Silco. —Anunció con una reverencia exagerada. —Por favor, no toquen nada que brille, probablemente explote, o peor, se active y empiece a hablar.
El interior del taller era un caos organizado. Herramientas de precisión junto a piezas de juguete, bombas a medio armar junto a artefactos cubiertos de polvo. Pero había energía, vida, una especie de orden en medio de la locura.
Jayce dejó la caja con las gemas sobre una de las mesas más despejadas. Abrió con cuidado, y la luz azulada de las seis gemas relució como si el lugar hubiese contenido la respiración.
—Con esto podríamos hacer casi cualquier cosa... si sabemos qué necesita exactamente. —Murmuró. —Si su sistema respiratorio está comprometido por el trauma, tal vez un soporte cardiopulmonar externo...
Lux lo miró, frunciendo el ceño.
—¿Y cómo piensas alimentar eso? ¿Con una célula de energía portátil? El pulso de una gema sin estabilizar podría hacerle colapsar el sistema nervioso.
—Entonces canalizamos la energía con una vía secundaria, algo que distribuya la carga sin que toque zonas vitales... —Replicó Jayce, girando otro plano con una precisión casi obsesiva.
—¿Y cómo se supone que vamos a instalar algo así sin abrirle el pecho de nuevo? —Preguntó Lux, más directa. —Jayce, no tiene tiempo.
Jayce negó con la cabeza, abriendo otro plano y dibujando mentalmente una ruta de energía.
—No... escúchame. —Dijo más serio. —Si usamos una prótesis que contenga un canalizador arcano, podríamos redirigir parte de la energía hacia su sistema nervioso. No solo para mantenerla estable… sino para ayudar a su cuerpo en la reconstrucción. Regeneración celular, soporte interno... al menos en teoría.
Lux lo miró, impresionada.
—¿Crees que eso funcione?
Jayce alzó la vista.
—No lo sé, pero es mejor que dejarla depender del Shimmer.
—A ver, cerebritos... —Interrumpió Jinx, dejándose caer sobre la mesa con los codos y una mueca de fastidio. —¿No creen que sería útil saber que Caitlyn ya tiene un lindo agujero donde debería ir su ojo?
El silencio fue instantáneo. Jayce alzó la cabeza tan rápido que casi se golpea con la lámpara colgante.
—¿Qué dijiste? —Preguntó, con la voz tensa y los ojos bien abiertos.
Jinx alzó una ceja, como si hablara de algo obvio.
—Que le falta el ojo izquierdo. Ambessa se lo arrancó en la guerra. Ya sabes, detalles menores. Así que sí, buenas noticias: no hay que quitarle nada.
Jayce no dijo nada.
Sus hombros bajaron apenas, como si algo invisible le hubiera quitado el aire. Su mandíbula se tensó, y desvió la mirada hacia el suelo, hacia ningún lugar. Cerró los ojos, solo un segundo. Pero en ese segundo, todo se le derrumbó.
—El ojo… —Susurró, más para sí que para los demás. —Caitlyn...
Se apoyó con una mano en el borde de la mesa. El metal crujió ligeramente bajo su peso.
Lux lo observó en silencio, sin atreverse a decir nada. Solo lo acompañó con la mirada, entendiendo que para él, eso no era solo un dato médico. Era otra grieta más. Otra culpa que no pidió… pero que cargaba como si fuera suya.
Entonces Jayce apretó el puño que aún colgaba a su costado.
—¿Y se te ocurrió mencionarlo recién ahora? —Preguntó, no con rabia, sino con una mezcla de impotencia y desconcierto. La voz más baja, más rota. Jayce dio un paso al frente, la mirada dura, el cuerpo tenso. Por un segundo, Lux pensó que diría algo terrible. Pero no lo hizo. Cerró los ojos y respiró hondo, como quien se guarda una pelea que no lleva a nada.
Jinx bajó la mirada, incómoda por primera vez.
—No me pareció importante... hasta que dijiste “si sabemos que necesita”. — Encogió los hombros con un gesto torpe. Luego, alzó la mano derecha, mostrando el dedo del medio, el que era más rígido y brillaba con un leve tinte metálico.
—Además... no es como si perder una parte del cuerpo fuera tan catastrófico. Cait me voló este —Dijo, alzando el dedo mecánico con teatralidad. —Mi favorito, por cierto. Lo usaba para casi todo.
Hizo una pausa.
—Y mírame ahora. Todavía hago explotar cosas con la misma gracia. A veces más.
El ex concejal la observó en silencio, sin saber si reír o suspirar. Lux solo negó suavemente con la cabeza, pero no dijo nada. El momento, entre absurdo y profundo, era tan jinxiano como cualquier otra forma de decir "te importa".
Jayce no respondió de inmediato. Solo se giró hacia el extremo de la mesa donde había dejado los planos al llegar. Desenrolló el portaplanos con manos firmes, dejando al descubierto varios diseños antiguos que nunca llegaron a ver la luz.
—Antes del desastre, trabajaba en esto. Prótesis Hextech: brazos, piernas, articulaciones, incluso sensores ópticos. El Consejo los archivó por “riesgos no calculados”, pero si ella ya no tiene un ojo...
Jayce analizó los planos con rapidez. Los trazos eran antiguos, algunos borrosos, otros con anotaciones hechas a toda prisa. Un diseño destacaba entre los demás: una esfera con anillos de sincronización, nervaduras de titanio y un núcleo brillante al centro.
—El Ojo Hextech. —Murmuró. —Este diseño... podríamos adaptarlo. Pero no será rápido.
—¿Cuánto? —Preguntó Lux.
—Un día si todo sale bien, tal vez dos, necesitamos construirlo desde cero, estabilizar la energía de la gema, calibrar la conexión al sistema nervioso... —Suspiró. —Pero puedo hacerlo.
—¿Y si falla? —Preguntó Lux, apenas en un susurro.
Jayce bajó la mirada hacia los planos. Tocó el dibujo con la yema de los dedos, como si pudiera sentir el peso de las decisiones atrapadas entre el papel.
—Si la sincronización no es exacta, el ojo no responderá. —Su voz era tensa, técnica. —Y si la energía arcana entra en su sistema sin regulación...
Se detuvo.
—¿Qué? —Insistió Lux.
—Podría quemarle el nervio óptico, causar alucinaciones, o un cortocircuito neurológico que le apague funciones vitales. —Jayce apretó los labios. —Esto no es solo una prótesis. Es una fusión entre carne y poder. Y si lo hacemos mal...
Jayce bajó la mirada.
—Entonces no habrá nada que hacer. Si su estado es tan grave como dijo Vi, entonces Caitlyn no resistirá mucho más.
Hizo una pausa.
—El Shimmer podría estabilizarla... sí, pero también podría matarla. Su cuerpo podría rechazarlo en minutos, es una ruleta rusa.
Alzó los planos, con una firmeza que apenas ocultaba su ansiedad.
—Esto… —Dijo, señalando el diseño del ojo. —Es experimental, pero mucho más estable. Diseñado para integrarse, no para invadir. Si tenemos una oportunidad real… está aquí.
Hubo un silencio breve.
Jinx bajó del banco sin hacer ruido. Su sonrisa habitual había desaparecido. Se ajustó la capucha con una lentitud que no era propia en ella.
—Entonces ya saben qué hacer. —Dijo, sin burlas, sin dramatismos, solo con cansancio y decisión. —Yo tengo que ocuparme de la otra parte del plan.
Jayce alzó la mirada, confundido.
—¿A dónde vas?
—A impedir que Vi le inyecte Shimmer. —Dijo con tono firme, esta vez sin ironía. —Está desesperada, cree que no hay otra opción. Si no llego a tiempo... —Torció el gesto. —Lo que hagamos puede que no sirva de nada.
Lux se acercó y le tocó el brazo.
—Ten cuidado.
Jinx ladeó la cabeza, apenas sonriendo. Había algo distinto en su mirada: menos caos, más propósito.
—Voy y vuelvo. —Dijo. —Solo tengo que impedir que Vi haga una estupidez... y después me verán de vuelta acá, con las manos llenas de grasa y un humor de perros.
Jayce la miró con sorpresa.
—¿Planeas regresar?
—¿Y dejar que ustedes dos armen un ojo sin sentido del estilo? —Bufó. —Ni lo sueñen. Si voy a poner mi firma en esto, quiero que funcione... y que no explote.
Lux soltó una risa breve, casi aliviada.
—Te esperaremos.
—No lo hagan. —Dijo Jinx, mientras caminaba hacia la salida. —Sigan avanzando. Yo los alcanzo.
Jayce la detuvo con la voz.
—Jinx.
Ella se giró apenas.
—Gracias por confiar en esto.
Jinx parpadeó, luego alzó una ceja.
—No te emociones niño bonito. Aún puedo cambiar de opinión y lanzarlo por la ventana.
Pero su sonrisa decía lo contrario.
Y sin decir más, desapareció entre los túneles, con el eco de sus pasos rebotando como una cuenta regresiva.
Jayce se quedó mirando la entrada por la que Jinx había desaparecido. El eco de sus pasos se apagó, pero el peso de lo que acababan de discutir seguía vibrando en el aire. Respiró hondo, como si acabara de salir de una tormenta que no se notaba en la piel, pero que empapaba el alma.
Lux, que seguía junto a la mesa, desplegó los planos con cuidado, pero no dijo nada de inmediato. Estaba observando a Jayce. No al inventor. Al hombre que acababa de asumir una promesa imposible con los ojos abiertos.
—¿Estás bien? —Preguntó por fin, con una voz que no juzgaba, solo ofrecía espacio.
Jayce se frotó el rostro con ambas manos y negó con la cabeza.
—No lo sé. No lo he estado desde hace mucho. Pero esto... —Miró los planos, luego la caja de las gemas. —Esto es lo más cerca que he estado de hacer algo bien.
Lux sonrió con ternura.
—Entonces hagámoslo bien.
Jayce asintió. Se acercó, y juntos comenzaron a revisar los esquemas del prototipo. Cada línea, cada trazo, era una parte del rompecabezas que debía encajar no solo con la anatomía de Caitlyn, sino con la oportunidad que todos estaban esperando.
—¿Crees que Cait acepte esto? —Preguntó Lux en voz baja, sin apartar la vista del plano.
Jayce dudó un instante.
—No lo sé. Pero no se trata solo de salvarla. Se trata de darle una opción y recordarle que aún hay un camino.
Lux asintió. Luego lo miró de reojo, con una leve sonrisa.
—¿Y tú? ¿Ya elegiste el tuyo?
Jayce no respondió. Solo tomó una de las herramientas, colocó los lentes sobre el puente de la nariz y se inclinó sobre el papel.
—Empecemos.